Un libro verdaderamente atrapante, atrayente, imantado se podría decir, sorprendente y predecible a la vez, de a ratos cómico y en otros digno del bostezo. Pensado con el ego reprimido de un uruguayo y escrito con la vanidad de un oriental. Original a veces y rozando el plagio en otras. Con influencias masliomillerianas y bucayquescas. Un exponente imperdible del bizarroclasicismo posmodern. Que se eleva a la genialidad y baja a lo más vulgar con total facilidad, a veces en la misma oración. Pero por sobre todo un libro digno de pagar por el, de su lectura y del póstumo abandono en la biblioteca. ¡Cómprelo!
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max scheidegger nace el 25 de septiembre de 1977 en la ciudad de juan lacaze vive hasta los ocho años en nueva helvecia, no se sabe como llegó hasta allí, pero es en ese lugar donde comienza a escribir a la temprana edad de cinco años. Mostrando ya su irreverencia, al escribir ‘lalo rompe bolas’ en vez de ‘lalo va a la ola’. Su maestra descubre su creatividad por el uso de la ‘r’ en esa frase. Insólita para un niño de primer grado. Luego emigra nuevamente a su ciudad natal, o inmigra más bien, bueno- la cuestión es que vuelve a juan lacaze. Hay quienes sostienen que por esa época escribe, ‘exilios o como cagar al destino’ y hay quienes no, que sostienen que fue más tarde, que no se debe confundir chorizo con velocida. Establecido en juan lacaze, mendiga espacios para publicar en el diario ‘la voz de la arena’, en las revistas ‘pasaporte’ y ‘contrapunto’ y en el semanario ‘la voz de la arena’, valga la redundancia, a veces con éxito y otras no tanto. Se inscribe en concursos de los que no sale tan siquiera mencionado, por lo que abandona la competencia en esos certámenes. Además de escribir sin insistencia, este autor rasca la guitarra (aunque ni pica), pero sí toca el autobombo con sutileza.
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lĂvro max scheidegger escrtito entre 1996-2005
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créditos Colaboraron de distintas maneras con esta publicación: Fernando Itza, Mateo Butin, Peter y Alex Scheidegger, Soledad Quintana, Marcelo Forconi, Aparicio Abella, Martín Berois, Mariana Salvetti, Gabriela Ríos, Gustavo Herrera, Nacho Dotti, Mercedes Rodríguez, Gastón Chevalier, Natalie Cisneros, Helen Abella, Carlitos Spuntone, Agustina Spuntone, Willliam Bermudez, Sol Berois, Leticia Bentancourt, Elaisa Del Rio, Emma Martinez, Francisco Abella, Fernando Cortizo, Verónica Spuntone y algunos que me pueda olvidar, al tipo de la foto de tapa y contratapa, a Caetano Veloso por el título y Leo Masliah por prestarme el laúd. Y especialmente todos aquellos que se tomen el tiempo de leerlo. Fotos y diseño de tapa, contratapa y solapa: max scheidegger Es una producción de proyecto artístico ‘colectivo 2’ (max scheidegger, peter scheidegger) La reproducción total o parcial, así como el préstamo o alquiler de la obra, queda a total criterio suyo.
Sin depósito legal.
Edición desamparada por el artículo 79 de la ley 13.499
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Prólogo
A falta del mismo escribo estas cortas palabras, ya que el arcaico prologuista escribió lo que iría en este espacio, en papel.-1 Y esto no es papel! Vamo arriba loco! -2 Aprovecho para decirle a aquellos que salten, alegando el esponsoreo de cot en este libro, que no, que no es así. Ojalá lo hubiera sido. Ni un miserable pasaje a juan lacaze recibí. Pero he decidido dejarlo igual. Tengo mis motivos. Hay un robo de mi parte donde dice: “caminando por el tercer nivel del átomo montevideano” esa frase pertenece al ruso miladinoff, sabrás perdonarme ruso. Y gracias. Esto es todo. Como prologo, eh?
*N del T: 1-a mi entender es solo una excusa 2-fernando itza, sigo esperando aquel prólogo prometido (no es un reproche, sino más bien un reproche disfrazado)
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CUENTOS
La imposición del penículo “Lléguense al reverendo ojo del culo, que se deja tratar y manosear tan familiarmente de toda basura y elemento ni más ni menos; demás de que hablaremos que es más necesario el ojo del culo solo que los de la cara; por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir, pero sin ojo del culo ni pasar ni vivir”
Francisco de Quevedo
Antes de la imposición del penículo vinieron otras. Como si fuera un degradé de imposiciones. La primera llegó un mediodía de verano y yo estaba trabajando al sol, el sol estaba al mango. De vez en cuando miraba hacia arriba e imploraba, si hay alguien al costado de esa estrella gigante, que mueva la perilla hacia la izquierda por favor. Miré hacia la calle y vi que entraban el arquitecto y el ingeniero, como siempre con sus carpetas y lentes negros. Venían frescos como uvas, y expedían el aire acondicionado de sus coches por los poros y ropa. Hablaron con el capataz y yo me sentí feliz cuando vi que éste nos llamaba. Habría reunión. Es decir que por un rato estaría parado y a la sombra. No Página | 14
me importaba que fuera para decirnos que nos bajarían el sueldo, o que íbamos a trabajar el doble por la misma plata. Sólo quería un poco de sombra en ese momento. “Muchachos” dijo el arquitecto, “les comunico que de ahora en más, van a tener que usar el casco”. Me puse a mirar la reacción de mis compañeros, eran capaces de hacer una cosa tan ridícula como una marcha en contra del casco. Pero se mantuvieron callados, escuchando. Orlando miraba el suelo, Jiménez, el nico y Marcelo, lo miraban fijo al arquitecto y Humberto me miraba a mí como si fuese yo el que le estaba exigiendo tal barbarie. Quizá porque era yo el único que en ese momento tenía el casco puesto. Lo usaba por propia decisión, por bruto y porque apreciaba demasiado mi cabeza como para andar exponiéndola a los peligros de la construcción. El arquitecto seguía hablando, “el ministerio va a empezar a controlar y si encuentran personal sin casco en la obra, me multan a mi. Así que el que no tenga el casco puesto cuando yo venga, queda suspendido. Están avisados muchachos.” Luego nos dejaron en paz, anduvieron un rato rondando la obra, dejaron algunas indicaciones y se fueron. Como siempre después que se iban, brincábamos como chivos. “son unos hijos de mil puta...” “están pasados”, el que empezó fue Humberto, “tenemos que exigirle el aumento y los zapatos de seguridad” y siguió Jiménez “que los sábados no tenemos por que trabajar así que yo no vengo un sábado más”, todos exponían sus quejas. Yo le dije a Humberto que lo del casco era cuestión de acostumbrarse. Traté de explicarle con un ejemplo, “vos usas el pelo largo no? -le dije- bueno si fueras pelado y te exigieran que uses el pelo largo, te quejarías porque te da calor y porque es incómodo y no estás acostumbrado. Bueno con el casco es lo mismo loco. Después que lo usas un mes, te acostumbrás y ya no te lo podes sacar porque te sentís desprotegido.” Me miro confuso y como si le hubiese echado sal en los ojos. “andá, dijo, mañana vienen y te piden que te pongas una pija en el culo y vos te la pones”. Se escucharon las carcajadas. “no es pa tanto...” gritó uno, “yo quiero...” -gritó otro. “te acostumbrarías?”, me preguntó Humberto. “y capaz que si mi amor”, le Página | 15
dije riendo. “pero no es lo mismo, el casco es para no lastimarse, para protegerte, entendés”. Ninguno imaginó que unos meses después vendría la imposición del penículo. La imposición del penículo no surgió como un mero capricho estatal. Su causa fue una terrible enfermedad viral, el viróculo. Que ataca el aparato digestivo, más precisamente su parte final, el recto anal. “Hay quienes sostienen que al igual que el VIH es una enfermedad creada en laboratorios y quizás con el mismo fin, la eliminación de la homosexualidad” decía el periódico esa mañana. “El viróculo es una enfermedad contagiosa, que se transmite por muchas vías, a través del agua, por el aire, los animales no la padecen pero si la transmiten y también puede incubarse en vegetales. Basta con que un ser humano los toque o pruebe para quedar infectado. Sus síntomas son también terribles. Además de una intensa fiebre, provoca una extremada irritación en el recto, una sequedad impresionante, hasta el punto de resquebrajar sus paredes” –informaban. Esta irritación hacía casi imposible que un hombre caminara o se sentara cómodamente, sacaba hasta sus ganas de comer. O sea que lo transformaba en un ser incapaz de disfrutar cualquier placer vital. Las primeras informaciones dadas en los noticieros, además de la alarma que profesaban causaban mucha gracia. Y como siempre parecía que tal pandemia nunca llegaría a nuestro elegido país. Pero la estupidez mayor fue cuando anunciaron el único remedio capaz de aliviar ese mal. El Penículo. Una especie de supositorio grande, del tamaño de un pene, que se colocaba en el ano y que debía usarse de forma permanente. Un producto creado por los alemanes y perfeccionado por los japoneses, pero que lo fabricaban los yanquis. Y hasta el momento lo único que podía aliviar los insoportables dolores producidos por la enfermedad. Cuando escuchamos esto en la televisión me acordé de lo que había dicho Humberto. Y nos reímos de los yanquis, “van a tener que meterse su invento en el culo” pensábamos. Pasó un mes y la enfermedad avanzaba. Iba tomando más países y se acercaba, mirábamos los noticieros expectantes y preocupados. Su llegada era inminente. Y nuestra mayor preocupación venía de que a cada país en donde se detectara un foco infeccioso, se decretaba por parte del gobierno la imposición del penículo. Quienes habían padecido la enfermedad poseían un aspecto terrible, como de seres salidos del infierno. Pero cuando se Página | 16
recuperaban agradecían a dios la creación del penículo. Y eso nos tenía a nosotros en vilo. Tal degradación no la podíamos sufrir. “a mi no me meten nada” decía Humberto. Como tenemos un gobierno popular y precavido, la implantación del penículo, se decretó antes de que la enfermedad pasara nuestras fronteras. Recuerdo que por cadena de radio y TV, nuestro presidente dijo “el penículo debe ser popular, todos los uruguayos tendrán su penículo sin costo”. Al otro día, cuando viajaba en el ómnibus para la obra, vi un graffiti en una pared que decía, “ahora se ven los machos”, y abajo la sigla MRAP. Cuando llegué al trabajo le comenté a Humberto. El seguía preocupado y diciendo, “a mi no me meten nada loco”. La imposición se había decretado para la siguiente semana, con un plazo de un mes para implantarse el aparato. Luego la pena, que era la reclusión directa, sin aviso, las tropas saldrían a la calle. Querían un país libre del viróculo con implantación. Por cierto que a los recluidos les tocaba la misma suerte en la cárcel que a los violadores. “o sea que si no querés sopa, dos platos” me dijo Humberto. La imposición del penículo se realizó con éxito, los europeos la aceptaron con gallardía, los yanquis por amor a su patria, en Sudamérica surgieron algunos focos revolucionarios como el MRAP, pero que poco a poco se fueron debilitando hasta desaparecer.
No se cual habrá sido la evolución de la enfermedad ni como estará todo allá afuera ahora. Escribo esto desde nuestra precaria tatucera. Hace cuatro meses que no vemos la civilización. Fue cuando huimos cuatro compañeros de la obra en un camión hacia Flores. Abandonamos el camión en el monte y nos fuimos campo adentro a cavar. Las baterías de celulares y radio se agotaron la primer semana, así que no tenemos noticias del exterior. Nos alimentamos de una quinta abandonada que hay a unos doscientos metros, en una tapera. Salimos por las noches, de a uno por vez, embolsados y con tapabocas para prevenir. Tomamos agua de una pequeña vertiente que encontramos entre unas rocas de la tatucera. Hace tres días Humberto rompió una de las reglas que nos habíamos impuesto, no comer ninguna fruta sin hervirla primero. Al otro día, Humberto amaneció con un poco de fiebre. Y ayer por la noche, Página | 17
comenzó a gritar y a pedir por favor que lo llevemos a un médico. Es desagradable lo que estamos viviendo. Grita que le implanten el penículo ya. No ha parado en toda la noche de gritar y putear. Lo hemos apartado un poco y discutimos a ver que haremos, si entregarnos o resistir. Con Humberto infectado, el virus nos va a hacer mierda a todos. Pero hemos votado por resistir. Le dimos un trapo a Humberto para que muerda y se ha tranquilizado un poco. Nosotros aprovechamos para dormir, ahora que no se queja tanto. Al mediodía desperté y hacía un calor insoportable. Mire a los otros y también estaban sudados. Pero afuera un viento gélido soplaba. No se cuanto resistiremos. No quiero decirlo, pero siento la fiebre en mi cuerpo, y un extraño dolor que me retuerce el vientre.
2005
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Secuelas de un sueño
Y en aquel sueño, el hombre soñó que venía un planeta en forma de dinosaurio, y que con sus dientes le mordía sus labios y su lengua. Cuando despertó, el hombre estaba solo y se sentía mudo. No trató de hablar porque le pareció cosa de locos andar hablando solo, y eso le preocupó más que estar mudo. Se levantó y se lavó la cara, largo rato, haciendo pausas para mirarse al espejo. Iba despertándose lentamente, meditando el sueño y todavía sentía un leve temor y una rara sensación en la cara. Se observaba en el espejo como a través de una neblina. Su rostro parecía estar intacto, se refregaba fuertemente, de los pómulos hacia abajo, se tocaba los labios, el mentón, todo estaba sano, pero no se animaba a hablar. Pronto su reflejo en el espejo se hizo nítido y se sintió más despierto. Ya estaba lúcido y consciente. Pero esa rara sensación continuaba en su rostro y en sus pensamientos. Recordaba el sueño atormentado, pero su temor venía de otros sueños, que había tenido y que comparaba con este. Una noche había soñado que era apresado por una cuadrilla de policías. Lo habían tirado contra una pared, le gritaron, hasta que uno de los milicos le dio un garrotazo impresionante en el hombro, después le retorció el brazo hacia atrás, hasta que se escuchó un fuerte ruido, que él lo había sentido como un cuchillo entrándole por la axila hacia el pecho. Esa mañana despertó con un dolor en el brazo derecho que apenas podía moverlo. Se revisó el hombro y no tenía magullones, seguramente tampoco estuviera quebrado. Pero, de donde provenía aquel dolor? Pensó en que quizás se hubiera torcido el brazo durmiendo y eso le había Página | 20
provocado el sueño y el dolor. Era obvio, que la realidad debía de dominar a ese otro mundo dormido. Pero si es posible que alguien se muera por soñar que se estrella contra el piso cayendo de un precipicio? ¿por que no despertar con un brazo partido o despertar mudo? Sacudió la cabeza, como si fuera una alfombra a la que se le saca el polvo. Por un rato, le pareció estar distraído, con la mente en blanco o pensando en cuestiones rutinarias. El alquiler, el trabajo, una mujer que esperaba hacia días su llamada. Pero todas estas meditaciones parecían colocadas a prepo por algún esfuerzo semiconsciente para distraer su parte despierta. Y cuando estaba por introducir la bombilla en la yerba mojada, se descubrió recordando una escena en donde había experimentado ese mismo temor que ahora sentía por estar mudo. Era una escena familiar, en la que había parientes de corte formal y semiaristocrático, de buena reputación. Estaban algunos primos, unos tíos suyos, él y sus padres. Era una tarde de resaca inquieta, esas resacas que lo dejaban como recién nacido, con sólo conciencia de su nombre y de algunas caras familiares. Su pasado se le hacía confuso, como si fuera un libro leído hace mucho tiempo. Estaba incómodo, perseguido, como hundido en su silla. Observaba que todos hablaban entre ellos con melancolía “...los seres conversan entre sí como hormigas” -se decía- “mis antenas mudas, se mueven frente a un espejo que no las acompaña...”, mientras se iba poniendo cada vez más incómodo. Y de repente le vino ese temor, pánico. Su tía estaba en frente, él sabia que su esposo la engañaba, en realidad todos lo sabían y tampoco había motivo para comentarlo, pero a el le vino un impulso tremendo de decirle “guampuda, vos sos una guampuda”, que no sabía si podría contener. Estaba metido completamente en su mundo, en la ronda hablaban pero el estaba por fuera. Era parte de ella, entendía la conversación pero su verdadera conciencia estaba en el mundo interno. Entonces le preguntaron algo que entendió su parte despierta, pero en el interior el seguía pensando en su pánico. Su otra parte sabía que responder y el también, pero temía que cuando abriera la boca para decirlo, saliera de sus labios un grito de “vos sos una guampuda de mierda, ¡guampuda!” -lo que iba a provocar un enorme quilombo. Y respondió algo, sin saber que. Página | 21
Seguramente la respuesta correcta, pues la reacción de los otros no fue muy anormal. También dudó de esa normalidad, creyendo que era un acto de indiferencia a la desubicadez que había dicho.
Pero ahora estaba sentado en su casa, tomando mate y mirando al perro. Ya hacía como una hora que estaba así, estático, con un tremendo pánico, porque creía haber quedado mudo a causa de aquel sueño. “si al menos tuviera alguien con quien hablar” pensaba. Solo estaba el perro, que lo miraba como queriendo ayudarlo. Él se puso a acariciarlo, y el perro se le recostó, se le metió entre las piernas y casi le tira el termo. “Ta, ta, ta...!” le grito caliente porque estaba demasiado meloso. Agarró el termo, corrió al perro con la pierna y recién allí tomó conciencia de que había hablado y no estaba mudo. Entonces caliente, empezó a gritarle al perro como un loco “guampudo, pero que perro guampudo que sos...!” -luego se fue tomando mate a la calle, hablando solo.
2004
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Alberto Gregorio
Todos pensamos en lo mismo cuando vimos caer aquel objeto giratorio, que se dirigía justo a su melenuda cabezota. Menos él, Alberto Gregorio, como se llamaba el susodicho, se encontraba muy tranquilo y ocupado realizando la tarea que había dictado la profesora de matemáticas. Nosotros, los que siempre leíamos en el carné, el muy humillante juicio de la profesora que decía “debe mejorar su actuación”, pues a decir verdad y sin enorgullecerme de esto, éramos la peor clase de la institución liceal. En ese preciso instante, nos encontrábamos mirando hacia cualquier parte, sacando vaya a saber uno que viles conclusiones o razonamientos despreocupados. Lo cierto es que el ya mencionado objeto, uno de esos ventiladores de techo de tres paletas que parecían helicópteros invertidos, se precipitó justo hacia Alberto, cuyo banco se encontraba debajo del ventilador. Cuando escuchamos el ruido, nuestras miradas viraron todas a la vez hacia aquel aparato y todos pensamos en lo mismo, menos él. Alberto Gregorio fue el único que no imaginó el salón cubierto de gruesas fetas cerebrales y peludas. No sé si fue por fe o por no imaginarlo, pero como por arte de magia el ventilador hizo un giro de unos ciento ochenta grados, mientras Alberto en un acto de reflejo levantó sus manos y como un imán quedó prendido de aquel aparato que ahora se parecía más que nunca a un helicóptero. Y así fue que Gregorio se fue. Como que tuviera todo controlado esquivó a Raquel, la profesora- y salió volando por la puerta del salón. Afuera, en el patio, la petisa pelirroja que a la sazón oficiaba como directora, le gritaba: Página | 23
- “Alberto volvé, Alberto, devolvé eso, no seas chorro que lo pagó apal”. Alberto como un sordo que no sabe siquiera leer los labios, siguió muy campante con su viaje. Pensando quizás en que algún día cumpliría su sueño, llegar a la luna. Allí donde estábamos todos sus compañeros antes de que sucediera el extraño hecho. Mientras tanto en el salón nueve del iluminado liceo, en la ventana se veía mirar atónitos e inmutablemente desconcertados a todos nosotros, pensativos; Alberto se iba y se iba. ¿Rumbo a qué? Nos cuestionábamos mientras remontaba vuelo como una cometa y desaparecía entre las anaranjadas nubes vespertinas. Las clases continuaron normales, como si no se hubieran percatado del hecho. Se colocó un ventilador nuevo y a otra cosa. Rara vez alguno comentaba como chiste, que eso le había pasado por estudioso e imaginábamos en que situaciones andaría; ¿Qué será de su vida?, ¿Se habrá casado con una mariposa?, ¿O con una avioneta? Bromeábamos, pero esos chistes no hacían mucha gracia. Así pasaron un par de años, hasta que una tarde, con el sol casi cayendo, vimos pasar sobre el celeste cielo del pequeño pueblo, al mismísimo Alberto. Recuerdo que iba cantando bajito, como cansado de mirar para abajo, y saludó nomás, y siguió viaje. De tanta alegría, esa noche organizamos una fiestita con los compañeros en honor al eterno viajante. Nos pusimos cada uno un ventilador de papel en la cabeza, como para hacerle ánimo por si nos veía. Pero al otro día todo seguía igual, ya nadie se acordaba de el. Salvo, cuando en alguna de esas revistas raras aparecía algún artículo sobre el ya conocido internacionalmente objeto Alberto. Se podía leer en los titulares: “Se vio al objeto Albert Gregory (Nombre de pilas), sobre el despejado cielo de Mongolia, acompañado de tres hermosas palomas blancas”. Entonces nos juntábamos y organizábamos aquello que se había transformado en una especie de ceremonia religiosa en su recuerdo. Y como recuerdo aquel día, como lloré con aquel artículo, lloré más que con el de la madre Teresa de Calcuta. “Pobre Albert” -decía el titular- “pobre Gregorio” pensé yo de puro contra nomás. Y con mucho esfuerzo trate de descifrar aquellas ínfimas y borrosas letras impresas en el papel empapado por mis lágrimas. “Albert” -decía- “el tan querido y amado Albert Gregory” -decía- “ha muerto”. Que trágico pensé, -“Albert se ha estrellado contra el Página | 24
lado oscuro de la luna llena, nadie lo vio, no hay testigos, pero esta demostrado que su cuerpo ha dejado una huella inolvidable en la clara luna”. Cuando finalicé de leer estas hermosas líneas escritas en la famosa revista “El más allá está cerca”, mis lágrimas habían detenido su cauce y me sentía contento, al ver que Alberto había logrado su más querida utopía, Alberto murió en la luna.
1996
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La vanidad del artista
Evidentemente, escribir es un arte muy complejo y rebuscado. Se necesita una gran capacidad de expresión y además los poetas escriben con metáforas y una cantidad de otros recursos interesantes. Y yo que soy artista por naturaleza, debo evidentemente practicar algún tipo de arte. Entonces fue; que al resultarme tan difícil escribir, esta mañana me dediqué a pintar. Y aquí estoy, pintando esto, que ahora mostrándoselos así tiene forma de algo. Pero que hoy cuando tomé la hoja para comenzar, era un garabato. Es decir antes de ser garabato, no era nada. Entonces yo mire esa nada, con cara de artista no!? Y como artista me puse a buscar formas y a imaginar que carajo podía hacer. Y se me ocurrieron algunas cosas. Se me ocurrió pintar una canción por ejemplo. Pero ésta quedó muy fea, algo así como un electrocardiograma de colores. Que además al mirarlo sin escuchar la canción, perdía todo sentido. Entonces la hice un rollo y la tiré. Luego se me ocurrió pintar la vida. Estuve cuarenta y siete minutos mirando la hoja, con cara de artista; obvio! Hasta que logré poner el pincel en ella para agujerearla y tirarla al papelero. Evidentemente fue una gran obra también. Pero no quedando conforme, me dediqué a producir una tercera, pues aparte de ser un gran artista, soy muy productivo. Mi tercer obra surgió de mi vanidad (calculo yo ahora). Es decir, no me sentía conforme con producir un gran cuadro; sino que sentía la necesidad de aparecer en el. Fue así que comencé a dibujarme a mi mismo, mirándome con aire altivo, desde arriba. Confieso que fue un poco difícil imaginarme desde allí sin verme. Pero ustedes saben lo que son los dotes de un artista y gracias a mi gran poder de imaginación logré hacer un bosquejo. Que fue ese que les mostré hace unos momentos. Página | 27
Luego, al tratar de perfeccionarlo, me di cuenta de que la hoja en la que estaba pintando ese pintor que era yo mismo que me estaba pintando, estaba en blanco. Entonces, me dediqué a pintar esa segunda hojita vacía, en la que también aparecía yo pintándome a mi mismo en otra hojita vacía, que pinté y luego apareció otra y luego otra, lo que formaba como un túnel de infinitos cuadros, como cuando se coloca un espejo delante de otro. Y reflexioné, en que quizá pintar también es un arte complicado y me rendí. Enrollé la hoja, y cuando estaba por tirarla, sentí una mano grandota que enrollaba mi cuarto como a una hoja y me arrojaba al papelero. Evidentemente fue una gran obra.
1998
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ilustraci贸n aparicio abella P谩gina | 29
Divino arrabal
Tirado, contra aquel rincón de la cocina, bebiendo los últimos sorbos de aguardiente brasilera que quedan en su vaso, esta dios. Acá un poco más cerca, esta el diablo, sentado en una silla a la que le cuelgan unos trozos del tapizado. El diablo inclina la botella, y el aguardiente va llenando el vaso al ritmo de la música, que degenera el aire vaporoso de la noche. Desde el aparato, Lennon canta imagine, y dios la tararea, y se duerme, se duerme con el índice metido dentro del vaso. El diablo lo mira, lo observa, sacude la cabeza “tas jodido hermano” le dice. Y luego le grita –“no me dejé solo flaco”. Entonces dios se despierta sorprendido, se levanta tambaleando y va a sentarse a la mesa, llena el vaso y lo levanta. Comienzan a cantar a coro, “brindo por las mujeres que derrochan simpatía...” Chin chin suenan las copas, y el aguardiente se derrama sobre el mantel floreado. El diablo enciende un cigarro y lo convida a dios que le dice “estaba dejando pero igual te agarro”. Alguien golpea la puerta, son las dos de la mañana. Afuera la noche esta clara, hay unas pocas luces encendidas y algunos cuerpos vagan por la ciudad. El visitante al no ser atendido, abre la puerta, “permiso” grita y entra, “no pensaban convidar a este paisano, par de vagos”. Dios sirve otro vaso y hace un lugar en la mesa, mientras el ser se dirige a una lata y vuelca una bolsa llena de monedas. “que cuenta padre” le pregunta el diablo mientras el sujeto se sienta, agarra el vaso y se moja los labios, degusta el liquido y le pega otro trago más largo. “que qué cuento? Monedas, Jajaja” sueltan las carcajadas que se escuchan hasta afuera. Alguien mueve el dial, y comienza a sonar un tango, ‘sur paredón y después’, se escucha por toda la cuadra la voz de los tres borrachos. Bastante más tarde, ya terriblemente ebrios.
Se sienten algunas Página | 30
campanadas desde la iglesia. Miran el reloj sorprendidos, que marca las diez menos diez. El padre sirve otra vuelta “la última y me voy a laburar” dice. Empinan sus vasos apurados, a fondo blanco. Luego levantan las manos con los vasos vacíos y siguen cantando, “brindo por las mujeres que derrochan simpatía” mientras miran el cuadro de una virgencita de sonrisa simpática que cuelga al costado del reloj.
2000
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CUENTO LARGO O NOVELA CORTA
Exilios o como cagar al destino
“Parecía que todos mis esfuerzos para crearme una vida nueva se habían malogrado. Estaba de nuevo en la ratonera, así veía yo el asunto. Y me hallaba de vuelta, no cabía duda, de vuelta en la misma calle espantosa –“la calle de los primeros infortunios”- donde nada había sucedido desde que yo la dejé, nada de la menor importancia. Éste o aquel se había casado, éste o aquel se había vuelto loco, éste o aquel había muerto. Nada de alguna importancia para mí. La calle misma tenía exactamente el mismo aspecto, la igualdad del mal sueño, que es más aterrador que sumirse en el Orco... ...desde hace seis años he estado tratando de reconstruir la imagen del mundo que conocía y amaba. Un día tras otro me pregunto qué aspecto tendrá cuando vuelva a poner en él los ojos. Algunos de mis amigos me escriben diciendo que no lo reconoceré; otros dicen que es exactamente el mismo, sólo que gastado, golpeado. Yo se lo que es estar separado de aquello que se ama, esperar un día tras otro, un año tras otro el reencuentro eventual. Yo sé lo que es impedir que se deteriore una imagen que en el fondo sabes que ya no existe en la realidad. Me he acorazado contra las desilusiones más terribles, contra las decepciones más crueles. Como los fieles desesperados, me he dicho mil veces: “¡pero no importa el aspecto que tenga, con tal que pueda volver a verla!” Con la misma clase de fiebre y ansiedad espero mi nueva oportunidad. En Página | 34
otro tiempo era un mundo de promesas el que me esperaba; ahora es un mundo reconocidamente en ruinas. Es como si, mientras esperas a volver a encontrarte con tu amada, lees cada día que ha sido violada, reducida al hambre, golpeada y torturada. Sabes que cuando vuelvas a verla no reconocerás en ella nada más que quizá el brillo de sus ojos. Hasta eso puede haberse extinguido. Quizá salga a tu encuentro andando sobre los muñones, sin dientes, con el cabello blanco y los ojos ciegos, y el cuerpo convertido en una masa de heridas ulcerosas. Sólo esa idea me hace estremecer involuntariamente. “¿Esa es ella?” -preguntas -. ¡Oh, dios mío eso no! ¡Eso no, por favor!”. A veces así es como nos devuelven a los seres amados. Son los horrores especiales reservados para el fiel. Lo sé, lo sé. He estudiado no sólo la historia del ‘mundo’-1, sino también al hombre mismo. Conozco las perfidias de que es capaz. Sé que de todos los profanadores de la vida, él es el peor, el más ignominioso. Sólo él, entre todas las criaturas de dios, es capaz de destruir lo que ama. Sólo él es capaz de destruir su propia imagen.” De “Remember to Remember” Henry Miller, Connecticut, 1947.
1- Donde yo utilize la palabra mundo Miller dice ‘Europa’, me tomé el atrevimiento de cambiarla para hacerla más global.
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I
Por la época en que conocí a José Zinzer, el Uruguay padecía una de sus peores crisis económicas. Esta situación en mi, no influía demasiado. Las crisis son épocas de venganza para los pobres por convicción. Hay un punto en que la indigencia no cede, más abajo no se puede ir. Sin embargo un potentado tiene todo el abismo de la tenencia por caer. Yo no estaba tan mal, no era indigente ni pobre: al contrario, para el porcentaje mundial me encontraba entre los más privilegiados o ricos. Para mi país, era un pobre mediocre. Claro que yo también medía con las medidas comunes: donde riqueza, progreso, prosperidad o bienestar significan mayor cantidad de confort, acumulación de propiedad o simplemente saciedad de la glotonería. Pero no es en ese punto en el que se inclina mi historia. Durante estas crisis llega el hambre para algunos, para otros la pérdida de confort, para otros la continuidad del hambre y la dulce venganza contra los saciados. Durante estas épocas prospera el nomadismo. La huida del lugar en donde esta la peste es una reacción normal. Y esta peste económica que padecíamos estaba haciendo que se marchara del país a una gran cantidad de gente. Mientras el resto esperaba su oportunidad. Por mi parte no esperaba nada. Mi crisis no era económica y sentía las mismas ansias de conocer EE.UU. o Europa como las que sentía por conocer Guatemala o Bután. Quería viajar y eso sí, el destino más fácil era Europa. Después vendría lo demás, con dinero podría recorrer el mundo y elegir el lugar donde vivir a mis reglas. Sin embargo era extremadamente localista, creía que el lugar en donde uno nace y crece, no se debe abandonar jamás. El sólo hecho de vivir en Montevideo, una ciudad que no era mía, me hacia sentir incómodo, traidor. Me veía como uno mas de esos que pueden hacer cosas importantes por su pueblo, pero se marchan para sumarse a la masa de mediocres que conforman la ciudad. Aunque algunos conquistan el mundo, y eso si vale la Página | 36
pena. Pero yo creía que la conquista debía hacerse desde acá, desde el pueblo. Me parecía que era una conquista con mayor gloria. La montaña viniendo a Mahoma. Entonces cuando salía de mi pueblo, el metro donde pisaba era mi pueblo y deseaba viajar pisando esa tierra. La posición de Zinzer era quizás más radical que la mía, pero contraria. Él quería irse lo más lejos posible y no poseía el más mínimo patriotismo, ni siquiera creía en el hombre como su propia especie. Eso decía, pero creo que no era así, creo que era el más humano de todos y el más patriota, y que solo huía por vergüenza. El se había resignado a la incurabilidad de la peste espiritual del ser humano, y yo creía en que todavía quedaba alguna esperanza de sanar. Por lo demás, pensábamos, creo, exactamente igual.
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II
Una noche al salir de un teatro. Cantaba allí un trovador triste, salí cantando contento, pero remedando una melancólica melodía. Fue allí que vi por primera vez a Zinzer. Estaba solo, tirado contra el mármol de la facultad. Me chistó. Yo nunca me daba vuelta cuando me chistaban, siempre me decía lo mismo para dentro “si me conocés llamame por mi nombre”, esa noche no sé por que, pero me di vuelta, me pareció que era un tipo normal y me acerqué. Me pidió fuego, le di y cuando me devolvió el encendedor me quedé como esperando algo. Se dio cuenta y me invitó a fumar. Como andaba sin rumbo le dije que si. Me senté y me quedé un rato callado, mirando los taxis, los semáforos, todo lo que tuviera luz. Y observando a este tipo extraño. En realidad no era tan extraño. Sino que parecía demasiado normal como para andar fumando solo por ahí. Pensé en que quizás andaba deprimido o algo así. Pero después descubrí que así era siempre, hablaba como si todo fuera importante, hasta sus bromas las hacía con gravedad, soltaba una gruesa carcajada y luego serio miraba al suelo. Hablamos un poco, comentó algo del teatro, dijo también que estudiaba ingeniería y nombró algo de un postrado. Era raro se parecía más a un poeta que a un ingeniero.
Después nos entró sed y salimos a buscar un bar. Bajamos por atrás de facultad de ingeniería hacia la rambla. Estaba linda la noche. Cuando atravesamos el Parque, me dijo que por allí vivía, en bulevar y bulevar, en una casa grande. Caminamos un rato largo, conversando sobre cualquier cosa. El tipo me había caído bien, hablaba bastante, yo poco, y me gustaba escucharlo. Además yo estaba en una de esas etapas en que uno reniega de sus amigos de siempre, reniega de todo, de la televisión, del trabajo, de la Página | 38
música, de todo lo conocido. Estaba asqueado. Hubiese dejado el trabajo y me hubiera ido a la Quiaca, pero no me daba el rollo ni la plata que ganaba. Por eso dejaba de ver por un tiempo a mis amigos, dejaba de ir a lugares habituales. Eso era como irme. Conocía a gente nueva, y eso me parecía como abandonarme, como que empezaba la vida de otra persona. Tal vez fue eso lo que me llevó a parar ese día cuando Zinzer me llamó. Esa noche terminamos tomando en un bar de Acevedo. Charlando como viejos amigos, y me impresiono que no me había hablado en toda la noche de cuestiones de ingeniería.
Eran cerca de las cinco cuando empezó a aclarar. Estábamos bastante borrachos, sentados en unos taburetes altos, de frente al mostrador. Era esa hora en que el aire se empieza a poner espeso; entre el humo, el perfume, la música fuerte, los pedazos de conversaciones que atraviesan las mesas, el aspecto de los que llegan al bar en esa hora; todo se transforma en una masa espesa, en esa caverna de ansiosos. Habíamos entrado en calor y hablábamos de la irresponsabilidad de dios o algo así. Y yo ya empezaba a dejar de preguntarme porque estaba junto a ese tipo. Durante esas conversaciones le comenté eso de que estaba podrido de todo y que quería irme, pero él no habló mucho del tema. Simplemente hablamos de la cantidad de gente que se iba del país. Él dijo que quería irse también, al Cabo de Finisterre, a observar el abismo. Yo me reí de la broma y seguimos hablando de otra cosa. Como a las siete le dije que me quería ir y me acompaño. En la esquina de mi casa lo despedí, y le dije que me había gustado su compañía, y que quizás lo acompañara a Finisterre. Dijimos que nos íbamos a encontrar al otro día a hacer algo.
Llegué a mi pensión y me puse a cocinar, porque estaba muerto de hambre. Después apronté el mate y me fui a la calle a caminar solo por ahí, pues no tenía ganas de dormir. Era una época en que yo andaba muy solo, no por no tener amigos. Era sólo que esquivaba toda compañía, había descubierto que se puede vivir como un ermitaño en medio de la ciudad. Yo era una Página | 39
persona y los demás eran sólo parte del paisaje. Cuando veía a alguien conocido, trataba de que no me viera. Sabia que si nos cruzábamos vendrían a preguntarme; que en que andas o como te va. Luego me contarían que estaban estudiando y que estaban contentos, o que trabajaban y les iba bien. Y para mi todo eso era parte de la mierda. Trabajar y estudiar y todo esta bien. No quería escuchar a nadie tan contento. Mi desilusión seria eterna mientras la eternidad funcionara de esa manera. En la soledad esperaba la llegada de algún caído del árbol de la ilusión. Anduve rato caminando, recorriendo librerías y disquerías. Caminé sin pensar en el cansancio. Me tiré en una plaza, obviamente. Había llevado un libro pero no lo saqué. Un hombre no puede basar su vida en la lectura. No se puede vivir en un mundo de tinta y papel. “No puede ser que la causa de mi vida sea apreciar una metáfora genial, o una melodía hecha como por dioses.” Tenía que haber algo más y yo no lo veía alrededor. Recordé lo del encuentro con Zinzer y me decidí a no ir. Nunca cumplía las últimas promesas de la borrachera. Simplemente porque pensaba que los otros no cumplirían. Y lo argumentaba con un pensamiento en espejo: ellos creerían que yo les iba a fallar. Así que cerca de las cinco me fui a acostar.
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III
La luz en el nomenclator me hizo parecer que flameaba. Pero no, seguía ahí, tan estático e inmóvil como siempre. Indicando el sentido de la calle Eduardo Acevedo. El sentido que yo no le encontraba a esa “empinada Eduardo Acevedo”. Porque ya eran las cinco y media de la mañana y era demasiado tarde para salir a comprar cigarros. Era tarde para todo, para llamar a esa mina, para estar escuchando música y mirando a la pared, era tarde para pedir fuego. Sólo era temprano para dormir. Porque eran las cinco y media y yo seguía ‘caminando por el tercer nivel del átomo montevideano’, y a mí me parecía que era un anormal, “porque me parece que yo antes era un tipo normal, y que me calló una flecha y la tengo enterrada en el pecho, y a veces llegan los fantasmas a retorcerla, y juro que me hacen mierda; porque yo estuve en esta tierra, me exilié, me abandoné, y vengo cada tanto a visitarme. Porque ahora vivo en aquella ciudad, allá donde voy caminando. Porque estoy tan lejos de mí. ¿Porque estoy tan lejos de mí?” Rodaba hacia abajo por la Acevedo buscando Durazno, y buscando brazas de cigarro entre la oscuridad de los árboles. No solo buscaba alguien que me diera fuego, sino que pretendía que ese alguien fuera un conocido, amigo mío precisamente. Debo decir que no creo en la casualidad. El dios azar es para mi el único dios que existe, o lo que da lo mismo, actúa igual que los otros. Así que si una moneda se cruza en mi camino es porque fue mía siempre. Y la muerte llegará en el único momento en que debería ser mía. Por eso no pienso en la desgracia. La Acevedo es empinada y corta. Cuando llegue a Charrúa me di cuenta de que el bar estaba abierto. Por inercia y por necesidad miré hacia adentro, para ver si estaba Zinzer. Por la ventana vi, en el taburete alto del otro día, Página | 41
a Zinzer de frente al mostrador, y al lado un taburete vacío. Entré, a sentarme en el taburete vacío. No podía desperdiciar la invitación, menos un día en que raramente andaba buscando fuego y conocidos. Me senté mirando al frente y le pedí un vaso al bolichero. Zinzer me miró, no estaba sorprendido de que yo apareciese allí, y yo tampoco demostré sorpresa de que el no se hubiese sorprendido. Me puse a servirme cerveza. Todo parecía una escena de la noche anterior, como si hubiese ido al baño y vuelto. Me sentí cómodo y le comenté a Zinzer, “parece como si te hubiese visto hace un rato. Si, te estaba esperando”- me dijo. “A veces me parece que el hombre busca hacer parecer su día al anterior- le dije sin introducciones- no se si es por miedo a la diferencia o por amor a la seguridad del pasado. Por que te digo esto, no se, o porque estaría bueno que la noche fuese como la de ayer no? Sabes que me parece? Cuando pienso en la vida de un jubilado por ejemplo, veo el mismo día repetido durante diez o veinte años. Levantarse todos los días a la misma hora, aprontar el mismo mate, regar plantas, caminar o meterse en su galpón. Los domingos hacer asado, emborracharse matemáticamente y dormir la siesta. Quizás sea esa su sabiduría de la felicidad, hacer un día clásico, el día perfecto multiplicado hasta morir. Como un tango de Gardel que cada día suena mejor. Lograr un día que sea clásico y cada día se viva mejor, o con más nostalgia por lo menos.” Zinzer escuchaba atento y yo le descargaba como a un psicoanalista. “... he pasado mi vida yendo de aquí para allá, haciendo cualquier trabajo y cualquier vida; buscando un lugar un tipo de vida donde estancarme, pero sólo he encontrado ansiedad y apatía. Nada más he logrado hacer mis ciclos más largos, antes duraban seis meses ahora puedo aguantar hasta dos años en un mismo trabajo, con la misma mina o viviendo en el mismo lugar, todo un récord. Pero siempre, en algún momento algo me dice que debo rajar. “- y ahora en que ciclo estás?” “Estoy queriendo rajar -le dije- pero se me ha ocurrido esta idea de la felicidad rutinaria. No sé si felicidad, pero al menos un equilibrio matemático. Ves aquel tipo que entró recién con el mate? bueno, ese tipo Página | 42
viene cada día a esa hora, cinco y cuarto, pide una caña que le dura hasta cinco y veinte, la segunda le dura hasta las seis menos cuarto. Ese tipo se afeita día por medio, se corta el pelo una vez al mes, compra tabaco los viernes y los martes, y probablemente no falte ni un día del año a este bar salvo domingos y feriados. El día de ese tipo desde ahora hasta que se acuesta debe de ser casi idéntico al de ayer. No debe de distinguir entre ayer y anteayer, salvo por las noticias del diario o por la fecha. Ese tipo encontró su día clásico y se aferró como a una teta. Yo creo que no podría levantarme dos días seguidos a la misma hora. Pero quizás sea esa la fórmula. Y aunque algunos de mis recuerdos más lindos, o que se parecen a momentos felices pasaron en etapas de mi vida que fueron rutinarias, no logro deducir si es la rutina lo que los hace bellos.” Querés otra cerveza? Preguntó Zinzer. Dale le dije. Eran seis menos veinte, el tipo del otro lado de la barra se terminó la caña. Ves –le dije- es un robot; que mierda, la puta que lo parió, alguna vez sentiste eso, te acordás lo que estabas haciendo ayer a las seis menos veinte. O es un personaje puesto ahí para nosotros, o tiene que haber algo oculto en eso, en la matematicidad de sus actos, la puta que lo parió. No te calentés loco, no hay nada. Vamos a tomar tranquilos esta cerveza – dijo- y deja quieto a ese tipo.
Nos quedamos un rato callados. Era cierto, yo estaba demasiado alterado con ese tipo. Luego le tocó a Zinzer descargarse. “No hay nada más seguro que el pasado – empezó- los perdedores perdieron y los vencedores han ganado. Sabés –dijo- que hay una teoría que dice que el universo surge de una bola de fuego. Y que cuando esta bola explotó, nacieron los planetas, las estrellas y el tiempo. Bueno, dicen estos tipos que según con la fuerza con la que haya explotado esta bola podrían pasar dos cosas. O el universo se expande infinitamente hasta quedar quieto o se vuelve a juntar en una nueva bola incandescente. Es como cuando tiras una piedra hacia arriba, si tuvieras la fuerza como para sacarla de la órbita terrestre, quedaría allí, girando por siempre, y de lo contrario caería como siempre sucede. Entonces, si sucede lo primero, que se expandiera hasta quedar inmóvil, el universo moriría de frío, a 270 grados bajo cero. Pero si volviese a juntarse moriría en una masa incandescente otra vez. Bueno, estos tipos dicen que cuando el universo pare y comience su regreso, el tiempo se dará vuelta, o Página | 43
sea que caminará hacia atrás hasta unirse, y después nuevamente explotar y expandirse. Así que cuando el tiempo camine hacia atrás, nosotros viviremos esta misma vida pero al revés. Es posible entonces, que estemos atrapados en una cinta de video sin fin que va y viene infinitamente. Podría ser que estemos de vuelta, y que la verdadera ida haya sido la otra. Por qué no? Suena interesante – le dije. Por ejemplo me dijo, esos viejos zapatos que tiré hace tiempo, probablemente ya no queden rastros de ellos o tan solo una suela podrida. Imagino a los gusanos que se los comieron. En ese otro tiempo estarían comiéndose por el culo los excrementos de esos zapatos y escupiendo por la boca pequeños retazos, recomponiéndolos. El agua y el sol que los resecó, volviendo a humedecerlos para dejarlos más lisos. Luego yo buscándolos en el basurero. Me los pongo, están muy viejos. Luego camino, siempre hacia atrás, solo miro lo que dejo. Los zapatos se van poniendo nuevos. Mis recuerdos en este tiempo, son premoniciones verdaderas, todos somos videntes acá. Mis sueños son recuerdos de un iluso futuro que no fue, y sin embargo voy recuperando sueños. Voy al baño solo, a alimentarme, y me junto con mis pares en una mesa a vomitar comida. Devolvemos cosas a la tierra, pues recordamos que nacimos de ella. De nuestra propia basura vamos construyendo la naturaleza. Mis zapatos ya demasiado nuevos los estreno y los devuelvo en una caja al fabricante; él, siempre bueno, devuelve mi dinero, viste de cuero al animal, lo palmea y le manda a pastar por los campos. No podría describir un corte de pelo en este mundo. Que te parece? Me dijo. No estaría bueno? Si, primero la resaca y después el pedo, estaría bueno le dije. Puede que tengas razón y esa sea la verdadera “ida”. Parece que en ese estado todo camina hacia la creación, que no hay muerte. Nacemos de la pudrición en la tierra y vamos a terminar desconcebidos en el útero de nuestra madre, que devuelve su parte a nuestro padre, y así sucesivamente hasta que nos trepemos a un árbol y seamos monos. Parece que sí, que ese estado es mejor que este, en el que todo camina hacia la muerte. Después nos distrajimos y Zinzer empezó a contarme sus planes sobre el viaje, aquello de que quería irse, como todos, somos golondrinas en un planeta sin primaveras. Página | 44
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IV
Detesto a los tipos que se comen el mundo. Detesto a los exitosos, me empalagan y sus aduladores también. Una banda ha tocado toda la noche. Sus voces gimen mediocridad, y sus melodías hieden a mal gusto. Los veo arrastrarse, revolcarse como mendigos por el suelo sucio, pidiendo limosnas de aplausos. Mientras los aduladores ensayan una sincronía hipócrita de golpes de mano, como si fueran un congreso de críticos que le dan el visto bueno a la obra. Los detesto. Detesto a los mediocres que se creen exitosos y presentan sus obras. Detesto a los que se quejan porque el mundo no comprende sus obras, a los que se quejan porque el gobierno no los apoya para presentar sus obras. Parece que el universo girara en torno a sus obras. Detesto sus obras. Mis manos están atadas al mostrador, no puedo hacer una pizca de esfuerzo para moverlas y aplaudir. Ahora un tipo se ha salido de la barra, tomó la guitarra sin permiso y esta cantando un tango con voz de pavarotti, este es un hombre con huevos. Luego de tocar su canción se fue a la barra, agradeciendo los aplausos. Zinzer está inmóvil como una estatua. Hace rato que no comenta nada. Pero me parece que se en lo que está pensando. Yo escucho y miro al suelo, hoy no tengo pena ni encanto. No tengo dolor ni Página | 46
traición. No tengo tango, nada que llorar ni reír. Solo el vaso frente a mí, el diazepam y la cerveza anestesiaron mis nervios. No siento euforia ni Spleen. Esta es la vida pura fluyendo frente a mi. Objetiva, sola, una imagen en movimiento. Un vaso que se inclina en mi boca, un tango, la punta de mis zapatos que sobresale al suelo y dos líneas paralelas que me sostienen a el. La caverna se comienza a vaciar y a nosotros también nos entran ganas de irnos. Esta bandita me tiene podrido- me dice Zinzer. A mi también le digo. Él pide otra cerveza, para llevar, y enfilamos para la puerta. Cuando salimos, yo me pongo a gritar como un loco, “en la montaña todo es serenidad”, él solo se empina la botella, pero ni me mira. Yo sigo gritando, “en la montaña todo es serenidad”, y después abro los brazos mirando hacia arriba y grito “soy el Mesías” y me empiezo a reír a carcajadas. Como un loco. Realmente estas loco me dice Zinzer. Nos vamos caminando hacia arriba por Charrúa, llegamos a una esquina y nos sentamos, José agarra la guitarra y se pone a tocar la murga de la virgencita, yo mientras, aprovecho y me apodero de la botella. La cerveza esta exquisita, y mientras baja por mi esófago me parece un orgasmo. Me siento como un bebe antes de nacer, o como un anciano antes de morir, la paz es infinita. Los coches van y vienen, y su ilusión fulana, se empolva la nariz, para el cume de amor y también, para su tren fantasma. Ahí en frente hay un par de yiros, de virgencitas, que no quieren besar a nadie, y José les canta emocionado como si fueran todas el amor de su vida. Luego como siempre Zinzer me pasa la guitarra, pero hoy prefiero la cerveza, igual la agarro y me la aprieto debajo del brazo y sigo empinando la botella. Me pongo a jugar un rato con la viola, pero pensando en otra cosa.
Por que te querés ir José? Le pregunto mientras rasgo un poco las cuerdas. No se me dice, es que me siento mal, raro, siento un vacío que me come adentro y me contamina, y me parece que eso viene de afuera, el estúpido tema de la sociedad. Página | 47
Y a donde te querés ir, al Cabo? No, observar el abismo no es una forma de vivir. Aunque no estaría nada mal. Yo me siento igual loco, como te decía, siempre en algún momento algo me dice que tengo que rajar, pero no se adonde. Quiero irme donde no este contaminado dijoContaminado de qué? Por occidente. Jaja, imposible le dije, el occidente tomo la tierra y va por el espacio, estas frito angelito. Si tenes razón- dijo- alguna vez pensé en irme al medio del amazonas o al África con los indígenas, pero tampoco ese es mi medio, no es mi forma de vida, yo nací con la tecnología y el conocimiento, suena contradictorio pero de algún modo soy occidental. Entonces en que quedamos contaminación o no? Los excesos contaminan, quizás en un futuro aprendamos a usar estas cosas, el mundo avanza, lento pero avanza. Tal vez un día este prohibido tener más de lo que necesitamos. Estará prohibido comprar un segundo televisor mientras a otro que quiera tener uno le falte. Y tal vez después, eso deje de estar prohibido pues ese será un sentimiento natural del hombre no. Es muy ingenuo y puede que sea más aburrido que esto pero es algo de eso lo que me hace sentir en un mundo del que no quiero ser parte. Para ese tiempo falta mucho José, le dije. Puede ser, Europa va en ese camino, pero aun le faltan varios siglos, quizá un milenio... y bueno esa es la idea. Entonces, te vas a Europa, cual es la idea, no te entiendo José. Ya me estaba aburriendo y me puse a tocar la guitarra y de vez en cuando empinaba la botella. El tema es llegar allí, dijo, a ese lugar, a ese tiempo. Lo miré con rabia y me puse a tomarle el pelo. Claro le dije, viajemos a la Página | 48
Europa del dos mil setecientos, como no se me había ocurrido, era tan fácil la solución loco, y yo quemándome la cabeza. Para que cambiar el presente si tenemos el futuro solucionado, jaja. Es genial José. Puedo ser tu amigo? Sos un idiota dijo, y se quedó callado. Yo estaba irónico y pesado. Nunca creí que fueras un hippie comunista le dije, pensé que te la bancabas, creí que te bancabas la existencia y sus diferencias. No soy un hippie comunista idiota, no solo ellos mariconean, y también se la bancan. No es la diferencia lo que no me banco, es la hipocresía. La de los demás me chupa un huevo, pero tener que ser hipócrita ya me paraliza. Si, te entiendo, pero es algo natural no? Me extraña de vos que digas eso. Si perdoná José, es que estoy borracho y ahora todo me da por el forro, otro día frescos hablamos ta. Zinzer quedó callado, estaba ofendido en serio, y yo me quede con la culpa de haberlo herido. Acompañe a José hasta cerca de su casa, fuimos caminando en silencio y solo nos saludamos. Le dije que no se calentara y perdonara mi ironía.
V
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Dime quien soy y te diré quien eres. He vuelto como Cristo y os pido me descuelguen. Oh dios, yo no era dios. Yo no era carne para ser colgada. La madera de esta cruz, es árbol que crea el señor y el pueblo fabrica clavos para estas manos. Bienaventurados los que crean en algo, los dueños de la fe. Pues de ellos serán todos los reinos. Piedad para los descreídos pues ellos gobernaran el único reino de la desolación y aquellos que fehacientemente se nieguen a cualquier fe, solo gobernaran un pobre y razonable reino de tumbas agusanadas.
Bajo un pensamiento de para que? Vivía cada día, vagaba cada día media Montevideo, en busca de los hilos que mueven el mundo. Pensaba en mi desilusión, la que inspiraba mi exilio. El último había sido un desastre y este ya era un infierno. Y para peor estaba peleado con dios. Había creído alguna vez en él, como maestro de marionetas, pero nunca con seguridad. Un niño puede creer hasta en un ratón que cambia dientes por dinero, o en reyes que regalan juguetes por el mundo. Yo logre creer más en estas leyendas que en el propio dios. Claro a él no lo veía y no me daba nada, en que me podía atraer si las explicaciones del mundo estaban teóricamente comprobadas o a punto de ser resueltas. Así fui perdiendo a dios, así fui quedando solo en el universo. Lo repliqué, lo renegué, lo reclamé y luego lo combatí hasta ignorarlo. Y fue así que quede pronto para conocer el vacío. Yo crecí creyendo que cagar era un pecado, pues creía que las monjas de mi escuela no cagaban, como podían cagar seres tan inmaculados como ellas? Ni siquiera creía que tuvieran culo. Mi compañera también perdió a dios, en el mismo colegio. Parece que aquello hubiera sido un criadero de ateos, mis hermanos, amigos y enemigos, todos perdieron a dios allí y se rebelaron. Parece que la rigurosidad de las instituciones no es compatible con la bondad del Cristo. Salimos justos y como justos solo aspiramos al limbo. Purgamos nuestras vidas buscando el “templo que en el cuerpo guarda el alma”. Hoy me río como un indio, de los que mi abuelo cristianizó y mató. Ellos nos Página | 50
miraron con lástima, no conocían la depresión ni el vacío. Sabían donde estaba el lugar de la paz, un templo de sol o de luna o de piedra, lo elemental que demuestra la verdad del equilibrio de la creación. En algún momento perdimos el rumbo. Fue cuando le dimos importancia a la ambición, cuando el hombre se hizo hombre. Nació el artificio, lo que no es pasto ni piedra, ni mucho menos metal, ni siquiera pensamiento, solo artificio.
Estoy hablando de dios, de cómo lo perdí y la póstuma catástrofe que sobrevino, el vacío. Allí los manotazos son como soplidos para arrastrar un tren. En el vacío, solo queda cruzarse de brazos, con la furia de un boxeador al golpear sus propios puños. De lo contrario, patalear, esperar el magnetismo de algún suelo que te chupe y pisar tierra. Luego de haberlo negado y combatido, después de haberme vaciado hasta desconocerme, logre poner pie en tierra. Recién ahí, empecé una nueva búsqueda de dios. Para ello comencé por sentirme una célula de mi cuerpo, la más elemental o la más compleja, cualquiera. Y me pregunté que puede pensar una célula? Es decir, que mecanismo la lleva a cumplir su función, que imposición, que sentimiento la solidariza con su prójima? Me di cuenta de que no lo sabia, yo no se nada de ellas. Entonces me supuse una célula de dios. Y pensé en que quizá dios tampoco sepa nada de nosotros o que apenas sospecha lo que hacemos. Pues con mi trillón de células y yo siendo una de dios, que puede pensar una célula de mi raciocinio? Lo mismo que yo de dios. Habiendo elaborado así a dios, comprendí que con mi pequeña teoría tampoco llenaba el vacío.
La vacuidad se propaga como gripe, ahora tengo frente a mí, a mi pequeña compañera. Anoche la chupo un enorme agujero, cayo al fondo del pozo. Y probó su exilio. Después de hacer el amor me dijo que había tomado unos quitapenas de más. Cuantos? Le pregunté. No importa, solo quiero dormir, dijo con voz de ebria, y tambaleando se animó a mentirme que habían sido cinco, ya eran demasiados. Cuando miré la tableta, estaba vacía, me tome catorce dijo entonces, pero no te preocupes solo quiero dormir, repetía cada vez más ebria.
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Ahora esta dormida, con tubos en las venas llenos de suero. De vez en cuando se despierta. Pregunta por la hora, quiere irse ya de acá, corriendo. Mañana es noche buena y vendrá el psiquiatra. Yo, de vez en cuando salgo a fumar y lloriqueo. Desde este vacío oscuro, el único contacto al que aferrarse, parecen ser telarañas que se cortan y solo dejan hilos pegajosos en las manos.
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VI
Parecía que todo se había conjurado contra mí, los problemas que abrumaban mi cabeza eran como una mecha encendida, y pronto iba a explotar la bomba. Mi enfermedad, los ansiolíticos, algunas deudas para un trabajo miserable. El pasado el presente y el futuro complotados para hacer tortuosa y triste la vida de un hombre. Eran las ocho de la mañana cuando me desperté, desde el ventanal del garaje que yo alquilaba como cuarto de pensión, se veía la calle inundada. Llovía como si no fuese a parar nunca, y deseaba eso, deseaba que lloviera hasta que el agua tapara las casas y arrasara con todo el mundo que el hombre ha creado. Desde niño me atrajeron las catástrofes. Cuando niño soñaba con que un terremoto un huracán o un tsunami arrasara a las ciudades. Lo soñaba por las noches. Me emocionaba imaginarme al otro día cuando el sol saliera y se sintiera su calor, me imaginaba el ser mas feliz de la tierra y veía a la gente cubierta de pánico sin sus casas sin sus autos sin su teléfono, con sus porta documentos llenos de inútiles billetes con caras de héroes que no lograron la revolución que solo logra una catástrofe natural. Eso soñaba y pensaba como niño ingenuo. Más tarde descubrí que lo que me hacía feliz no era ver a la gente desposeída de sus bienes y confort. Sino lo que me hacía feliz era ver destruido un mundo en el que yo no sabía como ser parte de el. Yo soñaba con el hambre verdadera, había visto sembrar las calles y regarlas con esa porquería. Yo había visto crecer las cruces hasta ya no verlas de tan inmensas. Vi repartir los cementerios y las flores que nacen muertas. Pero la catástrofe sigue, cuando terminemos de automatizar la tierra, nos iremos a veranear al sol con nuestro gran bronceador factor cincomildoscientos, y nuestro planeta funcionara como nunca, como si no estuviéramos nosotros. Hasta las guerras dejaran de necesitarnos, las digeriremos desde nuestra cómoda reposera tomando un whisky virtual en nuestra piscina virtual, no es hermoso?
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A las nueve tendría que estar trabajando. Estaba hipnotizado mirando el ventanal, era una mañana hermosa para ver caer la lluvia. Pensé en un paraguas o en un pilot, pero no tenía, un hombre que trabaja no puede estar sin paraguas pensé. Un hombre que trabaja no puede no tener plata para un ómnibus, un hombre que trabaja no puede tener hambre nunca. La mecha se avivaba en mi cabeza, quería sacarla afuera y dejarla el día bajo el agua. Me sentía un perro encadenado al que algún miserable le había puesto la comida un poco más lejos del alcance de su cadena. Pensaba en los dosmilochocientos peso que ganaba. Pensé en que era dosmilochocientos pesos menos esclavo que un esclavo. Y allí la bomba explotó. Me levanté, revolví el cajón de mi mesa de luz en busca de monedas. Estaba decidido iba a llamar al trabajo y renunciar. Encontré las monedas, las últimas que me quedaban del miserable sueldo que ellos me pagaban. Las iba a usar para decirles que se introdujeran su fuente laboral bien en el culo. Me vestí y salí caminando bajo esa lluvia espesa hasta el teléfono tragamonedas. Iba pensando en el ridículo nombre que tienen esos teléfonos; tragamonedas, es mejor el de los otros que se llaman tarjeteros. Tragamonedas, tragamonedas, porque no me tragan ésta, pensé. Llamé al trabajo y les dije todo lo que tenía para decirles. Ellos protestaron de que les debía haber avisado con anticipación. Les contesté secamente que tampoco yo lo sabía. Volví a la pensión con una sensación rara, una mezcla de alegría y desazón a la vez. Pero me apronté un mate y disfruté de esa mañana lluviosa como un niño que no va a la escuela. Pensaba mentir sobre mi abandono del trabajo, pensaba decir que me habían rajado, que no me necesitaban más y me habían mandado al seguro de desempleo. Pues no quería dar explicaciones ni recibir reproches. Sobre todo de aquellos seres que quieren lo mejor para uno. Pero que no saben que es lo mejor que uno quiere para si mismo. yo solo quería un lugar, un espacio, una ratonera donde poder morirme de hambre sin rendirle cuentas a nadie, a veces uno no tiene ni siquiera ese derecho. Pero si tiene el derecho a trabajar por un sueldo miserable que te hace sentir miserable. Entonces ahí uno si se ha ganado el derecho a morir de hambre dignamente. Esa es la bendición que el señor le ha dado al hombre del siglo diecinueve en adelante. Consíguete un empleo y tendrás tu sello de dignidad. Tu casa se verá pobre y derruida pero digna. Nunca vagues por la calle con aire Página | 55
despreocupado. Simula ir a una entrevista o venir de ella, o estar vendiendo amuletos. O sino lleva una hermosa carpeta negra y cuando te pregunten a que te dedicas, diles: “cuento a los idiotas que se me cruzan en el camino, quieres estar en mi lista?” camina siempre como si estuvieras haciendo algo, nunca como si estuvieras disfrutando de no hacer nada, pues el señor puede maldecirte por esto. Esto es lo que nos predica a diario “el evangelio del trabajo”, si el maldito evangelio del trabajo, la Biblia de la esclavitud a cambio del salario mínimo. La de despreciar al andrajoso que nos pide una moneda, porque el no es digno de recibirla, no la merece. O porque nos da miedo que la use para ir al primer teléfono tragamonedas que encuentre y llamarnos para decirnos: “hijo de puta, metete tu capital sobrante bien en el culo, yo se transar con el hambre”
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VII
Hoy me desperezo de ese infierno. Hoy vivo con tanta fuerza que podría alimentarlos a todos de pasión. Cada poro de mi cuerpo esta abierto y aspira el mundo con el ansia del vicio. Me conmueve cada día, me conmueve pasar del miércoles al jueves, cada rostro de mujer, todo me conmueve y espanta. Salgo afuera a mear entre los cadáveres vacíos. Hoy habito ese lugar pero ya no me es infernal. La ruta me espera sombría y llena de sueños, en breve cargaré la mochila. Si tuviera a José a mi lado lo jodería como siempre, le tocaría el culo y le diría hijo de puta llévame con tigo.
Pasaron dos años, dos largos años para mí. Y no he vuelto a ver a ese tipo. Recuerdo la última vez que nos vimos. Tirados en la alta loma frente a la playa del Buceo. Desde allí observábamos la rambla, el museo oceanográfico iluminado, los coches y la gente que se movía como hormigas, cucarachas. Lo mirábamos como a un muestrario de microexperimento humano. Y José comenzó a vomitarme los argumentos de su huida. Yo ya no estaba irónico, al contrario me sentía triste, como presintiendo que algo iba a terminar dentro de poco, algo importante. En aquel momento, creí que José estaba realmente loco, totalmente pirado, o que me estaba jodiendo. Habíamos hablado aquello de que el futuro auguraba el mundo nuestro. Pero no pensé que fuera tan en serio. Empezó a explicarme sus teorías de que el viaje en el tiempo era imposible. De que solo había una forma de hacerlo y de que era hacia el futuro. Una Página | 58
forma natural dijo. Yo apoye la cabeza sobre mis rodillas y me dedique a escuchar. Y el siguió, esa forma de viajar es muy simple dijo, es vivir y dejar que el tiempo pase. Viviremos mil años le pregunte, y mientras que hacemos, yo me quiero rajar ya. No vamos a vivir mil años, dijo, te querés ir con nosotros? No se quienes son nosotros José. Yo encendí un cigarrillo y lo seguí escuchando, estuvo cerca de una hora hablando. Me contó de sus contactos en Buenos Aires y en Europa, me habló de los avances en mantener los tejidos orgánicos sanos a través del frío, de cuerpos congelados, de congelar el alma, del viejo Disney. Y de esa especie de secta de la que el era parte. Un gheto unido por el mal genético de la melancolía de vivir una época que no les correspondía. Inculcado por su madre, que ahora yacía congelada en algún lugar de la Europa. Una secta que criaba hijos, que se congelarían antes de morir. Y que dedicarían toda su vida al estudio de ingeniería y biotérmica, o algo así. Padres que le encargaran sus cuerpos a sus hijos, que luego estos se los encargaran a sus nietos, y luego bisnietos, hasta que alguien piense que es hora de resucitarlos, porque el nuevo mundo ha nacido. Dijo de que vería la forma de que yo viajara con el, si lo deseaba. Cuando terminó de hablar, yo seguí callado. Aunque seguía pensando en que estaba bastante loco, pero no tan convencido como antes.
Esa noche volvimos caminando, pues no había un mísero bondi del Buceo a Palermo a esa hora. Caminamos lento, con la pesadez de la ebriedad. Aun quedaba vino en la botella. Nos fuimos hablando de cualquier cosa, y yo en algún momento le dije a José que perdonara, “en este exilio no te acompaño, yo vuelvo a Juan Lacaze y después veo lo que hago”. Nos despedimos como siempre, hasta quedamos en tomar una antes de que yo me fuera. Pero yo me vine un poco antes y no lo pude ver. Luego cuando fui a Montevideo, pase por su casa y el ya se había ido, según dijo alguien que atendió a su puerta. No me dio por preguntar a donde había ido, pues Página | 59
no tenia sentido.
FIN
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Proesías
19-05-05
un hálito de mierda se mezcla en mi mi poesía debe ser pudrición carne rota escrita con tinta roja de mis venas me presento: soy el dueño de la mierda, el dueño del dolor y del miedo ya que la tristeza es un alivio en esta podredumbre soy un hombre que mira apático a una rata que roe sus llagas tengo miedo hasta de cagar en este infierno y mi enfermedad rompe mi lengua cuando encuentre a dios le diré que estoy bien muerto y purgado
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que otra vez el infierno no lo vivo
9-7-05
ah, vuelvo cargado de buenas noticias de alegrías varias y de esperanzas por el estilo por mis comisuras flamean mis babas el cielo esta limpio el sol brilla y se vapora del asfalto un canto enérgico el mundo baila al ritmo de un reagge silencioso las brasas de la danza macabra se van poniendo grises, cenicientas y tienden a apagarse por primera vez el mundo me resulta una cosa única una creación armónica y homogénea como un zamba, un mambo, la mejor máquina de la creación moderna el mundo baila un pogo al ritmo de un reagge hidráulico ahora se detiene y balancea get up, stand up y comienza a girar nuevamente Página | 63
stand up for your right mientras me hamaco, seres bailan a mi alrededor el reagge balancea los rayos del astro y el sol hace brillar el cromo de sus herrajes ahora el reagge hidrรกulico comienza a girar yo me paro sentir el viento en la cara el placer de este equilibrio me resulta un orgasmo
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20-10-98
el humo de una noche, no hace caer palabras ni brotar idiomas ya hace mucho tiempo que no te veo hace mucho tiempo que sos recuerdo hoy ahora mismo! voy a borrarte de mis recuerdos...
...a quien estaba yo escribiendo esto?
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14-10-01
te he estado esperando toda la tarde compañera pensaba decirte “te estaba esperando” pensé que sería una linda forma de enamorarte
pero en tu lugar han venido mujeres hermosas vestidas de nalgas y senos disfrazadas de culos grandes con tetas enormes forjadas en cueros y telas algunas también tapizadas en cara seda de forma desnuda
la orgía es tremenda creo que saldré a buscarte dos chicas de la Isla me conmueven una de huesos al aire cree en su belleza con fe y me llama
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por hoy solo busco tu cerebro de culo caído
04-12-01
esta noche mi cuarto es una caja de miedos golpeo las paredes y resuenan golpes vacíos parece que no hubiera nada afuera de este cubo hoy es una caja de sombras fantasmales que podrían suicidarme
hoy mi estómago es un lince hambriento y el pan que me dieron una burbuja de nylon marrón a veces siento ser un monstruo que traga melancolía que prueba el mundo como a fruta y vomita desconsuelo
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aire fresco
mis dientes son mis manos que tiemblan cuando cantan y piden perdón bailo sobre la piel de la patria muerdo con las manos flores y pasto bailo sobre mis manos me aplaudo
allá vienen otros a continuar la fiesta yo me voy mientras tanto por el camino de los años tambaleando el vicio me ha hecho un sobrio hosco quien sabe las manchas de los muertos donde están? tras el parpadeo de un niño en la isla del cielo la fiesta del alma continúa
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desde fuera la fiesta es un murmullo un saladero un ahumadero de cuerpos ajerezados y costumbres yo me voy mientras tanto por el camino de los años
‘afuera afuera sentir el aire fresco’
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epílogo
Ya se que es adrede la mierda que nos dieron había todo para dar al costado de la diestra yo añoro canto un poco más triste sin llorar todo nuestro esfuerzo por abandonar el ego porque estaba escuchando un murmullo venidero, arrasador de la felicidad a prepo
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Apagaron la luz, tras el golpe del cuerpo contra el piso. Se llevó las manos al pecho y sintió el calor húmedo, negro corriendo por sus manos, negro como todo. Alguien le tanteaba las patas, lo levantó y lo recostó contra sus piernas abrazándolo. Él hacia esfuerzos por ver su cara, pero la vista no se acostumbraba a esa oscuridad, el negro era infinito y le chorreaba del pecho. Tras la puerta se escuchaban golpes, una voz electrónica corriendo, gente tirando patadas y ese tipo le respiraba en la oreja. ¿Quién sos? Las piernas se le iban durmiendo de a poco. ¿tenes un chumbo en el pecho? Le preguntó el otro. “a quemarropa...” contestó. Y se aflojó dedicándose a esperar la muerte, esperando el transcurso de esos tres, veinte, diez minutos contra diecinueve años para atrás. “moriré digno como el clavel que me ofrezcas...” pensó, pensando en alguien, “todos los poetas morirán del mismo modo.”
Escrito por maco scheidegger entre 1998 y 2005
05/07/2013
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