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Editorial TASCHEN Hohenzollernring 53- D–50672 Köln Título original: Alteración - Pinzados Colecciones Copyright © Texto María Celeste Patelli, 2014 © TASCHEN Editores, 2014
Diseño de tapa: María Celeste Patelli Coordinador de edición: Marcela Luna Tipografías utilizadas: Bodoni, Avenir Next.
1º Impresión: Septiembre 2014 DERECHOS EXCLUSIVOS DE PUBLICACIÓN Y DISTRIBUCIÓN TRASCHEN Ediciones Hohenzollernring 53- D–50672 Köln Teléfono: +49-221–20 180-0 E-mail: contact@taschen.com http://www.taschen.com
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total por medio de cualquier medio gráfico o informático sin previa autorización del editor. Hecho el depósito que marca la ley 11.723. Impreso en Argentina.
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María Celeste Patelli
ALTERACIÓN PINZADOS Colecciones
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moldes REVOLUCIÓN.......... 8 Mundial..................... 10 Argentina................... 16
medidas ADMISIÓN................... 22 Nuevos usos.................. 24 Mujeres........................ 28 Audaces........................ 30
cortes AFINACIÓN................. 37 Diseños propios............. Textiles......................... Tramas......................... Texturas.......................
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estilos ATRACCIÓN............. 53 Intervenciones............. 54 Sensualidad................ 60 Curvas...................... 66
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moldes
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REVOLUCIÓN Una historia política del pantalón señala que la progresiva popularización del pantalón a lo largo del siglo XX no fue sólo producto de la lucha por la igualdad de sexos por parte de las mujeres. Otros factores también influyeron: la banalización de las actividades deportivas, pero también el higienismo, la nueva preocupación por proteger el cuerpo femenino, que debido a los movimientos por sus derechos empezarón a tener mas importancia y desde luego, el aumento vertiginoso del trabajo femenino, que se aceleró al final de cada una de las guerras mundiales.
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n 1972, una joven consejera técnica de Edgar Faure, por ese entonces ministro francés de Asuntos Sociales, intentó dar un mensaje a su jefe, que se encontraba en el ciclo de la Cámara de Diputados, pero el ujier le prohibió la entrada, debido a su ropa. “Si es mi pantalón lo que le molesta, me lo saco ya mismo”, contestó la interesada, que fue autorizada a penetrar de inmediato en ese templo de la democracia. Esa anécdota, evocada por su protagonista -la actual ministra de Justicia, Michèlle Alliot-Mariedemuestra que hace apenas 40 años, a pesar de la invención del tailleur-pantalón de Yves Saint-Laurent, esa prenda tenía serias dificultades para entrar en la cabeza de los hombres cuando era llevada por las mujeres. Durante mucho tiempo el pantalón representó un problema tanto para los hombres como para las mujeres. Sobre todo, fue instrumento de conflicto en su calidad de atributo del poder masculino. En 1920, cuando los dirigentes del movimiento socialista francés reprochaban a su camarada Madeleine Pelletier que llevara cabello corto y pantalón viril, esa gran figura del feminismo radical respondía invariablemente: “Mi vestimenta dice al hombre: ´Yo soy tu igual´.”. Es fácil deducirlo: la cuestión del pantalón fue un problema eminentemente político.Christine Bard, una de las principales representantes de los gender studies en Francia, relata con erudición e ironía esa epopeya femenina, que fue probablemente más difícil que la toma de la Bastilla. Bard retrata esa aventura fascinante en Une histoire politique du pantalon [Una historia política del pantalón], libro de 380 páginas que acaba de ser publicado en Francia por ediciones Seuil. Sucesor de las llamadas bragas, que las clases populares utilizaron hasta fines del siglo XVII, el pantalón simboliza la masculinidad y, sobre todo, el poder, como lo demuestra la expresión “llevar los pantalones”. Al comienzo, sin embargo, el pantalón fue “la prenda del vencido, del bárbaro, del pobre, del campesino, del marino, del artesano, del niño y del bufón”, explica Bard. El origen de la palabra “pantalón” es reciente. Viene del apodo que recibían los venecianos, adeptos a unos calzones largos y angostos llamados pantalone.
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Pero, en realidad, fue por oposición a su significado connotado como el pantalón entró en la historia política ya que, hasta que en la Revolución Francesa, la prenda de referencia era la culotte (calzón). Desde fines de la Edad Media, los hombres de las clases superiores llevaban un calzón ajustado hasta la rodilla. Esa culotte dejaba a la vista la pantorrilla, cubierta con una media sujeta por una liga. El hombre atractivo debía ser bien jambe. Unos zapatos con tacones altos ayudaban a afinar aún más su silueta. Al igual que su ancestro el haut-de-chausse (bombachudo), la culotte contribuía a erotizar el cuerpo masculino. Esa prenda ajustada era todo lo contrario de la vestimenta amplia que ocultaba el cuerpo. Utilizada por las capas inferiores de la sociedad, heredada de las bragas que llevaban los primitivos galos. Y como por entonces lo único que valía la pena de ser nombrado era lo referente a las clases altas, el lenguaje ni siquiera se preocupó por buscar a esas nuevas bragas un nombre preciso. Simplemente, a esa gente de los estratos más bajos de la sociedad se la comenzó a denominar los sans-culottes. Los sans-culottes fueron, precisamente, quienes derrocaron a la monarquía en 1789. De la mano de esos desheredados, el pantalón consiguió encaramarse hasta lo alto de la escala social con la Revolución. Una de sus características accesorias fue la de haber introducido “la confusión de géneros”, según Bard. Por solidaridad revolucionaria y comunión de ideales, también las clases altas progresistas cambiaron sus culottes por el pantalón e inauguraron así una nueva era. Rompiendo con el aspecto frívolo de las aristócratas, los hombres permitieron a las ciudadanas revolucionarias reivindicar el uso del uniforme y, sobre todo, parecérseles, al punto de atemorizarlos. A cambio, ellos renunciaron a los colores vivos y a mostrar sus piernas. Esa ruptura política dejó de manifiesto una aspiración a la libertad y a la igualdad. Libertad de movimientos e igualdad de sexos. Aunque... si cada cuerpo era un ciudadano, el masculino lo fue siempre un poco más. La Revolución liberó los cuerpos, pero no todas las convenciones sociales: para la mujer, el pantalón siguió siendo considerado un disfraz.
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Mundial
La guerra moviliz贸 a unos 65 millones de soldados y hubo que recurrir a la mano de obra femenina para mantener la producci贸n.
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l movimiento feminista en Estados Unidos se consolidó gracias a las condiciones socio-políticas y económicas propias de la sociedad americana. Partiendo de un sistema político democrático, el feminismo nació ligado a los movimientos protestantes de reforma religiosa que defendía una regeneración moral de la sociedad y al abolicionismo. La importante participación femenina en movimientos humanitarios por la abolición de la esclavitud ayudó a la rápida concienciación de las mujeres. La analogía entre los esclavos sin derechos y las mujeres era evidente. Las condiciones sociales y culturales en EE.UU. fueron especialmente favorables para la extensión de los movimientos femeninos. Las prácticas religiosas protestantes que promovían la lectura e interpretación individual de los textos sagrados favorecieron el acceso de las mujeres a niveles básicos de alfabetización, lo que provocó que el analfabetismo femenino estuviera prácticamente erradicado a principios del siglo XIX. A diferencia de Europa, desde mediados del siglo XIX nos encontramos con una amplia capa de mujeres educadas de clase media que se convirtieron en el núcleo impulsor del primer feminismo. El primer documento colectivo
del feminismo norteamericano lo constituye al denominada Declaración de Seneca Falls , aprobada el 19 de julio de 1848 en una capilla metodista de esa localidad del estado de Nueva York. En este documento se expresa por primera vez lo se podría denominar una “filosofía feminista de la historia”. Una filosofía que denunciaba las vejaciones que a lo largo de la historia había sufrido la mujer. Tras la guerra de Secesión, el movimiento feminista que había ligado en gran medida su suerte al abolicionismo sufrió una gran desilusión muy dura. Pese al triunfo del bando nordista, partidario de la supresión de la esclavitud, la XIV enmienda de la Constitución, que otorgaba el derecho de voto a los esclavos negros liberados, le negó a la mujer el derecho de sufragio. La reacción fue inmediata Elisabeth Candy Stanton y Susan B. Anthony crearon la Asociación Nacional por el Sufragio de la Mujer, primera asociación del feminismo radical americano.
En Estados Unidos, los derechos de la mujer tienen una historia larga y en cambio constante. En décadas recientes se han dado importantes pasos para mejorar la educación, salud, vida familiar, oportunidades económicas y poder económico de la mujer. La experiencia en Estados Unidos muestra que, conforme la posición de la mujer avanza, también lo hace su familia, su comunidad, su lugar de trabajo y su nación. De muchas maneras el nacimiento del
movimiento de los derechos de la mujer estuvo relacionado muy estrechamente con el movimiento de la abolición, y fue apoyado fervientemente por muchas mujeres estadounidenses. Fue la exclusión de las delegadas abolicionistas femeninas a la Convención Mundial contra la Esclavitud, realizada en Londres en 1840 que inspiró a Elizabeth Cady Stanton y a la abolicionista Lucretia Mott a discutir el impulso al movimiento de los derechos de la mujer en Estados Unidos. En la primera mitad del siglo XIX, a la mujer no se le permitían las mismas libertades que los hombres tenían ante la ley, la iglesia y el gobierno. La mujer no podía votar, ni tener un puesto en el gobierno, asistir a la universidad o tener un empleo. Si estaban casadas, no podían hacer contratos legales, divorciarse de un esposo abusivo ni obtener la custodia de sus hijos. En julio de 1848, Stanton y Mott se unieron a otras mujeres que tenían la misma idea de hacer la primera Convención de los Derechos de la Mujer que se hizo en Seneca Falls, Nueva York. Su “Declaración de Sentimientos”, basada en la Declaración de independencia de Estados Unidos, exigía derechos iguales para la mujer, incluyendo el derecho al voto. Más de 300 asistieron a la convención; el documento fue firmado por 68 mujeres y 32 hombres. Fue en 1920, con la ratificación de la 19 Enmienda a la Constitución de Estados Unidos, que la mujer estadounidense finalmente obtuvo el derecho al voto. En última instancia fue la economía, no la política, lo que cambió el papel de la mujer en la sociedad estadounidense y creó más impulso para el movimiento de los derechos de la mujer. Conforme muchas familias se trasladaban de las granjas a las ciudades, el papel económico de la mujer disminuyó.
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A lo largo de la historia de la humanidad encontramos muchas de las sociedades donde las mujeres fueron consideradas inferiores respecto de los hombres. En la gran mayoría de las sociedades tradicionales, su educación se limitaba a aprender habilidades domésticas y se encontraban subordinadas a la autoridad de sus padres primero, y de sus maridos después. Si bien existieron en la historia civilizaciones que otorgaron a la mujer un papel de privilegio (las reinas egipcias o bizantinas por ejemplo), en la mayoría de las sociedades occidentales las tareas asignadas a la mujer se limitaban al cuidado del hogar y de la familia. De este modo quedaba relegada al ámbito privado, quedando la participación pública exclusivamente en manos de los varones. Pero, poco a poco, esta situación comenzó a cambiar, sobre todo a partir del siglo XIX. Veamos los principales momentos de este recorrido: A mediados del siglo XVIII, con la Revolución Industrial, muchas mujeres se vieron obligadas a abandonar su lugar en sus hogares y comenzaron a trabajar en las fábricas. A esta situación se sumó a una idea que rondaba en el mundo de la época que proponían los filósofos de la Ilustración: igualdad entre varones y mujeres. A pesar de ello, todavía eran voces aisladas y el trabajo femenino era equiparable al trabajo de los niños, y sus salarios eran controlados por sus padres o maridos. El 8 de marzo de 1857, en una fábrica de Nueva York un grupo de obreras organizaron una propuesta para mejorar sus condiciones de trabajo y fueron brutalmente reprimidas. Ya en el siglo XX, en marzo de 1908, en la misma ciudad 15 mil trabajadoras iniciaron un movimiento de huelga para pedir mejores condiciones de vida y aumento salarial. En 1910 se realizó en Copenhague la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, donde se propuso que se estableciera el día 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer en homenaje a las primeras mujeres que se organizaron buscando mejorar su situación luchando por sus derechos y su igualdad en la sociedad. En la década de 1960 los cambios en el mundo dieron impulso a los nuevos movimientos feministas. Se propusieron demostrar los prejuicios que existían en el mundo sobre tareas “naturalmente” femeninas o masculinas”.
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La intensa labor de estos grupos permitió superar la discriminación política, económica y social que sufrían las mujeres. A pesar de que en este recorrido histórico vemos cómo poco a poco la situación de la mujer fue avanzando, todavía queda mucho por recorrer. Por ejemplo, un estudio del Instituto de Desarrollo Social de nuestro país informó que los sueldos de las mujeres son un 30% inferiores a los de los varones. Al mismo tiempo, el acceso a altos cargos públicos también es desigual. A esta situación de la mujer en el siglo XXI –la negación de oportunidades y de derechos-, la denominamos discriminación por género. Se discrimina a la mujer cuando damos por hecho que le corresponden determinados papeles y no otros, cuando se las reduce a determinados ámbitos o actividades “femeninos”, cuando frente a un mismo trabajo reciben un salario menor que los varones y cuando son marginadas de las jerarquías más altas y de los puestos de dirección. Existen en nuestra sociedad actual muchos prejuicios relacionados con el sexo, por ejemplo, que las mujeres conducen peor que los hombres. Las estadísticas de accidentes automovilísticos desmienten esta afirmación. A principios de siglo XX la mujer no era considerada ciudadana –es decir poseedora de derechos políticos- en casi ningún país del mundo. La Constitución Nacional, sancionada en 1853, participación política –al voto- únicamente a los ciudadanos varones. Las dificultades para garantizar estos derechos, llevó a las clases populares a luchar por una nueva ley electoral. En 1912 la Ley Sáenz Peña estableció el voto universal, secreto y obligatorio. Sin embargo, más allá de la importancia que tuvo por haber ampliado el sufragio, continuaba excluyendo a la mujer del acto político de elegir a sus representantes. En 1927 en la provincia de San Juan, una ley provincial aprobada por iniciativa del socialismo permitió el sufragio femenino, gracias a todos los esfuerzos. Aunque no existían fundamentos legales para que la mujer fuese excluida del voto, quienes debían aprobar una ley que las integrara eran los hombres que formaban el Congreso. Recién en septiembre de 1947, durante la presidencia de Juan Domingo Perón y por iniciativa y presión de Eva Perón, se dictó la ley 13.010 que concedía a la mujer derechos políticos.
Mujeres durante una protesta por la igualdad de sus derechos, que se las reconozcan como ciudadanas a la misma altura que los hombres, pedía mayor importancia y actuación en los problemas de la sociedad.
Con esta ley la mujer consiguió la igualdad de derechos políticos respecto del hombre. El 11 de noviembre de 1951, después de la incorporación del derecho de sufragio femenino en la reforma de la constitucional de 1949, en una elección histórica las mujeres argentinas votaron por primera vez y resultaron elegidas 24 diputadas y 9 senadoras. A pesar de haber logrado el sufragio femenino, las mujeres fueron excluidas de la política durante mucho tiempo. Esta situación llevó a que en 1991 el Congreso sancionara la Ley de Cupos, conocida también como “ley del treinta por ciento”, que establece que “Las listas que se presenten deberán tener mujeres en un mínimo de treinta por ciento de los candidatos a los cargos a elegir y en proporciones con posibilidad de resultar electas”. Como vimos, el reconocimiento de los derechos políticos de la mujer en nuestro país fue el resultado de un largo proceso de lucha. En la actualidad, si bien se registran grandes avances respecto al pasado, la situación de la mujer respecto al hombre continúa siendo en algunos ámbitos despareja. Para finalizar te proponemos conocer a dos mujeres que lucharon en la primera mitad del siglo XX por conseguir esta igualdad política, económica y social entre hombres y mujeres en nuestro país: Alicia Moreau de Justo y María Eva
Duarte de Perón. Alicia Moreau de Justo (1885-1986) nacida en Londres, creció en la Argentina donde estudió para maestra y profesora. En 1914 se recibió de médica con diploma de honor, un acontecimiento único en la Argentina. En 1902 junto a otras compañeras creó el “Centro Socialista Feminista” y la “Unión Gremial Femenina” luchando por la igualdad de la mujer en la sociedad argentina. También participó en la
creación del Comité Pro-Sufragio Femenino. Para 1920 la participación de la mujer en las elecciones se limitaba a actuar en las campañas políticas saliendo a pegar carteles. Ese mismo año la Unión Feminista Nacional realizó un simulacro de elección donde participaron 3878 mujeres: ganaron los socialistas con unos 2000 sufragios. En los noventa surgieron más de la mitad de las organizaciones de mujeres registradas en las bases de datos consultadas, la mitad de éstas se encuentran localizadas en la capital del país.
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Los movimientos de mujeres no son necesariamente movimientos feministas. Sin embargo, ambos se corresponden muchas veces en cuanto a los atributos de género, es decir, en hacer visibles la voz y el lugar de las mujeres. Cuando se refiere a los movimientos en general, por ejemplo, al movimiento de los derechos humanos o a los movimientos de luchas por la impunidad, la autora señala que puede existir en momentos determinados una inclusión de las luchas de género en sus causas de mujeres, a pesar de contar con agendas específicas en cuestiones no relacionadas directamente a los asuntos de las mujeres. En el período de transición entre la dictadura y la democracia, a finales de los años 1970 y comienzos de los años 1980, en países como la Argentina surgen nuevos movimientos sociales que formularon derechos de diverso tipo. En la Argentina, con la recuperación democrática, advienen, además del movimiento por la justicia, por la memoria, por la clausura de impunidad, grupos como los de las Madres de la Plaza de Mayo o las Abuelas de la Plaza de Mayo, que no se autodenominaron feministas, pero que colocaron a las mujeres en la arena pública en una condición excepcional. Otro movimiento de mujeres en la Argentina que junta y separa aguas dentro del feminismo, como dice Barrancos, es el del feminismo maternalista o el maternalismo feminista. Este movimiento que se apoya en el rol de madre de las mujeres contribuye a crear la base, del Estado de bienestar social.
“Conjunto de ideologías y de movimientos políticos, culturales y económicos que tienen como objetivo la igualdad de derechos”. En América latina, los movimientos de los setenta y los ochenta se enmarcan en el contexto de gobiernos autoritarios y de un gran empeoramiento de las condiciones de vida en la ciudad, y esto se relacionan con la lucha por los derechos humanos, los de las mujeres y los de los indígenas. Algunos de los movimientos más relevantes fueron los de derechos humanos (en Argentina y Chile), organizaciones indígenas (en Guatemala, y más tarde en Ecuador y Bolivia), las Comunidades Eclesiales de Base y posteriormente el Movimiento de los Sin Tierra (en Brasil), el Movimiento Zapatista (en México) y el movimiento de mujeres en todo el continente, que trajo a la arena pública los derechos de las mujeres al denunciar la violencia de género, la doble y triple jornada de trabajo, la falta de políticas de salud reproductiva, la discriminación laboral, etcétera. El movimiento de mujeres en la Argentina y en la mayor parte de los países latinoamericanos ha sido categorizado en tres vertientes: la participación en los movimientos de derechos humanos (madres y abuelas), las acciones colectivas de las mujeres de los sectores populares (que se organizaron para enfrentar las duras condiciones de vida, especialmente durante el ajuste) y las mujeres del movimiento feminista, con un fuerte componente en sus orígenes y estabilización de mujeres de sectores medios (Jacquete, 1991; Molyneux, 2001). En los ochenta se comienza a instalar el debate acerca de la ciudadanía de las mujeres para exigir reformas legales y programas estatales. Diversas asociaciones de mujeres habían sido el punto de apoyo para la reflexión crítica que permitiría la desnaturalización de la subordinación, de las violencias ejercidas contra ellas, del acoso sexual. Consecuentemente, se comenzaron a demandar medidas para ampliar los derechos. Las conferencias de las Naciones Unidas, la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing (1995), las conferencias regionales (como la de cepal, en 1994) y las directivas de las organizaciones de crédito, que en los noventa comenzaron a plantear requisitos acerca de la equidad de género en las políticas de combate a la pobreza, condujeron a casi todos los países de la región a la adopción de distintas posturas favorables a incorporar a las mujeres en las políticas de desarrollo.
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Argentina L
a incorporación de nuevas actoras sociales, provenientes de los movimientos más populares que atravesaron la práctica política argentina desde mediados de los noventa está en la base de las articulaciones a las que nos vamos a referir, que dieron
como resultado la emergencia de un feminismo popular que surge de la participación de las mujeres en diferentes espacios de lucha y en especial en los Encuentros Nacionales de Mujeres. Los Encuentros comenzaron en 1986 por iniciativa de un
grupo de mujeres feministas argentinas que había participado en la Tercera Conferencia Internacional de la Mujer en Nairobi convocada por Naciones Unidas. Son autónomos, se realizan una vez al año en una provincia elegida por las participantes y es organizado por una comisión ad-hoc de la misma. La concurrencia a estos eventos fue creciendo desde dos mil mujeres en el primero, para llegar a una cifra de alrededor que supera en muchos Encuentros las 20.000 participantes. A partir de 1997 las mujeres de las incipientes organizaciones de trabajadores desocupados y de otras organizaciones que surgieron en el segundo ciclo de protestas comienzan a aparecer en los Encuentros. Simultáneamente comenzaron a recibir cada vez más la atención de los sectores más reaccionarios, la injerencia de la iglesia y de autoridades provinciales, para impedir que se debatiera acerca de la anticoncepción y el aborto y se cuestionaran las familias y los valores tradicionales del patriarcado. Partidos políticos de izquierda vinculados a algunas organizaciones piqueteras, también intentaron influir en sus demandas, para poner el énfasis en las luchas sociales y políticas, pero sin vincularlas a las luchas de las mujeres por sus derechos. En 2003, con la concurrencia de 12.000 mujeres, el Encuentro de Rosario (ciudad de la provincia de Santa Fe) marca un punto de inflexión en los Encuentros de Mujeres, preanunciado en el de Salta, el año anterior. Los derechos relacionados con la sexualidad estuvieron entre los más reclamados. El uso de pañuelos de color verde, para identificarse a favor de la legalización del aborto, se inspiró en los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo, lo cual también indica la articulación con algunos sectores de Madres. La presencia de las
mujeres de los movimientos sociales en los ENM, sumada a la avanzada católica para boicotear el encuentro, están en la base de la radicalización del propuesta de la lucha para la legalización del aborto, que, al lado de las reivindicaciones vinculadas a la violencia contra las mujeres y la demanda por trabajo digno, son los tres derechos fundamentales que demandan las mujeres populares. En el Encuentro de Mendoza
(2004) se exigió la legalización del aborto y al acceso gratuito al mismo, así como a los métodos anticonceptivos y a la incorporación de la educación sexual el sistema educativo. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, la primera de alcance federal en Argentina, surgió de los talleres de estrategias para la despenalización. Para entender estos complejos procesos, detengámonos por un momento en el análisis de las dos fuerzas antagónicas: el catolicismo integral y el feminismo. En la Argentina -como en casi todos los países latinoamericanos- las orientaciones del Vaticano son modeladoras de políticas públicas. Para encaminar este punto, citaremos brevemente algunos antecedentes que permiten ubicar el papel de la Iglesia católica en nuestro país. Su influencia encontrará un cauce en los años treinta, a partir de los golpes de Estado. Las Fuerzas Armadas y la Iglesia se convirtieron en los actores que impulsaron el proyecto de catolizar y nacionalizar la sociedad, argentinizar integralmente el catolicismo, catolizar íntegramente a la Argentina.
El 27 de febrero de 1946, tres días después de las elecciones, Evita de 26 años de edad pronunció su primer discurso político en un acto organizado para agradecer a las mujeres su apoyo a la candidatura de Perón.
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“Ha llegado la hora de la mujer que comparte una causa pública y ha muerto la hora de la mujer como valor inerte y numérico dentro de la sociedad Ha llegado la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste, atada e impotente, a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país, que es, en definitiva, el destino de su hogar”. Eva Perón.
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Eva comenzó abiertamente su carrera política acompañando a Juan Domingo Perón, como su esposa, en la campaña electoral para las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946. La participación de Eva en la campaña de Perón fue una novedad en la historia política argentina. En aquel momento las mujeres carecían de derechos políticos (excepto en San Juan) y las esposas de los candidatos tenían una presencia pública muy restringida y básicamente apolítica. Desde principio de siglo grupos de feministas, entre los que se destacaron personas como Alicia Moreau de Justo, Julieta Lanteri, Elvira Rawson de Dellepiane, habían reclamado sin éxito el reconocimiento de los derechos políticos para las mujeres.
En general, la cultura machista dominante consideraba una falta de feminidad que una mujer opinara de política. Eva fue la primera esposa de un candidato presidencial argentino en estar presente durante su campaña electoral y acompañarlo en sus giras. Según Pablo Vázquez, Perón venía proponiendo des-
de 1943 que había que reconocer el derecho al voto de las mujeres pero en 1945 la Asamblea Nacional de Mujeres presidida por Victoria Ocampo y otros sectores conservadores se opusieron a que una dictadura otorgara el voto femenino y el lema fue: “Sufragio femenino pero sancionado por un Congreso elegido en comicios honestos” y el proyecto finalmente no logró imponerse. El 8 de febrero de 1946, pocos días antes de finalizar la campaña, el Centro Universitario Argentino, la Cruzada de la Mujer Argentina y la Secretaría General Estudiantil organizaron un acto en el estadio Luna Park para manifestar el apoyo de las mujeres a la candidatura de Perón. Debido a que Perón no pudo asistir por encontrarse agotado, se anunció que María Eva Duarte de Perón lo reemplazaría en el uso de la palabra. Era la primera vez que Evita hablaría en un acto político. Sin embargo la oportunidad resultó frustrada porque el público reclamó airadamente la presencia de Perón e impidió que pudiera pronunciar su discurso. Durante la campaña electoral Eva no pudo ir más allá de su condición de esposa de Perón.
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Sin embargo ya en ese momento era evidente que su intención era desempeñar un papel político autónomo, incluso aunque las actividades políticas estuvieran prohibidas para las mujeres. Esta visión que ella misma tenía de su papel en el peronismo está expresado en un discurso pronunciado años después, el 1 de mayo de 1949: “Quiero terminar con una frase muy mía, que digo siempre a todos los descamisados de mi patria, pero no quiero que sea una frase más, sino que vean en ella el sentimiento de una mujer al servicio de los humildes y al servicio de todos los que sufren: “Prefiero ser Evita, antes de ser la esposa del Presidente, si ese Evita es dicho para calmar algún dolor en algún hogar de mi patria”.
María Eva Duarte de Perón, nacida el 7 de Mayo de 1919. Primera Dama durante 1946-1952. Presidente del Partido Peronista Femenino.
El 24 de febrero de 1946 se realizaron las elecciones triunfando la fórmula Perón-Quijano con un 54% de los votos. En la historia argentina existe un reconocimiento unánime sobre el hecho de que Evita realizó una tarea decisiva para el reconocimiento de la igualdad de derechos políticos y civiles entre hombres y mujeres. Durante su gira europea precisó con claridad su punto de vista frente a esta cuestión: “Este siglo no pasará a la historia con el
nombre de «siglo de la desintegración atómica» sino con otro nombre mucho más significativo: «siglo del feminismo victorioso»”. El 27 de febrero de 1946, tres días después de las elecciones, Evita de 26 años de edad pronunció su primer discur-
so político en un acto organizado para agradecer a las mujeres su apoyo a la candidatura de Perón. En esa oportunidad Evita exigió la igualdad de derechos para hombres y mujeres y en particular el sufragio femenino: “La mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. La mujer debe afirmar su acción, la mujer debe votar. La mujer, resorte moral de su hogar, debe ocupar el sitio en el complejo engranaje social del pueblo. Lo pide una necesidad nueva de organizarse en grupos más extendidos y remozados. Lo exige, en suma, la transformación del concepto de mujer, que ha ido aumentando sacrificadamente el número de sus deberes sin pedir el mínimo de sus derechos”. Manifestación de mujeres frente al Congreso Nacional por la ley de Voto Femenino, 1948.
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medidas
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ADMISIÓN Históricamente, en el mundo occidental, las mujeres han usado vestidos e indumentaria parecida a las faldas, mientras que, solo los hombres, usaban pantalones. A finales del siglo XIX, las mujeres empezaron a usar pantalones para el trabajo industrial. Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres llevaban los pantalones de su marido cuando acudían a su empleo ya que ir con faldas no era demasiado cómodo, y en la década de 1970 se fabricaron pantalones de moda, más estilizados, con diferentes géneros especiales para las mujeres.
L
a feminista estadounidense Amelia Bloomer diseñó una falda a la altura de la rodilla usada sobre unos pantalones anchos, inspirándose en el traje tradicional turco. Presentó esta única prenda en su periódico Lily, pero no tuvo aceptación. De hecho, las mujeres que se atrevían a usar este traje eran criticadas, sobre todo porque parecían demasiado masculinas. Los críticos pensaban que las mujeres que usaban estos bloomers, como se les llegó a conocer, podrían llegar a comportarse como hombres. Como la mayoría de las mujeres que usaban esta prenda pertenecían al incipiente movimiento en pro de los derechos de las mujeres, esto representaba una amenaza definitiva a la que se afrontaba la sociedad. El intento de Amelia Bloomer por introducir esta moda en Europa no sólo fue recibido con burlas, sino con abierta hostilidad. No fue sino hasta fines del siglo XIX que se difundió entre las mujeres el uso de los pantalones, pero, incluso entonces, sólo como traje para pasear en bicicleta, actividad que causó furor en la década de 1890 y marcó el lanzamiento de los knickerbockers, pantalones bombachos ceñidos a la rodilla. Cuando las mujeres comenzaron a montar a caballo, a horcajadas, más que sobre la silla de montar lateral, en la década de 1880, la falda pantalón se puso de moda en Estados Unidos. Para 1920, algunas mujeres usaban pantalones de montar; sin embargo, el principal liberador de la indumentaria femenina fue la guerra. Cuando durante las dos guerras mundiales se exhortó a las mujeres a trabajar en las fábricas y en otros lugares que solían ser exclusivos de los hombres, muchas adoptaron el uso de uniformes y overoles, prenda más práctica que de ornato. La moda incluía los pantalones para el trabajo pesado. Quizá se esperaba que las mujeres regresaran a las labores domésticas y a atavíos más femeninos cuando los hombres regresaran al hogar; no obstante, fue difícil abandonar la recién descubierta libertad de usar pantalones, de manera que las mujeres continuaron usando pantalones, cortos y largos, por comodidad y conveniencia, con distintos grados de anuencia de la comunidad en general. Hoy día hay pocos países donde los pantalones no forman parte de la moda femenina.
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Las dos Guerras Mundiales terminaron con el uso del pantalón por parte de las mujeres de forma generalida por razones puramente prácticas: las mujeres trabajaban en las fábricas, formaban parte del ejército... Además al aparecer en todos los medios publicada fue a creando una imagen en las cabezas de todos que propició la aceptación. Hasta la princesa Isabel II apareció en pantalón arreglando una rueda en una foto que todos los periódicos publicaron. Ya en plena Guerra Fría, el pantalón se inscribió claramente en el campo de la libertad, mientras que en la Unión Soviética la voluntad igualitaria y la hostilidad a una moda burguesa sirvieron de pretexto al rechazo de esa excentricidad. Vestimenta tabú para las autoridades soviéticas, el pantalón estuvo, sin embargo, presente en los desfiles de moda de todos los países del Este. Y si bien terminó por popularizarse en las ciudades alrededor de 1970, las viejas generaciones soviéticas nunca llegaron a aceptarlo. Después de la rebelión estudiantil del 68, las jovencitas siguieron teniendo prohibido ir con pantalón al colegio secundario. Sólo estaba autorizado en los días de mucho frío. En 1976, Alice Saunier-Seïté en 1972, una joven consejera técnica de Edgar Faure, entonces ministro francés de Asuntos Sociales, intentó entregar un mensaje a su jefe, que se encontraba en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, pero el ujier le prohibió la entrada, debido a su vestimenta. “Si es mi pantalón lo que le molesta, me lo saco ya mismo”, contestó la interesada, que fue autorizada a penetrar de inmediato en ese templo de la democracia. “Está prohibido prohibir”, decían los muros de París en Mayo de 1968. Sin embargo, si bien la ordenanza napoleónica de 1800 había caído en el olvido, la prohibición del uso del pantalón femenino no fue por fin derogada hasta fecha reciente: “La controvertida ordenanza, que impedía a las parisinas vestir pantalones, nunca ha sido explícitamente anulada. Ahora, una respuesta oficial del Ministerio de los Derechos de las Mujeres enviada al Senado el pasado 31 de enero establece que la norma, en tanto que vulnera el principio de igualdad de derechos entre hombres y mujeres consagrado en la Constitución, debe considerarse “implícitamente abrogada” y carece de todo efecto jurídico”.
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Nuevos usos L
a autora de Una historia política del pantalón señala que la progresiva popularización del pantalón a lo largo del siglo XX no fue sólo producto de la lucha por la igualdad de sexos. Otros factores también influyeron: la banalización de las actividades deportivas, pero también el higienismo, la preocupación por proteger el cuerpo femenino y desde luego, el aumento vertiginoso del trabajo femenino, que se aceleró al final de cada una de las guerras mundiales. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia sobre su emancipación desde fines del siglo XIX: la democratización de la bicicleta. El historiador Christopher Thompson, que se interesó en las ciclistas, considerándolas “el tercer sexo”, diagnosticaba una doble revolución en la vestimenta y en el terreno sexual, que se operaba en la burguesía urbana. “Es verdad que el desarrollo de ese deporte ha hecho dar al sexo femenino un paso importante en el camino de su emancipación, de la afirmación de su personalidad. Pero también es verdad que el pantalón o la falda muy corta, recientemente inauguradas por las cyclewomen, les da una fisonomía hasta ahora desconocida”, escribió en 1896. “Esta revolución en la ropa podría tener una consecuencia muy grave. Por primera vez, sin que la ley pueda garantizar al hombre el monopolio, la mujer le disputa el atributo del uso masculino por excelencia: el pantalón. Históricamente, en el mundo occidental, las mujeres han usado vestidos e indumentaria parecida a las faldas, mientras que, los hombres, usaban pantalones. A finales del siglo XIX, las mujeres empezaron a usar pantalones para el trabajo industrial. Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres llevaban los pantalones de su marido cuando acudían a su empleo, y en la década de 1970 se fabricaron pantalones de moda, especiales, para las mujeres. En Estados Unidos, esto pudo deberse a la aprobación del título IX de las Enmiendas de Educación de 1972, que hizo que la educación pública tratase por igual tanto a hombres como a mujeres, y que no se exigiese a las estudiantas un código de vestimenta diferenciado, ya que esté cambió en casi todas las las escuelas públicas de Estados Unidos. Hoy en día, las mujeres usan pantalones con más frecuencia que faldas, y muchas de ellas llevan pantalones casi todo el tiempo.[cita requerida] Si bien los pantalones para mujeres no se convirtieron en artículos de moda en los países occidentales hasta finales del siglo XX, desde el siglo XIX las mujeres comenzaron a usar pantalones de hombre (debidamente modificados) para el trabajo al aire libre. Las muchachas mineras marrones de Wigan provocaron polémica en la sociedad victoriana a raíz del uso de pantalones para el trabajo peligroso en las minas de carbón. Vestían faldas sobre los pantalones y las hacían rodar hasta la cintura para mantenerlas fuera de camino. Las mujeres que trabajaban en granjas en el oeste americano del siglo XIX también llevaba pantalones de equitación y, a principios del siglo XX, muchas veces las aviadoras y otras mujeres que trabajaban también llevaban pantalones. Hola que tal todo bien pero podriamos. El hecho de que actrices como Marlene Dietrich y Katharine Hepburn con frecuencia fueran fotografiadas de pantalones de la década de 1930 ayudó a que los pantalones fueran más aceptados por las mujeres. Durante la Segunda Guerra Mundial, las mujeres que trabajaban, usaban pantalones cuando el trabajo lo exigía.
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Primer traje de mujer, en la década del 60. Inspirado en los originales trajes masculinos, el look completo tiene un dejo de masculinidad. Las mujeres se incorporaban al mundo empresarial.
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En 1972, una joven consejera técnica de Edgar Faure, entonces ministro francés de Asuntos Sociales, intentó entregar un mensaje a su jefe, que se encontraba en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, pero el ujier le prohibió la entrada, debido a su vestimenta. “Si es mi pantalón lo que le molesta, me lo saco ya mismo”, contestó la interesada, que fue autorizada a penetrar de inmediato en ese templo de la democracia. Esa anécdota, evocada por su protagonista -la actual ministra de Justicia, Michèlle Alliot-Marie- demuestra que hace apenas 40 años, a pesar de la invención del tailleur-pantalón de Yves Saint-Laurent, esa prenda tenía serias dificultades para entrar en la cabeza de los hombres cuando era llevada por las mujeres. Durante mucho tiempo el pantalón representó un problema tanto para los hombres como para las mujeres. Sobre todo, fue instrumento de conflicto en su calidad de atributo del poder masculino. En 1920, cuando los dirigentes del movimiento socialista francés reprochaban a su camarada Madeleine Pelletier que llevara cabello corto y pantalón viril, esa gran figura del feminismo radical respondía invariablemente: “Mi vestimenta dice al hombre: ´Yo soy tu igual´”, para que no haya diferencias. Es fácil deducirlo: la cuestión del pantalón fue un problema eminentemente político. Al comienzo, sin embargo, el pantalón fue “la prenda del vencido, del bárbaro, del pobre, del campesino, del marino, del artesano, del niño y del bufón”.Esa anécdota, evocada por su protagonista. El origen de la palabra “pantalón” es reciente. Viene del apodo que recibían los venecianos, adeptos a unos calzones largos y angostos llamados pantalone en honor al santo que veneraban, Pantaleón. En la Comedia del Arte, el personaje conocido como Pantaleone o Pantaleón es el viejo mercader tacaño, unas veces rico y apreciado por la nobleza, y otras veces arruinado, pero siempre muy particular. Un hombre ingenuo y crédulo, al que siempre se intenta burlar. Para ocultar su edad, en su afán de atraer a las mujeres, Pantaleone lleva una extraña indumentaria turca, que consiste en un calzón ajustado a las piernas y ceñido hasta las rodillas. En su recorrido por Europa, la Comedia del Arte puso de moda esos calzones a fines del siglo XVII, sobre todo en Francia y en Inglaterra, donde se los llamó pantaloons. Otro universo original del pantalón fue la marina: a partir del siglo XVII, la prenda fue adoptada por los marineros. Los pescadores, por su parte, usaban un pantalón que variaba en largo y ancho, según la localidad donde habían nacido. Fue justamente el pantalón marinero el que inspiró, a fines del siglo XVII, la moda para los niños de la aristocracia y la nobleza. Es por eso que cerca de 1790, relata Bard, el delfín de la corona de Francia posó con ese tipo de pantalón, levemente ajustado en los tobillos con una cinta azul fue altamente criticado. La innovación, originada en Inglaterra, representó una mayor comodidad de la vestimenta infantil, liberada por fin de las ballenas que encorsetaban el cuerpo. Ya se sabe que lo prohibido siempre se desea más, y medio siglo después, por iniciativa de las mujeres feministas, el pantalón adquiere todo su valor y por vez primera se utiliza como arma política para desafiar el dominio masculino. “Si una mujer salía a la calle con pantalones se la tachaban de travesti y revelaba un mundo invertido muy del gusto de los humoristas”, cuenta la autora. Gracias a la militante feminista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies. Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella.
La autora de Una historia política del pantalón señala que la progresiva popularización del pantalón a lo largo del siglo XX no fue sólo producto de la lucha por la igualdad de sexos. Otros factores también influyeron: la banalización de las actividades deportivas, pero también el higienismo, la preocupación por proteger el cuerpo femenino y desde luego, el aumento vertiginoso del trabajo femenino, que se aceleró al final de cada una de las guerras mundiales. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia sobre su emancipación desde fines del siglo XIX: la democratización de la bicicleta. Lo que provoco que todo el mundo comience a usarlos, solo una minoría rechazo este nuevo estilo. La sociedad crecío en grandes can-
tidades por lo que se masificó.Christopher Thompson, que se interesó en las ciclistas, considerándolas “el tercer sexo”, diagnosticaba una doble revolución en la vestimenta y en el terreno sexual, que se operaba en la burguesía urbana. “Es verdad que el desarrollo de ese deporte ha hecho dar al sexo femenino un paso importante en el camino de su emancipación, de la afirmación de su personalidad.” Pero también
es verdad que el pantalón o la falda muy corta, recientemente inauguradas por las cyclewomen, les da una fisonomía hasta ahora desconocida. Esta revolución en la ropa podría tener, moralmente, una consecuencia muy grave ya que la sociedad no lo aceptaría como era de esperarse, provocando la revelion de algunos sector machistas, quienes querian impedir la independecia de la mujer. Por primera vez, sin que la ley pueda garantizar al hombre el monopolio, la mujer le disputa el atributo masculino por excelencia: el pantalón. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia.
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Mujeres E
n 1972, una joven consejera técnica de Edgar Faure, por ese entonces ministro francés de Asuntos Sociales, intentó dar un mensaje a su jefe, que se encontraba en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, pero el ujier le prohibió la entrada, debido a su vestimenta. “Si es mi pantalón lo que le molesta, me lo saco ya mismo”, contestó la interesada, que fue autorizada a penetrar de inmediato en ese templo de la democracia. Esa anécdota, evocada por su protagonista -la actual ministra de Justicia, Michèlle Alliot-Marie- demuestra que hace apenas 40 años, a pesar de la invención del tailleur-pantalón de Yves Saint-Laurent, esa prenda tenía serias dificultades para entrar en la cabeza de los hombres cuando era llevada por las mujeres. Durante mucho tiempo el pantalón repre-
sentó un problema tanto para los hombres como para las mujeres. Sobre todo, fue instrumento de conflicto en su calidad de atributo del poder masculino. En 1920, cuando los dirigen-
tes del movimiento socialista francés reprochaban a su camarada Madeleine Pelletier que llevara cabello corto y pantalón viril, esa gran figura del feminismo radical respondía invariablemente: “Mi vestimenta dice al hombre: ´Yo soy tu igual´.”. Es fácil deducirlo: la cuestión del pantalón fue un problema eminentemente político. Al comienzo, sin embargo, el pantalón fue “la prenda del vencido, del bárbaro, del pobre, del campesino, del marino, del artesano, del niño y del bufón”.Esa anécdota, evocada por su protagonista. El origen de la palabra “pantalón” es reciente. Viene del apodo que recibían los venecianos, adeptos a unos calzones largos y angostos llamados pantalone en honor al santo que veneraban, Pantaleón. En la Comedia del Arte, el personaje conocido como Pantaleone o Pantaleón es el viejo mercader tacaño, unas veces rico y apreciado por la nobleza, y otras veces arruinado, pero siempre muy particular. Un hombre ingenuo y crédulo, al que siempre se intenta burlar. Para ocultar su edad, en su afán de atraer a las mujeres, Pantaleone lleva una extraña indumentaria turca, que consiste en un calzón ajustado a las piernas y ceñido hasta las rodillas, luego seguia ceñido. En su recorrido por Europa, la Comedia del Arte puso de moda esos calzones a fines del siglo XVII, sobre todo en Francia y en Inglaterra, donde se los llamó pantaloons. Otro universo original del pantalón fue la marina: a partir del siglo XVII, la prenda fue adoptada por los marineros. Los pescadores, por su parte, usaban un pantalón que variaba en largo y ancho, según la localidad donde habían nacido. Fue justamente el pantalón marinero el que inspiró, a fines del siglo XVII, la moda para los niños de la aristocracia y la nobleza. Es por eso que cerca de 1790, relata Bard, el delfín de la corona de Francia posó con ese tipo de pantalón, levemente ajustado en los tobillos con una cinta azul. La innovación, originada en Inglaterra, representó una mayor comodidad de la vestimenta infantil, liberada por fin de las ballenas que encorsetaban el cuerpo. Ya se sabe que lo prohibido siempre se desea más, y medio siglo después, por iniciativa de las mujeres feministas, el pantalón se adquiere todo su valor y por vez primera se utiliza como un arma política para desafiar el dominio masculino. “Si una mujer salía a la calle con pantalones se la tachaban de travesti y revelaba un mundo invertido muy del gusto de los humoristas”, cuenta la autora. Gracias a la militante feminista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies. Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella.
“La profundidad de una persona no se mide por la huella que deja al pasar, sino por la distancia que abarca su mirada”. Coco Chanel
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lo largo de la historia y durante este período, el pantalón, más que como una prenda práctica y cómoda, se ha erigido como símbolo de poder político y libertad. Prueba de ello es que “aunque la mujer logró la igualdad civil y laboral, el hombre ni consintió ni aceptó que se vistiera como él. Así el siete de noviembre de 1800, “una ordenanza de la jefatura de policía de París, prohíbe a las mujeres el uso de prendas del sexo opuesto”, detalla Bard en el libro. Ya se sabe que lo prohibido siempre se desea más, y medio siglo después, por iniciativa de las mujeres feministas, el pantalón adquiere todo su valor y por vez primera se utiliza como arma política para desafiar el dominio masculino.
“Si una mujer salía a la calle con pantalones se la tachaban de travesti y revelaba un mundo invertido muy del gusto de los humoristas”, cuenta la autora. Gracias a la militante femi-
nista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies. Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella. “Una mujer con pantalón nunca será un hombre apuesto”, decía la diseñadora francesa. El entusiasmo por la modernidad, los tímidos pasos en el deporte y la incorporación de la mujer al mundo laboral favorece el uso del pantalón, prenda que en el siglo XX entra y sale del armario femenino por razones exclusivamente prácticas. Sobre todo durante la II Guerra Mundial cuando la mujer se incorpora a trabajar en las fábrica y asiste a los soldados en los campos de batalla.A partir de ese momento, el pantalón se convierte en el compañero de viaje de la emancipación de la mujer. “A pesar de estos logros, son una minoría las mujeres que en aquélla época llevan pantalones” relata Christine Bard quien desvela que “la actriz Marlene Dietrich fue capaz de desprender erotismo y sensualidad con pantalones, además de ofrecer una imagen de mujer fatal ultrafemenina”. El cine no ignora el auge del pantalón sobre la silueta femenina y en el filme “La Costilla de Adán” aparece una bellísima Katharine Hepburn vestida con pantalones. Más joven, la actriz Audrey Hepburn es quien mejor encarna el nuevo estilo de mujer moderna, capaz de conjugar la elegancia parisina con las líneas más “casual”, un estilo que la convierte en la embajadora del pantalón. Otro icono femenino de la modernización es Brigitte Bardot, actriz que luce como nadie el pantalón pirata de “vichy”, modelo que sólo el modisto Hubert Givenchy proponía y destinaba para los días de descanso y vacaciones.
Ganas fuerza, coraje y confianza en cada experiencia en la que realmente te detienes a mirar el miedo a la cara. Eres capaz de decirte a ti misma: “Yo he pasado por esto antes. Puedo tomar la siguiente prueba que se presente. Debes hacer lo que crees que no puedes hacer”. Eleanor Roosevelt
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La autora de Una historia política del pantalón señala que la progresiva popularización del pantalón a lo largo del siglo XX no fue sólo producto de la lucha por la igualdad de sexos. Otros factores también influyeron: la banalización de las actividades deportivas, pero también el higienismo, la preocupación por proteger el cuerpo femenino y desde luego, el aumento vertiginoso del trabajo femenino, que se aceleró al final de cada una de las guerras mundiales. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia sobre su emancipación desde fines del siglo XIX: la democratización de la bicicleta. Lo que provoco que todo el mundo comience a usarlos, solo una minoría rechazo este nuevo estilo. La sociedad crecío en grandes cantidades por lo que se masificó.Christopher Thompson, que se interesó en las ciclistas, considerándolas “el tercer sexo”, diagnosticaba una doble revolución en la vestimenta y en el terreno sexual, que se operaba en la burguesía urbana. “Es verdad que el desarrollo de ese deporte ha hecho dar al sexo femenino un paso importante en el camino de su emancipación, de la afirmación de su personalidad. Pero también es verdad que el pantalón o la falda muy corta, recientemente inauguradas por las cyclewomen, les da una fisonomía hasta ahora desconocida”, escribió en 1896. “Esta revolución en la ropa podría tener, moralmente, una consecuencia muy grave [...]. Por primera vez, sin que la ley pueda garantizar al hombre el monopolio, la mujer le disputa el atributo masculino por excelencia: el pantalón. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia sobre su emancipación desde fines del siglo XIX: la democratización de la bicicleta. Christopher Thompson fue un importante diseñador que impulso este estilo en sus diseños en la colección.
“La moda no es sublime. Lo es la armonía que reina entre el traje y la mujer. La unión absoluta, la alquimia”. Alberta Ferreti
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AFINACIÓN La moda (del francés, mode y éste del latín, modus, modo o medida) indica en su significado más amplio una elección o, mejor dicho, un mecanismo regulador de elecciones, realizadas en función de criterios subjetivos asociados al gusto colectivo. La moda son tendencias repetitivas, ya sea de ropa, accesorios, estilos de vida y maneras de comportarse, que marcan o modifican la conducta de una persona. La moda en términos de ropa, se define como aquellas tendencias y géneros en masa que la gente adopta y utiliza para poder resaltar ciertos aspectos.
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ucesor del calzón, el pantalón simbolizó la masculinidad y el poder. Durante la Revolución Francesa expresó los valores de republicanos y se convirtió en un elemento clave de nuevo orden político” narra la socióloga. Es más, en “el Antiguo Régimen la mujer fue privada de todos sus derechos, incluso de lucir pantalón”. A lo largo de la historia, el pantalón, más que como una prenda práctica y cómoda, se ha erigido como símbolo de poder político y libertad. Prueba de ello es que “aunque la mujer logró la igualdad civil y laboral, el hombre ni consintió ni aceptó que se vistiera como él. Así el siete de noviembre de 1800, “una ordenanza de la jefatura de policía de París, prohíbe a las mujeres el uso de prendas del sexo opuesto”, detalla Bard en el libro. Ya se sabe que lo prohibido siempre se desea más, y medio siglo después, por iniciativa de las mujeres feministas, el pantalón adquiere todo su valor y por vez primera se utiliza como arma política para desafiar el dominio masculino. “Si una mujer salía a la calle con pantalones se la tachaban de travesti y revelaba un mundo invertido muy del gusto de los humoristas”, cuenta la autora. Gracias a la militante feminista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies. Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella.
“Una mujer con pantalón nunca será un hombre apuesto”, decía la diseñadora francesa. El entusiasmo por el inicio de modernidad, los tímidos pasos en el deporte y incorporación de la mujer al mundo laboral favorece el uso del pantalón, prenda que en el siglo XX entra y sale del armario femenino por razones exclusivamente prácticas. En todo caso la solución era modificar los moldes, y luego realizar los cortes en las nuevas telas. Sobre todo durante la II Guerra Mundial cuando la mujer se incorpora a trabajar en las fábrica y asiste a los soldados en los campos de batalla.A partir de ese momento, el pantalón se convierte pantalón se convierte en el compañero de viaje.
“A pesar de estos logros, son una minoría las mujeres que en esa época llevan pantalones” relata Christine Bard quien desvela que “la actriz Marlene Dietrich fue capaz de desprender erotismo y sensualidad con pantalones, además de ofrecer una imagen de mujer fatal ultrafemenina”. El cine no ignora el auge del pantalón sobre la silueta femenina y en el filme “La Costilla de Adán” aparece una bellísima Katharine Hepburn vestida con pantalones. Más joven, la actriz Audrey Hepburn y tal vez así lograron poder ingresar es quien mejor encarna el nuevo estilo de mujer moderna, capaz de conjugar la elegancia parisina con las líneas más “casual”, un estilo que la convierte en la embajadora del pantalón. Otro icono femenino de la modernización es Brigitte Bardot, actriz que luce como nadie el pantalón pirata de “vichy”, modelo que sólo el modisto Hubert Givenchy proponía y destinaba para los días de descanso y vacaciones. En plena guerra fría, el pantalón se inscribe en un campo llamado libertad, “aunque la Unión Soviética lo califica de prenda de carácter deportivo, útil para el trabajo en la industria y para viajar”, escribe Bard. Como la moda no ignora la emancipación de la mujer, el pantalón femenino brilla tanto en las colecciones de Alta Costura que en el año 1965 su producción supera a la de las faldas. Visionario y con gran talento, Yves Saint Laurent implantó el pantalón en el guardarropa de la mujer. “Poco a poco hice un guardarropa calcado al del hombre. ¡No hay nada más hermoso que una mujer con un traje masculino, ya que toda su femeneidad entra en juego”, decía Yves Saint Laurent, diseñador que en 1966 convierte el esmoquin, símbolo del poder masculino, en una pieza hiperfemenina. Este diseñador rediseño la imagen de la mujer de acuerdo con influencias provenientes de las diosas griegas, contorneando sus curvas y siluetas. En la década de los setenta, con la llegada de los vaqueros y el movimiento hippy, el pantalón abraza por igual a ambos sexos y su uso se hizo general. “Hoy una mujer con pantalón, pelo corto y zapatos planos no se percibe como una travestida, sin embargo si un hombre que luce vestido y tacones, es un travesti”, concluye la autora. Ironías de la vida.
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Dise単os Propios
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A pesar de esos avances, el pantalón siguió contando con acérrimos enemigos a lo largo del siglo XX. La Iglesia, históricamente obsesiva en cuanto a las apariencias, multiplicó sus condenas entre las dos guerras. En octubre de 1919, el papa Benedicto XV declaró: “Es un deber grave y urgente condenar las exageraciones de la moda. Nacidas de la corrupción de quienes las lanzan, esas toilettes inapropiadas son uno de los fermentos más poderosos de la corrupción de la moral”. El catolicismo practicante estigmatizaba las frivolidades, los trajes de playa y de deporte, el maquillaje, las joyas, los vestidos cortos de 1925, los brazos desnudos, las danzas modernas, el “mal” teatro y el “mal” cine.
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xplorando el tema del pantalón es posible cruzarse con al menos algunas de las figuras que más hicieron por la libertad y la igualdad de la mujer. Naturalmente, están George Sand y Colette, pero también Sarah Bernhardt y Brigitte Bardot.La prenda liberadora fue recuperada por los utopistas del siglo XIX y, después, por escritoras y artistas. En 1820, prácticamente todos los hombres habían adoptado el pantalón. Para las mujeres, por el contrario, la moda y las leyes napoleónicas imponían rigideces cada vez mayores. Para el socialismo y el feminismo, ambos de dimensión internacional, la vestimenta comenzó a ser un instrumento de lucha. Ésa era, por ejemplo, la opinión de la inglesa Catherine Bamby, que publicó en Londres The Demand for the Emancipation of Women (1843).“La mujer es esclava de las instituciones políticas, pero también sierva de las reglas sociales: las costumbres, sobre todo vestimentarias, la tiranizan”, escribió. “Yo me vestía
de hombre para no molestar ni ser molestada”, dirá la militante anarquista Louise Michel (1830-1905). Aunque muchas
veces, por el contrario, se trataba precisamente de molestar. Colette llevaba un traje de hombre y se mostraba en público con una dama en pantalón que pasaba por un hombre. Otras veces se vestía de marinero. “Quiero hacer lo que se me da la gana. Quiero jugar a la pantomima, incluso hacer comedia. Quiero bailar desnuda si la ropa me molesta o arruina mi plástica”, declaró a un periodista en 1907. Pero la querella de la culotte adquirió a veces contornos inesperados. Madeleine Pelletier defendió “la virilización” de las mujeres. La deportista Violette Morris (1893-1944), que nunca fue precisamente una feminista, se sometió a una ablación de los senos, antes de participar activamente como torturadora de miembros de la Resistencia en la Segunda Guerra Mundial. Esos casos demuestran hasta qué punto la historia del pantalón fue ambivalente. Según Bard, recién en 1851 el pantalón fue utilizado como arma política para desafiar la dominación masculina. La iniciativa pertenece a las feministas estadounidenses, entre ellas Amelia Bloomer, cuyo nombre dio origen a una corriente denominada bloomerism, en honor al pantalón tipo bombachón que solía llevar.
“Está prohibido prohibir”, decían los muros de París en Mayo de 1968. Sin embrago, si bien la ordenanza napoleónica de 1800 había caído en el olvido, la prohibición del uso del pantalón femenino nunca fue derogada y sigue rigurosamente vigente en Francia. Después de la rebelión estudiantil del 68, las jovencitas siguieron teniendo prohibido ir con pantalón al colegio secundario. Sólo estaba autorizado en los días de mucho frío. Profesora en el prestigioso liceo Henri IV de París, Colette Cosnier relata hoy un episodio que la marcó, cuando el director la reprendió porque vestía un pantalón un día de frío glacial. Yo siempre me pongo uno. Contrariamente a lo que se podría suponer en el mundo occidental. Donde el respeto por la libertad y el libre albedrío son el fundamento de la sociedad, aún hoy los uniformes son la norma (en la restauración, la seguridad o el transporte) y los empleadores suelen exigir una “correcta presentación”. En el Viejo Continente, ni la Convención Europea de Derechos Humanos ni la Carta de Derechos Fundamentales del Ciudadano evocan la libertad para vestirse. Todavía hoy, hay mujeres en ciertos países de Europa y Estados Unidos que son despedidas por vestirse con pantalón. Y no hay duda de que la apreciación de lo que podría llamarse “una vestimenta apropiada” es uno de los terrenos donde el abuso de poder del empleador puede ejercerse con más facilidad. Sin embargo, a
pesar de todos los esfuerzos por contenerlo, el pantalón progresó inexorablemente. La moda fue su vector privilegiado y la que le otorgó sus letras de nobleza. Hoy, el mundo profesional
lo acepta mucho más fácilmente aun cuando la falda sigue siendo casi obligatoria en ciertos actos públicos o sociales. Christine Bard reconoce que no es fácil hallar estadísticas precisas para cifrar esa vertiginosa evolución. Sin embargo, entre 1971 y 1972, repertoriado en la categoría “prendas de deporte”, las mujeres mayores de 14 años habían comprado en Francia unos 12.363 pantalones por año. Diez años después, ese rubro había aumentado a 2,7 millones. En 1984, las mujeres francesas utilizaron 17 millones de pantalones. Por primera vez en su historia, y sin distinción de sexos.
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Esta confección de tela de distintos materiales (algodón, mezclilla, poliéster, pana, etc.) tiene tres aberturas; una de ellas se ajusta a la cintura y las otras dos en cada una de las piernas. Los pantalones pueden ser largos, en cuyo caso las bocas de las piernas llegan a la altura de los tobillos o incluso más abajo, o pueden ser cortos en distintas graduaciones, que van desde la pantorrilla (piratas) hasta la rodilla (pantaloneta) o la ingle (mini-cortos). Cuando la largura llega a media pantorrilla se denominan pantalones Capri. Esta vestimenta es usada tanto por hombres como por mujeres. Suele tener también accesorios tales como bolsillos para guardar elementos personales, cremallera (bragueta en el caso de los varones), para poder vestir más fácilmente aquellos de materiales menos flexibles, y pasacintos, para poder sostener aquellos que sean holgados de cintura. La palabra pantalón procede de Pantaleón, personaje de la Comedia del Arte que vestía una prenda característica de este tipo. Christine Bard, una de las principales representantes de los gender studies en Francia, relata con erudición e ironía esa epopeya femenina, que fue probablemente más difícil que la toma de la Bastilla. Bard retrata esa aventura fascinante en Une histoire politique du pantalon en su primera edición.
“La moda está en el cielo, en la calle, la moda tiene que ver con las ideas, con nuestro modo de vida, con lo que está pasando”. La autora de Una historia política del pantalón señala que la progresiva popularización del pantalón a lo largo del siglo XX no fue sólo producto de la lucha por la igualdad de sexos. Otros factores también influyeron: la banalización de las actividades deportivas, pero también el higienismo, la preocupación por proteger el cuerpo femenino y desde luego, el aumento vertiginoso del trabajo femenino, que se aceleró al final de cada una de las guerras mundiales. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia sobre su emancipación desde fines del siglo XIX: la democratización de la bicicleta. Lo que provoco que todo el mundo comience a usarlos, solo una minoría rechazo este nuevo estilo. La sociedad crecío en grandes cantidades por lo que se masificó.Christopher Thompson, que se interesó en las ciclistas, considerándolas “el tercer sexo”, diagnosticaba una doble revolución en la vestimenta y en el terreno sexual, que se operaba en la burguesía urbana. “Es verdad que el desarrollo de ese deporte ha hecho dar al sexo femenino un paso importante en el camino de su emancipación, de la afirmación de su personalidad. Pero también es verdad que el pantalón o la falda muy corta, recientemente inauguradas por las cyclewomen, les da una fisonomía hasta ahora desconocida”, escribió en 1896 esta frase que fue recordada. “Esta revolución en la ropa podría tener, moralmente, una consecuencia muy grave [...]. Por primera vez, sin que la ley pueda garantizar al hombre el monopolio, la mujer le disputa el atributo masculino por excelencia: el pantalón. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia sobre su emancipación desde fines del siglo XIX: la democratización de la bicicleta. Christopher Thompson.
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n 1972, una joven consejera técnica de Edgar Faure, entonces ministro francés de Asuntos Sociales, intentó entregar un mensaje a su jefe, que se encontraba en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, pero el ujier le prohibió la entrada, debido a su vestimenta. “Si es mi pantalón lo que le molesta, me lo saco ya mismo”, contestó la interesada, que fue autorizada a penetrar de inmediato en ese templo de la democracia. Esa anécdota, evocada por su protagonista -la actual ministra de Justicia, Michèlle Alliot-Marie- demuestra que hace apenas 40 años, a pesar de la invención del tailleur-pantalón de Yves Saint-Laurent, esa prenda tenía serias dificultades para entrar en la cabeza de los hombres cuando era llevada por las mujeres. Durante mucho tiempo el pantalón representó un problema tanto para los hombres como para las mujeres. Sobre todo, fue instrumento de conflicto en su calidad de atributo del poder masculino. En 1920, cuando los dirigentes del movimiento socialista francés reprochaban a su camarada Madeleine Pelletier que llevara cabello corto y pantalón viril, esa gran figura del feminismo radical respondía invariablemente: “Mi vestimenta dice al hombre: ´Yo soy tu igual´.”. Es fácil deducirlo: la cuestión del pantalón fue un problema eminentemente político. Al comienzo, sin embargo, el pantalón fue “la prenda del vencido, del bárbaro, del pobre, del campesino, del marino, del artesano, del niño y del bufón”.Esa anécdota, evocada por su protagonista. El origen de la palabra “pantalón” es reciente. Viene del apodo que recibían los venecianos, adeptos a unos calzones largos y angostos llamados pantalone en honor al santo que veneraban, Pantaleón. En la Comedia del Arte, el personaje conocido como Pantaleone o Pantaleón es el viejo mercader tacaño, unas veces rico y apreciado por la nobleza, y otras veces arruinado, pero siempre muy particular. Un hombre ingenuo y crédulo, al que siempre se intenta burlar. Para ocultar su edad, en su afán de atraer a las mujeres, Pantaleone lleva una extraña indumentaria turca, que consiste en un calzón ajustado a las piernas y ceñido hasta las rodillas. En su recorrido por Europa, la Comedia del Arte puso de moda esos calzones a fines del siglo XVII, sobre todo en Francia y en Inglaterra, donde se los llamó pantaloons. Otro universo original del pantalón fue la marina: a partir del siglo XVII, la prenda fue adoptada por los marineros para realizar sus actividades. Los pescadores, por su parte, usaban un pantalón que variaba en largo y ancho, según la localidad donde habían nacido. Fue justamente el pantalón marinero el que inspiró, a fines del siglo XVII, la moda para los niños de la aristocracia y la nobleza. Es por eso que cerca de 1790, relata Bard, el delfín de la corona de Francia posó con ese tipo de pantalón, levemente ajustado en los tobillos con una cinta azul. La innovación, originada en Inglaterra, representó una mayor comodidad de la vestimenta infantil, liberada por fin de las ballenas que encorsetaban el cuerpo. Ya se sabe que lo prohibido siempre se desea más, y medio siglo después, por iniciativa de las mujeres feministas, el pantalón adquiere todo su valor y por vez primera se utiliza como arma política para desafiar el dominio masculino. “Si una mujer salía a la calle con pantalones se la tachaban de travesti y revelaba un mundo invertido muy del gusto de los humoristas”, cuenta la autora. Gracias a la militante feminista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies. Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella.
La autora de Una historia política del pantalón señala que la progresiva popularización del pantalón a lo largo del siglo XX no fue sólo producto de la lucha por la igualdad de sexos. Otros factores también influyeron: la banalización de las actividades deportivas, pero también el higienismo, la preocupación por proteger el cuerpo femenino y desde luego, el aumento vertiginoso del trabajo femenino, que se aceleró al final de cada una de las guerras mundiales. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia sobre su emancipación desde fines del siglo XIX: la democratización de la bicicleta. Lo que provoco que todo el mundo comience a usarlos, solo una minoría rechazo este nuevo estilo. La sociedad crecío en grandes can-
tidades por lo que se masificó.Christopher Thompson, que se interesó en las ciclistas, considerándolas “el tercer sexo”, diagnosticaba una doble revolución en la vestimenta y en el terreno sexual, que se operaba en la burguesía urbana. “Es verdad que el desarrollo de ese deporte ha hecho dar al sexo femenino un paso importante en el camino de su emancipación, de la afirmación de su personalidad.” Pero también es
verdad que el pantalón o la falda muy corta, recientemente inauguradas por las cyclewomen, les da una fisonomía hasta ahora desconocida”, escribió en 1896. “Esta revolución en la ropa podría tener, moralmente, una consecuencia muy grave ya que la sociedad no lo aceptaría como era de esperarse, provocando la revelion de algunos sector machistas, quienes querian impedir la independecia de la mujer. Por primera vez, sin que la ley pueda garantizar al hombre el monopolio, la mujer le disputa el atributo masculino por excelencia: el pantalón. “Tampoco se puede olvidar a la vanguardia artística, pintoras, cantantes, actrices, escritoras, modelos y mundanas de un París-Lesbos, donde los idilios sáficos habían dejado de ocultarse”, precisa Bard. Otro elemento nuevo vino a generalizar aún más la utilización del pantalón y a activar la controversia.
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Tramas
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n un tejido, o tela, se llama trama o «contrahilo»1 al hilo transversal que se teje en la urdimbre para formar la tela. La trama es un hilo retorcido de varios «cabos», que se corta a medida antes de pasar a través de la urdimbre. Las fibras tradicionales para hacer la trama son lana, lino y algodón. Con el paso del tiempo se han incorporado las fibras artificiales y las fibras sintéticas. Debido a que la trama no está tirante y sujeta al telar, como lo está la urdimbre, los hilos de la trama pueden ser menos resistentes en general; la tela tiene flexibilidad en este sentido y se dilata de forma que permite respirar o sentarse, sin que se desgarre la tela. La trama se pasa por la urdimbre con una lanzadera, chorros de aire o agujas. En los telares tradicionales el tejedor era un artesano que iba pasando un hilo de trama con una lanzadera manual, desde un extermo al otro del telar, levantando alternativamente, a mano, los hilos de la urdimbre. Durante la Revolución Industrial la mecanización del telar2 comenzó con la lanzadera volante que permitió que los tejidos fueran más anchos y que se fabricaran piezas de tela más rápidamente. Textil es el término genérico aplicado originalmente a las telas tejidas, pero que hoy se utiliza también para fibras, filamentos, hilazas e hilos, así como para los materiales hilados, afieltrados o no tejidos y tejidos, acolchados, trenzados, adheridos, anudados o bordados, que se fabrican a partir de entrelazamiento de urdimbre y trama o tejido, ya sea plano o elástico.
Hasta el siglo XX las fibras más utilizadas para los tejidos eran las naturales: el algodón y el lino que provienen de plantas, y la lana y la seda, que son fibras de origen animal. Posteriormente, y con el descubrimiento y desarrollo de los polímeros plásticos, se generalizó el uso de fibras artificiales que tienen origen natural y sintéticas de composición únicamente química, como el nylon y el poliéster. Las tramas se
han utilizado a lo largo de la historia para generar mayor interes a las prendas, cada vez son mas las tramas que se producen, algunas siguen manteniendo los estilos clásicos y otras son más arriesgadas con respecto a la mezcla de ellas y la utilización de colores.
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Col e cci ón Ch ane l, Pa r ís O t o ñ o - Invi e r no 2014. Esta m p a s .
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Co l e c c i ó n Yv e s S a i n t L a u re n t, Pa rí s O to ñ o - I n v i e rn o 2014. E s ta mp a s .
Col e cci ón Ca lv in K le in , Pa r ís O t oño-Invi e r n o 2 0 1 4 . Es t a m p a s .
Co l e c c i ó n D o l c e & G a b b a n a , Pa rí s O to ñ o - I n v i e rn o 2014. E s ta mp a s .
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Texturas D
el latín textura, la textura es la disposición y el orden de los hilos en una tela. En el sector textil, el término también
se utiliza para nombrar a la operación de tejer fibras y a la superficie de una prenda. A nivel general, la textura está
vinculada a la superficie externa de un cuerpo. Se trata de una propiedad que es captada a través del sentido del tacto. La suavidad, la aspereza y la rugosidad son sensaciones que transmite la textura. Por ejemplo: “Amo la textura de esta camisa: es muy suave”, “La textura irregular del escritorio perjudicó mis trazos”, “Estas cremas contribuyen a suavizar la textura de mi piel”, “Los ciegos pueden leer gracias a la textura de las hojas escritas en Braille”. Asimismo no hay que obviar la existencia de la textura del suelo. En base a ella se establece una clasificación de terrenos como son la arcilla, la arena fina, la grava, el limo medio, las piedras, el limo fino o la arena gruesa, entre otros. En el ámbito de la pintura, la textura hace referencia a la agrupación de formas y colores que permiten percibir irregularidades en una superficie continua o plana. La textura, por lo tanto, aporta realismo a las obras. En este ámbito artístico tenemos que dejar patente, por tanto, que la textura surge como una manera de hacer la obra mucho más real. Es la clave para conseguir representar determinados aspectos de la vida. Todo ello se consigue a través de elementos tales como el grosor de las líneas, los colores, el relieve, las formas…Pero no sólo eso. Además a lo largo de la historia se han recurrido a otra serie de técnicas y elementos para poder alcanzar la textura, la realidad, que se desea en una pinturaW. En este caso podríamos subrayar desde la utilización de papel y cartón hasta introduciendo madera pasando por mezclar arena y óleo. Para la música, la textura es la forma en que se relacionan las voces (ya sean líneas melódicas vocales o instrumentales) que intervienen en una pieza musical. La monodia (cuando existe una única línea melódica), la homofonía (las voces melódicas se mueven con los mismos valores rítmicos pero en diversas notas) y la heterofonía (variaciones ornamentales de una misma línea melódica) son algunas de las texturas musicales. No obstante, tampoco podemos pasar por alto la existencia de otros tipos de textura como sería el caso de la polifonía. Esta tiene lugar cuando, de manera simultánea, suenan diversas voces melódicas que son independientes, diferentes y que se identifican por tener diversos ritmos. Todo ello sin olvidar a la melodía acompañada para podrucir un sonido especial. La misma es claramente identificativa porque cuenta con una línea melódica que ejerce como principal y a ella le acompañan instrumentos musicales y voces que tienen la función de secundarios. Ese carácter secundario les lleva a ejecutar melodías que también lo son. En la informática, por último, una textura es un mapa de bits que se usa para cubrir la superficie de un objeto virtual con un programa de gráficos especial.
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ATRACCIÓN Gracias a la militante feminista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies. Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad de elección al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella. “Una mujer con pantalón nunca será un hombre apuesto”, decía la diseñadora francesa luego de finalizar sus extravagantes desfiles de alta moda en París, el cual se centraba en el diseño de estos nuevos pantalones.
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ucesor del calzón, el pantalón simbolizó la masculinidad y el poder. Durante la Revolución Francesa pudo expresar los valores republicanos y se convirtió en un elemento clave de nuevo orden político” narra la socióloga. Es más, en “el Antiguo Régimen la mujer fue privada de todos sus derechos, incluso de lucir pantalón”. A lo largo de la historia, el pantalón, más que como una prenda práctica y cómoda, se ha erigido como símbolo de poder político y libertad. Prueba de ello es que “aunque la mujer logró la igualdad civil y laboral, el hombre ni consintió ni aceptó que se vistiera como él. Así el siete de noviembre de 1800, “una ordenanza de la jefatura de policía de París, prohíbe a las mujeres el uso de prendas del sexo opuesto”, detalla Bard en el libro. Ya se sabe que lo prohibido siempre se desea más, y medio siglo después, por iniciativa de las mujeres feministas, el pantalón adquiere todo su valor y por vez primera se utiliza como arma política para desafiar el dominio masculino. “Si una mujer salía a la calle con pantalones se la tachaban de travesti y revelaba un mundo invertido muy del gusto de los humoristas”, cuenta la autora. Gracias a la militante feminista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies. Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella. “Una mujer con pantalón nunca será un hombre apuesto”, decía la diseñadora francesa. El entusiasmo por la modernidad, los tímidos pasos en el deporte y la incorporación de la mujer al mundo laboral favorece el uso del pantalón, prenda que en el siglo XX entra y sale del armario femenino por razones exclusivamente prácticas. Por eso fue que durante mucho tiempo se lo considero como un símbolo poco femenino, afrontando ese desafío. Sobre todo durante la II Guerra Mundial cuando la mujer se incorpora a trabajar en las fábrica y asiste a los soldados en los campos de batalla.A partir de ese momento, el pantalón se convierte pantalón se convierte en el compañero de viaje de la emancipación de la mujer.
“A pesar de estos logros, son una minoría las mujeres que en esa época llevan pantalones” relata Christine Bard quien desvela que “la famosisima actriz Marlene Dietrich fue capaz de desprender erotismo y sensualidad con pantalones, además de ofrecer una imagen de mujer fatal ultrafemenina”. El cine no ignora el auge del pantalón sobre la silueta femenina y en el filme “La Costilla de Adán” aparece una bellísima Katharine Hepburn vestida con pantalones. Más joven, la actriz Audrey Hepburn y tal vez así lograron poder ingresar es quien mejor encarna el nuevo estilo de mujer moderna, capaz de conjugar la elegancia parisina con las líneas más “casual”, un estilo que la convierte en la embajadora del pantalón. Otro icono femenino de la modernización es Brigitte Bardot, actriz que luce como nadie el pantalón pirata de “vichy”, modelo que sólo el modisto Hubert Givenchy proponía y destinaba para los días de descanso y vacaciones. En plena guerra fría, el pantalón se inscribe en un campo llamado libertad, “aunque la Unión Soviética lo califica de prenda de carácter deportivo, útil para el trabajo en la industria y para viajar”, escribe Bard. Durante esta primera etapa comenzaron usando modelos clásico, con apenas algúnas pinzas, luego se le incorporaron más detalles. Como la moda no ignora la emancipación de la mujer, el pantalón femenino brilla tanto en las colecciones de Alta Costura que en el año 1965 su producción supera a la de las faldas no fueran una opción a la hora de elegir. Visionario y con gran talento, Yves Saint Laurent implantó el pantalón en el guardarropa de la mujer. “Poco a poco hice un guardarropa calcado al del hombre. ¡No hay nada más hermoso que una mujer con un traje masculino, ya que toda su femeneidad entra en juego”, decía Yves Saint Laurent, diseñador que en 1966 convierte el esmoquin, símbolo del poder masculino, en una pieza hiperfemenina. En la década de los setenta, con la llegada de los vaqueros y el movimiento hippy, el pantalón abraza por igual a ambos sexos . “Hoy una mujer con pantalón, pelo corto y zapatos planos no se percibe como una travestida, sin embargo si un hombre que luce vestido y tacones, es un travesti”, concluye la autora. Ironías de la vida.
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Intervenciones
Como en la moda no se ignora la liberación de la mujer, el pantalón femenino brilla tanto en las colecciones de Alta Costura como así también en el año 1965. Su producción supera a la de las faldas. Visionario y con gran talento, Yves Saint Laurent implantó el pantalón en el guardarropa de la mujer, impactando a más de uno.
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a moda como tal ha ido evolucionando hasta nuestros días. Durante cientos de años fueron los monarcas y los nobles los que marcaron las pautas de la moda. En el siglo XVII, Luis XIII, rey de Francia, decidió ocultar su calvicie con una peluca. Al poco tiempo, los nobles europeos comenzaron a afeitarse la cabeza y seguir su ejemplo, imponiendo un estilo que duró más de una década. En el siglo XIX, las revistas femeninas comenzaron a promocionar las nuevas tendencias e incluso a ofrecer patrones económicos para que las mujeres pudieran confeccionarse su propia ropa. Con la llegada del siglo XX y la popularidad del cine y la televisión, las estrellas de la pantalla se convirtieron en ídolos internacionales y empezaron a imponer la moda. Lo mismo sucedió con los músicos famosos, los cuales pusieron en boga estilos radicales que la juventud no tardó en imitar. Hoy en día, la situación apenas ha cambiado. Los anunciantes se valen eficazmente de desfiles de modelos, atractivas revistas de papel satinado, carteleras, escaparates y anuncios televisivos para crear una demanda de prendas nuevas. El Renacimiento italiano (capa corta y sin capucha), el birrete, el sombrero con plumas y los zapatos de punta roma y ancha que fueron furor en aquel momento y todo el mundo las tenía. Las mujeres también llevaban sus bullones y acuchillados pero en las mangas, y su gorguera rizada, además de las faldas y sobrefaldas, jubones y corpiños, capas o mantos rozagantes y su cofia para la cabeza. A partir de la segunda mitad del siglo, la creciente importancia de la monarquía española, impone en Europa el estilo de la corte del emperador Carlos I de España, un estilo de gran sobriedad, caracterizado por el uso de colores oscuros y prendas ceñidas, sin arrugas ni pliegues y aspecto rígido, sobre todo en las mujeres en las que se impone el uso del verdugado. En el borde superior de la camisa se usa un cordón que dará lugar a la gorguera o lechuguilla. En esta época domina la moda francesa tanto en hombres como en mujeres. Se utilizaban los calzones cortos con medias de seda, chupa y casaca que, a mediados del siglo, se vuelve más reducida y con pliegues laterales hacia atrás y mangas estrechas. Con la caída de la dinastía francesa vuelve el traje simple y se llevan calzones ajustados hasta media pierna, chaleco, corbata y casaca, faldones con cuello alto y vuelo, pelucas empolvadas y rematadas por un lazo, incluso sombreros de tres o dos picos. Después de la revolución, se deja el cabello largo y liso, sombreros de copa alta cónica o en tubo, con alas cortas y más tarde zapatos con tacón de color al que se añaden lazos o hebillas y botas altas con vueltas. La mujer viste con painers o verdugados anchos y aplastados en los dos frentes, corpiño acorsetado y escote con gasas o encajes. Polonesas, batas con cuello de encaje y manga larga. En el traje francés, corpiño puntiagudo, mangas abolladas, faldas rectas y abiertas, que luego son drapeadas con polizón y larga cola. Cuello doblado, mangas tirantes hasta el codo con chorreras. Junto con la revolución desaparece el vuelo de la falda y se imita a las vestiduras clásicas: talle alto, chaquetilla corta con manga larga, falda con pliegues, grandes escotes, chales y guantes largos. En cuanto al peinado, hacia atrás con rizados que luego se hacen más altos y voluminosos con tirabuzones, lazadas y plumas. Bonetes y sombreros de alas anchas. Zapatos con tacón alto y punta estrecha, y luego de algún tiempo se pasaron a los bajos. Vestimenta del siglo XVIII en un cuadro de Goya. En el siglo XVIII se destacan como prendas masculinas las casacas francesas y las chupas, las chaquetillas, los calzones ajustados hasta la rodilla, las corbatas en vez de las golillas, las pelucas y los grandes sombreros.
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“Después de todo, ¿qué es la moda? Desde el punto de vista artístico una forma de fealdad tan intolerable que nos vemos obligados a cambiarla y renovarla cada seis meses”. Oscar Wilde
“A pesar de estos logros, son una minoría las mujeres que en esa época llevan pantalones” relata Christine Bard quien desvela que “la actriz Marlene Dietrich fue capaz de desprender erotismo y sensualidad con pantalones, además de ofrecer una imagen de mujer fatal ultrafemenina”. El cine no ignora el auge del pantalón sobre la silueta femenina y en el filme “La Costilla de Adán” aparece una bellísima Katharine Hepburn vestida con pantalones. Más joven, la actriz Audrey Hepburn y tal vez así lograron poder ingresar es quien mejor encarna el nuevo estilo de mujer moderna, capaz de conjugar la elegancia parisina con las líneas más “casual”, un estilo que la convierte en la embajadora del pantalón. Otro icono femenino de la modernización es Brigitte Bardot, actriz que luce como nadie el pantalón pirata de “vichy”, modelo que sólo el modisto Hubert Givenchy proponía y destinaba para los días de descanso y vacaciones. Esta mujer fue lanzada en el mundo de la moda como una super mujer, con todos los atributos, era simpática y con una sonrisa estupenda que iluminaba a todos. En plena guerra fría, el pantalón se inscribe en un campo llamado libertad, “aunque la Unión Soviética lo califica de prenda de carácter deportivo, útil para el trabajo en la industria y para viajar”, escribe Bard. Como la moda no ignora la emancipación de la mujer, el pantalón femenino brilla tanto en las colecciones de Alta Costura que en el año 1965 su producción supera a la de las faldas. Visionario y con gran talento, Yves Saint Laurent implantó el pantalón en el guardarropa de la mujer. “Poco a poco hice un guardarropa calcado al del hombre. ¡No hay nada más hermoso que una mujer con un traje masculino, ya que toda su femeneidad entra en juego”, decía Yves Saint Laurent, diseñador que en 1966 convierte el esmoquin, símbolo del poder masculino, en una pieza hiperfemenina. En la década de los setenta, con la llegada de los vaqueros y el movimiento hippy, el pantalón abraza por igual a ambos sexos . “Hoy una mujer con pantalón, pelo corto y zapatos planos no se percibe como una travestida, sin embargo si un hombre que luce vestido y tacones, es un travesti”, concluye la autora. Ironías de la vida.
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En 1972, una joven consejera técnica de Edgar Faure, por ese entonces ministro francés de Asuntos Sociales, intentó dar un mensaje a su jefe, que se encontraba en el hemiciclo de la Cámara de Diputados, pero el ujier le prohibió la entrada, debido a su vestimenta. “Si es mi pantalón lo que le molesta, me lo saco ya mismo”, contestó la interesada, que fue autorizada a penetrar de inmediato en ese templo de la democracia. Esa anécdota, evocada por su protagonista -la actual ministra de Justicia, Michèlle Alliot-Mariedemuestra que hace apenas 40 años, a pesar de la invención del tailleur-pantalón de Yves Saint-Laurent, esa prenda tenía serias dificultades para entrar en la cabeza de los hombres cuando era llevada por las mujeres. Durante mucho tiempo el pantalón repre-
sentó un problema tanto para los hombres como para las mujeres. Sobre todo, fue instrumento de conflicto en su calidad de atributo del poder masculino. En 1920, cuando los dirigen-
tes del movimiento socialista francés reprochaban a su camarada Madeleine Pelletier que llevara cabello corto y pantalón viril, esa gran figura del feminismo radical respondía invariablemente: “Mi vestimenta dice al hombre: ´Yo soy tu igual´.”. Es fácil deducirlo: la cuestión del pantalón fue un problema eminentemente político. Al comienzo, sin embargo, el pantalón fue “la prenda del vencido, del bárbaro, del pobre, del campesino, del marino, del artesano, del niño y del bufón”.Esa anécdota, evocada por su protagonista.
El origen de la palabra “pantalón” es reciente. Viene del apodo que recibían los venecianos, adeptos a unos calzones largos y angostos llamados pantalone en honor al santo que veneraban, Pantaleón. En la Comedia del Arte, el personaje conocido como Pantaleone o Pantaleón es el viejo mercader tacaño, unas veces rico y apreciado por la nobleza, y otras veces arruinado, pero siempre muy particular. Un hombre ingenuo y crédulo, al que siempre se intenta burlar. Para ocultar su edad, en su afán de atraer a las mujeres, Pantaleone lleva una extraña indumentaria turca, que consiste en un calzón ajustado a las piernas y ceñido hasta las rodillas, luego seguia ceñido. En su recorrido por Europa, la Comedia del Arte . Ya se sabe que lo prohibido siempre se desea más, y medio siglo después, por iniciativa de las mujeres feministas, el pantalón se adquiere todo su valor y por vez primera se utiliza como un arma política para desafiar el dominio masculino. “Si una mujer salía a la calle con pantalones se la tachaban de travesti y revelaba un mundo invertido muy del gusto de los humoristas”, cuenta la autora. Gracias a la militante feminista Madeleine Pelletier y a la deportista olímpica Violette Morris, que peleó ante la justicia francesa su derecho a lucir pantalones, la mujer en los años veinte se visitó por los pies. Aprovechando esta brecha, Coco Chanel devuelve la libertad al género femenino y apuesta por el pantalón como prenda estrella.
“La moda no existe sólo en los vestidos. La moda está en el cielo, en la calle, la moda tiene que ver con las ideas, la forma en que vivimos, lo que está sucediendo.”
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tro icono femenino de la modernización es Brigitte Bardot, actriz que luce como nadie el pantalón pirata de “vichy”, modelo que sólo el modisto Hubert Givenchy proponía y destinaba para los días de descanso y vacaciones. En plena guerra fría, el pantalón se inscribe en un campo llamado libertad, “aunque la Unión Soviética lo califica de prenda de carácter deportivo, útil para el trabajo en la industria y para viajar”, escribe Bard. Como la moda no ignora la emancipación de la mujer, el pantalón femenino brilla tanto en las colecciones de Alta Costura que en el año 1965 su producción supera a la de las faldas. Visionario y con gran talento, Yves Saint Laurent implantó el pantalón en el guardarropa de la mujer. “Poco a poco hice un guardarropa calcado al del hombre. ¡No hay nada más hermoso que una mujer con un traje masculino, ya que toda su femeneidad entra en juego”, decía Yves Saint Laurent, diseñador que en 1966 convierte el esmoquin, símbolo del poder masculino, en una pieza hiperfemenina. Este diseñador rediseño la imagen de la mujer de acuerdo con influencias provenientes de las diosas griegas, contorneando sus curvas y siluetas. En la década de los setenta, con la llegada de los vaqueros y el movimiento hippy, el pantalón abraza por igual a ambos sexos y su uso se hizo general. “Hoy una mujer con pantalón, pelo corto y zapatos planos no se percibe como una travestida, sin embargo si un hombre que luce vestido y tacones, es un travesti”, concluye la autora. Ironías de la vida. “A pesar de estos logros, son una minoría las mujeres que en esa época llevan pantalones” relata Christine Bard quien desvela que “la actriz Marlene Dietrich fue capaz de poder desprender erotismo y sensualidad con pantalones, además de ofrecer una imagen de mujer fatal ultrafemenina”. El cine no ignora el auge del pantalón sobre la silueta femenina y en el filme “La Costilla de Adán” aparece una bellísima Katharine Hepburn vestida con pantalones. Más joven, la actriz Audrey Hepburn y tal vez así lograron poder ingresar es quien mejor encarna el nuevo estilo de mujer moderna, capaz de conjugar la elegancia parisina con las líneas más “casual”, un estilo que la convierte en la embajadora del pantalón. “Una mujer con pantalón nunca será un hombre apuesto”, decía la diseñadora francesa. El entusiasmo por la modernidad de incorporar nuevos diseños hizo que todos pusieran el foco en esta idea, los tímidos pasos en el deporte y la incorporación de la mujer al mundo laboral favorece el uso del pantalón, prenda que en el siglo XX entra y sale del armario femenino por razones exclusivamente prácticas. Por eso fue que durante mucho tiempo se lo considero como un símbolo poco femenino, afrontando ese desafío. Sobre todo durante la II Guerra Mundial cuando la mujer se incorpora a trabajar en las fábrica y asiste a los soldados en los campos de batalla.A partir de ese momento, el pantalón se convierte pantalón se convierte en el compañero de viaje de la emancipación de la mujer.
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