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La Fiesta Circo Cabalgata Noche de Reyes
Romería I Manifestaciones
Romería II Feria de Muestras Congresos
Festivales de Verano Recogida
La ciudad en teoría
Textos
Chema Segovia
Fotos
Chema Segovia David Estal Vicent Carbonell Ramon Marrades
Época
Presente La Ciudad Construida
Lugar
Referentes
“The Good Life” Juan S. Bollaín Fischli & Weiss “Le Pont du Nord” Georges Perec “Tratado de Urbanismo” Xavier Monteys Robert Walser CIRCO
1. La Fiesta
Un escenario vacío. Pudiera ser que la fiesta esté aún por comenzar, pudiera ser que ésta haya ya pasado. No parece importar demasiado. El escenario, girado con respecto a la esquina de la plaza y resaltado por un brillante faldón celeste, transmite la ilusión de la fiesta, deja oír incluso su ruido en el silencio. La presencia de la señora de los perritos, por contra, en un acto cotidiano tan reflexivo como bajar al animal de compañía a la calle, impregna de domesticidad el aire excepcional de la fiesta. Por eso no importa si la fiesta será o fue. La vida en la ciudad, en cualquier caso, seguirá.
2.
La forma en la que la ciudad es vivida está llena de inercias fuera del control de los arquitectos y urbanistas, que consultando manuales y dibujando cada detalle en su oportuna escala, definen el ancho de la calle y el intervalo de separación entre árboles, bancos y papeleras. Estas inercias suelen ser además ligeras e inadvertidas, lo que hace aún más complicado relacionarse con ellas si no es a partir de la mirada atenta. Por una conjunción de factores casuales y difícilmente reproducibles, una esquina cualquiera se convierte en uno de los puntos de espera más frecuentados de la ciudad. Entre los esperantes, separados en el tiempo pero no en el espacio, se construye una relación de la que ni siquiera ellos son conscientes. Juntos han convertido el espacio en un lugar.
3. Circo
Nuestras ciudades están concienzudamente pensadas. Nos hemos armado de normativas e instrumentos de ordenación para garantizar que todo esté en su sitio. Debemos mantener la ciudad en orden, ¡menudo desbarajuste sería esto si no! Sin embargo, la ciudad es escurridiza y aprovecha aquellos lugares a los que el control no llega como espacios de libertad y esparcimiento. Solares en los que crecen frondosos bosques, parterres mal iluminados en los que se cobijan vagabundos a dormir, edificios abandonados asaltados por vándalos, explanadas de piedra gris machacadas por monopatineros. Esa ciudad ingobernada se asoma a la ciudad reglada incitando al libertinaje.
4.
La estricta separación que hacemos de lo público y lo privado en ocasiones nos hace olvidar que lo público, efectivamente, es de todos; pero eso significa también que individualmente a todos nos corresponde una pequeña parte de aquello. De hecho, lo público es público de verdad cuando soporta expresiones individuales, y la individualidad expresada en un marco compartido se traduce además en responsabilidad. El cuidado que los vecinos depositan en la calle al sacar sus macetas para darle vida y alegría viene a decir, “esta calle es de todos, pero también nuestra”.
5. Cabalgata
¡Brrrrrrr, bram bram, rrrrrrzzzzz! Los trabajos de mejora y mantenimiento en la ciudad siempre van acompañados de un gran estrépito. El ruido suele esperar a primera hora de la mañana para ponerse en marcha, probablemente a pie de la cafetería donde sueles tomar el café (a excepción del camión de la basura, que prefiere el silencio de la noche para hacerse notar). Aparatosas máquinas de vivos colores se afanan en levantar cosas, abrir boquetes, tender cables, recoger trastos y regar las calles. A cada una de ellas corresponde una única tarea, formando un escuadrón altamente especializado. Esa exhibición de músculo y eficacia hace pensar en la ciudad como algo pesado de manejar, una sustancia rígida cuya transformación requiere grandes y heroicos esfuerzos.
6. Noche de Reyes
En contraste con lo anterior, es de agradecer la delicadeza con la que este operario repinta un paso de peatones durante la noche, sin generar molestias, casi a hurtadillas, como si buscase sorprender a los viandantes al día siguiente con su trabajo. Es estimulante esa idea de ciudad que se hace y rehace de manera inesperada sin que nos demos cuenta, cuando dejamos de mirar. Así vista, esta fotografía remite a una ciudad desmantelable y fácil de reponer, en la que a poco que salgas más temprano de la cuenta “no estarán puestas ni las aceras”.
7.
La ciudad está sembrada de irregularidades. Éstas delatan un sinfín constante de transformaciones. La ciudad no cambia de manera continua y coherente, sino que lo hace de forma quebrada y caprichosa, a veces guiada por ambiciosos planes de gran envergadura, otras marcada de forma determinante por episodios mínimos sin importancia aparente. La ciudad es un gran parcheado, una superposición de momentos en la que, con naturalidad y desparpajo, se agolpan aciertos sobre errores.
8.
La ciudad es además un espacio vivido en primera persona. Bajo la ciudad compartida, se ocultan infinidad de ciudades individuales, hechas de acontecimientos, de hábitos y de recuerdos personales. La ciudadanía es una ficción. La ciudad que vives puede estar separada millones de kilómetros de la ciudad de aquella otra persona con la que fugazmente te cruzas cada mañana.
9.
Contrapuesto al evento organizado, la sorpresa del accidente tiene una mágica capacidad para generar momentos de memoria colectiva. Cuando la ruptura inesperada de la cotidianeidad se comparte, de alguna manera se asevera la certeza de lo improbable y se asegura su pervivencia. En septiembre de 2012, una tormenta hizo encallar dos grandes busques en la playa del Saler. Los barcos tardaron un mes en ser rescatados y a lo largo de ese tiempo se les dedicó una extensa cobertura mediática. La afluencia masiva de curiosos al lugar del accidente desbarató años de trabajos de conservación del ecosistema dunar. Los daños colaterales, la infrahistoria, rizan el rizo del encanto del desastre.
10. Romería I
La ciudad es un espacio de disputa entre los poderes instituyentes y las dinámicas de base social. Los ritos y tradiciones son un campo especialmente abonado para la batalla. Frente a la pomposidad y la grandilocuencia distanciada de la puesta en escena institucional, se rebela a la cercanía relajada y amable de lo popular. Existe un tipo de celebración calma, a la que se acude peinada, con un vestido bonito y sobre todo con zapatos cómodos, para hacer aún más agradable la fiesta. Desechando la impostura exagerada, existe un punto de disfrute muy particular en esa especial mezcla entre protocolo cívico y espíritu hogareño que de cuando en cuando se produce en la ciudad.
11.
Es bueno no tomarse a la ciudad demasiado en serio. El disfrute de la ciudad es una consigna mucho menos liviana de lo que parece.
12.
El vandalismo es también una forma de discutir el protocolo ciudadano, reivindicando en este caso la individualidad por medio de la transgresión. El vandalismo es una reafirmación del yo. El ejemplo de la fotografía denota un placentero regodeo en esa reafirmación. Con alevosa meticulosidad e impúdica reincidencia, la perequiana actitud de este vándalo roza lo poético. Es tal su libertad que en un momento dado decide incluso adornarse con un verso de redondeada letra: “Menos el amor… mentiras”.
13. Manifestaciones
El espacio público es un altavoz para las peticiones colectivas, quejas, denuncias y llamadas de auxilio. Aunque el urbanismo insista en convertirlo en un espacio controlado y pacífico para la coincidencia, la calle es un espacio de necesaria discordia. El conflicto social cumple también una función integradora. Alzar la voz para pedir la atención de los demás refuerza la cohesión social, mientras que la opinión silenciada la diluye.
14.
Una infalible manera de transgredir el orden del urbanismo es sacar lo privado al espacio público. Es algo que ocurre de forma frecuente y no intencionada. Al alterar la sacrosanta separación entre lo público y lo privado podemos además ponderar la rigidez del orden impuesto, percibir algo así como un “índice de penetración permitido al desarreglo”. La fotografía del tendedero de pie colgado con desprejuicio de una ventana difícilmente podría haber sido tomada en la plaza del ayuntamiento de nuestras ciudades. Las barriadas periféricas, sin embargo, toleran bastante mejor este tipo de prácticas. El espacio público está sometido por la autoridad con intensidades variables. Quizá el auténtico espacio público sea el que está totalmente libre de ella.
15.
Cuesta asumir de buenas a primeras la transgresión del orden como algo positivo, es cierto. Dejemos de mirarla entonces a través de la óptica del conflicto. El cruce entre lo privado y lo público es sencillamente una cuestión de oportunidad. Cuando la vida doméstica salpica el espacio público, enriquece su uso de forma maravillosa. Sacar el comedor al fresco, por ejemplo, es una forma de vivir la casa y la calle al mismo tiempo, de tender lazos entre el espacio propio y el compartido, entre uno mismo y los demás.
16.
La separación entre el dentro y el fuera, entre lo privado y lo público, no tiene porqué ser una línea gruesa y continua. Entendiendo la frontera como una zona de espesor y permeabilidad, de relación y no de división, estaremos posibilitando diferentes formas de reconocimiento entre un lado y otro. La obsesión del urbanismo por diferenciar dualmente lo privado de lo público se debe a un exceso de celo en regular el derecho de la propiedad, olvidando los inabarcables matices de las relaciones comunitarias. La separación de usos sirve a la hora de dibujar un plano de ordenación y organizar superficies, pero es una imposición artificial al espacio habitado.
17.
Las relaciones entre el dentro y el fuera son adem谩s un viaje de doble direcci贸n. El espacio privado como punto de observaci贸n, la ventana indiscreta, contagia de la intimidad del interior a lo que ocurre al otro lado del cristal.
18. RomerĂa II
Cuando dejamos el lugar donde vivimos, nos acompaĂąan trastos y enseres personales que nos ayudarĂĄn a dar un significado propio al futuro hogar. Habitar es una forma de interpretar un lugar. En la ciudad se produce un trĂĄnsito constante de formas de vivir y de entender el espacio urbano. Al movernos de un lugar a otro, la ciudad se transforma con nosotros.
19.
Tres sof谩s, un par de hamacas y una mesa. A falta de un mejor trastero, estos muebles ocupan el rinc贸n de una azotea. Esperan a ser desplegados cualquier noche que haga bueno y se agradezca cenar a cielo abierto. Los objetos pierden parte de su significado cuando no se hace uso de ellos, pero la transitoriedad es tambi茅n una situaci贸n bastante potente. Estos muebles, en su espera, representan una oportunidad disponible para una respuesta inmediata.
20. Feria de Muestras
En los años 30, la Avenida del Oeste se propuso atravesar Ciutat Vella de sur a norte. La modernidad, impulsada por una burguesía que miraba a los barrios populares con condescendencia higienista, intentó abrirse paso en la ciudad histórica a base de derribos y expropiaciones. Tras una tensa y larga disputa, Ciutat Vella acabó frenando el avance de la gran avenida, que hoy termina a mitad de trazado, contra la fachada de la última vivienda que no pudo tumbar. A los pies de ese edificio actualmente vacío, donde muere literalmente la Avenida del Oeste, se organizan pequeños rastrillos improvisados que hacen salir de las callejuelas a los habitantes del casi extinto barrio chino. La memoria de la ciudad es esencialmente popular y ésta se resiste a ser borrada.
21. Congresos
El diseño es un instrumento de ordenación espacial que sirve para reglar y dar disciplina a la ciudad en virtud del civismo. El orden espacial organiza posibilidades e impone prohibiciones. La acera te indica por dónde puedes caminar, el banco dónde te debes sentar, la verja dónde no puedes pasar y el parterre dónde no puedes pisar. En la obsesión del urbanismo por eludir el conflicto, los movimientos en la ciudad son pautados de acuerdo a una mentalidad ingenieril inspirada en la matemática de la circulación rodada. En su máximo absurdo, en el colegio nos enseñan a caminar siempre del lado derecho de la acera sin bajar nunca de ella. El diseño deja de ser así un servicio para convertirse en una imposición.
22.
En la ambigüedad que se produce ante la ausencia de diseño se abre en cambio un universo de posibilidades. La falta de normas y códigos incita a descubrir de forma directa nuevas formas de relacionarnos con nuestro entorno. El exceso de artificialización de la ciudad encuentra su opuesto en el medio natural. En él, una duna junto al mar sembrada de matojos se convierte con el acto de habitar en escenario de raras gestas medievales. Cuando introducimos la naturaleza en la ciudad, solemos hacerlo de manera controlada, en jardines de preciso trazado y parques debidamente podados. En lugar de pensar la naturaleza desde patrones estáticos de ordenación, deberíamos buscar formas de hacer ciudad inspiradas por la soltura de lo natural.
23.
En palabras de Michel de Certeau, el acto de usar la ciudad “es al sistema urbano lo que la enunciación es a la lengua”. Si el espacio diseñado fuese la partitura, al practicarlo estaríamos ejecutando la pieza musical. Usar la ciudad es una forma de apropiarse de ella que, en última instancia, da sentido y construye el lugar mismo. Como forma libre de interpretación, el uso de la ciudad tiene la capacidad de abrir un espacio original, de creación, no subyugado por el orden del diseño. La esquina residual del patio de una piscina, en la que por colocar algo se han plantado varios aparcamientos de bicicletas y un gran cesto donde se acumulan las botellas de cloro vacías, es usada a capricho por un grupo de niñas. Sin cortarse un pelo, pisan el césped, hacen cabriolas entre los bicicleteros y se sientan con desparpajo sobre ellos. Las niñas deciden saltarse renglones, comas y puntos del texto, transformando esa esquina de nadie en un espacio de juegos de acuerdo a su propio libro de instrucciones.
24.
Xavier Monteys habla de las posibilidades del “usar mal”. Pero es que además hay espacios que incitan a ser usados como a uno le da gana, de cualquier forma menos de la que fueron pensados. La Plaza de la Cruz es una de las menos transitadas de Ciutat Vella y -en parte por eso- también una de las más agradables. En esta plaza por lo general vacía hay un gran banco corrido de al menos seis metros de longitud (mientras que en otras mucho más concurridas no hay lugares donde sentarse. Las cosas del diseño…). El banco de piedra está revestido con una chapa de metal, que toma calor cuando el sol cae en picado y lo retiene unos minutos después de que haya quedado en sombra. En la tranquilidad de la plaza, el señor de la fotografía dio con una estupenda cama caliente en la que reposar el almuerzo una tarde de primavera.
25.
El diseño no hace el uso. Es una realidad algo frustrante pero es así, cabe asumirlo. Pocas veces el arquitecto o el urbanista consiguen que las personas usen el espacio de la manera exacta en la que ellos lo pensaron. Para colmo, igual que en ocasiones los usos inesperadas dan su mejor sentido al diseño, de cuando en cuando, los lugares más banales y ordinarios superan en su uso a los más pensados. Un banco centrado en perpendicular a una vía poco transitada y un árbol que se inclina generosamente sobre él para darle sombra. ¿Es posible construir un espacio de descanso de tantísima calidad con tan poquísimo esfuerzo? La medida exacta no suele ser una cuestión de manuales.
26. Festivales de Verano
La ciudad tiene sus propios ritmos, no es única y monótona. Se presta a ser disfrutada con intensidad de múltiples maneras, muchas de ellas tremendamente sencillas. Las noches de verano invitan a sentarse en compañía en una plaza, simplemente charlando y viendo pasear a la gente mientras se deja pasar el tiempo.
27.
Los territorios entre líneas son aquellos situados en los márgenes de la normativa, que permiten potentes interpretaciones libres, del todo espontáneas. Las afueras son estupendos laboratorios urbanos. Apartados de la ciudad consolidada, producen una cultura urbana propia que desvela otras formas de habitar. La paradoja del urbanista que se percata de esto se encuentra en cómo acercarse sin desactivar a aquello que debe su vigor a la falta de reconocimientos. Mientras que el método es consciente, la entrelínea es de naturaleza inconsciente.
28.
Los momentos excepcionales de más exagerado protocolo suelen acompañarse también de una sorprendente permisividad. Durante el instante de la fiesta, nos parece normal lo que la noche de antes era una insensatez. Las avenidas se cortan al tráfico para entregarlas a las personas, la gente coge sitio en la calle, se montan puestos de buñuelos en cada esquina y vendedores ambulantes pasean vendiendo almendras y globos. La fiesta demuestra que hay otras formas de vivir la ciudad.
29. Recogida
Fin de la fiesta. Aquella ciudad imposible y vibrante que se puso en pie durante unos días es desmontada sin homenajes ni lloros. La vida en la ciudad sigue. La fiesta pone a prueba a la ciudad, verifica que en ella pueden ocurrir todavía cosas. La tranquilidad de ver que sigue siendo así hace que, inmediatamente después de la fiesta, dejemos de echarla de menos. Sólo hay que esperar un año, con la confianza de que la fiesta también volverá.
30.
La ciudad es una gran escenografĂa compartida, celebrada una y otra vez de forma simultĂĄnea y maneras diversas por quienes vivimos en ella.
31.
Juan Sebastián Bollaín imaginó una ciudad en la que cárceles, reformatorios y otros espacios de exclusión habían sido suprimidos y sustituidos por azoteas. En una sociedad políticamente avanzada, el problema de la marginación se habría corregido separando la ciudad en varios niveles. La cota superior se entregó así a los delincuentes, drogadictos, homosexuales, pasotas, alcohólicos y hippies, quienes a base de puentes entre los edificios construyeron una ciudad por encima de la que discurría a cota cero. Mientras a ras de suelo la gente se entregaba de forma acelerada al trabajo, en las alturas los marginados disfrutaban de una convivencia pacífica, entregados con desinhibición a los placeres de la vida, “acostándose cada cuatro días y durmiendo entonces durante tres”, inventando una forma totalmente nueva de vivir. Los ciudadanos de a pie, tremendamente estresados y mortalmente aburridos, necesitaban cada cierto tiempo huir de las tensiones de su día a día. Subían entonces a las azoteas, donde eran siempre bienvenidos, disfrutando de otra ciudad paralela, superpuesta a la que vivían.
Chema Segovia (La L铆nea, 1982). Licenciado en arquitectura por la Universidad de Sevilla. Impulsor del marco de trabajo de La Ciudad Construida. Escribe regularmente en la edici贸n valenciana de eldiario.es, es miembro del equipo de contenidos de Aula Ciutat (UPV-UV) y colabora con Econcult (UV). chema.segovia@gmail.com / www.laciudadconstruida.com
01.12.2014