La Bella Rugiente

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Patricia Enderica Espinosa ilustrado por: DarĂ­o Guerrero DĂ­az



Patricia Enderica Espinosa ilustrado por: DarĂ­o Guerrero DĂ­az


ISBN: 978-9942-8649-8-7 Primera edición, 2018 ©2018 Chacana Editorial www.chacanaeditorial.com Quito - Ecuador Textos de Patricia Enderica Espinosa Ilustraciones de Darío Guerrero Díaz Diagramación: Santiago Vásconez Yerovi Corrección de estilo: María Alejandra Almeida y Santiago Vásconez Yerovi Musicalización: Green Tiki Records Producción Audiovisual: Santiago Vásconez Y. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso del Editor. Impreso por Soluciones Publicitarias Impreso en Quito


Para mi bella Daniela, quien rugiรณ por cada diente de leche. P.E.E.

A todos aquellos que, en uno u otro momento, han estado cerca de mi vida. D.G.D.


El sol empezaba a bostezar y lo único que se escuchaba en la selva ecuatorial era el murmullo del viento jugando entre los árboles. La hora de la siesta había llegado y jaguares, tapires, guacamayos, monos, tortugas y zarigüeyas, descansaban en sus guaridas. Sueños increíbles comenzaban a tomar forma en las mentes de los más pequeños, cuando de pronto, un estruendoso rugido puso a todos con los pelos de punta: —¡Groaaaaaray, ay, ay! —se escuchó desde el árbol del rey jaguar—. ¡Grrrrrr!, cada vez más fuerte. La abuela Asiri se levantó de inmediato y, con sorprendente agilidad, salió de la cueva y llamó a su nieta. —¿Nina? ¿Dónde estás, Nina?



Nina era la jaguar más linda de la manada, su belleza era superada únicamente por su fortaleza. Era ágil, veloz, decidida y, según su abuela, un tanto testaruda. Nina nació en un día lluvioso, como tantos en la selva amazónica. Al mirarla, su madre sintió que el sol entraba a la cueva. Con asombro, la abuela notó cómo su dorado pelaje con pintitas marrones brillaba bajo la pálida luz de la mañana. Y, aunque sabía que la piel de cada jaguar es única e irrepetible, le pareció que era muy similar a la del abuelo, quien había sido llamado al sueño eterno hacía mucho tiempo. «¡Si tan solo estuvieras aquí para ver a tu primera nieta!», pensó. Illari, su madre, la limpiaba con largos lengüetazos que la hacían rodar por el esponjoso musgo que cubría el suelo. Las orejas gachas y peludas de Nina se movían con el mínimo ruido, y de eso había bastante en la selva. Chillidos, trinos, rugidos, chirridos, silbidos… provenientes de los nerviosos vecinos que, parados fuera de la cueva, esperaban con ansia el nacimiento de su princesa.


De repente, y para el asombro de todos, la cachorrita lanzó un agudo rugido que retumbó en las paredes rocosas de la guarida. No podía encontrar el pezón de su madre y el hambre la puso de mal humor. —Paciencia, mi bella rugiente —le dijo Illari enternecida—, todo llega si sabes esperar. —¡Nina!, se llamará Nina —dispuso la abuela—. Porque es inquieta y vivaz como el fuego. Illari pensó que aquel nombre le quedaba perfecto. Seguro al rey jaguar también lo complacería; a su retorno, se encontraría con una hija casi tan fuerte como él.


Mientras los recuerdos visitaban su memoria, la abuela siguió llamando a la jaguar para ver en qué nuevo lío se había metido. Hasta que otro agudo lamento se escuchó desde una rama. —¡Aaaay, ay, ay! ¡Grrrrrr! La abuela sabía que sus cansadas garras no le permitirían trepar hacia el Árbol Real, así que llamó desde abajo. —Nina, ¿qué te ocurre, cariño? —¡Me duele, me duele mucho! —dijo la pequeña entre sollozos—. Me duele mi colmillo. ¡Grrrrrray, ay,ay! Pronto, los animales empezaron a salir de sus casas y, aún medio dormidos, se preguntaron qué ocurría con su bella princesa. Entonces la abuela volvió a llamar: —Nina, baja de una vez para ver qué le ocurre a tu colmillo. —¡Es que duele! —Pero si no lo reviso no sabré cómo ayudarte. La adolorida cachorra bajó a regañadientes. Y, mientras más se quejaba, más dolor sentía.



—Abre la boca, Nina. Entre sollozos, la pequeña jaguar abrió sus fauces lo más que pudo. La abuela Asiri, rodeada por una multitud de curiosos, revisó uno a uno los pequeños dientes hasta que dio con el colmillo flojo. —¡Pero si está a punto de salirse! —dijo la abuela emocionada. —Eso no es bueno —gimió Nina—. No puedo comer nada. Y la culpa la tiene ese tonto coco que estaba masticando. —Yo podría sacártelo, princesa —dijo una zarigüeya muy solícita—; tengo mucha experiencia en eso. A todos mis nietos los he ayudado. Solo es cuestión de atar una gran piedra al extremo de una liana, y tu colmillo al otro. Luego, subimos a la copa del árbol más alto, lanzamos la roca y… ¡problema resuelto! —¡Noooo! —gritó asustada la cachorra y subió veloz a refugiarse en su árbol. —Gracias, abuelo Amaru. Tendré en cuenta su consejo —intervino la abuela Asiri—. Y gracias a todos por su preocupación; ahora, vayan a seguir con su siesta. Ya veré la forma de solucionarlo.



Cada uno regresó a su guarida. Incluso la abuela se recostó al pie del árbol y cerró un momento los ojos, mientras aguardaba a que Nina bajara. No pasaron ni quince minutos, cuando un potente rugido volvió a alterar la paz y tranquilidad de la tarde. —¡Groaaaaar! Otra vez, el lamento de Nina hizo que los animales saltaran del susto; pero, al no escuchar nada más, poco a poco se volvieron a rendir al sueño. Hasta que de pronto: —¡Grrrrrray, ay, ay! ¡Grrrrrr! ¡Aaaay, ay, ay! Y esta vez sí se despertaron por completo. Mientras los lamentos de Nina se escuchaban incesantes y ensordecedores, cada uno de mala gana volvió a sus quehaceres habituales. Los tapires recolectaron brotes y tallos para la cena, los guacamayos continuaron con la clase de vuelo para los más pequeños, las tortugas fueron a vigilar sus nidos y las zarigüeyas practicaron sus acrobacias en los árboles. Incluso los perezosos se habían despertado y, aburridos, masticaban algunas hojas. Ya en la noche, fatigados y somnolientos, los animales regresaron a sus casas para intentar descansar.


Pero su princesa no se callaba. «¿Acaso no tiene sueño?» «¿Habrá algo que la calme?» Se preguntaban, entre preocupados y molestos. Fue una noche muy larga. Ninguno logró conciliar el sueño, y los lamentos de Nina sumados a los lloriqueos de sus crías, terminaron por exasperarlos.



A la mañana siguiente, unas enormes ojeras habían aparecido en sus rostros. Estaban agotados. No tenían ánimo ni siquiera para levantarse. Lentamente tomaron su desayuno y fueron al río esperando que un chapuzón los reanimara. Mientras que Nina, cansada de rugir y lloriquear toda la noche, finalmente se quedó dormida. Por un momento, la selva volvió a su acostumbrada armonía. En la tarde, luego del almuerzo, la hora de la siesta no se hizo esperar e inmediatamente todos fueron a sus guaridas para acurrucarse. Pero al poco rato y para su tormento, los rugidos de Nina se escucharon nuevamente. —Nina, cariño, baja y déjame ayudarte —suplicó la abuela—. Tus padres llegarán pronto y no sería bueno que te encontraran en esas condiciones. —¡No! —Pequeña, nuestros vecinos no han podido descansar por tus lamentos y debemos mostrarles consideración. —¡No! No bajaré. ¡Grrrrrray, ay, ay! Nina estaba resuelta a vivir con su colmillo flojo. Aunque doliera, no dejaría que nadie intentara tocarlo. En sus guaridas, los animales no estaban para nada contentos.


Entonces Suri, una pequeña zarigüeya que era muy amiga de la princesa porque asistían juntas a clases de natación, reunió a algunos animales y les propuso una solución interesante. —Nina la está pasando muy mal —dijo preocupada—, y nosotros también. ¿Qué les parece si llevamos a cabo el plan que propuso mi abuelo Amaru? —Eso suena peligroso —contestó un pequeño tapir. —Yo digo que sí —intervino un mono-araña—. Nina se ha vuelto insoportable, incluso más que mi hermano pequeño que no para de chillar todo el día.


—Estoy de acuerdo —dijo una tortuga. —Yo también —apoyó una guacamaya. —Está decidido —concluyó Suri—. Necesitaremos una liana resistente y una piedra grande. Esperaremos a que Nina se duerma y, cuando lo haga, subiremos al Árbol Real y ataremos la liana a su colmillo flojo. —Pero es muy arriesgado, ¿quién lo hará? —preguntó el pequeño tapir. —Yo no —dijo el mono-araña. —Yo tampoco —protestó la guacamaya. —¡A mí me dan miedo las alturas! —alegó la tortuga. —Está bien, yo lo haré —dijo Suri resignada—. Es mi idea y seré yo quien me arriesgue. —Sí, ¡viva Suri! —exclamaron todos con alivio.


Casi al terminar la tarde y luego de varios intentos por encontrar la posición más cómoda para dormir sin que su colmillo le doliera, Nina por fin logró conciliar el sueño. De inmediato, los pequeños animalitos pusieron patas a la obra. El pequeño tapir y la tortuga ataron la piedra a la liana, mientras que la zarigüeya, el mono y la guacamaya treparon al Árbol Real. Una vez arriba, con todas sus fuerzas, halaron la liana y la subieron hasta una rama. Sigilosamente, Suri se acercó a la boca de Nina y, aprovechando uno de sus ronquidos, tomó la liana y la cruzó por detrás de su colmillo. Pero justo cuando estaba a punto de atarlo, uno de sus bigotes rozó la nariz de Nina y le causó un fuerte estornudo. —¡Aaachís! —resonó estrepitosamente—. ¿Suri? ¿Qué haces aquí? Y, ¿qué tengo en la boca? —dijo, extrañada. —Eh… este… pues… —¡Grrrrrrr! ¡¿Estabas intentando arrancarme el colmillo, Suri?! —rugió Nina—. ¡Cómo pudiste!



El escándalo atrajo la atención de los insomnes vecinos y pronto se acercaron a ver lo que ocurría. —Nina, ¿qué pasa? —preguntó su abuela preocupada. —¡Es que Suri me quiso arrancar el colmillo! —sollozó la cachorra. —No fue solo Suri —dijo el pequeño tapir—, fuimos todos nosotros. Es que ya no soportamos los rugidos de Nina y estamos cansados y con sueño. —Hacer algo en contra de la voluntad de alguien, incluso cuando la intención sea ayudar, no es lo correcto —intervino el abuelo Amaru—. Siempre habrá otras formas más sutiles de hacerlo. Y sacando una manzana de su bolsa se la ofreció a la cachorra. —Acepta nuestras disculpas, pequeña princesa —dijo con ternura—. Esto te hará sentir mejor.


La abuela Asiri lo miró con los ojos muy abiertos. Estuvo a punto de decirle a Nina que no se la comiera, pero el abuelo Amaru le hizo un guiño para que no dijera nada. La cachorra tomó la manzana y le dio un gran mordisco. Al hacerlo, sintió un pequeño dolor e inmediatamente escupió lo que había mordido. Para asombro de todos, el colmillo había salido. —¡Mi colmillo! —exclamó desesperada al verlo. —Tranquila, pequeña —dijo la abuela Asiri—, ahora ya no te dolerá más. Nina se tocó con una garrita el agujero que había quedado entre sus dientes y se puso a llorar. —¡Mi colmillo ya no está! —gimoteó—. Ya no podré sonreír ni silbar. —Pero lo que si podrás es dormir, ¡y nosotros también! —exclamó Suri, divertida. Nina la miró sorprendida. Hubo un corto silencio y luego todos, incluida Nina, se pusieron a reír.



Esa noche, todos los animales durmieron a gusto y lo único que se escuchó en la selva ecuatorial fue el murmullo del viento jugando entre los árboles.

FIN Significado de los nombres en Kichwa NINA: Fuego, candela. Inquieta y vivaz como el fuego. ASIRI: Sonriente, sonrisa. ILLARI: Amanecer. Resplandeciente, fulgurante. SURI: Rápida y veloz como el avestruz. AMARU: Dios de la sabiduría. Serpiente mítica, boa.


Patricia Enderica Espinosa Nací en Quito, un 21 de junio. Soy médico y también escritora de libros para niños y jóvenes. He escrito algunos cuentos para antologías publicadas en España y, en Ecuador, he publicado “Como dos gotas de agua” (Libresa, 2015), “La mano prohibida y otros cuentos” (El Ángel Editor, 2016) y “VacaNieves” (Chacana Editorial, 2017). Me encanta el sol, los peces, los gatos y el color morado. Mi casa está llena de libros y mis actividades favoritas son la lectura y la escritura.

Darío Guerrero Díaz Soy diseñador e ilustrador. Nací en Ibarra - Ecuador, el 19 de marzo de 1983. Actualmente, ejerzo mi profesión de forma independiente. He trabajado con distintas editoriales como Norma, Santillana, El Comercio y Zonacuario. Mis trabajos se han publicado en varios cuentos como “7 días sin escuela” (Norma, 2013), “El otro mundo” (Zonacuario, 2013), “Monstruos que sí son Monstruos” (Norma, 2015) y “VacaNieves” (Chacana Editorial, 2017).


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Fuertes rugidos hacen temblar la selva amazónica, por lo que sus habitantes no logran dormir tranquilos. ¡Descubre qué es lo que perturba a Nina, la princesa jaguar!


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