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Epílogo La arpillera

No es fácil escribir sobre la arpillera, menos aún sobre las arpilleristas. Cada trozo de vida bordado en una arpillera es parte de una larga historia de años, en que todo dolor y toda alegría, toda angustia y toda esperanza, todo inimaginable horror y toda increíble lucha han estado presentes. ¿Cómo contar entonces mi camino al lado de las arpilleristas? Tal vez la única forma posible es como lo han hecho ellas: trocitos, puntadas, restos de cielo, pedazos de nubes, manos tomadas…

Nos ha llegado a la Vicaría una donación de varios kilos de telas. Damos vuelta la bolsa en el suelo y se forma un cerrito de colores alrededor del cual se inclinan doce mujeres arpilleristas que están en ese momento.

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-¡Aquí hay verde oscuro para matorrales!

-¡Miren, compañeras, café para techos!

-¡Qué lástima que este celeste sea tan pequeño!

No alcanza para el cielo.

-Aquí tienes amarillo para el sol y con él tapas el añadido del cielo.

-Yo no hago ni un sol mientras mi marido siga cesante. ¿No llegó algo para nubarrones?

-¡Cuidado! El gris hay que guardarlo para los agentes.

-Este rojo tan lindo lo partimos en partes iguales. ¡Dios mío!, si casi alcanzaría para una blusa para mi chica. -No, mujer, queda más lindo para el fuego de la olla común.

-Y ese gris de los agentes, ¿no me serviría también para las rejas de la cárcel? Así, igualito, es el color de las que abren cuando voy a ver al

Miguel.

Así es. Para bordar este cúmulo de experiencias, todos los colores son necesarios. Ellas saben que las arpilleras deben ser lindas, aunque la realidad no lo sea. Adornarán muros de oficinas, salas y piezas de niños.

-¿No ve que un gringo que me compró una arpillera, como la vio tan colorida dijo inmediatamente que era para sus niños? No tuvo idea que esos niños del “comedor” están todos desnutridos. Pero igualito es cierto que les tejemos su ropa de hartos colores. Yo no le conté toda la verdad. Si no me la compra, ¿con qué plata pago el agua después?

Así es. No siempre se puede decir todo en la arpillera, al menos no todo se ve cuando no se ha vivido. -¿Por qué estas personas te quedaron agachadas? –pregunto a Rosa, mientras observo una arpillera en que varias mujeres están en fila afuera de un hospital. Antes que Rosa me responda, Julia, Teresa y Elena me lanzan casi a coro: -El frío, pues, ¿no ve que hay que llegar a las cinco de la mañana para alcanzar a tocar un número y tener atención? ¡Esas señoras están encogidas de frío!

Así es. No es fácil poner con trapitos el frío, el miedo, el hambre o el entusiasmo. Como Esther, que cuenta al grupo: -Anoche me amanecí haciendo monitos para hacer la manifestación contra la tortura que hicimos el sábado. Se me cerraban los ojos, pero me acordaba de que éramos más de doscientos lo que fuimos y me daba ánimo para hacer un monito más. ¿Se entenderá que éramos muchos con los dieciséis monitos que alcancé a hacer?

Así es. ¡Tantas cosas que decir en un pequeño trozo de tela! -¿Y si no pongo la cordillera? –dice Sandra. -Ahí sí que me caben los helicópteros que sobrevolaron anoche la población y no nos dejaron dormir –agrega. Se agolpan y confunden las voces: -¡Eso sí que no! Sería faltar a la verdad. Todo el mundo sabe que en Santiago, donde uno se pare y para cualquier lado que mire, ve montañas. -Y además –dice María–, cuando yo digo la cordillera pienso que es la mismita que ven los ricos no más y me da gusto saber que al menos lo que hizo Dios, como la cordillera que es tan linda, mis niños la ven igual que los niños de los ricos.

Así es. Carmen está enferma y no ha podido bordar su arpillera. -Hemos traído una arpillera en que todas hemos colaborado, ¿podemos entregarla a nombre de Carmen? De todas maneras, si no fuera así, ellas se repartirían en partes iguales, incluyendo a Carmen, el total de lo recibido por las arpilleras. Férreamente tomadas de la mano, las mujeres arpilleristas no aceptan que la ausencia o enfermedad perjudique a ninguna de ellas. Ellas lo saben mejor que cualquier economista o sociólogo: todas necesitan el pan para sus hijos.

Lo que he relatado, tomado textualmente de diálogos que recuerdo, es lo mejor que puedo compartir con todos los que se interesen por la arpillera.

He aprendido de un arte que es pura realidad, sin abstracciones, sin discurso. Creo que no por eso es menos reflejo del alma o menos intuición de lo bello.

He aprendido un lenguaje más honesto, directo y nítido que el mío. No por eso menos profundo ni menos humano.

He vivido junto a las arpilleristas una experiencia de solidaridad más allá de cualquier ideología.

Aunque por mis manos han pasado miles de arpilleras, siento cada día por cada nueva arpillera un profundo respeto: soy testigo de que en cada puntada sobre cada trocito de tela, está o el dolor de una madre de un detenido desaparecido o la angustia de la mujer de un prisionero o la lucha de todas las mujeres cesantes. En todas, el esfuerzo y la dignidad de un trabajo que quiere ser comprendido, y en el cual, a pesar de todo, muchas veces va bordado un inmenso sol de esperanza.

Winnie Lira

Ex Directora Ejecutiva Ex Fundación Solidaridad

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