La Palabra de Dios nos convoca
Es una Palabra venida de alguien que nos ama
En la actualidad hay muchas “palabras” que nos llaman, ¿para qué?
Dios nos llama para darnos vida
El Reino de Dios la invitación a todos
La Iglesia no existe para sí misma, sino al servicio de un proyecto divino que supera con mucho los límites de la realidad y de la acción eclesial: el proyecto del Reino de Dios.
Este proyecto es:
• el plan grandioso de Dios sobre la humanidad, que, en Cristo y por medio del Espíritu, se realiza en la historia • el plan de promoción y liberación integral de la humanidad, promesa de victoria y de felicidad en una humanidad reconciliada y unida • la realización de los valores supremos que los hombres de todos los tiempos anhelan y sueñan: “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”.
La venida del Reino de Dios constituye el anhelo supremo y el punto de referencia de toda actividad en la Iglesia.
Se realiza en la DIACONIA
. El signo de la diaconía eclesial responde a la profunda exigencia de los hombres y de los pueblos de hallar una alternativa a la lógica de dominio y de egoísmo que envenena la convivencia humana. La comunidad cristiana está llamada a testimoniar un nuevo modo de amar, una tal capacidad de entrega y de compromiso, por los demás que haga creíble el anuncio evangélico del Dios del amor y del reino del amor. El signo de la diaconía prende de tal modo en el corazón del proyecto del Reino que parece entre todo ser más decisivo e importante (Cf. Mt 25, 35-46), verdadero test de autenticidad de los demás.
Se vive en la KOINONÍA
. El signo de la koinonía eclesial o comunión responde al anhelo de hermandad, de paz, de reconciliación y comunicación de los hombres de todos los tiempos. Debe manifestar un modo nuevo de convivir y de compartir, anuncio de posibilidad de vivir como hermanos reconciliados y unidos, como plena aceptación de todas las personas y con el máximo respeto de libertad y originalidad de cada una. Frente a una sociedad dominada por la ambición, por la codicia del poder, por la violencia y la marginación sistemática de los más débiles; frente a las leyes de la ganancia y de la eficacia despersonalizante y deshumanizante; en un mundo desgarrado por las divisiones, discriminaciones y egoísmos, los cristianos están llamados a testimoniar la utopía del reino de la fraternidad y de la paz, ofreciendo espacios de libertad y de comprensión, de amor sincero y de respeto de los derechos de todos.
Se anuncia en la MARTYRIA.
El signo de la martyría o función profética aparece en el mundo como anuncio liberador y como clave de interpretación de la vida y de la historia. Ante la demanda de sentido y ante la experiencia del mal, que conduce a tantos hombres al fatalismo y a la desesperación, los cristianos están llamados a ser en el mundo portadores de esperanza, «enemigos del absurdo, profetas del sentido», a través del anuncio de Jesús de Nazaret, que revela el amor del Padre e inaugura y garantiza la realización del Reino. Es el signo del testimonio desinteresado, de la palabra libre y valiente («parresía»), llena de la fuerza profética que no calla ante las amenazas; es el signo de la palabra encarnada, repensada y vivida en el lenguaje significativo de cada pueblo y de cada hombre.He aquí la misión especifica de la Iglesia en el mundo: hacer presentes en medio de los hombres, como signo y primicia del gran proyecto de Dios, los cuatro grandes dones de que es portadora: un nuevo modo de amor universal, una nueva forma de convivencia fraterna, una palabra y un testimonio henchidos de salvación y de esperanza, un conjunto de ritos transparentes y expresivos de una vida en plenitud. A través de estos signos, la Iglesia cumple su misión en la historia y presta su contribución específica e insustituible a la realización del Reino de Dios.
Se celebra en la LITURGIA
. El signo de la liturgia eclesial comprende el conjunto de ritos y celebraciones de la vida cristiana como experiencia de liberación y de salvación. Responde a la exigencia, profundamente radicada en el corazón del hombre, de celebrar la vida, de acoger y expresar en el Símbolo el don de la salvación y el misterio de la existencia, rescatada y trasformada. Frente a los límites mortificantes de la racionalidad, en una sociedad que reprime la libertad y condena a la soledad, la comunidad cristiana está llamada a crear espacios en donde la vida y la historia, liberadas de su opacidad, sean celebradas, exaltadas, relanzadas como proyecto y como lugar de realización del Reino. En la Eucaristía, sacramentos, fiestas y conmemoraciones que constelan la experiencia de fe, los cristianos deben testimoniar y celebrar, con alegría y agradecimiento, la plenitud liberadora del anuncio que se nos ha dado en Cristo. Los valores del Reino –la paz, la fraternidad, el amor, la justicia– son así anunciados y pregustados en la forma visible de celebraciones que los manifiestan y los realizan.