FĂjate lo que te voy a decir: los hombres beben ron. No se puede pedir dinero para comer. Hay que beber y beber y beber. Pedro Juan GutiĂŠrrez.
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Los bastardos de la uva. Letras de la errancia para trastabillar en las cantinas. Número 2.
directorio Ricardo Lugo-Viñas DIRECTOR GENERAL Y EDITOR RESPONSABLE
Gabriel Rodríguez Liceaga COORDINADOR DE CONTENIDOS
Luis Enrique Aguilar Ramos JEFE DE REDACCIÓN
R. Israel Miranda DIRECTOR DE ARTE
Eduardo Fernández de Lara DIFUSIÓN Y DISTRIBUCIÓN
Max Rojas ASESOR EDITORIAL CONSEJO EDITORIAL
Gabriel Rodríguez Liceaga, Felipe Garrido, Ricardo Lugo-Viñas, Eusebio Ruvalcaba, Eduardo Fernández de Lara, Jorge Arturo Borja, Eduardo Rivera, Luis Enrique Aguilar Ramos y Gerardo Díaz. COLABORADORES
Eusebio Ruvalcaba, Gabriel Rodríguez Liceaga, Felipe Garrido, Oscar Altamirano, Arturo Alvar, Adrían Román, Pterocles Arenarius, Eduardo Rivera, Enrique Ramírez, Mauricio R. Pacheco, Alonso Ruvalcaba, Leonardo Coral, Jorge Arturo Borja, Mariana Torres Lara, Mónica Gameros, Luis Miguel Juárez Figueroa e Ivan R. Vásquez. ISSN en trámite. Primera edición julio de 2010 © Los bastardos de la uva. uvastardos@hotmail.com © Ricardo Alonso Lugo Viñas Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico
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editorial
Las botellas, con paciencia de putas, esperan a sus clientes. Gonzalo Celorio
Esta página debería estar en blanco. En serio. O ser aprovechada para que escriba alguien con sesudas reflexiones. O que sólo se distinguiera un gran signo de interrogación; uno de admiración o alguna otra señal. Por eso mi consejo es que no leas esto. Pasa a las siguientes páginas. No pierdas tu tiempo aquí. Aléjate. Te vas a poner una aburrida mortal. –Tomaré un Vodka con mineral y jugo de limón. ¡Sin cascarita, por favor! Los lunes son los mejores días para beber. Casi tan buenos como los martes. Y esta Cantina es de una belleza inefable por su acritud. La encontré hace un par de años mientras caminaba por el callejón del 57, decidido a cansar mis pies y a anular mi mente. Había pasado incontables veces por ahí pero nunca había fijado mi atención en aquella placa. La taberna está en un sótano. Apenas se entra y lo primero que se distingue es una laudable, generosa barra que es atendida por una mujer ligera, joven, de proporciones apreciables, de temperamento trepidante, de visibles modales cantinescos y de (a juzgar por sus prendas interiores) un notable gusto por los rojos. El despojo soy yo. Quiero decir que así es como se llama este antro, tal como lo anuncia la placa de bronce verdosa que da a la calle, en los linderos del centro de esta ciudad. Ahora mismo estoy acodado en esa barra. Solo, por supuesto. “¡Eres un bastado!”. Recuerdo que me dijo en alguna ocasión un hombre en esta misma barra. Ese día llegué a El despojo soy yo a las cuatro de la tarde con dos motivos: Beber y encontrarme con una mujer (a quien por fines prácticos y discrecionales llamaré Martha) para platicar sobre algo que según ella iba a resultarme sumamente interesante. Soy de una puntualidad casi enfermiza, pero sólo para las cosas sin importancia, claro. De modo que ahí estaba, exacto, en el reloj de la cantina la frase propagandística: “Tequila San Matías, le alegra sus días”. Me acomodé en la barra, pedí lo de siempre y esperé a que Martha cruzara con su belleza rutilante por los batientes y me saludara con desparpajo.
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–Otro Vodka, por favor. Recuerde que sin cascarita; es muy importante. Gracias. Saqué un libro para hacer tiempo. Siempre he creído que en cuanto se comienza a fraternizar en la barra, es momento de retirase. No sé que pasó ese día. Pinche Martha, para qué se tarda. Sin decir agua va, de pronto el hombre agolpado en la barra al lado mío, con un lenguaje verdaderamente gongorino, comenzó la platicar conmigo sobre literatura: “Que qué novela estaba leyendo, que si conocía a un tal Purakami que hacía de la literatura un bonito punto de cruz; que si había escuchado que Shake Spears era antepasado de Britney Spears; que si había oído hablar de Dos Toyevsky y de Corman McCormick… Le dí un trago a mi trago. Él continuó con su soliloquio indescifrable: ¿Te sabes algún poemucho?, ¿has leído a Charls Levowski?... –Disculpe señor, –le interrumpí– ando corto de riqueza idiomática y literaria. Y no, no conozco ni he oído hablar de ninguno de los personajes que usted menciona. Sólo estoy esperando a una señorita. –Lo sospeché –me dijo a bocajarro y enfurecido ante tanta ignominia lingual– eres un bastardo. Un malnacido. ¿Por qué de entre todo el zoológico lingüístico de vulgaridades e insultos eligió la palabra bastardo? No lo sé. Pero sin duda ese señor sí que me conoce, y mejor que muchos. Martha no llegó. Esta segunda entrega de Los bastardos de la uva está rubricada por la conmoción y el trastocamiento de la condición humana. Los textos que publicamos en este número campean entre la narrativa y la poesía, y todos, de alguna u otra forma, nos sacuden el alma. Que acaso esa sea la labor última de la literatura: conmover. Que nos cause estragos en nuestro interior. Salir siempre vapuleados y como guiñapos. De lo contrario se convierte en una puta insustancial. La última y nos vamos es la nueva sección que notarás cuando la veas. En ella compositores mexicanos contemporáneos (en este caso Leonardo Coral) nos compartirán su pensamiento musical y sus partituras. En el Dossier Jorge Arturo Borja nos entrega un texto a manera de homenaje al escritor Raúl Rodríguez Cetina. Finalmente, las fotografías que nos reglan Mariana Torres, Mónica Gameros, Iván R. Vásquez y Luis Miguel Juárez, nos dejan ver unas lentes convulsas de miradas generosas e incomplacientes. Otra cosa: recuerden que aquí sólo se publican textos rechazados, de modo que no se hagan muchas ilusiones. Hay un copa intacta en la barra. Me ocuparé de ella.
Ricardo Lugo-Viñas Cantina El despojo soy yo, ciudad de México, julio 2010
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Aquí todos bebemos en tranca. El día entero bebiendo. Pero los hombres tienen que saber beber, nada de andar en cuatro patas. ¿Okey? Pedro Juan Gutiérrez.
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cuatro cuentos FELIPE GARRIDO
LA MUERTE Una tarde, Ramón el Cojo murió. Los días siguientes la cantina tuvo un aire fúnebre y todos vieron mal que una noche el marinero fuera hasta la rocola, pusiera una cumbia y comenzara a contonearse –más bien con torpeza, porque no era un buen bailarín y porque había bebido más que de costumbre. Cuando el marinero lo advirtió, se sentó en una mesa al centro. –Una vez –dijo en voz alta-– a un hombre que viajaba por tierras extrañas se le acabaron los billetes y fue con un prestamista. Mientras hablaban, se escucharon quejidos y llantos en la casa de al lado. “–Allí viven unos paisanos tuyos –le dijo el prestamista–, y se les acaba de morir un abuelo. No entiendo por qué lloran tanto. “–Así acostumbramos en mi tierra -–contestó el hombre–. Si alguien muere, lo lloramos a gritos, porque nos duele perderlo y porque tenemos miedo de nuestra propia muerte. “–Y, ¿qué hacen cuando alguien nace? “–Nos da mucho gusto y lo celebramos con una fiesta. “– Si eres de esos que se alegran cuando reciben prestado y lloran cuando tienen que pagar, mejor no te presto nada –repuso el prestamista y guardó el dinero que había sacado.” El marinero volvió la vista a su derredor, muy ufano, y en seguida supo que nadie lo había comprendido. –La vida –explicó– la tenemos prestada y un día se nos pide de vuelta. No hay que llorar más de la cuenta. –¿Cómo puedes? ¿Cómo te atreves? –dijo Marta y lo miró con los ojos húmedos. 6
–Olviden el pasado. No teman el futuro. Vivan solamente el presente. Viajen ligeros de corazón – dijo el marinero, se trepó en la mesa y siguió hablando–: Nadie se muere de la muerte, todos morimos de la vida, no es… –¿A Ramón? ¿No vas a llorar a Ramón – lo interrumpió con rabia el carnicero. –Busquen el silencio. Pongan su mente en blanco. Tememos a la muerte porque nos olvidamos…, nos…, nos…, –dijo el marinero con emoción creciente, pero el cantinero desconectó la rocola, apagó las luces y se metió a la cocina para llorar a gusto, mientras todo mundo salía a la calle.
NOCTURNO Por la axila de Elizabeth bajaba una gotita clara. El marinero dijo que en sueños había extendido la lengua para recogerla.
UN VASO DE RON El regreso del marinero ilustrado tuvo consecuencias. En la cantina, más que antes, contaron historias los vecinos. En el mercado del muelle, entre los puestos de caldo largo, almeja viva, pescado frito y picadas de jaiba, las conversaciones sobre la naturaleza del Ser y el desapego se mezclaban con los albures, las bravatas y las difamaciones de todos los días, así como los perfumes del cilantro y la hojasanta se confundían con el penetrante aviso de los alimentos que salen del mar. Fue allí donde el marinero, mientras cuchareaba un chilpachole de ostión, dijo que el Ser puede encontrarse bajo la forma de una mesa, las inmundicias del mercado o un vaso de ron. Elizabeth Antúnez Tercera, que solía dejar a un lado la canasta para escucharlo, protestó: sus ojos relampaguearon enfurecidos. El marinero sintió cómo ceñía el vestido el cuerpito remilgoso, le vio los hombros al aire, el temblor de las tetas, el ceño enemistado. –Lo que pasa –le dijo– es que no sabes; no puedes ver –y guardó silencio para gozar la vehemencia de la joven. –Tienes que despertar tu conciencia –dijo el marinero, que ya no deseaba el chilpalchole sino la cintura de Elizabeth–. Tienes que salir de la ignorancia. Tienes que limpiar tu mente de todo deseo. Sólo quien se deje tocar por el Ser sabrá que no hay principio ni fin, ni diferencia entre las criaturas. Hubo un gran silencio lleno con los ruidos del mercado. 7
–Volver al cruce de caminos –dijo el marinero–, porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de follaje canta el agua –la mirada puso nervioso a Elizabeth, que volvió la canasta a la cabeza y se retiró por mitad de la calle haciendo ondular la falda que cubría hasta los tobillos y se le ajustaba en las nalgas como si la desnudara. –Como quien escucha y torna a escuchar un acorde que le socava el alma deseosa, contemplé yo tu hermosura a lo largo de una sumisa jornada –dijo el marinero, a media voz, sin perderla de vista.
LA PRIMERA ENSEÑANZA –Lo primero es la confianza y, allende la confianza, la paciencia –dijo el marinero en el primer día, cuando regresó a la isla, después de tanto tiempo; pero no todos se detuvieron a escucharlo. –Lo segundo –dijo el segundo día, pero no todos le creyeron– es no detenerse en las ofensas: dejarlas pasar. El tercer día, el marinero ilustrado pidió un vaso de ron antes de hablar en el balcón, frente al semáforo único de la isla. Entonces algunos lo reconocieron, porque lo escucharon decir: –Pero el mar irisaba. Sus verdes cambiantes, sus azules lucientes, sus resonante gloria clamaban erguidamente hasta los puros cielos, emergiendo entre espumas su vasta voz amante –en seguida, el marinero explicó que las sensaciones nos abruman; todos lo vieron aspirar la brisa y llenarse los ojos de mar mientras murmuraba que la quietud se gana aquietando los sentidos. Y ya había quien conspiraba en su contra, pero él se puso de pie y salió del lugar sin haber probado el ron. El cuarto día, el marinero dijo que cada quien debe tomar sólo lo que merece, y que nadie merece más que nadie. Pidió que se sirviera ron a todos, bebió sin prisa y ganó muchos adeptos. El domingo, que era el quinto día, la gente no cupo en la cantina e invadió la calle. Desde el balcón, a gritos, el marinero habló de la pureza. Dijo que cada quien debe limpiar cuerpo y corazón. Ese día no invitó a nadie y perdió algunos seguidores. El lunes, el marinero bebió más de la cuenta y habló con la lengua torpe. –Todo sucede –dijo– por alguna razón, y cada quien debe hallarla. Cada quien debe ampliar su conciencia para buscar el conocimiento…que guarda… –doblado sobre la mesa comenzó a roncar. El séptimo día, el marinero dijo que la verdad no puede alcanzarse con las palabras y que no hay otro medio para buscarla. Que la verdad tiene 8
cuatrocientos rostros y que, si alguien mira intensamente uno de ellos, llega a percibirla. Hacía calor, relampagueaba, había demasiada gente y algunos parroquianos que no lo oían bien empezaron a insultarlo. –No importa lo que suceda –dijo el marinero a uno que lo amenazaba–, no te dejes arrebatar por la ira –y sin perder la compostura lo tendió de un puñetazo. Con eso, el marinero terminó su primera enseñanza y algunos comenzaron a llamarlo maestro.
Leo luego atiendo. Foto: Mariana Torres Lara.
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dark knight ALONSO RUVALCABA
en la patrulla, antes de sacar la cabeza por la ventana para sentir el aire de ciudad gótica en la cara, guasón piensa: (dark knight, 2008)
fue tal vez hace 30 o 35 años. piramidal, funesto, de la tierra nacido vi un incendio: una fiesta de fuego encaminada en vanos obeliscos hacia el cielo: en medio de la fiesta o la catástrofe huían los venados: eran hojas, hojas secas traídas por el viento que canta en el incendio como un niño: el incendio era bello y bello era el horror de los venados. la belleza es así. rojo es el vino, roja es la sangre, y había vino y sangre en mi camisa la tarde en que me hallaron de pie ante el cuerpo muerto de la muerta más muerta de las muertas: vino y sangre en la ropa, y en la cara una sonrisa rojo vino escrita a punta de cuchillo, vino y sangre. 10
nadie puede matar lo que no ama. fecha: 15 de mayo del setenta. mi cumpleaños. mi hermana miranda, ama de llaves del infierno, curadora del reino de los bichos, y yo salimos con un bote de vidrio en busca de luciérnagas. después junto al buró, de noche, el bote se convierte en linterna, en fogata móvil ámbar, en joyas animales que seis horas después son desperdicios: cadáveres al fondo sin lápida de un frasco pestilente. nadie puede matar lo que no es bello. * * * nadie puede matar lo que no es digno, ciudad doliente, ciudad de la espantosa noche, ciudad de las ciudades invisibles, ciudad de quien me dicen: es malvada, y yo respondo: sí –he visto al parricida, a la madre asesina he visto, he visto los dientes vidrios rotos del sicario, ciudad de los fantasmas, de los niños perdidos, ciudad negra, nadie puede matar lo que no es suyo, y he venido a matarte a ti, piramidal, funesta ciudad gótica, yo, cuyo nombre buscarás en vano, cuyo nombre has borrado de tu archivo, este idiota vestido de payaso, a repartir el caos en billetes que lleven mi sonrisa color vino, la cara enloquecida de la muerte, a que descienda sobre ti esta sombra 11
entintada de verde y de morado, te voy a hacer bailar como una loca luz que baila en la memoria del lunático, te voy a hacer cantar como el incendio, parada de cabeza, sonriente del dolor, sonríeme, carajo, y déjame sentirte, alborótame el pelo con tu aliento, tu circuito interior, tu drenaje profundo, ponte de nalgas, ¡ja!, ya te cabe doblada, te digo que sonrías y te encueres, te digo que ya quites esa cara de angustia, te digo que te empines que esta tarde he venido a matarlos a ti y a tu murciélago. puta ciudad, ¿por qué tan seriecita?
MUMMRA: ÚLTIMAS PALABRAS mummra, sacerdote-demonio, es la autodenominada “fuente eterna del mal” del tercer planeta; tiene poderes de hechicería y una esperanza de vida en apariencia ilimitada. en realidad es un sirviente esclavo de los antiguos espíritus del mal, que le proveen poderes enormes e inmortalidad. habitante de la pirámide negra entre las ruinas de lo que parece ser una antigua civilización egipcia, mummra existe bajo la forma decadente y debilitada de una momia, y debe regresar incesantemente a su sarcófago de piedra para recargarse de energía. el origen de mummra está en el antiguo egipto. su nombre era wájank, miembro del consejo real del faraón y su asesor más cercano. tuvo un perro, ma-tep, y una mujer que murió muy joven y cuyo nombre se ha perdido para siempre. wikipedia, julio 2009
corazón adoptivo, invicto corazón que no eres mío, adiós. cuerpo, piltrafa, grises vendas más mías que mis brazos o mis manos, piel escindida, pelo, aliento viejo más viejo que el más viejo de los viejos, adiós. estoy cansado. 12
* * * en la sola ribera sobre el pasto un perro se me acerca hace mil siglos, tiendo la mano como un premio: “mátep”, lo llamo por su nombre, y mátep sabe que no hay dicha más cierta que esta dicha: él y yo y el principio de esta tarde que cae como un tigre sobre el nilo, al fondo un porvenir hecho de fórmulas, cadenas de palabras que no sé todavía: tesoros de hechicero. perfecto corazón que fuiste mío: bendita sea la noche y la mañana, bendita la pirámide, el basalto, el nilo sea bendito y nuestro perro dormido como un dios entre nosotros. bendita sea la vez que nos fundamos: bendita sea la espada con que hieres, bendita sea mi sangre y sea la venda, bendito sea tu cuerpo, amiga mía, amado como un dios entre mis brazos. * * * no siempre he sido mummra ni esta momia que se olvida enfangada en el estiércol: antes fui wájank, consejero y mago, y este anillo entregó mi servidumbre a los espíritus de la pirámide. dormí en el lado muerto del jardín de las delicias, frente a una vasija cuádruple repetí mil veces doce palabras, una fórmula que cifra el universo en pocas sílabas. mil veces abolí al máximo enemigo, otras mil veces el cuchillo en el pecho del odiado, el roto corazón entre las manos, la pesadilla, la guadaña, oh muerte, oh roja arquitectura de la dicha. 13
oh muerte por venir, oh no rompido sueño. llueve lluvia de otoño y viento llueve, avanza un río acaso imaginario y salta contra el límite del cielo hecho cascada, grita un pájaro blanco: a punto de volar detiene el vuelo y reposa las patas en la piedra. adiós, mi corazón intacto, adiós: no voy a repetir aquellas sílabas. podría alzar la voz y repartirlas al aire, alzarme yo y romper el tiempo, sacarte de la tumba, demoler la estructura de fierro del olvido, oh muerte por venir, podría alzarme del estiércol, gritar al fin: antiguos espíritus del mal, transformen este cuerpo decadente en mummra, el inmortal! no lo haré, corazón. ya estoy cansado.
Calor seco. Foto: Iván R. Vásquez.
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la experiencia PTEROCLES ARENARIUS
De por sí vivir quién sabe si tenga caso. Sargento de policía Ananías Peláez.
–Qué pasó, cabrón, ¿qué haces? Vamos a tomarnos una chela, ¿o qué? –Pues nada, aquí nomás. ¿Qué, invitas? –Carajo, faltaba más. Vamos aquí a Tepito, tengo que ver a unos camaradas. –¿A Tepito? No chingues... –No hay bronca, güey, pues con quién crees que te juntas. Tengo que conectar a un cabecilla y luego vamos a una cantinita muy a toda madre, en el Centro, dan muy buena botana. –Ora pues. –Subí a su carro, un viejo lanchón muy maltratado en funciones de patrulla de la Judicial Federal. El Tony, Matías: un metro ochenta de estatura, barrigudo y malencaradote, recio, bigotón más o menos feroz y con esa seguridad prepotente que los agentes judiciales, a su tiempo, adquieren con el ejercicio del poder; ah pero eso sí, siempre de saco y corbata. Arrancó su carro con alguna violencia, rechinando llantas. Rápidamente llegamos al temible barrio. Se metió a la brava, rozando puestos de fierro recubiertos de hule, sin contratiempos entre estrechas calles y en medio de miradas de desconfianza y odio solapado hasta llegar a una vecindad de las que reconstruyeran después del terremoto del 85. Desconfié. Pero mi compañía era un reconocible y muy eficaz salvoconducto para transitar en tal territorio. Dejamos el carro a la puerta de una vecindad. Entramos en una vivienda y Matías, adelantándose, dejándome fuera del breve diálogo, conversó algunas palabras con el señor de la casa. La mujer del hogar saludó difusamente y a media voz e hizo desconfiado mutis. Luego nos fuimos con el señor de casa y nos instalamos, en pleno a medio patio de la vecindario. 15
–Soy Ranulfo, surto al Tony –me dijo el anfitrión. –Chucho Pérez, cuate del Tony. Mucho gusto. Ranulfo mandó a un chamaco por una piernuda de Bacardí, dos litros de chínguere malo, cocacolas, peor todavía y, menos mal, una bolsa de hielos y varias de sabritas. Sirvió. Empezamos a beber. Se agregaron varios. El Charanga, el Sobado, el Garras más Ranulfo, cincuentón encanecido, desaliñado y sin rasurar. Los primeros tres tenían prototipo de maleantes, quizá raterillos o quizá comerciantes. Desenvueltos y con gesto astuto de una viveza de muy diestra vulgaridad. Ranulfo era más notable por su gesto suficientoso, como sabihondo y de hartazgo ecuménico, también llamado el Gómora, parecía muy sobrado. –Ven pa’cá, Juana –echó un grito y en respuesta apareció una muchacha trompudilla de naricita respingona, ojos pequeños y tristísimos, ultramaquillada y con una faldita que a muy duras penas cubría sus calzones–, para que estés un rato con el señor –y Ranulfo señaló a mi guía, amigo y garante de seguridad, Matías, el Tony Talamantes. “Está muy chamaca. Ay putita. Y está bien buena. Ni hablar, c’est la vie”, me dije. –Buenas tardes, señor, me llamo Nallely y estoy a sus órdenes. ¿Me invita una copa? –Siéntate aquí, Nallely. Tómate las que quieras. ¿Por qué te dijo Juana este Ranulfo? –Ay, señor Tony, es que dicen que así me bautizaron. Eso dicen, pero me gusta más Nallely. –’Ta bien, Nallely. En dos vueltas secamos los dos litros y muy inmediatamente se procuraron la otra. Miré con porfía, directo al Tony como preguntándole a qué hora marchábamos. Sentado en un cajón de madera se veía complacido en la permanencia, observaba la conversación aún casi tímida y las bromas entre los bienquistados. Además acariciaba, como es su costumbre, tímida, decentemente a Nallely quien, por su cuenta se le sentaba en las piernas, lo besuqueaba, lo manoseaba. En ejercitación plena de su oficio. A la tercera copa tomé confianza y competía en proferir presunciones y hasta gastarle bromas benévolas y amigables a uno que otro. De sus comercios, tema formal, pasaron al más ligero de las mujeres y luego la charla sesgó en favor de motivos filosóficos profundos, el futbol. Va muestrario: –Qué, ¿cómo’stuvo?, ¿se movió? –No, bien aguado. Mucho pinche mirón pero sin billete. –No, güey, si como miran compraran, ya me había hecho rico. –Y qué, Juana, ¿sacaste el chivo? –Ahi dos que tres, manito, pero no me digas Juana. 16
–Pinche Nallely, si te conté como diez vueltas al Ambos Mundos, has de andar bien rayada. –Ay no, cómo crees, no es cierto, señor Matías; sí trabajé pero no fueron tantos y además ya me bañé bien. Estoy limpiecita, señor. –’Ta bien, Nallely, ‘ta bien—. Sonriendo la aprobó Matías. Caía la tarde. Hablaban más bien desordenadamente, simultáneos, pero cuando Ranulfo el Gómora se daba la voz, tenían consideración, hasta callaban o hacían la voz baja. –Es la crisis, mis chavos. Circula poco billete. La gente anda prángana. Ya ni siquiera cogen. Qué se le hace. (...) –No, güey, traigo una nalguita pero ssssshtamadre; dieciocho añitos, hija de familia, güey, quintito..., no, cabrón, chulita, me cae de madre. Qué pollo, cabrón, qué pollo me estoy refinando... –No mames, ha de oler a miados. No, yo me ando cogiendo a una ñora, treinta y seis. Uuuta, güey, con una hambre de verga que no mames, falta me hace más miembro. Mira, güey, entre yo y su marido no le damos batalla. No, unas pinches cogidotas que me deja seco, cabrón. –Qué bonitos cabrones. ¿Y sus viejas? Miren, hay otros cabrones que así han de decir de sus viejas. ‘No, si me ando comiendo un culito bien sabroso’. De sus viejas, ojetes. Ay no, si pinches hombres no tienen madre. Pero qué se le va a hacer, ¿verdá, señor Matías?—, reclamó Nallely. –Así somos, Nallely, ni modo. De pronto intervenía el Gómora y sin siquiera jactanciarse los aplacaba. –No, las viejas jóvenes son problemas y mucho gasto. Las viejas muy rucas son mejor, menos gasto y poca bronca. Cuando sus maridos ya no las pelan, ellas lo donan por aquí y por allá, al que se lo pida. Hasta te andan quitando la chamba ¿no, Juana? Pero las viejas siempre son problemas. Puros problemas. –Por eso con una chava del talón es mejor. Conmigo nadie tiene problemas, yo los quiero a todos. Varios pendejos se han enamorado de mí, me han querido llevar con ellos. ‘Mamacita, ya deja el talón y yo te saco de blanco’– y Nallely agruesaba su vocecilla logrando un efecto más que risible al arremedar pendejos–. No, yo que voy a hacer con un cabrón que no gana ni la mitad de lo que yo saco. No, así estoy mejor. (...) –No, güey, el América ora sí viene rajamadres. –P’s siempre, cabrón, avienta billetes como hijo de puta y luego ni califica. Chingón es el Atlas. Puro chavito, pero cómo la mueven. –Los dos son ojetes, un equipo de la broza y con tradición es el Atlante. 17
–No p’s ya verás ora que se vayan a segunda con su pinche tradición, chale, ‘stán jodidos–. Y a su arbitrio Ranulfo cerraba el tema. –Miren, muchachos, el futbol mexicano es mediocre, pero está considerado entre los mejores del mundo. ¿Saben por qué?, porque pagamos los mejores futbolistas brasileños, argentinos, europeos, lo mejor, lo mejor del mundo, pero siempre vienen aquí a terminar sus carreras. Ya nomás dejan su experiencia, se llevan un billete y se retiran. Es buen futbol, pero mediocre. –Muchachos, hablen de otra cosa. No mamen, una bola de cabroncitos correteando a patadas una pelota. No mamen, por favor. Lo único que agrada es que están bien buenotes. —Nallely, una muñeca, una putita, de trato tan brusco e igualitario como el de cualesquiera de los que departíamos y era la única que no guardaba deferencias para Ranulfo. El Tony miraba y no más. Yo intervenía muy a veces y casi no me entregaban la menor atención. Iba la tercera botella y estaba yo en el límite superior de la embriaguez, cuando se rebasa la fase mono, en que se procura ser muy gracioso, pelar diente gratis y ganarse unas risotadas con la mejor monería. Era mi etapa león, cuando entra lo bravo y lo muy cabrón y se cree uno capaz de apagar un incendio a pedos. Antes de la declinación al periodo vaca, en que se muge, se rumia y ya no puede uno consigo y, por supuesto, me faltaba mucho alcohol para llegar al estadio cerdo, cuando se revuelca uno entre la propia basca. Intervine. –Ustedes son a toda madre, yo admiro un chingo al barrio bravo de Tepito, me gusta un chingo como hablan, me encanta su forma de vivir, me gusta que sean aguerridos, malhabladotes, orgullosos. Se callaron. Serios. Se miraban entre ellos. El Sobado se puso a forjar un cigarro de mariguana. Con asombrosa velocidad le dio el terminado de ensalivación y ya estaba dándole unos jalones más que amorosos, como si hubiera querido fundirse con la mariguana. Al tercer jale circuló el toque y se recogió abrazándose las rodillas, para gozar la intoxicación sentado en un bote. Entretenidos esperando turno a la mariguana o desconcertados o quizá encabronados por mi fallida loa, ninguno hablaba. Sólo Nallely me consideró: –No creas, manito, aquí ya casi todo es pura fama. Lo demás ya ni es cierto, puro comerciante miedoso –trató de aliviar tensión la muchacha y se acurrucaba entre los brazos del Tony. Cuando llegó mi turno a la droga, aquello ya era una vil bacha. Mojé índice y pulgar con saliva y fumé mariguana. –¿Mato bacha? El Sobado levantó los ojos y sonriendo como en sueños dijo —qué poca madre. –¿Cuál es tu pedo, güey? Parece que no te latió, dime qué chingaos traes —riposté embravecido al comentario. 18
–¿Sabes qué, güey? –se me dirigió el Charanga para mediar– es que caes gordo, en buena onda. Ya estamos hasta la madre de putos que vienen al barrio a comernos, se comen nuestra lengua, nuestra vida, nuestro cotorreo, luego van con los mamertos y hasta con los abilletados y se quieren parar el culo diciendo “no p’s yo conozco Tepito, yo tengo un chingo de cuates en Tepis y me reconoce el bandón”, y luego hasta escriben en el periódico y... p’s se llevan un billete, cobran por hablar de nosotros, nos están robando, dicen que nos dan prestigio, ni madres, nosotros ya lo teníamos desde antes, pero además ni siquiera tienen idea. Esos ojetes viven de nosotros y aquí nada más dejan pura cagada. Son culeros. Y, mira, esos pendejetes, solos, no entran aquí porque saben que se los lleva su pinche madre. Esa clase de putarracos ya nos tienen hasta la madre. Y tú hablaste igualito que ellos, como a ver qué sacas—. Mi protección, Matías Talamantes, el Tony, miraba a uno y a otro. Una puta y leve sonrisilla descarada me aseguraba que se divertía el muy cabrón mientras intensificaba sus caricias y gozo con Nallely. La noche empezaba a caernos encima y Ranulfo acechaba el momento de pontificar. –Oh que la chingada. Derecho que a mí sí me caen a toda madre. ‘Ora qué, ¿me quieren madrear? ¿Les pido perdón? Ni madres. –Bueno, dínos, a ver, ¿a qué te dedicas? —me dijo el Garras, agachado y frotándose la frente, yo creo que ya bien mariguano o a la mejor emputado o impaciente. –P’s, yo... escribo. Escribo cuentos. –Puta madre –comentó el Sobado sumergido en un trance vacuno de mota, con ojos entrecerrados. –¿Ya ves, güey?, eres la misma cagada –ofendióme el Charanga y ridiculizó lo peor que podía–: ya sé...: “una vez iba caminando la gansita moviendo sus nalguitas a traerle churrumais con atole a sus hijitos”. –Esos no son cuentos. –Entos qué son... –Bueno, de ésos no escribo. –¿De cuáles escribes? –Pinches güeyes, que no les dé muina, cabrones. Si escribe cuentos pues qué a toda madre –me defendió la hermosa putita–, que no les arda la jeta de envidia, culeros. No les hagas caso, manito, tú sigue escribiendo. Es más, cuéntame un cuento ¿no? Por fin entró al alegato Ranulfo, el Gómora, pontífice, poseedor absoluto de la verdad última e intrínseca, calmudo y autocomplaciente. –Lo que pasa es que aquí llegan muchos intelectuales. Cuates muy güevones que no saben qué hacer y, como dice mi buen amigo Cornelio, el Charanga, pues la verdad sí, nos roban todo y luego se jactan de lo que no les 19
pertenece. Y el barrio no tiene ningún beneficio. Aquí tenemos nuestros intelectuales propios, no necesitamos de afuera. Y tú, mi cuate, ¿cómo dijiste que te llamas?, bueno, no importa, pues no sabemos tus intenciones. Vienes a echarnos flores gratis. Nosotros no damos nada gratis, tú lo has de saber. Tampoco lo queremos. Este barrio tiene su historia y mucha gente nos reconoce. Muchos que nunca han pisado Tepito dicen que nacieron aquí. Pues para pararse el cuello. Y tú... ¿qué?... Tú no eres nadie... Estás aquí porque vienes con mi gran amigo el Tony. ¿Serás como los demás? A ver, dínos... –¿Y ustedes quiénes son?, ¿tú qué chingaos haces? –le dije al Charanga. –Pos yo te voy a decir, la neta soy ratero. ¿Cómo ves? –Mis respetos, cabrón. –¿Sabes a qué me dedico, güey? –dijo el Sobado levantándose por primera vez desde que le jaló al chuby, pero con una sobria vivacidad y su acento barrioso, agresivo—, le meto a todo. Me atasco de mota, de alcohol, arpón y hasta al chemo le atoro. Eso es lo que hago, güey, ¿qué pedo? –Aquí la chamaca es putita, ¿qué te parece? –No p’s está bien. –Bueno, ya’stuvo, a inflar y a dejar de hablar –proclamó Nallely. Y pasó a la ofensiva–. Y tú, pendejo, no me digas puta ni mucho menos putita que no pido ni quiero compasión de nadie y menos de un pendejo y puta será tu chingada madre que lo da gratis. Yo soy una se-xo-ser-vi-do-ra, ¿entiendes, mierda? –Ya, ya... No se quieran lucir, mis chavos. ¿Ya ven?, ya cayeron. Le están dando el material. Mira, mi amigo, ¿cómo dices que te llamas?, no le hace, ¿cuántos años tienes?— me habló el Gómora, un verdadero profesor frente a su alumno tarado. –Cuarenta y cinco ¿y eso qué? –No, mira, yo ando en cincuenta y ocho. Tengo más experiencia que tú y los que están aquí. Sé más de la vida. Estás muy verde para mí. –¿Experiencia? ¿En qué? –¿Cómo en qué?, en la vida. –Ranulfo, tú eres el hombre más güevón que he conocido en mi puta vida –agredió la putita–. Has tenido que meter a trabajar a tus hijas y a tu vieja, a mi chingada madre porque el señor no quiere molestias prefieres llenar de putas tu casa. Desde que tengo uso de razón estás aplastado en la puerta de la vecindad vendiendo mariguana y rascándote las verijas. –Mira, pinche puta podrida, tú cállate. Al rato me arreglo contigo. Ya sabes que no me tienes que contradecir nunca delante de la gente. Ya nos veremos al rato, hija de la chingada–. Dije para mí “así que ésas tenemos. Mira qué clase de respetable señor”. Casi temblaba yo de coraje. Aspiré hondo y acumulé rabia sin saber muy claramente de qué manera estrellársela en la jeta y le pregunté: 20
–Ah, claro. En la vida. Ya veo. ¿Cuántas veces has estado a punto de morir? –Bueno, mira, en primer lugar a mí no me tutees, creo que mi edad y mi experiencia merecen respeto. En segundo lugar, yo siempre me he cuidado, nunca he tenido problemas. –Bueno, señor, como usted quiera. ¿Alguna vez ha estado en una guerra? –Cómo crees... –¿Lo han torturado, ha estado en la cárcel? –Qué pasó, yo soy un hombre de bien. No me meto con nadie. –Bueno, ¿ha sido amado hasta la muerte? ¿Por lo menos alguna mujer ha intentado matarse por usted? –Ja, ja... Eso pasa nada más en las películas. –¿En su vida ha hecho algo como para que lo manden matar, un acto de rebeldía muy cabrón y contra el gobierno, o por lo menos ha encabezado un movimiento social? ¿Nunca ha matado a un ser humano? Algo que valga la pena. –Ya te dije, muchacho, que soy un hombre pacífico. Ahora todo eso ¿qué?, no seas provocador. –Le ha metido a la droga o ha sido ratero como estos camaradas? –Ya no te voy a contestar, mano. Ya estás alterado. –No, dígame en qué tiene experiencia. ¿Lo han violado? Aquí está Juanita, bueno, Nallely, ella sabe algo de eso. Díganos. –Mira, cabrón, ya cálmate. ¿Qué chingaos quieres conmigo? –¿Por lo menos sabes matemáticas o has inventado algo para bien de la humanidad o has escrito un libro? Pero de qué putas puedes tú escribir un libro. ¿Qué has hecho, cabrón, en qué está tu chingada experiencia? Se me hace que eres puro pendejo y tu pinche vida es una cagada–. Le escupí preguntas y coligencias en la cara, brutalmente. –¡Hijo de tu chingada madre! ¡Pártanle la madre a este hijo de perra!– Ranulfo se puso de pie emputecido de furia. Enrojeciente de rabia el rostro, gritaba a los otros y manoteaba azuzándolos. El Charanga y el Garras se pusieron de pie violentamente, pero antes de agredirme miraron a Matías y se sofrenaron. El Sobado murmuró “sí es cierto, don Ranulfo es ojete, todos son ojetes” y con la quijada a las manos seguía tranquilo y atento la acción. El Tony, con gran calma, apartó de su regazo a la putita, casi trabajosamente de lo ventrudo se levantó de su cajón y miró feamente a los tres que estaban de pie. Con eso los congeló. Extrajo (me pareció que la obtenía del interior de su abultado vientre) una espantosa pistola negra, brillante y descomunal. Caminó tres pasos hasta Ranulfo Gómora y lo encañonó a dos centímetros de la frente. Escuchamos el siniestro chasquido metálico al tiempo que accionaba para cortar cartucho. Ranulfo empalideció lastimosamente inexpresivo hasta lo cerúleo en un par de segundos. 21
–¡Híncate, cabrón! –El Gómora obedeció torpemente, empavorecido, casi se cae. El Garras se volteó para otro lado, el Charanga se tapó los ojos, sólo Nallely se abalanzó con violencia, rabiosamente, con las manos en ristre como una desesperada ciega, a arrebatar la pistola de las manos del Tony. Éste la detuvo desde su gran estatura con la mano libre y le dio un bofetón de revés que la derribó. Entonces tronó el estallido que sacudió a toda la vecindad, tronido brutal y brevísimo, seco. El Gómora se derrumbó con un extraño, espantoso grito agudo, breve, chillido de desesperación. Aseguro haber visto que convulsionaba. “Ya lo mató este cabrón” me dije. El balazo llamó la atención y de inmediato había cincuenta mujeres y niños alrededor. Se oyó un grito femenino: “¡Ya mataron a don Ranulfo!”. Matías Talamantes, el Tony, previsor, no soltó, no guardó, ni siquiera bajó el cañón de la pistola, quizá por eso nadie nos agredió. Agarró a Juanita por un brazo arrastrándola hacia su carro y me dijo vámonos. –Se lo merecía el hijo de la chingada. A ver si se le quita lo mamón — Juanita lloraba sin control, histérica: “¡para qué lo mataste, para qué...!”. La noche ya estaba entrada. Caminamos hacia el auto. –Sí, a todos se les quita lo mamón cuando mueren–. Contesté cínicamente. Agregué: –no mames, cabrón, no era necesario–. Nos metimos al carro. En lo que me pareció un criminal alarde de sangre fría, el Tony no encendía el motor del coche, miraba apaciblemente hacia el interior de la vecindad. A unos diez metros y desde el coche veíamos el tumulto rodeando al muerto. –No seas pendejo, Chucho –me dijo–, míralo al hijo de la chingada. – Volví a mirar: Ranulfo Gómora, presunto occiso, estaba de pie con la cara blanca y gesto de insufrible susto, era atendido, consentido, acariciado por mujeres vecindarios–. Pistola de juguete. Bala de salva. –Pronunció el Tony lentamente, casi divertido y mostraba el horrible juguete antes de devolverlo a su vientre–. En fin. Siempre se me hizo un güey, ¿cómo te diré?, engreído. –Por fin accionó el encendido del carro y avanzamos en silencio. Juanita, la putita, lloraba y reía quedamente con las manitas sobre su rostro, de pronto decía “qué cabrón es este hijo de la chingada, qué cabrón”. Después de un rato, ya fuera de Tepito, calmoso, el Tony me dijo: –Ya tiene algo importante en su vida el pendejo. Estuvo cerca de la muerte. –Y nos fuimos a la cantinita que dijera para cerrar la noche.
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los perros famélicos Selección y nota introductoria de Eusebio Ruvalcaba
DARSE EN LA MADRE PORQUE NOS PARIÓ LA POESÍA ARTURO ALVAR es poeta que cimbra. Telúrico, devastador, su mundo es el de un hombre abierto al dolor. El sufrimiento parece ser su principal nutriente. Observador agudísimo, sobre todo le afectan detalles que revelan la condición humana en su más escalofriante crudeza. Pero lo que llama aún más la atención, es la redondez de sus poemas. Semejan piezas perfectas de orfebrería. ¿Acaso no aspira a eso un poeta: conmover por el lado de la hondura y del dominio del lenguaje? 23
poemas ARTURO ALVAR
LOS OJOS DE LOS PERROS a Eusebio Ruvalcaba
En esta ciudad vacía y desnuda tristeando en solitario los perros te acompañan: uno se muerde la cola y aúlla otro rabioso se esconde de la luna aquél, más sensible, olfatea la poesía en el hueso que roe un camarada: una perra en su mirada está dios que ladra cuida a unos niños, sus hijos Rómulo y Remo en un andén del metro sacando el colmillo para que puedan dormir tranquilos después de haber chupado teta de la Vía Láctea: xólotl-escuincles malcriados por el hambre por el mísero bocado que masticas con un trago de aguardiente, con la botella entre las patas cauterizas la noche de intemperies borracho de lujurias para una jauría pidiendo por tu corazón en celo:
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entrégate a ellos los perros corrientes como tú de raza fiel pueden dejarse matar por sus dueños pero ellos, sin más amo que la noche te llevan siempre de regreso a casa: y tú no eres ya el mismo al alba.
SALIR DE LAS CUERDAS ya no hay mafia, sólo Maffio
Darse en la madre porque nos parió la poesía un día de catástrofes para ángeles caídos ya no abrirán sus alas para escapar del cielo sólo este suelo que recuerda nuestras tumbas un parque de fresnos para un cementerio estatuas que en vuelo esculpe la muerte sueño del bosque relumbra los huesos nos lleva a saciar la sed con lluvia. Darse en la madre porque nos parió la poesía lo mismo en callejones que antiguas cantinas no es que la rima quedara de golpe fue la madriza que llevó el retoque en una esquina la cólera estética el vaso diáfano que el tequila incinera en otra una mano que escribe la aurora lo escrito amanece en la cruda de mi hora. No hay argumentos para este insaciable deseo de darse en la madre en el centro del ring como lo quiso Maffio, como se quiere al fin un atajo inequívoco a la muerte salir a pelear a pesar de la derrota hasta acabar con la costra de tu sangre derramada.
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PULKATA a la exploración de un infra jodido
En el extracto de un pulque un numen procaz me enmaraña la suerte de un efímero eclipse en los vestigios de la aurora veo corrientes que se agregan a la marea fortuita de los que dicen tener los ases bajo la manga pero ¡oh, Victoria! no me des un curado de heridas mejor que la derrota me dé un pulque natural tan pobre como los rostros-años que me quedan.
TRABAJO Hay un trabajo detrás de todo esto lleno de sueños y lluvias que caen con el desvelo de la noche. Hay un ímpetu de atardecerte y prolongar adioses en los fulgores últimos de la alborada. Hay un cuchillo de sierpe atravesando corazones templos de ceniza para dioses que duran la exhalación del humo. ¡Ah, los dioses! He tenido que matar a tantos para ser yo mismo una canción que se aleja del arpa vibrante en los destellos del sonido un asesino de relámpagos que escapa con nostalgia de la luz en ramajes de vida, cada vez más estrechos hacia bosques inabarcables por invisibles que parezcan.
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la última gota ENRIQUE RAMÍREZ
TRATANDO DE TENER FE Cada que me quito los calcetines te busco en las grietas de los pies, éstas tienen un parecido, con los laberintos de concreto del metro Pantitlán: con un poco de herpes que transita por estos pasajes sin una razón más que chingar la carne. Carne a punto de reventar en los tenis; suda, suda, que no encontrarás a Dios en la mirada de los ancianos, en el sonreír de los niños; ni en la última gota de vodka y mucho menos en la iglesia; así que paremos juntos esta búsqueda y vayamos por Lucía para calmar estas ganas de reventar en otro cuerpo, estas ganas de no pensar más que en el momento, estas ganas de olvidar la ciudad. 27
SÁNDWICH DE MERMELADA La he amado en silencio desde que la conocí, con la promesa de amistad, con la promesa de que la carne no se posaría desnuda en nuestras mentes, pero irremediablemente todo ha de pasar, más si se sabe que el animal en el cuál habito tiene sed de sosiego de un par de senos, es ese calor que consume el cerebro que ni con un ventilador puede refrescarse, pero va más allá de sólo el cuerpo, eres toda, eres el éter en el que caben los volcanes al explotar como una fusión nuclear, y ahora lo único que tengo es un sándwich con mermelada para calmar mi mente para calmar que tú eres feliz con alguien más.
Distancia vil. Foto: Iván R. Vásquez.
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dossier
EL MUÑECO JORGE ARTURO BORJA Día: sábado 19 de diciembre de 1998. Lugar: La Corneta. Hora: 3:20 AM.
Para el Muñeco todo es literatura. Desde sus monstruos infantiles, las nostalgias del internado de la infancia, el rumor del Mar Caribe en las caracolas, las voces que pueblan la biblioteca, hasta este infame cabaret de San Pablito, en pleno corazón de la Merced, es literatura. La Corneta es una bodega enorme en la que caben más de cuarenta mesas de plástico ocupadas por jóvenes vociferantes y viejos degenerados. Hay una barra improvisada con cajas de refrescos y una tabla larga, dos enormes bocinas negras y una parte despejada que funciona como pista. El ambiente está recargado del humo del cigarro y de los miasmas de orines y semen. Al fondo suena una rockola a todo volumen. “En mi vida yo nunca he sido feliz/ las estrellas me iluminan al revés/ pues yo pienso que si volviera a nacer/ heredaba una traición y gran sufrir/ por eso quisiera ¡ay!, ahogarme en el licor…” No es un lugar caro pero sí muy peligroso. No conviene brindar con los vecinos, ni siquiera mirar a los ojos a ninguno de los jóvenes morenos y pelados a rape que discuten en las mesas. Aunque en la puerta se puede leer claramente escrito con plumón en cartulina que se prohíbe la entrada a uniformados, muchos de ellos usan camiseta blanca y todavía traen puesto el pantalón caqui y las botas. 29
Somos dos aprendices y un escritor desconocido que mantienen la conversación alrededor de una mesa que navega sobre el vertiginoso caudal de borrachos y blasfemias de una noche de juerga. El Muñeco, distinguido asesor y redactor de discursos de un eminente político de izquierda, refiere con singular gracia los chismes de su trabajo. -René es un mujeriego empedernido. En la oficina ya tiene otra querida. La muy indiscreta dice que seguido la lleva a hoteles de Tlalpan y que además de tacaño es muy conservador en la cama: se sube, alcanza rápido su orgasmo y luego se pone a roncar. Si es tan mal amante no sé por qué Ruth lo cela tanto; ya ni su esposa Silvia es tan posesiva. ¿Qué es lo que cuida más la Zavaleta: el pene de René o los huesos que él le consigue? “Vivo tomando porque el trago es pa los machos/ un desamor me puede causar la muerte/ y si el mar se convirtiera en aguardiente/ en él me ahogara para morirme borracho...” A las tres y media, más o menos, empieza el show. Se apagan las luces y un reflector apunta al centro de la improvisada pista. No hay plataforma ni tubo, sólo el áspero piso. Anuncian por las bocinas: “¡Ella es Magaaaaly!, ¡puuuro fueeego!” Con el acordeón de la Sampuesana entra bailando descalza una morena bajita medio entrada en carnes que ondea su rubia cabellera al modo de las antiguas go-go girls. Al ritmo de las percusiones se despoja del escaso vestuario: minifalda de mezclilla y slip gris que recoge un mesero. La morena oscila su cadera oceánica y bambolea los pechos tristes de pezones prietos como uva pasa. Se queda con una tanga roja minúscula de la que sobresale una gruesa pelambre como erizo de mar. Se acerca a una mesa, donde un gordo sudoroso y calvo agarra delicadamente los lazos de la tanga con los índices de sus manos grasientas. La morena saca las piernas con habilidad. Suenan algunos aplausos desguanzados y muchos silbidos de impaciencia. La morena se tira al suelo y así sentada va dando vueltas sobre su eje, abre y cierra las piernas cuatro veces, en dirección a los puntos cardinales, como si tratara de fotografiar con el sexo a su público expectante. Aparecen dos meseros cargando un sillón largo de cubierta luída. Se oyen las bocinas: “Si quieres participar del show sólo tienes que pagar los diez pesos del condón”. De inmediato se forma una fila de sorchos que buscan sus 15 minutos de fama o de calentura. Unos ya se están quitando la ropa. Vuelan camisetas mientras otros sentados en el suelo se desamarran las botas. Un tipo flaco y correoso, de ojos borrados y de piel muy blanca, está desnudo y presentando su arma. El Muñeco aguza la mirada, sus ojos de expresión triste y rabillo caído lo observan todo como si quisieran marcar estas imágenes con fuego 30
en la memoria. Bebe su cerveza con fruición, la suma a los anises que hace unas horas bebió en el café Habana para aliviarse de una cruda severa. Como cinéfilo empedernido, le gusta comparar lo que ve en la realidad con todo lo que ha vivido en las películas. -Sinatra era un flacucho de no más de 60 kilos, obsesionado por el sexo. Su ex esposa Ava Gardner decía que “Frank era 20 kilos de huesos y 40 kilos de verga”. Sobre el sillón de la pista se forma un tumulto de carnes de distintos tonos moviéndose frenéticamente. La morena, acostada entre varios sardinas que literalmente le apuntalan los orificios, ocupa manos y boca en complacerlos. No se alcanza a ver claramente lo que ocurre en este espectáculo, sólo un racimo de cuerpos masculinos, unos magros y otros musculosos, que prácticamente montan unos sobre otros hasta ocultar las redondeces del afanoso cuerpo femenino. De repente, de la bola se desprende algún desnudo, con el condón colgando del miembro macilento, que recoge su ropa con una sonrisa de perro agradecido. El Muñeco está encandilado. Presta poca atención al final del show y prefiere continuar con su relato aunque tenga que alzar la voz para imponerse al escándalo de “El diario de un borracho”, una cumbia que se repite obsesivamente. El calor del alcohol le amanera los gestos. Para reírse deja caer la cabeza hacia atrás y se afila la punta de la nariz con el dedo índice mientras suelta una risilla extraña, como graznido, un “arrgh” de pájaro exótico. -Entonces Mae West, lujuria de mujer, abraza al guapote Cary Grant, que en esa película interpreta a un oficial de policía, y se le arrima para darle un beso de bienvenida. Y, sorprendida se aparta de inmediato, para preguntarle con voz tipluda: “¿vienes armado o es que te alegras de verme?...” ¡arrghh! “Vivo tomando porque el trago es pa los machos/ un desamor me puede causar la muerte/ y si el mar se convirtiera en aguardiente/ en él me ahogara para morirme borracho.” A Raúl Rodríguez, que así se llama el Muñeco, le gusta el bullicio y el desmadre a pesar de que los personajes de su literatura son seres desolados que interactúan en confianza solamente en la intimidad. Habla entusiasmado de sus autores favoritos: Óscar Wilde, Scott Fitzgerald, Truman Capote; se detiene especialmente en Albertine Sarrazin, una escritora francesa poco mencionada entre el círculo de lectores que gustamos de Bukowski; si acaso hablamos de un francés, es de Louis Ferdinand Celine. El Muñeco prefiere a Sarrazin, mujer alcohólica que fue violada a los 10 años, estuvo en la cárcel y murió apenas pasada su tercera década. Dice Raúl que ella “maneja una prosa sin metáforas ni elegancias literarias; con un vocabulario común, 31
pero capaz de comunicar la intensidad, la pasión y el dolor que hacen la vida…” Raúl, el escritor desconocido, se identifica mucho con ella. Es más, en cierto sentido, la prosa de Gutiérrez Cetina es muy semejante a la de la autora francesa. El Muñeco es una persona inteligente, sensible y culta, que tiene un pequeño defecto: lo habita un demonio que empieza a manifestarse después de las seis o siete copas. Se le reconoce por los ojos velados y la sonrisa despectiva que le descomponen el gesto. A esta altura de la noche y de la borrasca etílica, sólo se pueden intercambiar intimidades, pero el volumen de la música nada más permite hablar a gritos. Raúl prefiere el silencio. Dirige una mirada de fastidio a sus interlocutores. -¿Quieres otra cerveza? –le pregunta al oído el aprendiz, tratando de animarlo. Raúl niega con la cabeza y tapa el cuello de la botella vacía con ambas manos. -¿Prefieres un fuerte?... ¿un ron, un tequila? –inquiere nuevamente el aprendiz. Raúl niega otra vez y acerca la cabeza para hablarle con voz pastosa. -En este momento sólo se me antoja una cosa –dice Raúl con sonrisa oblicua. -¿Qué quieres? –pregunta el aprendiz esperando una propuesta indecorosa. -Morirme. “Voy a escribir en mi diario/ que voy vagando por el mundo/ ay que dolor tan profundo/ vivir triste y solitario.” II Cuando publicó su primera novela El Desconocido (Duncan editores, 1978/ Plaza y Valdés editores, 2007) a Raúl Gutiérrez Cetina se le consideró como un autor de literatura gay. Rafael Solana escribió un comentario en el que la catalogaba dentro de las novelas malditas y los temas prohibidos, comparó al autor con Marcel Proust, Óscar Wilde y Pierre Louis. El Desconocido es una narración autobiográfica que Rodríguez Cetina escribió a los 23 años como resultado de una terapia psicoanalítica y de su paso por el taller de Andrés González Pagés. En palabras del propio autor: “Lo que se cuenta ahí son vivencias que ocurrieron durante la pubertad y el paso a la adolescencia, mientras crecía prácticamente solo en Mérida, debido a que provengo de un divorcio, un drama familiar. Por ello, fui dejado a la deriva y el rechazo paterno me obligó a vivir por mí mismo. Me hice de un plan, un proyecto de vida que consistía en pagarme una carrera rápida de contador y estudiar inglés. Para sostenerme de los 15 a los 18 años me vi obligado a sobrevivir mediante la prostitución.” (Entrevista de Raúl Gutiérrez Cetina con Ricardo E. Tatto. Febrero de 2008. Blog La Cueva del Gonzo). 32
Esta novela pude situarse dentro del llamado bildungs roman o novela de crecimiento, subgénero que narra el difícil aprendizaje y la iniciación del adolescente en las miserias de la vida adulta. A diferencia de otros libros casi infantiles que comparten esta clasificación, como la celebrada Batallas en el Desierto de José Emilio Pacheco, El Desconocido es un libro desgarrador e incomplaciente que comienza con la vida del protagonista, Narveli, en un internado; prosigue con el inicio en el medio de la prostitución masculina y concluye con el viaje del protagonista a la ciudad de México. “La tensión provocada por mi fuga había desaparecido y me sentía confortado por la ayuda que me brindaba el chofer. Había oscurecido cuando detuvo el camión a la entrada de un pueblo que reconocí, por eso supe que nos encontrábamos a dos horas de Mérida. El hombre se bajó a orinar y me recomendó que hiciera lo mismo. Entre los matorrales me dijo ven, vamos detrás de esos árboles. Le respondí que debíamos de regresar al camión. Entonces me sujetó del brazo y me arrastró hacia los árboles oscuros. Su respiración agitada, ronca, me aterrorizó porque supuse que algo grave sucedía. Me obligó a que me abrazara de un árbol para poder usarme. No tenía caso gritar. Papito tenía la culpa de mi secuestro. El chofer arrancó un manojo de hierbas para limpiarme la sangre y me dijo que lo esperara un momento, se fue a la carretera y escuché cuando prendió el motor del camión y se marchó”. (El Desconocido. Plaza y Valdés Editores. P. 41). En las páginas de su obra inicial, Rodríguez Cetina sienta las bases del estilo y las temáticas que va a desarrollar a lo largo de su narrativa: personajes que siempre caminan al borde del abismo emocional, bisexuales y ateos que no encuentran verdadero alivio en ninguna preferencia y buscan la única redención posible a través de la literatura, el alcohol o el suicidio. Su primera publicación le ganó numerosos lectores que pretendían ver en su narrativa una bandera ideológica a favor del movimiento arcoíris. Influye en tal apreciación que en esta época, segunda mitad de los setenta, se empieza a hacer visible la lucha por los derechos de los homosexuales y se comienza a afirmar la identidad gay. El Desconocido, entonces, prosigue a otras novelas como Mocambo de Alberto Dallal (1976) y precede a El Vampiro de la Colonia Roma de Luis Zapata (1979), que abordan el tema del homosexualismo. Es por eso que la llegada de unos cuantos ejemplares de su libro a una librería de Mérida, tierra natal de Rodríguez Cetina, causa revuelo en el ambiente cultural y en el medio gay de la región. Sin embargo sus historias intimistas están muy alejadas de los melodramas en que cayó Luis Zapata después de su famoso vampiro, o de la pornografía homosexual de otros autores. Además los personajes de Rodríguez Cetina ni enfrentan graves problemas al asumir su condición 33
sexual ni viven la existencia hedonista y frívola de la mayoría de los que aparecen en la literatura gay. En cambio, sufren constantes problemas económicos y se empeñan en búsquedas interiores en las que, por lo general, nunca ven colmadas sus necesidades afectivas. Otra diferencia fundamental es que las mujeres ocupan un lugar preponderante como madres, amantes, amigas y confidentes de los protagonistas. Tal vez por lo anterior es que en sus siguientes obras, la doble orientación de sus protagonistas y sus escenarios y temáticas más allá del ámbito gay, le ganaron a Raúl el rechazo de los lectores del ambiente que discriminan a los bisexuales. Su segunda novela Flash back, (Premiá Editora, 1982) aborda la búsqueda existencial de Remí, el protagonista, quien ensaya distintas posibilidades de relación, sentimental y sexual, con hombres y con mujeres que viven atrapados por la sensación de soledad, en una atmósfera donde no hay puerta de salida a la esperanza. En ésta, el escritor permite a su protagonista experimentar nuevas sensaciones. “Mi lengua dibujó en su vientre improvisaciones heterosexuales. Sin rumbo le besé el sexo, subí lentamente hasta los senos, la erección comenzó a insinuarse, y en un lapso en que sólo sentía a mis labios recorrer su cuello, al reaccionar ya con la ayuda de su mano me encontraba penetrándola. Gemía, sus dedos entre mis cabellos. Me quejé al sentir los espasmos. Ella me apretaba fuerte, arrójamelo todo, decía”. (Flash back. Premiá Editora. P. 11). A pesar de que sus historias están teñidas de erotismo y abierta sexualidad con sugerentes descripciones de encuentros homo y heterosexuales, Raúl declara su reticencia ante el acto sexual. Aunque vivió en carne propia la violencia y el desencanto amorosos, reconoce que lo hizo solamente como un medio de experimentar los mecanismos de la pasión, pero no con el fin de dejarse arrastrar por ella. “De hecho nunca he podido creer en el sexo como una fuente de placer necesaria y de enamoramiento; para desdeñarlo se tiene que experimentar, finalmente, las dos opciones más comunes. Ninguna me satisfizo y eso no es motivo para un drama porque he tenido a la literatura que nunca me ha abandonado.” (Mi pasado me condena; pp.29-30). Su tercera novela Primer plano (Editorial Katún, 1984), abunda sobre el desencuentro del protagonista, quien se siente incomunicado en una sociedad carente de cultura, drogada por la televisión y dedicada a reproducirse masivamente. El final mantiene la duda sobre si el personaje continúa en el mundo o prefiere poner fin a su vida. A mediados de los ochenta, Raúl es un escritor que ha conseguido la fidelidad de algunos lectores a pesar de la mala distribución de sus libros. Y aunque han 34
aparecido reseñas sobre su literatura en suplementos culturales de México y de España, sigue siendo un autor desconocido para las grandes editoriales. El medio literario mexicano está lleno de amiguismos y de envidias. Como Raúl no pertenece a ningún cenáculo, sus libros se promueven muy poco y cuando se publican aparecen en editoriales pequeñas, marginales. Su estilo transparente y el desdén por los artificios literarios, lo escabroso de sus temas y su propia persona tan claridosa y directa, lo alejan cada vez más de la posibilidad del éxito comercial. “No me agrada escribir sobre el mundo cultural y literario de México porque siempre me he mantenido al margen de los premios y becas que generalmente se otorgan por amiguismo y detesto a los grupos que viven del presupuesto cultural (…) Nunca he formado parte de las mafias culturales de México, me he defendido solo y he publicado de acuerdo a mis posibilidades. He tenido que trabajar duro para mantener mi vida económica y literaria.” (Mi pasado me condena; pp. 73 y 151). Su siguiente novela Alejamiento (Editorial Grijalbo, 1987), inspirada en Silvia Plath y Antonieta Rivas Mercado, narra la historia de una joven poeta llamada Galia, quien recibe el reconocimiento después de su suicidio. Paradójicamente es con esta historia que la obra del propio Gutiérrez Cetina empieza a ser comentada por críticos de la talla de Ignacio Trejo Fuentes, Juan Domingo Argüelles, Margo Glanz y John Brushwood. La narradora chilena Isabel Allende afirma sobre esta novela: “Tiene un estilo preciso y directo, sin florituras. Me gustan estos libros, hechos desde adentro, con dolor y amor.” “Una explosión de miedo la sentó en la cama. No pudo soportar el hundimiento del colchón, se levantó, los cigarrillos habían perdido todo el interés del pasado; ya no le fue posible salir otra vez al balcón. Y esa habitación tan grande, tan grande para ella. Sacó las pastillas de su bolso. Del servibar tomó una botella de champaña. En la mesita, la recamarera encontró la botella vacía, y el frasco de las pastillas destapado.” (Alejamiento; p. 109). III Desde fines de los noventa Raúl Rodríguez Cetina continúa librando la batalla por los recursos económicos que le permitan mantenerse con cierto decoro y seguir escribiendo. Divide sus horarios entre las diversas chambas que le permiten subsistir. Se multiplica escribiendo una columna cultural para El Universal, redactando boletines y programas para la Asamblea del D.F., haciendo discursos 35
para René Arce y, a veces, incluso recurre a las traducciones. Por las tardes se le puede encontrar en el café Habana de Bucareli, refugio de viejos periodistas. Para aguantar su ritmo de trabajo y por un hábito inveterado en él, Raúl alterna la ingestión de pastillas tranquilizantes con las bebidas alcohólicas. Las primeras para superar su natural nerviosismo y las segundas para estimular su elocuencia y disminuirle el “instinto autodestructivo”. Al parecer nunca las combina al mismo tiempo, sino de acuerdo con su estado de ánimo. Eso dice. Finalmente, si alguien le cuestiona esa costumbre, Raúl contesta que “los escritores siempre mueren jóvenes sin importar la edad”. Los fines de semana le roba tiempo a todas sus actividades para dedicarlo a su verdadero vicio: la literatura en la que vuelca toda su verdad. De esa ocupación resultan tres novelas, un libro de cuentos y dos libros testimoniales más. No obstante que el autor también escribe ensayo y artículos periodísticos, es en su literatura donde mayormente refleja su experiencia de vida. De la relación adúltera que tiene con una empleada doméstica, quien empieza por hacer la limpieza de su departamento y acaba enredado con él, escribe Fallaste corazón (Tintas editores, 1990), novela que recrea las vicisitudes trágicas de dos jóvenes amantes. Después publica Bellas en su abandono (Editorial Guernika, 1994), un libro de cuentos en que se regodea en los personajes femeninos que tanto le gustan y al mismo tiempo ajusta cuentas con su padre muerto hace ya varios años. Y para poner punto final a la década, publica una novela humorística, muy criticada porque sale de su tono habitual: Lupe la canalla (Editorial Guernika, 1996/ Daga editores, 2000). En ésta cuenta otra historia verídica que le ocurrió cuando, en una de sus prolongadas épocas de crisis económica, una admiradora “gorda, cuarentona y estúpida” (sic) lo acosa sexualmente. En septiembre de 2001 recibe el premio Antonio Mediz Bolio por su trayectoria y rompe un periodo de falta de creatividad con Ya viví, ahora qué hago (Plaza y Valdés editores, 2001). Novela en la que en una sucesión de escenas narra con técnica casi cinematográfica la historia de Alejandro, un amigo suyo que murió asesinado, y la alterna con la historia de un escritor “conflictuado y propenso a la autodestrucción”. En ella mantiene la misma visión pesimista de la vida e incluso confiesa su decepción por los premios. “En mi carrera no contemplo los premios literarios internacionales. Fui niño violado, he sido prostituto, izquierdista, alcohólico, conozco la cárcel, soy bisexual; los premiadores rechazan este estilo temático.” (Ya viví, ahora qué hago; p.57). A mediados de esta década, Raúl empieza a pagar la factura por años de intensidad y descuido, de alcohol y Valium. Lo aquejan las enfermedades 36
y la angustia económica. Un problema en la columna vertebral lo saca de circulación durante varios meses. De la soledad y la tortura que padeció en hospitales del ISSTE, escribe la crónica Corazón de acero (Plaza y Valdés editores, 2002), en la que no hay ningún subterfugio literario que transforme la realidad, sólo nombres y situaciones vistas desde la óptica de un escritor que nunca necesitó imaginarse el dolor porque lo vivió a fondo. “Volvió a excitarme el retar a la muerte. No le tengo miedo, quizá por eso se ha vuelto complaciente conmigo. Desde pequeño he batallado solo. Con el dinero ganado por medio de trabajos desagradables, pagué mi carrera de contador y el aprendizaje del idioma inglés. Me sobrepuse al abandono de mi padre. Llegué a la ciudad de México con unos pesos en la bolsa. Me abrí camino. Trabajé como contador mientras estudiaba literatura y escribía mis primeros libros. Algunas depresiones las superé por medio de la escritura. Sobreviví a tres intentos de suicidio. El primero fue a los nueve años, después de una violenta agresión de parte de mi padre. Cuando estaba a punto de entrar al quirófano, pensé en que tengo el corazón de acero. Había podido sobrevivir a tanta agresión.” (Corazón de acero; pp. 124-125). IV Ningún medio se pone de acuerdo. Por Esto! afirma que fue entre el 18 y 19 de noviembre de 2009. En Noticias del Mundo puede leerse que ocurrió el 22 de ese mismo mes. En la edición de Milenio del 28 de noviembre, aparece una nota de Ignacio Trejo Fuentes: “Rodríguez Cetina determinó aislarse del mundo –sobre todo del ámbito intelectual-, del sexo… y se encerraba en su minúsculo departamento de la Colonia Moctezuma a escribir como obseso y a beber como demente. Ahí murió, a causa de un infarto múltiple al miocardio, según reveló la autopsia. Sus vecinos se extrañaron de no verlo durante varios días pese a que las luces de su departamento permanecían encendidas; luego fue un hedor y nubes de moscas las que obligaron a dar parte a las autoridades. Al arribar éstas, el miércoles pasado, descubrieron al yucateco muerto, tirado de bruces en el piso. Pero los expertos calculan que tenía por lo menos ocho días de haber fallecido, solo, como un perro.” Apenas hace unas semanas, la editorial Plaza y Valdés lanzó a la venta el último libro de Raúl, Mi pasado me condena (Plaza y Valdés editores, 2009), una serie de relatos engarzados que conforma su libro de memorias. Vale la pena leer este libro que responde, por medio del ejemplo de una vida particularmente difícil, a tantos aprendices que sueñan con hacer carrera literaria. 37
“Ya desde el principio comprendí que el oficio del escritor mejora con cada libro y que los reconocimientos carecen de importancia, porque el reto se encuentra en el siguiente libro.” (Mi pasado me condena; p.65). El cuerpo de Raúl Rodríguez Cetina fue cremado y sus cenizas fueron esparcidas en la Mérida que lo vio nacer en 1953. Al parecer dejó un libro póstumo que se llama Turbulencias y está próximo a publicarse también por Plaza y Valdés.
Resignación a la estructura. Foto: Luís Miguel Juárez Figueroa.
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Eso es lo que yo quiero: aprender a reĂrme a carcajadas de mi mismo. Siempre, aunque me corten los huevos. Pedro Juan GutiĂŠrrez.
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el perro bastardo EUSEBIO RUVALCABA
UN HOMBRE MUERTO Para el doctor Héctor Trinidad Delgado
He visto hombres muertos. Para quien vive en una ciudad violenta, ver un hombre muerto es cualquier cosa. Pero siempre he llegado tarde. Cuando aquel hombre muerto está cubierto con una sábana. O cobija. O sarape. Da igual. O cuando sólo queda su sangre en la banqueta. También da igual. Acaso por eso no he distinguido en esos hombres muertos, la diferencia entre la vida y la muerte. Pero hubo un hombre que tuvo la generosidad de mostrarme esa diferencia. Mi padre. Cuando vi su cuerpo, sus ojos mirando al vacío, sus manos por fin quietas, la vida se me reveló en todo su poder.
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UN AUTOMÓVIL. CUALQUIER AUTOMÓVIL Es la montura de los tártaros, que en las batallas bebían de la sangre del animal para recuperar vigor y dignidad. Es la velocidad que le imprimían los hunos a sus bestias. Es el cimarrón piel roja que aún relincha cuando llega bramando a la cima del cerro. Es la galanura del varón urbano. Es el caballo que dejaban los vaqueros a las puertas del saloon, abrevando de agua fresca mientras ellos bebían bourbon. Es el purasangre que los árabes adiestraban para cruzar el desierto y dar cuentas a su dios. Es el modo de beber unas cuantas gotas del medicamento de la libertad. Es el modo de sentir que las cosas están bajo control, por encima de la mediocridad. Llevar a una mujer en el lado del copiloto es llevar a una mujer sobre las ancas. No es casual que un hombre escoja un auto blanco, como aquellos caballos que montaban los oficiales confederados. No es casual que un hombre escoja un auto negro, y que lo engalane con detalles para él significativos como aquel caballo que montara Emiliano Zapata y que engalanaba con implementos de montura y de combate. Menos que el auto tenga algo de indómito y de fugaz. Sea último modelo o más viejo que el dueño. Por algo se le bautiza. Un hombre que comprende a su auto lo bautiza, tal como hiciera Jack London con su caballo, al que nombró Fuera de la ley ¯mi carro se llama Jeronimus. Pero es también la noble bestia de la que depende una familia para sobrevivir. Como lo es el auto del taxista. Cualquier hombre que ama su auto disfruta la lectura de Belleza negra. Y su corazón se enciende cuando aquel caballo protagónico es maltratado, como cuando rayan su auto.
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POEMA Hay un nervio que va de la música a la literatura. Y de la literatura a la música. Está hecho de soledades en el bar, de mujeres que en la cama son hombres. De mujeres que dicen no y cierran las piernas. Está hecho de jirones de vida. De aquello que los hombres van dejando a su paso. Una huella en la que se quedan atorados los alacranes. O mejor: una huella en la que los alacranes reconocen su aguijón. Ese cable nervioso no tiene nombre ¯aunque algunos lo reconozcan a la primera. Pero se escucha en ciertos silencios. Musicales o literarios. O cuando aquella música llega a un punto álgido. O cuando aquella literatura sangra.
Tragos bien informados. Foto: Mariana Torres Lara.
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box-industrial
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ÓSCAR A.G. CONDE
¿Qué es una ganzúa comparada con un título cambiario? ¿Qué es un robo a un banco comparado con la fundación de un banco? ¿Qué es asesinar a un hombre comparado con darle empleo a un hombre? MacHeath, “La ópera de cuatro cuartos” de Bertolt Brecht.
La campana suena. Otro round, otro asalto a muerte, purgación cerebral, al menos. Como siempre, te sacudes del descanso para acertar un fuerte y certero golpe, un bien centrado tiro que estremezca al oponente, que lo fulmine, que lo aplaste, el gran y soñado golpe… el que nunca llega y no sabes si vendrá. El sudor frío se ha combinado con ardor en el estómago, ahora hay una mezcla de esfuerzo físico apresurado por el momento, por la ilusión de pelear y derrocar al jefe del ranking, aquel pelele sabelotodo que no se merece la fama que le rodea. Piensas que todo esto es en parte gracias a ese papel que lo respalda, ese pedigree. Te distraes, él suelta el primer golpe. Los guantes son acolchonados, hasta podría decirse que tienen demasiado confort pues ya ni siquiera sientes sus altisonantes palabras desgarrando tu trabajo: toda tu disciplina del mes pasado es desmembrada a base de estadísticas. Te sorprende el hecho de no sentir dolor, al contrario, parece que sólo te confunde, no fue un golpe para derrotarte sino para confundirte. ¿Acaso hay distinción entre confusión y derrota? La victoria puede llegar sin que sepas que se encuentra justo ahí, bajo tu sonrisa de idiota; sin que entiendas que la confusión nubla la vista y ya sólo queda un gran y enorme vacío del que no podrás salir nunca, al menos en esta “deportiva” institución. Lo golpeas. Nada, los espectadores ni se dieron cuenta. No le haces el menor rasguño, ni siquiera una pequeña cortada en la mejilla. La campana. A descansar. El tiempo se fue rápido, recibiste más golpes de los que 43
alcanzaste a sentir en todo tu cuerpo. Regresas a la silla a reflexionar, a pensar qué es lo que hiciste mal, ¿por qué te ataca de esta forma? ¿Por qué no te ha tirado ya? ¿Acaso desea hacerte saber quién es el que manda? ¿Desea hacerte ver que no puedes tirarlo? Gran error: tarde o temprano se cansará de golpear, nadie puede ser tan bueno en lo que hace, siempre has sabido que los grandes caen más fuerte que aquellos que estudian en academias humildes, como tú. La campana. Te apresuras, mueves todo tu ser y le exiges un último esfuerzo; no, mentira, no será el último esfuerzo. Tratas de apresurarte y demostrar todo tu entrenamiento, recuerdas cada lección y cada victoria, no dejas que sus golpes te confundan o que juegue contigo, no puedes dejar que le muestre a todos que estás vencido aunque ni siquiera hayas tocado el piso. Nada, maldita sea, ni un pequeño rasguño sobre su asqueroso cuerpo pero al menos te sientes bien de haber intentado ese derechazo. Más golpes, más golpes en tu pecho de los que nunca pensaste. En la espalda, en las costillas, en la boca del estómago, en las mejillas, en la frente, en los reportes del mes pasado, apenas puedes ver. Casi lo ha conseguido. Ni siquiera puedes recordar las lecciones de ayer, las lecciones que habías memorizado dentro de tu cabeza y ahora están esparcidas por la lona de tu mente. Más golpes y ya no sabes qué hacer. La campana. Estás asqueado. Asqueado de haber aceptado vender algunos años de tu vida por un fajo de billetes. Te sientes laxo de que los guantes no pesen como debieran hacerlo. Quieres vomitar al pensar que esta bestia conformada de avaricia te ha enseñado una de sus lecciones favoritas: no luches. Te ha castigado como ningún culto profesor hubiera podido, casi logra su objetivo al derrotarte sin tirarte a la lona, quiere que te rindas y que aceptes su supremacía. No lo aceptarás, nunca. Antes caerás junto al grupo de los iracundos y los vagabundos. La campana. Te levantas pensando en que siempre fuiste así. Siempre te gustaron las causas perdidas. Te has vuelto a distraer y empiezas a acostumbrarte al dolor justo cuando el momento crítico por fin llega. Estás perdiendo el tiempo en esquivar y pensar, especular en cómo defenderte ¿por qué siempre se te olvida pensar en cómo ganar? La obtención de la victoria es risible, al menos este día. Te falta equipo y entrenamiento, parpadeas: gran error. Abres los ojos y ya sólo quedan milímetros de separación entre un recto y tu rostro. Casi te tira de no ser porque te apoyas en las cuerdas, en el jefe que siempre te salva. Las buenas cuerdas que siempre están ahí. Te yergues derecho, lo más derecho que puedes, como una montaña que resiste inútilmente. Tal vez ya se haya cansado. La campana. Es hora de tu otra junta. 44
más tóxico ADRIAN ROMÁN
SÁBANAS DE OCHOCIENTOS HILOS DE SEDA si lo piensas bien, es muy posible cualquier cosa. incluso que un día terminen de pasar todos esos elefantes oscuros, lentos y enfermos que no me dejan dormir. también es muy probable que alguna noche él te haya jurado que todas las estrellas te pertenecían, también la luna. no pudo señalar una sola constelación. tú lo deseabas. logró poner a manolo blahnik a tus pies, se aseguró de que louis vuitton cargara tus cosas. mañana él se levantará temprano a trabajar y tú nunca escribirás la novela que ya tenía título; te dije que era mala idea empezar por ahí. Acuéstate en tu poettery barn, deja a un lado este libro. no le has entendido un carajo, mastúrbate pensando en la clara tarde en que el sudor y tus jugos vaginales hicieron verte transparente, yo estaba junto a ti, tendido en tus sábanas de ochocientos hilos de seda. juro que eras pura agua, olías riquísimo, un rayo de luz cruzaba por todo tu cuerpo y podía ver mi semen descansando en tu vientre. también voy a masturbarme, cuando terminen de pasar todos esos elefantes disfrazados de noche. 45
MÁS TÓXICO QUE LOS IMECAS soy, a veces, una llave de a caballo aplicada por el santo. otras veces soy el madrazo de frustración que un borracho deja caer en la mesa. cuando era niño hice llorar a pin pon. le pegué con su pinche peine de marfil. a veces soy tan transparente y emocional como una adolescente que se masturba. soy sansón dando patadas de ahogado, soy el correveidile de la lujuria, soy más tóxico que toda la banda de imecas. siento una profundísima nostalgia por algunas mujeres que ni conozco. la misma pendeja nostalgia que me da pensar en el primer han solo que me compró mi madre. siento por todos los escotes la misma nostalgia que mi abuela siente por catalina creel, por pagar ochenta centavos para ver a pedro infante en vivo, por el tranvía que llegaba al zócalo. cuando tu hermana tiene sueños húmedos, siempre voy de metiche. a veces me siento como un portero antes de que le tiren un penalti, a veces un cuento pornográfico con vodka y agua mineral, a veces como el cochambre que dejan las viejas en su tanga. soy una voz necia que pide un trago más, soy un gancho al hígado de la realidad; esa vieja fresa que no bebe y que nos mantiene en sus brazos mientras mira cómo nos destruimos. soy, a fin de cuentas, un sicario sin balas huyendo de la responsabilidad de encontrar su propia muerte.
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TE ESPERO cuando todas las vergas de esta ciudad se encuentren cansadas y durmiendo. cuando ya no sean un fajo de billetes. sino unas cuantas moneditas, cuando no sean el monstruo salido del clóset, más bien un temeroso gato de angora, entonce, la mía, estará de pié, esperándote.
El Tío Pepe. Foto: Mariana Torres Lara.
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anti amelie ADOLFO RAMÍREZ
Encontré el libro que leía de niño Hecho pedazos bajo un mueble que hace diez años nadie movía de lugar Las hojas amarillas, los dibujos torcidos, las letras hechas mierda La pasta mutilada por los insectos y el tiempo. Días antes había dado con otras memorias: Un dibujo del noventa y cuatro, Dos peluches sin ojos y esa foto de navidad donde el abuelo ríe bien pedo Yo soy ese libro Esas memorias despostilladas, Ese dibujo que a nadie le importa Y mis ojos, como los de aquél oso de peluche Alguien los ha descosido de su lugar. Y lloro, como el abuelo, borracho. olvidar es mutilarse un dedo una pierna, un brazo clausurar algún pasillo interno guardar algo de silencio. Olvidar es tragar fresas hervidas con mercurio correr a los ángeles a patadas de la habitación arrojar el corazón a la vaporera y romper en cachos la cajita musical de los recuerdos. 48
Olvidar es volverse loco y lanzar los tenis al alambre sacar la estúpida banderita de la paz sentarse en un teatro abandonado a llorar por las telarañas y las pesadillas. Olvidar no es matar pero sí echar a dormir algunos pensamientos dos o tres ideas, podar la hierba buena y mala del jardín de la memoria quemar las flores de los árboles más bellos pisar con coraje las semillas. Olvidar es mutilarse un dedo una pierna, un brazo para que no gangrene todo lo demás para que no se extienda lo podrido y así, el olvido nos salve la vida.
Dos amigos. Foto: Luís Miguel Juárez Figueroa.
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fin de semana con el niño interior R. ISRAEL MIRANDA SALAS
Así que decidí acompañarte a una especie de “retiro terapéutico”. Me pediste que llevara ropa cómoda, artículos para baño y un muñeco de felpa. (¿Y dónde se ha visto que en el inventario de un bebedor de cervezas compulsivo, un renegado, un endemoniado outsider se encuentre un maldito muñeco de felpa?) La cosa no pintaba bien, pero te amaba (en serio) y quería intentarlo. (Hasta me compré un Hombre-Lobo de peluche.) Ahí estábamos como ocho o nueve perdedores sentados en círculo, gritando, haciendo ruidos extraños o cualquier cosa que en supuesto nos “remitiera” a nuestra infancia. Azotando los muñecos contra el suelo. Yo estaba simplemente sentado, callado, asombrado. Comencé a sentirme profundamente triste. Siempre he odiado a los niños que gritan y corren histéricos por todos lados. Y ahí estaba, rodeado de perdedores adultos haciéndole al primate. 50
La terapeuta se acercó y preguntó qué me pasaba. Le dije que me parecía absurdo golpear a mi Hombre-Lobo, pues no lo odiaba. -¿Y por qué no gritas y te desahogas?Le respondí que no era mi estilo. Me tomó la cabeza y me recostó en el suelo en posición fetal. -Tranquilo- dijo –todo está bien. Ahora toma tu pulgar derecho y chúpalo como cuando eras niño-. ¿Y qué le parece si usted toma el suyo y se lo mete por el culo? (Siempre he tenido una extraña facilidad para arruinarlo todo.) Ese fin de semana descubrí que mi niño interior era un monstruo que ahora es adulto. Tú descubriste que yo no era lo que deseabas, y que tu papá se masturbaba en el baño después de agarrarte a nalgadas. Te regalé mi Hombre-Lobo.
Todo menos ESO señor director. Foto: Mariana Torres Lara.
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carta al padre OSCAR ALTAMIRANO
padre / fuiste mi héroe te admiré más que a batman y al hombre araña aliviar el hambre de once hijos debió ser más cabrón para ti/ que enfrentar al guasón y al acertijo juntos pudiste haber sido libretista de ciro peraloca pudiste haber sido comandante de los cuatro fantásticos... te debo padre tantas cosas los carritos y luchadores de tres por diez de mis fascinantes tardes de azotea los guantes de box de las madrizas perdidas con mi hermano mayor a pesar de mi insistencia una y otra vez... mi primer trago sacrosanto de tequila / agave exquisito / valedor las frondosas piernas de tu secretaria / las que escudriñé desde todas las perspectivas sobre todo bendito padre las cuatro hijas querendonas de tus tres queridos compadres / un buen agasaje nunca se olvida... guardo de ti bellas lecciones el sorpresivo chingadazo de karate que me diste en el estómago el alcohol ya le zafó las tuercas a este guey... ya valió madres... pensé / babeando adolorido desde el piso sin embargo me levantaste mi cuerpo temblando como trapo viejo esperaba un nuevo chingadazo 52
sólo / serenamente me dijiste jamás confíes en nadie y mira siempre a los ojos... tenías razón han pasado 40 años y me he librado al menos de 400 madrizas gracias a ti padre a tus sabias lecciones o bien tu indiferencia cuando aquel hombre puso la pistola en tu cabeza como un rey estoico en el tablero te quitaste el reloj de carátula verde que deseaba y me lo diste y más bellos recuerdos todavía tus poemas a mi hermana esquizofrénica / ocultos en el cajón de tu escritorio... de alguna manera padre la vida te bailó las vueltas del perro el único kilo de bisteces que recuerdo se lo zampó el gato... correteaste al gordo animal por todo el vecindario / machete en mano hasta salpicarlo en cien pedazos y cocinaste al gato alguna navidad como tantas sin regalos intentaste prender fuego a la casa para acabar de una buena vez con las hartas tristezas... nada más se prendieron las cortinas nos quedamos con los palos chamuscados de cortineros sin cortinas otra / sellaste puertas y ventanas/ abriste a la llave de gas y no había gas o la noche que llevaste serenata a mamá con un mariachi fue la única vez que te escuché cantar tu ronca voz decir profundo querer como estoy queriendo... pero el mariachi acabó apedreándote porque no te quedó ni perra flaca en la parranda para pagarles... te digo/ la vida te bailó las vueltas del perro... es extraño padre jamás te vi llorar jamás sabré si fuiste de este mundo...
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buena persona MAURICIO R PACHECO
Ser buena persona más temprano que tarde me convirtió en un pendejo. Así sucede siempre. Ahí está mi madre como ejemplo, de buena gente soportando los deslices de mi padre, hasta que un día decidió cambiar las chapas de las puertas. Mi padre de buena gente pagando botella tras botella a sus amigos y manteniendo los caprichos de sus amantes. El día que terminó en el hospital tuvo que abandonar ciertos excesos sus amigos desaparecieron también. Me sucedió a mí, alguna vez le tendí la mano a alguien, pronto intentó arrancarme el brazo. Otros peores me llaman amigo, a menudo quieren encontrarme para que escuche sus penas, me abrazan, me empapan los hombros con lágrimas, saliva, mocos. 54
Otros menos afligidos, pero más desgraciados, me invitan a beber con las finas intensiones de que pague la cuenta. Tantas veces he necesitado de un cómplice y por alguna razón todos desaparecen. Por eso hoy en día prefiero ser un ojete, no gasto tanto tiempo ni dinero y es menos perjudicial que ser un pendejo llamado amigo por otros más ojetes que yo.
Chavas dos por uno. Foto: Mónica Gameros.
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ando en busca del deseo ÁLVARO MORRISON
Ando en busca del Deseo, ese, el de hacer cosas, el que añoras cuando viejo, el que doblas para guardarlo en tu bolsillo y poder introducirlo a las fiestas, a la escuela, a la cantina, a la cama. Sí, ese pinche Deseo de andar la Ciudad en madrugadas perversas, en viajes largos y densos, ese Deseo que le partía la madre a toda oposición. Ando en busca del Deseo, hace tiempo que se fue de vacaciones el muy cabrón. Esta noche voy a encontrarlo.
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la última y nos vamos LEONARDO CORAL
UNA BREVE REFLEXIÓN... Me dedico a la creación musical. Mi visión es ecléctica. Considero que ningún sistema composicional es mejor que otro ya que cada cual ofrece distintas posibilidades para expresar la interioridad subjetiva, emotiva y sensual. Pienso que lo que verdaderamente importa en la composición, más allá de las polémicas tonalidad- atonalidad, modernismo- postmodernismo, arte sonoro electroacústico- expresión tradicional, arte popular- arte clásico..., es lograr una poética sonora que transmita convincentemente la energía vital y espiritual del ser humano. Como latinoamericano, soy el resultado de un complejo proceso histórico de mezcla cultural. Sería absurdo negar mi parte europea, pues el idioma con el que me comunico y el sistema de codificación musical que empleo son europeos. Sin embargo, las condiciones de mi país, México, son muy distintas a las del viejo continente e inciden en mi forma de expresión musical. Vivimos una época con gran diversidad de corrientes musicales. Esto tiene causas multifactoriales que involucran desde aspectos meramente artísticos y psicológicos hasta cuestiones históricas, sociológicas, geográficas, económicas y tecnológicas. Cada forma de hacer música responde a una realidad diferente. Los caminos que tiene actualmente el compositor, en la búsqueda de su propia personalidad, son múltiples. En mi proceso creativo, la síntesis de elementos disímbolos para conformar dos mundos contrastantes y complementarios es substancial. Uno de ellos es de carácter luminoso con colores traslúcidos y tendencia hacia la expresión melódica; el otro es visceral, rítmico y enérgico. Los avances tecnológicos permiten un acceso a la información que era impensable en otros siglos. Actualmente podemos ubicarnos en 57
realidades musicales de otras épocas o lejanas geográficamente, pero el problema es que padecemos sobresaturación de información y manipulación mediática apabullante. Las cosas se suceden tan rápido que fácilmente pierden su sentido esencial. Día con día nos bombardean miles de músicas. Hay poco tiempo para el silencio y para escuchar la propia voz. La música de cualquier estilo o tendencia se convierte fácilmente en chatarra sonora, cuya función es enajenar y vender a toda costa lo que sea. Y esta chatarra sonora se traga todo, moderno, antiguo o posmoderno, todo sucumbe ante la feroz trituradora merachifle. Aún así, creo que la música no ha perdido su significado vital como ritual ancestral y parte esencial de la vida interior de millones de gentes. La expresión musical involucra una gama muy amplia de aspectos distintos con el sonido, el ritmo, la comunicación, la imaginación, la evocación, la organización, la libertad, el rigor, la disciplina, la precisión, la pasión, el tiempo, el misterio, la danza, el canto, la magia... Es más, la practica musical sigue siendo una fuente de trabajo importante. Es impredecible la dirección del vasto océano musical en el futuro, pero es indudable que el fenómeno de la música engloba valores humanos esenciales que vale la pena cultivar, entender y experimentar. La vivencia musical, en todo su conjunto de significados y manifestaciones, en enormemente enriquecedora y coadyuva a una mejor calidad de vida. Desde mi punto de vista, la creación de nueva música es importante porque es una de las manifestaciones de la renovación continua de la existencia. Quiero cerrar este circulo con la visión de Alberto Ginastera. Comparto su idea de asimilación de un sistema composicional en función de las necesidades espirituales de su impulso creador. ...el problema dodecafónico de fue planteando y resolviendo dentro de mi, no por influencias exteriores de procedimientos en boga en Europa, sino por fuertes demandas espirituales. Con el andar del tiempo ellas se plasmaron dentro de mí y renacieron, no como fenómeno objetivo de asimilación técnica, sino como manifestación subjetiva de una necesidad interior. Es ésta la única manera como yo concibo la transformación de los principios técnicos: como una necesidad imperiosa y espiritual del impulso creador.1
1 Suarez Urtubey, Pola, Alberto Ginastera en cinco movimientos. Buenos Aires, Victor Lerú, 1972, p. 44
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índice COMPASIÓN POR UN IDIOTA Edgar Pérez Pineda ............................... 06
VETE ENTERANDO Eduardo Rivera ..................................... 39
PERRO VIEJO Y CANSADO Carlos Bortoni ..................................... 09
EL TURNO DEL AULLANTE Max Rojas ............................................ 41
FALTA DE APREHENSIÓN VOMITANDO Martín Heredia Zeballos ....................... 12
ESPEJOS R. Israel Miranda ................................. 45
UN PADRE EJEMPLAR R. Israel Miranda .................................. 13 NIDIA CIELO Gabriel Rodríguez ................................. 18
POEMAS Hortensia Carrasco ............................... 48 VITALÍC Ange ........................................................ 50 EL PERRO BASTARDO
BREVES INCURSIONES AL ESPACIO ESCULTÓRICO Jezreel Salazar ..................................... 24
LAS LLAVES LISZT Eusebio Ruvalcaba ................................ 52
TODO DEPENDE DE LA GRADUACIÓN DEL LICOR CON QUE SE MIRA… Aldo Sánchez Briones ............................ 27
DOSSIER
LOS PERROS FAMÉLICOS Jesús Rito García ................................... 29 EL CONCIERTO Ester Ortega ........................................ 36 LOTERÍA DE BARRIO (jaifikú) CANTO MARIANO (soneto) Jaime Coello .......................................... 37
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LAS OCHO DE KURT VONNEGUT. O DE CÓMO ESCRIBIR RELATOS CORTOS. La-Lov .................................................... 54 35 MM THE FALL. El sueño de Alexandria. Sancho Pantera ..................................... 58 CALIBRE
La Pasita. Foto: M贸nica Gameros.
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Los bastardos de la uva, letras de la errancia para trastabillar en las cantinas Número 2, es una revista independiente de literatura de publicación trimestral, editada por Editorial Start/Pro Diseño y producción. Se prohíbe la reproducción total o parcial. La redacción no se hace responsable por originales no solicitados. Toda colaboración es responsabilidad exclusiva de su autor. Los derechos sobre las obras aquí publicadas pertenecen a los autores y a las casas editoriales correspondientes. Su publicación aquí es únicamente con fines de difusión. Los anuncios publicitarios son responsabilidad de las empresas. Se terminó de imprimir en julio de dos mil diez. La edición consta de mil ejemplares más sobrantes para reposición. Se distribuye en la ciudad de México y zona conurbada. Prohibida su venta en la Comunidad Económica Europea y antros no autorizados. Contacto y colaboraciones uvastardos@hotmail.com revistalosbastardos.blogspot.com
Los bastardos de la uva agradecen a Luís David Apodaca, Luís Miguel Juárez y al Ingeniero Oscar Viñas por el apoyo brindado para la publicación de este número.
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