Patricia Enderica Espinosa
ilustrado por: DarĂo Guerrero DĂaz
Patricia Enderica Espinosa
ilustrado por: DarĂo Guerrero DĂaz
ISBN: 978-9942-8649-5-6 Primera edición, 2017 ©2017 Chacana Editorial www.chacanaeditorial.com Quito - Ecuador Textos de Patricia Enderica Espinosa Ilustraciones de Darío Guerrero Díaz Diagramación: Santiago Vásconez Yerovi Corrección de estilo: María Alejandra Almeida y Santiago Vásconez Yerovi Musicalización: Green Tiki Records Producción Audiovisual: Santiago Vásconez Y. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso del Editor. Impreso por Soluciones Publicitarias Impreso en Quito
Para Dany y Alex, por traerme de vuelta al mundo de las hadas. P.E.E.
A todos aquellos que, en uno u otro momento, han estado cerca de mi vida. D.G.D.
Por fin llegó el verano y en un hermoso prado, entre montañas andinas, un grupo de pequeñas vacas salió a jugar en medio de la hierba verde. Todas menos Nieves, una vaquita diferente a las demás.
Nieves nació con la piel blanca, blanquísima. No tenía manchas negras, ni marrones como la mayoría de las vacas. Ni siquiera un poco de color en las orejas, en la cola o en las patas. Y esa falta de color hacía que su piel fuera tan, pero tan delicada, que el menor destello de sol le causaba una fuerte irritación.
—¡Muuu, ja, ja, ja, ja, ja! —¡Muuu, ji, ji, ji, ji! —¡Muuu, je, je, je!
Desde lejos, se podía escuchar los mugidos de felicidad de Clorinda, Eulalia y Rosalinda, que disfrutaban del pasto fresco, perseguían mariposas, rodaban colina abajo y se tendían a mirar las formas de las nubes. Nieves, por su lado, no hacía otra cosa que observarlas desde el establo.
La primera en darse cuenta de la tristeza de Nieves fue Clorinda; y cierta mañana, luego de pensar y pensar, se le ocurrió una idea genial. Reunió a las vaquitas en una esquina del establo y, hablando bajito para que Nieves no se despertara, les dijo: —Nieves no ha podido disfrutar del verano como nosotras, les propongo que salgamos a jugar en la noche. Así, podremos divertirnos juntas.
Las demรกs vaquitas estuvieron de acuerdo con Clorinda y de buena gana decidieron quedarse en el establo.
—Muuuaaah, el sol ya apareció —dijo Nieves desperezándose—. ¿Acaso no piensan salir? —No, querida —dijo Clorinda dulcemente—. Hoy saldremos a jugar en la noche. ¡Contigo! El corazón de Nieves dio un salto y lanzó un sonoro mugido de alegría, al tiempo que sus amigas se acercaban a abrazarla. Al principio, el plan funcionó de maravilla. Las vaquitas se pusieron a conversar y a contar chistes, pero, a medida que transcurría el día, el sol brillaba con más fuerza y el calor dentro del establo se tornó insoportable. Estuvieron a punto de salir corriendo para tomar aire fresco; sin embargo, no quisieron desilusionar a Nieves, así que esperaron pacientemente a que llegara la noche. Casi al culminar la tarde, el aburrimiento empezó a hacerlas bostezar, cuando de pronto... —¡Rápido chicas, el sol se ha ocultado! —dijo Clorinda entusiasmada—. ¡Es hora de salir! —¡Siiií! ¡Por fin! —gritaron a coro y, sin más tiempo que perder, las cuatro vaquitas salieron a jugar. Esa noche, una gran luna iluminaba la pradera y una fresca brisa hacía mecer los árboles.
Lo primero que se les ocurrió fue perseguir mariposas, pero como las flores se habían cerrado al ponerse el sol, no encontraron ninguna revoloteando por los alrededores. Luego, alguien sugirió buscar formas en las nubes, así que se tendieron en el pasto y miraron hacia el obscuro cielo. Y nada, solo divisaron sombras. Entonces, como no habían comido en todo el día, decidieron ir a pastar junto al arroyo. —¡Huy! Este pasto sabe mal —refunfuñaron—. No está fresco y crujiente como el que comemos en las mañanas. Nieves se percató de que las demás no se estaban divirtiendo y se sintió apenada por ello. Como tampoco habían dormido la siesta de la tarde, propuso regresar al establo para descansar. Decepcionadas y con hambre, las vaquitas poco a poco se fueron quedando dormidas, mientras pensaban en maneras de ayudar a Nieves.
Al día siguiente, antes de que los primeros destellos de sol aparecieran, Eulalia se despertó con una idea en la cabeza. Se levantó despacio y, caminando de puntitas para no hacer ruido, salió del establo misteriosamente. Al rato, volvió con diez ovejas de la granja vecina, que marchaban en hilera alegremente. —Luego de contarles el gran problema de Nieves, nuestras vecinas, las ovejas, decidieron donar su lana para tejerle un traje que la proteja del sol —dijo Eulalia a sus compañeras, que acababan de despertar con tantos “bee” resonando por doquier.
A todas les encantó la idea. Así que esa mañana, vacas y ovejas, se sentaron a tejer un atuendo especial para Nieves. Hay que reconocer que fue una tarea muy dura, pero antes del medio día estuvo terminada. Nieves se lo probó emocionada. Le quedaba perfecto. —¡Muuuuchas gracias! —dijo extremadamente feliz y, dando graciosos saltitos, salió del establo en medio de una gran algarabía.
Las risas, los mugidos y los balidos, llenaron el prado con un aire festivo. Rodaron por la colina, jugaron al escondite y compitieron en una carrera hacia el arroyo. Pero el sol del verano era muy candente y pronto el traje de lana sofocó a Nieves. La vaquita intentó dar otras cuantas volteretas hasta que, sin poder soportar más, se quitó la ropa. Casi de forma inmediata, los rayos de sol comenzaron a irritarle la piel, por lo que rápidamente corrió a refugiarse en el establo. El plan había fallado.
Esa noche, cuando las ovejas se marcharon y las vaquitas se acostaron a dormir, un ligero sollozo se escuchó desde una esquina; era Nieves que, rodeada por fardos de paja, se sentía muy triste por no poder jugar con libertad. Lloró y lloró, hasta que finalmente se quedó dormida.
Rosalinda, que no había podido dormir por los lamentos de Nieves, se levantó sigilosa y salió con un interesante plan en mente. Ya en la mañana, antes de que el gallo cantara, Rosalinda regresó al establo para buscar a Nieves. —¡Eh, Nieves!, ¡despierta, despierta! Shhh. No hagas ruido. Ven, tengo una sorpresa para ti —le susurró sonriendo.
En realidad era algo sorprendente: Rosalinda se había pasado toda la noche preparando un gran charco de lodo. Llegaron al prado y la vaquita blanca, que confiaba en su amiga, hizo exactamente lo que ella le indicó. Se acostó en medio del lodazal y dio vueltas y vueltas hasta quedar totalmente marrón. Ahora su piel estaba protegida y, cuando el sol saliera, ella podría jugar y disfrutar del verano con tranquilidad.
Pronto, Clorinda y Eulalia salieron a buscar a sus amigas y las encontraron desayunando un rico pasto fresco. Asombradas, se acercaron a Nieves para descubrir qué era lo que traía encima. —¿Acaso es lodo? —preguntaron desconcertadas. Luego de la respectiva explicación de Rosalinda, se alegraron por la maravillosa idea y se sumaron a la comilona.
Esa tarde, después de que el sol se hubo ocultado y cansada de tanto jugar, Nieves tomó un refrescante baño, se acomodó entre la paja y se quedó dormida, soñando que al día siguiente y al siguiente y al siguiente... iría otra vez al prado a jugar con sus amigas.
Patricia Enderica Espinosa Nací en Quito, un 21 de junio. Soy médico y también escritora de libros para niños y jóvenes. He escrito algunos cuentos para antologías publicadas en España y, en Ecuador, he publicado “Como dos gotas de agua” (Libresa, 2015) y “La mano prohibida y otros cuentos” (El Ángel Editor, 2016). Vaca Nieves es mi tercer libro. Me encanta el sol, los peces, los gatos y el color morado. Mi casa está llena de libros y mis actividades favoritas son la lectura y la escritura.
Darío Guerrero Díaz Soy diseñador e ilustrador. Nací en Ibarra - Ecuador, el 19 de marzo de 1983. Actualmente, ejerzo mi profesión de forma independiente. He trabajado con distintas editoriales como Norma, Santillana, El Comercio y Zonacuario. Mis trabajos se han publicado en varios cuentos como “7 días sin escuela” (Norma, 2013), “El otro mundo” (Zonacuario, 2013) y “Monstruos que sí son Monstruos” (Norma, 2015).
Hemos preparado grandes sorpresas para ti. Descúbrelas en nuestra página web, a través de este código QR.
Existen vacas de todos los colores. Las hay con manchas blancas y con manchas negras, con puntitos grises y puntitos rosas. Pero, ¿qué pasa cuando una vaquita es totalmente blanca como la leche? Descúbrelo en las páginas de esta enternecedora historia.