La primera anunciación Cecilia Podestá
Yo quiero que ese niño nazca muerto, María, Poco me importa ser el padre de un salvador O el santo que acompañe tu vientre Tocado por las manos ásperas De un dios egoísta.
Él Pondrá sobre tu hijo una corona de espinas Y lo llevará hacia la cruz de los traidores Lo llamarán: El Rey de los judíos Pero antes será arrastrado por su Jerusalén Y envidiado por Juan, el hijo de tu prima Isabel, A ser llamado El Bautista Que tampoco nace aun en esta tierra Y tiene ya un destino miserable.
El Tuyo se llamará Jesús Y le pedirá a un hombre que lo lleve a la gloria Rogará a un tal Judas que lo entregue a los fariseos. Él venderá su deshonra Por un lugar en la mesa de los apóstoles Para la eternidad.
Y en la hora de su muerte Tu hijo Partirá hacia los brazos de su padre con dos ladrones, Tendrá sed Y morirá diciendo Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
María, ¿Quién te perdonará a Ti en la vejez? ¿Quién te dará otro hijo sin una Muerte o dolor Que se anuncie en la boca de un ángel perverso? ¿Quién te dará otro hijo que no sea arrebatado Para el perdón de nuestros sabios pecados? Por eso, joven esposa, yo quiero que ese niño nazca muerto.
Gabriel Me ha dicho ayer en el taller Que nunca serás mi mujer. Gabriel te visitará mañana y no podrás ver su Cola de Rata O su perfil oscuro. Te hará caer en la tentación de su dios en el exilio Y serás la madre del que lleve a su pueblo A vivir en la culpa de haberlo matado. Tú los arrastrarás A vivir escondidos en el temor de desobedecer A un falso dios, Que ríe sabiendo ya, que engañó a los hombres Y les quitó el fuego.
Serás tentada, María, Ascenderás a los cielos a descubrir una mentira Y te arrepentirás de nunca haber sido mi mujer De no haber aceptado hermosos vestidos Ni bebido de mi saliva Convertida en vino para tu garganta seca. Serás tentada y yo te seguiré, Pero escucha bien lo que te digo, niña de Nazareth, Poco me importa ser el padre del que asuman todos será su Salvador. Poco me importa callar cualquier verdad o mentira, O saber que los hombres serán engañados Y adorarán a un demonio con piel de cordero.
Yo Te seguiré en la tentación Y cuando no mires Tallaré un dios, Un verdadero dios de madera para los idólatras. Pensaré en el becerro de oro Y reiré cuando los hombres adoren a tu hijo. Y cuando no mires, Cuando no pongas tus ojos sobre mí Me tocaré, Soñando con dormir alguna vez sobre tus piernas Y, así no lo quiera Seré convertido en el santo que acompañe y adore tu vientre.
Escribirán sobre nosotros Y estas palabras serán olvidadas mañana Cuando Gabriel te hable Y no puedas ver su cola deslizándose con belleza Libremente por su lomo. Caerás en la tentación Y serás la madre de Jesús, Yo, su padre. Porque si nace llorando entre becerros y no muerto Si nace en un establo y esperando reyes Lo miraré a los ojos Y lo llamare: hijo mío Le diré lo que tú quieras que él crea Le haré saber que es el hombre entre los hombres El hijo de Dios Le señalaré el camino hacia Judas Y él, Hacia la cruz
Pero cuando ocurra la ascensión Después de treinta días de haber resucitado Y se sepa una mentira, También se arrepentirá de no haber besado A María Magdalena Entonces verá a su verdadero padre y lo llamará traidor, Deseará para Él y su risa La cruz en la que padeció por su nombre. Te verá a Ti con rabia animal en los ojos Y te odiará por haber caído en la tentación De Gabriel Por no haber visto su cola O su codicia ante una virgen.
Te reclamará Madre, ¿qué destino desgraciado aceptaste para mí, Qué maldición lanzaste sobre esos doce hombres de Judea Quienes creyeron que yo tenía una palabra para Predicar? Díme, ¿en qué maldición convertiste a Judas Iscariote Que me vendió Para que pudiera ser yo rey Y seas Tú La madre de los hombres? Te llamará María Y te preguntará por tu mala semilla. No habrá suicidio que te quite la culpa O cuerpo de Cristo, Que en babilónicas construcciones, Te expíe del pecado.
Pero yo, María, Te amaré entre todas las mujeres Entre todas las niñas vejadas o sagradas Y tallaré en ésta -mi vejezUna virgen Para tocar su piel de madera Besar su boca de astillas O bailar canciones paganas con su cuerpo rígido. Entonces odiaré a tu único hijo Será mi envidia un dardo sobre él Por haber tocado con su carne tu piel interior Y haber empezado su reino en tu vientre Obteniendo tus lágrimas y la de otras mujeres. Lo odiaré por haber llevado su boca A tu pezón de niña Para calmar el hambre y la sed.
Y me preguntaré ¿Cuándo lloraste por mí, esposa? ¿Cuándo apoye mi vejez sobre tus senos? ¿Cuándo toqué la piel de tus intestinos?
Pero será tarde cuando sentada en el infierno Como una reina virgen e infeliz Te arrepientas de no haber respirado sobre mi boca De no haberle dado a mis manos ásperas, pero pacientes, Tu cuello largo Tu seno redondo Tus piernas Tus pies como racimos. Será tarde cuando llores la sangre de tu hijo Por haber negado tus manos Tu ano Y tu boca A mi sexo dulce.
Escribirán que diste a luz sin abrir las piernas. Los hijos de tus hijos santificarán tu nombre Y le dirán a las mujeres que también deberán Llegar vírgenes A su propio dios. Sin embargo, ninguna será como Tú Pura, Incluso después de parir.
Y entre todas ellas, lo sabes, yo te amaré Será tuya mi vejez Y soñare con los catorce años que llevas en la piel. Y latirá dentro de ti Un corazón que no es el tuyo Reventará henchido en tu pecho Y caerá sobre mí La eterna muerte de tu boca.
Y cuando recibas los años como a bestias, Y caigan las privaciones en tu cuerpo tantas veces Sacrificado, Te odiará Y convirtiéndose en tirano Te desterrará al exilio. Pondrá bajo tu lengua sus clavos Y te dirá Vete María de nuestra casa Sal de nuestro claro infierno. Ve a vivir entre tus verdaderos hijos Que eres más madre de ellos que mía Y Tú, Mirando a tu Señor, pedirás misericordia. Pero serás mayor y no tendrás más que ofrecer
Ya de tu vientre se habrá servido el rey.
El que nunca te tocó para concebir Te mostrará la espalda fría como la roca Y se convertirá en el aire helado Que hoy En la víspera de tu anunciación Nos hiela los huesos Y golpea nuestros dientes.
Los doce que han de seguirte Y besar las astillas en tus pies Te acompañarán a la puerta Deseando tu virginidad, Tu cuerpo: el cuerpo del Señor, Y convertidos en tiranos en su reino revelado Aceptarán las oraciones en su nombre.
Y te llamarán a Ti de esta manera: Dios te salve, María (Mirarán con deseo tus pies caminando cerca de ellos) Llena eres de gracia (Querrán tocar los senos de los que bebió el Salvador) El Señor es contigo (Mirarán si Él mismo los estará espiando desde el poder) Bendita Tú eres entre todas las mujeres (Olvidarán que alguna vez fueron hombres santos) Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús (Te aborrecerán como lo envidiarán a Él) Santa María, (Sabrán que fuiste la que creyó en Gabriel) Madre de Dios (Pero en el reino en el que lo obtienen todo Ya poco les importará la traición de su Señor o la muerte de su fe) Ruega por nosotros (Tendrán a la bella Dalila bailando para ellos) Pecadores (Vino con el que embriagarse y mujer para hacer el amor) Ahora y en la hora de nuestra muerte...
Pero antes que el amén sea pronunciado por sus Lenguas de puerco Estarás camino a la tierra árida Para darte de cara contra los hombres. Lamentarás tanto, María, tanto, Viendo como el infierno ha descendido a ellos. Vagarás recordando que tenías un esposo Un hijo que iba a salvar a tus hijos Sus hermanos, También un reino prometido en lo sagrado.
Serás vieja. No faltará alguien que te lance una moneda Rezando al demonio que te sedujo Como si fuera un dios justo y verdadero. No faltará tampoco el que hable de Ti Sin saber quien eres y mire con desprecio Tu cuerpo cubierto de harapos y pobreza.
Serás ciega y morirás entre los templos Al lado de tus imágenes de mármol Y resucitarás como tu hijo para volver a morir. Entrarán por tus ojos como claras mañanas Los reinos que creaste Cayendo en la maldición de Gabriel. Pagarás la pretensión de creer al ángel caído; Obtendrás el destino miserable Que le diste a Judas; Serás traicionada Por la milenaria voz de los profetas, Y yo, María, Estaré muerto. Eso también me lo ha dicho Él Ayer junto a mí Aquí en el taller.
Se fue cuando cantó el gallo y yo terminé la mesa para nuestra casa.
No terminó la anunciación sobre tu calvario. Pero me dijo que soy solo un hombre viejo Y que mis palabras no cambiarán tu destino Mis palabras, Pero las suyas Niña de Nazareth, Tampoco cambiarán mi amor, Este: el amor pederasta del que te habla y mira con deseo Y ante el que bajas la vista Temerosa.
Y cuando mañana olvides todo lo que hoy te digo Te seguiré incluso después de morir, Te seguiré en la tierra en la que perderás la vista Cuando tus ojos sean tan grandes como los de un caballo. Te abrazaré cada vez que mueras, Te diré que no es cierto que haya hijos Que maten a sus padres Afirmaré Que es mentira que las mujeres maten a sus niños En el vientre O que estos en la edad inocente Sean sometidos a vejaciones Como en las antiguas Sodoma y Gomorra.
Serás ciega y veré mi vejez en tus ojos de caballo Mentiré. Te diré que tus hijos echaron El mal en ellos Hacia el falso reino desde donde fuiste expulsada Por nuestro Jesús, Su padre, Y los doce Que sobre la mesa que construí para nuestra casa Y sobre la que tenderemos el hambre y la muerte Danzarán Exhibiendo sus colas Y sus lenguas como maldiciones.
Y te diré, María de las Nazarenas, Que mi corazón nunca te abandonará errante Y latirá marchito debajo de la tierra Hasta que encuentres una muerte verdadera, El perdón o el amparo En algún dios que te dé misericordia Y se revele como el auténtico Sin más engaño O tentación.
Y lamentaremos juntos que el hijo que llevas ahí, Acurrucado y protegido Tibio dentro de las paredes de tu piel No haya nacido muerto. Porque Él nacerá, De Ti o de cualquier mujer, Pero eres Tú la elegida del templo Me lo ha dicho Gabriel. Odiaremos a Judas por haberlo entregado A la gloria con un beso en la frente Y rezaremos a cualquier dios Con miedo de volver a equivocarnos.
Lamentaremos la anunciación a José, La de esta madrugada Pero tendremos miedo hoy Porque parecen venir los demonios y sus cantos. María, son los ejércitos de Gabriel. Vienen a devorar la luz que le da sombra A esta mesa. ¿Acaso no puedes verlos? Se arrastran por el suelo junto a tus pies. Amenazantes Muestran los dientes Para que calle pronto todo lo que digo Y no obtengas de mí Más que silencio O la resignación Con la que trabajo la madera.
Y seremos tan viejos en la muerte los dos Que ya no vamos a querer tocarnos.
Y mientras te busque y no te halle Seguiré como un idólatra Bailando enterrado con la virgen de madera La que tallé a tu imagen y semejanza, Desprovista de ropa Y arrojada a mi vista con el cuerpo de niña que deseé crezca entre mis manos.
Qué suerte blasfema te espera, amada esposa. Por eso yo quiero que de tu vientre Salga la muerte negra Y no un niño berreando y buscando el pecho Para terminar con el hambre que lo reciba Como parte de este mundo pagano.
Por eso quiero, María, Matarte esta noche si me lo permites Y sea otra la madre de los hombres La mujer entre las mujeres La virgen, la Santa María que rogará por nosotros Los Pecadores. Amén.
Déjame cambiar tu destino virgen, Niña esclava de José, Déjame matarte esta noche entre tanta desgracia Aquí conmigo Dentro de Ti E iniciando una plegaria Por tu hijo muerto. No bajes la vista. No llores, María. Mírame Te haré morir para cambiarlo todo Déjame mostrarte un reino distinto En el que seas Tú, María la madre de mis hijos Y te digan todos Esposa de José el carpintero. Déjame, Déjame arrebatar tu vida ese extraño Señor.
Siente, María, niña esclava de Nazareth, Cómo el amor de este hombre viejo toca tu cuerpo. No temas a los latidos entre tus piernas, O a tus pezones como piedra. Tampoco a tu desordenada respiración O a la humedad de tu sexo Que recibe tembloroso Mi mano izquierda Mientras con la otra te toco y acaricio la cara Despidiendo hasta la última facción de niña.
Tu boca que no sabe besar ha probado ya de la mía Y te has recostado para recibirme A mí, a tu marido, José. Siente ahora entre tus piernas el abismo Que no cae sino en tu boca Que no cae sino en el mismo vientre en el que llevas Al hijo del Señor Agonizando ahora Por la fuerza de mi amor Que te hace mortal entre las mujeres. Siente el dolor que causa un hombre, María, Siente el amor de este anciano de noventa y ocho años Que ahora se aferra a un hato de tus cabellos negros Con la fuerza y la salud Que le dio el Señor Para ser el padre de su hijo.
Recíbeme en la muerte de tu destino virgen En este, tu nuevo bautismo En el que recibes la vida El placer Y matamos juntos al hijo, Al Salvador.
Ahora eres María Mujer de José, que desciende de David. Eres María esposa del carpintero Y me debes a mí obediencia. Olvida a tu falso dios Y a los profetas que le hablaron de Ti A los antiguos.
Gabriel ya no te visitará mañana Sabrá que entre tus piernas Ya estuvo un hombre Que no es su Señor.
Deberá buscar otra niña para el sacrificio.
Te he salvado, María. Recoge tus cosas y cúbrete Que seremos perseguidos por la ira de Gabriel Cuando venga a decirte que llevas en el vientre Al mecías Y no encuentre en tu estómago más que el hambre, La muerte Y tus intestinos.
Ahora podrás aceptar vestidos de hermosos encajes Y olvidar el terrible encargo. Ya no pesará sobre Ti otra cosa que mi cuerpo Hasta el día de mi muerte A los ciento once años Cuando Gabriel me encuentre Y vengue la muerte de la primera María. Vamos pronto al establo, amada esposa Mujer de Nazareth Que el hijo que esperabas nacerá pronto en su muerte Cayendo por el abismo de tus piernas Y manchando tus pies.
Ahora vivirás sin caer entre los umbrales de los templos. Y el hijo que concibas fuera de esta noche Vendrá al mundo desde tu sexo, Vivo. Será mío, No te reclamará ser el Salvador. Será carpintero, Común entre los mortales Llegará a viejo, Tendrá sus propios hijos, No será coronado con espinas, No tenderá su cuerpo sobre la cruz de los traidores, Asistirá también a una última cena, Pero el día en que la muerte llegue Sin decirle nada al oído Y devore su cabello blanco.
Entonces morirá sabiendo que su madre fue tentada En el amor Y cambió un reino falso Por la mesa de comedor de diario Por una calle donde transitar Y echar monedas en la bolsa de los mendigos.
Nuestro hijo sabrá, mujer, Que tuvo un hermano que murió Antes de que su pequeño pie pisara la tierra de Belén Que fue otro el que murió en la cruz En compañía de dos ladrones, Bajo penumbra Y otra la muchachita sometida De cuyo seno colgó el segundo elegido.
Nuestro hijo Sabrá que lo elegiste a Él, No al otro. Sabrá que nació con la ayuda de una partera No en un establo esperando oro, incienso y mirra. Te dirá Madre, no quiero salvar a nadie. Y Tú le dirás: Hijo mío Fui esposa de tu padre Como soy madre de un solo hombre. No salves a nadie, Nadie merece ser salvado.
Hijo mío, repetirás como un lamento Y mirándolo a los ojos Dirás con hambre y rabia: “Sobre esta mesa, Que construyó tu padre para nosotros, No volveremos a comer del Cristo que jamás perdonará el amor”.