TRES MIL DIENTES Ana Carlota Gonzรกlez
ilustrado por: Fernando Arias
Ana Carlota Gonzรกlez ilustrado por: Fernando Arias
ISBN: 978-9942-796-03-5 Primera edición, 2019 ©2019 Chacana Editorial www.chacanaeditorial.com Quito - Ecuador Textos de Ana Carlota González Ilustraciones de Fernando Arias Diagramación: Santiago Vásconez Y. Edición y corrección de estilo: María Alejandra Almeida y Santiago Vásconez Y. Musicalización: Green Tiki Records Producción Audiovisual: Santiago Vásconez Y. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso del Editor. Impreso por Soluciones Publicitarias Impreso en Quito
Para mi madre, quien, con su ejemplo, me enseñó a amar la lectura. Ana Carlota
Para todos los niños y niñas que sueñan, imaginan, crean y vuelan. Espero que al leer este libro todos esos sueños se llenen de mucho más color. Fernando
En algún lugar del Océano Pacífico vivía una pequeña tiburona blanca llamada Toti. Ella no era como otros tiburones, que se comían a los animales más pequeños. Toti era una buena amiga y le encantaba ir a la escuela.
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Cada mañana se levantaba, se vestía y desayunaba un batido de algas marinas. Después, nadaba a toda velocidad para ser la primera en llegar a la Escuela para Animales del Mar de la señorita Beatriz Barracuda.
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Apenas llegaba a la escuela, Toti ayudaba a la señorita Beatriz a limpiar los lapiceros de tinta de calamar y a poner las tareas en los escritorios de coralinas de sus compañeros. Se sentía feliz cuando su maestra le decía “gracias, Toti” y le sonreía.
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Toti admiraba a su maestra y quería parecerse a ella. —Me encanta la señorita Barracuda —le decía a su amiga Marimar Mantarraya—. Nada como una sirena, tiene una voz preciosa y es la mejor maestra del océano. —Es la profesora más chévere que conozco —decía Marimar. La señorita Barracuda nadaba de un lugar a otro, revisando los trabajos de sus alumnos; sus aletas se movían suavemente, siguiendo las ondulaciones de las olas. Marimar trataba de nadar como ella, pero todavía no sabía mover bien las aletas y daba volteretas sin control. —Algún día quisiera ser maestra —decía Toti. —¡Yo también! —exclamaba Marimar.
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Un miércoles, la señorita Barracuda enseñó a sus alumnos a lavarse los dientes. Usó un gran cepillo rojo para mostrarles cómo hacerlo. —De arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, cepillen cinco veces cada diente —explicó. Toti la escuchaba con mucha atención.
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Pero cepillarse los dientes no fue nada fácil para ella, porque Toti era una tiburona blanca y los tiburones blancos tienen muchos dientes. Toti tenía tres mil dientes, cinco hileras abajo y otras cinco arriba, y si se le caía un diente al morder la concha de una ostra o al despegar un mejillón de las rocas, en el mismo lugar le salía otro.
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Muchos de sus parientes tiburones tenĂan menos y algunas ballenas ni siquiera poseĂan dientes, sino algo parecido a un colador, para atrapar sus alimentos de pececitos y pequeĂąas plantas que encontraban en el agua.
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Una tarde, Toti preguntó a su mamá: —¿Por qué nosotros, los tiburones blancos, tenemos tantos dientes? —Los necesitamos para pescar nuestra comida —respondió mamá tiburona. —La señorita Barracuda dijo que nos debemos cepillar los dientes tres veces al día para que se pongan fuertes —dijo Toti y le pidió dinero a su mamá para comprar un cepillo en la farmacia del señor Cangrejo. El señor Cangrejo caminó de lado hasta llegar al estante donde guardaba los cepillos. —¿Qué color te gusta? —preguntó. —El rojo… no, mejor el azul… no, mejor el verde —respondió Toti. El señor Cangrejo le dio un cepillo verde y Toti se fue feliz a su casa para estrenarlo. Después de merendar, Toti se cepilló los dientes, pero como tenía tantos, tardaba mucho en terminar. —Es hora de dormir, Toti —le dijo su mamá. —Ya voy, mamá —respondió Toti, pero todavía le faltaba cepillar mil quinientos dientes. Cuando por fin terminó, era muy tarde. La Luna se había movido al otro lado del cielo y su fría luz apenas iluminaba las olas.
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Esa mañana, Toti se quedó dormida y llegó a la escuela a las nueve y media, cuando la señorita Barracuda terminaba la clase de matemáticas. —¿Por qué viniste tan tarde, Toti? Debes llegar a las ocho —la señorita Barracuda la miró muy seria. Toti sintió un nudo en la garganta y se le llenaron los ojos de lágrimas. —¡Es que tengo demasiados dientes y me demoro mucho en cepillarlos! Marimar se acercó a su amiga y le enjugó dos lágrimas con sus aletas grandes como pañuelos. —No llores, Toti. Recuerda lo que siempre decimos: todo problema tiene una solución —susurró. La nariz interminable de Perico, el pez espada, llegó antes que él. —¿De cuántos dientes estamos hablando? —preguntó. —De tres mil, tengo tres mil dientes —sollozó Toti. —¿Puedo verlos? —preguntó el pulpo Paolo. Toti abrió la boca y sus dientes blancos relucieron como perlas afiladas. —Es verdad —dijo Paolo, moviendo sus ocho brazos—. Tiene cinco hileras llenas de dientes arriba y otras cinco abajo. ¡Nunca había visto tantos dientes juntos! El caballito de mar se asomó a la boca abierta y apenas alcanzó a saltar fuera antes de que Toti la cerrara. —Ten cuidado —gritó enojado—. Los peces chicos también nos podemos comer a los grandes. —Nada de eso —aclaró la señorita Barracuda—, aquí nadie se come a nadie.
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Marimar tuvo otra idea: —Desayuna en la noche para que tengas más tiempo en la mañana —dijo. La idea de Marimar le pareció buena y esa noche Toti se tomó su batido de algas marinas antes de acostarse. A la mañana siguiente llegó a tiempo a la escuela, pero cinco minutos después de comenzar la clase de ciencias, levantó la aleta y preguntó: —¿Cuánto falta para el recreo, señorita Beatriz? Tengo mucha hambre. —Acabamos de comenzar la clase, Toti —dijo la maestra—. ¿No desayunaste? —Desayuné anoche, antes de irme a la cama —explicó Toti. —No puedes hacer eso, Toti —dijo la señorita Barracuda—. Debes tomar el desayuno en la mañana. Una tortuga que se sentaba cerca de Toti tuvo otra idea. —Duerme vestida, así saldrás de la casa más temprano —le aconsejó. A Toti le gustó la idea y durmió vestida esa noche. Al otro día llegó a tiempo a la escuela, pero su falda estaba sucia y la blusa arrugada. La idea de la tortuga no había dado resultado.
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Durante el recreo, Toti anunció a sus amigos: —No me quiero cepillar los dientes nunca más, voy a botar mi cepillo al mar —y se escondió detrás de una roca porque no tenía ganas de jugar. Los compañeros de Toti pasaron el resto del recreo pensando qué hacer. Antes de salir de la escuela, Alfonsina Anguila buscó a Toti. —No botes tu cepillo al mar, dámelo y te lo devuelvo mañana. —¿Para qué lo quieres? —preguntó Toti. —Tengo una idea para que te cepilles tus tres mil dientes en un dos por tres —dijo la anguila. Alfonsina Anguila puso un cable y un enchufe en el cepillo verde de Toti. —Te hice un cepillo eléctrico —explicó al día siguiente—. Ya verás cómo te ayuda a cepillarte los dientes rápidamente. Toti llevó el cepillo a su casa y lo enchufó. “Brrr, brrr” sonó y se lavó los dientes en cinco minutos. —Préstamelo un ratito —pidió su hermana Tati. —No, Tati —exclamó Toti—. El cepillo de dientes es personal, cada uno debe tener el suyo, no se presta a nadie.
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A partir de ese día, Toti se lavó los dientes rápidamente con el cepillo eléctrico, se reía mucho porque le hacía cosquillas y nunca más llegó tarde a la escuela. —Cuando sea grande seré la maestra con los dientes más limpios de todo el Océano Pacífico —decía a sus amigos. Sus compañeros estuvieron de acuerdo en que, además de ahorrar tiempo, el cepillo eléctrico les dejaba los dientes muy limpios. La anguila hizo cepillos eléctricos para Paolo, Perico, Marimar, Tati y para muchos otros animales marinos. Y esta es la razón por la que los tiburones, ballenas, barracudas y otros animales, nadan por las profundas y azules aguas del Océano Pacifico con los dientes sanos, muy limpios y relucientes.
FIN 16
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Ana Carlota González
Fernando Arias
Soy Ana Carlota González, nací en Chile, pero desde hace mucho tiempo vivo en Ecuador. Me gusta tener amigos de diferentes países y también conocer el mundo a través de los libros. Soy bibliotecaria escolar y mi trabajo consiste en ayudar a que mis mejores amigos, los niños y los libros, se encuentren.
Nací en 1990, en Quito Ecuador. Me conocen como Ferchín, sobrenombre que me dieron mis amigos y compañeros de trabajo.
Me gusta caminar por el campo, viajar, jugar dominó y comer chocolates, pero lo que más disfruto es leer, escribir y trabajar para que los libros lleguen a los niños y niñas. Me encantan los animales y encuentro inspiración en ellos, especialmente en mi perro Hugo. Tengo tres hijos y una hija, tres nietos y una nieta, y mis colores favoritos son el azul y el amarillo.
Me gradué como animador digital en la Universidad de las Américas. Actualmente trabajo como ilustrador independiente. Soy un amante del dibujo. En los distintos libros que he ilustrado, busco expresar mis ideas. También diseño videojuegos y cómics donde he logrado plasmar un trabajo llamativo, moderno y creativo.
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Tres Mil Dientes, de Ana Carlota González, forma parte de la colección AGUA de Chacana Editorial.
©2019 Chacana Editorial Quito - Ecuador
Toti no es como otros tiburones que se comen a los animales más pequeños. Ella es una buena amiga y le encanta ir a la escuela. Un día, la profesora Beatriz Barracuda enseña a la clase a lavarse los dientes, pero esto no es tarea fácil para Toti, porque ella tiene tres mil. ¿Qué hará la pequeña tiburona para mantener sus dientes sanos, limpios y relucientes? Te invitamos a descubrirlo leyendo este divertido cuento marino.