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PORTAFOLIO

José Rocha. Fotografía de Miguel González.

La misteriosa belleza de nuestros miedos interiores

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Con el objetivo de reflexionar sobre la pandemia actual desde la perspectiva del arte, José Rocha (CDMX, 1964), diseñador y artista visual radicado en Cancún, ha llevado a cabo un singular proyecto colaborativo junto con otros fotógrafos y artistas plásticos. A partir de las máscaras diseñadas por él —inspiradas en las famosas máscaras “pico de ave” ideadas por el Dr. Charles de Lorme en 1619 para luchar contra la peste bubónica—, Rocha propuso a varios colegas suyos la creación de otros productos artísticos —en fotografía y pintura— para que cada uno de ellos interpretara atmósferas y sentires relacionados con la epidemia que nos agobia, teniendo como leitmotiv visual el célebre antifaz. El resultado es por demás ilustrativo e inquietante porque capta con misteriosa belleza los miedos interiores de nuestra nueva realidad. La siguiente es una muestra de esa extraordinaria iniciativa.

(Textos elaborados por la redacción de TROPO con información de Carlos Generoso en coordinación con Norma Ordieres).

Un especialista en reinventarse

Ayudado por el fotógrafo Toño Díaz —quien logra imágenes de catálogo, objetos hieráticos donde destacan los detalles de costura en la confección de las máscaras: la luz oblicua que delata el mutismo de los cristales de los ojos; la blandura y la nobleza del cuero como substrato, como una apelación a la sobrevivencia—, el artista constructor José Rocha ha mostrado su gran capacidad manual —heredada de su padre mecánico— para construir las máscaras en cabal cuero de las curtidurías del Bajío, varias versiones de la cuales ha vendido con gran éxito en Europa.

Además de su fama bien cultivada como excelente impresor en técnicas digitales, Rocha es conocido por sus cuadros hiperrealistas de puertas rescatadas de sus viajes en los pueblos de la península, que fueron expuestas el pasado septiembre en la otrora fábrica de textiles La Aurora de San Miguel de Allende.

Crecido en el ambiente de los ochenta y noventas en el sur de la ciudad de México, Rocha recibió influencias y estímulos de personajes que empezaban a fulgurar en ese entonces. Figuras como Víctor Guadalajara, artista plástico que ha ilustrado la poesía de Xavier Villaurrutia con cuatro obras abstractas inmejorables, o “los Quiñones”, Héctor y Néstor, gemelos que prestaron su casa allá por La Candelaria en Coyoacán para hacer la “Quiñonera”, espacio de reflexión plástica, generador de conciencia colectiva, un espacio que dio cobijo a las ideas que entonces ya gestaban Gilberto Aceves Navarro, Germán Venegas, Nahum B. Zenil y hasta Eloy Tarsicio, quien sigue presentando provocadores ejercicios.

Se trataba de “construir y adelantar una nueva sensibilidad —afirma Rocha— al margen de las estrategias de mercado o no por ellas”. Fueron fuerzas que buscaban a otro interlocutor, más democrático, más del medio urbano, donde se gestó una especie de laboratorio en todas direcciones, y que le ha permitido a este creador ser especialista en reinventarse, como él mismo afirma.

Maestro en el manejo de la luz, Miguel González muestra un personaje atávico del pasado, con su indumentaria completa. La luz que rodea a la figura es acentuada con humos y vapores para resaltar las texturas de la piel en la mano, del cuero de la máscara o de los pliegues en la indumentaria, como si recorriera a contraluz los colores pálidos de la muerte, la luz etérea que viene del más allá.

Panchito Ruiz

Desde el arte conceptual Panchito Ruiz —prefecto en una escuela, que ha desarrollado el arte digital en sus tiempos libres— nos pasea por la conciencia colectiva. El desarrollo de sus extrapolaciones en imágenes desnuda el papel del arte y da cauce a la libre interpretación del imaginario de la sociedad. Publicado en revistas de renombre, Ruiz ha merecido premios como el del Festival de Fotografía Internacional en León, Guanajuato, como un reconocimiento a sus trabajos cargados de narrativa inteligente, ágil y atrevida. Un ejemplo es la imagen de esta página: la mujer postrada y desnuda —ataviada por la máscara y la tosca manguera plástica rodeando la cintura y sus manos crispadas— transmite angustia y, al mismo tiempo, invoca un inquietante erotismo sádico.

Panchito Ruiz

En un vagón de tren de pasajeros vacío, una mujer enmascarada ve a través de la ventana el transcurrir de la vida. Los tonos del color, apagados y ocres, nos recuerdan el ambiente de soledad profunda de los óleos de Edward Hopper.

Panchito Ruiz

Un ahogado con los muslos esgrafiados, como una piedra estatuaria a la vez sólida y frágil, conforma una metáfora triste y abandonada de la presencia de la muerte anudada a la enfermedad.

Panchito Ruiz

Un niño estudiante aguarda afuera de una escuela rural ubicada tal vez en alguna ciudad yucateca. Su voluminoso libro, el moño negro y su inocencia enmascarada evocan el yermo futuro educativo que se avizora tras nuestra calamitosa pandemia.

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