INFRAESTRUCTURA VERDE
RETORNO AL PAISAJE Nacho DÃez
Material documental reelaborado a par tir del ar tículo
INFRAESTRUCTURA VERDE Y PAISAJE APLICACIONES: RETOS Y FRONTERAS Dentro de la publicación
INFORME SOBRE LA EVOLUCIÓN Y LA SITUACIÓN TERRITORIAL DE LA COMUNITAT VALENCIANA ISBN: 978-84-9133-247-3. UNIVERSITAT DE VALÈNCIA. 2019
AUTOR: IGNACIO DIEZ TORRIJOS Nacho Díez nace en Valencia en 1977. Estudia en la escuela de Ingenieros Agrónomos de Valencia cursando la especialidad en Ingeniería Rural. Para complementar sus estudios obtiene el Máster de Arquitectura del Paisaje en la Universidad Politécnica de Cataluña y la licenciatura de Ciencias Ambientales en Valencia. Se doctora por la Escuela Superior de Arquitectura de Valencia de la Universidad Politécnica de Valencia con premio extraordinario a la tesis doctoral. Desde 2003 desarrolla su actividad profesional en el campo de la planificación territorial, la arquitectura del paisaje y la evaluación ambiental. Ha trabajado para administraciones locales y autonómicas, para universidades y para promotores Privados. En la actualidad es miembro de cercle Territorio, Paisaje y Arquitectura. w w w.cercle.es.
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PAISAJE E INFRAESTRUCTURA VERDE 1.1. Trayectividad, medianza y conquista física y/o mental 1.2. Significado-semiosis 1.3. Visualidad del paisaje 1.4. Las raíces de la preocupación por el paisaje 1.5. El sentido de la transformación. Dualidad funcional-simbólica. 1.6. Recuperar los vínculos. Infraestructura Verde y Paisaje.
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EXPERIENCIAS INFRAESTRUCTURA VERDE Y PAISAJE 2.1. Los servicios ambientales y la Infraestructura Verde en la Ordenación del Territorio: El litoral de la Comunitat Valenciana. 2.2. Participación pública, transformación y carácter del paisaje: Ciutat Vella de Valencia. 2.3. La gestión de los paisajes agrícolas y culturales: Horta de València. 2.4. La re-cualificación del paisaje. Visualidad y escenarios de futuros: Nou Espai Botànic.
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CONCLUSIONES
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Paisaje e infraestructura verde
El concepto del paisaje surge gracias al arte en el contexto de la revolución del conocimiento que supuso el Renacimiento. Los primeros cuadros de paisaje empiezan a plasmarse en los Países Bajos y en Italia desde el siglo XVI. Es significativo que en castellano esta palabra no aparece hasta el siglo XVIII (1700) y hasta bien entrado el siglo XIX, su significado no va más allá del de “pintura de la naturaleza” (para conocer este proceso en profundidad ver Maderuelo, 2005).
Desde su nacimiento, el concepto paisaje ha ido incorporando nuevos significados. El paisaje pictórico bascula desde una mirada bucólica y pastoril de los primeros escenarios campestres representados, hacia una lectura más escenográfica y naturalista con reminiscencias del mundo clásico alcanzando su momento álgido en el siglo XVII. Durante los siglos XVIII y XIX la mirada intencionada de los viajeros ilustrados, la revolución
Horta d’Almàssera
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romántica y los “tours” inspirados en el romanticismo van a suponer la conquista mental de paisajes indómitos como las montañas, los mares, los desiertos, y van a desarrollar la idea del carácter del lugar, como una manera de acceder a aquello que hace único a un territorio. Categorías estéticas como lo pintoresco, lo sublime o lo exótico nacen en este momento para impregnar el concepto de paisaje. En España, el movimiento romántico llega con retraso (Pantorba,
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1943), produciéndose a finales del siglo XIX y principios del XX una eclosión del pensamiento en torno al paisaje. Un vuelco estético que imprimirá carácter a los principales arquetipos paisajísticos que se consolidarán durante esta etapa. La representación cultural del paisaje español experimentó una influencia poderosa de las imágenes que sobre él vertieron las aportaciones artísticas de la generación del 98. En este recorrido, el paisaje como concepto salta del arte a la ciencia a través de la geografía. El descubrimiento científico del paisaje, producido en las últimas décadas del siglo XVIII es un reflejo más de un giro en el espacio general del saber dentro del contexto europeo, de una mutación en el modo de analizar la realidad (Mateu, 2008).
A finales del siglo XIX y durante el siglo XX el paisaje se va a incorporar a las disciplinas que actúan transformando el territorio y de este modo la Arquitectura del Paisaje, la Arquitectura y el Urbanismo, la Ordenación del Territorio se convierten en disciplinas que van a ir incorporando el paisaje dentro de sus cuerpos de conocimiento. Como fruto de este viaje que sufre el paisaje como palabra y concepto, se han ido ampliando sus fronteras semánticas, y esto provoca a menudo cierta confusión sobre su significado. En la actualidad el paisaje aparece frecuentemente en la legislación territorial-ambiental o en disciplinas científicotécnicas; pero a pesar de ello, nos encontramos con una especie de desfase entre cómo se interpreta en el ámbito académico-profesional y cómo se percibe en la sociedad en general. De este modo, sigue siendo necesario volver a los orígenes y definir los principios del paisaje
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que están basados en una dualidad formada por el territorio y la cultura. Para abordar esta dualidad del concepto de paisaje, Martínez de Pisón diferencia el paisaje-imagen del paisaje-territorio. El paisajeterritorio surge como forma y objeto geográfico, acumulador de historia territorial, y el paisaje-imagen como imagen creada, depósito de miradas en el tiempo, suma de vivencias, prácticas, estudios, pensamiento, identidades y arte (Martínez de Pisón, 2008). Según Joan Nogué, el paisaje es, en buena medida, una construcción social y cultural, siempre anclado eso sí, en un substrato material, físico. El paisaje es, a la vez, una realidad física y la representación que culturalmente nos hacemos de ella; la fisionomía externa y visible de una determinada porción de la superficie terrestre y la percepción individual y social que genera. Un tangible geográfico y
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su interpretación intangible. Es a la vez, significante y significado, el continente y el contenido, la realidad y la ficción (Nogué, 2008). Por tanto, conviene ir a la raíz del concepto y no olvidar el sentido último del paisaje como una construcción cultural que relaciona a una sociedad y su territorio. Se ha de evitar la banalización del enfoque del paisaje que en ocasiones queda reducido a la cosmética del territorio o a una apariencia más o menos bella de éste. Mathiew Kessler, filósofo alemán, sugiere
que el paisaje parece exigir algo más que una perspectiva de simple espectador. Se requiere una aproximación experiencial, una actitud en la que la contemplación significa sabiduría, y percepción, relación íntima con la física del espacio geográfico (Kessler, 2000). Para abordar esta cuestión definiremos lo que consideramos como pilares conceptuales para comprender la relación entre una sociedad y su territorio: medianza, trayectividad y conquista física y/o mental.
PARC AGRARI PEIXETS Alboraya. PROJAR-CERCLE. 2019.
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1.1. Trayectividad, medianza y conquista física y/o mental
EL SENTIDO DEL MEDIO, LA pensamiento paisajero”). En este MEDIANZA sentido, se ahonda en una reflexión que aborda la dimensión social de las Tetsuro Watsuji (1935, 1979) personas dentro de una historicidad hablaba de la medianza humana inseparable de su espacialidad. como un elemento estructural de su existencia (la traducción de la La medianza –el sentido del medioedición en castellano emplea el es el modo según el cual se establece término ambientalidad, pero para una relación dinámica (como el el presente texto, se ha considerado momento de dos fuerzas) en el que más apropiado utilizar medianza de la sociedad no puede comprenderse acuerdo a la reflexión de Agustín sin su entorno y el entorno precisa Berque en la publicación de “El de una lectura que incorpore la
subjetividad de una comunidad, su experiencia, su visión (ver figura 1). En la lectura y compresión de estos vínculos nos aproximamos a la raíz del paisaje.
Figura 1. Entre la sociedad y su territorio se establecen relaciones funcionales y simbólicas que forman parte de los modos de habitar un espacio por parte de una comunidad. La medianza, dota de espacialidad la experiencia humana y de significado la relación con el entorno. Fte.: Elaboración propia.
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EL VIAJE, LA TRAYECTIVIDAD. Según Agustín Berque, el pensamiento del paisaje no ha dejado de oscilar entre la objetivación o la subjetivación, entre lo material y el sentimiento, el objeto y el sujeto, desinteresándose del lazo estructural que los une. Iniciar un análisis de la medianza no supone rechazar el rigor metodológico, la
objetividad, la razón, en general, para entregarse a la subjetividad individual. Se produce un fenómeno de trayectividad, entre lo objetivo y lo subjetivo, un vaivén entre el sujeto y las cosas que le rodean. Existe por tanto una retroalimentación continua entre el entorno y la imagen colectiva. Medio físico y cultura evolucionan con el
tiempo y esto provoca una continua reconfiguración de las relaciones entre ellos, de la medianza. Se produce el fenómeno de la ‘trayección’ (vocablo traído de la obra original; Berque, 1997), ligado etimológicamente al concepto de travesía, y que expresa el proceso fundamental de constitución de la realidad, es decir, el resultado de la historia común de la sociedad y de su medio ambiente (ver figura 2).
Figura 2. El proceso de ida y vuelto entre medio y sociedad, la trayectividad, supone una constante reconfiguración de las relaciones entre ambos, su medianza. El entorno se transforma y cambian los significados, cambian las ideas y los valores de una comunidad y cambia la manera de transformar el medio y así sucesivamente. De este modo en cada momento y lugar se puede caracterizar una medianza que sabemos que no será estática. Fte.: Elaboración propia.
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LA CONQUISTA FÍSICA Y/O MENTAL DEL TERRITORIO. Para que hablemos de paisaje, entendido éste como una medianza, debe producirse una conquista física y/o mental del espacio geográfico de manera colectiva, por tanto tiene que darse una transformación o bien del territorio o de la mirada sobre éste. Autores como Alain Roger reconocen el territorio como el grado cero del paisaje, es decir, aquello que precede a su ‘artealización’ (el autor utiliza este concepto con un significado de transformación en el sentido artístico en Nus et Payssages de 2001 y aparece en Roger, 2007, edición de Javier de Maderuelo), tanto si es directa (“in situ”), modificando su fisionomía, o indirecta (“in visu”), trabajando la manera en la que se representa.
Nos parece de interés para el hilo argumental del presente texto la doble componente de transformación de la medianza a través de procesos “in situ” o bien “in visu”. Se trata por tanto de situar el debate en la relación constante y evolutiva entre la sociedad y su territorio, y no en la interpretación por separado del sujeto (grupo social) o del objeto (espacio geográfico).
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Estudios antropológicos han puesto de manifiesto que escenarios con una alta ‘imaginabilidad’ (traducción del vocablo inglés “imageability”; Lynch, 1960), entendida ésta como la capacidad de transmitir una imagen vigorosa y fácilmente comunicable, han sido empleados por pueblos primitivos para erigir mitos de importancia social. Este hecho pone de manifiesto que para construir una medianza robusta no es necesaria una conquista física o modificación del espacio geográfico (transformación “in situ”), puede bastar una conquista mental (transformación “in visu”).
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1.2. Significado-semiosis
La semiosis es el proceso a través del cual el perceptor atribuye significado a los signos. La atribución de significados por parte de un perceptor a los signos del paisaje se realiza siempre dentro de un determinado contexto social y de una determinada cultura. Según las teorías de la percepción ambiental, el modo en que la especie humana estructura el espacio y actúa sobre éste está condicionado por la forma en que lo percibe. La capacidad de adaptarse al medio surge solamente a partir de un proceso continuo de percepción y aprehensión de aquél (Busquets, 2008).
Por significado se entiende una información percibida que ha sido organizada, unificada y diferenciada de forma que adquiera una identidad propia, independiente de las percepciones y manejable mediante la memoria. La importancia del significado en el conocimiento del paisaje fue puesta de manifiesto en los estudios de estructura visual que hizo Higuchi en Japón. Un análisis de corte cualitativo, con una profunda carga histórica, en el que recorre siete paisajes japoneses arquetípicos basándose en documentación histórica y la observación directa (Higuchi, 1975).
Se evidencia que existe un proceso de adscripción en el que una comunidad, atribuye significado a un espacio geográfico y esto contribuye a formar el carácter, su identidad; pudiendo aparecer la idea de lugar, como experiencia fenomenológica cualitativa (Aguiló, 1991).
Joan Nogué explica que los paisajes reflejan una determinada forma de organizar y experimentar el territorio y se construyen socialmente en el marco de unas complejas y cambiantes relaciones de género, de clase, de etnia, de poder, en definitiva (Nogué, 2008). No se puede esperar, por tanto, que los paisajes tengan
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significados únicos ni claros, pero es necesario abordar esta cuestión y analizar las diferentes miradas y expectativas que se tienen sobre el territorio. Comprender las corrientes de consenso existentes entre los actores implicados de una zona proporciona una importante herramienta de análisis y diagnóstico a la hora de abordar iniciativas de gestión o transformación de un espacio. Kevin Lynch, en su conocido libro “La Imagen de la Ciudad” introducía un concepto que nos habla del modo en el que aprehendemos el espacio geográfico, la imagen ambiental. Esta medianza visual se construía sobre tres pilares: la identidad (capacidad de diferenciar entidades), la estructura (relación espacial entre el observador y los otros objetos) y el significado. Dentro de los análisis fenomenológicos realizados en diferentes ciudades a partir de entrevistas se descartaba entrar en el significado, que se
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atribuía al medio por considerar que era una componente demasiado compleja. En este sentido, Yi-Fu Tuan basándose también en numerosos estudios antropológicos de diferentes culturas y momentos históricos, desarrolla el concepto de topofilia para definir los vínculos afectivos del ser humano con el entorno material (Yi-Fu Tuan,
1974). Dichos lazos difieren mucho en intensidad, sutileza y modo de expresión y la cultura ejerce una poderosa influencia en las percepciones, actitudes y valores en relación con el entorno de sus miembros. De este modo, la topofilia variará en función de los vínculos entre cada grupo humano y su territorio (habitantes, visitantes, agricultores…).
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La medianza, las relaciones que muestran un fenómeno de “trayectividad” entre el ser humano y el entorno, provocadas por procesos de transformación (“in situ”-”in visu”), están condicionadas por los significados que se otorgan a un territorio determinado en un momento concreto.
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1.3. Visualidad del Paisaje
Visualidad (“visuality” en inglés), como término y concepto, ha sido utilizado en las artes escénicas y en el lenguaje visual para explicar las cualidades visuales de una obra o acción. Incluso su utilización en otras disciplinas remite a la visibilización cualitativa de algo, bien sea una interfaz de una aplicación, un escenario virtual o un mensaje publicitario, habiendo penetrado tímidamente en el ámbito de la geografía, la arquitectura, el urbanismo o en el ámbito del conocimiento del paisaje. “Está muy extendida la opinión de que si a uno le interesa lo visual, su interés ha de limitarse a la técnica de tratar lo visual. Y lo que se olvida -como todas las cuestiones esenciales en una cultura positivista- es el significado y el enigma de la propia visualidad” (Berger, 2000). Esta utilización del término visualidad, en el contexto de la lectura del arte, plantea la necesidad de reflexionar sobre aquello que se percibe como una lectura profunda y rigurosa.
Traído del arte, la visualidad es un término que se considera enriquecedor y que aporta aspectos cualitativos que la disciplina del paisaje (planificación, gestión e intervención) ya incorpora de manera implícita desde los trabajos del Landscape Character Assessment (Swanwick, 2003). Se trata de un concepto integrador en el que convergen términos y conceptos analizados anteriormente como imagen ambiental, forma visual, topofilia, estructura visual u otros que tratan aspectos que hablan de la medianza visual entre una comunidad y su territorio. Los vectores a través de los cuales se construye principalmente una imagen colectiva del paisaje son dos: la imagen y el lenguaje, como sustitutivo en última instancia de la primera. En este sentido cada vez adquiere mayor importancia el estudio de la medianza visual, como una cualidad que permite conocer el carácter de un paisaje, darlo a conocer y prospectarlo
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en escenarios de futuro en una sociedad que cada vez utiliza más el lenguaje visual. Rudolf Arheim realiza una interesante aportación al mundo de la arquitectura a través de su obra “La forma visual de la arquitectura” (Arheim, 1998). En ella se recogen las bases de una lectura visual del espacio arquitectónico, entendido como una relación entre los objetos. En esta obra realiza una apología interesante sobre el estudio cualitativo de las relaciones visuales del hombre con la naturaleza: “Existen ciertas descripciones que no pueden confirmarse cuantitativamente por la medición o recuento de datos. Sucede a menudo con ciertos aspectos de la naturaleza y esto no les impide existir o ser importantes. Esta falta de prueba numérica les excluye de la discusión objetiva. El método “ostensible” de señalar y dar constancia de hechos perceptibles, haciendo comparaciones y llamando la atención sobre relaciones importantes, es un medio legítimo
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para aumentar la comprensión a través del esfuerzo común”. Según este autor no existe una diferencia entre percepción y cognición, nuestra mirada está filtrada entre otras cosas por nuestra cultura, y de este modo la percepción visual es por tanto pensamiento visual (Arheim, 1998). El paisaje no responde a valores absolutos de corte cuantitativo, precisa una mirada analítica que evidencie de manera rigurosa los rasgos cualitativos que forman
parte de su carácter. Requiere por tanto un análisis dinámico de la medianza, como proceso de transformación continua en el que van aflorando los significados que una comunidad otorga al entorno que habita. Se hace necesario analizar cualitativamente los rasgos comunes que permitan describir las relaciones que se establecen entre la sociedad y el territorio, y que forman una base objetivable de estudio sobre la que establecer comparaciones. En este contexto la expresión visual de la trayectividad como fuente de
conocimiento y transformación se aborda desde la visualidad de un paisaje. La visualidad es un concepto nuclear en el análisis del paisaje, como concepto que aborda igualmente la medianza, “trayectividad” y semiosis de una sociedad con su territorio y se desarrolla en el marco teórico conceptual del paisaje (Díez, 2015), de este modo la relación entre sociedad y territorio se argumenta a partir de bases objetivables de análisis con un enfoque cualitativo (ver figura 3).
Figura 3. El estudio de visualidad de un paisaje explora los aspectos cualitativos que definen las relaciones visuales entre el observador y su entorno. Se trata de una medianza visual que evoluciona en el tiempo en un proceso de “trayectividad” continuo. Fte.: Elaboración propia.
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El paisaje no puede ser abordado como mera variable ambiental, el paisaje requiere un enfoque holístico en el que la imagen es material básico de conocimiento en procesos de transformación del territorio y de la mirada sobre éste (por ejemplo, en campañas de sensibilización ambiental o significación territorial). La visualidad genera un ámbito de conocimiento para miradas analíticas y propositivas, donde convergen disciplinas como la psicología ambiental, la sociología y la antropología urbana, la arquitectura del paisaje y el urbanismo o la geografía de la percepción. La visualidad no tiene un carácter estático, ésta evoluciona en el tiempo como respuesta a los cambios en el territorio o a las ideas que se transmiten en el seno de un grupo social determinado. Su trayectividad nos conduce a un enfoque dinámico en el que hemos de integrar pasado, presente y
futuro para tratar de comprender los modos de aprehender nuestro espacio vivencial.
requiere de una aproximación espacial a través de cartografía, fotos, dibujos, relatos...).
La imagen cultural que comparte una comunidad sobre un territorio, su imaginario colectivo, se construye como sumatorio de escenas compartidas que nutren el legado cultural y fomentan los vínculos intragrupales y los lazos con el territorio. Su análisis permite caracterizar el territorio y de este modo se pueden investigar vectores de transmisión como son la cartografía histórica, la pintura, la literatura, la fotografía, el turismo u otros que hayan fomentado una visualidad determinada.
Algo similar sucede cuando se trata de explorar escenarios de futuro que permitan conducir los cambios “in situ” sin menoscabar las relaciones de medianza entre una sociedad y su espacio geográfico. El debate alcanza una mayor precisión si se trabaja sobre escenarios que recojan las aspiraciones de una comunidad hacia su entorno.
Del mismo modo, cuando se analiza la fenomenología o las relaciones de topofilia en un determinado contexto espacial y temporal, las imágenes se convierten en vector de comunicación y base objetivable de trabajo para conocer los significados adscritos al territorio (el conocimiento de la medianza
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1.4. Las raíces de la preocupación por el paisaje
En la raíz de la preocupación por el paisaje se encuentra sin lugar a dudas la pérdida de la calidad ambiental del entorno. El crecimiento urbano masivo, el abandono de la actividad agraria, la implantación de infraestructuras, la dispersión de usos tales como la industria, la minería u otros, han transformado el territorio en las últimas décadas. Estos cambios han provocado entre otros efectos la desaparición de espacios de alto valor ecológico, la contaminación y degradación de lugares de interés, la fragmentación del mosaico ecológico o la modificación de patrones tradicionales. Estas alteraciones generan una inquietud cada vez más generalizada por el paisaje, como continuación de una conciencia medioambiental creciente en la sociedad.
Esta mutación del entorno, fruto de una culminación de la “conquista física” del territorio, ha provocado un cambio de sensibilidad a partir del último cuarto del siglo XX. De manera reactiva al cambio, se produce una posición proteccionista y, a menudo, la valoración del paisaje se produce en un momento en el que la naturaleza se percibe como una víctima de los abusos humanos. El paisaje comienza a reconocerse como un bien finito y en ocasiones escaso, entendiéndose como un recurso que se agota.
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Pero más allá de los procesos que repercuten sobre su anclaje físico, nos encontramos en un momento en el que en muchos lugares se debate sobre los modos de reconstruir una medianza que permita escalar hacia niveles de mayor sostenibilidad en la relación con el medio, en un momento de fuerte transformación territorial y social. Señalaremos dos principales razones que reconocemos como la raíz de la preocupación por el paisaje:
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INTENSIDAD Y VELOCIDAD EN LA TRANSFORMACIÓN DEL TERRITORIO En el año 2000 Paul Crutzen acuñaba el término antropoceno para señalar la época en la que estamos inmersos en la que la actividad del ser humano está transformando el medio a escala global. La celeridad en la que se han producido las modificaciones en el territorio en el último cuarto del siglo XX y principios del siglo XXI, arrancando en la Revolución Industrial, ha provocado cambios profundos en la fisionomía de nuestro entorno. En ocasiones se ha modificado el espacio geográfico a costa de las preexistencias que creaban un vínculo entre la población y su territorio.
territorio, una alteración de las sendas transitadas por la población, de los lugares que generan apego, etcétera. La aprehensión de un espacio geográfico y la creación de vínculos con el territorio es un proceso cultural que precisa de un viaje en el tiempo, a no ser que sea inducido expresamente. Un cambio súbito de las condiciones del entorno provoca en ocasiones una sensación de desasosiego y de pérdida irreparable entre la población; se destruyen los anclajes de la medianza.
CÓMO SE HAN PRODUCIDO LOS CAMBIOS. LOS NUEVOS MODOS DE TRANSFORMACIÓN Se ha modificado la faz de muchos lugares sin procedimientos de participación pública, lo cual ha generado en ocasiones un fuerte rechazo al cambio impuesto. Según Alex Tarroja (Tarroja, 2008), la escala de carácter global y regional de las transformaciones que se producen en el territorio provoca que las comunidades locales no las interpreten como un resultado propio de su relación con el territorio sino como transformaciones causadas por intereses externos. Los paisajes son elemento fundamental del entorno humano, expresión de la diversidad de su patrimonio común cultural y natural, y fundamento de su identidad. Le Goff subraya hasta qué punto nuestra cultura, desde comienzos del siglo XX, ha ido demostrando un creciente interés por la construcción de la propia memoria colectiva como fuente de identidad (Scazzosi, 2006).
Los lugareños sienten que se provoca una ruptura de la cotidianidad ante los procesos de cambio, al modificarse los paisajes de su día a día. Se produce una pérdida de referencias en el
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Rafael Mata explica que la territorialización del paisaje, es decir, el reconocimiento de que cada territorio se manifiesta paisajísticamente en una fisionamía singular y dinámica y en plurales imágenes sociales, hace del paisaje un aspecto importante de la calidad de vida de la población. Porque el paisaje es, ante todo, resultado de la relación sensible de la gente con su entorno percibido, cotidiano o visitado (Mata, 2006). La gente no ha perdido su sentido de lugar. Se resiste a perderlo, no se resigna a que le eliminen de manera súbita la idiosincrasia de sus paisajes, y de ahí la conflictividad territorial hoy en día existente (ver Oriol Nel·lo, 2003 y Col·lectiu Terra Crítica, 2008). El modo en el que se producen los cambios en el territorio no sólo altera la fisionomía del territorio, sino que lo hace en muchas ocasiones sin responder a la lógica del lugar. Francesc Muñoz ha acuñado el término de la “urbanalización” del paisaje para describir procesos
de cambio en el territorio que responden a imágenes globales y no locales, y que nada tienen que ver con el carácter del lugar (Muñoz, 2008). Surgen espacios de baja calidad, descontextualizados, lugares de usar y tirar para el consumo rápido del territorio, a través de actividades como el turismo, que en ocasiones explota de manera desmedida el valor “lugar” (Barba y Pié, 1996). Los nuevos usos en el territorio generan ‘no-lugares’, aeropuertos, parques temáticos o “hubs” tecnológicos tienen su propia espacialidad y temporalidad. En ellos el individuo no se identifica o no espera sentirse identificado con símbolos, valores o con una comunidad que comparte una cultura, historia ni identidad comunes (Augé, 1992). Se produce una búsqueda del carácter ante la repentina pérdida de identidad que idealiza los estereotipos paisajísticos fraguados en tiempos pretéritos. En este sentido, Nogué (2006) afirma que se está produciendo una crisis
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de representación, manifiesta en la fractura abierta entre ciertos paisajes y sus respectivos arquetipos, es decir, entre la imagen real y la imagen cultural del paisaje. Este desfase (‘decalage’ en francés) se halla asimismo en la base de la creciente preocupación social por la conservación del paisaje y es, a su vez, la causa de los distintos intentos y demandas de fosilización, congelación o museización de determinados espacios de valor cultural o natural. Alain Roger (2007, pg.121), asevera exageradamente que nos encontramos ante la defunción del paisaje: “in-situ” por un lado, por el deterioro y la destrucción de paisajes tradicionales, e “in-visu” por otro, puesto que no tenemos modelos con los que aprehender los nuevos paisajes que saturan nuestra mirada, y los miramos con la nostalgia de volver a un campo falsamente idílico.
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Ante este panorama surge una cultura del territorio que aboga por la participación pública y los procesos de cambio en el territorio consensuados con los principales actores (Tarroja y Camagni, 2006). Esta demanda social está teniendo una importante repercusión en el ámbito legislativo, en el marco de iniciativas como el Convenio de Aarhus (1998) y el Convenio Europeo del Paisaje (2000). En la actualidad se le otorga más importancia a la participación pública dentro de los procesos urbanísticos y de ordenación del territorio, integrando en la planificación valores intangibles como los vínculos de apego de una sociedad con su territorio. Si bien es cierto el existente reconocimiento legal y los avances científico-técnicos dentro de la disciplina del paisaje, no es menos cierto, que sigue siendo un reto el cómo implementar procesos de participación efectivos a la hora de
intervenir en el paisaje. En la actualidad, en el que la transformación territorial de décadas pasadas se produce de manera menos acelerada, sigue creciendo un clamor social por el carácter del territorio. De este modo, se señalan algunos retos en el ámbito del paisaje que continúan vigentes: • La protección de espacios de valor ambiental y/o cultural, así como piezas críticas en el territorio por su contribución a la ecología del paisaje o por los servicios ecosistémicos de regulación que proporcionan. • La asimilación de escenarios contemporáneos sobre los que no se ha construido un relato con el objetivo de tejer una medianza de reconciliación con estos espacios (placemaking en inglés).
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• La significación de territorios para su diferenciación como activo de competitividad (branding territorial). • El reciclaje de lugares sin programa, espacios abandonados o degradados que han perdido su función (procesos de regeneración del paisaje). • La dinamización de paisajes tradicionales agrícolas que tienen un valor patrimonial pero que ven comprometida su viabilidad. • La gestión de entornos urbanos patrimoniales como los centros históricos que sufren procesos de turistificación y gentrificación.
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1.5. El sentido de la transformación. Dualidad funcional-simbólica
Una de las inquietudes que surge acerca del paisaje, en su transformación “in situ” o su transformación “in visu”, tiene que ver con el sentido del cambio; es decir, el fin último hacia donde se conduce un paisaje. En el debate sobre la vocación de un lugar, afloran los valores y expectativas que subyacen en las diferentes corrientes de consenso.
Para entender los significados que atribuimos al espacio geográfico es necesario realizar una aproximación a las maneras de aprehender nuestro entorno. Éstas se basan en una medianza de carácter funcional y/o simbólica, en la que los usos van evolucionando con el tiempo y los valores se nutren de la cultura que los produce. En esta lectura dual
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del entorno puede tener más peso la componente simbólica o por el contrario la componente funcional.
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En nuestra relación con el entorno como especie, a lo largo de la conquista física del medio, hemos pasado de ser meros modificadores (sociedades cazadorasrecolectoras) a erigirnos como verdaderos creadores de paisajes (sociedades agrarias cada vez más evolucionadas). Esta conquista física del medio se ha visto intensificada a partir de la revolución industrial y muy especialmente en las últimas décadas. Durante este proceso las pautas de relación que se han producido con mayor frecuencia entre la sociedad y su medio, han sido las de carácter más básico de uso-beneficio, en las que por medio de la conquista física del territorio se accede a bienes o servicios, un vínculo de carácter meramente funcional. Ahora bien, existen otros modos de relacionarnos con nuestro entorno que introducen una dimensión característica de los humanos, la capacidad simbólica
como herramienta adaptativa de nuestra especie. Para tejer vínculos intragrupales en contextos sociales cada vez más sofisticados, ha sido necesaria la elaboración de una subjetividad compartida cada vez más compleja (Harari, 2014). En nuestra relación con el territorio, la construcción de significados simbólicos nos introduce en una manera de “conquistar” física y mentalmente el mundoa través de una doble lectura funcionalsimbólica. El paisaje es por tanto una subjetividad compartida, una construcción cultural-ecológica de nuestros modos de habitar el medio ambiente. De esta manera, nos adentramos en la raíz antropológica del paisaje, que nos define como especie funcionalsimbólica, en la que a menudo dotamos de sentido a nuestras acciones a través de mecanismos simbólicos, significados compartidos por una comunidad. En nuestra relación con el entorno,
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los factores culturales, y por tanto la asignación de significados funcionales y simbólicos que otorga cada sociedad a su espacio geográfico, han sido claves para la sostenibilidad del binomio comunidad-medio. En este sentido, Jared Diamond ha destacado la importancia del contexto cultural y su capacidad de afrontar retos ambientales, para escalar hacia situaciones de mayor sostenibilidad en sociedades pre-industriales y post-industriales (Diamond, 2007). Analizando la situación actual, observamos como la intensidad y celeridad de la transformación “in situ”, así como la banalización de los modos de conducir los cambios territoriales, a menudo han despojado de contenido simbólico al paisaje. Esta situación provoca una falta de adscripción de significados por parte de la sociedad hacia su entorno, e impide una asimilación cultural de las grandes transformaciones sufridas en el
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territorio. Ante este escenario, cada vez más habitual, se produce una crisis para encontrar un sentido al proceso de modificación del espacio geográfico.
En este contexto, se ha vuelto la mirada hacia paisajes culturales que han mantenido mecanismos de gestión durante generaciones, en las que las relaciones funcionales y simbólicas se retroalimentan. Esta re-lectura de los arquetipos territoriales trasciende la mirada
nostálgica o bucólica y trata de indagar sobre el tipo de medianza que subyace en situaciones durables en el tiempo (la traducción al francés de sostenible es “durable”. La durabilidad de un paisaje es en último término lo más próximo a su sostenibilidad).
Figura 4. Dentro del proceso de participación del Plan de la Huerta de Valencia, se llevaron a cabo talleres de paisaje itinerantes dentro del Área Metropolitana. Al valorar las unidades de paisaje observamos la relación entre apego y relación experiencial del paisaje (01 y 03) y desapego y abandono-olvido del paisaje (02). Éstas últimas han entrado en un círculo vicioso en el que las áreas menos valoradas, se encuentran más fragmentadas, más abandonadas, son menos aprehendidas visualmente y presentan más sensación de inseguridad. Fte.: Elaboración propia. 21
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La comunicación adquiere un papel fundamental para inducir procesos de significación de los valores que aporta un paisaje. De este modo, un mayor conocimiento del territorio y de sus dinámicas permite acceder a relaciones más complejas entre una sociedad y su entorno. El paisaje entra en este sentido en un círculo virtuoso en el que los usos y costumbres se cargan de significado y conforman relaciones de arraigo y gobernanza del territorio. Cuando los significados funcionales y simbólicos conducen hacia una trayectividad en la que se renuevan los compromisos sociales de gestión y gobernanza, puede producirse una escalada hacia niveles más altos de sostenibilidad (durabilidad). En este caso, se refuerzan los lazos dentro de la comunidad y los vínculos de ésta con el territorio (la medianza).
Por el contrario, la trayectividad entre una sociedad y su espacio geográfico puede entrar en una deriva de desapego y olvido del paisaje, provocando una visualidad del vacío. Este hecho puede inducir una deriva en la que se rompen las relaciones con el entorno y por tanto se debilita la gobernanza del territorio. Este círculo vicioso es un caldo de cultivo perfecto para que se produzca una falta de programa para orientar los cambios territoriales (ver figura 4). Debido a la influencia de múltiples factores de índole social y territorial, resulta complejo conocer en qué momento exacto un paisaje inicia un “viaje” hacia una mayor gobernanza y gestión del territorio, fomentando vínculos de pertenencia y arraigo, o, por el contrario, éste entra en una “deriva” de desgobierno, desapego y olvido. De esta manera, la búsqueda del sentido de la transformación de la mirada o del espacio (es decir, de la adscripción de significado
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o del modo en el que se puedan conducir los cambios del entorno) es un reto que se aborda en la actualidad en muchos lugares a partir de una concepción dinámica de la medianza. Esta búsqueda del sentido del paisaje aflora en situaciones en las que se superponen las lecturas de apego y desafección en un mismo contexto cultural y geográfico. Se produce una pugna entre modos de sentir el lugar y esto nos conduce a la diversidad de significados que puede adquirir un territorio en un momento determido (ver definición de topofilia). La lectura funcional del paisaje, en la que las relaciones de uso-beneficio son la base para construir un relato de gobernanza del paisaje, choca a menudo con visiones en las que se introducen valores intangibles en el relato.
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El sentido de la transformación del paisaje debería responder a una lectura de la medianza, en la que afloren las corrientes dominantes que nutren la relación de una sociedad y su espacio geográfico, donde se integren los valores funcionales y simbólicos del territorio.
Estas inquietudes no siempre encuentran respuestas que generen un relato coherente. Por ello se hace necesario seguir profundizando en maneras de abordar la conducción de los cambios en el paisaje, y para ello la Infraestructura Verde surge como un modo de transformación “in situ” que busca un sentido, y éste va ligado a la re-cualificación del paisaje.
PLA DIRECTOR DEL CARRAIXET. Diputació de València. CERCLE. 2020.
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1.6. Infraestructura Verde: paisaje de paisajes. Recuperar los vínculos.
William Kent está considerado uno de los precursores del paisajismo inglés en el siglo XVIII. Este estilo de jardinería, opuesto al racionalismo francés, se caracterizaba por un lenguaje formal orgánico. Tras un viaje ilustrado por Italia, Kent se impregna de una visualidad que por aquel entonces desarrollaban los paisajistas italianos en la que se abandonaba la racionalidad para sumir al espectador en una escenografía en la que predominaba una imagen naturalista. De una transformación “in visu” gracias al desarrollo estético de los pintores italianos, se desarrolla un nueva corriente para crear jardines
(transformación “in situ”) que acabó siendo denominada como paisajismo (aquellos que imitaban paisajes, es decir, pinturas de la naturaleza). Tras un periodo inicial de imitación de las pinturas italianas, el paisajismo se despojó de ciertas maneras de hacer que habían perdido vigencia y sentido (como el hecho de incorporar ruinas clásicas dentro del paisaje inglés, como imitación directa de la estética de los pintores de paisaje, en la Italia del siglo XVII) y desarrolló un lenguaje propio a través de autores
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como “Capability” Brown o Humphry Repton. De hecho, estos paisajistas fueron testigos de las primeras grandes transformaciones del territorio, fruto de la Revolución Industrial que tenía su epicentro en las islas Británicas. Ellos tuvieron que dar respuesta a retos como el de incorporar zonas verdes en ciudades que acogían el éxodo rural para proporcionar mano de obra a la industria. El Parque Prior, en Bath, es un ejemplo de este tipo de actuaciones a mediados del siglo XVIII en las que se pretendía llevar el campo a la ciudad (Jellicoe, 1975).
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Frederick Law Olmsted, conocido por la creación del famoso Central Park de Nueva York, había viajado a mediados del siglo XIX para conocer la manera de hacer de los paisajistas ingleses. A su vuelta desarrolló proyectos que hoy en día son considerados como iniciáticos en el desarrollo de una Infraestructura Verde (en lo sucesivo IV), como
IV: unión de lo social y lo ambiental Conexión de espacios verdes urbanos
el famoso Emerald Necklace en Boston. Este último supone la conexión de diferentes áreas verdes de la ciudad, en un momento en el que la corriente de pensamiento del higienismo cobra importancia, con ideas para mejorar las condiciones de salubridad de los espacios urbanos.
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10 Figuras 8-9 . Esmerald Necklace (Boston). Postal es de 1907, Chicago. Fuente: www. project.sciencetogo.org. Infraestructura Verde
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Sobre estas experiencias de escala urbana, a mediados del siglo XX surgen lecturas del territorio a una escala más amplia donde la ciudad forma parte de un mosaico diverso que puede analizarse por capas. Esta manera de abordar el estudio del paisaje se sintetiza en la obra de Ian Mc. Harg “Proyectar con la Naturaleza”, en la que el territorio se descompone en una matriz de valores tangibles (ecológicos, económicos…) e intangibles (culturales, sociales…) (McHarg, 2000).
2 2.2
IV: unión de lo social y lo ambiental Conexión de espacios verdes naturales
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En el último cuarto del siglo XX, en un contexto de crisis ambiental global, en la que adquiere cada vez más importancia la pérdida de biodiversidad, la Ecología del Paisaje como ciencia de ciencias, aporta una mirada renovada sobre el territorio a través de modelos de matriz, pieza y corredor. Supone una lectura en el que la forma y la función se analizan conjuntamente con el objetivo de fomentar la conectividad de los ecosistemas y desfragmentar el paisaje (Forman y Grodon, 1986; Forman T.T., 1995).
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Estos tres enfoques señalados; la escala urbana, la escala territorial y la ecología del paisaje, suponen corrientes convergentes a la hora de abordar la IV y reflejan los tres ámbitos principales sobre los que se reflexiona en la actualidad: ciudad, territorio y ecología (para una visión más en profundidad de las aplicaciones y enfoques de la IV en la actualidad ver Tardin, 2013 y Calaza, 2016). En la actualidad las aproximaciones metodológicas difieren en objetivo y escala, pero todas ellas se basan en el concepto de interconexión de un sistema territorial que salvaguarde o mejore los elementos significativos, los valores y las funciones esenciales del medio. De este modo, en la comunicación de la Comisión Europea de 2013 se define la Infraestructura Verde como “una herramienta de eficacia probada que aporta beneficios ecológicos, económicos y sociales mediante soluciones naturales, compuesta
por una red de zonas naturales y seminaturales y de otros elementos ambientales, planificada de forma estratégica, diseñada y gestionada para la prestación de una extensa gama de servicios ecosistémicos. Incorpora espacios verdes (o azules en el caso de los ecosistemas acuáticos) y otros elementos físicos de espacios terrestres (incluidas las zonas costeras) y marinos. En los espacios terrestres, la IV está presente en los entornos rurales y urbanos”. A nuestro modo de ver, el reconocimiento de los servicios ecosistémicos como núcleo del discurso de la IV, enlaza con la idea de tejer una medianza entre sociedad y territorio en la que se visibilice el retorno que obtiene una población por la gestión, planificación o creación de una IV. Paisaje e IV suponen un enfoque convergente a nivel conceptual y metodológico. De esta manera, en la Guía Metodológica de Estudios de
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Paisaje editada por la Generalitat Valenciana en 2012 (GVA, 2012) se constataba la continuidad entre el análisis del paisaje y la conformación de la IV. En ella se recogía la siguiente definición: “La IV es un conjunto integrado y continuo de espacios en general libres de edificación, de interés natural, cultural, visual, recreativo y las conexiones ecológicas y funcionales que las relacionan entre sí”. La IV inspira una transformación “in situ” del medio de acuerdo a los valores del lugar, a través de iniciativas de protección, gestión y recualificación del paisaje. Del mismo modo, se crea un relato basado en los servicios ecosistémicos que la IV aporta a la ciudadanía fomentando una aprehensión social de un conjunto de espacios que puestos en relación generan un paisaje de paisajes (transformación “in visu”). En definitiva, la IV le da un sentido profundo, holístico y contemporáneo a la transformación del paisaje.
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En la construcción de escenarios de futuro (“in situ”-”in visu”) para la implantación de una IV, adquiere un papel fundamental la creación de un relato. En este sentido, el vector de la imagen es esencial para desarrollar una visualidad del cambio que pueda ser aprehendida por los actores locales.
Figura 5. Anell Verd de Alzira. La escala y complejidad de la infraestructura verde supone un limitante a la hora de transmitir el retorno de ésta a la ciudadanía. Cuanto menor escala, mayor proximidad y convergencia de valores, mayor facilidad para generar apego. En el caso del Anell Verd, su proximidad a la población y su escala urbana, configuran un escenario de futuro de fácil aprehensión para la población local.
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Para mirar al futuro es necesario realizar un análisis del pasado y tener un diagnóstico de la situación actual. De este modo, la construcción de una visualidad compartida requiere de una prospección a través de tres miradas que son complementarias: - Retrospectiva, indagando en la manera que se ha producido la “trayección” del paisaje. Reconocer la idea de huella que Jean-Marc Besse destacó en su ensayo sobre la aportación geográfica al entendimiento del paisaje como fisionomía del territorio (Besse, 2000). - En el presente, para comprender la medianza existente entre una sociedad y su territorio. A partir de procesos de participación pública en los que aproximarse a la base objetivable que conforma el conjunto de rasgos comunes que son compartidos por diferentes grupos sociales.
- Prospectiva hacia el futuro, a través de escenarios que ilustren cambios posibles. Se trata de indagar en el posible encaje de la acción en el carácter del lugar o de visualizar los procesos de aprehensión del territorio para descubrir o conformar el “Genius Loci”, este alma del lugar que reconocían los paisajistas ingleses y que nos habla de significados funcionales y simbólicos. A través de la IV se trata de iniciar un “viaje” en el paisaje hacia círculos virtuosos de gestión sostenible-valoración de servicios ecosistémicos-arraigo y apego por parte de la población. Este enfoque hace énfasis en la dualidad funcional-simbólica que hemos expuesto, a través de la valorización de servicios ecosistémicos de aprovisionamiento y de regulación (vínculos funcionales) y servicios ecosistémicos culturales (vínculos simbólicos).
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La IV materializa, dentro de una malla territorial, la capacidad que tiene el territorio de suministrar servicios ecosistémicos a la población y, por tanto, para que se produzca esa ida y vuelta entre sociedad y territorio (la trayectividad), no deben dejarse de lado los valores intangibles que reconoce una comunidad y que forman parte de su manera de ser. La implantación de una IV requiere de un esfuerzo colectivo a largo plazo, y la implicación de la ciudadanía requiere desarrollar una visualidad del paisaje que recoja las aspiraciones colectivas. Paisaje e IV suponen una aproximación que se muestra necesaria en la actualidad en muchos territorios de la Comunitat Valenciana, donde se reflexiona sobre el modo en el que conducir los cambios en el territorio y cómo estos afectan a las personas que allí viven.
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Figura 6. El Plan de Infraestructuras Verdes de Andorra centra sus esfuerzos en definir un conjunto de corredores peatonalesciclistas (100 kms aprox.) que vertebrarán el país poniendo en contacto las diferentes parroquias. Esta iniciativa propone contextualizar el patrimonio existente, unir los espacios naturales de mayor valor y permeabilizar el paisaje de fondo de valle (re-cualificación insitu). Del mismo modo, es una oportunidad para crear un relato del paisaje y reforzar la identidad del lugar, su visualidad (Recualificacion “in visu”) al tiempo que supone una acción de diversificación en la oferta turística de este país pirenaico. Fte.: Pla Sectorial d’Infraestructures Verdes d’Andorra.
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Experiencias infraestructura verde & paisaje A partir de un conjunto de experiencias, en las que tienen un papel fundamental la IV y el paisaje, se evidencian algunos retos que existen hoy en día en la implementación de propuestas de re-cualificación del territorio. Los ejemplos que se muestran a continuación ilustran diferentes maneras para fortalecer y enriquecer la medianza entre sociedad y espacio geográfico. Para ello se trabaja la visualidad con imágenes que permiten reconocer el carácter de los diferentes lugares, identificar los rasgos comunes del imaginario colectivo y prospectar escenarios de futuro viables. Los casos de estudio son los siguientes:
2.1. Los servicios ambientales y la Infraestructura Verde en Ordenación del Territorio: El litoral de la Comunitat Valenciana. 2.2. Participación pública, transformación y carácter del paisaje: Ciutat Vella de València. 2.3. La gestión de los paisajes agrícolas y culturales: Horta de València. 2.4. La re-cualificación del paisaje. Visualidad y escenarios de futuros: Nou Espai Botànic.
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Figura 7. Experiencias de Infraestructura Verde y paisaje que se desarrollan en el presente trabajo. Fte.: Elaboración propia.
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2.1. Los servicios ecosistémicos y la Infraestructura Verde en la Ordenación del Territorio: El litoral de la Comunitat Valenciana. El litoral de la Comunitat Valenciana se ha convertido en un territorio intensamente transformado en apenas unas décadas. A la intensidad y la velocidad de los cambios cabe añadir una variable cualitativa en relación a la baja calidad de ciertos desarrollos producidos en la costa. Esta dinámica de conquista física del territorio ha provocado que los valores ambientales de los paisajes costeros se hayan visto resentidos. Por ello, desde hace unos años se han venido definiendo espacios protegidos para compensar el desequilibrio existente en el ámbito litoral. El Plan de Acción Territorial de IV del Litoral de la Comunitat Valenciana (en adelante, PATIVEL) propone una IV que tiene como objetivo la ordenación de los espacios libres prioritarios para todo el litoral de las provincias de Castellón, Valencia y Alicante. Este plan fue aprobado en mayo de 2018 por la Generalitat Valenciana. Su ámbito de estudio
ha incluido 72 municipios, con una longitud de costa total de 470 kilómetros aproximadamente y una densidad demográfica media de los municipios costeros de unos 825 habitantes/km2 (sólo los 14 municipios más poblados suman más de dos millones de habitantes, el 40% de la población valenciana). En la metodología del PATIVEL se muestran tres tiempos para la conformación de la IV del litoral, éstos son: recopilación, diagnóstico y diseño. Primeramente, se analiza el paisaje y se cartografían los valores cualitativos y cuantitativos; en una segunda fase se explicitan los conflictos y áreas de recualificación; finalmente, se dispone un conjunto de medidas de ordenación y dinamización. Esta metodología establece escalas y utilidades diferentes de la IV.
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La IV no se diseña únicamente en base a variables de corte ambiental de tipo cuantitativo. A través de la observancia del territorio se explicitan los rasgos que hacen de cada lugar un espacio único. De este modo, se consideraba necesario realizar una aproximación cualitativa que mostrase el carácter del paisaje, su visualidad como expresión de la diversidad territorial. A través del análisis de los servicios ecosistémicos se pueden visualizar los beneficios que el ciudadano percibiría por una determinada gestión del territorio. La categorización de la IV en función de éstos no debe obviar una dualidad que se produce a la hora de establecer vínculos entre una sociedad y su territorio. Ésta se basa en relaciones funcionales (servicios ecosistémicos de aprovisionamiento o regulación) o simbólicas (servicios ecosistémicos culturales).
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Figura 8. Escalas de la Infraestructura Verde del PATIVEL. A escala regional se desarrolla el diagnóstico territorial, a escala supramunicipal se plantea la ordenación del territorio. Fte.: PATIVEL.
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Figura 9. Dentro de la Infraestructura Verde Regional se fusionan dos aproximaciones al paisaje. En primer término un modelo cuantitativo en el que se recogen los servicios ecosistémicos de producción y regulación (relaciones funcionales) y en segundo término un modelo cualitativo en el que se recogen los servicios ecosistémicos de carácter cultural (relaciones simbólicas). Fte.: PATIVEL.
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La IV constituye una oportunidad para construir una medianza entre una comunidad y su territorio. De este modo, debemos entender que esta malla de espacios que quedarán articulados a través de conexiones debe funcionar como una infraestructura de proximidad, algo que sea cercano a la ciudadanía.
La visión integral del territorio desde la IV permite definir dentro del espacio geográfico áreas prioritarias que precisan acciones de gestión, dinamización o recualificación; como es el caso de la vía litoral (ver figura 10). Ésta se convertirá en un conector funcional peatonal-ciclista que permitirá
descubrir y conectar los espacios libres costeros de carácter relicto, las llamadas “ventanas al mar”, cosiendo un territorio altamente fragmentado, re-cualificando de paso, destinos turísticos del litoral.
Figura 10. Mediante la prospección de escenarios de futuro a través de la imagen, se pueden abrir debates que alcancen una mayor concreción y profundiddad en espacios de concertación con la población. De esta manera, integrando los procesos de participación, se puede construir una visualidad colectiva. Fte.: Programa de Paisaje: Vía Litoral Vinaròs-Benicarló.
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Sobre territorios extensos y complejos como el caso del litoral de la Comunitat Valenciana, la IV se muestra como una herramienta eficaz para generar un relato del territorio en el que se visibilicen sus valores de una manera coherente. La IV como concepto permite aglutinar escalas diversas y aproximaciones multisectoriales. Turismo, patrimonio, paisaje, uso público, producto de proximidad o servicios ecosistémicos son miradas que pueden integrarse en el planeamiento a través de la IV dotándolas de sentido y contexto (ver la figura 11).
La infraestructura verde es una oportunidad para integrar los aspectos intangibles de valoración del paisaje en el diseño del territorio. Construir la IV solamente desde variables ambientales objetivables puede provocar la falta de aprehensión social. La doble significación funcional-simbólica ha de estar presente, reforzando los lazos de una comunidad con su territorio.
Figura 11. Principios de la infraestructura verde del litoral de la Comunitat Valenciana. Fte.: PATIVEL.
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2.2. Participación pública, transformación y carácter del paisaje: Ciutat Vella de Valencia.
El conjunto de barrios que hoy en día conforman la Ciutat Vella de Valencia, recogidos en el antiguo recinto intramuros que se mantuvo desde el siglo XIV hasta la llegada de la Revolución Industrial, venía a ser en gran medida la Valencia del siglo XIX, un espacio urbano que hasta época presentaba problemas por el hacinamiento de la población y las condiciones de salubridad. Sobre cómo conducir los cambios en el paisaje urbano de aquel momento surgían dos visiones contrapuestas, una de carácter funcional bajo el mito de la modernidad y otra de carácter simbólico con la idea de preservar un legado cultural para el futuro. Esta contraposición de valores aflora en un texto de Teodoro Llorente de finales del siglo XIX: “El interior de la ciudad no responde a esa visualidad aparatosa (refiriéndose a la prominencia de los grandes edificios monumentales como las Torres de Serranos, las Torres
de Quart o los puentes históricos –N.A.-). Valencia no es en 1889 una ciudad a la moderna, con calles rectas, avenidas espaciosas, plazas regulares, squares y parterres, no es tampoco una ciudad a la antigua, con edificios vetustos, monumentos.Valencia presenta todavía un laberinto de vías irregulares, en las que se apiñan los edificios, altos y estrechos por lo común... Aún quedan algunas de aquellas severas casas antiguas tan holgadas y señoriales... pero van desapareciendo... y los reemplaza el aparente lujo de las casas del día... quedando arrinconadas... en callejas oprimidas y mezquinas plazoletas las antiguas iglesias y los transformados conventos”. Esta descripción pone de manifiesto las diferentes lecturas de un paisaje urbano que se transformaba para ser una ciudad moderna y al mismo tiempo perdía aquellos rasgos que formaban parte de su carácter (nótese que se utiliza el concepto
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de visualidad para caracterizar la escenografía de Valencia). No obstante, aquellas operaciones de reforma del interior de la ciudad que se fueron desarrollando en la primera mitad del siglo XX, corrieron diferente suerte en su asimilación en el paisaje urbano. Pasada la segunda mitad del siglo XX el paradigma de conducción de la transformación “in visu” había mutado y el sentido de las transformaciones basculó hacia un carácter más protector hacia el paisaje urbano de valor histórico. De esta manera, en el contexto del Plan General del 1988 se definirían los nuevos Planes Especiales de Protección y Reforma Interior (PEPRI) para cada uno de los barrios (aprobados entre 1991 y 1993) y en 1992 se impulsa el Plan Integral de Rehabilitación de Valencia (Plan RIVA). Pero a pesar de los esfuerzos por revitalizar los barrios de Ciutat Vella, en tan sólo 30 años (19702000) se había perdido el 50 % de la población residente.
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Figura 12. Evoluciรณn demogrรกfica en los barrios de Ciutat Vella y planes de ordenaciรณn y gestiรณn puestos en marcha a lo largo del tiempo. Fte.: Plan Especial de Protecciรณn de Ciutat Vella de Valencia (En adelante. PEP Ciutat Vella).
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A finales del siglo XX, mientras en las áreas residenciales persistían conflictos como la degradación del espacio urbano, algunos problemas sociales, la obsolescencia del parque de edificios o la implantación de zonas de ocio (sobre todo en Carme y Velluters), en otras zonas la terciarización del paisaje urbano era un hecho consumado y su carácter residencial se diluía (barrio de Sant Francesc).
Figura 13. Edad de la edificación en el ámbito de estudio del PEP de Ciutat Vella. Obsérvese los colores oscuros en el centro de la imagen. En el entorno de la Seu, el Mercat, el Carmen y la Xerea son los barrios que mantienen una mayor concentración de anclajes históricos, en estas áreas las personas entrevistadas en los procesos de participación señalaban los espacios que todavía guardan el carácter de Ciutat Vella. Fte.: PEP Ciutat Vella.
Figura 12. Evolución demográfica en los barrios de Ciutat Vella y planes de ordenación y gestión puestos en marcha a lo largo del tiempo. Fte.: Plan Especial de Protección de Ciutat Vella de Valencia (En adelante. PEP Ciutat Vella).
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En 2016 se inicia el Plan Especial de Protección de Ciutat Vella, en un momento en el que sus barrios se convierten en centro de un destino turístico urbano de primer orden como es la ciudad de Valencia. Irrumpe una actividad económica con fuerza tras la crisis financiera iniciada en 2008 y esto supone una nueva presión de cambio para el paisaje urbano. Este cambio está generando un dilema, por un lado puede generar una renovación de la edificación obsoleta o la activación de solares abandonados, pero por otro lado transforma el espacio urbano por encima de las aspiraciones de residentes que ven con preocupación la banalización de su entorno.
Figura 14. Paisajes valiosos y paisajes olvidados. En los planos observamos la convivencia de espacios de alto valor patrimonial y alta valoración social junto a espacios degradados, abandonados u obsoletos. Fte.: PEP Ciutat Vella
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La experiencia vivencial de la persona que reside en Ciutat Vella genera una medianza de mayor complejidad, con mayor adscripción de significados al espacio urbano y una dispersión mayor de referencias en el espacio geográfico, en definitiva, una relación dual funcional y simbólica. El residente siente la pérdida del carácter de los barrios que hasta el momento han preservado el carácter residencial. Sin embargo, el turista mantiene una relación funcional con el espacio geográfico, desprovista de significados, en la que el visitante “consume” un destino turístico.
Figura 15. Espacios más fotografiados de Ciutat Vella. El visitante o turista se concentra en espacios de valor patrimonial en los que aflora una visualidad que es consumida por un fenómeno que muestra síntomas de saturación en determinados espacios urbanos. El paisaje vivido por los residentes se reparte más por el territorio y recoge los matices de una experiencia arraigada al carácter del lugar en la que afloran relaciones funcionales y simbólicas. Fte.: PEP Ciutat Vella a través de Sightsmap de Google.
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Figura 16. Edificios de uso terciario-hotelero y viviendas turísticas ofertadas en portales on-line en el ámbito del PEP de Ciutat Vella. La significación de la ciudad como lugar histórico atrae a un turismo que en ocasiones transforma el carácter del lugar cuando se produce de manera masiva y descontrolada. Este fenómeno global requiere soluciones integrales de ordenación y gestión del paisaje urbano. Fte.: PEP Ciutat Vella y datahippo.org.
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En los últimos años el comercio, la vivienda o el espacio público nos muestran los efectos del proceso de turistificación que transforma el lugar. De este modo, el comercio tradicional o de barrio está quedando relegado por actividades ligadas al ocio y al turismo. Igualmente, la irrupción masiva de viviendas turísticas comercializadas a través de portales on-line (ver figura 16), comienza a generar problemas de convivencia y está provocando una tendencia al alza de los precios de alquiler de la vivienda (según el Observatorio del Mercado Inmobiliario de la Asociación de Inmobiliarias de la Comunitat Valenciana el precio de alquiler de vivienda entre 2017 y 2018 ha aumentado en el distrito de Ciutat Vella un 29,53%). La terciarización del paisaje urbano ejerce una fuerte presión sobre el espacio público que pierde calidad, entidad y funcionalidad social (ver figura 17).
Dos concepciones de un mismo espacio geográfico (quien lo visita o hace turismo frente a quien reside en él) están en la raíz de los conflictos que existen hoy en día en ciertos barrios de Ciutat Vella. La irrupción del turismo urbano se ha hecho muy presente dentro del antiguo recinto intramuros transformando el paisaje de una manera silenciosa pero profunda. El continente de la ciudad no cambia sustancialmente, pero cambia el contenido, cambian los modos de habitar el espacio urbano, su función y por tanto su significado, se altera el carácter del lugar.
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Ciutat Vella es un espacio urbano sometido a diversas tensiones y la regulación de los usos terciarios en las zonas residenciales es sólo uno de los retos que aborda el PEP de Ciutat Vella. La protección del patrimonio (se catalogan 412 inmuebles que no estaban en normativas anteriores alcanzando la cifra de 2.078 elementos protegidos), la ordenación urbanística para preservar la trama histórica, el reparto dotacional o la integración de una movilidad de preferencia peatonal son otros de los retos que asume el plan.
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Figura 17. Dentro del proceso de participación pública del PEP de Ciutat Vella se realizó un diagnóstico participativo de la situación del ámbito de estudio. Dentro del eje de Infraestructura Verde se definieron necesidades como incrementar la sostenibilidad del espacio libre (más vegetación y zonas permeables), la definición de espacio público de calidad (regulación de su ocupación y diseño inclusivo) y la importancia de ajustar las calidades del espacio público a los cambios en la movilidad a través de itinerarios peatonales. Fte.: PEP Ciutat Vella.
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Figura 18. El espacio público es donde han de convivir en último término dos maneras de habitar los barrios de Ciutat Vella. Su diseño debe corregir los desequilibrios detectados en los procesos de participación pública y de este modo hacer de Ciutat Vella un barrio habitado. En las imágenes se visualizan escenarios de organización del espacio público en plazas y calles. Fte.: PEP Ciutat Vella.
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En relación al sentido que debe tomar la re-cualificación del paisaje urbano de Ciutat Vella se propusieron un conjunto de escenarios alternativos con el objetivo de ir convergiendo en una visualidad de futuro para el espacio urbano de Ciutat Vella. Estas imágenes trataban de recoger las aspiraciones de la población expresadas durante las entrevistas y los talleres de participación, como si de una guía visual se tratase, mostrando los objetivos de calidad paisajística de manera gráfica.
Figura 19. Dentro de los procesos de participación se explicitaron aspiraciones de carácter funcional y simbólico. Mientras se demandan espacios públicos que mejoren las condiciones ambientales de los barrios, al mismo tiempo se manifiestan expectativas de carácter simbólico sobre el espacio público tales como la necesidad de crear lugares donde se produzca la interacción social a través de diseños inclusivos. Fte.: PEP Ciutat Vella.
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El carácter de Ciutat Vella es el de un espacio residencial, un lugar vivido. La detección del desequilibrio existente en los procesos de transformación del paisaje urbano que basculan hacia la turistificación de la ciudad histórica, es razón suficiente para corregir esta vulnerabilidad desde la planificación urbana. El proceso que sufre Ciutat Vella tiene carácter global y muestra los síntomas de otros destinos turísticos en estado más avanzado de turistificación. De este modo, ciudades patrimoniales en el contexto mediterráneo-europeo como Florencia, Amsterdam, Venecia, Barcelona o Dubrovnik han implantado ya medidas muy severas para la gestión del turismo de masas (para conocer el impacto de la turistificación en destinos urbanos consultar Koens et al. 2018 y González et al. 2018).
Del mismo modo, construir una visualidad de futuro implica visualizar escenarios que pueden convertirse en imágenes que reflejen las aspiraciones de una comunidad. Dentro del PEP de Ciutat Vella se recoge una guía de integración visual que trata de ilustrar modos de transformar el paisaje que re-cualifiquen el espacio urbano desde un punto de vista funcional y simbólico en el contexto de una infraestructura verde urbana.
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2.3. La gestión de los paisajes agrícolas y culturales: Horta de València.
L’Horta de València es uno de los paisajes culturales agrarios más emblemáticos de la región valenciana. No obstante, no es hasta 2018 que ha sido aprobado el Plan de Acción Territorial de Ordenación y Dinamización de la Huerta de Valencia (en adelante PATODHV) y la Ley de la Huerta. Ahora bien, a pesar de todo el desarrollo legal y normativo existente, sigue sin existir en el imaginario colectivo de los habitantes del Área Metropolitana de Valencia una idea clara de qué es l’Horta de València o para qué es útil el mantenimiento de estos espacios agrícolas; en definitiva, cuál es el sentido de su protección o gestión.
haber caído en el olvido. Las dinámicas de cambio de uso que ha experimentado este paisaje se ha producido de manera súbita e intensa en diversos puntos (Díez, 2012). A esta falta de apego contribuye la percepción de que el paisaje agrario es una especie de anacronismo que no encaja dentro del mito del “progreso”.
MEMORIA Y OLVIDO DEL PAISAJE Después de años de transformación acelerada del territorio de l’Horta de València (finales del siglo XX y principios del XXI), ésta parecía
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Figura 20. La transformación súbita e intensa de los espacios de contacto ciudad-huerta en el último cuarto del siglo XX e inicio del siglo XXI ha sido uno de los factores que ha favorecido un alejamiento mental del paisaje de l’Horta por parte de muchos ciudadanos. Este vacío mental, esta falta de medianza, supone un flanco abierto para una gestión de este paisaje cultural basado en el reconocimiento de las externalidades positivas que aportan las personas que gestionan el espacio agrario, los agricultores. Fte.: Elaboración propia.
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Por otro lado, l’Horta de València forma parte de la identidad de la región valenciana. La visualidad creada por el impresionismo de finales del XIX durante la Renaixença valenciana fijó un estereotipo costumbrista y colorista alejado en ocasiones de la dura realidad del mundo agrario. Esta imagen costumbrista subyace hoy en día en el imaginario colectivo de la población valenciana (Díez y Sanchis, 2005). Entre el olvido y la memoria del paisaje se encuentra la visualidad dominante, entre una visión funcional que no valora los intangibles que produce l’Horta (servicios ecosistémicos culturales y de regulación) y una visión simbólica que no reconoce los bienes tangibles que l’Horta suministra (servicios de aprovisionamiento en forma de productos agrícolas). Sobre esta visualidad polarizada
surgen relatos mestizos, en los que la hibridación de sistemas recoge las relaciones funcionales y simbólicas que se han venido produciendo desde el nacimiento del sistema agro-urbano de Valencia y la Vega del Turia.
Figura 21. Tras el proceso de participación del Plan de la Huerta entre 2008 y 2010 se establecieron estrategias para re-conectar Valencia a su huerta con vocación funcional (accesibilidad) y simbólica (generando vínculos sociales). En la imagen se recoge una propuesta de itinerarios peatonales-ciclistas para fomentar la movilidad sostenible en el Área Metropolitana respetando áreas de acceso restringido para los espacios de carácter agrícola. Estas entradas se debían señalizar para evitar los problemas de movilidad que se producen en las huertas cercanas al espacio urbano. Nótese que la red primaria y la red etnográfica sólo afectan a vías concretas preservando el uso agrícola de la gran mayoría de caminos. Estas acciones debían implicar a los actores locales. Fte.: PATODHV.
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Figura 22. Construir un futuro alternativo implica buscar los puntos de anclaje entre dos cosmovisiones que refuerzan la idea de una separación que forma parte de la visualidad de cada grupo social (gestores del paisaje vs el resto). Se trata de un doble relato que no parte de los mismos principios y que no comparte los mismos sistemas de comunicación y conocimiento. Frente a esta idea de lugares no comunes surge la idea del mestizaje del paisaje, la hibridación programada y el retorno a quien gestiona el paisaje. La imagen muestra uno de tantos bordes urbanos en los que no se reconoce una visualidad híbrida del paisaje, el diseño de la frontera urbano-rural no fomenta relaciones funcionales o simbólicas entre ambos espacios. Fte.: PATODHV.
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ESCENARIO DE FUTURO: MATRIZ URBANO-RURAL
LA
Una subjetividad compartida que todavía se da en la actualidad y que es una aspiración implícita para propietarios y agentes del territorio, es el potencial que tiene el suelo agrícola para alcanzar la condición de suelo urbano. Esta idea se sustenta en la brecha que se produce entre el rendimiento económico entre la transformación urbana y la gestión agraria. Este relato del “todo urbano” ha generado un “ruido de fondo” muy potente que ha dificultado y dificulta en gran medida el debate para establecer un programa viable de cara al futuro. Ante la falta de una planificación territorial que definiese los espacios más aptos para el crecimiento urbano, la expectativa de transformación y beneficio se extendía a todo el ámbito agrario. Es en este punto, cuando esta subjetividad compartida se separa de la realidad y los análisis de corte cuantitativo pueden
corregir el desfase existente. Al observar los datos que arrojan las tendencias de evolución del paisaje, el escenario que se impone es la matriz mixta urbano-rural para las próximas generaciones puesto que, la capacidad de transformar suelo agrícola en suelo urbano tiene un límite. De este modo, en los momentos de máxima presión urbanística (2008, antes de la crisis económica), las expectativas de crecimientos urbanos en l’Horta podían alcanzar las 2000 hectáreas frente a unas 12.500 hectáreas de suelo agrícola aproximadamente. Si se mantuviese esta tendencia sostenida en el tiempo (asumiendo un horizonte de planificación de las reservas de suelo a 20 años), dentro de unos 125 años desaparecerían las zonas agrícolas del ámbito del PATODHV. Ahora bien, si fijamos un escenario más realista en el que asumimos la nueva regulación que existe en el territorio en las que se reducen en 1500 hectáreas las previsiones de crecimiento mediante el PATODHV
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y un horizonte de planificación de unos 20 años de media, las reservas de suelo agrícola están aseguradas dentro del ámbito del PAT de l’Horta; de esta manera, en un horizonte de 100 años todavía quedarían 10.000 hectáreas de suelo agrario libre de edificación. Por tanto, la fusión del paisaje urbano y rural es un hecho que precisa un relato, un programa de re-cualificación mutua entre estos dos ambientes. El PATODHV ha conseguido dar respuesta a una urgencia que impedía el desarrollo normal de la actividad agraria en un contexto en el que los límites del suelo urbano cambiaban continuamente y la condición de suelo agrario mantenía a l’Horta en un continuo estado de incertidumbre. Ahora bien, una vez definido el espacio geográfico de carácter rústico se tiene que abordar el complicado reto de la gestión de este paisaje agrario cultural.
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DE LA PROTECCIÓN A LA GESTIÓN DEL PAISAJE El reconocimiento de las externalidades que producen los agricultores en el Área Metropolitana de Valencia es el primer paso para valorizar una gestión que revierte en la calidad de vida y del paisaje de las personas que habitan en el entorno de la Vega del Turia. Sobre estos principios se puede crear un relato que ponga en el centro a los actores del paisaje, asumiendo la realidad de que l’Horta se encuentra dentro de un área urbana de más de un millón y medio de habitantes. De este modo, el Plan de Desarrollo Agrario de l’Horta de València (en adelante PDA) plantea un total de 95 acciones encaminadas a coser dos tejidos que se necesitan y que se complementan, a través de una relación funcional y simbólica desde los inicios, no exenta de conflictos a lo largo de la historia.
El enfoque de la IV ofrece la oportunidad de establecer las prioridades de gestión en el territorio. La valoración de los servicios ecosistémicos, bien sean funcionales o simbólicos, ofrece una oportunidad de “retorno al paisaje” (es decir, de devolver a los productores y al paisaje agrario los beneficios que aportan al Área Metropolitana de Valencia). El PDA se estructura sobre tres ejes: Cadena alimentaria. Acciones como la dinamización del banco de tierras, la mejora de los sistemas de distribución local de productos o la creación de una marca que identifique los productos de l’Horta en los mercados han sido iniciativas señaladas como prioritarias desde los agentes agrarios. Infraestructuras, equipamientos y servicios. Se ha detectado la
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necesidad de crear un cuerpo de guardería rural y de gestión de la IV que mejore las condiciones ambientales y de seguridad del espacio agrario. Del mismo modo, la actualización de los sistemas de riego para adaptarlos a las necesidades actuales ayudaría a la gestión agraria, así como también la gestión de la movilidad dentro de las áreas agrícolas. Gobierno y partipación. Los agentes agrarios exigen formar parte del órgano de gobierno y gestión que conformará el CONSELL DE L’HORTA. Por otra parte, se hace hincapié por parte de los labradores en la necesidad de transmitir los valores de los productos de l’Horta. Así mismo, el pago por servicios ambientales es una herramienta que es necesario prospectar como medida que visibilice las externalidades positivas que producen los agricultores al mantener un paisaje de valor patrimonial como este.
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La viabilidad de l’Horta pasa por seguir construyendo una visualidad que permita adscribir una serie de significados funcionales (servicios ecosistémicos de aprovisionamiento y regulación) y significados simbólicos (servicios ecosistémicos culturales) por parte de los habitantes del Área Metropolitana. La sensibilización social hacia este espacio agrario cada vez es mayor, pero sigue existiendo un vacío mental para aprehender este paisaje cultural como parte de un Área Metropolitana híbrida, urbanorural. Comunicar los valores de l’Horta para combatir la falta de aprehensión social es un reto que debe redundar en la valoración de sus productos.
Ante dos cosmovisiones que no comparten una misma relación vivencial con el espacio agrario será necesario crear escenarios compartidos entre los agentes agrarios y la población en general que habita en el Área Metropolitana, que fomenten la sostenibilidad de este paisaje a largo plazo. La protección como estrategia reactiva a la transformación del territorio no basta en los espacios agrarios de la Vega del Turia. L’Horta de València ilustra la necesidad de aunar estrategias de gestión y ordenación del paisaje bajo la supervisión de un sistema de gobernanza que sea sensible a las necesidades e inquietudes locales, y que tenga la capacidad de gestionar el potencial de los espacios agrarios, sus funciones ambientales y su patrimonio.
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El impulso conjunto de la Ley de l’Horta, el PATODHV y el PDA supone una iniciativa pionera en la Comunitat Valenciana. La coordinación entre diferentes consellerias del gobierno regional valenciano con competencias en territorio y agricultura es un hito a la hora de abordar la gestión de este paisaje agrario de valor patrimonial e histórico.
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Figura 23. El PDA se estructura en base a tres ejes: 1) La cadena alimentaria: desde la producción, pasando por la comercialización y el consumo. 2) Infraestructuras, equipamientos y servicios. 3) Gobernanza, gestión y participación. Fte.: PDA de l’Horta.
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2.4. La re-cualificación del paisaje. Visualidad y escenarios de futuros: Nou Espai Botànic.
INFRAESTRUCTURA URBANA. CONTEXTO.
VERDE
En la ciudad de Valencia, el llamado solar de Jesuitas, situado junto al Jardín Botánico de la Universitat de València, supone un ejemplo de reactividad social frente a una transformación del paisaje. Ante la posibilidad de acoger en dicho espacio un conjunto de edificios de una altura considerable, se solicitó a las autoridades un cambio de rumbo y aquel vacío urbano acabó conformando lo que sería la futura ampliación del Jardín Botánico de Valencia (Véase concepto de “trayectividad”).
Figura 24. Junto a uno de los espacios de mayor valor para la ciudadanía de Valencia, el Jardín Botánico, se rescató de su transformación un pequeño espacio conocido como el “Solar de Jesuitas”. Con la propuesta de Nou Espai Botànic se trataba de prospectar posibles escenarios de futuro para este espacio y el encaje de una propuesta dentro de la malla urbana. Fte.: Elaboración propia.
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Desde la Universitat de Valencia se realizó una propuesta para prospectar el encaje territorial de esta pieza y las posibilidades de recualificación que ofrecía este vacío urbano. La pieza donde se ubicaría el Nou Espai Botànic supone una rótula de conectividad de alto interés para articular la IV urbana de la
zona. Mediante la implantación de esta nueva zona verde se pondrían en relación el Jardín Botánico y el Jardín de las Hespérides con los jardines del antiguo cauce del Turia y los jardines de la Gran Vía Fernando El Católico.
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Figura 25. El Nou Espai Botànic puede articular la Infraestructura Verde a escala urbana uniendo el Jardín del Turia, el Jardín Botánico y los jardines de la Gran vía Fernando El Católico. Fte.: Elaboración propia.
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Este espacio puede suponer la puerta de entrada al Barrio del Botànic desde el corredor verde del Turia a través de un espacio público de calidad conectado con los sistemas de transporte público. El entorno del Jardín Botánico se convertiría en una gran manzana verde donde el tránsito interior sería de carácter peatonal dando accesibilidad a todos los recintos ajardinados. Por otro lado, su posición dentro de la malla urbana le confiere la capacidad de convertirse en espacio de atracción por su exposición visual, para visitar este lugar.
Figura 26. El Nou Espai Botànic puede aprovechar su exposición visual para convertirse en puerta de entrada para un conjunto de jardines conectados a través de una malla de itinerarios peatonales. Uno de los retos del espacio era regular la permeabilidad del recinto. Se optó por una solución de compromiso creando un espacio de refugio tan solo permeable a la línea de deseo que da acceso a la parada de metro. Fte.: Elaboración propia.
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HACIA UNA NUEVA VISUALIDAD DEL JARDÍN BOTÁNICO. En este sentido, con la concepción del Nou Espai Botànic se trataba de ilustrar el potencial que podría albergar esta pieza urbana, rompiendo con la idea de jardín botánico decimonónico a partir de tres preceptos:
Espacio de socialización. Un enclave que había supuesto una fuerte reivindicación social para su salvaguarda como zona verde, debía ser devuelto a la ciudadanía como espacio público de calidad. Se trataba de generar un entorno inclusivo, un lugar por el que los vecinos sintiesen apego a partir de una experiencia cotidiana.
Figura 27. El Nou Espai Botànic muestra su contenido hacia el exterior preservando el interior como zona de refugio. Fte.: Elaboración propia.
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Visualidad exterior. Se rompe con la idea de crear un recinto cerrado como jardín botánico al que hay que acceder para comenzar a reconocer las especies vegetales. Desde el exterior el visitante puede percibir y conocer los sistemas de vegetación que se cultivan. Los muros del perímetro se utilizan como sistema de comunicación del contenido del Nou Espai Botànic.
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Flora de la región valenciana. Históricamente los jardines botánicos servían para albergar colecciones de especies que se traían desde lugares lejanos. En este caso, se trata de conocer DISEÑO cómo se adaptan los sistemas de vegetación autóctonos a las condiciones urbanas, disponiendo Capas la flora en bandas que pertenecen Mediante estos esquemas se muestra como se construye el lugar. A partir de los pliegues de cada uno de los cuencos a hábitats similares. nacen las líneas de agua que reticulan el espacio más llano.
Mediante la propuesta del Nou Espai Botànic se pretendía ilustrar el potencial de este espacio dando a conocer nuestros paisajes vegetales más próximos, ofreciendo una experiencia diversa de conocimiento y fomentando la aprehensión social de este nuevo espacio.
estado actual
Sobre esta base se dispone el espacio público donde se ubicarán los elementos de comunicación del jardín.
topografía + agua
topografía + agua + vegetación
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topografía + agua + vegetación+uso público
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Figura 28. El Nou Espai Botànic se muestra como un conjunto que alberga diferentes sistemas de vegetación referidos a hábitats representativos de la Comunitat Valenciana. Fte.: Elaboración propia.
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3 Conclusiones El desfase conceptual existente entre el armazón teórico, técnico y legal en lo referente al paisaje y la manera que tiene la población de entender este concepto, provoca su banalización y su reducción a aspectos superficiales. El paisaje, tal y como se desprende del Convenio Europeo del Paisaje, surge como catalizador para abordar los retos que tienen las comunidades en relación a sus territorios. El paisaje sigue siendo un concepto vigente que ilustra la medianza entre sociedad y espacio geográfico. Esta relación evoluciona con el tiempo en continuas idas y venidas entre ambos, provocando una dinámica que denominamos trayectividad y que está ligada etimológicamente al concepto de travesía. Los significados que otorgamos al territorio afloran en los procesos de planificación y no podemos dejarlos de lado por su complejidad. Hemos de tratar de darles explicación y visibilizarlos para establecer las corrientes de consenso que definen
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diferentes niveles experienciales respecto al territorio. Se ha de apostar por modelos explicativos y no meramente descriptivos del fenómeno. Dentro de las propuestas de ordenación del territorio, gestión del paisaje y de recualificación del entorno que se han mostrado en el presente escrito, adquiere un especial protagonismo la búsqueda del sentido de la transformación, bien sea “in situ” o “in visu”, con el objetivo de recuperar o mejorar los vínculos de carácter funcional o simbólico de una comunidad con su espacio geográfico. La visualidad del paisaje supone la prospección visual del cambio, y de este modo, el dinamismo del paisaje, su trayectividad, puede ilustrarse para facilitar la comunicación y mejorar los procesos de participación. La simulación visual, la cartografía u otras aproximaciones gráficas pueden ayudar a construir escenarios
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colectivos de transformación “in situ” o “in visu”. La reducción del espacio geográfico a su condición física obvia una dualidad funcionalsimbólica inherente al ser humano como especie. El sentido de la transformación física o mental de un territorio, su fin último, debería responder a significados complejos de carácter dual. En este sentido, la IV debe diseñarse con una visión dual ambiental-cultural, funcional-simbólica que fomente su aprehensión por parte de la sociedad. La ordenación y el diseño de la IV requiere un enfoque cuantitativo y cualitativo. De este modo, no puede organizarse una IV como mera superposición de capas temáticas. El diseño de la malla de espacios de valor debe proyectarse a diferentes escalas. Como se ha visto en paisajes culturales (Ciutat Vella y Horta de Valencia) la ordenación territorial
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debe ir acompañada de una gestión del paisaje, con el objetivo de desarrollar estrategias de preservación del carácter del lugar. La interrelación entre enfoques de planificación y gestión es una de las vías a desarrollar en el futuro, y de esta manera será de gran interés integrar en la ordenación del territorio a administraciones con competencias en turismo, agricultura, comercio, empleo u otras. La participación pública dentro de la planificación de la IV y el paisaje se enfrenta a numerosos retos y dilemas como son la escala del plan, la representatividad del proceso, el nivel de implicación de la ciudadanía o la limitación de tiempos para desarrollar el plan de participación. La construcción de escenarios de futuro compartidos requiere de un trabajo en profundidad y por tanto la participación pública debe ganar mayor protagonismo en un futuro. Encontrar
el
sentido
de
una
actuación en el paisaje que preserve el carácter de éste, obliga a un análisis profundo del lugar. De esta manera, para mejorar los procesos de integración paisajística de diferentes actividades en el territorio se considera de especial interés los estudios de contexto como los Catálogos de Paisaje o las Guías de Integración Paisajística como herramienta para guiar la transformación física del paisaje. Estas aproximaciones ofrecen vías para explorar el futuro de nuestros paisajes desde la especificidad del lugar y complementar así las normativas genéricas de la legislación vigente. “Entre escalas”. En ocasiones la transformación del medio se mueve entre escalas que van de la planificación del territorio a los proyectos en el paisaje. Se produce un salto importante entre ambas miradas y esto provoca un “gap” que provoca la descontextualización de la acción. La conducción de los cambios en el territorio precisa
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una aproximación de escalas progresiva y coherente y de este modo se hace necesario introducir escalas de concertación donde se visualicen escenarios alternativos y las personas puedan explicitar sus expectativas. De este modo, los Programas de Paisaje (Comunitat Valenciana) o los Planes Directores (sin vocación urbanística) entre otros, suponen aproximaciones interesantes para hacer converger las aproximaciones territoriales y las propuestas concretas haciendo partícipe a la población. Paisaje e IV se retroalimentan conceptualmente y suponen aproximaciones complementarias a la hora de establecer una medianza entre una comunidad y su territorio. La Infraestructura Verde supone en último término una malla formada por un conjunto de lugares de valor que ofrecen un retorno a la ciudadanía en forma de servicios ecosistémicos con significados simbólicos y/o funcionales, es decir, un paisaje de paisajes.
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