El culto a la nación: Escritura de la historia y rituales de la memoria en Ecuador, 1870-1950

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Secciรณn de obras de Historia EL CULTO A LA NACIร N



GUILLERMO BUSTOS

El culto a la naciรณn Escritura de la historia y rituales de la memoria en Ecuador, 1870-1950

FONDO DE CULTURA ECONร MICA


Primera edición, 2017 Bustos Lozano, Guillermo El culto a la nación. Escritura de la historia y rituales de la memoria en Ecuador, 1870-1950 / Guillermo Bustos Lozano. – Quito : FCE, Universidad Andina Simón Bolivar, 2017 408 p. ; 21 x 14 cm – (Colec. Historia) ISBN: 978-9942- 8684-0-4 (FCE) 978-9978-19-835-3 (Universidad Andina Simón Bolivar) 1. Historiografía – Ecuador 2. Ecuador – Historia – 1870-1950 I. Ser. II. t. LC F3781.3

Dewey 986.607 B292c

Distribución mundial © 2017, Guillermo Bustos Todos los derechos reservados Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar Imágenes de portada: Ceremonia de celebración del 10 de agosto en la Plaza Grande de Quito, ca. 1920, e inauguración de la estatua de Sucre, 1892. Fondo fotográfico, Archivo Histórico del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador. Coordinación editorial: Quinche Ortiz Crespo Armado: Martha Vinueza M. D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica Av. 6 de Diciembre N24-04 y Wilson, Quito, Ecuador Tel.: (593-2) 254 9817, 290 6653 Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com www.fce.com.ec D. R. © 2017, Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador Toledo N22-80; Apartado postal: 17-12-569, Quito, Ecuador Tel.: (593 2) 322 8085, 299 3600; Fax: (593 2) 322 8426 www.uasb.edu.ec, uasb@uasb.edu.ec Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México www.fondodeculturaeconomica.com Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos. ISBN Fondo de Cultura Económica 978-9942-8684-0-4 ISBN Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador 978-9978-19-835-3 Impreso en Ecuador • Printed in Ecuador


ÍNDICE Agradecimientos 11 Abreviaturas 15 Introducción 17 Enfoque de análisis 21 Estructura de la obra 35 Consideraciones sobre las fuentes 39 Primera parte Letrados autodidactas y culto republicano a la patria 1870-1909 I. Los primeros metarrelatos históricos de la nación 45 La gran narrativa secular 49 La gran narrativa católica 61 El recurso al documento 68 “Nación” e Iglesia 77 La “virtud republicana” 86 Nacionalizar y racializar el pasado 91 II. Patriotismo católico y patriotismo laico 97 El estatus de la Iglesia durante el siglo XIX 103 El arzobispo-historiador y la Revolución liberal 107 Las perspectivas católica y laica sobre el patriotismo y la historia 115 El amor patriae 138 III. Los rituales de instauración de la memoria nacional 146 Las conmemoraciones como marcos sociales de la memoria nacional 147 La diseminación del recuerdo de los “padres de la patria” 153 La conmemoración del centenario de la Independencia ecuatoriana 178 El “deber de memoria” 205 7


El culto a la nación

Segunda parte Académicos autodidactas, archivo colonial e hispanización del pasado

1909-1950 IV. La institucionalización del saber histórico 211 El surgimiento de la Academia Nacional de Historia 214 El modelo de las Academias 231 La formación de un embrionario campo historiográfico 245 El afianzamiento de la Academia 246 El proyecto del Archivo Nacional 250 Una narratología histórica 254 El Boletín 260 La autoridad del saber histórico en el espacio público 268 V. La prosa histórica hispanista y el archivo colonial 272 “La ecuatorianidad” hispanista de Jacinto Jijón y Caamaño 277 El patriotismo hispanista de José Gabriel Navarro 297 Catolicismo y legado jurídico colonial según Julio Tobar Donoso 315 VI. La conmemoración de la nación en clave hispanista 326 El marco narrativo histórico de la conmemoración 330 El peso de la “la cuestión social” 345 El silenciamiento del aniversario del inca Atahualpa 350 La puesta en escena de la conmemoración hispanista 360 A modo de conclusión 373 Fuentes y bibliografía 379

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A la memoria de Germรกn Colmenares Sabine MacCormack Fernando Coronil



AGRADECIMIENTOS Este libro se origina en la tesis de doctorado que defendí en el Departamento de Historia de la Universidad de Michigan, en 2010, y en la labor de investigación y docencia que desarrollo en la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Estoy muy agradecido con todas las personas e instituciones que en Ann Arbor, Quito y otros lugares me brindaron su respaldo. A lo largo de la elaboración de esta investigación tuve la fortuna de contar con el estímulo intelectual, el diálogo crítico y la amistad de maestros, colegas y amigos a quienes expreso mi agradecimiento: Rebecca J. Scott, Javier Sanjinés, Fernando Coronil, Sabine MacCormack, Sueann Caulfield, Juan Maiguashca, Rosemarie Terán Najas, Julio Ramos, Aimer Granados, Tomás Pérez Vejo, Heraclio Bonilla, Margarita Garrido, Francisco Ortega, Malcolm Deas, David Frye, William G. Rosenberg, Laura Lee Downs, Bruce Manheim, Álvaro Oviedo, Ós­car Saldarriaga, Mauricio Archila, Edda Samudio, Juan Carlos Grijalva, Santiago Cabrera Hanna, Roland Anrup, Mauro Vega, Guillermo Sosa, Georges Lomné, Christian Büschges, Olaf Kalt­ meier, Gabriela Ossenbach y Leoncio López-Ocón. Avances de esta investigación fueron presentados en charlas académicas en la Universidad Andina (Quito), la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá), la Universidad Nacional de Colombia (Sede Bogotá), el Instituto Francés de Estudios Andinos (Lima), y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid). Agradezco la oportunidad de compartir mi investigación. El interés y el comentario que recibí fue un valioso incentivo. Una parte del capítulo tres fue publicado originalmente en un número monográfico de Historia Mexicana (LX: 1, No. 237, jul.-sep. 2010), dedicado a las conmemoraciones del primer centenario de la Independencia, coordinado por Tomás Pérez Vejo. Una versión preliminar del tema que trato en una sección del capítulo seis apareció en Etnicidad y poder en los países andinos (2007). 11


El culto a la nación

Expreso un inmenso agradecimiento a Rebecca J. Scott, cuya espléndida obra de investigación es una fuente de inspiración. Desde que fui admitido en la Universidad de Michigan, hasta la conclusión de mi tesis bajo su dirección, pude contar con el privilegio de su orientación. Doy las gracias a Javier Sanjinés por el apoyo personal e intelectual y la crítica que me enriqueció. Agradezco a Juan Maiguashca por su comentario a la versión final de este trabajo. A lo largo de los últimos años, he tenido la fortuna de disfrutar de su compañía intelectual y aprender de su notable experiencia académica. Deploro la partida de Sabine MacCormack y Fernando Coronil, dos queridos maestros que me hubiera gustado leyeran este libro. La estela intelectual que dejaron es una bocanada de lo mejor del aire académico. Agradezco a las instituciones que me proveyeron de apoyo material en forma de beca, ayuda de investigación o permiso laboral: el Departamento de Historia de la Universidad de Michigan, la Horace Rackham Graduate School, el Centro de Estudios Latinoamericanos y del Caribe (LACS), el Eisenberg Institute for Historical Studies, y la Universidad Andina. Señalo mi reconocimiento a los profesores Richard Turits, David Frye, Kathleen Canning y Enrique Ayala Mora, quienes estuvieron al frente de las instituciones anotadas. Estoy reconocido con el doctor Jaime Breilh, rector de la Universidad Andina, por apoyar la coedición de este libro. Extiendo mi agradecimiento al personal que laboraba en los archivos y bibliotecas consultadas. En Quito: Fondo Jijón y Caamaño, hoy parte de los repositorios del Ministerio de Cultura; Archivo-Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit; bibliotecas de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y de la Universidad Andina; archivos-bibliotecas de la Academia Nacional de Historia y de la Asamblea Nacional (antes de la Función Legislativa). En Ann Arbor: Hatcher Graduate Library y la Buhr Shelving Facility. Un agradecimiento especial a Yesenia Villacrés, Wilson Vega, Galo Orbe y Ana Vargas de Vela. Durante el tiempo en que desarrollé este trabajo, amigos y colegas en Ann Arbor y Quito me brindaron un indeleble respaldo. Con gratitud y afecto tengo presente a Orlando Martínez, Lauro Ojeda, Patricia Valdivieso, Michael Sowder, Julia Salehzadeh, Dorothy Marschke, Diana Denney, Kristin McGui12


Agradecimientos

re, Juliet S. Erazo, Francisco Sanjinés, María Teresa Benites, José Luis Coba, Galaxis Borja, Catherine Walsh, Rocío Rueda, Trinidad Pérez y Malena Bedoya. Guardo en mi memoria las palabras de ánimo que Quinche Ortiz y Alexandra León me dieron ante el robo de mi computadora personal y la devastadora pérdida de información que paralizó mi investigación durante un período. Debo a Quinche Ortiz, a cargo del área de publicaciones de la Universidad Andina, y a Fabián Luzuriaga, del FCE Ecuador, un reconocimiento especial por su respaldo para la edición de esta obra. El cariño y el apoyo que recibí de mis padres, Paquita y Guillermo; mis hermanas, Blanca y Hortencia; David y Raúl; y mi entorno familiar fue vital. Rosemarie, mi compañera, conoce de primera mano los altos y bajos de esta expedición aca­ démica; y como historiadora comparte el significado intelectual y subjetivo que tiene todo esto.

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ABREVIATURAS Revistas académicas ACHSC BANH BSEEHA CSSH HAHR Jahrbuch JLAS Kipus LARR Procesos Quitumbe AHR

Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Boletín de la Academia Nacional de Historia. Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos. Comparative Studies in Society and History. Hispanic American Historical Review. Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas. Journal of Latin American Studies. Kipus: Revista andina de Letras. Latin American Research Review. Procesos: Revista ecuatoriana de Historia. Quitumbe: Revista del Departamento de Historia y Geo­­grafía de la Universidad Católica. The American Historical Review.

Instituciones AHMREE

Archivo Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores de Ecuador. ANH Academia Nacional de Historia. BCE Banco Central del Ecuador. CCE Casa de la Cultura Ecuatoriana. CEN Corporación Editora Nacional. CEPC Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (Madrid). EAFIT Universidad EAFIT. ENAH Escuela Nacional de Antropología e Historia. FCE Fondo de Cultura Económica. FLACSO-E Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Se­ de Ecuador. 15


Abreviaturas

IEP IFEA PIEB PUCE PUCP SEEHA UAM-C UASB-E UNED UNMSM

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Instituto de Estudios Peruanos. Instituto Francés de Estudios Andinos. Fundación para la Investigación Estratégica en Bolivia. Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Pontificia Universidad Católica del Perú (Lima). Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos. Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa. Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Universidad Nacional de Educación a Distancia (Ma­ drid). Universidad Nacional Mayor de San Marcos.


INTRODUCCIÓN En 1922 se celebró el centenario de la Batalla de Pichincha, un ritual cívico que representaba la puesta en escena de la “era de las conmemoraciones” en Ecuador. Las actividades centrales de recordación colectiva de este acontecimiento histórico tuvieron lugar en Quito. El Gobierno, el Municipio y numerosas instituciones culturales, educativas y la opinión pública se volcaron con tesón a preparar la efeméride. La prensa de la época registró el descollante interés que instituciones e individuos de muy diversa procedencia social concedieron al aniversario. Según el relato histórico nacional decimonónico, la batalla que se libró en las laderas del volcán Pichincha el 24 de mayo de 1822 fue la más célebre porque su victoria aseguró la independencia definitiva del país y consolidó, de manera decisiva, el avance del proyecto liberador de Simón Bolívar en Sudamérica. El “vencedor” de Pichincha fue Antonio José de Sucre, el más cercano lugarteniente del libertador, así como el artífice de la victoria militar de Ayacucho (1824), que determinó el curso final de la independencia en la región.1 La historiografía decimonónica de los países andinos coincidía en presentar a Sucre como el más virtuoso de los héroes del panteón independentista, y su deplorado y no aclarado asesinato, ocurrido en junio de 1830, unos meses antes de la muerte de Bolívar, generó un agitado debate político e intelectual en diferentes países. No obstante, hasta 1900, el lugar de su tumba permaneció cubierto por un velo de misterio. Tres Estados habían declarado el interés de custodiar oficialmente sus restos: Venezuela reclamó que era la patria de su nacimiento; Bolivia argumentó que fue su primer presidente republicano; y, finalmente, Ecuador vindicó que Sucre había escogido Quito como lugar de su retiro político antes de su muerte.

1 Pedro Fermín Cevallos, Resumen de la Historia del Ecuador desde su orijen hasta 1845 (Lima: Imprenta del Estado, 1870). 17


El culto a la nación

En el contexto de la conmemoración de 1922, la batalla y los restos del héroe se volvieron una misma cosa. Unas semanas antes de la celebración oficial, la Academia Nacional de Historia provocó un ríspido debate mediante el envío de una carta pública al presidente de la República, el liberal José Luis Tamayo, impugnando tajantemente el proyecto de trasladar los restos mortales de Sucre desde la Catedral metropolitana, en donde yacían desde 1900, hacia una capilla ubicada en la Escuela Militar. El Gobierno de Tamayo tenía la intención de convertir ese traslado en una procesión cívica y en un número central de la conmemoración. No obstante, la Academia consideraba que el traslado constituiría “un hecho de inaudita profanación de las veneradas cenizas del prócer”. La carta sostenía que la decisión adoptada en 1900 seguía siendo enteramente válida: a falta de un monumento acorde con la dignidad del héroe, debía respetarse “la voluntad de la nación, manifestada en el sentimiento general [de que] [...] la Catedral de Quito, antiguo y venerado monumento histórico y encarnación de las viejas tradiciones del pueblo es el más apropiado lugar para guardar las cenizas del vencedor de Pichincha”.2 De acuerdo a la Academia, esta decisión fue un designio de monseñor Federico González Suárez, fundador de los estudios históricos en el país y uno de los intelectuales más reputados, quien, precisamente en 1900, fue el encargado de depositar aquella urna funeraria dentro de la Catedral, en el marco de una solemne ceremonia presidida por las máximas autoridades del Gobierno y el cuerpo diplomático. La conmemoración de la Batalla de Pichincha involucró un amplio espectro de sectores sociales. Además de la Academia de la Historia y otras doctas entidades, una gama de organizaciones sociales de diverso tipo, asociaciones culturales, periódicos y revistas de distintos lugares del país, la Iglesia, los municipios y las escuelas se interesaron en el tema. Los gremios de trabajadores incluyeron en sus agendas de discusión el tema de la participación en la efeméride. Gabriel Salvador, un artesano especializado en la fundición de metales, 2 Comunicación de la Academia al presidente de la República, 11 de abril de 1922, Primer Libro de Documentos y Comunicaciones de la Academia Nacional de Historia, 131-135, Archivo-Biblioteca de la Academia Nacional de Historia, Quito. Ver también El Comercio, 12 de abril de 1922: 1. 18


Introducción

tomó la iniciativa de enviar una carta a uno de los principales periódicos de Quito, criticando la ubicación inadecuada que el monumento a Sucre mantenía en una de las plazas de la ciudad. Aprovechó la ocasión para hacer notar que la posición del brazo derecho de la estatua era “motivo de la censura universal”, porque en vez de apuntar hacia la cumbre del Pichincha, “en donde hace cien años se confirmó la Independencia”, se dirigía hacia unas viviendas insignificantes. Consideraba también que el pedestal que sostenía la estatua era del todo inapropiado y ofrecía sus servicios profesionales, de manera gratuita, en el caso de que se acepte reformar el monumento.3 En el aniversario de 1922 se puede observar el entrelazamiento del discurso histórico, el ritual social y el patriotismo. Todo esto forma parte de una construcción social y cultural que echa mano del conocimiento histórico disponible, organiza una liturgia cívica en la esfera pública, y apela al sentimiento social e individual de amor y lealtad a la patria, un recurso moral que se presenta con aire incuestionable. Así, el escrutinio de este aniversario permite identificar algunos de los principales componentes del problema de estudio. ¿Qué registros del pasado se volvieron significativos mediante las conmemoraciones? ¿Qué lugar ocupaba el saber histórico y la figura del historiador en esa relación? ¿Qué narrativas del pasado representaron las conmemoraciones? ¿Quién y a partir de qué medios ganó autoridad y legitimidad para hablar en nombre del pasado y del interés colectivo del presente? ¿Cuál fue el papel que la Iglesia y la religión jugaron frente al patriotismo, la memoria y la nación? ¿Qué rol cumplió el Estado en este proceso y cuáles fueron los desafíos que la secularización de la sociedad enfrentó en el contexto de la elaboración de la memoria nacional? ¿Cuál fue la relación entre relato histórico, memoria e identidad nacional? ¿Quiénes debían recordar y olvidar qué (y a través de qué medios) para integrar la comunidad de memoria llamada Ecuador, y quiénes determinaron los contenidos de dicha memoria? Las conmemoraciones cívicas del período fueron rituales masivos que inculcaron un significado compartido sobre el presente y el pasado, y despertaron y modelaron, al mismo 3 El Comercio, 14 de abril de 1922: 2. 19


El culto a la nación

tiempo, una emotividad o subjetividad determinada en el público participante. Los debates historiográficos de la época se ventilaban no solo en publicaciones especializadas, sino también en la prensa local. En vista de que el Ecuador del período era un país diverso, atravesado por fracturas, tensiones y asimetrías sociales, las diferencias de clase, étnicas y regionales plantearon un desafío complicado a todos los imagineros de la nación. La naciente investigación histórica, las conmemoraciones y las pugnas por definir o redefinir el proyecto nacional se imbricaron de una forma peculiar, como parte de un mismo proceso. Este libro examina las maneras en que se representó el pa­ sado en Ecuador entre 1870 y 1950, aproximadamente. Durante el lapso de estudio, la historia y la memoria de la nación adquirieron una relevancia política y cultural notable. Este interés se hizo patente en múltiples y variados ámbitos. En el “orbe de las letras”, por ejemplo, se gestó un tipo de relato dedicado a investigar y narrar el pasado, del cual se desprendió un conjunto de imágenes históricas que alcanzaron aceptación social y oficial, y pasaron a formar parte del universo de la cultura. En el espacio público, de manera paralela, se registró la presencia activa de un mosaico de actores de la sociedad civil (intelectuales, asociaciones culturales, instituciones educativas, Iglesia católica, gremios laborales, prensa) que junto a delegados de diferentes aparatos del Estado central y local (municipios) confluyeron en la tarea de exaltar el recuerdo colectivo de la trayectoria de la nación. Los factores que modelaron la elaboración de los metarrelatos históricos nacionales provinieron del utillaje intelectual y las fuentes documentales disponibles, así como de consensos y disensos ventilados en la “república de las letras” y en la esfera social, en los ámbitos local y transnacional. Al mismo tiempo, refractaron el empoderamiento y la subordinación de unas voces sobre otras, la visibilidad y el menosprecio de determinados fragmentos del pasado. La opinión pública del período fue un espacio crucial en que se construyeron, reprimieron y negociaron las representaciones de la nación. La asignación de un determinado sentido al pasado fue una operación de disputa de poder y, por lo tanto, una actividad cultural y política a la vez. 20


Introducción

La magnitud del tema de estudio exige que esta investigación recorte de alguna manera su vasto objeto de análisis. Este libro emplaza su mirada en dos ámbitos centrales en los que se elaboró la representación histórica de la nación. El primero fue de índole discursiva y el segundo correspondió a una práctica social. Por esta razón, se investigan la producción de las narrativas históricas y la escenificación de las conmemoraciones públicas del período. Ambas actividades fueron tejidas política, social y culturalmente de forma interdependiente. Enfoque de análisis ¿Qué clase de instrumental conceptual emplea esta investigación y en qué marco de referencia inscribe su elaboración? Este trabajo toma como punto de partida (o fuente de inspiración) un conjunto de perspectivas y contribuciones que abordan tres aspectos centrales: la dimensión cultural del proceso de construcción de la identidad nacional y los mecanismos que operan en su definición, la historia intelectual de la escritura histórica, y la historia cultural de las conmemoraciones. A continuación, abordo cada uno de estas cuestiones. La pregunta acerca de cómo se construyeron las naciones en Hispanoamérica, según la formulación y las coordenadas del debate que propone el historiador Tomás Pérez Vejo, sitúa en primer plano del análisis a la dimensión cultural.4 En el 4 Tomás Pérez Vejo, “La construcción de naciones como problema historiográfico: El caso del mundo hispánico”, Historia Mexicana 53, No. 2 (oct.dic. 2003): 293. En América Latina, al igual que en otros lugares, la influencia de los trabajos de Benedict Anderson y Eric Hobsbawm sobre el estudio de la nación y el nacionalismo fue importante. Ambos concebían la nación como un “artefacto cultural” y una “tradición inventada”, respectivamente, y con ese marco de análisis movieron el curso del debate hacia el ámbito del discurso y la creación de significado. Benedict Anderson, Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, trad. Eduardo L. Suárez (México DF: FCE, 1993 [1983]); Eric Hobsbawm, “Introducción: La invención de la tradición”. En La invención de la tradición, ed. Eric Hobsbawm y Terence Ranger (Barcelona: Crítica, 2002 [1983], 7-21. La referencia del giro cultural que favorecen los autores anotados proviene de Geoff Eley y Ronald Grigor Suny, “Introduction: From the Moment of Social History to the Work of Cultural Representation”. En Becoming National: A Reader, ed. Geoff Eley y R. G. Suny (Oxford: Oxford University Press, 1996), 6. Hay una amplia y va 21


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novedoso inventario de investigación que él propone para responder al desafío historiográfico de investigar este proceso, en un marco comparativo de la historia del nacionalismo, se incluye la cuestión relativa a la manera como se elaboró, difundió y asimiló la historia nacional. La centralidad que el autor otorga a este punto le lleva a afirmar que “una nación es sólo la fe en un relato que nos dice quiénes somos, quiénes son nuestros antepasados y quiénes no. Un relato capaz de crear una comunidad de vivos y muertos”.5 Por su parte, Nicola Miller, en su evaluación de la historiografía del nacionalismo en América Latina, también conviene en que los temas de historia, memoria y conmemoración pasaron a constituir una línea prometedora de la investigación de la formación nacional.6 Precisamente, para rastrear la manera en que se instituye esa comunidad de recuerdo, acudo a la reflexión del historiador Prasenjit Duara y, de manera específica, a su enfoque respecto a los mecanismos de reelaboración y cohesión de la identidad nacional, a partir de la movilización de relatos y rituales. Distanciándose de perspectivas perennialistas, modernistas y posmodernistas, este autor considera que la identidad nacional no es el resultado de una acumulación de elementos culturales comunes o de la asimilación de una “tradición inventada”, sino más bien “el espacio en que muy diferentes visiones de la nación compiten y negocian entre sí”. La forma y el contenido que la identidad nacional adopta, depende entonces, del proceso de “imposición de una narrativa histórica” que fija una trayectoria singular de procedencia para una comunidad dada, la cual entra en pugna con otras versiones existentes. Así, los discursos nacionalistas, los relatos históricos y otras representaciones del pasado se convierten en arenas de afirmación, refutación y/o represión de diferentes visiones de la nación. Duara asevera que la imposición de una narrativa magistral sobre un contexto sociocultural específico genera, principalmente, el efecto de transformar las percepciones que una comunidad tiene sobre sus fronteras internas y externas. liosa bibliografía crítica de Comunidades imaginadas que no cabe pormenorizar aquí. 5 Pérez Vejo, “La construcción de naciones ...”, 298. 6 Nicola Miller, “The Historiography of Nationalism and National Identity in Latin America”, Nations and Nationalism 12, No. 2 (abr. 2006): 201-221. 22


Introducción

Esto da lugar a que ciertos elementos de la narrativa nacional sean percibidos como principios constitutivos de una comunidad. Con el objeto de examinar los procesos sociales de creación de significado de la identidad nacional, considero oportuno adoptar la diferenciación que este autor introduce al considerar, de un lado, los discursos y, de otro, las prácticas sociales. Esta separación permite rastrear de mejor manera los procesos de imposición y contestación antes anotados.7 Para poder discernir la interrelación entre los discursos eruditos y las prácticas ceremoniales sobre el pasado, en este libro se examinan de manera diferenciada, aunque interrelacionada, dos procesos sociales y culturales que ocurren simultáneamente en la experiencia ecuatoriana (y sudamericana, en general): la formulación de los grandes relatos históricos de la nación y el inicio de la institucionalización del saber histórico, y la puesta en escena de un conjunto de conmemoraciones dedicadas a celebrar el pasado nacional. La gestación de los primeros metarrelatos sobre el pasado nacional y la ulterior institucionalización del saber histórico ocurrieron en Ecuador grosso modo en dos momentos sucesivos. El primero correspondió al aparecimiento del letrado autodidacta solitario que hizo de la escritura histórica una dedicación intelectual particular, durante el último tercio del siglo XIX. En el segundo, en cambio, tuvo lugar el afianzamiento de la investigación histórica dentro del campo cultural a partir del trabajo de la figura del académico diletante, un tipo de experto también autodidacta, pero esta vez integrante de una sociedad docta, que se desarrolló durante el transcurso de la primera mitad del siglo XX. Para ilustrar ambos momentos conviene referir que, entre 1890 y 1903 se publica un trabajo de notable erudición: la Historia general de la República del Ecuador, de Federico González Suárez, compuesto de siete volúmenes. Este autor, un sacerdote letrado, juega un rol fundamental en la conducción de la Iglesia católica y, al mismo tiempo, es un dinamizador crucial de los estudios históricos. En 1905 es designado arzobispo y, en 1909, una de las fechas de conmemoración de la Inde7 Prasenjit Duara, “Historicizing Nacional Identy, or Who Imagines What and When”. En Becoming National, 152-168. Esta y las demás traducciones del inglés al español que no señalan un traductor, son mías. 23


El culto a la nación

pendencia ecuatoriana, organiza la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, la primera sociedad letrada dedicada a esta materia, núcleo intelectual de la ulterior Academia Nacional de Historia. Tanto el ascenso a la más alta dignidad de la jerarquía eclesiástica como la primera iniciativa de institucionalizar el estudio de la historia suceden en el marco del proceso de secularización del aparato estatal, que impone la transformación liberal en el poder, desde 1895, y la intensa lucha política que le rodea hasta alrededor de 1912.8 Posteriormente, cuando la Iglesia y sus partidarios aceptaron su retiro de lo público estatal y las batallas por la secularización se trasladaron al campo cultural, en medio del aparecimiento de nuevas ideologías políticas (socialismo, comunismo) y de la reconfiguración del campo cultural, a partir de la organización de nuevas sociedades literarias y la introducción de saberes antes no cultivados (Sociología, Arqueología, Sicología), tuvo lugar la instauración de la Academia Nacional de Historia, en 1920, un paso que aseguró la institucionalización de la investigación histórica. Esta sociedad publicó su Boletín, la primera revista especializada en historia.9 La con­formación de la Academia Nacional de Historia fue un producto y, a la vez, un factor del contexto cultural descrito. En este nuevo escenario se abrió paso un emergente debate dedicado a examinar el problema indígena, como parte central de la disputa sobre la definición del proyecto nacional. Mediante el empleo del lenguaje de razas, Mercedes Prieto afirma que los nuevos saberes, incluido el generado por la Academia de Historia, construyeron la imagen del indio en términos de una “raza vencida”.10 8 Enrique Ayala Mora, Historia de la Revolución liberal ecuatoriana (Quito: CEN / TEHIS, 1994); Santiago Castillo Illingworth, La Iglesia y la Revolución liberal (Quito: BCE, 1995); Kim Clark, La obra redentora: El ferrocarril y la nación en Ecuador, 1895-1930, trad. Fernando Larrea (Quito: UASB-E / CEN, 2004. 9 En 1918 apareció el Boletín de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos, y a partir de 1920 se transformó en Boletín de la Academia Nacional de Historia. En adelante, solo en las notas de pie de página constarán como BSEEHA y BANH, respectivamente. 10 Mercedes Prieto, Liberalismo y temor: Imaginando los sujetos indígenas en el Ecuador poscolonial, 1895-1950 (Quito: FLACSO-E / Abya-Yala, 2004), especialmente el sugerente cap. 2: “La invención científico social de una raza vencida, c. 1900-1930”. Sobre un tema semejante ver Mauro Vega Bendezú, Discursos sobre “raza” y nación en Colombia, 1880-1930 (Cali: Universidad del Valle, 2013). 24


Introducción

A lo largo de las décadas de 1920 y 1930 la situación social del país se transformó drásticamente. Comenzó un ciclo de protesta social e impugnación de la autoridad patriarcal, expresado en la formación y politización de la clase obrera urbana y la organización campesina e indígena, junto a la ideologización de los sectores medios. La irrupción de los de abajo y la crisis económica convergieron en un lapso de acentuada inestabilidad política, intervenciones militares y un ensayo de corte populista, todos marcados por la preeminencia que la “cuestión social” adquirió en la escena pública.11 Ulteriormente, en 1941, el Ecuador se vio envuelto en el momento más dramático de un secular conflicto limítrofe con el Pe­ rú. Los episodios de la ocupación de la zona sur del país por parte del Ejército peruano y la posterior firma del Protocolo de Límites, en Río de Janeiro, en 1944, que establecía la pérdida de acceso directo al cauce del río Amazonas, sacudieron profundamente la representación que se había difundido de la nación y alentaron el tropo de “la mutilación territorial” en los relatos nacionales. Todas estas transformaciones y desafíos constituyeron la base material de una serie de redefiniciones simbólicas que condujeron a interrogar el contenido y las fronteras sociales y étnicas que la identidad nacional poseía. La “ecuatorianidad” se convirtió en un tema de recurrente atención. La historia, en cuanto interpretación del pasado, pasó a ser un ingrediente central en esta amplia discusión social. Diferentes círculos intelectuales y políticos debatieron lo que consideraron los componentes esenciales de la identidad nacional, y los integrantes de la Academia Nacional de Historia jugaron, al respecto, un papel tan importante como poco elucidado. Dos de aquellas formaciones discursivas fueron el indigenismo y el hispanismo. Mientras el primero se expresó principalmente en los dominios del ensayo de corte sociológico-histórico, en la litera11 Juan Maiguashca, “Los sectores subalternos en los años treinta y el aparecimiento del velasquismo”. En Las crisis en el Ecuador: Los treinta y ochenta, ed. Rosemary Thorp (Quito: CEN / Centro de Estudios Latinoamericanos-Universidad de Oxford, 1991); Guillermo Bustos, “La politización del ‘problema obrero’: Los trabajadores quiteños entre la identidad ‘pueblo’ y la identidad ‘clase’, 1931-1934”. En Ciudadanía e identidad: Antología de Ciencias Sociales, ed. Simón Pachano (Quito: FLACSO-E, 2003). 25


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tura y la plástica, el segundo fue meticulosamente cultivado en la investigación histórica.12 Por su parte, el discurso del mestizaje se articuló al relato histórico un poco más tarde, a partir del decenio de 1940.13 El interés de examinar las narrativas históricas hispanistas es relativamente reciente. Los casos más estudiados a este respecto son México y España. Los trabajos de Aimer Granados y Tomás Pérez Vejo, para el primero, y David Marcilhacy, para el segundo, ofrecen penetrantes análisis sobre los significados contrapuestos que se asignaron a la presencia de España en el debate acerca de la construcción nacional en México; así como el papel del hispanoamericanismo dentro de la construcción del nacionalismo español.14 En el caso ecuatoriano, en cambio, el estudio del hispanismo fue dejado de lado con desdén por haber sido percibido como una expresión del atavismo conservador.15 Bajo el impulso de la nueva historia cultural e intelectual y delimitando el análisis a las primeras décadas del siglo XX, el hispanismo ecuatoriano empezó a ser investigado.16 En 12 En 1922 circuló la primera edición de El indio ecuatoriano de Pío Jaramillo Alvarado, la primera obra sociológico-jurídica del pensamiento indigenista. En combinación con el realismo social, el indigenismo encontró terreno fértil en la plástica y la producción literaria, ámbitos que alcanzaron notable proyección y reconocimiento internacional. Autores como Jorge Icaza y Demetrio Aguilera Malta, pintores como Eduardo Kingman y Osvaldo Guayasamín, entre otros produjeron dentro de este registro político, intelectual y artístico. 13 Guillermo Bustos, “Clave del relato histórico de Alfredo Pareja Diezcanseco: Herencia colonial, Revolución liberal y mestizaje”, Kipus, No. 24 (II sem. 2008). Sobre el mestizaje como discurso de identidad nacional, ver De Atahuallpa a Cuauhtémoc: Los nacionalismos culturales de Benjamín Carrión y José Vasconcelos, ed. Juan Carlos Grijalva y Michael Handelsman (Pittsburgh: Universidad de Pittsburgh / Museo de la Ciudad de Quito, 2014). 14 Aimer Granados, Debates sobre España: El hispanoamericanismo en México a fines del siglo XIX (México DF: El Colegio de México / UAM-C, 2005); Tomás Pérez Vejo, España en el debate público mexicano, 1836-1867: Aportaciones para una historia de la nación (México DF: El Colegio de México / ENAH, 2008); David Marcilhacy, Raza hispana: Hispanoamericanismo e imaginario na­ cional en la España de la Restauración, trad. Monique Penot (Madrid: CEPC, 2010). 15 Agustín Cueva, “Literatura y sociedad en el Ecuador, 1925-1960”, Revista Iberoamericana LIV, No. 144-145 (jul.-dic. 1988): 637. 16 Guillermo Bustos, “El hispanismo en el Ecuador”. En Ecuador-España: Historia y perspectiva, ed. María Elena Porras y Pedro Calvo-Sotelo (Quito: Embajada de España en Ecuador / AHMREE, 2001); Ernesto Capello, “Hispa26


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este libro examino el lugar que se concedió al legado de España en los imaginarios nacionales de Ecuador. Las narrativas históricas proveyeron los insumos y la orientación primordial para imaginar el pasado de la nación. Para analizar la hechura intelectual y cultural de estos relatos, así como el carácter del letrado que reclamó la autoridad de hablar sobre el pasado, se precisa examinar las condiciones de posibilidad de la escritura histórica. Con este fin apelo al concepto de “operación historiográfica” de Michel de Certeau que permite considerar, de manera interconectada, el “lugar social” desde el que se elabora el relato, las prácticas eruditas que gobiernan su producción y la naturaleza de la escritura que representa al pasado.17 Al mismo tiempo, el examen del proceso de institucionalización de la investigación histórica necesita de la referencia que provee la teoría de los campos intelectuales de Pierre Bourdieu. Según esta, un campo se caracteriza por funcionar de acuerdo a reglas y desafíos específicos, posee una autonomía relativa e incentiva la competencia entre sus participantes para apropiarse del capital simbólico que genera.18 Esta indagación busca elucidar de qué manera se constituyó un campo historiográfico en el caso ecuatoriano. ¿Qué convenciones historiográficas fueron empleadas en las obras de los integrantes de la Academia de Historia? ¿Quiénes eran los académicos, cuáles fueron sus fuentes intelectuales y cómo se relacionaron con otras comunidades científicas? ¿Cuál fue la relación de la agenda de investigación histórica con la secuencia de las conmemoraciones? El campo de la historia de la historiografía de los siglos XIX y XX se ha dedicado a analizar la formación moderna del saber histórico y el entramado institucional que lo hizo posinismo casero: La invención del Quito hispano”, Procesos, No. 20 (II sem. 2003-I sem. 2004); Guillermo Bustos, “La hispanización de la memoria pública en el cuarto centenario de fundación de Quito”. En Etnicidad y poder en los países andinos, comp. Christian Büschges, Guillermo Bustos y Olaf Kaltmeier (Quito: UASB-E / Universidad de Bielefeld / CEN, 2007); Ernesto Capello, City at the Center of the World: Space, History, and Modernity in Quito (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2011), cap. 3. 17 Michel de Certeau, La escritura de la historia, trad. Jorge López Moctezuma (México DF: Universidad Iberoamericana, 1993), 67-118. 18 Pierre Bourdieu, Cosas dichas, trad. Margarita Mizraji (Barcelona: Gedisa, 2000), 143-151. 27


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ble. En años recientes, la historia de la historia dejó de ser un tema marginal y pasó a convertirse en un campo floreciente y en expansión, tanto en el mundo metropolitano como en Amé­ rica Latina y España. El avance ocurrió principalmente en dos ámbitos. El primero, relacionado con la trayectoria interna de la indagación histórica como una rama distintiva del conocimiento; hurgando en las convenciones, métodos y fuentes que empleó, así como en los autores y lectores de estas obras, en las tendencias de la escritura y en los tipos de pensamiento histórico, en los procesos de institucionalización y pro­ fesionalización que definieron la disciplina. El segundo, en cam­bio, examina el amplio conjunto de ideas que se interrelacionaron con el itinerario del saber histórico, entre las que destacan el nacionalismo, el progreso, la democracia, el orden y la civilización, y los múltiples usos políticos y culturales que se efectuaron de las imágenes del pasado.19 ¿A qué se debe el interés que despierta la historia de la historia? Uno de los factores que explica este empeño se debe al “giro reflexivo” que envuelve a las humanidades y las ciencias sociales contemporáneas.20 Este rasgo introspectivo proviene de la investigación sobre la construcción intelectual y social del saber histórico. Otra razón se desprende del potencial analítico que brinda la pesquisa de las múltiples apropiaciones que de la escritura histórica y sus imaginarios se realiza en el campo cultural y simbólico. En este punto cabe anotar que resulta revelador, por ejemplo, el examen de los usos y apropiaciones de la historia para legitimar las acciones públicas o políticas que se proponen cohesionar a grupos en escalas muy diferentes.21 El avance de la historia de la historia en el ámbito metropolitano se registra mediante una nutrida producción de alcances comparativos y globales.22 En el caso latinoamericano 19 Esta breve caracterización se inspira en: Stuart Macintyre, Juan Maiguashca y Attila Pók, “Editor’s Introduction”, The Oxford History of Historical Writing, vol. 4, 1800-1945 (Oxford: Oxford University Press, 2015); y en el “Prólogo” de Jaume Aurell, Catalina Balmaceda, Peter Burke y Felipe Sosa, Comprender el pasado: Una historia de la escritura y el pensamiento histórico (Madrid: Akal, 2013). 20 Comprender el pasado, 5. 21 Ver La invención de la tradición, 19. 22 Ver una muestra de este vasto desarrollo en: Georg. G. Iggers, Historiography in the Twentieth Century (Hanover y Londres: Wesleyan University 28


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o iberoamericano, este adelanto toma cuerpo a través de una variada y creciente producción. Un grupo de obras ofrece visiones panorámicas articuladas a través del seguimiento de tendencias predominantes, autores individuales centrales y temas que han suscitado interés, enmarcadas dentro de espacios nacionales particulares y/o períodos específicos.23 Otras se enfocan en examinar los itinerarios de determinados desarrollos historiográficos, corrientes de análisis y problemas particulares, sea dentro de marcos transnacionales o transcontinentales.24 Un tercer grupo se compone de aportaciones correspondientes al período colonial, que resultan imprescindibles para entender la escritura de la historia del siglo XIX.25 Por último, se cuenta con un conjunto de obras que explora cuestiones relativas a la institucionalización y profesionalización de la historia, la naturaleza de este oficio, las vertientes teóricas Press, 1997); Georg G. Iggers y Edward Wang, A Global History of Modern His­ toriography (Harlow: Pearson Education Limited, 2008); Stefan Berger y Chris Lorenz, ed. Nationalizing the Past: Historians as Nation Builders in Modern Europe (Hampshire: Palgrave Macmillan, 2010); Daniel Woolf, A Global History of History (Cambridge: Cambridge University Press, 2011); Lynn Hunt, Writing History in the Global Era (Nueva York-Londres: W. W. Norton & Company, 2014); Daniel Woolf, ed. The Oxford History of Historical Writing, 5 vol. (Oxford: Oxford University Press, 2015). Stefan Berger y Christoph Conrad, The Past as History: National Identity and Historical Consciousness in Modern Europe (Londres: Palgrave Macmillan, 2015). 23 Jorge Orlando Melo, Historiografía colombiana: Realidades y perspectivas (Medellín: SEDUCA, 1996); Manuel Burga, La historia y los historiadores en el Perú (Lima: UNMSM / Universidad Inca Garcilaso de la Vega, 2005); Cristián Gazmuri, La Historiografía chilena, 1842-1970, t. 1, 1842-1920 (Santiago: Taurus / Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 2006); Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de la Historiografía argentina (Buenos Aires: Sudamericana, 2009); Enrique Ayala Mora, Historiografía ecuatoriana: Apuntes para una visión general (Quito: UASB-E / CEN, 2015). 24 Mauricio Tenorio Trillo, Argucias de la historia: Siglo XIX, cultura y “América Latina” (México DF: Paidós, 1999); Iván Jaksić, Ven conmigo a la España lejana: Los intelectuales norteamericanos ante el mundo hispano, 1820-1880 (Santiago: FCE, 2007); Palmira Vélez, La Historiografía americanista en España, 1755-1936 (Madrid: Iberoamericana, 2007). 25 David A. Brading, Orbe indiano: De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, trad. Juan José Utrilla (México DF: FCE, 1991; Eva Velasco Moreno, La Real Academia de la Historia en el siglo XVIII: Una institución de sociabilidad (Madrid: CEPC / Boletín Oficial del Estado, 2000); Jorge Cañizares Esguerra, Cómo escribir la historia del Nuevo Mundo, trad. Susana Moreno (México DF: FCE, 2007). 29


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del pensamiento histórico, la relación entre modernidad y conocimiento histórico, la construcción de representaciones del pasado en discursos de diversa índole, y la interacción entre políticas de la historia y nacionalismo, etcétera.26 Mi interés en el estudio de la historiografía nació de la lectura de Las convenciones contra la cultura de Germán Colmenares, un texto pionero en su género que puso el examen de la historia de la escritura histórica decimonónica sudamericana en un nivel hasta entonces insospechado.27 Hacia finales de la década de 1980, con contadas excepciones, la perspectiva compartida de la historia y las ciencias sociales sobre los relatos históricos decimonónicos estaba marcada por un ampuloso gesto de desdén. Por lo general, a estos relatos se les adscribía una serie de limitaciones que iban desde el sesgo social de expresar la visión de los de arriba hasta circunscribir las acciones pasadas bajo la mirada de celebración del pasado en clave patriótica. Tal sentido de menosprecio o desinterés provenía, según Sergio Mejía, del impacto que había ocasionado el afianzamiento de la “nueva historia” y la idea de que se había alcanzado un nivel superior de comprensión del pasado.28 Ante la pregunta de “¿Qué hacer con las historias patrias?”, Colmenares ofreció una respuesta a contrapelo de lo que asumía el mundo académico de aquel momento. Propuso la tarea de interrogarlas con rigor y “examinar los mecanis26 Ignacio Peiró Martín, Los guardianes de la Historia: La Historiografía académica de la Restauración (Zaragoza: Instituto Fernando El Católico, 1995); Guillermo Zermeño Padilla, La cultura moderna de la Historia: Una aproximación teórica e historiográfica (México DF: El Colegio de México, 2002); Sergio Mejía, La revolución en letras: La historia de la Revolución de Colombia de José Manuel Restrepo, 1781-1863 (Bogotá: Universidad de los Andes / EAFIT, 2007); Renán Silva, A la sombra de Clío: Diez ensayos sobre Historia e Historiografía (Medellín: La Carreta, 2007); Fabio Wasserman, Entre Clío y la Polis: Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río de la Plata, 1830-1860 (Buenos Aires: Teseo, 2008); Mark Thurner, El nombre del abismo: Meditaciones sobre la historia de la Historia, trad. Juan Carlos Callirgos (Lima: IEP, 2012); Michael Goebel, La Argentina partida: Nacionalismos y políticas de la historia, trad. Floriana Beneditto (Buenos Aires: Prometeo, 2013). 27 Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura: Ensayos sobre la Historiografía hispanoamericana del siglo XIX (Bogotá: Tercer Mundo, 1987). 28 La revolución en letras, 12-15. Otro trabajo pionero es el de Allen Woll. A Functional Past: The Uses of History in Nineteenth-Century Chile (Baton Rouge: Lousiana State University Press, 1982). 30


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mos de su producción y su razón de ser”, para lo cual había que identificar “las convenciones” por medio de las cuales fueron elaboradas. El objetivo de su intervención no solo fue reconocer la contribución de la imaginería historiográfica en los procesos de formación nacional, cuestión de suyo importante, sino también abrir “la posibilidad de reflexionar teóricamente sobre el fenómeno de las historias patrias”, un desafío ambicioso y complejo que ha empezado a ser cavilado por la reciente investigación historiográfica.29 ¿En qué medida los historiadores sudamericanos decimonónicos fueron consumidores de las “convenciones historiográficas” europeas y de qué manera sus narrativas se relacionaron con los imperativos políticos de la época? A partir del examen de algunos de los más importantes debates historiográficos sobre cómo investigar el pasado, escenificados principalmente en el Cono Sur, Juan Maiguashca asevera que “estos autores no fueron meros consumidores de ideas importadas sino fundamentalmente innovadores”. En vista de que la figuración del pasado se desarrolló en la intersección de la actividad letrada y la constricción política, los historiadores asumieron el reto de imaginar un relato para una entidad de tipo republicano, cuya trayectoria identifique unos orígenes y despliegue, al mismo tiempo, un derrotero hacia un tipo de modernidad deseada.30 A este respecto, Fabio Wasserman puntualiza que el rasgo que caracteriza a la escritura del pasado es el de una “escritura sometida a escrutinio público, la que se suponía estaba en condiciones de poner orden y fijar el sentido del pasado”.31 Hasta el momento, el análisis de la historiografía en Ecuador no se ha articulado a la discusión y al acumulado de investigación aquí expuesto. No obstante, se cuenta con un conjunto erudito de aproximaciones panorámicas que proveen visiones de conjunto sobre autores y obras, y un mapeo de la 29 Las convenciones contra la cultura, 11-38, 200. Me refiero especialmente a los trabajos de Juan Maiguashca, Guillermo Zermeño, Fernando Devoto, Fabio Wasserman y Sergio Mejía. 30 Juan Maiguashca, “Historians in Spanish South America: Cross-References between Centre and Periphery”. En The Oxford History of Historical Writing, vol. 4, 1800-1945, ed. Stuart Macintyre, Juan Maiguashca y Attila Pók (Oxford: Oxford University Press, 2015). Todas las citas que son traducciones del inglés al castellano son mías. 31 Entre Clío y la Polis, 79. 31


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producción histórica local y nacional, en función de períodos, temas, instituciones específicas, orientaciones ideológicas, influencias de corrientes de pensamiento, y debates locales.32 En cuanto a la historia cultural de las conmemoraciones, la pregunta básica que pone en práctica esta investigación es có­ mo estudiar las ceremonias públicas de culto al pasado. Este libro se propone explorar la liturgia, los participantes, los debates y los fines de las conmemoraciones que se escenificaron en Ecuador entre los decenios de 1880 y 1930. El lapso que cubre este estudio forma parte de lo que Pierre Nora denominó “la era de las conmemoraciones”.33 No interesa hacer un análisis exhaustivo de todos estos rituales, sino más bien se identifica a aquellos que permiten ilustrar la clave de este proceso. ¿Qué recordaban las distintas conmemoraciones y qué tipo de rituales o ceremoniales pusieron en marcha? ¿Quiénes las promovieron y dirigieron, y cómo el público las consumió? ¿Cuál fue el papel de la opinión pública y los medios de comunicación 32 Estas referencias corresponden únicamente a trabajos que aluden a la historiografía del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX: Isaac J. Barrera, Historiografía del Ecuador (México DF: IPGH, 1956); Adam Szaszdi, “The Historiography of the Republic of Ecuador”, HAHR 44, No. 4 (nov. 1964); Rodolfo Agoglia, “Estudio introductorio y selección”. En Historiografía ecuatoriana (Quito: BCE / CEN, 1985); Enrique Ayala Mora, “Estudio introductorio”. En La Historia del Ecuador: Ensayos de interpretación, ed. Enrique Ayala (Quito: CEN, 1985); Carlos Landázuri Camacho, “La Historiografía ecuatoriana: Una apretada visión de conjunto”, Quitumbe, No. 6 (may. 1987); Jorge Núñez, Sánchez, “La actual Historiografía ecuatoriana y ecuatorianista”. En Antología de Historia, comp. Jorge Núñez (Quito: FLACSO-E / ILDIS, 2000); Franklin Barriga López, Historia de la Academia Nacional de Historia del Ecuador (1909-2009) (Quito: El Conejo, 2009); Ángel Emilio Hidalgo, “El aparecimiento del saber histórico en Guayaquil: El Centro de investigaciones históricas, 1930-1962”, Procesos, No. 31 (ene.-jun. 2010); Ayala Mora, Historiografía ecuatoriana: Apuntes. Por su parte, en el campo de la Historiografía del arte dentro del período de estudio se destaca el estudio de Carmen Fernández-Salvador “Historia del arte colonial quiteño: Un aporte historiográfico”. En Arte colonial quiteño: Renovado enfoque y nuevos actores (Quito: FONSAL, 2007), informado del debate contemporáneo en los campos de la Historiografía del arte y la historia cultural. 33 Pierre Nora, “The Era of Commemoration”. En Realms of Memory: The Construction of the French Past, vol. III, Symbols, dir. Pierre Nora, trad. Arthur Goldhamer (Nueva York: Columbia University Press, 1998). Sobre este asunto otra referencia clásica también es Eric Hobsbawm, “La fabricación en serie de tradiciones: Europa, 1870-1914”. En La invención de la tradición. 32


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en estos eventos? ¿Qué relaciones guardaron estos rituales con la identidad nacional? ¿Cómo se dramatizaba el pasado al que estas ceremonias honraban? ¿En qué contextos políticos y sociales las conmemoraciones operaban? Debido a que las conmemoraciones fueron expresiones for­ mativas del recuerdo colectivo, desarrollaron un carácter selectivo y excluyente. Por esta razón, siguiendo a Fernando Coronil, se precisa prestar atención “a las operaciones ocultas que seleccionan y naturalizan la memoria histórica, y a los filtros que crean la memoria nacional y global y sus respectivas formas de amnesia”.34 Si aceptamos la premisa de que la memoria es una dimensión constitutiva (no derivativa ni accesoria) de todo ordenamiento social, y de que está arraigada en un complejo de relaciones de clase, etnicidad, género y poder (o subalternización), entonces, el estudio de las conmemoraciones, siguiendo a Peter Burke, tiene la tarea de averiguar quién quiere que alguien recuerde algo, con qué objetivos y a través de qué medios.35 Las conmemoraciones que aquí se estudian invocaron la afirmación simbólica de un ancestro, definieron un pasado al que rindieron culto y, como señala Pierre Nora, transmitieron la “memoria-nación”, un relato que se proponía cumplir el rol de marco unificador de la conciencia colectiva.36 No obstante, aunque estos rituales a primera vista proyectan la imagen unificada del recuerdo colectivo son, en verdad, el fruto de disputas y negociaciones.37 El estudio de las conmemoraciones republicanas constituye un campo emergente e investigado de manera poco sistemática en la historiografía latinoamericana. Sin pretender ha34 Fernando Coronil, The Magical State: Money, and Modernity in Venezuela (Chicago: The University of Chicago Press, 1997), 17. 35 Peter Burke, “Social Memory”. En Varieties of Cultural History (Cambridge: Cambridge University Press, 1997); John R. Gillis, “Introduction. Memory and Identity: The History of a Relationship”. En Commemorations: The Politics of National Identity, ed. John. R. Gillis (Princeton: Princeton University Press, 1994); Natalie Zemon Davis y Randolph Starn, “‘Introduction’ Special Issue: Memory and Counter-Memory”, Representations, No. 26 (primavera 1989). 36 Nora, “The Era of Commemoration”, 626. 37 John Bodnar, “Public Memory in an American City: Commemorating in Cleveland”. En Commemorations. 33


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cer una relación exhaustiva, sobresalen los artículos pioneros de George Lomné sobre la liturgia política bolivariana y el libro de Lilia Ana Bertoni que aborda la formación de una tradición patriótica en Argentina, desarrollada mediante el análisis de la edificación de monumentos, la organización de fiestas y la configuración de un panteón nacional.38 Destaca también un conjunto de artículos que estudian las conmemoraciones de la Independencia en el siglo XIX y las discusiones sobre los orígenes nacionales. En este registro se distinguen tres trabajos en orden de aparecimiento. Primero, consta el estudio de Rebecca Earle en el que ofrece una visión panorámica de las fiestas cívicas a lo largo del continente. Luego, una contribución de múltiples autores, por casos nacionales y de corte más exhaustivo, sobre la conmemoración del primer centenario de la Independencia, coordinada por Tomás Pérez Vejo para un número monográfico de la revista Historia Mexicana, con motivo del bicentenario. Se incluyen colaboraciones correspondientes a siete países de la región y España. Finalmente, una compilación de estudios sobre los orígenes de las fiestas patrias correspondientes a varios países sudamericanos y centroamericanos, bajo la dirección de Pablo Ortemberg.39 Al analizar el caso ecuatoriano, esta investigación distingue dos hilos temáticos conductores en el ciclo de conmemoraciones: uno centrado en los temas relativos a los “padres de la patria” y la Independencia, y otro dedicado a exaltar el ancestro hispano simultáneamente. A primera vista, el contenido temático de los ceremoniales sugiere la presencia de una contradicción. No obstante la divergencia temática, la narrativa nacional ecuatoriana acomodó los elementos opuestos den­ tro de una sola trama, de manera semejante a cómo ocurrió en 38 George Lomné, “La Revolución francesa y lo simbólico de la liturgia política bolivariana”, Miscelánea Histórica Ecuatoriana 2, No. 2 (1989); Lilia Ana Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas: La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX (Buenos Aires: FCE, 2001). 39 Rebecca Earle, “‘Padres de la Patria’ and the Ancestral Past: Commem­ orations of Independence in Nineteenth-Century Spanish America”, JLAS 34, No. 4 (nov. 2002). El número monográfico coordinado por Tomás Pérez Vejo para Historia Mexicana LX: 1, No. 237 (jul.-sep. 2010) incluye artículos sobre México, Paraguay, Venezuela, Chile, Argentina, Ecuador, Colombia y España; Pablo Ortemberg, dir. El origen de las fiestas patrias: Hispanoamérica en la era de las independencias (Rosario: Prohistoria, 2013). 34


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otros países. Por esta razón se examina la combinación de ambos hilos temáticos en las distintas conmemoraciones como parte de un mismo proceso material y simbólico. Las conmemoraciones, el recuerdo colectivo de los “padres de la patria” y otros personajes, la erección de monumentos, la participación del país en ferias internacionales y la organización de ferias nacionales colocaron en primer plano la cuestión de los contenidos de la memoria nacional. Este libro argumenta que las sucesivas conmemoraciones públicas fueron las actividades que pusieron en escena, más que ninguna otra, la elaboración y divulgación masiva de la memoria nacional. Estos aniversarios permitieron reelaborar el recuerdo colectivo y se articularon como vastos mecanismos de ingeniería social que definieron cognitiva y afectivamente el contenido histórico de la identidad nacional. Estructura de la obra El argumento de este libro se desarrolla en dos partes con un total de seis capítulos. La primera parte trata el contexto de producción y el contenido de los primeros relatos históricos sobre el Ecuador republicano, elaborados por letrados autodidactas, y analiza la realización de los rituales conmemorativos ocurridos entre el decenio de 1880 y la primera década del siglo XX. Esta parte se compone de tres capítulos. El primero tiene como propósito estudiar las grandes narrativas históricas de la nación durante la segunda mitad del siglo XIX. Con ese propósito se estudian los relatos históricos elaborados por Pedro Fermín Cevallos (1870) y Federico González Suárez (1890-1903). En ambos casos se disciernen las convenciones historiográficas mediante las cuales compusieron sus obras y la relación que mantuvieron con los contextos políticos en que fueron elaboradas. En este capítulo se exploran las claves de la escritura histórica decimonónica, las bases de la autoridad intelectual que reclaman, su carácter científico y, fundamentalmente, las operaciones retóricas y heurísticas que emplearon para ofrecer una imagen patriótica del pasado ecuatoriano, que resulte plausible con las estructuras de poder decimonónicas. El segundo capítulo analiza los dos grandes cauces de creación de significado de la nación republicana, expresados en las 35


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formaciones discursivas del patriotismo católico y del patriotismo laico. Como se sabe, el patriotismo ha sido en His­panoa­ mérica una formación discursiva de larga duración. Este capítulo ofrece una reflexión sobre las transformaciones que aquellos discursos experimentaron a lo largo del siglo XIX y las mutaciones que la Revolución liberal introdujo al respecto. Se estudian el estatus de la Iglesia católica antes y después de la transformación liberal, y el papel que jugó el arzobispo-historiador en este proceso. Finalmente se ofrece un acercamiento a la naturaleza del amor patriae, según las tradiciones de pensamiento que pugnaban durante el período de estudio. Este capítulo explora la naturaleza de la dimensión patriótica que constriñó el discurso histórico y la imaginación del pasado nacional. Por su parte, el tercer capítulo estudia los rituales de la memoria que se pusieron en marcha entre 1883 y 1909. En una primera parte se examinan dos conmemoraciones puestas en escena en 1883 y 1892, correspondientes a la recordación del centenario del natalicio de Simón Bolívar y a la erección de la estatua de Antonio José de Sucre, respectivamente. Ambos ceremoniales son analizados a la luz de las continuidades e innovaciones que mantienen e introducen frente al Antiguo Régimen y la modernidad republicana. En la segunda parte de este capítulo se estudia la conmemoración del primer centenario de la Independencia ecuatoriana, ocurrida en 1909. Con este propósito se examina la dialéctica entre 1809 y 1909, en medio de la cual se celebró el pasado y se impugnó o afianzó el presente, dependiendo de la posición que los actores tomaron ante la transformación liberal en marcha. Seguidamente, se examina el proceso que acompañó la recolección de fondos y la construcción del monumento a los “héroes” del 10 de agosto, los debates en torno a la simbología de los monumentos y a la interpretación de la Independencia. En todos estos casos se investiga cuál fue la relación entre el recuerdo que se elaboraba de aquellos personajes y la memoria que se construía de la nación ecuatoriana. El capítulo concluye con una reflexión en torno al “deber de memoria”, una categoría introducida por Paul Ricoeur.40

40 Paul Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, trad. Agustín Neira (Madrid: Trotta, 2003), 119. 36


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La segunda parte de esta obra se dedica a explorar la institucionalización del saber histórico, las características de la producción histórica en este nuevo contexto, la naturaleza de la figura del académico historiador y la eclosión de un proyecto nacional de corte hispanista. Esta parte también se integra de tres capítulos. El capítulo cuarto tiene como objeto de estudio la institucionalización del saber histórico en Ecuador, ocurrida durante los primeros decenios del siglo XX. Analiza la herencia intelectual que dejó la historiografía ecuatoriana del siglo XIX. Indaga hasta qué punto se constituyó un campo intelectual especializado sobre la investigación del pasado, la dinámica y los objetivos que gobernaron su emergencia y cómo se desarrolló este proceso durante las primeras décadas del siglo XX. La institucionalización de la indagación histórica tuvo como punto de partida la obra intelectual del arzobispo-historiador González Suárez; por lo tanto, se expone su legado historiográfico, político y cultural. Esa herencia intelectual se manifestó principalmente en la manera de pensar históricamente la nación ecuatoriana, un cauce cuyo contenido fue disputado por otras visiones políticas e intelectuales, pero cuya dirección y fronteras pervivió durante buena parte del siglo XX. A continuación, el análisis se ocupa de la organización, tanto de la Sociedad Ecuatoriana de Estudios Históricos Americanos como, principalmente, de la Academia Nacional de Historia durante los primeros decenios de vida institucional. Se escudriña la relación que esta entidad mantuvo con el Estado, la sociedad civil y otras sociedades dedicadas al cultivo de la disciplina histórica en los países vecinos. El capítulo termina con una aproximación al carácter del Boletín de la Academia, la primera revista especializada que circuló con una notable regularidad considerando las condiciones del medio y la época, y da cuenta de los principales debates que tuvieron lugar en su seno. Esta publicación, que ganó una rápida reputación nacional e internacional, estableció los parámetros de la investigación histórica en Ecuador. El quinto capítulo indaga la manera en que el archivo colonial funcionó como una intrincada red de significados alrededor de los cuales deambularon los exponentes de la Academia Nacional de Historia. El capítulo estudia cómo se relacionaron 37


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estos autores con aquellas fuentes, qué valor cognitivo y cívicomoral les concedieron, y qué tipo de prosa adoptaron para relatar sus hallazgos. Se trata de reflexionar sobre la forma en que se trasladó el poder del archivo colonial hacia la escritura histórica. Al mismo tiempo, se dilucida cómo el archivo colonial fue transmutado en archivo nacional. Este capítulo tiene como objeto de análisis la obra historiográfica de tres de los más lúcidos exponentes de la Academia Nacional de Historia: Jacinto Jijón y Caamaño, José Gabriel Navarro y Julio Tobar Donoso, publicada durante la primera mitad del siglo XX. El capítulo sexto se concentra en la conmemoración hispanista por excelencia del período: la celebración de los cuatrocientos años de fundación de la ciudad de Quito, ocurrida en 1934. En ella se produjo la exaltación de la herencia española que se vio materializada en la capital del país. Este capítulo indaga sobre el marco narrativo que guió el aniversario, las conmociones sociales y las transformaciones culturales que atravesaron la coyuntura de la celebración, la amnesia social en que se sumió el recuerdo del concomitante cuarto centenario de la muerte de Atahualpa, el último inca, y las imágenes del pasado que poblaron los rituales públicos de recor­dación hispanista. Este capítulo incluye la consideración del espacio de opinión pública como un medio en el que se construyó, debatió e inculcó una determinado tipo de memoria social local y nacional. Finalmente, las conclusiones presentan una relación de las principales contribuciones de este estudio, concentrándose en la relación entre escritura de la historia, conmemoraciones y pasado de la nación.

Consideraciones sobre las fuentes Cada fragmento del pasado que se convierte en fuente histórica por la acción de las preguntas de una investigación, “nos remite a una historia que es algo más o algo menos que el propio fragmento, y, en todo caso, algo distinto”.41 Como se sabe, el 41 Reinhart Koselleck, Futuro pasado, trad. Norberto Smilg (Barcelona: Paidós, 1993), 199. 38


Introducción

conocimiento histórico es indirecto y dependiente del examen de los vestigios del pasado. La crítica o el tratamiento de las fuentes, esto es la manera en que se las interroga, constituye un asunto medular de toda investigación. Entre las fuentes a las que recurrí para reconstruir los procesos intelectuales de elaboración de las representaciones del pasado, se incluye un corpus de narrativas históricas impresas en Ecuador y en otros países sudamericanos, España y Estados Unidos. También acudí a la correspondencia de estos autores, los comentarios y reacciones que sobre sus obras aparecieron en la prensa o en otras publicaciones, y las memorias que algunos escribieron sobre su experiencia intelectual y de vida. Determinadas revistas como el Boletín de la Sociedad y el Boletín de la Academia fueron los medios en que aparecieron y se difundieron un buen número de relatos objeto de este análisis. En cambio, las fuentes que dan cuenta de los rituales de la memoria son de muy variado tipo. Incluyen sermones religiosos, hojas volantes, folletos conmemorativos, prensa, revistas, fotografía, iconografía, dibujos, decretos, informes de autoridades del Gobierno central y local, discursos conmemorativos, y producción literaria (poemas y obras teatrales), etcétera. El escrutinio de estas fuentes involucró, entre otras, tres consideraciones. La primera tiene que ver con la indagación respecto al contexto de su procedencia u origen. Para ello he tenido presente la pregunta básica respecto a qué tipo de huella del pasado expresa un determinado documento o, dicho de otro modo, hasta qué punto y de qué manera una fuente responde a lo que se intenta averiguar. En suma, qué hizo posible el contenido y la forma que adquiere una fuente dada.42 La segunda consideración, en cambio, sitúa al documento dentro del archivo. Sabemos que este no es un lugar neutro sino moldeado por relaciones de autoridad o fuerza, que “de-

42 Ver Johann Gustav Droysen, Historica: Lecciones sobre la Enciclopedia y metodología de la historia, trad. Ernesto Garzón Valdés y Rafael Gutiérrez Girardot (Barcelona: Alfa: 1983); Renán Silva, “La servidumbre de las fuentes”. En Balance y desafío de la Historia de Colombia al inicio del siglo XXI: Homenaje a Jaime Jaramillo Uribe, comp. Adriana Maya y Diana Bonnett (Bogotá: Universidad de los Andes, 2003). 39


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terminan lo que es ‘archivable’ y lo que es ‘accesible’”,43 Los fragmentos del pasado investigados en este trabajo fueron archivados como parte del gesto que expresaba o volvía natural la asimilación del discurso nacionalista oficial. El poder y la fascinación que ejerció dicho discurso, sea en clave patriótica o nacionalista, cubre como un manto envolvente toda la documentación consultada. La tercera consideración se refiere, en cambio, al escrutinio del lenguaje empleado en las fuentes. Me interesa resaltar la atención que debemos prestar al vocabulario, las metáforas y las oposiciones que estructuran los discursos analizados. En lo que me ha sido posible, busqué leer las fuentes no solo en la dirección que ellas siguen, para intentar comprender qué hizo posible su contenido y forma expresiva, sino también a contrapelo de la orientación que proponen, para deconstruir sus propósitos y hurgar en sus silencios. De esta manera espero hacer evidente la manera en que actúa el poder y las contradicciones que genera. Así, el lector podrá distinguir la relación entre el análisis histórico, los nacionalismos oficiales y las conmemoraciones.44 Las creencias en el pasado nacional despiertan una enorme carga subjetiva tanto en la gente común como en los mismos especialistas. Según Rebecca J. Scott, la dialéctica entre presente y pasado, en la que necesariamente se inserta cualquier interpretación de una narrativa nacional, pone en disputa algo más que un ejercicio de la razón. Para los historiadores contemporáneos, una narrativa nacional puede ser “al mismo tiempo un motivo de inspiración para la investigación y un obstáculo importante para su entendimiento”.45 El desafío que se desprende de estas aseveraciones suscita una última 43 Carlos Aguirre y Javier Villa-Flores, “Los archivos y la construcción de la verdad histórica en América Latina”, Jahrbuch, No. 46 (2009): 5. 44 Debo esta observación a Fernando Coronil y agradezco la referencia a la crítica de Ranajit Guha, “Nationalism reduced to ‘Official Nationalism’”. ASAA Review 9, No. 1 (jul. 1985). Ver también al respecto, el perspicaz análisis de Ann Laura Stoler, “Colonial Archives and the Arts of Governance: On the Content in the Form”. En Archives, Documentation and Institutions of Social Mem­ ory: Essays from the Sawyer Seminar, ed. Francis X. Blouin Jr. y William G. Rosenberg (Ann Arbor: The University of Michigan Press, 2007), 271-272. 45 Rebecca J. Scott, “The Provincial Archive as a Place of Memory: Confronting Oral and Written Sources on the Role of Former Slaves in the Cuban 40


Introducción

consideración. El legado de la historia patria nos alcanza en el presente porque todavía, y no en poca medida, deambulamos en la estructura intelectual que tan exitosamente construyó. Este libro se propone interrogar aquella tradición historiográfica y patriótica.

War of Independence (1895-1898)”. En Archives, Documentation, and Institutions, 280. 41



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