María tartaglino

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Paolo Risso

MARÍA TARTAGLINO Eucaristía con Jesús Crucificado

Traducido por Padre Pascual Pontelandolfo, osj

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INTRODUCCIÓN PRESENTACIÓN Hace un año tuve la inmensa satisfacción de orar ante la tumba de San José Marello y conocer de cerca los frutos de su mensaje en tantas obras de apostolado en el árbol josefino. En estas líneas presento el trabajo que con ilusión ha traducido el P. Pascual Pontelandolfo, que recoge la biografía y mensaje de la Sierva de Dios María Tartaglino, quien gracias a la dirección de los Oblatos de San José vivió el mensaje de la cruz con esperanza y alcanzar las bendiciones del cielo para hermanos que vivían la aflicción y anhelaban la paz y el perdón. Al leer esta obra se recordará la importancia de la familia, y cuando ésta por la tragedia sufre, la Iglesia con solicitud amorosa cuida de los huérfanos y no faltan manos fraternas que acompañen a los necesitados. Leyendo la vida de María Tartaglino se siente la paz y el anhelo de amar a Jesús con la valentía de los santos. Deseo que esta obra inspire la oración de muchos jóvenes para que no teman el seguimiento a Jesús, y tengan un corazón generoso aunque a veces haya incomprensiones y hasta difamaciones. La cruz que amó con pasión María Tartaglino sea nuestro camino al cielo haciendo obras de bien a favor de los huérfanos, presos y ancianos. Con especial estima. Lima, 23 de octubre de 2007

Jesús y su Iglesia cada día nos llaman a una meta alta, a vivir según este ideal, el de la santidad. La santidad, don y empeño para todos. Todos llamados a vivir en los más diversos estados y circunstancias, de manera extraordinaria la vida de cada día. Este breve escrito nos regala el perfil de una mujer, María Josefina Tartaglino, que puede ser considerada, con todo derecho, un ejemplo luminoso y concreto de vida sencilla, humilde y escondida, vivida de manera extraordinaria, con todo el amor posible. Huérfana a tierna edad, conoce desde pequeña molestias y sufrimientos y se cría en una familia que la adopta y, en la sencillez y en la pobreza, le ayuda a confiar en Dios y abrirse a su bondad. De adolescente, con viva inteligencia y gran sensibilidad, es recibida en el Instituto Santa Clara de Asti, donde crece día a día en el amor a Jesús y en la entrega al prójimo. “Alrededor de los veinte años, siempre en aquel Instituto, ingresa a las “Hijas de Santa Ana”, una “Familia de Vírgenes” que viven en comunidad, con una regla que no obliga con los votos, en espíritu de humildad, caridad y obediencia. Sin hábito religioso, ni velo para distinguirla de las demás mujeres, pero con “el velo sobre el corazón”, para siempre sólo de Jesús”. El sufrimiento, físico y moral, y las penas atroces “del espíritu”, a veces hasta el límite de lo soportable, la acompañan siempre más, hasta su santa muerte. Son la señal de una particular predilección de Dios para esta sencilla mujer. Dios

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la visita con dones extraordinarios que ella esconde a todos, en la humildad y en el más hondo ocultamiento. Así, es llamada a configurarse siempre más con Jesús Crucificado, con Jesús Eucaristía, para gloria de Dios Padre; para ser víctima con Jesús por la salvación de los pecadores, por la santificación de los sacerdotes, por la paz en el mundo. Hostia con Jesús y custodia de Jesús para los hermanos, siempre suave y amable con todos, luminoso faro de amor para Dios y para los hermanos en una vida toda escondida y aparentemente insignificante. Recorriendo las ágiles páginas de este perfil, esbozado con apasionada y amorosa sensibilidad de creyente por el profesor Paolo Risso, uno se siente testigo lleno de estupor por las maravillas que Dios obra en una persona, cuando ésta se deja plasmar por el Artista Divino. Se siente llevado a respirar el aire puro y limpio de las alturas. Al acercarnos con corazón agradecido a la verdadera fuerza que salva al mundo: el amor de un Dios que se hace hombre y se ofrece por nosotros y, si creemos y nos entregamos totalmente a Él, nos hace ser, extraordinario signo y presencia, de este amor, en nuestra vida diaria. Como fue María Josefina.

CAPÍTULO I: SUS DÍAS

P. Mario Zani, OSJ

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Pequeña huérfana Su padre, Juan Tartaglino, nacido en 1854 en Vigliano de Asti, tuvo tres esposas. La primera Clara Gianotti le dio dos hijas, Rosina y Luigia y falleció el 25 de setiembre de 1886. Era tosco e incrédulo, pero se casó pronto con Olimpia Lafalli, muy buena y piadosa. Residían en Asti. El 17 de Setiembre de 1887, fiesta de los Estigmas de san Francisco de Asís, según el calendario entonces vigente, les nació una niña que fue bautizada al día siguiente en la Iglesia parroquial de san Pedro con el nombre de María Michelina. Al crecer esta niña, no le gustó el segundo nombre y lo cambió con (Giuseppina) Josefina. En sus escritos se firmará María Josefina o simplemente María G. Nosotros la llamaremos tan sólo María. En su nacimiento, sin lugar a dudas, los diarios no hablaron de ella, ni escribirán nunca su vida en la historia oficial, aquella hecha por los “grandes”. Pero María Tartaglino tendrá un lugar humilde y grande en la Iglesia del Señor: el lugar de los pequeños llamados a una gran misión por medio de la sabiduría de la cruz. En sus “Notas del alma” cuando tendrá que escribir de sí misma dirá “nosotras éramos tres hermanas, la más alta tenía cinco años y yo era la última; tenía 22 meses, cuando mi pobre madre murió”. Mamá Olimpia a los 23 años estaba ya muy enferma y sabía que pronto tenía que morir. “Le asustaba el pensar 6

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de dejarme tan pequeña y quizá en manos de quién caería y cómo me criarían”. Confió su enorme dolor a su mejor amiga, Teresa Valsania, la cual le aseguró: “Ten ánimo Olimpia, muere en paz y confía en el buen Dios, yo me haré responsable de tu niñita, la llevaré a mi casa, no le faltará nada, y tampoco le faltará una buena educación cristiana, como lo harías tú. ¿Estás contenta?” Algunos días después, el 7 de Julio de 1889 murió en el hospital de Asti, dejando su pequeñita a su amiga Teresa y prometiéndole rezar por ella desde el Paraíso. Desde aquel día la vida de María será marcada por el dolor: una pequeña huérfana tendrá que abrirse sola su camino en medio del mundo. Pero no estará sola, al contrario será una preciosa compañera para muchos. Teresa la recogió en su casa donde estaban su anciana madre y dos tíos suyos, y se convirtió en su segunda madre. Al comienzo la dejó periódicamente con el padre, el cual pronto encontró una tercera mujer, esta vez dura y sin fe como él. Un día, Teresa encontró a la pequeña María sucia y mal alimentada, estaba en la puerta de la casa. Entonces la llevó consigo para siempre, como había prometido a la buena Olimpia. En la casa Valsania, aunque humilde y modesta, no le faltará nada. Casi un año después, en el verano de 1890 la pequeña tuvo una hemorragia en un ojo. En el hospital de Asti donde quedó largo tiempo internada, por el diagnóstico y la terapia equivocada, perdió la visión de un ojo. 8

No guardará rencor contra los médicos, porque, escribirá: “Es Jesús que lo ha permitido para el bien de mi alma; de otra manera qué habría sido de mí”.

Primeros pasos Vuelve del hospital a su casa, sin visión en el ojo izquierdo, pero ahora ha aprendido a caminar. A los dos años y medio caminaba todavía mal, pero durante el tiempo en el hospital, asistida día y noche por la buena Teresa, daría los primeros pasos seguros y, a pesar del sufrimiento, había ganado seguridad y voluntad de vivir. En casa Valsania, María encuentra tanta bondad y paciencia con ella, inclusive de parte de la anciana abuela, con la cual puede permitirse también el desahogo de sus caprichos de la edad, al punto que puede decir: “Yo era la desesperación de todos”. Pero era solamente una niña de pocos años. “Mamá” Teresa ha continuado como mamá Olimpia a enseñarle a rezar, mirando al Crucifijo de la casa mañana y tarde, y también durante el día. También la acostumbra muy pronto al trabajo. “Antes que nada me enseñó a hacer pantuflas y medias para mí; y para animarme al trabajo me compraba algodón perla de varios colores; y yo que no quería trabajar escondía los “palos para tejer” para que a falta de éstos no me obligara a trabajar. Sin embargo, ella nunca daba campo a mi flojera, y para no cansarme con el mismo trabajo, un día me enseñaba a hacer calcetines, otro a coser y sobre todo a hacer los vestidos de mi muñeca”. 9


La pequeña María, a pesar que fue siempre de frágil salud, crecía serena y alegre, con tantas ganas de vivir y de jugar, de aprender y de conocer la vida. Quiere ir a jugar con las otras niñas, pero “mamá” Teresa lo permitía pocas veces y siempre bajo su vigilante mirada. Prefiere tenerla cerca, consigo y protegerla siempre de todo peligro.

Jesús me sonreía y estaba contento de mí. Luego, todo desapareció”.

Algunas veces ella se escapa y va a jugar a casa de sus amiguitas, y se hace la que no escucha cuando la llaman a casa.

Los primeros pasos de su vida, María los hace con Él, con Jesús. Su vida será -siempre más intensamente- “de a dos”: Jesús y ella.

Es pequeña aún y ya descubre el bonito mundo que la rodea: las casas y caminos del barrio San Carlos de Asti donde habita; las praderas, las huertas cultivadas y regadas, y poco mas allá, la ciudad de Asti con sus templos, el santuario de la Virgen del Portón, Santa Catalina, la Catedral. La mamá la lleva consigo y en el camino reza… Reza en el templo, donde cada domingo va a Misa y también entre semana. La mamá le ha enseñado que sobre el altar está Jesús, vivo y verdadero en la Hostia blanca, que escucha y ayuda en el camino de la vida. Empieza a ser un encanto para la pequeña María…. En navidad de 1889, a sus cortos dos años, ella había tenido “un sueño” que ella misma cuenta así: “He visto al Niño Jesús, a María y a José. La Madre Celestial estaba a la derecha con el niño Jesús en brazos, San José estaba a la izquierda. Yo estaba allí y los contemplaba, pero sobre todo contemplaba al Niño Jesús y me moría por el deseo de jugar con Él. Sentía el deseo de acercarme pero no me atrevía... La Madre Celestial me hizo una seña con su cabeza para acercarme… acercó los piececitos de Jesús a mis labios y yo lo besé y lo volví a besar. El Niño 10

La pequeña contó el “sueño” a la mamá: “desde entonces el sueño de Jesús se ha quedado impreso y siempre me he sentido deseosa de amarlo, pero no le he amado ni soy capaz de amarlo ahora”.

Encuentro con Jesús En casa, considerando que es una pequeña huerfanita y que en sus pocos años ya ha sufrido mucho, María es tratada con mucho cariño y paciencia. Le gusta sacar a escondidas azúcar de la despensa y comérsela sola. Le gustan los dulces que encuentra o le dan, y deja el pan, que Teresa encuentra escondido bajo la cama. ¿Quién lo ha puesto aquí? -le pregunta-. Ella contesta: “los ratones”. Pero los que tienen dos piernas como tú, precisa la mamá, la que le recuerda: “no seas mala botando las cosas y diciendo mentiras -y agrega- así, pequeña, no ofenderás a Jesús… A las niñas que dicen mentiras, las manda Jesús al purgatorio y después de siete años las manda con un dedo de fuego a buscar el pan botado”. María entiende cuál es el camino recto. Teresa ama a los pobres y en su casa, para nada rica, siempre hay algo para ofrecer al que pide algo para vivir. Esto le enseña a María, mandando a ella misma a llevar ayuda a los pobres. Más aún, recibe en casa a los pobres a almorzar y los hace sentar al lado de María, la cual a pesar de su repug11


nancia por los andrajos de éstos, casi nunca limpios, se adapta, por amor a Jesús y aprende a conocer su dolor y a recibirlos. Ella es una niña simpática que se hace querer por su sencillez y su candor. Un día una señora que vive en la Plaza Alfieri, la manda a comprar “gianduiotti” que son chocolates exquisitos, pero Marietta piensa que se trata de los familiares de la famosa máscara piamontesa “Gianduia”. Entra a la tienda y no encuentra ninguna cosa que se parezca a la máscara Gianduia, por lo tanto luego de haber mirado sale de la tienda, seguida del dueño que corre detrás ella pensando que se ha robado algo. Pero descubre que es una niña de inefable candor y la hace volver a casa con los dulces de chocolate. Así, en otra ocasión, todos reirán buenamente cuando alguien que quería burlarse de ella la envía a comprar “dos centavos de cara golpeada” (en piamontés quiere decir “muso pesto”). El farmacéutico le hace esperar un poco gozando la burla, después la sirve un poco de licor de menta.

Así, se conserva viva todavía la presencia del canónico Cerutti, entonces guía del Marello y padre de tantos jóvenes de la Obra Pía Michelerio. En la Catedral se distingue, como un líder del Clero, el Canónigo José Gamba, el párroco del Catecismo y de la Juventud, crecido en la escuela del Marello. Las Iglesias son atendidas por buenos párrocos y sacerdotes: numerosas son las Misas celebradas cada día y participadas par tanta gente buena, y por la tarde, sobre todo en los días de fiesta se ofrecen las lecciones de Catecismo, el Rosario, el canto de las Vísperas, la bendición Eucarística. No todos los astenses son santos, pero hay una atmósfera de fe que María Tartaglino hace suya mientras crece. Ella, al lado de la mamá adoptiva ha aprendido a rezar, empezando con las oraciones del buen cristiano. Ahora ya crecida en años, acompañada de la buena Teresa, particularmente los domingos, va a la Misa por la mañana y por la tarde al catecismo, al rosario y la bendición eucarística.

Así crece María sin malicia, en un ambiente en que se respira bondad, amor y sobre todo fe. Asti, a fines del siglo XVIII está marcado por la fe vivida de excelentes sacerdotes entre los cuales se destaca Monseñor José Marello (después Santo Obispo de Acqui), ya fundador de los Oblatos de San José y del Instituto de “Santa Clara”, al servicio de los pequeños, de los pobres y de los huérfanos.

María ve la vida como oración y como continúa ofrenda al Señor. Hasta los cantos populares que aprende, le sirven para recordar y conservar los buenos propósitos de la vida cristiana. En casa, apenas puede, es ella quien guía el rezo de rosario, atrayendo a rezar a los vecinos contentos de verla y escucharla. Con la mamá Teresa rezan hasta caminando en la calle.

Después de su muerte, acaecida el 30 de mayo de 1895, Asti conserva el recuerdo perfumado de sus virtudes, que continúan en la obra, en la predicación y en la presencia de sus Oblatos: el Padre Medico, el Padre Cortona… de singular piedad y popularidad.

A los seis años María va al colegio, donde se muestra inteligente y capaz, con vivacidad y con ganas de salir bien, pero también de reír y hacer reír a las compañeras.

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Cuando la mamá va a pedir noticias de ella a la maestra, ésta le contesta que no puede quejarse de una alumna que tiene 10, ¡la máxima nota en conducta! María adquiere una buena cultura elemental de primaria, concreta y práctica, que le sirve para enfrentarse y resolver las dificultades de cada día con sabiduría y sentido común. Estos años son una larga preparación a su primer encuentro con Jesús en la comunión eucarística.

Un bonito día A fines del ochocientos los niños se preparan para recibir la eucaristía por primera vez, no antes de los 12 ó 13 años. Será el Santo Pontífice Pío X, quien abrirá el sagrario a los niños de más tierna edad. Ya desde el tiempo de Papa León XIII crece y se difunde el culto a Jesús Eucaristía con la frecuente adoración a Él en la iglesia, la práctica de las “Cuarenta Horas” ya a nivel nacional y a nivel internacional, con los Congresos Eucarísticos, el último de los cuales fue en Turín en septiembre de 1894 con la participación de decenas de Obispos y miles de fieles. Mamá Teresa prepara a María que tiene cerca de siete años, para confesarse frecuentemente, cada vez que ella lo hace. Juntas van donde el canónico José Gamba, Párroco de la catedral, después vicario general, luego Obispo de Biella, Novara, y a continuación Cardenal Arzobispo de Turín. María tiene como su primer guía espiritual al Canónigo Gamba, hombre de Dios de mucho celo y prudencia, que comprende y aprecia la delicadeza de esta niña que se abre a él como a Jesús mismo, con sencillez e inocencia. 14

Llega el año 1900 y es un gran Año Santo: el jubileo que introduce al siglo XX. El Papa León XIII con su carta “Annun Sacrum” consagra el mundo al Corazón de Jesús, una fuente de redención, salvación y vida para el género humano. Con la Encíclica “Tametsi futura” presenta a la humanidad a Jesús como único camino, única verdad y única vida: sólo uniéndose a Él, único Salvador, cada hombre encuentra el sentido verdadero de la existencia, del dolor y de la muerte, la salvación en este mundo y en el más allá. También en Asti esta profunda orientación cristocéntrica llena el pensamiento, la predicación y toda la pastoral de los sacerdotes con clara resonancia en las almas. También María siente este benéfico influjo y su juventud se orienta siempre más a Jesucristo, tomándolo como su centro. Este fue el año de sus grandes “encuentros” con Jesús: un domingo por la mañana, en la primavera de 1900, en la parroquia de San Martín, María a los trece años, se acerca por primera vez a recibir a Jesús en la Primera Comunión, después de una larga preparación con la frecuencia al catecismo y un fuerte empeño de vida cristiana. Ese mismo día, en la tarde recibe la Confirmación en la Catedral, de manos del Obispo Jacinto Arcangeli. Ahora vivirá sólo para Jesús, como escribirá: “Cuando ya había recibido la Primera Santa Comunión, mamá Teresa me hacía recibirla con frecuencia. Cuando ya estábamos en casa, me hacía santificar ese día: no se decían palabras inútiles, no se permitía ninguna broma; nos quedábamos retiradas, mientras la mamá estaba ocupada en la cocina, a mi me hacía leer el agradecimiento calmadamente y fuerte para que ella también pudiera acompañarme; hasta el 15


mediodía siempre agradecimiento, y del mediodía hasta la mañana siguiente, preparación. Esta regla la tengo hasta hoy”. ¡Verdaderamente un día grande y bello! Inolvidable el día de la Primera Comunión y Confirmación, Jesús toma siempre posesión de ella y la prepara a grandes cosas. Suya para siempre. Por medio de ella hará pasar tantas gracias a muchos hermanos; inicio de una singular intimidad y maravillosa misión.

Un noble señor Algunos meses antes de su Primera Comunión al comienzo del otoño de 1899, un día, María -que habita en el cruce de la calle Grassi con la actual Vía al Santuario, al lado del río Bórbore- fue mandada por “mamá” Teresa a una buena familia de hortelanos para recoger víveres. Realmente la mamá no quería mandarla sola, pero no pudo evitarlo y además ¿qué peligro habría a las diez de la mañana? La jovencita va, pero pasando al río Bórbore, de improviso sale un fulano que la arrastra en medio de una maleza y cerca del torrente. Le ofrece dinero y dulces, para que acepte sus infames deseos. María se niega gritando que eso es pecado y ofende a Dios. Él la amenaza de echarla al río y la arrastra cerca al río y hace el ademán de tirarla dentro. Pero, María se queda enredada en una mata y el malvado, preso del miedo, se escapa. En ese momento, a María todavía llena de miedo, se le aparece “un noble 16

señor con bella barba y un aspecto venerable”. La desenreda de las espinas, le acaricia paternalmente y le enjuga las lágrimas, la coge de la mano y la acompaña hacia su casa. En el camino le habla con cariño y le recomienda defender siempre su virginidad, rezar cada día, ir al catecismo, a la Misa y a las Vísperas. Sin preguntarle dónde vive la lleva hasta la puerta de su casa. María llama a mamá Teresa y le cuenta todo, pero el “noble señor” ha desaparecido y ya no está. Teresa en su fe sencilla y fuerte piensa que ha sido San José, custodio de vírgenes, que ella siempre ha invocado, que ha venido a ayudar a la joven en peligro. Habrá otra ocasión en el cual el “noble señor” se presentará otra vez. En los meses que siguen, llenos de alegría por la primera Comunión y la Confirmación de María, mamá Teresa cae enferma e intuye que no sanará: es tuberculosis, de la cual muchos enfermaban aún por estos años. ¿Cómo podrá cuidar todavía a María? Un día de inicio de otoño de 1900 mamá Teresa Llama a María y le dice: “Mi querida, con todo el dolor de mi corazón debo dejarte y no malograr la poca salud que tienes. ¿Quieres ir a casa con tu papá? María se echa en los brazos de la buena Teresa y llorando le ruega tenerla siempre consigo, que será siempre buena, que no quiere volver donde su papá y su madrastra. Teresa contesta que ya no puede tenerla consigo para no contagiarla con su enfermedad, y que sin embargo no quiere dejarla “en las manos de la madrastra sin religión y sin corazón”, y le hace una propuesta: “No hay otro camino por mientras, sino ir a algún “retiro” (internado): ¿Te gustaría?” “Oh sí, 17


contesta, con mucho gusto, me uniría a tantas niñas buenas, pero yo soy tan mala, y no me aceptarán, de seguro”. Mamá Teresa le dicta entonces una carta para Monseñor José Gamba, por entonces Vicario General de la Diócesis, pidiéndole que se preocupara de “colocar a María en algún retiro”. Aquél mismo día María lleva la carta, y la deja a la mamá del Vicario. El día siguiente Monseñor Gamba hace llamar a Mamá Teresa y a María y les comunica que la niña sería aceptada en el instituto de La Consolata en Asti. Pero María, con lágrimas contesta que prefiere el retiro de Santa Clara fundado por Monseñor Marello, bajo el cuidado de sus oblatos de San José. Mons. Gamba se siente algo disgustado y contesta: “Lo conversaré”. Algunos días después el mismo Vicario general de la Diócesis va a la casa de María para comunicarle que había sido aceptada en San Clara y que se presente inmediatamente al rector, el Padre Cortona.

En “Santa Clara” Al ingresar al Instituto de los Oblatos de San José, a fines de setiembre de 1900, mamá Teresa y María, de trece años, encuentran primero al Padre Juan Médico, santo sacerdote, que desde joven había sido de los primeros en seguir a Monseñor Marello. El Padre Juan pregunta si es María Tartaglino la que había pedido y si de veras el mismo Vicario de la Diócesis se había interesado por María. Contestan que sí. El Padre Juan les explica que en verdad no había lugar, pero que un “noble señor” se había presentado a pedir que 18

aceptasen a la joven María. Mamá Teresa, que no había hablado con nadie, sino sólo con Monseñor Gamba, acerca de su proyecto, piensa que el “noble señor” era el mismo San José que había salvado a la niña de aquel fulano al borde del río. Monseñor Marello, después de fundar en el Michelerio, su Instituto de los Oblatos de San José, el 14 de marzo de 1878, había llevado su obra en 1884 al antiguo monasterio de Santa Clara. Allí había aceptado, bajo la guía de las Hermanas de Nuestra Señora de la Piedad, además de ancianos y enfermos crónicos, también niñas huérfanas o que necesitaban ayuda para su educación. Con aquellas ya adultas que no querían volver al mundo, ni hacerse hermanas religiosas, había fundado la familia de las “Hijas de Santa Ana” animándolas a la humildad, caridad y obediencia con la esperanza de proveer a la casa de los Oblatos y colaborar en su apostolado. Aquel mismo día mamá Teresa con María fueron a hablar con la Madre Superiora, la cual después de escuchar la historia de María, le dice con mucha bondad: “Quédese no más”. Después las dos van donde el Padre Cortona el cual les habla del “noble hombre” que ha venido a pedir aceptar pronto a María. Es grande el asombro de todos, de Monseñor Gamba, del Padre Cortona, de la superiora, pero Mamá Teresa está cada vez más convencida que se trata de San José. Un mes después de aquel primer encuentro, el 23 de octubre de 1900 María Tartaglino, a los trece años de edad, entra en el Instituto de Santa Clara. Allí pasará su vida entera con el único proyecto de hacerse santa y colaborar a la salvación de las almas, haciéndose una sola cosa con Jesús. Ese día las nuevas compañeras de vida, más o me19


nos de su misma edad, van a su encuentro para festejarla. La superiora le manda a jugar con las niñas más pequeñas, pero ella pide poder trabajar de inmediato, haciéndose útil e indicando lo que ella ya sabe hacer. Parece imposible creerlo. María es puesta con las que trabajan para la “gente de afuera”. En suma ya se gana la vida trabajando con sus manos.

Un tiempo difícil En los primeros tiempos de su estadía en Santa Clara, la joven María se siente muy bien, así escribirá en sus recuerdos: “al comienzo las cosas caminaban de maravilla; ninguna podía pelear o murmurar. Se llamaban la atención mutuamente y yo escuchaba que decían: ¿Ya no recuerdas lo que dijo el Padre Juan Médico antes que llegase esta nueva chica? ¡Ay de aquella que le hubiese escandalizado! Sería severamente castigada”. Pero, la paz y la serenidad terminan pronto. Las compañeras de María son más jóvenes y les gustan las travesuras. Cuando pasa algo, según el clima de severidad de aquel tiempo, viene el castigo para todas, a menos que el culpable se manifieste.

del sueño y hasta golpes, mientras ella es totalmente inocente. Lamentablemente la hermana encargada de vigilar y educar a las niñas al bien es demasiado autoritaria y prepotente y gobierna imponiendo el miedo (posteriormente fue despedida del Instituto). María pasa un periodo muy difícil en su vida, ofrece todo al Señor en expiación de sus pecados y los de los otros, para la conversión de los alejados de Dios. ¿Qué pecado tiene ella con su vida tan inocente? Pero ella se siente triste y amargada, pierde el deseo de rezar y trabajar, los días se hacen insoportables, que nunca terminan. Con todo, reza, ofrece, se confiesa regularmente con el Padre Juan, que es un pequeño santo, recibe la comunión frecuentemente con fe y amor a Jesús que para ella es el único amigo y su único sostén. Jesús ya la une a su pasión. Es el primer sabor de lo que en el futuro será su vida; callar, adorar, sufrir, ofrecer, inmolarse en silencio por la Iglesia, por las almas, por los sacerdotes.

Una vez una de ellas, viendo la bondad e ingenuidad de María, le pide aceptar la culpa de algo que ha pasado, ya que por la protección del Padre Médico no sería castigada.

Cuando los Superiores del Instituto Santa Clara descubren las injusticias de la Hermana asistente con María y la comunidad que le fue confiada, es sustituida con otra “asistente”. El clima cambia de inmediato: y aun en la austeridad de vida, reina ahora la caridad, en la cual las almas se lanzan hacia Dios.

María acepta pensando hacer una obra buena. Desde aquel día según el sistema de aquel tiempo, los castigos caen sobre ella, hasta quitarle parte de la comida,

“Poco a poco, confía María, con tantos buenos ejemplos que tiene delante de los ojos y de escuchar tantas cosas bellas, tantos bellos ejemplos de santos y más que todo

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al no tener tanta disciplina, yo retomé nuevo vigor y me sentí toda cambiada: más paciente, más trabajadora y más deseosa de hacer oración“. Parece realmente que después de tanta noche, ha retornado otra vez el sol: en realidad ahora es Jesús , sol de la vida que la atrae a sí con la dulzura de su amor y la prepara, quizás sin que ella se dé cuenta, a otra subida más áspera hacia la cumbre.

¡Muy Bien, María! Sacamos de sus recuerdos autobiográficos: “Sentía un gran deseo de oración: yo habría hecho continuamente oración, día y noche, y más oraba, más sentía deseo de orar”. “Durante el día el silencio era mi único consuelo, me sentía bien así”. Ya porque el silencio le permite hacer oración y estar unida al Señor: “Mis trabajos trataba de hacerlos únicamente por Jesús, Maria y José. Los tenía siempre fijos en mi pensamiento y hacía todo en su divina presencia”. En suma, vive en intimidad con Jesús, en un coloquio íntimo con Él. Se hace ayudar por su ángel custodio en las tareas del amor siempre más puro, que está haciendo: “Hablaba yo con mi ángel Custodio, imaginaba yo verlo con los ojos de la fe. Me encomendaba a él que me avisara si viese que ofendía a mi Jesús. Mandaba a mi angelito con mis encargos al Paraíso”. Está verdaderamente enamorada de Jesús: lo contempla crucificado, en la eucaristía, se siente amada por Él y cada vez es una experiencia nueva, y quiere amarlo siempre más. 22

Por Él empieza a hacer “locuras” de Penitencia, dice ella, “por sus pecados”. Lleva el cilicio sobre su cuerpo, con cuidado para que nadie se dé cuenta. De noche cuando nadie la ve, se levanta, también en invierno y reza largamente de rodillas en el piso. Con sencillez y gozo reconoce: “Todo aquello que le pedía a Jesús me lo concedía”. “Si deseaba una cosa imposible, yo estaba segura de conseguirlo. Sentía una fe viva y estaba segura de que “Jesús no me negaba nada, aun cuando yo era tan pecadora”. Hace mucha oración y penitencia por las almas del purgatorio, hasta hacer un pacto con ellas: “quería que el Purgatorio se vaciara y me encomendaba que si había alguna alma que necesitase de mis pobres oraciones, que viniese donde mí sin ningún reparo, que yo estaré siempre lista para liberarla, y que me despertase inclusive durante la noche”. Hay almas que de veras toman en serio estas palabras y ella reconocerá que: “he tenido tanto miedo, que no se puede decir”. Hacer penitencia y sufrir con Jesús, tiene para ella una atracción particular y se compromete a ser fiel en los comunes deberes de la jornada, también aquellos que más le cuestan, el trabajo, la vida comunitaria, la obediencia. “Cuando iba a la lavandería trataba de hacer lo mejor posible con la intención de lavar las almas de los pecadores en la sangre de Jesús”. En invierno, cuando el agua es helada y ninguna está dispuesta a lavar, va María, rompe el hielo con sus manos y lava la ropa sumergiendo las manos más de lo necesario en el agua helada: “Por amor a Jesús y en sufragio por las almas del purgatorio”.

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Se dedica a hacer limpieza con un cuidado absoluto, así que la hermana encargada se queda admirando, satisfecha y llena de ternura, pensando que la chica no se da cuenta que la está mirando. Un día la encargada conmovida al verla le dice: “Bien, María, me siento muy contenta de ti”. Le hace una pregunta: “¿Por qué estás tan cerrada con tu asistente? Ábreme el corazón y no tengas duda, sé que tienes un secreto. Confía en mí y te sentirás contenta”. María, sí que tiene “secretos” de intimidad con Jesús, que ella guarda para sí misma y para Él. La asistente entonces la invita durante el recreo a pasearse con ella y le dice tantas cosas bellas de Jesús que la enamoran, “pero los secretos no lo ha podido saber ni ella, ni las personas más adultas que estaban cerca para hacerme hablar”. No tiene todavía 18 años, pero María ha entrado verdaderamente en el mundo de Dios, y ella tiene un solo deseo: “La oración que siempre le hacía a Jesús era ésta: que me hiciera buena y santa según su Corazón Divino, que quería satisfacerlo sólo a Él y a ningún otro, pero de manera que ninguno jamás conociera que yo me hacía buena y ni siquiera me diera cuenta yo misma. Yo quería que lo supiese sólo Jesús, y a todos los demás se lo diera a conocer en el Paraíso”. Este será el único deseo de su vida, cuando los dones de Dios descenderán como una cascada en su alma: vivir sólo para Él en el silencio, en el escondimiento. Desconocida para el mundo, conocida sólo por Él.

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Recordando este tiempo de su existencia escribirá: “He pasado años bellos, tan felices que no se puede explicar. Jesús era toda mi alegría”.

Dos veces adiós El 4 de agosto de 1903 había sido elegido el Papa Pío X. Él tiene un admirable proyecto de santidad y de conquista del mundo al divino Redentor: “Instaurare omnia in Christo” (Instaurar todo en Cristo). María Tartaglino, en su existencia no hará otra que realizar el proyecto de este Santo Pontífice. Pío X será el Papa del catecismo para los niños y los adultos, presentado en una manera sencilla y clara, con preguntas y respuestas, de modo que también los más humildes pudieran conocer con seguridad la verdad que salva del error y del pecado, que lleva a la perdición eterna. María Tartaglino en su sencillez será la mujer de la instrucción-formación clara y segura, de la doctrina luminosa en su palabra y en sus escritos. Pío X será el Papa de la Santa Misa celebrada santamente por los sacerdotes y participada por los fieles, y de la Comunión frecuente, también diaria, recibida santamente. María desde su primera Comunión vivirá por toda la vida de Jesús Eucaristía. Hay una sintonía singular entre ella y Pío X y los santos Pontífices de su tiempo, entre ella y los santos. Con la luz y la fuerza de los santos, nuevamente a su joven edad, tiene experiencia del dolor. El domingo 18 de junio de 1905, fiesta de la Santísima Trinidad, a la una de la tarde está en el patio de la casa 25


durante el recreo con sus compañeras y las asistentes, de improviso le invade una profunda melancolía que debe alejarse de las otras y quedarse a solas detrás de una columna del pórtico de la casa. Algunas le preguntan si se siente mal, con su negativa le insisten que vuelva con ella al juego. No se anima por ese día a volver con ellas. Parece un capricho, pero durante la noche sueña a mamá Teresa que le dice: “María, te he visitado porque estoy segura que por medio de ti tendré la liberación del purgatorio por medio de tus oraciones. Las espero de ti y de nadie más. Estoy muerta y estoy en el purgatorio”. María no cree, pero la mamá insiste: “No llores por mi muerte, reza y sigue siendo buena que yo velaré por ti y verás que hago por ti más desde el cielo que en la tierra. ¿Estás contenta? ”. A la mañana siguiente, después de la Misa, la hermana asistente llama a María y le dice: “Tengo algo que decirte, pero no sé como hacerlo”. María rompe en lágrimas: “Ha fallecido mamá Teresa”. ¿Cómo lo sabes? María le cuenta el “sueño”, que ha sido en realidad una visión. Después, con la asistente, se puso de rodillas para hacer oración por la difunta. En los días siguientes todo pasaría como se le había dicho en la visión. Tres años después, a inicio de 1908, cuando ella tiene casi 21 años, le avisan que su papá ha sido internado muy grave en el hospital de Asti. Quisiera hacerle una visita, también para acercarlo a la fe, él que estaba lejos de Dios, de los sacramentos y de la Iglesia. No sabe cómo hacerlo. Decide escribirle, pero sobre todo envolverlo y ayudarlo con insistentes oraciones. 26

Aquel hombre estaba furioso con la hija, porque había preferido vivir en un internado que estar con él; pero leyendo la carta siempre más sincera, empieza a conmoverse y llorar. Sabiéndolo María va a visitarlo al hospital. Él está contento pero la esposa bota a María malamente: “Yo y tu papá no necesitamos sermones, ¡vete de aquí!”. María sale, pero antes se acerca a las hermanas para encomendarles al papá, que hagan todo lo posible para hacerlo confesar antes de morir. Ellas le contestan que es de un carácter difícil, que ya lo han intentado, pero él no quería. María contesta: “Papá no morirá sin sacramentos. Dejo esto a Jesús y Jesús lo hará todo”. Vuelta a casa aumenta oraciones y mortificaciones para ganar su alma para el Señor. Regresa al hospital a visitarlo y esta vez la madrastra no está. María habla de Jesús: “El Hijo de Dios ha muerto por ti, ha expiado tus pecados sobre la cruz, te ama con amor infinito y ahora te quiere con Él en el paraíso. ¿Cómo puedes rechazarlo? ¿Cómo puedes condenarte por toda la eternidad?” Aquel hombre rudo e incrédulo es sacudido en su interior y llora. “Yo, dirá María, le hablé largamente y le dije tantas cosas. Él no decía nada. Sólo dijo que volviera otra vez, cuando no estaba su esposa. Entonces viendo que le gustaba, lo hice cada día”. El milagro de la conversión se realiza. “Le dice su padre, después de varios días, ¡mi buena y querida María! He cumplido tus deseos, me he confesado y comulgado. ¿Estás contenta? Ahora, yo también estoy contento y te agradezco de corazón”. 27


Las hermanas del hospital preguntadas por María confirman que realmente es así. “Qué bueno es Jesús”, comenta. Es Él que ha entrado en el corazón con un dardo de amor.

se agrega a ellas continuando a vivir “La vida escondida con Cristo en Dios”, en un singular ofrecimiento de amor e irradiación de luz para las almas.

Juan Tartaglino muere en paz con Dios el 30 de abril de 1908: la hija le ha abierto el paraíso.

Como ha sido desde su nacimiento, por una elección de predilección de parte de Dios, así será toda su vida: sin hábito religioso ni velo para distinguirla de las otras mujeres, pero con el “velo sobre el corazón” para siempre sólo de Jesús.

Después del adiós a la mamá verdadera, apenas conocida, María ha dado el adiós en pocos años a mamá Teresa y al papá. Es un hasta luego en el cielo para los dos. Convertirá también a la madrastra, antes de que muera, el 4 de noviembre de 1916. Ahora esta verdaderamente sola en el mundo con una gran misión.

Sólo de Jesús Ahora María tiene 20 años y debe decidir su futuro y escoger su estado de vida. Podría quedarse en el mundo, casarse, formar una familia propia. O consagrarse a Dios con los votos en una congregación religiosa, por ejemplo, las Hermanas Hijas de Nuestra Señora de la Piedad o agregarse a las “Hijas de Santa Ana”. En su tiempo, éstas eran una “Familia de Vírgenes”, que vivían en comunidad, como ya hemos visto y con una regla que no obliga con votos, en espíritu de humildad, caridad y obediencia. Monseñor Marello había instituido esta obra junto a su congregación de los Oblatos de San José para atender a las necesidades de su apostolado: escondidas y laboriosas, orando y trabajando. Al comienzo del siglo XX las Hijas de Santa Ana en el Instituto de Santa Clara viven todavía en el fervor de los inicios, el que les dejó su Padre Obispo. María Tartaglino 28

Ya desde niña, es ella misma que lo confiesa, se levanta de noche y pasaba la noche orando de rodillas en el piso, para la salvación de las almas. “Ahora, cada vez más claramente, se dedica a su misión: Jesús Redentor la asocia cada día más a su pasión, en sacrificio de adoración al Padre, en expiación de los pecados, por la redención de la humanidad, por la santidad de los sacerdotes, y para que ninguna alma caiga en el infierno y todos sean salvados en el Paraíso”. Todo lo que pasará en su vida, que será narrado haciendo conocer el “Secreto del Rey”; es el fruto admirable de esta extraordinaria elección divina. Como hemos visto, Dios empieza siempre con cosas pequeñas y va preparando el alma elegida por Él a penetrar en su Corazón divino y cumplir cosas grandes que asombran y fascinan a quien se le acerca. A los 15 años María en el Instituto de Santa Clara es ya una pequeña educadora de las más pequeñas. Le entregan cuatro o cinco para cuidar: y ella que ha sido huérfana y conoce el sufrimiento, las llena de su amor más que una madre. Ve en ellas el Niño Jesús y las trata con delicadeza en el cuerpo y en el espíritu. Cuida que tengan el vestido más bello y una cinta en el cabello. Las acerca a Jesús y las enamora de Él. 29


Trabaja tanto, María nunca está ociosa. El reglamento es austero, exige que se trabaje, si se quiere comer. En silencio, en el cuarto de trabajo, María, junto con las otras, cose, zurce y cumple muy bien con el trabajo a ella confiado. En los momentos de recreo usa palabras suaves y amables con las compañeras: dulce y amable pero reservada, capaz siempre del buen humor, con su corazón alegre interiormente porque su alma está llena de Cristo. Su voz en el canto, los humildes cantos religiosos, son su programa de vida, es un singular acto de amor a su Dios. La alegría no falta, ni disminuye aun cuando el alimento es pobre. Todo es un ofrecimiento de amor junto al Crucificado y María siente en su humildad que su vida es singularmente fecunda. El proyecto de Dios se desarrolla en ella. El clima en que vive es intensamente espiritual, eucarístico y mariano. En los primeros diez años del siglo XX el Santo Pontífice Pío X defiende la verdad del Credo Católico de los errores del modernismo que interpreta de un modo nuevo y vacía el Catolicismo: “Al centro como en toda la Tradición Católica, debe resplandecer siempre Jesús Redentor, con su Cruz y su Eucaristía, presencia real y representación de su sacrificio”. Pío X difunde la verdad en medio del pueblo cristiano con su catecismo sencillo y claro, hecho en preguntas y respuestas exactas aptas propiamente para distinguir la verdad del error. Y llama a los católicos a empezar desde niños a acercarse con la mayor disposición a la comunión frecuente y también diaria, preparada por la confesión y empeñada en una intensa vida cristiana. 30

María, en el instituto Santa Clara, es una de aquellas almas que responde en modo total a la llamada del Santo Pontífice. Tiene su confesor y guía espiritual en el Padre Juan Médico, uno de los primeros seguidores de Monseñor Marello entre los Oblatos de San José, y santo sacerdote. Cada día participa en la Misa con la comunión. Es muy fiel a la adoración cotidiana y al rosario a la Virgen. Jesús le habla al corazón y la une cada vez más a su Divino corazón, como su “esposa”. Es el tiempo de la “bella época”, en que la sociedad aristocrática y burguesa se divierte en salones y “noches de baile”; los poderosos de Europa preparan en el odio ideológico y la voluntad de superación mutua la primera gran tragedia del siglo XX: la primera guerra mundial. María vive aparentemente fuera de la historia de los “grandes” como “retirada” en un humilde instituto de una ciudad de provincia como la de Asti. Pero no se olvide que también Asti en aquellos años vive, gracias a sus Obispos, primero Mons. Arcangeli y después de 1909 Mons. Sandri, y sus mejores sacerdotes, un clima intenso de fe y vida cristiana muy profunda. Con todo, también María, exactamente en aquellos años es protagonista de la historia, según las noticias que los creyentes bien saben: “No son los políticos sino los santos los que hacen la historia”.

En la vida de cada día. Nos detenemos a observar a María en su vida de cada día. Dice el Padre Ermanno Capettini, OSJ en 1950 ha31


blando de ella: “María sobresalía entre las Hijas de Santa Ana por su inteligencia, desenvoltura, y elegancia en el trato. Los superiores la escogían para tareas y cargos de confianza hacia afuera, que la obligaban frecuentemente salir de casa. Conocía todos los ambientes, conocía personas de importancia social, y siempre y con todos se mostraba con edificante dignidad. Humilde y sincera, dejaba en todos los que se acercaban una agradable impresión de sencillez, serenidad y rectitud“. María limitaba el tiempo y la palabra al justo necesario, y de ninguna manera aceptaba regalos personales. Si las circunstancias lo aconsejaban, no rechazaba una oferta, pero no guardaba nada para sí, y todo lo entregaba a la superiora o lo repartía con los pobres o con las iglesias. Su desinterés admiraba a todos los que eran sus superiores. Se apuraba en cumplir sus tareas asignadas, para usar el tiempo que ahorraba en hacer obras buenas, visitando a los necesitados, a los enfermos y encarcelados. Entre los enfermos privilegiaba a los tuberculosos del hospital. “Si podía, escribe ella misma, entre una tarea y otra iba cada día, tanto que la religiosa encargada a veces me llamaba la atención y amenazaba con informar a los superiores de Santa Clara, porque tenía miedo que me contagiase: mientras era justamente lo que yo deseaba“. De esta confidencia de la misma María, entonces aparece que ella sirve a los pobres, enfermos y a los que sufren no sólo por solidaridad con ellos, sino porque ve en ellos a Jesús, y por su ardiente deseo de configurarse a Jesús Crucificado. Sigue escribiendo el Padre Capettini: “Hubo un tiempo en que visitaba las cárceles a lo menos una vez por 32

semana, sin importarle el fastidio para conseguir el permiso, las largas esperas y la sospechas de que fuera pariente de algún preso. La portera era piadosa y por medio de ella, María distribuía rosarios, libros de devociones e imágenes sagradas. Particularmente era su propósito hacer volver al camino correcto a una joven mujer, condenada por delitos contra la maternidad y hechos de escándalo”. “El Señor, dirá María, me concedía hacer algo bueno. Recuerdo una mujer la cual no quería saber nada de confesarse. Visitándola con frecuencia, haciéndole favores, sin mostrar dificultades de acercarme a ella, aquella mujer decidió confesarse y tuvo una muerte cristiana”. En este momento queremos mirar a María. En Santa Clara, donde los Oblatos de San José, imitando a su fundador Monseñor Marello crecen y se lanzan al trabajo de apostolado en el mundo hasta llegar a las primeras tierras de misión; en este mismo Instituto donde hay tantos sufrimientos humanos en la caridad de Cristo, está escondida, laboriosa y orante María Tartaglino que se ofrece por ellos. En el centro de Asti, Corso Afieri, cerca del hospital, cerca de las cárceles de Vía Testa, a la vista de la gente humilde y de los señores, pasa este ángel en carne, recorriendo las cuentas del rosario y diciendo las palabras de Jesús, que ilumina y trae la redención.

Nostalgia de Casa A María más que todo le gusta estar “en su casa” que ahora es el Instituto Santa Clara en una vida retirada y escondida para servir al Señor. La mayor parte del tiempo de su existencia la pasa allí, tejiendo día a día su historia de amor a Jesús. 33


En sus “memorias” escritas en 1919, narra: “He estado algunos años en la casas filiales, algo más de un año he estado en una casa donde había sólo muchachos. Pero no estaba contenta, porque estaba sola (la única laica) con las hermanas. Por mi parte hacía lo posible para obedecer y rezar mucho a Jesús y cumplir exactamente en cuanto podía con mis deberes. En cuanto a los muchachos que había, puedo decir que no he hablado nunca con ninguno, aun cuando necesitábamos pedir ayuda por algún trabajo pesado; pero yo nunca he permitido: “o sólo ellos o sola yo”, solos nunca, para no dar ocasión de hablar. Tampoco he conocido a ninguno de ellos, y me siento muy contenta”. La “Casa Filial” de que habla María, donde había sólo muchachos era el Michelerio, un orfanato de muchachos dirigidos por los Oblatos de San José, donde había estado por un año y algunos meses. Allí estaba para ayudar a las hermanas, las Hijas de Nuestra Señora de la Piedad, presentes en Santa Clara; en particular ayudaba a la hermana cocinera. María estaba contenta porque tenía mucha paciencia para soportar el carácter difícil y voluble de aquélla en lo que se refiere a los alimentos. Con la misma hermana le gustaba levantarse cada día a las cinco para ir a la Misa en la catedral, iniciando así su largo día de trabajo, santificado por la oración. Pero durante aquel tiempo siente gran nostalgia de Santa Clara, tanto que cuando tiene que salir por algún encargo en la ciudad, hace un largo camino por Asti para no pasar delante de lo que considera su “nido”. Cada vez que tiene que ir para confesarse con el Padre Juan Medico, llora tiernas lágrimas. El Padre Médico, usa de su autoridad para hacerla volver. La otra casa “Filial” es el castillo de Frinco que Monseñor Marello había comprado para sus Oblatos de San José. 34

En Frinco María se quedó un año: fue provisionalmente para ayudar a las hermanas con ocasión de los Ejercicios Espirituales de los alumnos del seminario, y se quedó más de lo pensado ayudando a la hermana allí presente, al hermano lego y al hortelano que trabajaba en la viña de la casa. En el verano estaban los alumnos de los Padres Oblatos. María se sentía bastante contenta orando y trabajando como siempre. Aún a lo lejos, en las colinas de Monferrato, sentía nostalgia de Santa Clara. Pero será mucho más feliz cuando pueda volver para retomar la vida en comunidad. Sin embargo, su vida nunca fue en “común” y ahora se va manifestando más singular, extraordinaria diríamos, a pesar de todo el esfuerzo que hace María para estar escondida, pidiendo continuamente al Señor: “no me exponga en público”. Retoma la vida de comunidad en Santa Clara, como lo hemos narrado. Podemos decir, aparentemente, de ella: “Omnia comuna, sed non communiter” (todo es común pero no en modo común), pero pronto, muy pronto a pesar de su tenaz escondimiento, se manifiestan hechos extraordinarios: penitencias, gracias de oración y de intimidad con Dios, éxtasis, coloquios con ”el más allá”. Es Jesús, el que la une más íntimamente consigo y le hace recorrer su mismo camino de redención, un camino de amor y de llanto que se cumple en la cruz para la salvación del mundo y para la gloria de Dios. Será un verdadero “Via Crucis” similar al de Jesús; para María Tartaglino “Vía Crucis” de lágrimas y de sangre, como en el calvario. Pero, será también el cielo que se abre en su “tierra de exilio”, en su cuartito, donde María gozará de maravillosos coloquios con Jesús, con la Virgen, con los santos, sus amigos y con el Ángel Custodio. 35


Al comienzo quizás no comprende a fondo lo que le está pasando, como cuando confiesa “quedarse dormida en la Iglesia”, mientras las otras rezan. En realidad, ella empezaba a vivir éxtasis de amor con su Dios. Necesitaba un guía sabio e iluminado que la acompañase en su ascenso. En Santa Clara ha encontrado al Padre Médico, el cual, desde adolescente también ha gozado de gracias particulares de parte de Dios y, en su sencillez, sabe comprender a las almas. Goza de fama de santo y es el guía de consagrados, de sacerdotes y también de humildes fieles.

Este será “tu Padre” Mientras la primera guerra mundial está terminando María continúa orando y ofreciendo por los humildes y por los poderosos, por la paz en el mundo en el nombre de Cristo, por la conversión de los pecadores, de repente se enferma gravemente: un derrame de sangre que se repite varias veces. Recibe la Extremaunción y se prepara para la muerte. Pero no muere. Sufre… sufrirá toda la vida, su vida será un único gran sufrimiento: porque a quienes Dios llama a una especial misión, Dios los configura en un modo siempre más doloroso a su Hijo crucificado; corredentores con el único Redentor, por medio del único instrumento que es la Cruz. Es el privilegio de todas las almas víctimas, también de María Tartaglino, llamada a ser “víctima con Cristo”. En un camino tan arduo, es necesario un guía para llegar a la cumbre, a la total configuración con Cristo y, en Él, 36

a la gloria. Es Cristo que convierte a Saulo en el camino a Damasco, pero manda a Ananías que lo inserte en la vida de la Iglesia; Saulo se hace Pablo, el apóstol de los gentiles. Es Cristo que fascinó a Don Bosco, pero le pone en el camino a José Cafasso que le indica el camino a seguir. Muchos son los ejemplos. “Es la ley constante que usa Dios en sus contactos con las almas”. Muy pocas veces se puede decir como Teresa de Lisieux, “que sólo el Señor fue su guía” (“Dominus solus dux eius fuit” Dt 32,12). Dios guía la vida de cada persona, pero normalmente se sirve de otra persona que Él prepara y manda. Dios entonces necesita de un “Ananías”. Dios suscita maravillosos “Ananías” en su Iglesia. También a María Tartaglino le ha hecho encontrar un humilde y grande “Ananías”. Durante su niñez su confesor había sido Monseñor José Gamba (1858-1929), entonces canónico y párroco de la Catedral, luego Vicario General de la Diócesis, pronto Obispo de Novara, futuro Cardenal Arzobispo de Turín, como se ha señalado antes. En Santa Clara, el Padre Juan Médico había sido el confesor de María. Pero un día -año 1914- el Padre Médico la llama y le dice: “Te buscaré un buen confesor, fuera de casa”. María no está conforme, pero el Padre Medico la conduce al Padre Plácido Botti, entonces vice-párroco en Santa Catalina, presentándolo como “un buen sacerdote, que él bien conoce, de buen espíritu y de mucha doctrina”. María no quiere aceptar, pero por obediencia, acompañada por una hermana va a Santa Catalina, donde el Padre Plácido ya previamente avisado estaba esperando al lado de su confesionario. La hermana le indica a Ma37


ría, pero ésta exclama: “Yo no me confesaré con aquel sacerdote”. La hermana casi la arrastra al confesionario. Cuando el Padre Plácido empieza con la bendición, ella se siente interiormente toda cambiada, mientras una voz interior le dice: “Éste es tu confesor y no lo dejarás nunca más”. Siente en su corazón tanta paz y se abre con gran confianza a él. En el segundo encuentro, hace su confesión general por escrito y así lo hará por un largo tiempo. Pronto el Padre Plácido, en su humildad, encontrará dificultad en dirigir a un alma tan particular y quisiera no hacerlo más. Pero su dirección espiritual a María durará hasta el último día. María se siente segura y serena. Tiene un padre y un maestro que comprende lo que pasa entre ella y Dios. No le permite el mínimo defecto, y la empeña en una continúa purificación, en una subida de “sexto grado”. Escribe su biógrafo, el Padre Ángel Rainero: “desde ahora empieza para ella una vida nueva, en la cual no faltarán contrariedades, luchas, sufrimientos, tentaciones del demonio; más bien serán fuertes y tremendas, pero habrá siempre un guía seguro, o mejor una doble guía, que la indicará el camino a seguir: la guía interior del Señor, y aquella externa del Padre Confesor: una completará la otra. María podrá correr velozmente con seguridad en el camino de la perfección y de la unión con Dios”. Ella misma escribirá a su Padre: “Oh, entonces cómo me he sentido aliviada. En el corazón me parecía sentir una voz que me decía: “Éste será tu padre. Ábrele total38

mente a él tu corazón”. Saliendo del confesionario me sentí toda cambiada y animada. Padre, es Jesús que me lo ha dado y es Jesús que me lo ha conservado hasta ahora. Es Jesús que aún debe conservármelo. Sí, no quiero pensar más en eso: le toca a Jesús. La causa es de Jesús y basta”.

Dones extraordinarios También cuando el Padre Plácido Botti será enviado como Párroco de Rocca d´Arazzo de Asti, continuará siendo el padre espiritual de María, la cual recurrirá a él por carta, mostrándole su alma; y él, de paso por Asti escuchará su confesión. Pronto, aunque muy joven, pero rico de doctrina y de luz, se da cuenta que María es un alma totalmente especial, rica de dones fuera de lo común por parte de Dios, llamada a una particular misión. María no quiere ni busca estos dones frecuentemente dolorosos. El Padre Botti declarará: “María ya desde su niñez tuvo dones extraordinarios, que aceptaba como no queriéndolos y sintiéndose indigna; los que tenía rigurosamente escondidos a todos, en cierto sentido inclusive a sí misma, no queriéndolos, no cuidándolos, en parte ni siquiera conociéndolos; que de mala gana manifestaba a su padre espiritual, y quería y rezaba para que nadie más, ni siquiera después de su muerte, los pudiera conocer. El hecho del Santo Crucifijo (del cual hablaremos a su tiempo), es lo que la ha puesto a tanta luz: antes era conocida sólo como una buena hija”. En la escuela del Padre Botti, María tiene un solo deseo, el de hacerse santa, realmente santa, en la humildad, en el ocultamiento, en medio de los sufrimientos y humillaciones de cada día, en el trabajo cotidiano. No busca 39


otra cosa. Después de haber encontrando “al Padre de su alma”, ella le escribe: “Las primeras semanas estaba muy contenta, porque conocía todos mis pecados, pero me parecía muy riguroso, ya que por tantas cosas que otros decían, no era nada. Usted me gritaba y no me perdonaba nada. Tenía mucho miedo de no poderme enmendar, me parecía imposible: era siempre la misma cosa, como lo soy también ahora. Todas las veces que debía presentarme a usted me sentía animada (a hacerlo), pero por el miedo me sentía empujada para alejarme, porque sabía que era siempre la misma. Sin embargo, sentía una gran necesidad de acercarme y, al mismo tiempo una gran vergüenza porque yo siempre era la misma”. Después de un tiempo, sin embargo reconoce: “ahora no lo encuentro tan riguroso; ha sido sólo en las primeras semanas, que estaba tan abatida porque no tomaba las cosas en serio; pero después lo he encontrado siempre muy indulgente. Mis pecados son enormes y necesitaría que me pusiese un poco de freno, que no tuviese en cuenta mi amor propio, mi soberbia, ni mi orgullo”. No busca otra cosa sino hacerse santa, en el camino más escondido, en la senda más ordinaria. Pero es el mismo Señor que quiere enriquecerla con dones más grandes y hacerla pasar por un camino de elección: la participación más alta y más intensa de la cruz de Cristo para la redención del mundo. María, se dirige a su confesor y le dice que sus “pecados son grandes”. Sin duda el Padre Botti no le ha creído literalmente esta confesión, calculando que a un alma pura, como ella, en la luz de Dios en la cual estaba sumergiéndose cada vez más, también las faltas más pequeñas y hasta las imperfecciones, como alguna palabra 40

de más, cualquier impaciencia aunque involuntaria, debían parecerle grandes faltas. Pero, hay algo más. Cuando María escribe que se siente “inmersa en el pecado”, en realidad se trata de los pecados del mundo que ella debe “corredimir” con el Crucificado, los siente como suyos, como cargados sobre sus espaldas, hasta sufrir vergüenza y pena, y querer expiar por ellos ante la justicia de Dios. Llega sobre ella “la noche oscura” con la cual el Señor la está purificando para unirla totalmente a Él, en un desposorio de amor, como sucedió con santa Catalina de Siena, santa Teresa de Ávila, santa Margarita María Alacoque o, en nuestros tiempos actuales, con la beata Alejandrina da Costa. Su vida se llena de oración ya no vocal o meditativa, sino de una intensa unión con Dios, hasta hacerse una sola con Él. Su vida se llena de sufrimientos, que Dios permite o le manda, y de penitencias que espantarían al común de los mortales, las que la configuran con Jesús crucificado. Dios la enriquece también con éxtasis en los cuales le comunica una experiencia superior de Él, de su Hijo, de la vida divina en el Espíritu Santo: un sumergirse y envolverse de luz y de amor divino. María escribe, confiándose al Padre: “Si caía en el desaliento, cuidaba de levantarme inmediatamente con fuerza y pedía perdón a Jesús por mi soberbia… Y trataba de pisar esta fea soberbia, me esforzaba por rezar mucho, aun cuando no sentía muchas ganas. Pero rápidamente me regresó el deseo de rezar y con gran fuerza, y sentía tanta dulzura y tanto gozo que no se puede expresar. Más rezaba y más me animaba a rezar: me sentía siempre 41


unida a Jesús ya sea en la oración, como también al comer, caminando, en el recreo, hablando entre una palabra y otra podía rezar; en todo, también en el sueño, me sentía unida a Jesús. Parece una cosa increíble; y con todo yo así me sentía”.

Los estigmas de Jesús Al terminar la primera guerra mundial, en Versalles los poderosos de la tierra organizan un nuevo orden mundial: han desaparecido los grandes imperios que duraban desde siglos, el imperio Otomano, el imperio de los Zares en Rusia y el Austro-Húngaro de los Ausburgo. En Rusia, desde 1917 con la revolución de octubre se ha consolidado el poder de los comunistas, que mantendrá la opresión de los “sin-Dios” y en violenta persecución al cristianismo los pueblos del Este de Europa por varios decenios, con daño inmenso para las almas. El fin de los Ausburgo en los planes de la masonería y del comunismo debía marcar el fin del catolicismo o por lo menos relegarlo al máximo, al interior de las conciencias. Sobre las ruinas de Alemania y de Austria pocos años después se afirmó el Nazismo, la ideología del super-hombre y de la raza, para destruir junto con el comunismo la dignidad del hombre y consecuentemente la idea de Dios. En su conjunto un gran plan, una conjura enorme y terrible contra la primacía y la realeza de Cristo. El Papa Pío XI, elevado al Pontificado el 10 de febrero de 1922, respondía con su programa: “Pax Christi in Regno Christi” (La Paz de Cristo en el Reino de Cristo), y en 1925 en la conclusión del Año Santo con la Encíclica Quas Primas (11.12.1925) hace un llamado con toda su 42

autoridad a las almas y a los pueblos a unirse bajo la dulce realeza espiritual, eucarística y social de Jesús. María Tartaglino vive el vértice de su existencia totalmente consagrada al Señor, en este tiempo difícil, en el que estallará el inhumano holocausto de la segunda guerra mundial, en un choque de ideologías, de naciones, de continentes, en un conflicto nunca antes vista en toda la historia. No sólo esto. Se proyectará en la secularización y en la negación de Dios, en la confusión entre verdad y error también entre los hombres de Iglesia, en la segunda mitad del siglo XX: una espantosa crisis de fe. Crisis de fe sobre la cual brilla como única esperanza la seguridad infalible de Cristo a Pedro: “sobre ti fundaré mi Iglesia… y las fuerzas de infierno no podrán contra ella” (Mt 16,18). Es la promesa de María Santísima en Fátima: “Mi Corazón inmaculado triunfará”. María no aparece en las páginas de los periódicos, mucho menos en la historia oficial, entre los hombres y mujeres que sobresalen. Sin embargo, en ese tiempo, en el silencio de su vida escondida, toda ofrecida y donada, es protagonista, en primer plano, de una historia más bella: aquella que construye y edifica la humanidad a imagen de Cristo y la conduce al encuentro con Dios. Lo ha sido siempre, y será aún más empezando aquel año 1925, marcado por la realeza de Cristo. Había nacido María el 17 de Septiembre de 1887, en el día en que la Iglesia conmemora los estigmas de San Francisco de Asís, los mismos estigmas de Jesús, que hicieron totalmente al “seráfico en ardor” conforme también en su cuerpo al divino Crucificado. La fecha hace pensar para María en un signo de predestinación: ella estaba llamada, 43


también físicamente, a ser asociada al Redentor, en todos los dolores de su pasión. El 31 de diciembre de 1925, vísperas del 1º de enero de 1926, se manifestaron visiblemente en Ella los estigmas del Señor. Así es como ella misma lo cuenta al “Padre” de su alma, en una página bellísima, digna de comparación a aquéllas que nos han dejado en la vida de san Francisco de Asís, de santa Verónica Giuliani, de san Pío de Pietrelcina. “El último día del año estaba en la capilla haciendo la Hora Santa con las demás. Sufría mucho: no me acuerdo el motivo de mi sufrimiento; recuerdo solamente que me he sentido desmayar. Tuvieron que acompañarme afuera... Apenas vuelta a la capilla, dos minutos después, me desmayé aun más fuerte. Las hermanas me llevaron al cuarto y han hecho cuanto pudieron para reanimarme del desmayo. Después las he mandado a sus camas, diciendo que ya me había pasado, porque tenía miedo que se dieran cuenta de algo. De hecho, mientras estaba en la cama, me desmayé y vi intelectualmente, ubicado en mi corazón, algo como un gran escudo donde estaba esculpido el nombre de Jesús, era tan nítido, Padre, y así resplandeciente, que es imposible explicar. Me sentí fuera de mí por el gozo, porque llevaba en mí un nuevo memorial de amor… y sentía realmente que llevaba en mi corazón un tesoro invalorable… lo sentí claramente, con total seguridad”. Es Jesús mismo que le “ha marcado” de un modo particular, también físico, en su corazón. María sigue narrando al Padre : “Cuando llegó la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús (2 de enero de 1926) 44

me adormecí nuevamente, como antes y me perdí, y me sentí acercándome a mi Esposo Celestial. Otra vez me vi marcada en el corazón con aquel precioso escudo; y mientras lo contemplaba fui invitada por mi dulce Amor a dirigir a Él la mirada y lo vi adornado en el corazón con mi nombre escrito; y me hizo entender que esa correspondencia de afecto la determinaba el amor”. En realidad, las cosas han sido así, como lo contará a un sacerdote de su confianza: “Era el 31 de diciembre de 1925, día jueves (antes del primer viernes del mes). Por la tarde, entre las 23 a 24 horas, hice la Hora Santa con otras personas en la capilla de las mujeres; hacia las 23:30 se desmayó, pero el suyo no era un verdadero desmayo, sino un éxtasis. Fue llevada al cuarto vecino y poco después pasado el desmayo, volvió a la capilla para cumplir la Hora Santa. Fue entonces que se le abrió el costado en la dirección del corazón y le salió sangre. La abertura del costado, con la emisión de sangre, se repitió el 2 de enero de 1926, fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, a las 6:30 más o menos, después de la Santa Comunión”. Después de la llaga del costado, María recibió los estigmas en las manos y en los pies. Las heridas se repiten todos los viernes, son más evidentes los primeros viernes del mes, el Viernes Santo, en la fiesta del Sagrado Corazón, del Nombre de Jesús, de la Preciosísima Sangre, de la Exaltación de la Cruz, y de la Inmaculada, el 8 de diciembre. Son muy dolorosas y sangrantes y en manera visible le durarán cerca de seis años de 1926 a 1932. Para María son un verdadero tormento y no hace otra cosa que pedirle al Señor y a la Virgen Santísima le hagan desaparecer esos “signos” que tanto le fastidian y que tra45


taba de esconder usando todo medio posible, para que ninguno, ni siquiera los más allegados se dieran cuenta, y vean cuánto y a qué precio es amada de su “Esposo de sangre”. Lo cuentan pocos pero seguros testigos oculares, cuánto ella hubo sufrido por los estigmas de Jesús impresos en su carne. María tendrá también sobre su cabeza las señales de la coronación de espinas, y sobre el hombro izquierdo una gran llaga, semejante a aquella que tuvo Jesús por el peso de la cruz en el camino del Calvario. Conocen de los estigmas solamente el confesor y su amiga espiritual sor Elisa; luego, cerca de ocho años después, los Padres Oblatos: Mario Martino y Luis Mori y la Sra. María Mortera, madre de dos misioneros Oblatos que vive con ella en Santa Clara. Ahora está verdaderamente llamada a colaborar, en primera persona con el Crucificado, para la redención del mundo. Narra su biógrafo, el Padre Capettini: “Aunque cansada, María, en aquellos días privilegiados, desarrollaba sus actividades normales (como ya hemos narrado antes). Usaba guantes (mitones) y si tenía que salir por alguna tarea, trataba de caminar normalmente, con pasos algo lentos. A veces sintiéndose cansada se sentaba en las gradas de las escaleras; si era sorprendida mencionaba tener cualquier malestar general. Conservando siempre inalterable su temperamento vivaz y alegre, comportándose con educada soltura en cualquier ambiente, logró ocultar los dones sobrenaturales que recibía. El milagro más maravilloso de su vida fue que los prodigios de los cuales era protagonista, no atrajesen sobre ella la atención pública”. Parecía solamente una buena chica rodeada de un “gran silencio”.

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Como San Francisco de Asís El corazón de María Tartaglino fue traspasado de una llama de fuego como carbón ardiente. Así cuenta el hecho ella misma, en la carta del 8 de diciembre de 1928 a su padre espiritual el Padre Plácido Botti. “…La noche del jueves para viernes en la Hora Santa sentí un gran deseo de morir y sentimientos tan fuertes que me parecía estar loca, me parecía estar perdida, no sé como decir… me parecía que mi pobre alma era sacada, me sentía fuera de mí y en el sueño (la Tartaglino, por su gran humildad, llamaba sueños a las visiones, los éxtasis que tenía) soñé ver un Ángel distinto de los otros, en lugar de dos alas tenía seis (si esto no es engaño del demonio); este ángel se arrojó sobre mí, sus alas eran tan resplandecientes; pero este Ángel estaba crucificado, porque estaba en una cruz como Jesús, dos de esas alas me cubrieron totalmente, dos eran elevadas para volar y dos estaban elevadas sobre la cabeza. Yo no sé cómo explicar porque es la primera vez que veo un ángel así, con seis alas. Mientras estaba observando este crucificado, vi salir del Sagrado Costado un rayo de luz con llamas de fuego y una de ellas como carbón ardiendo me hirió el corazón; el dolor de la herida era tan vivo, tan penetrante que no pude permanecer sin gritar, el corazón latía tan fuertemente que yo no podía más; pero al mismo tiempo me inundaba una suavidad tan grande en el alma que no podía desear que pasase. Si no es engaño del demonio, me parecía ver también a la Madre Celestial a un lado del Crucificado y a san Juan del otro lado; me parecía que los dos se han acercado a mí y me pusieron sobre la cabeza una corona de agudas espinas. Yo me quedé encantada por este favor y la Madre Celestial me dijo: Hija Mía, tu Esposo e Hijo mío quiere que tú, por las espinas, por la 47


cruz, por las penas te haga rica de grandes méritos. Apenas salí de mi sueño no podía más por el fuego que sufría en una parte del corazón y tuve que mojar toda la noche paños en agua fresca y los ponía sobre el corazón para enfriarlo…”.

Un Crucifijo para la Redención En el año Santo de 1933, convocado por el Santo Padre Pío XI, María Tartaglino, es comprometida por el Señor en un hecho extraordinario. Un Crucifijo, de modestas dimensiones (52 cm), que ella tiene en su cuartito sobre el reclinatorio en el cual acostumbraba pasar horas de oración y de adoración, el viernes 11 de agosto de 1933, cerca de las 13 horas, y después más tarde por varias veces, mientras María está en oración, emitía sangre viva: la sangre sale lentamente, particularmente del costado, el cual de simple señal roja, se abre como carne viva, mientras Jesús le dice: “Mira hija, a qué me han reducido los pecados de los hombres, mi pasión es perfectamente repetida”. La efusión de la sangre se repite el siguiente 27 de setiembre, a distintas horas. A la efusión de sangre están presentes numerosos testigos, dignos de fe: sacerdotes, religiosos, laicos. El hecho es considerado muy importante, como intervención de la misericordia de Dios; y el Obispo de Asti, Monseñor Humberto Rossi constituye un Tribunal Eclesiástico Diocesano para examinar lo que ha sucedido. Son interrogados en total 17 testigos, de los cuales siete sacerdotes, seis religiosas, la mamá de dos sacerdotes misioneros OSJ, dos amigas de la Tartaglino, y la Tartaglino misma. Todos los testimonios son dados bajo juramento. 48

Para abreviar, vamos al resultado del Tribunal Eclesiástico Diocesano. El Crucifijo, examinado por dos especialistas en radiografía y radioscopia, resultó que no tenía ningún agujero que del interior se comunicase al exterior. Fue examinada la sangre del Crucifijo en el Instituto de medicina legal de la Universidad de Turín: se trata de sangre humana, verdadera sangre humana. El documento lleva la firma del profesor Giorgio Canuto y Luigi Trossarelli y Juan Parato. Al proceso querido por Monseñor Rossi fueron invitados dos canónicos como miembros del Tribunal: el Canónigo Goría y el Canónigo Gamba. Ninguno de los dos quería aceptar, seguros de que se trataba de una ilusión o de un truco. Sin embargo, luego de escuchar a los testigos, cambiaron de opinión y admitieron con seguridad que no se trataba ni de una ilusión ni de un truco. El tribunal terminó con la sentencia del Obispo: “…la verdad absoluta de los hechos es probada por los múltiples e incontrovertibles testimonios, recogidos bajo juramento con la más escrupulosa atención de dos procesos: Uno hecho por el Reverendo Superior de los Oblatos de San José, bajo mi preciso encargo, y el otro en forma jurídica en la Curia Episcopal. Querer negar el valor de los testimonios, sería como negar la luz del sol, por lo cual es evidente el juicio de la sobrenaturalidad del hecho y del milagro… Repito que el milagro es al mismo tiempo una gran gloria y una gran misericordia para la Congregación de los Oblatos de San José, para la ciudad y para la Diócesis de Asti“. El 9 de marzo de 1934 el Obispo en persona entronizó solemnemente el Crucifijo Prodigioso en el Santuario de San José, con la participación de cerca de diez mil personas exhortando con ardor a huir del pecado que repite la 49


pasión del Señor, y a hacer obras de reparación con una vida verdaderamente cristiana.

El gran sufrimiento Desde aquel tiempo, María Tartaglino está realmente aterrorizada por la fama que su crucifijo le ha dado. Quisiera desaparecer del mundo para que nadie se le pueda acercar. No pide otra cosa a su Señor que no sea estar rodeada del silencio y convertirse cada día más en víctima con Él. Las “alabanzas” que le dan, ella los da a Jesús para que sólo Él triunfe y reine en las almas y en la sociedad. Pero pronto llega la hora de la “Crucifixión”. El 4 de mayo de 1934, Monseñor Rossi comunica a la Diócesis que la Suprema Congregación del Santo Oficio ha reservado a sí el examen y el juicio definitivo sobre el prodigio. Después llegó de Roma un encargado del Santo Oficio que quita el Crucifijo del Santuario de San José y lo lleva al Vaticano “para mayores exámenes”. Monseñor Rossi, los Oblatos de San José y María Tartaglino aceptan en obediencia la dolorosa decisión, pero nada puede cambiar el acontecimiento. Continúan creyendo en la verdad del Crucifijo de Asti santos sacerdotes como el Padre Pío de Pietralcina, Padre Luigi Orione, hoy proclamados santos; y los que han conocido los hechos sin deformación piensan que el Señor Jesús en este “signo” maravilloso ha querido manifestar su amor y su sed de reparación y de santidad, su sed de la conversión de las almas a Él. 50

Pero “contra la Tartaglino (y también contra los Oblatos de San José), escribía su biógrafo el Padre Angelo Rainero, se desencadena una campaña de difamación y de humillación: ella, únicamente dedicada al amor de Dios y a la salvación de las almas, no reaccionó de ninguna otra manera sino soportando las injurias dirigidas a ella y con la reparación de aquellas dirigidas contra su Esposo crucificado, al cual se había dado totalmente”. Es el martirio que le aflige durante diez años, los últimos de su vida, hasta que le llegue la muerte. Pero Jesús viene a consolarla con dones extraordinarios en el silencio, de su alma, en el cual guarda todo como en una celda secretísima, revelando todo lo que sabemos solamente por obediencia a su director espiritual. “Víctima del Amor misericordioso, continúa expiando las culpas de los pecadores, aplacando la justicia divina y ayudando a Jesús en la salvación de las almas”. Los Oblatos de San José confían, seguros que el Señor hará resplandecer la verdad referente al Crucifijo prodigioso y a Maria Tartaglino. El Papa actual, Benedicto XVI ha exhortado a volver a exponer el Crucifijo en lugares públicos. ¡Qué gracia tan grande si el Crucifijo prodigioso, así declarado por el Obispo Monseñor Humberto Rossi y nunca desautorizado por autoridad eclesiástica alguna, retornase para ser venerado en el Santuario de San José! Esperaremos con confianza…

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Consolaciones de Dios En este áspero sufrimiento por la gloria de Dios y por la salvación de las almas, Dios no la deja sola, más bien la hace experimentar de cuando en cuando gozos inefables. Realmente, el cielo de Dios se abre en su cuartito, que se ha hecho como lugar de encuentro alrededor de ella, de su Esposo divino Jesús, de la Virgen, de los Ángeles y de los santos. Ella misma, por orden de sus superiores, declara bajo juramento, como cuando escribe al Superior Mayor, Padre Mario Martino: “La noche del 4 al 5 de abril de 1934, a pesar de haber reposado, en la mañana me sentía cansada, sin fuerza, con tanto sueño que no podía mantener los ojos abiertos y luchaba conmigo misma si debía recibir la comunión o no… En ese momento entró la hermana que me pregunto si recibiría la Comunión. Yo le dije que no y me dormí profundamente. De improviso me sentí llamar por mi nombre y una voz me dijo: “Despiértate, que viene Jesús”; me desperté y con gran sorpresa mía, sin sombra de duda, vi tres personas: dos estaban vestidas de blanco, tenían en mano una antorcha prendida, como dos cirios pascuales. Me llamó la atención el sacerdote que estaba en medio y lo reconocí de inmediato, era nuestro Padre Fundador, Monseñor José Marello. Eran los tres refulgentes de belleza y esplendor; Monseñor Marello estaba vestido como Obispo, tenía en su mano un copón y acompañado por los dos personajes se acercó a mí y levantando la santa Hostia me dijo en algunas palabras en latín que entendí claramente su significado: “recibe a Jesús tu alimento, tu fuerza, tu seguridad, tu luz, tu sol, tu descanso, tu consuelo”. Después dijo las acostumbradas oraciones y me dio la comunión. Dio la bendición y todo desapareció”. 52

Es Dios mismo que quiere que nunca sea privada de su Hijo Jesús, Pan de vida eterna, y la provee cuando no puede comulgar por causas ajenas a ella que se lo impiden; sin embargo, aclara la misma María, no cuando la hubiera dejado voluntariamente por falsos miedos. Así, con inmenso gozo de su corazón, el 8 de diciembre de 1933 solemnidad de la Inmaculada, ella había recibido a Jesús Eucarístico por las manos de la Virgen. El 10 de abril de 1936 (Viernes Santo) es el apóstol San Pedro quien le lleva la comunión. El 27 de marzo de 1937 (Sábado Santo), el 6 de agosto de 1937 (primer viernes del mes y Transfiguración del Señor), el 16 de abril de 1938 (Sábado Santo), es su Ángel Custodio de apariencia bellísima quien le lleva la comunión. Pero el día más bello para ella fue el 11 de Abril de 1936, Sábado Santo, ¡cuando vino Jesús mismo a traerle la comunión en su Cuerpo y en su Sangre! Sin duda, la vida para María Tartaglino es una verdadera lucha por Jesús, siempre con más sacrificio y holocausto de dolor y sangre por Él y con Él. Pero es cierto que el cielo mismo la apoya con gracias particulares que la hacen luminosa y fuerte. Con Jesús, María, no tiene miedo a nada, ni a la muerte, porque le llevará a su visión beatífica. Vida como holocausto con Jesús: Esto lo vive ella en modo intensísimo cuando participa habitualmente de la Santa Misa celebrada cada día por el Rector Mayor Mario Martino en la capilla de las Hijas de Santa Ana; el cual anota el 24 de agosto de 1937: “Esta mañana en la comunión, María Tartaglino, era toda alegría y gozo. Enseguida me di cuenta que algo estaba pasando, que veía algo especial. Al preguntarle, después de la Misa me dijo que 53


veía a Jesús muy bello, amable y gracioso, pero su sonrisa aunque dulce era triste. Veía una gran cantidad de Ángeles que volaban alegres alrededor del Copón y de la persona que escribe. María concluye: ¡Oh, si los sacerdotes vieran cuantos Ángeles están en su alrededor cuando dicen la Misa, qué bien la dirían!“.

Sagrario 20 ángeles, 10 a la derecha y 10 a la izquierda que quedaron hasta el final de mi comunión. Los otros se quedaron hasta que terminó la Misa, incluyendo la bendición dada con la Custodia. María, concluía como otras veces: ¡Oh si los sacerdotes pudieran ver estas cosas qué bien celebrarían la santa Misa!“

“En la elevación de la Hostia Santa y del Cáliz, María vio muchas almas del purgatorio que iban al cielo, pero no las conocía. Desde el cáliz se difundía la sangre divina y se unía a aquellas almas. Algunas de ellas eran solamente aliviadas, pero no liberadas”.

Pero el cielo que se hace conocer a su mirada no la aleja de los problemas de la tierra, más bien la empeña en ofrecerse aun más a Dios para que la tierra se abra más al Cielo.

En la tarde de aquél mismo día, María agrega algo más, hablándole al Rector: “Esta mañana, Jesús suplicaba amor y reparación por las profanaciones que se hacen a este Sacramento de amor. En la Santa Misa le vi rodeado por grandes escuadrones de Ángeles, que alrededor del altar formaban una corona y con dulces cantos asistían con amor y temblor; usted Padre, ofrecía al Altísimo la Víctima divina. Vi también varias almas del purgatorio felices y contentas volar al cielo”. En verdad Dios ha confirmado a esta su escogida criatura, cuanto la teología católica siempre ha enseñado, que en la liturgia, como canta el prefacio, nos unimos a los ángeles y santos que en el cielo y en la tierra, alrededor del altar de la divina presencia y del sacrificio, adoran y cantan sin fin el himno de alabanza y gloria a Dios Santísimo y al Hijo suyo Jesús que hace presente otra vez su Inmolación. El 4 de septiembre de 1938, le escribe también al Padre Martino: “Esta mañana al momento de la consagración, además de los Ángeles que me acompañaban desde el inicio de la Santa Misa, María vio aparecer alrededor del 54

Amor y reparación En estos años María Tartaglino adquiere una comprensión siempre más clara del mundo de su tiempo. Por sus escritos sabemos que ella comprende cómo se desenvuelve la historia; en el fondo, es un camino de las almas hacia Jesucristo o también en rechazo de Él, con el infierno que estalla ya sobre la tierra en la medida en que los hombres se alejan del Crucificado. Por eso ella vive cada vez más para llevar las almas a Jesús, para pedir la conversión de los pecadores hacia una vida cristiana y a la santidad, para reparar los pecados de la humanidad. Ella intuye que por segunda vez, en su siglo, la humanidad se encamina a otra guerra que tendrá millones de muertos, que está en camino la más grande apostasía de Dios que la historia haya conocido con el laicismo de toda clase, el comunismo, el ateismo, la filosofía de la nada. María es llamada, en sus últimos años, a participar siempre más en la Cruz y el sacrificio del divino Crucifica55


do: sufre, ofrece, repara, merece la conversión de tantas almas, que sólo Dios sabe. Su vida es una continuidad de sufrimiento y de éxtasis en una intimidad más estrecha con Dios. Quizás, sin quererlo, María resume su vida, lo que realiza en sus últimos años, en una carta a sor Elisa, la amiga de su alma. Es vida de amor, de reparación, de entrega total a Cristo Crucificado, en una respuesta de amor absoluto a su sangre, que ha tocado y visto salir de sus llagas. “Consolemos, escribe, al afligido Corazón de Jesús. Debe ahora, mi querida hermana, hacer esfuerzo para subir con más decisión a la cumbre del calvario, que su Esposo le está preparando para ser verdadera victima de reparación por tantos hermanos nuestros pecadores, particularmente por algunos de sus ministros; los que convirtiéndose en grandes apóstoles conseguirán la conversión de tantas pobres almas y para que la navecilla de la Iglesia, sacudida por las borrascosas olas, triunfe junto con su venerado piloto”. Está totalmente envuelta por el ardor de promover la santificación de sacerdotes y de todos los consagrados: éstos más que nunca deben ser santos, para santificar el mundo. “¡Cuántas ingratitudes, cuántas infidelidades, cuantas frialdades en el servicio de Dios de parte de las almas consagradas a Él! Jesús se queja mucho y pide que recemos mucho por estas almas. Jesús busca de nosotros amor; un amor verdadero busca Jesús”. Le atormenta saber de profanaciones y sacrilegios contra Jesús Eucaristía: “Oremos a Jesús para que suscite en las comunidades religiosas tantos serafines eucarísticos para reparar tantas ofensas que Jesús recibe en el Santí56

simo Sacramento. ¡Oh, pobre Jesús! , cuántas almas que lo hieren y de esas heridas sale sangre viva. Cuántas de esas comuniones. ¡Oh, que no haya tantas!” Ella es clara en su empeño, presentándolo a otros: “Consolemos a Jesús con nuestras reparaciones y expiraciones, y tratemos de conseguir la conversión de tantos pecadores. Hermana mía muy querida, el esposo está muy dolorido y busca alivio de su alma en su esposa. Consolemos a Jesús, consolemos a Jesús. La indignación de la divina justicia está cerca para estallar con sus castigos: oremos para alejarlos o por lo menos suavizarlos”.

Voces del purgatorio Sólo Dios sabe cuántas almas María Tartaglino ha devuelto a Él de una vida de pecado, y que por medio de sus sacrificios han llegado a la salvación eterna. Desde el más allá, del purgatorio, muchas almas de un modo sensible se dirigen a ella para pedir sufragios. Podríamos hablar bastante de estos encuentros. Bastarán algunos hechos. En una carta a su director espiritual, el Padre Plácido Botti, el día 20 de enero de 1929 María le había escrito: “Esta mañana en la Santa Comunión se me presentó una compañera mía, fallecida pocas semanas antes, la cual en el momento de la muerte dejaba con dudas sobre la salvación de su alma por muchos motivos… pero como la vi tan blanca y roja, le pregunté: ¿Dime, Adelaida, estás ya en el Paraíso o estás por entrar? Oh no, no, me dijo suspirando: debes saber que a las justas estoy salvada y esto lo debo a ti, a tus sufrimientos por mí. Jesús lo ha aceptado y me ha salvado. Ahora debes rezar para que yo pueda ser liberada de estas llamas que tanto me atormentan; el tor57


mento más grande está en la lengua que es carcomida continuamente de sapos. Oh, mi mente, ¡si supiera el horrible tormento que tengo por los frecuentes juicios temerarios! ¡Oh qué tremenda y rigurosa es la justicia de Dios en esto! No puedo decirte más, porque te espantarías. Reza, reza por mí. Todo desapareció”. María explica al Padre quién había sido esta Adelaida. “Cuando estaba todavía en vida, no quería verme, inventaba muchas cosas para hacerme sufrir, calumnias, bromas, apodos jamás oídos; me sacaba la lengua pasando cerca de mí, me daba las espaldas, escupía en el suelo diciendo que daba asco, luego lo pisaba con sus pies diciendo que me tenía como esputo, tenía de mí tanto asco, como el esputo… Tenía dentro de sí una rabia y unos celos que la carcomían continuamente. Era inútil pedirle perdón, que se enloquecía más todavía. ¿Sabe, Padre, qué hacía yo? Nada; sólo esto: como yo sufría mucho y no quería disculparme, ofrecía a Jesús mis sufrimientos para la salvación de aquella alma que yo no quería absolutamente que se perdiera. De verdad unos quince días antes que muriera, yo estaba cerca de ella y la colmaba de gentilezas; ella conmovida se puso a llorar, me abrazó y me dijo: “¡Oh, María, cuánto te he hecho sufrir!... perdóname”. Yo no le di lugar a hablar, le dije que estuviera tranquila, que no me acordaba más; que más bien me perdonara a mí que le habré dado motivo; luego cambié el tema y le hablé de Jesús, pero ella me cortó la palabra y me confesó ciertas cosas que me había hecho y que yo siempre ignoré, y me prometió que si se recuperaba quería cambiar su vida conmigo, que no me daría nunca más el mínimo disgusto y que si moría quería dejarme un recuerdo, pero que no tenía otra cosa que un velo para la cabeza, que lo tomara yo y no otras personas porque sabía que yo rezaba por ella. En efecto, antes de morir dijo a la herma58

na que me lo diese. Pobrecilla, no quería que la dejara, pero como yo tampoco estaba muy bien, la Superiora, por temor a que yo estuviese levantada de la cama, me cambió de cama y me puso en otro cuarto hasta que ella muriese”. En uno de sus numerosos éxtasis registrados por el Padre Mario Martino, el 3 de noviembre de 1936 María dice: “queridas almas (del Purgatorio)… a ustedes no las vemos aunque están entre nosotros y podemos socorrerlas. Yo ruego por la conversión de los pecadores, porque, miren, ustedes ya están salvadas. Y, por eso ruego más por los pecadores que están en peligro de perdición. Ustedes ya están seguras. Pero, empezaré otra vez a ofrecer sufragios. Siempre he sido devota de las almas del purgatorio, siempre, también cuando era niña! ¡Cuántas veces, también cuando era niña, he pasado de rodillas noches enteras para enviarlas al Paraíso!. Después, he conocido a los pobres pecadores, y he pensado más en ellos, ¡pero nunca las he olvidado, oh, queridas almas! Y desde niña he hecho el acto heróico de caridad”. Así había sido: el acto heróico es el ofrecimiento de todas sus oraciones, acciones y sufrimientos, en unión con el sacrificio de Jesús, con nuestros méritos y los suyos, para el bien de las almas del Purgatorio; María había cumplido desde niña este “acto” y lo había repetido frecuentemente, naturalmente sin olvidar las otras grandes intenciones de sus ofrecimientos, como hemos dicho y seguiremos relatando. En el mismo éxtasis, ella ruega: “Queridas almas, vengan a socorrer nuestra casa (el Instituto de Santa Clara, en el cual ella se hospeda) e inspiren alguna buena persona que pueda ayudarlas. Miren, yo no les negaré nada, 59


pero ustedes inspiren otros bienhechores que les ayuden y den un poco de consuelo a los superiores, a mi Rector, el cuál ha enviado ya tantas almas al Paraíso”. Comentando lo que le ha explicado María, el Padre Mario Martino escribe: “Ha preguntado a algún alma que conocía, si ha visto alguna vez el Paraíso: ella contesta que no y dijo que este es su gran tormento, el no verlo, sobre todo el no ver a Dios. Al encontrarse en medio de sus seres queridos sufriendo y a ver que ellos gozan sin pensar a ellas, es un gran tormento. Dijeron también que las penas del Purgatorio son inexpresables e inconcebibles y que no podemos ni siquiera imaginar. Las almas le dijeron también que las casas están llenas de muertos y los vivos hacen fiestas. Agregaban: si vieran nuestras penas, aunque tuvieren un corazón de piedra, tendrían compasión y nos ayudarían”. Palabras sencillas, grandes y terribles: contienen toda la doctrina de la Iglesia sobre el Purgatorio, como por ejemplo, explica santa Catalina de Génova (1447 - 1510) en su admirable “Tratado”. El 5 de noviembre 1937 -conviene recordar que estamos en la octava de la conmemoración de los difuntos-, otra vez cuenta el Padre Martino: “Esta mañana en la santa comunión, María veía en la Hostia al Niño Jesús, todo alegre y bello, de pie… todo esplendoroso… Después, vio seis almas del purgatorio… uno era fraile capuchino, el otro era también religioso, pero no conocía de qué orden era; parecía constituido en autoridad. Todos se quejaban con disgusto y dolor, especialmente el fraile capuchino y decía que el purgatorio de los religiosos es muy terrible y atroz y proporcionado a los grados de autoridad tenidos en la vida. Le recomendó rezar mucho por el Santo 60

Padre, haciéndole tres veces la misma recomendación… dicho Fraile se encuentra más años en el purgatorio. Había también dos hermanas en horrible condición, de apariencia fea y sufriente: parecía que tenían la cara con lepra o una enfermedad semejante. Hablaban de las terribles penas reservadas para las indisciplinas y no observancia religiosa. Todos pedían ayuda con suspiros y miradas, con señas hechas con las manos. María les contestaba: “Yo, en lo poco que puedo haré sufragio por todos, sufriré, haré oración… Pero ustedes no sean mal agradecidas, rueguen por mí, por la casa (Santa Clara) y por la causa del Crucificado”. Ellas contestaron que no serían malagradecidas y ella les recordaría a ellas“.

Lucha contra Satanás Así es la vida de María, desde sus primeros años: el más allá que se abre en su vida y ella está en continuo “coloquio” con él. Realmente la vida, es como testimonio de la comunión de los Santos. La vida como ejército de Jesucristo, para contestar a la llamada de Dios a la santidad, para llevar a los pecadores a la conversión, para abreviar las penas del purgatorio a quien se encuentra ya “en estado de salvación”, para romper el dominio de Satanás sobre las almas. Contra ella, tan activa por el Reino de Dios, el demonio se lanza furioso, como en la vida de los santos Habiéndose ofrecido como víctima por los pecadores, por la gloria del Dios y el triunfo del Reino de Jesús en las naciones, está en la mira del demonio que no puede soportar que ella le vaya robando las almas. El diablo, con el permiso de Dios, como sucede en la vida de los santos, hace todo lo posible para desanimarla, para hacerla per61


der la fe y la confianza en Dios, empujándola a la blasfemia, a la desesperación, al suicidio, atormentándola de muchas maneras. María frecuentemente ve a Satanás bajo la apariencia de un hombre grande, de animales feos y feroces, de serpientes y hasta bajo la apariencia de su padre espiritual, o de un ángel de luz o de un joven hermoso. Es difícil imaginar cuánto tiene que sufrir ella o luchar a causa del demonio. Bastan algunos ejemplos. El 28 de agosto de 1935 el Padre Mario Martino la encuentra sentada con un crucifijo en la mano derecha, en postura de defensa, como quien lucha con alguien, temblando y llena de espanto. Escucha sus palabras contra Satanás: “me das asco” -le escupe… y le dice: “haz lo tuyo no me das miedo”. Después, levantando el crucifijo: “¡Detente! no quiero que golpees a mi Jesús, mira que mi corazón lo he entregado a Él, ¡tengo los signos de la pasión dentro de mí! ¡Mira bien lo que haces!” Demuestra una singular fuerza y autoridad a pesar de su debilidad física: “¡Si me matas, no me importa! Anda, avanza, lánzate sobre mi corazón: ¡Desvergonzado! Si muero mártir de tu furor, voy directo al Paraíso y tú estás allí quemándote, ¡quémate! ¡Yo no tengo miedo, tú si tienes miedo a mi Jesús!“ No olvida el sentido de su proyecto, la misma razón de su vida inmolada: “Quiero quitarte todas las almas, no dejarte ni siquiera una, tampoco la de allá… ¡Qué feo eres, ignorante! ¡Tienes miedo! Espera que te pongo el rosario al cuello“.

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El diablo le contesta que Dios ya la ha maldecido, que Jesús es un tirano... María le tira su rosario. Otras veces en luchas semejantes a ésta María levanta el crucifijo: “He aquí la cruz del Señor, ¡huyan los enemigos!, Ha vencido el león de la tribu de Judá, ¡aleluya, aleluya, aleluya! La Cruz te da miedo ¿verdad? pues bien, mírala, mírala”. Nada da más miedo a Satanás como el crucifijo, que le ha quitado el dominio sobre la humanidad con su sacrificio. Nada teme más que a la Virgen -y su Rosario- que al comienzo le ha aplastado la cabeza y sigue haciéndolo en la historia hasta el fin del mundo. Viene, Jesús a consolarla a ayudarla, y María lo recibe con fiesta: “¡Oh Jesús, tú me alabas, tú eres demasiado bueno! Quisiera comprender el valor del sufrimiento, e ir al encuentro del dolor y del sufrimiento, abrazarlos y estrecharlos junto a mi pecho. ¡Salva a los pecadores, conviértelos! Sí, buen Jesús, con tu misericordia y con tu preciosísima Sangre. ¡Convierte a los pecadores, no lo dejes caer en ese abismo infernal, ni lo dejes irse a la perdición! ¡Sálvalos!” No es cosa de un día, sino de numerosos días su existencia marcados por la lucha y el dolor de la continua inmolación. Así, María toma parte en la lucha que desde el comienzo de la historia humana existe entre el demonio y el hombre criatura de Dios y continuará hasta el fin del mundo con la aplastante victoria definitiva de Cristo, Hijo de Dios y de María Santísima. Un episodio -verdadero combate-, sucede durante el éxtasis que tiene en la Hora Santa, de las 23 a 24 de la noche del jueves, otro durante la noche, algunos relacionados con la Santa Misa y la Comunión. Una vez más

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María terminó con un estupendo himno a Cristo, vencedor del pecado, de Satanás, del dolor y de la muerte. A la luz de Cristo Redentor y Juez, María anticipa y profetiza sobre la humanidad, los castigos de Dios, la guerra no tan lejana, más aún, cada vez más cercana. En la primavera de 1935 ve a la Virgen dolorosa que llora por los castigos inminentes. María tiene una particular certeza de lo que siente en sí misma y lo trasmite a los otros: “El camino de la santidad es el del calvario, es decir, el del sufrimiento”. La guerra es inminente: acciones perversas de dictadores locos como Hitler y Stalin, fruto de ideologías perversas que niegan la verdad, que niegan a Dios. La muerte de Dios provoca la muerte del hombre. También es castigo de Dios al pecado de los hombres y también al de sus consagrados. La misma visión de la historia y del mundo la han tenido por estos años algunos siervos de Dios: la pequeña Sor Consolata Betrone (1903-1946), monja capuchina de Moncalieri, Alejandrina da Costa (1904-1955) cooperadora salesiana portuguesa, y el gran Padre Pío de Pietralcina (1887-1868), el capuchino del Gargano, estigmatizado a imagen de Jesús crucificado.

“Id a María” Este Padre Pío hablando de su tiempo decía: “A qué punto hemos llegado en estos tiempos: que el bien tenemos que limitarlo, aislarlo, circunscribirlo; ¡el mal, al contrario se debe propagarlo! ¡Mientras tenemos a las puertas la guerra!” 64

María Tartaglino conoce muy bien y de cerca al Padre Pío; lo estima mucho y lo venera grandemente y tiene en él una gran confianza y esta confianza es mutua. Entre ellos, por un singular privilegio de Dios, misteriosamente se comunican y se entienden; ella varias veces dice que siente su misterioso perfume. Los dos llevan en su cuerpo y aun más, en el alma los estigmas de la pasión de Cristo, y viven para su gloria. En la noche del 8 de abril de 1939, entre el Viernes y el Sábado Santo, el Padre Pío se traslada en bilocación al cuartito de María en el Instituto de Santa Clara de Asti. María, unos días después, le narra al Padre Mori: “Hacia las tres de la mañana me encontré cerca del convento de San Juan Rotondo y el Padre Pío se me ha acercado todo sonriente y quieto y llamándome varias veces con el dulce nombre de “Hija”. Después de un cuarto de hora de interrupción, he visto comparecer al Padre Pío cerca de mi cama, a la derecha y se entretuvo conmigo hasta las 6:30. Dicen que P. Pío es serio y tosco; al contrario conmigo ha sido muy bueno y suave: será serio con las almas bellas, pero con los pobres pecadores como yo es toda bondad y mansedumbre”. El Padre Pío la consuela, la anima, le da la bendición para ella y para el Padre Martino. María se quedó muy contenta y reserva para sí lo que el Padre Pío le ha dicho. De igual manera entre noviembre y diciembre de 1940, el Padre Pío vuelve a bilocarse para conversar con María, para consolarla y darle fuerza para llevar a buen fin la misión de cooperar a la redención del mundo con Jesús Crucificado.

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Vendrá dos veces más durante la estadía de María en Rocchetta Tanaro en casa de Américo, entre el 5 de mayo y el 13 de Julio de 1944 cuando todo estará cercano para cumplirse en el ofrecimiento final. ¿Todo esto es verdad o una piadosa ilusión de un alma particularmente piadosa? El 1º de junio de 1939, el Padre Mario Martino, encontrándose en San Juan Rotondo con los padres capuchinos, preguntó al Padre Pío sobre la bilocación del anterior 8 de abril que le ha contado María. “Al comienzo -es el Padre Martino quien lo narra- el Padre Pío por un sentido de modestia, trata de evitar la respuesta; después presionado por mí que le suplicaba en nombre de Dios y para su gloria, que me diera una respuesta categórica para mi tranquilidad, contestó que efectivamente había estado allá con la Tartaglino en ese tiempo”. Lo mismo confirma el Padre Pío al Padre Martino el 4 de junio de 1942, en relación al encuentro a fines de 1940. En esta ocasión el Padre Pío muestra tener con María Tartaglino no sólo estima, confianza y benevolencia, sino también veneración. Es así que el 5 de Junio de 1940, a la Señora Margarita Demichelis de Turín que le interpela sobre algunas cuestiones, el Padre Pío contesta: “Ustedes cuando quieren saber algo ¡vayan a vuestra María! ¡Vayan a vuestra María! ¡Vayan a vuestra María! Lo que vuestra María les dirá, yo lo confirmo. ¿Han entendido?”. Mientras tanto, al 1º de setiembre de 1939, las tropas de Hitler entran en Polonia y empieza la Segunda Guerra Mundial. Italia entra en el abismo que la llevará a la ruina, el 10 de junio de 1940. Es una tragedia inhumana, jamás vista en la historia del mundo.

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María conoce la guerra, las trágicas noticias llegan de todas partes. Obligada a guardar cama por la enfermedad que golpea su cuerpo, se configura en el sufrimiento cada vez más al Crucificado. No tiene miedo a la muerte, y desea más bien el encuentro definitivo con su esposo Jesús. Él mismo, Jesús, la prepara al encuentro. En un éxtasis del 18 de setiembre de 1937, mientras le llevaban la comunión a su pequeño cuarto, había visto a Jesús más resplandeciente que nunca, acercarse a ella y acariciarla. Con singular amabilidad y ternura dirá: “Nos hemos saludado como de costumbre: nos hemos besado… Pronto dejo esta tierra. Volaré a la Patria. Allá cantaré victoria. Voy a cantar las alabanzas del Señor”.

Encuentro con el Esposo En los últimos meses de 1942, en Asti se sienten muy fuertemente los efectos terribles de la guerra: las constantes alarmas por el paso de los aviones que se dedican a los bombardeos en lugares como Turín y Alessandria. También en Asti se siente, con terror, la caída de las bombas y los disparos de la artillería antiaérea. No faltan, aunque son raras, las incursiones aéreas sobre la ciudad de Asti. María Josefina Tartaglino, ya desde hace años debilitada por tantas enfermedades, se encuentra muy frágil y extremamente sensible, sobre todo por la miocarditis, por entonces incurable. Las acciones de guerra de este terrible tiempo tienen una tristísima repercusión sobre María, aunque ella sepa animar a los otros. 67


Durante las alarmas nocturnas, las hermanas y huéspedes del Instituto de Santa Clara se esconden a menudo en el cuartito de María: ella levanta su crucifijo y dice estas palabras: “Ecce crucem domini, fugate partes adversae”. Si hay algún sacerdote presente, lo invita a hacer este gesto de bendición. María infunde seguridad y paz. Entre altas y bajas pasan los años 1942, todo el 1943 y parte de 1944. Para María son años de agudísimos dolores casi continuos: sufrimientos físicos y morales, fuertes dolores de dientes, dolores de cabeza, interrumpidamente por meses y meses, siendo más intensos por la noche. En el verano de 1943 se entera de los terribles bombardeos a Roma, que ven al Santo Padre Pío XII, presente en medio de las ruinas y los heridos, con la sotana blanca manchada de sangre. Y ve, en su espíritu, la caída del fascismo el 25 de Julio, el armisticio con los aliados el 3 de setiembre y la caída de todo el 8 de setiembre. Sabe que se prepara un gran cambio para Italia, para Europa, como también para todo el mundo. Ella sufre ofreciendo todo para el triunfo del Reino de Jesús, en las almas y en la sociedad, en Italia y en la humanidad entera. Sobre todo, para María es tiempo de ofrecimiento, tiempo de amor. Está cerca la hora de su holocausto con Jesús. En la primavera de 1944, mientras nazis y fascistas de un lado y los partisanos (gerrilleros) del otro luchan no sólo en los montes, sino también en las campiñas y la ciudad, los sufrimientos de María aumentan: en marzo tiene gripe con fiebre altísima. En mayo, los bombardeos se intensifican sobre Alesandria y se teme también por Asti. Para ayudarla en su salud, María es hospedada con la familia Américo en Rocchetta Tanaro, por algunas semanas. Allí mejora algo, y después empeora tanto que deben administrarle la Unción de los enfermos.

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A mediados de Julio de 1944 María es devuelta a Asti, a su cuartito, donde hay mayor asistencia y atenciones médicas más seguras. Allí empieza, para ella, el último periodo de su vida: 50 días para prepararse, con los últimos detalles, al encuentro con el Esposo, con una lámpara más ardiente y luminosa que nunca.

1º de Setiembre de 1944 A la miocarditis, a la nefritis, al muy fuerte dolor de cabeza, a otros males que con frecuencia había sufrido, los que bien podrían haberle causado ya la muerte, se agrega una llaga al decúbito que corroe las espaldas hasta los huesos. Las curaciones son muy dolorosas. María, como Jesús sobre la Cruz gime y llora. Quien la ve y la escucha se siente desgarrado. A quien está cerca le dice que está contenta de sufrir y pide que recen para que tenga las fuerzas para aceptar con amor el sufrimiento que viene de las manos de Dios. A pesar de su estado de salud, es siempre amable con todos, sacerdotes, hermanas, el doctor que la asiste, personas amigas y buenas que la apoyan y asisten con caridad fraterna día y noche. Están convencidos de ayudar a una santa, que en vida y después de la muerte, intercede por ellos. La segunda mitad de julio y todo agosto pasa así: una larga y dolorosa agonía. Cada día le llevan la Comunión hasta el 30 de agosto. El 31 le llevan a Jesús Eucaristía como Viático para la vida eterna; pero no puede recibirlo porque está casi adormilada e inconsciente. Cuando le hablan parece que escucha, pero ya no habla. Todos comprenden que su última hora está

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cerca. Sólo Dios sabe cuántas almas habrá salvado de la condena eterna. Primero de Septiembre de 1944. Es la fiesta de María Santísima, Puerta del Cielo, patrona de la ciudad y de la diócesis de Asti, venerada en su santuario, donde María ha ido tantas veces a rezarle desde que era una niña. Es también el primer viernes del mes, dedicado al corazón de Jesús, el único amor de toda su vida. Durante todo el día no da señal de conocimiento. La respiración es regular, pero apenas perceptible. Está cerca un sacerdote que la asiste y algunas hermanas, sugiriéndole breves invocaciones pensando que ella las hará suyas en su corazón. A las 20:10 horas sin dificultad, serena y con el rostro bello y luminoso, María Josefina Tartaglino va a las bodas eternas con Jesús, su Esposo y Señor. Tiene 57 años: todos vividos para Él, en intimidad de amor. Su cuerpo lavado y perfumado es revestido con un hábito blanco de seda; su cabeza está adornada con flores como conviene a una esposa el día de sus nupcias. Tiene una apariencia bella, serena, sin señal alguna de dolor. Expuesta en su cuartito, el día siguiente, primer sábado del mes, es una continua procesión de amigos y devotos, venidos más que para pedir por su alma, vienen para encomendarse a su intercesión; mientras aumenta su fama de santidad, más que en vida. A las 16:00 horas del domingo 3 de septiembre de 1944, después de sencillas y solemnes exequias en el santuario de San José, junto al Instituto, María es sepultada en el cementerio de Asti, en el pabellón 9, nicho 17.

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En su lápida de mármol blanco se encuentra, el crucifijo y su foto, con el epígrafe que ella misma había escrito, muchos años antes: “A la sombra de esta cruz esperan la resurrección a la vida los restos mortales de María Tartaglino”. N.17/9/1887 M. 1/9/1944. Posteriormente fue cambiado lo escrito “Debajo de la Cruz”. Su misión de salvar las almas de la muerte eterna y de conseguir de Dios la santificación de los sacerdotes, en la tierra ha sido cumplida. Ahora continuará en el cielo como transparencia de Cristo y valiosa intercesora para los hermanos y hermanas todavía en camino hacia la patria celestial.

Intercesora en el Cielo Desde el Paraíso, María Tartaglino, inmersa en la caridad divina de Cristo, continúa amando e intercediendo por gracias y favores para aquellos que recurren a su intercesión. Casi inmediatamente después de su muerte ha comenzado a “hacerse sentir”. Entre las numerosas gracias atribuidas a su intercesión, reportamos algunas, testimoniadas bajo juramento por aquellos que han sido protagonistas.

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“El mal desaparece” La señora Elvira Angelini, de Alessandria, durante 1945 sufría de terribles y frecuentes dolores al vientre. Se sometió a numerosos exámenes, pero nunca pudo obtener de los médicos un diagnóstico seguro. Se creía que se trataba de un tumor.

médicos hacen comprender que el mal es gravísimo e incurable. La hermana de Enrique, sor Anneta Gay, Hija de María Auxiliadora, muy cercana a la Posta Médica, confía su hermano a la intercesión de María Tartaglino, que hace pocos días partió al encuentro con Dios y pone su foto bajo la almohada del enfermo, pidiendo su curación.

A fines de octubre de 1945 Elvira fue invitada por una amiga a encomendarse a Maria Tartaglino. Lo hizo inmediatamente y con fe. El mal del vientre desapareció como por encanto y ella comenzó a comer con buen apetito. Con fecha 1º de febrero de 1946, Elvira escribe que está “muy agradecida a la querida María”.

La hemorragia se detiene inmediatamente, y se puede proceder a medicarlo… después de pocos días de internamiento. Enrique se restablece y puede retornar sano a su casa. Lo declara bajo juramento Sor Anetta, dos años después, el 10 de diciembre de 1946.

Sanado de un tumor

“Es un muerto resucitado”

En setiembre de 1944 Enrique Gay de San Damián de Asti fue atacado por una fuerte hemorragia nasal. El médico del pueblo, el doctor Vicente Caramagna, diagnostica un pólipo en la nariz y aconseja una operación. Al día siguiente Enrico es sometido a la intervención quirúrgica; pero la operación debe ser suspendida por las continuas hemorragias y el enfermo es trasladado a su casa en muy malas condiciones. Una semana más tarde es llevado al Hospital de Asti, donde es atendido por el Profesor Renato Bortolotti, otorrinolaringólogo. Según el médico se trata de un angioma, benigno. Al día siguiente sería operado, pero también esta vez se suspendió por sobrevenirle una hemorragia grave.

Al inicio de julio de 1946, la señora Luisa Molettone, de Verzetti de Alessandria, es aquejada por un continuo vómito que parece ser causado por un tumor interno deshecho. Internada en el hospital, se descubren tumores dispersos en el vientre con oclusión del intestino.

Una radiografía posterior revela que se trata de un tumor maligno en la zona del ojo derecho, tumor confirmado por el examen histológico como “melano-sarcoma”. Los 72

Luisa es ya anciana, tiene 69 años, y está debilitada por un fuerte decaimiento físico, por lo que se considera cercano su fin. Su marido y su hijo deciden trasladarla a la Clínica Salus para un enérgico tratamiento, esperando así salvarla. Pero los médicos de la clínica, lo ven, sacuden la cabeza, haciendo comprender que no hay nada que hacer. De pronto, mientras está rodeada por los suyos, aparece como muerta en sus brazos. Los médicos inician toda cura posible, aun comprobando la presencia de varios tumores en 73


su organismo. Luisa, a pesar de las atenciones, empeora a cada hora: pierde el conocimiento, los ojos de color cristalino y ausencia del pulso. En un momento de lucidez recibe los sacramentos. Definitivamente se está muriendo. Se decide llevarla a su casa para cerrar sus ojos en su lecho. En la ambulancia que la transporta a su casa, la cuñada sor Germanina Verzetti se acuerda de María Tartaglino y la invoca una sola vez: “Oh María, salva a esta señora, por caridad, hazlo por su marido, por caridad, por él que está desesperado!” Son las 11, noche oscura, del 11 de Julio de 1946. Reunidos en la casa, el marido y el hijo preparan la mortaja para vestirla después de la muerte ya inminente. Pero, a las cinco de la mañana, el marido tocándole los pies, exclama: “¡Está caliente!” A las siete, cuando llega el médico, el doctor Juan Parodi, para darle alguna ayuda, Luisa ha recuperado su color natural, demuestra que conoce a todos y, a la vista de todos, mejora a cada hora que pasa. Después de ocho días, se puede decir que está sana. El doctor Parodi, a cuantos hablan de Luisa Molettone, les declara: “Les aseguro que es un muerto resucitado”. La cuñada, sor Germanina, el 12 de diciembre de 1946 jura: “¡Se ha salvado por un milagro de María Josefina Tartaglino!”. Han transcurrido más de sesenta años. Estamos seguros que María nunca ha estado inactiva en el Cielo. Conviene que ahora redescubramos su figura, sus ejemplos; que pongamos en la práctica la invitación de san Pío de Pietralcina: “Vayan a María”. También ahora experimentaremos su intercesión: para alcanzar una buena vida y para hacernos santos. Sobre sus huellas. Las huellas de Jesús Crucificado. 74

Librado de la horca El sacerdote Sordo José Francisco, OSJ, bajo juramento atestigua cuanto sigue: “El 10, 11 y 12 de octubre de 1944 en Casteltesino hubo un rigurosísimo rastrillaje por parte de los alemanes (S.S. y C.P.T. este último cuerpo de Policía Trentina). Yo era capellán de los partisanos (Batallón Gherlenda) y estaba destacado con mi batallón sobre la montaña de Casteltesino, mi pueblo natal. El 9 de octubre descendía de la montaña con dos partisanos para tomar parte en el voto solemne que mi pueblo había hecho a la Virgen Santísima, para que lo salvara de la ruina de la guerra. Hacia las 9 de la noche supe que estaban sobreviniendo los alemanes para efectuar un rastrillaje. Yo entonces les aconseje a los dos partisanos mencionados y a otros que estaban en el pueblo, de alejarse inmediatamente, y así lo hicieron; yo preferí quedarme todavía. La mañana del 10 hice tiempo para decir Misa en el hospital; ya saliendo me di cuenta que el pueblo ya estaba ocupado por los alemanes. Cabe subrayar que los alemanes, al segundo día de su llegada, ya habían arrestado a mis paisanos el Padre Sordo Antonio y el Padre Sordo Narciso, así como al Archipreste local Padre Cristofolini Silvio (que lo liberaron algunos días después); mientras que yo pude dar vueltas por el pueblo abiertamente sin ser arrestado. Aquellos, habían ido ya al Archipreste a preguntarle si conocía al Padre Sordo José Francisco, con la intención de arrestarme; pero como él dijo que no lo conocía, ellos se tranquilizaron, sin interrogar a ninguno más. Era suficiente que interrogara cualquiera, aunque sea un niño para 75


que fuese inmediata y claramente señalado, con el lugar exacto donde habitaba. Supimos con certeza que los alemanes no sólo querían arrestarme, sino ahorcarme en la puerta de la Iglesia, como lo aseguró el Archiprestre en su declaración, que fue depositada en las oficinas partisanas de Trento.

no me hayan pedido abrir mi maleta, no haber preguntado a nadie más fuera del Archipreste, y de haber podido evitar caer en sus manos en la ida o retorno de la montaña. Y esto se ve más claro si se considera que todos los otros sacerdotes fueron arrestados, mientras que a mí, directamente buscado, me dejaron libre.

Los alemanes fueron inclusive a la casa parroquial para hacer preguntas, allí los acompañé yo mismo, sin que ellos me preguntasen mi nombre, ni documentos, que los tenía conmigo y con los cuales habría quedado evidente mi identidad. Además, cuando fueron ellos a registrar un armario donde yo tenía depositada la maleta, dentro de la cual había fotografías que me mostraban con la divisa y junto a otros partisanos, no sólo no pretendieron abrirla, ni ante un intento mío inconsciente de abrirla, no pensando en el peligro que significaban esas fotografías; ellos sin embargo me dispensaron.

Mi Archipreste y el clero local estaban tan convencidos de una intervención sobrenatural en este hecho, que decían y repetían que, humanamente hablando, yo no habría podido salvarme y, por lo tanto, era evidente una intervención sobrenatural.

La mañana del 11 regresé a la montaña; pero iba recordando que había dejado las mencionadas fotografías en la maleta, me invadió un gran temor que hubiese un segundo rastrillaje y que los alemanes la revisaran y me identificasen; por eso en la noche del mismo día regrese al pueblo, eludiendo la rigurosa vigilancia alemana, pude coger y destruir las fotografías, y luego en la misma noche regresar a la montaña sin ser descubierto. Y sucede que, mientras yo me encontraba en las mencionadas circunstancias de gran peligro y tenía mucho miedo, siempre me encomendaba a María Tartaglino para que me protegiera. Y se debe decir que me protegió eficazmente, si se consideran los diferentes detalles de mi estadía entre los alemanes y no haber sido reconocido, que no me hayan pedido mi nombre, ni mis documentos; que 76

Cerca del 20 de noviembre de 1944 había venido a Asti, y el 25 me acerqué al sepulcro de María Tartaglino a rezar especialmente por mi hermano, que ya se lo habían llevado los alemanes, y recé largamente, por él y también por mí. Temiendo que me buscaran y encontraran aun estando lejos de mi pueblo y aun en la Casa Madre de Asti, pensé que sería bueno refugiarme en Suiza y el 26 partí, esta vez pasando por Armeno. Junto a Miasino, encontré una patrulla de fascistas que hacían ronda, me pararon y me pidieron mis documentos. Yo sentí un gran temor, porque con los documentos que me hubieran encontrado tendrían información perjudicial para mí y para muchos partisanos, de los cuales en mi bolsillo tenía dos listas. Los fascistas no pretendieron los documentos, pero me llevaron a Pisogno, pueblecito vecino, donde estaba el comando. Aquí, me pidieron los documentos. Con habilidad, arrojando los periódicos, yo logré comerme una lista y casi la otra; interrogado, creyeron lo que les afirmé que eran direcciones de mis amigos. En cuanto a las otras cartas las leyeron rápidamente sin descubrir el peligro. El comandante, 77


luego, concluyó: “Los documentos están en regla, pero su rostro no es convincente“. Luego me preguntaron si tenía personas conocidas, y yo le dije el nombre de nuestro cohermano de Armeno, el Padre Pedro Magnone, el cual fue llamado y como resultado de sus buenas relaciones, me dejaron en paz para seguir mi viaje a Suiza. Y aunque en el largo recorrido hecho en bicicleta había pasado por muchos controles de alemanes y fascistas y estuve expuesto a muchos peligros, pude llegar a la frontera y pasarla sin ser descubierto, y sin paradas ni problemas, aun pasando inadvertido al lado de los cuarteles fascistas de la frontera. Quiero todavía anotar algo que tiene que ver con mi hermano Tranquilo. El, habiendo sido llamado a trabajar con la Tot, dos veces (después de la primera había huido) y aún habiendo para él peligros de problemas y de represalias porque era hermano de un capellán de los partisanos, rebuscado y apresado; y destinado a ser ahorcado, aun así fue dejado en paz, permaneciendo siempre como buscado.

CAPÍTULO II: ¿QUIÉN ES MARÍA TARTAGLINO?

En nuestra casa paterna no hubo ningún registro ni allanamientos, mientras en las otras casas del pueblo hubo muchos y severos, con decomiso de varias cosas. Mi hermano en mención estaba tan seguro que nuestra casa habría sido preservada, porque en ella estaba la imagen, recuerdo de la Tartaglino, que solía repetir: “¡Mientras esté la Tartaglino, allá dentro no entra nadie!”. Y así fue. Y esto es más de subrayar por cuanto los alemanes tenían un detallado y preciso plano del pueblo, donde se señalaba las casas de los partisanos, entre las cuales estaba nuestra casa, explícitamente indicada con nombre. Asti 23/8/46

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Padre Francesco Sordo 79


«Chino», el periquito En abril de 1936, un lorito australiano, llamado “Chino”, escapó de los Jardines Vaticanos y fue a posarse en la ventana de un clérigo del Colegio de la Propagación de la Fe. Este Clérigo lo cogió y se lo dió al Padre Praglia, de los Oblatos de San José, el cuál lo llevó a la casa de los mismos Oblatos, sus cohermanos en via Urbana, en Roma. Allí, se lo entregaron al Padre Mario Martino, Superior General de los Oblatos de San José, que lo llevó a Asti, el 25 de octubre de 1936 y, al atardecer de aquél día, lo regaló a María Tartaglino, para distraerla un poco de sus dolores y de su soledad. Con “Chino”, el Padre Martino le llevó también, una canarita, regalo de una señora de Roma. María se quedó muy contenta y con los dos pajarillos, especialmente con “Chino”, creó una conmovedora amistad. Algún tiempo después, tuvo como regalo otros tres loritos, para tener en su cuarto, pero “Chino” era su predilecto.

fondo. María, pidió a Chino que lo limpiase: él inmediatamente se puso allí con el pico abierto, agarrándose cada vez y haciendo correr arriba y abajo el pico dejándola limpia. Era una maravilla este espectáculo: el Superior General, Padre Martino lo vio muchas veces al igual que las hermanas que frecuentaban el cuartito de María. María, a veces, lo llamaba: entonces Chino se agarraba con las uñas de las patitas a las rejas, y la miraba con cierto aire de inteligencia, como si esperara sus ordenes. Era el más tranquilo del “equipo”, sin embargo el más hablador: acariciaba con su pico a los otros y si uno se mostraba triste o enfermo, se acercaba y lo acariciaba con el pico, como si quisiera hacer de papá. María solía decirle: “Si te portas bien, cuando muera te llevaré conmigo vivo al paraíso y te daré como regalo a San Pedro”.

Desde el inicio, María le decía, “Chino, ven aquí: yo rezo y digo el rosario, y tu alaba al Señor cantando”. Obedientísimo, Chino se acercaba al borde de la jaula y cantaba hasta que María hubiese terminado su Rosario.

Chino murió el 28 de octubre de 1938 y fue embalsamado. Todavía hoy se conserva entre los recuerdos de María.

Los loritos ensuciaban las jaulas laterales, que les debía servir de nido. Por mucho tiempo María misma las limpiaba, pero una vez en tono de reproche les dijo: “Ustedes ensucian y después me toca limpiar a mí, pobre enferma”.

Serena y alegre

“Chino” comprendió el discurso y a partir de entonces se puso a limpiar la jaula con su pico, haciendo caer la basura hasta los bordes y luego los arrojaba afuera. Así las rejillas del fondo de la jaula, se ensuciaban en el 80

Hemos narrado este episodio, sacándolo de los escritos del Padre Mario Martino sobre María Tartaglino, quien conoció a fondo su vida en las manifestaciones comunes y en las extraordinarias: basta esta pequeña y simpática historia para revelar cómo María ha sido una mujer equilibrada y de temperamento sereno y alegre, así como era desde su infancia, a pesar de la pobreza y la orfandad que había sufrido. 81


Serena y alegre había permanecido también en medio de los sufrimientos y dolores que llenaron toda su existencia, en medio de los éxtasis y singulares dones místicos con los cuáles la había enriquecido el Señor. Este equilibrio y esta alegría que irradiaba su persona, los constataron las hermanas, los sacerdotes y todos los fieles laicos que tuvieron la fortuna de acercársele, los médicos que la trataron, y también los que indagaron en su vida, en sus obras y escritos, con la autoridad de la Iglesia. El 29 de enero de 1938, el Padre Mario Martino, con pleno conocimiento de causa y bajo juramento, consciente de la responsabilidad que asumía, escribe sobre ella: “No puedo hacer menos que reconocer y declarar que María Tartaglino no es alucinada ni engañada, y lo que sucede en ella no es por efecto de la histeria o sugestión ni engaño de la naturaleza ni obra del demonio, sino obra de Dios omnipotente, el cuál “infirma mundi eligit ut confundat fortia”(Dios elige a los débiles para confundir a los poderosos de este mundo), y del cuál se ha dicho: “Abscondisti haec a sapientibus et prudentibus et revelasti ea parvulis”(Te escondiste a los sabios y prudentes y Te revelastes a los pequeños). Reafirmándose más en esto, continúa el mismo Padre Martino, que María Tartaglino no camina sobre una senda falsa, está el hecho que ella desde su juventud ha recorrido y recorre aún hoy constantemente el camino marcado por Jesús crucificado, es decir, el del calvario y de la cruz: con la cruz no hay engaño”. El buen Rector Mayor de los Oblatos de San José de Asti muestra una total seguridad y no teme afirmar cuando María estaba todavía viva: “Son aun más numerosos 82

los casos en los cuales he constatado que ella ha leído los secretos de mi corazón y de otros corazones y ha predicho cosas que plenamente después se han cumplido; por lo que considero sin duda que ella tenía el don de la penetración de los corazones y de la profecía. Muchas personas después me han asegurado haber obtenido, por sus oraciones, gracias especiales”. Y traza un noble perfil: “Nada he encontrado en ella de inconveniente, de frívolo, ni que no esté perfectamente en concordancia con los dogmas y la doctrina católica, pero también con las normas más sanas y precisas de la ascética y del recto vivir, que no sean de las personas santas”. Aunque simple y poco versada en las cosas del mundo, siempre la he encontrado sensata y clara en sus razonamientos, especialmente en las cosas de Dios y de las almas, y también elevada y sublime en las cosas sobrenaturales y místicas. “La he conocido con una pureza angelical, de una suma rectitud, de una paciencia heroica, inclinada al deseo y al amor de los sufrimientos, de una caridad ferviente hacia el prójimo, caridad que la ha llevado siempre a perdonar generosamente inclusive torcidos y atroces maltratos, con un sublime y perfecto amor a Dios; de una profunda humildad, un espíritu de penitencia y mortificación hacia las almas del purgatorio, con el ofrecerse víctima de expiación por los pecados del mundo y de modo especial por la santificación del clero; con igual compasión ofrecía muchos sufragios por las almas del purgatorio; de una tiernísima devoción a la pasión de Jesús, hacia la Santísima Virgen; un sincero acatamiento a la Iglesia Católica y al Papa, un sensibilísimo reconocimiento hacia quien le ha hecho un pequeño beneficio o favor”. 83


Sobre todo el Padre Mario Martino testimonia con gusto la verdad sobre María: “Lo he encontrado siempre enemiga e incapaz de simulaciones, fingimientos o subterfugios, recta en su obrar, sincera, siempre coherente, sin contradicciones. No puedo ni siquiera imaginar la sospecha que ella sea capaz de trucos o de engaños bajo cualquier forma, aun si fuera solamente por broma o diversión. Conociendo bien su estado de éxtasis doloroso, nunca he podido atribuirlo a histeria, neurastenia o a enfermedades semejantes; totalmente distintas eran las características y manifestaciones; así pues, fuera de los estados de éxtasis, nunca he encontrado en ella síntomas de los mencionados fenómenos enfermizos (…). De ella siempre he recibido sabiduría y consejos oportunos, también en las cosas más graves y difíciles, esto en muchos casos; y nunca me he arrepentido de haberla seguido, al contrario, siempre he estado satisfecho y he constatado que me había indicado el camino correcto, por lo que la tengo como particularmente iluminada por Dios. Y lo mismo he conocido por muchas otras personas”.

Sus Obras Que sea verdad lo afirmado bajo juramento y “sub gravata conscientia” por el entonces Rector Mayor de los Josefinos de Asti, puede ser probado por muchísimas “señales”. Lo hará, quién más competente que el que escribe la singular vida y cargada de celestiales dones de María Tartaglino, en todas sus manifestaciones, siempre sometiéndose al juicio de la Iglesia. En el presente perfil que hemos buscado de escribir sobre ella, para testimoniar la verdad y el valor de María 84

bastan sus obras, su estilo de vida, los escritos que nos ha dejado; tanto que su primer biógrafo, el Padre Angelo Rainero, osj, ha podido definirla: “una de las más humildes y más grandes místicas de nuestro tiempo”. Todo esto lo podemos resumir en una breve síntesis que bastará para explicar su grandeza. - Se ofreció como víctima por la Iglesia, especialmente por los sacerdotes y por la Congregación de los Oblatos de San José. - Se impuso duras penitencias por la conversión de los pecadores: cilicio con puntas de metal, etc. Ha sufrido muchísimo, física y moralmente, por las enfermedades, calumnias, malos tratos, persecuciones, soportando todo con gran resignación, amor a la cruz, y orando por sus perseguidores. - Ha sido favorecida por parte del Señor con grandes dones: altísima contemplación, unión mística con Él: las “bodas espirituales”, que son el más alto grado de la mística. Escrutar los corazones… Ha recibido del Señor el don de los estigmas, controlado por la Hermana encargada, el Padre espiritual, Padre Plácido Botti, sacerdote muy severo, exigente e íntegro. Pero de ella, hay todavía otra realidad que admira y depone todo a su favor, y esto cualquiera lo puede constatar. María Tartaglino había frecuentado pocos años de la escuela primaria, aprendiendo a leer y escribir y otras pocas nociones básicas de la vida. Su instrucción religiosa, cuando había entrado a Santa Clara y había empezado a ser favorecida con dones singulares, se limitaba al catecismo aprendido de “Mamá” Teresa en su familia de adopción, en la escuela y en la parroquia. 85


Sin embargo ha escrito obras maravillosas, de extraordinaria elevación teológica y mística, de segura doctrina y de singular belleza. Aquí las mencionamos: “Tratado sobre la unión mística”, del alma con Dios: ilustra el “matrimonio espiritual”, el punto más alto de la unión del alma con su Señor. “Tratado sobre el corazón de Jesús”, estupenda por su claridad, doctrina y espiritualidad. Ha sido publicado con el titulo “Los símbolos que circundan el Corazón de Jesús” (T.S.G., Asti, 1983), con el Imprimatur del Obispo diocesano de Asti, Monseñor Franco Sibilla (1980-1989), que invocaba a María, todos los días por su Diócesis. “El mes de Junio”, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, con una meditación para cada día del mes. “Pequeño tratado de vida interior”. “Cómo evitar el Purgatorio”. “Poesías”. “La Autobiografía”, escrita por obediencia a su director espiritual.

Quien lee sus escritos y reflexiona sobre ellos, si no lo hace con prejuicios, puede verificar personalmente que María aparece no sólo digna de respeto y admiración, sino extraordinaria, un verdadero don de Dios a la Congregación de los Oblatos de San José, a la Diócesis de Asti y a la Iglesia, por cuyas intenciones ella trabajó, sufrió, rezó y se ofreció como víctima al Señor.

Jesús Eucaristía es todo Queremos hacerles conocer, los escritos de María Tartaglino, alguien a su tiempo lo hará con competencia y la necesaria profundidad, pero aquí podemos limitarnos a dar una mirada, escogiendo de las cartas a su padre espiritual. El Padre Botti, a fines de mayo de 1926, tal vez en preparación a la fiesta del Corpus Christi, conociéndola como alma eucarística, le había pedido “escribir sobre Jesús Eucaristía”.

En fin, conviene recordar sus cartas: cerca de 150 a sor Elisa Piacentino, a quien ella consideraba hermana e hija espiritual, cartas que dejan admirados por la belleza, doctrina, sencillez y fervor.

Ella, aunque sintiéndose “una pobre ignorante”, “la más pequeña de todas las hormigas”, o más aún “pobre hormiga enferma y sin cabeza”, le respondió con dos cartas, el primero y el seis de junio de 1926, que contienen a nuestro criterio todo lo más sublime que se pueda decir sobre Jesús Redentor, que continúa su presencia real y su sacrificio en la Santísima Eucaristía.

Otras 445 cartas al Padre Espiritual, el Padre Plácido Botti, las cuáles son una mina sin fin de vida unida a Cristo crucificado, de muy ardiente amor a Él y por la salvación de las almas, por la santificación de los sacerdotes, por las almas del Purgatorio; expresiones de alta experiencia ascética y mística y de sublime doctrina.

Bastarían estas dos cartas para decir quién es María Tartaglino: su doctrina, que es la de Cristo y de su Iglesia; su estilo de vida, que es el de los santos; su extraordinaria relación con Jesús, que es una verdadera historia de amor esponsal con Él. Una criatura que tiene apenas escasos estudios de primaria no puede elevarse sola a este vértice

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sin que el mismo Señor haya derramado en su alma su luz y su amor.

calvario, que viene representado en la Santa Misa, desde su ocultamiento, en el cual Jesús revive una vez más su pasión.

Citamos rápidamente estas cartas: María, diremos, es tomista, inicia con la definición tomada del catecismo: “La Eucaristía es el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre, del alma y de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, bajo las apariencias del pan y del vino. Y, por lo tanto, la posesión verdadera, real y sustancial de su Cuerpo, de su Sangre, de su Alma y de su Divinidad, esto es, de Jesús en su totalidad. Es la perpetuidad del sacrificio del calvario continuado y representado sobre todos los altares, en la inmolación mística de Jesucristo”.

“Por eso basta dar una mirada a los sacrificios que la Eucaristía le costó a Jesús: sacrificio de su cuerpo, el cual recién resucitado, triunfante y glorioso, empieza su esclavitud bajo el velo del Sacramento, privado así de su libertad, de la vida, de sus sentidos; ligados por la inmovilidad de las especies eucarísticas, de modo que mediante la Eucaristía nuestro amable Jesús se convierte en un preso perpetuo del hombre hasta fin del mundo. Sacrificio de la gloria de su cuerpo: con un milagro permanente, Jesús vela perpetuamente su cuerpo glorioso, y este cuerpo adorable es aún más humillado, más reducido a nada en la Eucaristía, que no lo fue en la encarnación ni en la pasión. Entonces, al menos, había la dignidad visible del hombre, había la potencia de la palabra, la gracia del amor; sin embargo aquí todo esta velado, todo está escondido y no se ve sino la “nube” sacramental, que nos quita la vista de tantas maravillas”.

María devela la riqueza sin límites que la definición contiene: “La Eucaristía es el don soberano de su amor. Sí, Jesús nos da todo aquello que tiene y todo aquello que es. En la Eucaristía, Jesús entrega en plenitud todas las riquezas de su amor hacia los hombres; es el último termino de su poder y de su bondad; Él se encarna en las manos de todos los sacerdotes, como cuando se encarnó en el seno de nuestra querida Madrecita celestial siempre virgen; y mediante la comunión se encarna en el alma y en el cuerpo de cada uno a quienes se entrega. Creo no equivocarme, porque lo ha dicho Él mismo: Aquél que come mi cuerpo y bebe mi sangre, vive en Mí y yo vivo en él. Jesús no puede dar más que darse a sí mismo; así el amor eucarístico de Jesús por las almas, bien estudiado y bien conocido, nos da casi espanto. El cristiano que medita continuamente el misterio de la Santa Eucaristía es movido como san Pablo frente a la cruz: Charitas Christi urget nos (El amor de Cristo nos urge)”. María está sobre todo impactada, como buena católica que es, por el sacrificio de Jesús, en su vida y sobre todo en su 88

Con una mirada penetrante como la de los mejores teólogos, María sintetiza qué es en sí y para ella la Eucaristía: “La Eucaristía no es sólo el fin de la encarnación y de la Pasión del salvador: Ella es su continuación. Bajo la forma del sacramento, Jesús continúa la pobreza de su nacimiento, la obediencia de Nazaret, la humildad de su vida, las humillaciones de su pasión, su condición de víctima en la cruz. Sólo la gloria de la resurrección, el triunfo de su ascensión no se aprecian sobre el altar del amor”. Entonces, María Tartaglino, en pocas líneas, ha dicho tanto sobre la Eucaristía: Presencia Real y Sacrificio de Cristo, compendio de todas las verdades, de los misterios y regla de la fe católica, criterio y norma de toda doctrina, 89


usando las experiencias más altas de los teólogos de la Eucaristía como Monseñor Piolanti y el Padre Zoffoli, el Papa Pío XII y el mismo Benedicto XVI. Realmente, la Eucaristía, Jesús-Eucaristía es TODO.

Amor traicionado, Amor amado Jesucristo, el hijo de Dios hecho hombre, inmolado en la cruz y resucitado, no puede darnos más que a Él mismo, en la Eucaristía: toda su presencia y su realidad, todo su sacrificio, todo su amor infinito y eterno, su verdad que no fenece, y permanece el juicio supremo sobre el mundo y sobre la historia. Delante de tal don, el hombre debe contestar con amor y adoración como a Dios mismo. Al contrario, María Tartaglino se siente golpeada y sacudida por el rechazo de los hombres ante el don supremo que es la Eucaristía. En la misma carta del 1 de junio del 1926, ya citada, ella escribe: “En la Eucaristía Jesús se presenta indefenso ante los insultos y ultrajes de los malos, y el número de los verdugos es muy grande. Su bondad es despreciada y los que la conocen no quieren reconocerla más. Esta bondad es desconocida por un gran número de malos cristianos. Su santidad es ensuciada por tantas profanaciones y sacrilegios de sus hijos y de sus mejores amigos. La indiferencia de los cristianos lo deja, lo abandona en su sagrario, rechaza su gracia, no valora y desprecia el Santo Sacrificio del Altar y la comunión con El. La gran maldad de los hombres ha llegado aun más allá, hasta negar su presencia en la Hostia adorable, y hasta se me escalofría el cuerpo al decirlo, me horroriza, ponerla bajo los pies… y echarla a los animales inmundos; y venderla a la maldad del sucio demonio”. 90

Esta es una página de particular lucidez, que le viene del mismo Señor para quien vive como María en un retiro de señoritas, casi fuera del mundo. Ella conoce y denuncia la negación de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. La falta de fe hacia Él, los abusos, las profanaciones, los sacrilegios que hacen contra Él, en el santísimo de todos los sacramentos, de parte no sólo de los herejes, de los apostatas, también de sus amigos, de los que por vocación son llamados a ser sus más íntimos amigos. Se estremece María ante el Amor traicionado y por eso ofrece su vida en reparación; pero es el amor sin límites de Jesús que la arrebata sin medida. “Viendo tanta ingratitud de parte de los hombre -continúa la misma carta- que veía ya desde entonces estas cosas, Jesús se turbó, dudó un momento antes de instituir la Eucaristía: ¡Oh, cuántos motivos en contra! La más fuerte de todas era sin duda esta ingratitud. ¡Qué honor para su gloría el quedarse solo entre los suyos como un extranjero y un desconocido, viéndose obligado a huir, y pedir hospitalidad a los paganos! ¡Qué triste historia es esta de la ingratitud de los hombres, del exilio de la Divina Eucaristía! El hombre no tiene vida sino para los sentidos; es un hombre no sé si decirlo, sin caridad, animal terrestre, sensual: he aquí, la última forma de herejía y de impiedad. Bueno, ante este hecho tan triste y desmoralizante, ¿qué cosa hará el corazón dulcísimo de Jesús? (…) Su amor triunfará sobre todos. “No, ¡no! -exclama Jesús- no se diga nunca que el hombre pueda ofenderme más de lo que yo pueda amarlo: lo amaré aunque Él no lo quiera, lo amaré a pesar de su ingratitud y sus delitos; esperaré su visita. Yo soy su Rey, le ofreceré Yo en primer 91


lugar mi corazón… Yo su Señor, Yo su Salvador, me entregaré todo a él. Yo su Dios me daré todo a Él con el fin de que él se done todo a mí, y que yo pueda darle con mi corazón, con mi amor, todos los tesoros de mi bondad, toda la magnificencia de mi gloria; que yo reine en él, y que él reine por medio mío. Aun si hubiera pocos corazones fieles, un alma sola devota y que me reconoce yo estaré contento de todos mis sacrificios: para ellos instituiré la Eucaristía: así a lo menos reinaré soberano sobre un corazón de hombre“. Luego, Jesús previó que, a pesar de todo, sería amado por corazones ardientes. Que su amor divino no solamente habría sido traicionado sino también amado, hasta la locura del martirio, de las vírgenes, de los apóstoles, de los santos, la misma locura. “La locura de la cruz” le habría sido intercambiada, de tal modo que Él habría sido en el mundo el más amado de los hijos de los hombres. No puede hacer sino una elección: “Y entonces -concluye María- Jesús instituyó el adorable sacramento de su inmensa caridad. Su amor triunfa sobre su mismo amor, ya que este sacramento no es sólo el acto supremo de todos sus actos de amor, es el fin de todos sus actos de amor y el fin de todos los misterios de su vida. De hecho para llegar a la Eucaristía Jesús ha muerto en la Cruz, con el fin de dar a todos los sacerdotes una víctima de sacrificio y a todos nosotros la carne de esta víctima divina, para hacernos partícipes de la virtud y merito de su oblación”. Nos detenemos para contemplar a Jesús, y delante de esta página de una pobre iletrada, llena de encanto y de asombro, nos preguntamos: “¿De dónde viene esta doctrina altísima?“ Ciertamente no de ella, sino de la inspiración de su Señor y Esposo. 92

El Reino de Jesús María Tartaglino no se detiene allí. En la carta del 6 de Junio de 1926 al Padre Botti se pregunta: “¿Cuál es la finalidad de Jesucristo al instituir la Eucaristía? La finalidad es ésta: conseguir el amor supremo del hombre, ser amado por todos nosotros, poseer nuestro corazón y ser el principio de nuestra vida. Lo dice Él mismo: “Quien me come a mí, tendrá de mí la vida” (Jn 6,57). Vivir, para cualquier persona es hacerle homenaje de la propia libertad, del trabajo y de la gloria de sus propias obras. El que se comunica debe vivir de Jesús, porque Jesús le alimenta. “Yo -dice Jesús- les alimento”: entonces trabajen para mí, trabajen santamente para mí, vuestro Pan de vida, Pan de Vida Eterna; trabajen para mí con amor, porque yo los alimento de mi amor sustancial. Como es el árbol, así el fruto… Ya que Jesús se digna venir y habitar en vosotros en la Santa Comunión, así todo en nosotros debe honrarlo, serle sumiso y rendir homenaje. Ya que la Santa Comunión es la extensión de la Encarnación del Hijo de Dios en el hombre. Jesús debe absolutamente vivir y reinar en cada uno de los que comulgan. Por medio de la Santa Comunión Jesús quiere conquistar el corazón del hombre”. Es este el reino de Jesús en cada hombre que lo acepta, el hombre que gracias a Él, no se posee a sí mismo sino es posesión de Jesús en una unión siempre más intensa: “Si Jesús nos da primero su corazón, es para tener derecho de pedirnos el nuestro… y ya que por su naturaleza el amor pide la comunión de bienes, la unión de la vida, la fusión de los sentimientos, así el alma que ama a Jesús como 93


Jesús lo ama, tenderá con todas sus fuerzas a la unión de vida con Él. (…) La Eucaristía es el reino de Jesús en los fieles”. María lo explicó así en una manera precisa y conmovedora: “En Belén, Jesús es amigo del pobre; en Nazareth es hermano del obrero; durante sus predicaciones es el médico, el pastor, el doctor de las almas; en la Cruz es nuestro salvador. En la Eucaristía es nuestro Rey y reina personalmente de todo lugar, sobre los hombres y la sociedad. (...) Por la Eucaristía Jesús reinará sobre todo hombre. Su verdad será la luz de su espíritu; su divina ley será la regla invariable e inflexible de su voluntad; su amor la noble pasión de su corazón; su mortificación la virtud de su cuerpo; su gloria eucarística será el fin de toda la vida de quién comulga”. Jesús edifica su reino en las almas y en la sociedad: es reino espiritual, que tiene sus raíces ante todo en el espíritu del hombre; social, que debe extenderse a toda realidad, porque todo ha sido pensado en Él; y es reino eucarístico en cuanto es la Eucaristía que lo dilata y lo hace crecer. María expone de manera admirable esta doctrina: “¡Qué feliz reino es el reino eucarístico de Jesús! Verdaderamente es el reino del Paraíso en el alma que posee al Dios de los ángeles y de los santos. Es el Dios de la paz que viene a quedarse en nuestra alma curada de la tremenda fiebre de las pasiones y del pecado; es el Dios que triunfa y viene a tomar posesión de su imperio y a defender y custodiar su conquista; es el Dios de la gran bondad que necesita de una alma para entregarse a ella y hacer una sociedad de amor; es el salvador tierno que no teniendo más paciencia para esperar la eternidad para hacer beatos los hijos de su cruz, anticipa el día de su gloria para venir a empezar el cielo por 94

medio de la comunión eucarística, que es su cielo de amor con la tierra”. La soledad del hombre, el desierto de la sociedad abandonada a sí misma, son vencidos y superados por la presencia de Jesús Eucaristía. “El alma que no reconoce o no quiere reconocer a Dios en la Eucaristía, es exactamente como un huerfanito, que está solo en el mundo. El alma en medio de los bienes, de los placeres, de la gloria de este feo mundo, pero sin Eucaristía es infeliz. Es como un pobre náufrago en una isla abandonada. Por el contrario, el cristiano verdadero con la Santa Eucaristía se siente bien en todo lugar. ¡Él tiene a Jesús! No hay cárcel ni exilio para un alma que está con Jesús. El verdadero cristiano no tiene miedo sino a una sola cosa, el de perder a Jesús; perder la Santa Comunión”. Desde el tabernáculo, desde la pequeña hostia blanca, la mirada de María, se extiende a la sociedad entera, vista a la Luz de la Eucaristía: “Por la Eucaristía Jesucristo es el Rey de la sociedad. Jesús ha venido no sólo para salvar al hombre, sino para fundar una sociedad cristiana, elegirse un pueblo más fiel que el pueblo hebreo, un pueblo hecho de todos los hijos de Dios esparcidos sobre toda la tierra; Jesús será el único Soberano, gobernará a todos los pueblos, recibirá honores divinos y homenajes espléndidos”. María entonces ve, a la luz de la Eucaristía, el crecimiento del reino espiritual, social y eucarístico de Jesús. Ella sabe que ella es con Él, apóstol y constructora de este Reino, sobre todo ofreciéndose como víctima. Concluye: “Jesús me exhorta a la Penitencia. Frecuentemente me 95


parece -si no es una ilusión- ver el Tabernáculo abierto y de allí salir un sol resplandeciente, y en medio de este sol veo a Jesús Redentor que me dice: Querida mía, tú eres mi víctima reparadora y acuérdate del mundo, de las naciones... de la pobre Juventud”.

Seré tu custodia Eucarística Podríamos hablar mucho. Pero de propósito hemos querido escoger un tema breve, porque es difícil avanzar más y penetrar en este océano de luz y de amor, que la vida de María Tartaglino abre completamente a nuestra mirada. Después de haber narrado los puntos principales de su vida y haber reflexionado sobre algunas páginas que nos ha dejado, queríamos decir como conclusión quién ha sido María, quién es hoy María para quien lo encuentra. Ella misma dice quién es. Más aún, Jesús mismo la ha conducido a decir quién es, quién será mañana en la Iglesia. Un día (3 de junio de1929) Jesús le dijo: “Yo soy la figura de la sustancia de mi Padre en mi divinidad y tú serás la figura de mi sustancia en mi humanidad”. Es una gran declaración, que necesita semejanza, casi una igualdad entre Jesús y María Tartaglino. Ya que Jesús por su humanidad se ha hecho “hombre de dolores”, el “Crucificado”, así María ha sido llamada a hacerse una copia viva del hombre de los Dolores, hasta ser ella misma “Crucificada”. Sintió en su cuerpo todos los dolores del Crucificado, los mismos de su pasión y muerte, desde la flagelación y coronación de espinas, a los estigmas en las manos, los pies y el costado, a los dolores en cada parte de su cuerpo. Y sufrió en el alma penas terri96

bles en el espíritu, abandonos, calumnias, desolaciones y tinieblas espirituales, tentaciones y vejaciones del demonio hasta la desesperación. María fue semejante al Crucificado, sobre todo en la intención por la que el Hijo de Dios se hizo hombre y se inmoló en la Cruz: para salvar a los hombres del infierno y así glorificar al Padre. Jesús crucificado, fue, víctima de los pecadores para la gloria del Padre. Así fue también para María: se ofreció voluntariamente como víctima para la conversión y salvación de los pecadores y así, hizo con Jesús crucificado un único sacrificio en unión íntima y continúa con Él. Así María (el 8 de junio de 1929) pudo contestar a su Esposo de Sangre: “Y, cuando sea tu voluntad, oh Jesús, que yo te haga conocer y amar, entonces seré la custodia que te llevaré “expuesto” a los ojos de todos en la fe: en mí te reflejarás”. He aquí, la misión de María hoy: Totalmente configurada a Cristo, a Cristo Crucificado, como los santos, reflejándolo, haciéndole ver , mostrando su rostro, su ofrecimiento, su sacrificio salvífico, a los ojos de todos los hermanos. Ser Custodia de Cristo, que lo muestra, en forma visible, a quien lo busca y hasta puede hacerle ver a quien le rechaza. Entonces quien se encuentra con esta humilde mujer, semejante, por el dolor y el amor, al divino Redentor, vea en ella a Jesús Crucificado, lo reciba en su vida, lo acoja en su existencia, lo siga cargando su propia Cruz y ofreciendo con Él el mismo sacrificio, y camine libre del pecado y del infierno hasta la vida eterna.

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María Josefina Tartaglino, “imagen de Jesús en su humanidad”, “custodia de Jesús para los hermanos”, con la misma misión de Jesús en medio del mundo: “Yo por ellos me sacrifico” (Jn 17,19), “Yo para eso he venido, para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

BIBLIOGRAFÍA - Angelo Rainero, Maria Giuseppina di Gesù, Tip. Madonna dei Poveri, Milano, 1978. - Ermanno Capettini, Biografia di Maria Tartaglino, Inedito. - P. Mario Martino, Scritti e Testimonianze su Maria Tartaglino, Inediti. - Maria Tartaglino, Scritti, Inediti. * Todos los libros inéditos están custodiados por el Padre Alberto Chilovi, osj en la Parroquia Madonna della Moretta ( Alba, Cuneo - Italia).

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ÍNDICE CAPÍTULO I: SUS DÍAS Pequeña huérfana ........................................................................... 7 Primeros pasos ................................................................................ 9 Encuentro con Jesús ...................................................................... 11 Un bonito día ................................................................................. 14 Un noble señor ............................................................................... 16 En «Santa Clara» ........................................................................... 18 Un tiempo difícil ............................................................................ 20 ¡Muy bien, María! .......................................................................... 22 Dos veces adiós ............................................................................. 25 Sólo de Jesús ................................................................................... 28 En la vida de cada día .................................................................. 31 Nostalgia de casa .......................................................................... 33 Este será «tu Padre» ...................................................................... 36 Dones extraordinarios .................................................................. 39 Los estigmas de Jesús ................................................................... 42 Como San Francisco de Asís ....................................................... 47 Un crucifijo para la Redención ................................................... 48 El gran sufrimiento ....................................................................... 50 Consolaciones de Dios ................................................................. 52 Amor y reparación ........................................................................ 56 Voces del purgatorio ..................................................................... 57 Lucha contra Satanás ................................................................... 61 «Id a María» ................................................................................... 64 Encuentro con el Esposo .............................................................. 67 1º de setiembre de 1944 ................................................................. 69 Intercesora en el cielo .................................................................... 71 «El mal desaparece» ..................................................................... 72 Sanado de un tumor ..................................................................... 72 «Es un muerto resucitado» .......................................................... 73 Librado de la horca ....................................................................... 75

FOTOGRAFÍAS

CAPÍTULO II: ¿QUIÉN ES MARÍA TARTAGLINO? «Chino», el periquito .................................................................... 80 Serena y alegre ............................................................................... 81 Sus obras ........................................................................................ 84 Jesús Eucaristía es todo ................................................................ 87 Amor traicionado, amor amado .................................................. 90 El Reino de Jesús ........................................................................... 93 Seré tu custodia Eucarística ......................................................... 96

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MarĂ­a Tartaglino delante de la Inmaculada. 102

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Mar铆a Tartaglino en su habitaci贸n. 104 II

Cuerda nudosa (cilicio) empapada de sangre. 105 III


Faja que María Tartaglino ponía sobre las cadenas para no manchar de sangre sus vestidos (se han contado 84 manchas). 106 IV

La sangre que salió de la herida de su costado, tomó la forma de corazón y de cruz. 107 V


Gasa impregnada de sangre de la herida del costado de María Tartaglino. Viernes Santo de 1929. El punto más marcado en la parte inferior, parece sangre de pocos días, está bien conservada. La parte blanca, en forma de cruz, parece una cruz en el mismo corazón. 108 VI

Gorra con 14 manchas de sangre emanada de su cabeza. (María Tartaglino tuvo la «Coronación de Espinas» como Jesús) 109 VII


«Preciosa Sangre...» 110 VIII

Cadenas con puntas con las cuales se ceñía la cintura y los brazos... para hacer penitencia. 111 IX


Crucifijo usado por María Tartaglino en sus éxtasis y en sus luchas contra el demonio. 112 X

El niño «no siempre ha estado dormido...» ha hablado con María Tartaglino; las tres estatuas permanecieron sobre su reclinatorio por mucho tiempo. 113 XI


Mar铆a Tartaglino vio moverse esta estatua el 15 y 17 de Noviembre de 1935. 114 XII

Reclinatorio en el que Mar铆a Tartaglino pas贸 muchas horas en oraci贸n. 115 XIII


Confesionario de la Iglesia Santa Catalina de Asti -ubicado a la izquierda de quien entra por la puerta principaldonde confesaba el Padre Plácido Botti, Vicepárroco. 116 XIV

«Chino», el loro. 117 XV


Padre Plácido Botti, Padre espiritual de María Tartaglino, Vicario parroquial de Rocca de Arazzo. 118 XVI

Padre Mario Martino, OSJ. 119 XVII


María Tartaglino. 120 XVIII

Padre Pío de Pietrelcina. 121 XIX


Hna. Elisa Piacentino, amiga íntima de María Tartaglino. 122 XX

San José Marello, Fundador de los Oblatos de San José. 123 XXI


Mons. Humberto Rossi, Obispo de Asti. 124 XXII

MarĂ­a Tartaglino en su lecho de muerte, vestida como una novia. 125 XXIII


Tumba donde MarĂ­a Tartaglino fue sepultada en el cementerio de Asti. 126 XXIV

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