LA EXCURSIÓN
Javier Mérida
S
tep estaba ansioso. Aun no se podía creer que iba a visitar la fábrica de juguetes. No veía el momento en el que llegasen y bajarse del autobús.
-Tío, vamos a saber cómo hacen al Capitán iZac –Le dijo entusiasmado el pequeño a su compañero de viaje -. ¿Te lo puedes creer? Porque yo aún no. -Step tío, es la tercera vez que me dices lo mismo –Le contestó su amigo con tono aburrido. -Lo siento Philip, pero es que estoy taaan impaciente por llegar ya. Y, por fin, tras un eterno viaje, ahí estaba. Desde la ventanilla, Step podía ver el cartel de gigantescas dimensiones del Capitán iZac, quien portaba majestuosamente su famosa Espada del Rayo. Nada más descender del autobús, bajo el gran cartel, les esperaba un hombre vestido de uniforme. Era un trabajador de la fábrica, lo sabía porque tenía el mismo traje que los del folleto que les dieron en clase. Ryan, así dijo el trabajador que se llamaba, estuvo hablando durante unos minutos que, a Step, le parecieron horas. Por supuesto no prestó atención a lo que el trabajador les decía. Él lo único que quería era entrar ya en la fábrica y ver como hacían a su robot preferido. No habían hecho nada más que apenas entrar, cuando, de pronto, Step comenzó a sentirse incómodo. -Oh, oh. Tenemos problemas -Pensó para si mismo –No debería haberme bebido los dos zumos tan pronto. Corriendo, el pequeño se acercó al maestro y llamó su atención. Éste, se agachó hasta ponerse a su altura. -¿Qué te pasa Step? -¿Puedo ir al baño? Me estoy haciendo pis –Le dijo Step en voz baja. -Sí, por supuesto –Le contesto dulcemente el maestro –El baño está ahí, al fondo a la derecha. ¿Quieres que te acompañe? -No –Respondió con seguridad el pequeño Step -, voy yo solo.
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Javier Mérida
El chico se alejó del grupo, cruzando el estrecho pasillo que conducía al baño. Seguía sin creerse que estuviera allí de verdad. Miró hacia arriba, a las estanterías donde estaban apiladas todas las cajas con un Capitán iZac cada una en su interior. Fue entonces cuando vio algo que le extrañó: Todos los juguetes estaban mirándole fijamente. Step aceleró el paso hasta alcanzar el baño. Una vez dentro, la puerta se cerró ferozmente, haciendo que el niño diera un saltito del susto. -¡No! –gritó el pequeño mientras corría hacia la puerta. Step, visiblemente nervioso, giró varias veces la manilla mientras empujaba la puerta, pero ésta no cedía. Era como si alguien desde fuera estuviese intentando dejarle encerrado allí dentro. Estuvo intentándolo durante un largo rato, pero el resultado siempre fue el mismo. Tras estar una eternidad sin escucharse nada, el pequeño oyó un ruido. Raudo, se levantó de una de las esquinas del baño donde se había sentado y se pegó a la puerta. -¿Hola? –Gritó a la vez que golpeaba la puerta –¿Hay alguien ahí? Pero todo pareció haber sido fruto de su imaginación. Resignado, se separó de la puerta y se dirigió de nuevo al rincón del que se había levantado. Fue entonces cuando oyó un pequeño click a sus espaldas. Rápidamente, se giró y pudo ver como la puerta, por fin, se abría. El pequeño no lo dudó un solo instante y salió a toda prisa del baño, volviendo a recorrer aquel pasillo que le llevó hasta el baño. Esta vez no miró hacia ningún lado, solo tenía en mente encontrar a sus compañeros y monitores para salir de allí cuanto antes. Este hecho hizo que no se percatara de algo: El plástico de las cajas de las estanterías del pasillo que contenían los Capitán iZac estaba rajado y, dichas cajas, vacías.
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Step buscó a sus compañeros por todos lados, pero no encontró a nadie. Ni a sus compañeros, ni a los monitores, ni a ningún trabajador. En la fábrica solamente estaba él. Corrió hacia la puerta por la que habían entrado hace no sabe ya cuántas horas. Pero imposible, estaba cerrada. El pequeño, apesadumbrado, resopló. En ese preciso momento escuchó lo que parecían unos pasos que se acercaban. Se giró, pero no vio nada. Echó a correr hacía donde le parecía que venían los pasos. Justamente cuando estaba en el centro de la fábrica los vio: Cientos, miles de Capitán iZac aparecían por todos lados y avanzaban hacia él, mientras empuñaban su Espada del Rayo. Step miró para todos lados, pero no había escapatoria. Todos los Capitán iZac le tenían rodeado y cada vez estaban más cerca. Cerró los ojos. Estaba perdido. -¡Step, Step, Step! –Comenzaron a repetir una y otra vez los juguetes, mientras agitaban su famosa espada. Las voces, que se oían cada vez más cerca, empezaron a fusionarse en una sola. Step volvió a abrir los ojos y entonces vio como su madre entraba en la habitación. -Uf menos mal, todo ha sido una pesadilla –Pensó. -Step, no te lo repito más veces –Le dijo su madre mientras colocaba algunas cosas en el armario -. Como no te levantes ya, me voy a enfadar. Al final el autobús se va a ir sin ti. -¿El autobús? –Preguntó el pequeño extrañado. -¿Ahora me vas a decir que no te acuerdas de que hoy vas a la dichosa excursión a la fábrica de juguetes? –Le contestó su madre con voz molesta, mientras salía de la habitación –Después de las semanitas que llevas dándonos con el tema, hijo. Es verdad, la excursión. Eso sí que era real. Y no quería perdérsela por nada del mundo. pág. 3
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Step se levantó a toda prisa, se vistió y se dispuso a salir de la habitación. Cuando llegó a la puerta, se volvió y se acercó al Capitán iZac, su robot de juguete favorito, y le quitó la batería. Durante unos segundos, se quedó fijo mirándolo. -Solo ha sido una pesadilla –Se volvió a repetir una vez más. Al instante, retomó el camino al pasillo y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Acto seguido, los amarillentos ojos del Capitán iZac se iluminaron, haciéndolo con ellos la oscura habitación.
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