Hierba de abril

Page 1

FRANCISCO RUIZ UDIEL

HIERBA DE ABRIL


CC BY-NC-ND Francisco Ruiz Udiel Managua, enero de 2019 Ruiz Udiel, Francisco Hierba de abril / Francisco Ruiz Udiel.-- ∞ ed. – Managua: 112 p. ISBN : ∞/0 1. RUIZ UDIEL, FRANCISCO, POESÍA 2. POESÍA NICARAGÜENSE-SIGLO XXI 3. LITERATURA NICARAGÜENSE

Esta obra está publicada bajo licencia Creative Commons.


Índice EL POETA Y LOS SIGNOS 7………………………………………………………………………………..Deja la puerta abierta 9……………………………………………………….....Un hombre se confiesa en la calle Clavel 12………………………………………………………………..…………………….Otto poema vil 15………………………………………………………………………..…..El corazón de los remos 17………………………………………………………………………………..El poeta y los signos 19…………………………………………………………………………………………Rara especie 22…………………………………………………………………….…………..Si hubiera más vida 24…………………………………………………………………...Último atardecer sobre la tierra 27………………………………………………………………………….…..Dos poetas en un tren EL EBANISTA 30…………………………………………………………………….….………...……….Resolución 32………………………………………………………………................Por fin encontré el poema 34……………………………………………………………………………….…………...Alejandra 36………………………………………………………………….………….De quién es esta mano 39..………………………………………………………………………………….Un General triste 41……………………………………………………………….................Las mariposas del abuelo 44…………………………………………………………………....Poema de amor para mi padre 47……………………………………………………………………………...……………El ebanista PEQUEÑAS LECCIONES DE CONCEPTUALISMO BÁSICO 50……………………………………………………..…………….…………Poema Black & White 52……………………………………………..……………Poema visual sobre caligrama adictivo 54…………………………………………………….……………Poema sobre un corto de ficción 57……………………………………………………………..………………..La poesía está en uno 60…………………………………………………………………….……....Debajo de una escalera


61………………………………………………………….…………... Los pájaros (poema sonoro) 62………………………………………………………………………………..…………Ars Poética 63…………………………………………………………………………..................Soledad marina ÚLTIMO INFIERNO 66……………………….………………………………………………………….I (La madrugada) 69…………………………………………………………………….…………………II (El conjuro) 72………………………………………………………………………III (Al otro lado de la arena) 74………………………………………………………………………...IV (Escritura sobre la roca) 76………………………………………………………………………………….V (El reencuentro) 78…………………………………………………………………………………VI (El desasosiego) 80…………………………………………………………………………………….VII (La soledad) 82……………………………………………………………………………………VIII (La pérdida) 84…………………………………………………………………………….IX (Retorno al instante) 86……………………………………………………………………………………..X (El despertar) 88……………………………………………………………………………..XI (Regreso a la plaza) 90……………………………………………………………………..XII (Caminar sobre la hierba) HIERBA DE ABRIL 96……………………………………………………………………..Habría que sembrar girasoles 98……………………………………………………………………………..Escritura sobre el agua 99………………………………………………………………………………………….Las piedras 100…………………………………………………………………………………..Árbol de espinas 101…………………………………………………………………………..Tras las ventanas ciegas 102………………………………………………………………………………La estatua y la arena 103………………………………………………………………………………………Las hormigas 105………………………………………………………………………Pertenencias de un hombre 106………………………………………………………………………...Entre una montaña y otra 108…………………………………………………………………………………….Hierba de abril


A Tania MarĂ­a, lirio que nace en mĂ­.

Recuerda los castillos de los cruzados mordisqueados por la hierba de abril. Mahmud Darwish


EL POETA Y LOS SIGNOS


DEJA LA PUERTA ABIERTA A Claribel Alegría, Su Majestad

Deja la puerta abierta. Que tus palabras entren como un arco tejido por cipreses, un poco más livianos que la ineludible vida. Lejos está el puerto donde los barcos de ébano reposan con tristeza. Poco me importa llegar a ellos, pues largo es el abrazo con la noche y corta la esperanza con la tierra. Donde quiera que vaya el mar me arroja a cualquier parte, otro amanecer donde la imaginación ya no puede convertir el lodo

7


en vasijas para almacenar recuerdos. Me canso de despertar, la luz me hiere cuando ver no quiero, el viaje a Ítaca nada me ofrece. Si hubiera al menos un poco de vino para embriagar los días que nos quedan embriagar los días que nos quedan que nos quedan.

8


UN HOMBRE SE CONFIESA EN LA CALLE CLAVEL A Salvador Bustos

Un hombre se confiesa una mañana con su ventilador, sale a besar pequeñas piedras en su jardín y distribuye su pequeña herencia a los amigos. Nadie sabe quién es este hombre. En la calle Clavel nadie habrá de recordarlo. El mismo hombre grita a una mujer diciendo que está loca, la mujer aduce que él está loco. Él cree: el pasado es la única prueba de que el tiempo está hecho, agotado, 9


que nada vale y da un poco de asco dedicarse a la poesĂ­a. Entonces saca una moneda, la envuelve en un paĂąuelo y la tira en el aire pensando: todo poema es siempre una despedida, algo que urge desechar para que otros lo tomen. En la calle Clavel, un hombre, el mismo hombre, recuerda cuando hundĂ­a una oreja en el mar y un canto de ballena se ahogaba en la superficie, mudo, como un plano de Ingmar sobre el horizonte. En la calle Clavel un hombre muere de hambre,

10


pero antes, escribe una lista de compras para el supermercado y se lleva el trozo de papel a la boca .

11


OTTO POEMA VIL A Otto René Castillo

Hay noches como éstas que me sacudo el rostro para olvidar al amigo que antes de morir plantó una semilla en el fondo de una botella. Aquel amigo creyó que al despertar, un pequeño barco arrullaría su hondo desconsuelo. Hay noches como éstas en que mi padre, tembloroso, me recuerda a aquel amigo y por alguna razón 12


afuera el mundo calla. Hay noches como éstas en que sonrío a los árboles y no llego a ninguna parte. Noches en que los hombres pasan sin verme, tocarme, sin decirme nada y me dan ganas de abrazarlos, recordarles quiénes son, pero temo no me escuchen, entonces, aunque no tenga frío, me abrazo a mí mismo para no sentirme solo. Hay noches dolorosas como éstas en que uno es la propia tristeza, tristezas en que uno es la propia noche, tristezas y noches en que nada es propio, ni siquiera uno, 13


pero uno, torpemente, no lo sabe.

14


EL CORAZÓN DE LOS REMOS A Pablo Antonio Cuadra

No navegué en la isla ni vi caballos erguirse sobre la arena como sucedió días después. Sólo vi tu sombra sobre aquella barca con olor a muelle. La tarde cubrió de púrpura el corazón de los remos. Dicen que es preferible no alzar la mirada cuando los hombres parten, pero los pescadores ese día vieron cómo la música cubrió de óleo tus hombros. 15


Desde entonces -y durante el inviernose murmura haber escuchado ecos de tu nombre entre las bocas de las ranas. No esperan que vuelvas, sin embargo los pescadores -mรกs pobres que nuncahunden sus redes en el agua.

16


EL POETA Y LOS SIGNOS A Ă lvaro Urtecho

Uno deja de reconocer al hombre en las palabras, aquellas palabras que un dĂ­a se levantaron tras el peso de las piedras. Las palabras desprenden signos que el hombre cierne sobre la persistente luz, sobre la melodĂ­a que desiste en la hierba. El olvido se filtra en cada signo y ese balbuceo final -inaudible para todos17


son palabras que el hombre devuelve al mundo. Palabras que le fueron dadas al nacer, convertidas ya en puentes, cavernas, en hilos de arena y humo. Algún día las palabras volverán a ser hombres, otra vez puentes, huellas contra el temblor de la vida, túneles hacia la libertad.

18


RARA ESPECIE A Rubén Darío -¿Qué es eso?-preguntó. -Señor, es un poeta. R.D.

Rara especie de hombre que abraza los árboles y duerme aferrado al suelo. Su rareza no conmueve el resplandor del día. Rara especie, dicen: hombre que una noche llega con los ojos vendados nombrando lo que toca, y en su desnudez de Dios desterrado expone su mejilla a la luz de un faro. A qué ha venido este hombre, preguntan todos, 19


su pobreza honestamente insulta, huele mal, sueña mucho, habla extraño, y cuando ve el mar, se echa a llorar de rodillas como si hubiese perdido algo. Rara especie de hombre que le cuenta sus secretos a las plantas, dibuja pájaros en sus manos y luego corre hacia la gente para compartir el vuelo. Rara especie de hombre condenada a ser oscuro príncipe en lejanas tierras, a inventar poemas que estallen contra el frío, el hambre. Rara especie obligada a callar, a despedirse en las madrugadas y asumir el olvido y la amargura

20


al empuĂąar la mano contra el mundo mientras el manubrio da vueltas.

21


SI HUBIERA MÁS VIDA A Blanca Castellón

Si hubiera más vida, allá, en la muerte, llegaría con abrazo partido, algo más acá quedaría enterrado. Camarero, un café para Darío, una lira para Rodrigo. Hasta los árboles terminarían jugando a las estatuas. Nadie atentaría a ser fundidor de campanas. Aprenderíamos a temer a aquellos que son capaces de soportarlo todo y el futuro no sería un hombre esperando que el sol le desgrane su sombra. ¡Oh, amigos! ¡Valientes samuráis!

22


-La espada reposa en la sien cortada del viento-.

23


ÚLTIMO ATARDECER SOBRE LA TIERRA I El poeta sonríe. Lo veo desde aquí y parece tan feliz. ¿Quién diría que pronto va a morir? II El poeta no escribe porque escribe. Su bolsillo está lleno de gritos. Nadie quiere ser como él. Realmente nadie está dispuesto a ser como él. Basta verlo y dan ganas de arrancarse los ojos. Al poeta le da por escribir un poema a la primera persona que pasa frente a su casa. Luego se toma un café 24


y sale a caminar casi escondido, arrastrando un poco sus sombras y pegándose a las paredes como buscando que su piel se grabe en la memoria de la gente. El poeta llega a la plaza -donde la muerte lo espera-. Pero una vez que mira, nada observa. Sus ojos se cierran y sólo imagina innumerables sillas bajo el sol. Luego se sienta a esperar que algo ocurra -aunque su destino es inexorabley horas más tarde sólo llegan niños. El poeta los escucha y es como si hablaran en un lenguaje de pájaros sobre el caluroso día de una vieja estación. El poeta alza sus brazos

25


para tocarlos y saber cĂłmo son, entonces los niĂąos se aferran a ĂŠl y lo abrazan en una pulcra luz que le atraviesa la espalda hasta doblarlo suavemente como un arco de guerra. There is no greater sorrow than love, dice, y todas las cosas van desapareciendo frente a sus ojos: las sillas, su sombra, su infancia, la tristeza del mundo y, finalmente, la vida.

26


DOS POETAS EN UN TREN A Carlos Clará

Soñé que viajábamos en un vagón de tren. Mi amigo despierta sobresaltado y murmura un poema de Dalton, entonces el vagón se vuelve más oscuro. Mi amigo pregunta cuál es el rumbo. ¿Hacia dónde vamos? A esta hora, la humanidad despierta en América, dice, y empieza a llorar como un personaje de un cuento de barro. El vagón se ilumina de vez en cuando. Del pecho de mi amigo emerge una flor que se abre y cierra cada vez que respira. 27


Poco a poco va conciliando el sueĂąo y el ruido del mundo se apaga. Algo nos dice que hemos llegado a nuestro destino. Despierto a mi amigo, lo muevo, lo consuelo y nada. Su brazo permanece rĂ­gido contra su pecho. Una cicatriz parecida a los rieles del tren se devela en sus manos.

28


EL EBANISTA


RESOLUCIÓN Incansables sueños entran en mi cuarto y se instalan. Los veo en silencio atravesar los espejos, desordenar libros, hacer el amor sobre una mesa y escribir en las paredes frases obscenas que no me atrevo a repetir. Me pregunto qué pesadillas despertó en ellos la noche, quién turbó su laberinto divino. Para cubrir sosiegos me basta conversar con ellos, verme al espejo y regresarlos por donde vinieron, porque la verdad 30


-como decĂ­a mi abuelohay cosas que es preferible nunca soĂąar.

31


POR FIN ENCONTRÉ EL POEMA A Tania María

Por fin encontré el poema que anduve buscando: es como tu rostro que lava su imagen en un aguacero. En el invierno va tu nombre arrastrando el mío y mi voz tropieza en un grito que engulle, ciego. Lo encontré en la muerte que está en los dos, en el agua que nos lleva a todas partes y en las piedras que nos surcan la herida. Luego me pregunto en qué lugar de esta corriente alcanzará fin nuestro efímero eco, si la corriente es uno mismo que se arroja ya sin vida,

32


leve, en el corazĂłn seco de la hojas. Pero el agua no responde y el poema se vuelve a perder, oscuro, como un sueĂąo asediado por amargos peces.

33


ALEJANDRA A Alejandra Sequeira

No busques respuestas en esta multitud. No cuando la memoria se plante a tus pies y la nostalgia te aprisione como pájaro mortal que aprendió a volar en otra multitud de pájaros. Arranca, si puedes, –desde lo más profundo– un puñado de sombras y entiérralas para que se confundan con la soledad de los árboles, que cansados de ser árboles, crecen y lloran en esta bella aridez 34


de último viaje y en donde la tristeza se desgaja de ellos en grises barbas antiguas que señalan hacia la oscura tierra. En fin, ¿puede alguien decirte acaso cómo alejarte invicta en la noche, sin que la misma noche lo sepa? La visión es terca, oh, certera y ambigua luz que se pierde.

35


DE QUIÉN ES ESTA MANO De quién es esta mano que me lleva a un lugar oscuramente triste, esta voz que sin decirme se delata en insondable eco. Yo tengo esta tiniebla que me guía, esta vara de almendro a la que, en mis manos, le crecen hojas. Yo camino atravesando el dulce aire que dejan los seres humanos. Cuando alguien pronuncia odio imagino abrazos. Yo veo el mundo desde el beso que brota cuando partimos, desde la melodiosa luz 36


que apenas llega a esculcarnos los ojos. Yo dibujo seres que no existen. Me dicen que un árbol existe para dar sombra. Una vez dibujé uno; cuando terminé figura humana era. Advertí sombra aquello que va creciendo cuando luz los hombres toman. Yo quiero ser sombra, luz, árbol –dije-. Nadie entendió. Entonces volvimos a la ceguera de antes y levantamos el rostro como canes hambrientos. ¿De quién es esta mano 37


que me lleva a un lugar oscuramente triste? Alguien sin decirme nada del mundo me separa.

38


UN GENERAL TRISTE La verdad es que estaba enfermo de nostalgia. Augusto C. Sandino

Aun cuando la existencia fue un verdadero dolor y la vida te impuso una estoica mirada, seguiste dando, girando tus dedos sobre la cera para crear un arma que deshiciera el frĂ­o de la soledad en forma de fango. No bastĂł una venda sobre tu brazo o un beso reservado 39


en la mejilla de los hombres. La memoria -lo sabesno perdona ni siquiera a la infamia. Nadie notó, hermano, que la revolución también nace en una cicatriz nutrida por la infancia y que para algunos la desesperanza es una convicción que del tedio inexorablemente salva. Por eso, muchos temieron cuando apretaste una amenaza, una rabia de amor irremisible que hería, no tu mano, sino el destino sofocado dentro de tu bolsillo pobre y mortal como huérfano lirio de espesa montaña. Y esa montaña eras vos, triste como Nicaragua. 40


LAS MARIPOSAS DEL ABUELO A Tania María

Mi abuelo decía que si encontraba una mariposa en el campo había que tomarla delicadamente con los dedos. Mascaba tabaco y escupía. Negra, que sea negra, y no le mires a los ojos; trae mala suerte, decía. Bastaba ponerla en medio de una Biblia y dejarla ahí por quince noches. Yo contaba las noches, no dormía pensado que Dios también había puesto una mariposa en medio de la tierra para que mi abuelo naciera.

41


Permanecía despierto todo el tiempo, vigilaba aquel sagrado libro con sagrado esmero. Lo miraba de reojo. Mi abuelo sonreía. Trae mala suerte, decía, y volvía a sonreír. Hasta que un día no aguanté más, desesperado por saber qué ocurría, decidí aventurarme para abrir el libro. Guardaría el secreto sólo para mí. No importaba si iba a encontrar un fatal destino escrito en las alas de aquel pequeño fósil, pero había una oscuridad allí encerrada que con los días yo también había empezado a sentir. Una noche caminé hacia el altar donde solíamos hacer nuestras oraciones. Mi abuelo observaba el ritual. Sin titubear mucho abrí el sagrado libro. De inmediato varias hojas cayeron lentamente 42


como si algo las hubiera desprendido. En medio del polvo pude imaginar la agonía que sufrió aquella sublime divinidad, ahora destrozada. Mi abuelo puso su mano en mi hombro, ninguno de los dos pudo decir nada. Tal vez él pensó que si la humanidad sumara las palabras que ha querido pronunciar desde el silencio, seguramente llenaría el mundo con mariposas muertas. Te advertí que traía mala suerte, dijo, mientras pasaba un viejo pañuelo por sus ojos.

43


POEMA DE AMOR PARA MI PADRE A Salarrué

Tuve envidia de aquel niño que hundió su frente en tu pecho, padre. Imaginé también eras aquél niño tratando de inventar un corazón expuesto como fruto para alimentar los estómagos más hambrientos del mundo. Te observé con indiferencia entre la niebla que te convertía en ángel maquillado por nubes. Yo también huí de la ciudad, no lo sabías. Huí por temor a mí mismo, por temor a que la ciudad desapareciera conmigo en su rabia. Al partir, mis amigos me vieron indeciso, me susurraron palabras que hacían inflar mi odio, 44


pero yo me había decidido a herir el interior de las flores. Sé que ahora algunos me piden un puñado de luz; otros, una ventana abierta para los amantes. Les aclaro que yo no soy pesimista, simplemente dejé de creer en todo. Mientras digo esto, imagino que no es útil reparar en males cuando estamos a punto de cometerlos. Pero te juro yo no sabía, no tenía idea que las flores de lata derretían el acero de los hombres para devolverlos a la tierra como seres indefensos. Asumo que nada puedo hacer, excepto escribirte esta pequeña nota y decirte que yo también hubiera deseado apaciguar mis dolores en tu pecho. 45


Pero es tarde, en algĂşn lugar habrĂĄs olvidado mi nombre.

46


EL EBANISTA A Omar Lanuza

Llevó su rostro a la madera como si las tablas fueran mudas para el universo y sólo con él hablaran. Una mañana lo vi casi por instinto medir –para crear una ventana de oroaquel espacio con su cinta. Ven los felinos el vacío cuando nosotros nada vemos y cuando la muerte en cada esquina habita. Mi patria está allí donde llueve, dijo, mientras mojaba poco a poco aquellos agujeros negros que desde el madero su pesar veían. 47


Tal hombre que se aleja cuando están a punto de llorar los perros, caminó por aquella sala el ebanista, -y allí, en el momento en que los héroes se arrodillan y clavan su dolor en el vino inmensobajó su rostro por vez última y acariciando aquel madero como el lomo de un viejo animal que en abandono nos deja, cerró de un golpe la mirada, con su sierra.

48


PEQUEÑAS LECCIONES DE CONCEPTUALISMO BÁSICO


POEMA BLACK & WHITE A Tania María

I No es poeta pero mira un aguacero con ventana. Sonríe, habla poco. Despierta de la vida, del silencio, dijiste, como un manojo de llaves. Si ella supiera adónde van nuestras vidas, pero el mar es hondo: debe haber una puerta 50


que no sea tan estrecha para que no duela tanto para que no duela tanto.

51


POEMA VISUAL SOBRE CALIGRAMA ADICTIVO Absorba la vida en una línea. Vamos, ponga su nariz aquí. Ahora inhale, profundo. Véase el corazón oscuro para cortar, atraviese su pecho con esa estrecha línea blanca. La tarde grisácea está llena de cercas y nadie puede entrar. Vamos. Continúe. Inhale profundo. Se le secarán los ojos. No tema. Nadie es una palabra que carece de plural, recuerde eso. Aquí no hay nadie, ni sujetos ni predicadores, excepto el silencio que deja en otros la soledad cuando sus nervios estallan, 52


el yo antiquísimo repitiéndose, cansado de decir: ¡basta! Y la Lengua, jugándose a sí misma como sustancia amarga que hace de la rabia una abstracción, dos cortes: aquí va otra vez. Inhale. d e l g a d o

b l a n c o y

a n g o s t o

es quizá un puente, una columna, otra cerca que se derrumba para siempre.

53


POEMA PARA UN CORTO DE FICCIÓN A Tania María

I Siempre quise que mi vida fuera similar a una película de Paolo Abrazzo, pero nada, ni siquiera eso he podido ser. II Toda tu historia pasa en esta habitación en blanco. Por donde uno mira, la habitación se vuelve más pequeña. Y estás allí en silencio, fuerte pero en silencio, contemplando algo que nunca sabré qué es. 54


Algo que tarde o temprano imagino y hace levantarme para ir al baño a la mitad de la película, cerrar la puerta y abrir la llave del lavamanos para que el insoportable ruido del mundo no se escuche. Un ruido que sólo los árboles conocen, y el mar, también el mar. Y ahora vos, que sabés cómo amo cerrar los ojos y quedarme en cualquier sitio al otro lado del film y regresar después con los ojos cansados, como si hubiera visto ángeles enfermos contemplando el último atardecer sobre la tierra.

55


Vos te quedás sentada, soportándolo todo, viendo mi fracaso de ser, de existir, de llamarte, de haberte llamado en un momento que ahora maldigo -una especie de resignación parecida al desprecio-, como despreciaría mi vida si no fuera porque algo me dice que toda mi vida, ahora más que nunca, sos vos. III Voy a soñar que esta película tiene fin.

56


LA POESÍA ESTÁ EN UNO A Daniel Ulloa

La poesía está en uno poco antes de la muerte, la muerte está en uno mucho antes que la poesía. Uno es poco comparado con la muerte que nos toca mucho antes en la poesía. Poesía y muerte es uno -casi nada en un momentoy a veces tampoco. Todo poema, sirena inflando su cansancio -negra bomba heredada por algunos granos que cayeron sólo para florecer la tierra-. La poesía es muerte y uno es tan poco, un sonido sordo de arena de algún blues que nunca cae. Afuera hay un cristal -dices- parecido al desprecio. Adentro estoy yo, el tiempo nos corta 57


y danzando nos deja en una vasta bóveda. La poesía es mucho antes que despiertes, poco antes que sorprenda a tu Madre si alguna vez con la muerte sueña. No en vano se levanta y pregunta si está bien todo. Asiente bien aunque adentro una daga de obsidiana poco a poco respirando en tu forma vaya. Ahora que todo está bien claro, empieza nuevamente todo que en realidad es nada. Recuerda siempre que la poesía está en uno y escribe siempre como si la vida misma fuera muerte, como si la propia muerte te soñara 58


o como si ante las palabras la propia muerte abriera su pecho en dos partes: una parte quedará en el tiempo y otra en la nada, que es uno en el tiempo. Ten siempre presente que todo poema es la muerte de uno que ha sido tan poco pero tan uno. Y qué importa si hay que revolverlo todo o resolverlo todo como pasado e infancia que uno ve poco antes de la muerte. La poesía es un túnel hacia el último instante. Vamos hacia la muerte, hacia la poesía vamos.

59


DEBAJO DE UNA ESCALERA Un día caminé debajo de una escalera hasta llegar a una ventana que se perdía en el fondo de una gran puerta que se perdía en el fondo de un gran abismo que se perdía, que se perdía y así, parecía que todo estaba a punto de convertirse en una suerte cuesta arriba como un compás a punto de medir el espacio que habitamos, tropezamos, caminamos. A nuestra vida, lo sé, la divide ese ángulo de lúgubre destino. Quizá porque una vez que naces, te pierdes.

60


LOS PĂ JAROS (POEMA SONORO) Sus pasos, como dulces gotas de invierno sobre el tejado.

61


ARS POÉTICA Nuestra vida, una ciudad en cuyo centro carece de luz un faro. A la poesía le corresponde imaginar el mar.

62


SOLEDAD MARINA A Lêdo Ivo

Hoy me desperté profundamente triste del sueño de un pez.

63


ÚLTIMO INFIERNO


What reinforcement we may gain from hope, if not what resolution from despair. Paradise Lost, Book I, 190-192, John Milton ยกCuรกntas ciudades inicuas he tolerado! El Corรกn, S22, 48


I (LA MADRUGADA) Esta madrugada nos hemos despertado más temprano que nunca. Reunidos en la plaza, ubicada cerca del mar, intuimos que algo podrá curarnos de esta enfermedad, aún innombrable. Con vendas alrededor de nuestros cuerpos hemos resuelto protegernos de la indignación que nos provoca vernos uno frente al otro. La humanidad lleva años tratando de obtener la cura. Tenemos demasiado frío como para quedarnos desnudos en la plaza. Son las cuatro de la madrugada y sabemos por qué nos han reunido. Una vez más, alguien intentó pronunciar palabras, los vendajes encarnados de miedo cayeron a mis pies. Estrujaron con blancos ojos 66


la amarga verdad después de esta noche: se reveló frente a mí el silencio y me hizo bajar el rostro para siempre. Con nuestros labios asomados, queremos sentir el viento en nuestras lenguas, mas no podemos. Me pregunto qué pasaría si a esta hora abriéramos el puñado de avispas que llevamos en la boca, un grito que prolongara el silencio dormido desde años. Si pudiéramos aferrarnos a una sola palabra que no sufriera de intentos, que no sufriera de intentos, nuestras sombras quedarían desnudas por asombro. 67


Si tan sólo yo abriera el cuenco de mi cuello seguro vendría alguien a enterrar su frente en mí, entonces mis brazos caerían como trémula cruz sobre su espalda. El día está naciendo. Mañana no habrá luz que provenga de algún cielo.

68


II (EL CONJURO) Decidí alejarme de la ciudad. Pensé que lo mejor era recurrir a otros métodos para sanarme. Queriendo aminorar mi sufrimiento, busqué entonces al más anciano de la población para que me ayudara. El anciano sacó entre las cosas que traía el siguiente conjuro: Lo que nos detiene en este mundo es una bandada de pájaros que nunca vuela. No leas más. Aquí empieza el conjuro: regresa a casa, enciérrate en tu cuarto por treinta días bajo el ímpetu de soportarlo todo, cubre de arcilla las paredes, también tu cuerpo y por favor, no abras la puerta: tu familia podría morir de espanto. En esos días ni la poesía será capaz de herirle la mano al viento, de torturarle a golpes: no la invoques. Durante ese tiempo enjuágate únicamente los ojos 69


preferiblemente con agua y sal para que la almidonada luz no te ciegue. No se te ocurra bajo ningún pretexto abrir los ojos; creerán que te has vuelto loco, no importa. La locura, baladí mortal, devana a los más finos espíritus. Una vez que pasen los treinta días regresa a este mismo punto, vuelve a leer sólo las dos primeras líneas: lo que nos detiene en este mundo es una bandada de pájaros que nunca vuela, que nunca vuela. Detente ahí, nota cómo los rostros que un día soñaste han desaparecido o se aniquilaron cuando una mañana, sin querer, dejaste de soñarlos, convencido entonces de que la vida sufrirá de intentos grítale al primer transeúnte que pase, agárralo del cuello, desvéndalo, insúltalo hasta no aguantar más, hasta que débil, tus piernas no puedan sostenerte, 70


luego maldice a todos los que te observan, maldice estas palabras, maldice también al autor que algún día escribió esto. Mírate y repite esta frase treinta veces: ¿Dónde está la bandada de pájaros que nunca vuela, que nunca vuela?

71


III (AL OTRO LADO DE LA ARENA) Al no encontrar la bandada de pájaros que nunca vuela, pensé que estaba solo y, efectivamente, resolví estar solo. Luego seguí caminando hasta llegar al mar. Al pisar la arena esto fue lo que viví: En la arena mojada se detuvo el cielo con un rostro disgregado en diminutos granos: fue la espalda de Dios cayendo sobre nosotros. Entré en la arena a buscar el árbol que nutre con abejas al viento, aquel árbol del que hablaron los que algún día existieron. Con cerrados ojos entré. Cuando los abrí: ¡Dios mío! El aire es profundo al otro lado de mis párpados –pensé-. Luego con mis manos atrapé gaviotas, me llené de plumas el cuerpo, 72


las retuve durante muchas horas: se me hizo imposible volar. Cuando llegó el momento de liberarlas el frondoso árbol ya estaba seco. Entonces retrocedí con miedo. El zumbido de abejas había golpeado sobre la cúpula, el viento soplaba tan fuerte, era necesario sostener mis vendajes y regresar, con la libertad a medias pero regresar. Nadie se atreva a penetrar la arena creyendo que puede encontrar el verdadero cielo.

73


IV (ESCRITURA SOBRE LA ROCA) La búsqueda era insondable, agotadora en ocasiones. Al salir de la arena, vi una alargada roca con forma de brazo. Era como si algo hubiera abandonado a aquella roca. Impresos sobre todo el brazo estaban escritos unos versos. Me acerqué para averiguar si podía leer algo. Sé que mi mirada es un eslabón perdido entre tus ojos. Me buscas y apenas deduces el inexorable olvido que te dice: detente ahí. Una palabra donde regresas, huyes… te pierdes. Ah, sólo la nostalgia tiene esa libertad de aniquilarse a sí misma en la memoria, toda memoria se aniquila a sí misma en la nostalgia. Pero tengo el derecho a no tener memoria, 74


puesto que a las tres de la madrugada nada es digno y la historia no me es nada útil a esta hora. Yo, el mismo iluso que creyó encontrar picaduras en mis brazos y que cuando despertara tendría entre mis manos un ramo de lirios. No volverá a tocarte esta libertad convertida en piedra.

75


V (EL REENCUENTRO) No en vano me detuve a leer aquellos versos. Me pregunté si en realidad la roca tuvo vida propia en el pasado. Mientras pensaba esto, observé que caminaba hacia mí una mujer con un perro al lado. Cuando ella se acercó, nos reconocimos, agotados, sorprendidos como un puño de arena sobre nuestras manos. Intentamos hablar, mas no pudimos. Entonces, como esa voz que nunca llega, bajamos la mirada. Escondemos en el suelo la caída leve del hastío, cuando torpemente con sus alas sobre nuestros hombros el silencio cae, rota divinidad que atraviesa con su blanco mutismo, una herida en sus mejillas sobre la doliente tierra.

76


Pero siempre llega el ruido de las hojas: la sutil lluvia que nos vuelve estatuas, el tiempo ebrio de sĂ­ mismo que dulcemente sobre nuestros cuerpos se dobla como rama.

77


VI (EL DESASOSIEGO) Después de aquel gran silencio, hice señas a la mujer para que me siguiera. El perro puso su mirada en mí. Podía intuir que tenía mucha hambre. Fue el primero en seguirme. Tras de mí mendiga la rabia un perro, me pide en silencio llene de espuma sus labios, me pide arroje un trozo de carne en sus colmillos fríos. ¿De qué te sirve ese vacío hueco que nunca cierra?–me ladra. Entonces, sin respuestas 78


y sin defensa alguna me abro el pecho para que entierre su hambre en mĂ­.

79


VII (LA SOLEDAD) Luego vino ella, interrogando con sus gestos, con su miedo que también fue mío. Claramente podíamos vislumbrar la nostalgia anunciada, la pérdida que algún día explotará en la plaza que dejamos atrás. Pero atrás no encontraremos nada. Atrás sólo dejamos esa enfermedad que nos divide, que nos va domesticando casi a fuerza mal lograda, que nos va alejando. No me preguntes si la soledad se detendrá bajo la lluvia con un paraguas en la mano. No me preguntes si volveremos a ver la infértil sombra de la gente, si nos volveremos estadísticos de muertos: simples aniquiladores de cifras.

80


No me preguntes si temo a los vagones sin luz o si alguna tarde, la ciudad llena de escombros se derrumbará sobre nosotros. No me preguntes si iremos sentados junto a la ventanilla jugando a una moneda que espía más allá, no sé dónde.

81


VIII (LA PÉRDIDA) Ambos conocíamos la brecha. Nos habíamos advertido del tiempo. Pero nos dejamos vivir, nos fuimos nutriendo de inefables vidas. Supimos que nuestra historia acabaría en algún momento. Seguimos caminando hasta llegar a una pequeña ciudad desolada. Es probable que no habitara nadie en aquel lugar. En las puertas de la ciudad nos tropezamos con una pequeña caja de música. Creímos que íbamos a encontrar una pequeña bailarina de ballet esperando que le diéramos cuerda. Pero no fue así. Yo podría cerrar con mi mano la historia y dar vueltas en un círculo hasta cansarme, así sabré tallar el odio contra el roble que se impone. Pero la historia humana se resume anacrónica en una caja, de la que tras abrirse, aparece una muñeca de aserrín con botones grises en vez de ojos, 82


un pequeño calcetín con manchas amarillas, una diadema rota, un insecto disecado, una hoja seca de algún árbol que ya no existe. La luz habrá tocado dulcemente estos fósiles. Yo siempre supe que la única prueba de la existencia humana es la inexorable pérdida que sucede a diario, por eso envidio cada sombra que nos toca. Así, cuando despierto resuelvo que si me dieran a elegir entre un abrazo o una mirada, elegiría borrar mi memoria.

83


IX (RETORNO AL INSTANTE) Al entrar a la ciudad, llegamos a una casa con un inmenso jardín. La hierba nos dirigió hacia el umbral de la casa. En el interior de ésta se podía escuchar una melodía. La melodía mecía dos cipreses que estaban unidos en forma de arco y que adornaban la entrada. Nos acercamos, no importó quien tocaba. Al inicio tuve miedo, pero mi instinto hizo que desapareciera por un momento. Cuando me detuve en la entrada, los cipreses dejaron de moverse. La música, sin embargo, continuó. A E.M. Ciorán

Un instante donde la miseria humana no emerge en forma de estatua. Lugar que nadie ve por exceso de tedio, sólo una vez cuando se está vivo y se llega apenas a tocar la tibia piel de los secretos del tiempo.

84


Un privilegio que la soledad penetra más allá del olor y la carne. Si tan sólo pudiéramos quedarnos en esa luz fugaz que nadie habita, pero los hombres retornan a su triste condición de hombres y de allí, nunca regresan.

85


X (EL DESPERTAR) Algo había ocurrido en aquel preciso instante. Cuando volví la mirada, observé a la mujer que anteriormente me acompañaba, había cerrado sus ojos. Su cuerpo se fue desvaneciendo sobre la hierba. Era inevitable no escuchar el sonido de la música. Se hacía cada vez más suave. No sé por qué razón, pero juro que algo totalmente desconocido para mí estaba a punto de desprenderse. Intenté mover mis pies, pero fue en vano. Mientras trataba de reaccionar, la mujer permanecía profundamente dormida. Quise despertarla, pero tuve miedo de volverme espuma. Si como desmoronada roca levemente te hundes te volverás inmune al humo que en inefable línea se trunca. Si llevas algo, un objeto acaso para mitigar el espesor de la vida, 86


un puñal para enterrarlo en la sien del imaginario día, es seguro que tu tiempo pierdas. Si reconoces una voz lejana, un gélido grito que se expande sobre el duro acero, caerá sobre la tierra con estoico rigor el mundo entero. Si por algún motivo ves un rostro perturbado y endeble, procura no sea el mío para que algún día despertar yo pueda.

87


XI (REGRESO A LA PLAZA) Cuando la mujer despertó, resolvimos que era preferible volver a La Plaza. Muchos han descrito cómo es La Plaza. Pero yo prefiero no describir nada, sino volver a ella para esperar a que el sol vea nuestras obras. No sé a quién invocar para que llegue el sueño. Sin proponerme buscar algo inverosímil, he descubierto esta madrugada que las bancas de acero tienen en su respaldar un pequeño cementerio tallado. Siendo honesto conmigo, admito cierta verdad ocurrida cuando caminé hacia La Plaza. Había olvidado el silencio en las calles y las inertes luces reflejándose en las avenidas. Nunca observo hacia abajo, no me gusta el cielo que se postra bajo mis pies: me parece excesivamente falso. Acostumbrado a esta indiferencia de mi parte, he tropezado sin querer en un orificio y dentro del orificio una fina y pulcra luz se ha instalado como cetro. Ahí me detuve, agotado no por la noche sino por la vigilia del olvido que cada

88


día a las cinco de la mañana se va imponiendo como un obelisco de barro. Lo vemos, pero también sabemos que algún día se derribará como nosotros. Es cierto que caminar a esta hora sólo para ver si el sol puede curarnos implica, y es probable, una cierta ausencia de cordura. Pero si me hacinara a una cama de por vida, seguramente no podría nadie levantarme o decirme en qué lugar del infinito mundo puedo encontrar aunque sea un nombre para aminorar los dolores. Considero, y en esto me darán la razón, lo más difícil de esta hora es soportar el frío y la lluvia que nunca cesa, la interminable lluvia. Si al menos cayera de golpe sobre las ciudadelas, pero no. Parece que Dios siempre estará de luto y su frialdad seguirá cayendo sobre los techos lúgubres. He adquirido con el tiempo el instinto de saber hacia dónde dirigirme, pero sin conocer qué ocurrirá luego. No me canso de decir que si un hombre es invadido por la euforia o la histeria, la única forma de combatirla es yendo a un lugar de peligro extremo. No significa que prefiera el peligro, pero considero que el ofendido tenía razón: algo habré ingerido en mal estado. 89


XII (CAMINAR SOBRE LA HIERBA) Al regresar a La Plaza, el día había terminado. Con el tiempo supimos que no valía la pena seguir esperando, que la cura no estaba en el luminoso día sino en nosotros mismos. Esa noche supe que el tiempo es vano, que en el exterior de las cosas no hay nada que nos salve, excepto pequeños instantes que percibimos uno del otro. A Pablo Hernández

Solíamos caminar sobre la hierba buscando algún pecho que no estuviera expuesto a la soledad, a los golpes, a la umbrosa oquedad que sólo existe para representarnos como diminutos dioses enervados. Junto a la ciudad esculpida por la duda, supimos que nadie es indemne cuando el tiempo erige una estatua en su contra, 90


entonces intentamos reír, pero nuestro cuello se convirtió en madero para apaciguar la libertad truncada de los barcos. Con los días, fuimos postergando una pregunta, escribiéndola en la piel de aquella eternidad exhausta que hiende con sus púas sobre el ardid. Nunca supimos si la tridente forma en que se nutren los sueños acabaría con nosotros, o terminarían despojándonos de su propia ceniza. Tampoco imaginamos que alguna tarde el sol se hundiría como un ahogado que arde en llamas sobre el mar. Con el tiempo, supimos que los trozos de oro caerían desde los árboles para cubrir el suelo. 91


Déjame una montaña que no señale el abismo, dijiste, pero el árbol seguía con los hombros caídos mascullando un lenguaje de lluvia, algo precipitándose en una esfinge de cera. La prueba infalible se desvanecía sobre los techos rojos, el cielo empezaba a mostrar su herida sobre aquel dolor que en transición agotaba sus últimas gotas. Minuciosamente analizamos el ruido del león, el diámetro de los pinos, la estructura olvidada de los arcos y la tortuosa miseria de las luces que inventan un motivo para postergar el sinuoso cansancio. Nadie lo sabe, pero llegó el momento de decirlo: 92


nosotros vimos a un hombre agonizar por una mujer que no merecía un peldaño. Sin embargo, él seguía subiendo, sorprendiéndose de aquellos cráneos pulverizados en el fuego. ¿Cómo demonios voy a salir de este infierno?-decía, y nosotros también gritábamos lo mismo, pero cargábamos otros nombres en la penumbra, tan pesados, tan dolorosos como un llano cubierto de vidrios. No señores, es demasiado. No nos basta un mendrugo de pan. No es posible conjeturar virtudes que no existen. Seguiremos caminando, solos, porque preferimos ser el pecho expuesto sobre la terca piedra, que seguir como sonámbulos con los brazos extendidos, esperando que el frío metal de una moneda 93


caiga como hostia de acero sobre nuestras manos.

94


HIERBA DE ABRIL


HABRÍA QUE SEMBRAR GIRASOLES A Vincent Van Gogh

Habría que sembrar girasoles a lo largo del camino, sembrarlos en la tierra, en la ciénaga, en el barro, plantarlos bajo el odio como se planta el fuego. Habría que sembrar girasoles aunque la tarde prosiga con su rumor de polvo. La caverna está en el centro, y tras los días los girasoles subvierten al desprecio… pero habría que sembrar girasoles, digo, -no por insistenciasembrar girasoles con afán 96


de prolongar partidas, regarles la noche con ajenjo, cubrir de arena la sorda vida. HabrĂ­a que sembrar girasoles de pesadumbre, de tallos largos que sostengan la gravedad del hombre, sembrarlos a lo largo del camino, plantarlos en los techos de las casas, en todas partes con su luminosa forma. Si hacemos esto, de aquĂ­ a unos veinte aĂąos, aprenderemos a dar abrazos a las piedras antes de arrojarlas al sol.

97


ESCRITURA SOBRE EL AGUA A Quila Urtecho

Escribo el nombre de los peces sobre el agua y el agua se llena de colores. Escribo signos sobre el agua y el agua se torna púrpura tal melodía que se expande para que los peces vuelvan a soñar. Escribo tu nombre, intento escribir tu nombre, pero el agua revuelve mis dedos en un vértigo de peces que se ahogan.

98


LAS PIEDRAS Y si encuentro mi voz en las piedras, y si descubro que todo este tiempo el animal construyó su acertijo dentro del mismo hueco. Si encuentro mi voz, me pregunto, ¿será en las piedras que reconozca mi propia ruina? Si encuentro mi voz en las piedras sé lo que espero, lo bueno es que sé lo que espero. Te pediré me arrojes junto al río. No habrá más hierba que cubra la caída. Si encuentro mi voz, si de verdad encuentro mi voz, levántame y observa: en tus manos me tornaré agua.

99


ÁRBOL DE ESPINAS Un árbol cubrió de espinas la arena. Los pescadores pasaron afligidos junto al árbol. Uno de ellos, el más humilde, cubrió con sus huellas la arena. El otro limpió de espinas al árbol y el último aún se pregunta por qué razón lloraba aquel árbol. ¿Cuál de estos hombres es usted?

100


TRAS LAS VENTANAS CIEGAS A Raoul Shade

La tarde anuncia que la humanidad se dirige hacia otro rumbo. A una hora emprendo el ejercicio de olvidar el nombre de las cosas. Tras las ventanas ciegas y sin nada que me guíe, practico: ¿Cómo se llama eso que al despertar florece en mi costado? ¿Cómo, el árbol cuyo purpúreo corazón señala la tierra? Después de tantos fracasos y olvidos logro comprender el artificio: el hombre sigue siendo el mismo.

101


LA ESTATUA Y LA ARENA A Sergio Ramírez

Cansado de caminar por el desierto, un niño preguntó a su padre de dónde sale la arena. –De las estatuas–, respondió su padre. –¿De las estatuas? ¿Cómo? –Cuando éstas mueren, se vuelven arena. Luego el viento carga con su peso. –Quiero ser estatua. Quiero ser estatua. –¿Y por qué mejor no ser viento?–, preguntó el padre. – Porque no habría quien cargara con mi peso. Entonces su padre hundió las manos en el desierto y empezó a escarbar y a escarbar hasta encontrar un hueco en la arena: al otro lado aguardaba el viento.

102


LAS HORMIGAS Las hormigas construyen su casa en una esquina de mi cuarto, mastican a escondidas la noche y ésta se desmorona en pequeñas partículas de arena. La noche está cansada en mis ojos y el agujero que el hormiguero hace cava un pozo en mi cuarto. Hay temporadas en que no salen -ni siquiera se asoman-. Y algo me dice que empiezo a extrañar sus rituales de hojas, sus filas largas y oscuras, su antiguo pesar de exilio. A veces acerco un ojo al orificio de su casa y no veo nada. 103


De dónde parten, me pregunto, qué muerte inyectó en ellos su aguijón de rosas. El hormiguero duerme apaciguado en su multitud de lodo. Su mejilla es la tierra donde las espigas crecen. El hormiguero no hace ruido. Su ciudad es un cementerio de arena.

104


PERTENENCIAS DEL HOMBRE No temas si al acercarte, el miedo vuelve a tu sombra o en la sombra tus actos te develan. Canta al signo, hermano, y arroja tu angustia sobre las piedras. Recuerda: yo sólo cargo poemas en mis manos. De dónde venimos, la palabra es enigma, tarde que brilla sobre melodía en la hierba. No la altura, si acaso ves altura, resuelve amenazante el vuelo. Aprendamos mejor a escuchar el rumor de la lluvia, la voz que surge cálida en la hoguera.

105


ENTRE UNA MONTAÑA Y OTRA A Ulises Juárez Polanco

Entre una montaña y otra me queda únicamente la niebla con su sabor a lluvia: la mano en la raíz cortada. Me queda el mar revuelto en dunas que no es el mismo mar sino otro que en horizonte me piensa. La orilla me queda y el letargo de un ritual de arena cuya historia es incapaz de sostener su ruina: la palabra envuelta en la tempestad del ruido, 106


el puĂąo sembrado bajo tierra. Me queda un muro sellado: la oscuridad en la cueva, la hoja que regresa al ĂĄrbol y el agua que derrama su grito hasta tornarse piedra.

107


HIERBA DE ABRIL Una tarde la lluvia vació su angustia sobre las piedras: la eternidad prolongó mi sed. Fui creciendo poco a poco hasta ver mi perfil grabado en el interior de Zamzam: al caer la tarde grité hacia la nada y la nada me regresó su voz de barro. Yo planté la voz a la orilla del pozo y cuando alguien preguntó por los días, apresurado viré el rostro: sobre la arena se dibujó un nombre que repetía otros nombres. En uno de esos nombres reconocí el mío. La sed volvió bajo un río, 108


la tarde ya no era tarde y bajo el umbral cerré mis ojos para invocar el sagrado gesto de los muros, la batalla perdida en el Illiún, mas una voz al fondo dijo: ¡Aguardemos que llegue el acontecimiento de la muerte! Diciendo esto me arrojé al pozo, amarillo y negro en el abismo que es la hierba: hierba interminable de puño cerrado, hierba oscura salada, hierba sin destino, sin nada más que sombra ahogada en silencio. Y volví a tener sed -sed de espacioquedando enterrado para siempre en esta eternidad que me prohíbe volver al mar y a la arena. Sólo hay una forma de cubrir la hierba: 109


ยกArrojad piedras al pozo hasta llenar mi pecho!

110


Francisco Ruiz Udiel (Estelí, Nicaragua, 1977 – Managua, Nicaragua, 2011). Poeta, periodista, editor y promotor cultural. En 2005 ganó el “I Premio Internacional Ernesto Cardenal de Poesía Joven 2005” con su poemario “Alguien me ve llorar en un sueño”. En 2011 se publicó su poemario póstumo “Memorias del agua”, el cual concentra algunos poemas encontrados en “Hierba de abril”, obra paralela resuelta en enero de 2009.



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.