Notas breves para un debate en torno a una polĂtica cientĂfica comunista Por Pablo J. Infiesta
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Estos materiales han sido editados para su distribución. La intención de los editores es que sean utilizados de la forma más ampliamente posible, adquiriendo originales permitiendo así nuevas ediciones y en el caso de reproducción, esperamos se haga constar el título y la autoría.
1ª Edición, 2006 Edición a cargo de: Carlos Glz. Penalva Diseño de portada: Carlos Glz. Penalva
© del texto: Pablo J. Infiesta © de la presente edición: Asociación Cultural Isidoro Acevedo Plz. América, 10, 4º Oviedo, España
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n la actualidad, la ciencia es un elemento fundamental del proceso de producción de la vida material. En cuanto fuerza productiva, la ciencia transforma y conforma la realidad en todos sus aspectos, a través fundamentalmente de sus aplicaciones tecnológicas. Ya en el siglo XIX, los avances en la mecánica, la química y el electromagnetismo posibilitaron el surgimiento y la consolidación de la Revolución Industrial; sin la tecnología elaborada a partir de los descubrimientos científicos, el desarrollo de la industria, la producción mecanizada y el transporte no se hubiera producido. Pero es en el siglo XX cuando la ciencia y la tecnología cobran toda su importancia. Sobran ejemplos: la nueva física, la energía nuclear y la bomba atómica; el desciframiento de la estructura del ADN y las biotecnologías; la computación, la automatización de las máquinas y las tecnologías de la información y la co m u nicació n… É sto s y o tro s descu brim iento s e inno vacio nes configuran el presente en su dimensión económica, política, social, laboral, etc., y otorgan al ser humano unas posibilidades inusitadas.
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No debemos pensar, sin embargo, que la ciencia es neutral y su desarrollo está motivado únicamente por la solución a los problemas del mundo en el que se realiza; o, lo que es aún más ingenuo, por el afán del ser humano en la búsqueda desinteresada de la verdad. Sin perjuicio de la verdad de sus teoremas, la ciencia, como fuerza productiva, está inserta en un modo de producción que la determina. Así pues, el modo de producción, y en particular los intereses de la clase dominante, ejercen sobre la ciencia una doble influencia: Una influencia limitativa, impidiendo o bloqueando determinadas investigaciones por razones económicas, políticas o ideológicas; y, lo que es más importante, una influencia directiva, seleccionando los programas y objetivos de la ciencia en función de los intereses de quienes financian las investigaciones y obtienen beneficios de las aplicaciones tecnológicas. Ya Marx estableció que, en el modo de producción capitalista, las relaciones de producción entran en conflicto con las fuerzas productivas, impidiendo su desarrollo y aprovechamiento por la totalidad de los seres humanos. Aplicando la tesis al caso concreto de la ciencia, las relaciones de propiedad imperantes hacen que los resultados de la investigación científica favorezcan únicamente a unos pocos, cuando podrían redundar en beneficio de todos: por ejemplo, la actividad biotecnológica podría orientarse a la producción de recursos agrícolas que paliaran las atroces hambrunas padecidas por los habitantes del Tercer Mundo. Sin embargo, lo que se busca mediante la manipulación genética es evitar que la propiedad y control del producto pasen a manos del agricultor, mediante las patentes sobre los organismos genéticamente modificados, o la creación de semillas estériles que obligan al agricultor a comprar nuevas semillas para cada cosecha, estableciendo una relación de dependencia respecto de la
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empresa productora. La industria farmacéutica, que mediante las patentes y los precios desorbitados bloquea el acceso a las medicinas a millones de personas que mueren de enfermedades curables, constituye otro triste ejemplo de la incidencia del interés privado en la producción y distribución de productos tecnológicos de primera necesidad. Y es que, en nuestra época, la actividad científica poco tiene que ver con la imagen mítica del genio encerrado en su gabinete, discurriendo abstrusas fórmulas impenetrables para el resto de los mortales. Por el contrario, la ciencia es una institución social, una empresa colectiva que exige la participación de amplios grupos de trabajo, la aplicación de sofisticados medios de producción, y la inversión de grandes cantidades de capital para su desarrollo. En España, como en el resto de estados liberales, las principales inversiones en ciencia y tecnología proceden del sector privado, y las premisas que orientan las tareas de la ciencia son la competitividad empresarial, la rentabilidad económica y el beneficio de los inversores; nunca el bien común, o la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos, sobre todo de aquéllos que no pueden pagar. Tampoco las investigaciones financiadas con dinero público responden a las expectativas que cabría exigir: más de la mitad del gasto en investigación y desarrollo realizado por el gobierno de nuestro país está destinado a la producción de tecnología militar, y otra parte sustantiva se destina a subvencionar investigaciones dependientes de instituciones privadas. Menos parecen interesar proyectos como el de la vacuna de la malaria, desarrollado por Manuel Elkin Patarroyo: tras negarse a vender la patente de su vacuna y donarla a la Organización Mundial de la Salud, para que todos los seres humanos pudieran disfrutar sin trabas de los
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beneficios de su descubrimiento, sus investigaciones se han visto prácticamente paralizadas por falta de financiación. Así, es el sistema capitalista de producción el que determina las contradicciones que presenta el desarrollo de la ciencia, porque la ciencia, como institución social, refleja las contradicciones del modo de producción. Los comunistas debemos ser conscientes de las posibilidades abiertas por el progreso de la ciencia y la tecnología: al margen de la investigación científica y sus aplicaciones tecnológicas, la sociedad socialista es imposible. Nada más reaccionario que el romanticismo neoludita, cuyo programa conduce, cuanto menos, al regreso al Antiguo Régimen. Porque no es la tecnología la que somete al hombre, al trabajador, sino las relaciones de producción -y más en concreto el régimen de propiedad- imperantes en el modo de producción capitalista. Mientras la ciencia y la tecnología estén en manos del gran capital, las investigaciones e innovaciones redundarán, en gran medida, en la consolidación y refinamiento de la dominación y la explotación del hombre por el hombre. Así pues, en la lucha por la emancipación del ser humano, es necesario plantear un cambio radical en las políticas científicas, defendiendo una gestión racional en la cual las tareas de la ciencia no estén sujetas al interés partidista y egoísta de unos pocos, sino que estén orientadas al beneficio de la mayoría. Para ello, es requisito imprescindible la planificación pública y democrática de la investigación científica, y la consideración del conocimiento científico y sus aplicaciones tecnológicas como patrimonio de todos. Estas son las premisas básicas de una política científica conscientemente comunista. El resto del camino está por hacer.
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Materiales publicados por
Colección Formación y Debate Teórico 1. 2.
Qué es el marxismo. Francisco Erice El marxismo como teoría de la emancipación social. José María Laso
(En preparación) 3. 4.
La teoría de la historia:El Materialismo Histórico (I). Francisco Erice La teoría de la historia:El Materialismo Histórico (II). Francisco Erice
Colección Cortinas de humo 1.
Sociobiología e Ideología. Uriel Bonilla, Diego P. Bacigalupe, Pablo J. Infiesta, Carlos Glez. Penalva [En colaboración con la Asoc. Wencenlao Roces]
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Notas breves para un debate en torno a una política científica comunista. Pablo J. Infiesta En breve en:
www.isidoroacevedo.org
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