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Narrativa y PoesĂ­a escrita por mujeres

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Premio Dolores Castro 2012





Índice LILITH Y SUS HERMANAS Reencuentro 11 Entre dos aguas o Deméter agoniza

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De Afrodita 16 Medea 18 Vesta 19 Tonanzi Tlali 20 Innana Madre María Lilith 21 Kuan Yin Yemayá 22 El nacimiento de Venus

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Judith 24 Sedna 25 Izanami 26 Hathor 27 Bienes mancomunados o Perséfone Seis segundos o Ishtar

28

María Magdalena 29 Hera 30 Circe 32 La niña del alba Retrato en sepia de la tía Matilde

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Las manos de mi abuela

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ROJO SOBRE AZUL Y PLATA 39

ÁNIMA NOCHE EL PURGATORIO Cubos de hielo 90

Después de un concierto

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La cripta familiar 96 Antes de dormir 99 Exorcismo 103 EL INFIERNO Medalla de honor 105 Un ovillo 109 Mirada ajena 112 Pupilas dilatadas 116

Las cosas que nunca dije

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LILITH Y SUS HERMANAS Liliana Ramírez Flores


“En Lilith tenemos por lo tanto un espíritu del viento, una divinidad alada que es libre. Tenemos también un demonio que nos tienta a indagar más allá de nuestros límites inmediatos. Tenemos una serpiente que nos entrega la llave del conocimiento. Tenemos además una entidad que nos insta a ser fieles a nosotros mismos, a renunciar a aquello que no nos permite ser quienes somos.” -Federico Maurantonio Salinas


REENCUENTRO

“Hay mujeres que tocan y curan, que besan y matan; hay mujeres que ni cuando mienten, dicen la verdad. Hay mujeres que exploran secretas estancias del alma, hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz.” Joaquín Sabina

En el principio todo era oscuridad, silencio. Con manos suaves de patriarca antiguo rescataste mi cuerpo -perfumado de azaharesdel agua primigenia. Tu beso transformó en carne mi espíritu. Después me diste un nombre, tu voz me convirtió en luna de octubre -sol redondo y radiante de la nocheen música marina, colibrí, madreselva, nube, piedra, cascada. Mas luego te marchaste y el reino de la luz se disolvió en el viento. Una espinosa enredadera negra me envolvió en un abrazo doloroso, veinte lobos hambrientos destrozaron con furia la puerta de mi alcoba, la plaga del insomnio devastó los trigales de mis sueños. Trece noches más tarde me despertó una voz húmeda, ondulante. “Soy Julieta –me dijo-, María Magdalena, Coatlicue, Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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Eva, Lilith, Isis, Medea” Corrí ansiosa hasta el lago plateado del espejo (como el venado busca el agua fresca en un día caluroso de verano) Y ahí en el fondo pude verlas: Largos cabellos perfumados de sándalo, o cortos, ensortijados y revueltos, senos pequeños, grandes o marchitos, la piel tersa de fruta que se entrega o rugosa que hiere al que se atreve, manos que ofrecen lo mismo una daga ensangrentada que una manzana dulce. Pude verlas, pude reconocerme, pude nombrarme Lluvia, Sangre, Tierra fértil. Por vez primera me miré a través de mis ojos. Extraje de raíz la enredadera, llamé a los lobos con mis salmos azules, perfumados, y me siguieron dóciles. Descubrí cada arista de mi cuerpo de magnolia despierta. Minuciosa, acicalé mi piel como un gato salvaje y me envolví en la seda negra de la noche a esperar la voz tibia del sol nuevo.

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ENTRE DOS AGUAS O DEMÉTER AGONIZA Dedicado a mi madre

Abres los ojos, te alejas de ese pozo sin fondo que se extiende voraz justo atrás de tus párpados. Prefieres la noche de acá afuera, la marea pegajosa de sudores, jadeos,

voces en los pasillos.

Optas por el dolor metálico en el brazo derecho, la píldora a las nueve, la bata desgastada, más llagas en las piernas. (Peces plateados muertos caen de cuando en cuando a través de la única ventana). Eliges navegar en este océano oscuro erizado de agujas, diagnósticos errados, otro suero, llantos contenidos, vómito, arroz sin sal, pan amargo, excremento. Estas olas arrastran Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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pedazos de ti misma: mechones negros de tu pelo, costras, un ojo, un brazo, aquella foto (esa chamarra guinda era tu favorita)… tú y Armando sonrientes en la nieve, jirones de tu velo del vestido de novia, otro brazo, más sangre, el bautizo de Amanda, uñas y pus, aquel sombrero rosa que tanto te gustaba (¿se lo diste a Paulina?), el pinole y la leche que te traía tu abuela Rita cuando eras simplemente una niña en la lluvia. Un pinchazo, el calor,

una neblina tibia que te va di-sol-viendo poco a poco. Entonces te decides, anhelas ese salto al abismo sin fondo que hay detrás de tus ojos, Sueltas la mano esbelta de tu hija, desciendes inexorablemente. El vértigo salvaje se abre paso en tu pecho. Luego… Nada

Caer Caer Caer

Oscuridad

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Silencio. Un mar tibio te abraza, te acuna, te recibe con su canción antigua y líquida. Un océano de luz donde es posible navegar sin el cuerpo desmembrado que se quedó por siempre en la noche sin memoria.

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DE AFRODITA

I.UN BESO Muerdo con avidez tus labios

de naranja madura que ofrece voluptuosa sus húmedos misterios. II.OTRO BESO Cierro los ojos y me dejo envolver por la humedad oscura, por la atmósfera tibia en que se mezcla un tránsito confuso de hojas secas y caballos salvajes, de lluvia que no llega y el aroma del pan recién horneado. Abro los ojos y no hay nada... sólo un polvo irisado flotando frente a mí como si en sueños -intempestivamenteme hubiera trastornado una torrente febril de mariposas. III.POSTAL La hoguera duerme. El pájaro amarillo se posa en una rama. El sol finge no ver nuestros cuerpos desnudos debajo del encino.

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IV.UN ABRAZO Acudo puntual a sentir en tu pecho un latido de agua, un tambor subterráneo que ilumina la tarde. Te rodeo con mis brazos como a un árbol sereno. Y sé bien que si cierro los ojos un azul infinito me envolverá despacio y me disolveré en tu cielo como nube gozosa.

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MEDEA

Curvas. Noche. Acantilados. Lluvia. ¿Estará con ella? ¿La besará despacio en la nuca, como hacía contigo hace unos años? Los niños duermen en el asiento trasero. La pequeña jirafa de peluche se balancea inquieta en el espejo retrovisor. Lo único que lamentas es que no podrás ver el rostro de Jasón cuando baje a la morgue para reconocer tres cuerpos. Presiente el abrazo frío, oscuro, envolvente del agua. Aceleras.

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VESTA

En la penumbra suave siento su voz ardiente de gardenia herida

en el oído izquierdo. Sé que viene de lejos, Sé bien que atravesó mil veces el desierto infinito de la noche, sé que sabe mi nombre. Ha venido a buscarme, ha venido a traerme a su hijo muerto. Hoy no huyo, no aparto de mi brazo su mano que me oprime. Hoy me vuelvo y la miro, reconozco su rostro. Unjo su piel con bálsamo sagrado, la acaricio, la visto, abro la ventana y, en la risa perfecta de la aurora, nos volvemos vestales que despiertan la lámpara de aceite de su alma y juran proteger y honrar su fuego.

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TONANZI TLALI

Haz brotar en el páramo yermo de mi alma las rosas del milagro.

INNANA

En la penumbra ignota de tu sexo habita un torbellino de jazmines.

MADRE MARÍA

La corola radiante –virginal- de tu cuerpo se abre al amor solar del padre.

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LILITH

“Debe haber otro modo… Otro modo de ser humano y libre.” -Rosario Castellanos Escucho tu llamado tenaz

en la boca del viento. Romperé la envoltura que me asfixia y me revelaré luna de fuego redonda que florece en la entraña materna de la noche.

KUAN YIN

Flor de loto perfecta, dame el perfume suave de tu canto, adormece al demonio que me espera impaciente al fondo del espejo.

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YEMAYÁ

Un mar oscuro y crespo tus cabellos, madre. Innumerables conchas de colores:

tu corona. Yemayá, madre morena, Yemayá, dame tu mano pues de tu cuerpo nace el mundo. Yemayá, de ti brotan lo vientos, Yemayá, todos bailan contigo. Las estrellas nacieron de tus lágrimas. Si abres la mano izquierda, brota un pájaro; si entrecierras los ojos, el mundo se serena. Pero tú nunca duermes, Yemayá. Dame tu mano, negra, pa’ bailar.

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EL NACIMIENTO DE VENUS

Tú no lo sabes,

pero el viento lo nota; si no ¿por qué se afana en agitar tu pelo, levantarte la falda y dejar en tu oído la ofrenda interminable de un murmullo de olas? Esta tarde no juegas con los niños, tu mano melancólica traza frágiles círculos de arena. Quieres llamarte nube, pez plateado, gaviota. Te entregas al abrazo de la siguiente ola. Disfrazado de espuma, el esperma de Urano fecunda a la serpiente dorada del crepúsculo. Entonces naces tú, emerges del océano otra, pero tú misma. Tus pezones despiertan. (Dos botones de rosa de castilla que irradian su perfume delicado para el viento febril que los aguarda).

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JUDITH

Ha llegado el momento. Quizá hasta le sonrías al oficial de turno, quizá hasta puedas olvidar la sangre de tu hermano, (los dieciocho orificios de bala en su camisa), tal vez hasta consigas disfrutar el café del desayuno. Hoy es el día. La operación es simple: Musitas la oración de la mañana, caminas cuatro calles, subes al metro y luego… nada, tu corazón envuelto en velos negros, estalla en mil pedazos (pero ya estaba roto), haces volar risueña la terrible cabeza de Holofernes (lo que ignoras, -pequeña, dulce niñaes que Holofernes tiene mil cabezas).

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SEDNA

La noche es un océano tibio. Las nubes se agitan en el cielo como olas espumeantes. Tú y yo extranjeros insomnes viajamos en el mismo barco: viejo, moribundo, torpe. Mírame, reconóceme antes de que la noche esté irremediablemente rota y por las grietas comience a entrar la luz. El barco se hundirá pero yo me convertiré en una sirena.

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IZANAMI

Más allá del orgasmo está el vacío estoy yo sola caminado descalza sobre piedras filosas más allá de tu lengua está el dolor punzante los espejos oscuros enlodados más allá de tus manos que recorren mis muslos sólo hay desiertos negros arenas movedizas habitaciones con gaviotas muertas y miembros cercenados más allá del orgasmo está el silencio el insomnio espinoso la orquídea negra las puertas que se cierran más allá de tu cuerpo y de mi cuerpo está sólo el vacío.

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HATHOR

Al sol Amanece. Lo espero, él también me desea. Cuando abra la ventana penetrará mi espíritu y mi cuerpo con su luz -ígnea sinfonía-, y me disolveré en su aliento húmedo y al fin descubriré mi verdadero nombre.

BIENES MANCOMUNADOS O PERSÉFONE

La gotera clic-cloc en la cocina, el frasco de somníferos, un dolor lacerante en el costado izquierdo, un puño de cabellos que obstruyen el desagüe, la nota de la tintorería “servicio urgente”, una noche marchita, una jaula vacía, un pez azul un pez azul un pez muerto en el cenicero.

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SEIS SEGUNDOS O ISHTAR

No me abraces despacio, no humedezcas mi piel de tímidas auroras, haz crepitar mi sangre con tu beso salvaje, arrástrame con furia al huracán febril de tu deseo. Trastorna mis sentidos con tu pesado aroma de lavanda y tabaco. Alcancemos unidos ese espasmo de luz en que el tiempo no pasa, flotemos seis segundos -desconocidos, renovados, otrosen la atmósfera azul -lejos del odio, el ruido y el hastíodonde acaso el amor aún es posible. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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MARÍA MAGDALENA “Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una

gran soledad(…) La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo (…) Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo, levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos.” -CIC 541 Un tristeza larga se me anuda en el pecho como serpiente negra, un trago de ceniza me cierra la garganta, mis labios se convierten en un cáliz amargo, mi cuerpo es páramo desierto donde sólo los cardos… Abro la mano len ta men te mas no me atrevo a vaciar en tu rostro este puño de tierra, esta última rosa deshojada. Destrenzo mis cabellos, lavo mi cuerpo con el agua fría de esta noche líquida, camino entre los vidrios del insomnio, atravieso el silencio con esta cruz a cuestas. Sé que del otro lado me espera un alba de flores luminosas, sé que del otro lado el canto de los pájaros me habitará de nuevo y las gotas de lluvia bendecirán mi cuerpo.

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HERA

I.UN ÚNICO LATIDO Innumerables gotas rompen la oscuridad con su tamborileo de estaño. Mi hijo duerme en mi regazo su corazón de pájaro palpita junto al mío. La lluvia -coqueta, generosaamorosamente deja su saliva plateada en cada hoja esbelta del pirul. Cierro los ojos, siento en mi corazón cada latido: El mío, el de mi hijo, el tuyo, el de la lluvia. En esta oscuridad secreta, todos los pulsos se vuelven uno solo. Ya sólo existe un único latido, un solo golpeteo suave incesante rítmico lluvioso.

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II.CANCIÓN ANACRÓNICA DE CUNA Se apaga lentamente la furia de tus ojos, tu respirar se vuelve

acompasado.

Otra vez eres niño, un niño pequeñito y hasta podría arrullarte entre mis brazos, cantarte una canción de cuna. No hay más gritos, ni llantos, ni peleas, sólo mi mano trémula

que acaricia tu pelo como si fueras otra vez un niño, un niño muy pequeño.

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CIRCE

A Odiseo

Furia de pájaros azules, plaga de flores blancas, dulce garra de tigre, torbellino de ardientes arcoiris, noviembre, abismo, carne de mi carne. Muéstrame ya tu juego o déjame morir tranquila en este hastío verdoso líquido.

LA NIÑA DEL ALBA

Hada de luz, tus alas incesantes se han quedado enredadas entre los largos brazos del eucalipto absorto.

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RETRATO EN SEPIA DE LA TÍA MATILDE

Has preferido el frasco, las cápsulas azules trasparentes. Te ha bastado un instante para saber quién era el enemigo. Ha sido esta mañana. Al mirarte en la luna del espejo la desnudez tan blanca de tu cuerpo te ha cegado. El espeso torrente de tu pelo -ahora liberado de las trenzasflota oscuro, indomable. ¿En qué momento brotaron los senos incipientes (como pichones tibios y un poco avergonzados)? ¿Desde dónde ha venido este insidioso ejército de hormigas diminutas que algunas madrugadas (cuando los otros duermen) toma tu pubis por asalto? Sabes muy bien que afuera se preparan los pesados ropajes que habrán de sofocar tu cuerpo de río nuevo, las manos ávidas (capaces de matar cualquier paloma), los miembros -implacables y torpesque habrán de penetrarte hasta el cansancio (sin que escapen de ti quejas, risas o súplicas).

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Sólo habrás de ocultarlo y olvidarte de él, pues es el enemigo. Sólo habrás de tejer más apretada la trenza esta mañana, hallar un buen marido y tomar una cápsula azul que te adormezca y así hasta el infinito.

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LAS MANOS DE MI ABUELA

Mi abuela dice: “Venga, siéntese ya, el atole se enfría”. Yo contesto: “Sí, ma” (Cuando sus ojos castaños me sonríen parece una chiquilla de ocho años). Y sus manos comienzan a entretejer los hilos del crepúsculo con palabras antiguas. Esas manos, sus manos, -hábiles, diminutas, vivasque han engarzado flores en las coronas blancas de la virgen, que han aquietado las manos de los muertos, que han pizcado maíz. Cierro los ojos y la escucho. Casi puedo sentir su cabellera larga espesa de orégano recién cortado, el vuelo de su falda lleno de manzanillas, un trompo torbellino rojo que baila entre sus manos… En el horno de tierra, los elotes más tiernos; y a lo lejos, la risa cálida Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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-amorosa, impecabledel rĂ­o. Abro los ojos y la veo: Atrapando en el lienzo girasoles.

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ROJO SOBRE AZUL Y PLATA María Luisa Contreras González

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CAPÍTULO 1 Un nuevo archivo releído había vuelto al cajón de posibles trabajos, junto con el resto que había vuelto a revisar durante esa tarde sofocante de mediados de septiembre. Ese período de tiempo que siempre se daba entre un caso y el siguiente era tan ansiado como temido. La inactividad, el aburrimiento, la espera a que sonara el teléfono o alguien tocara a la puerta le ponían de mal humor. Y no le gustaba la persona que era cuando estaba de mal humor. Bernard Kenner, detective privado, radicado en Nueva York en el año de Nuestro Señor de 1958, era un hombre malhumorado. La lámpara sobre su atestado pero organizado escritorio, iluminaba apenas la reducida oficina donde atendía. La luz de la calle, llenaba las sombras que se extendían en las esquinas frente a la ventana, abierta para aliviar la pesadez de las primeras horas de la noche a finales del verano. Su saco, el sombrero y la corbata, permanecían en el pechero en la esquina al de la oficina, desde que había llegado a trabajar, poco después de las tres de la tarde. Recostado en el sillón reclinable, con los pies sobre el escritorio, las mangas de la camisa arremangadas por encima de los codos, la barba cerrada oscureciéndole el rostro, por haber ignorado una segunda rasurada a media tarde Bernard hacía tiempo mientras daban las diez de la noche, para poder dar por terminado el día y volver a su departamento en Brooklyn, para aburrirse cómodamente en su cama. La segunda edición de los diarios había terminado en la basura, después de una minuciosa revisión de la nota roja, la sección de sociales y la financiera – en ese estricto orden -, hecha religiosamente día tras día. Tal vez podía tomarse algunos días para vacacionar en algún lugar con un clima menos opresivo que el de Nueva York. Por un momento dudó en haberlo escuchado, pero cuando el ring del teléfono volvió a repicar, una, dos veces más, bajó los pies del escritorio y levantó el auricular, tomando la postura y la actitud de quien está demasiado ocupado y no desea ser interrumpido. - Bernard Kenner - Sacó la libreta de notas, la pluma y esperó. - Sé que no estabas haciendo nada, Bernie, así que deja de intentar sonar como si mi llamada interrumpiera algo importante. ¿Interrumpí tu siesta acaso? – la voz al otro lado de la línea sonaba divertida, con un constante sonido de charla y teléfonos sonando como fondo.

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- Esta sí que es una sorpresa, detective O’Malley. Usualmente soy yo quien te llama y no al revés… - Volvió a recostarse en el sillón y a subir los pies al escritorio. Cuando menos el día no terminaría como había transcurrido hasta entonces. - Estoy seguro de que cosas más extrañas suceden en este mundo…- Era ciertamente peculiar que Patrick O’Malley le llamará a la oficina de la nada. Usualmente era él quien llamaba al detective para pedirle información que siempre se le entregaba a regañadientes. – Salgo en un par de horas, ¿puedo verte en Frankie’s después de las once? – Escuchó el sonido de papeles y una conversación apenas entendible, como si alguien hubiera cubierto la bocina el teléfono. - No tengo planes para esta noche ¿es una cita, Patrick? – La vieja broma entre ellos que ya era más una costumbre que otra cosa. - No olvides los chocolates y las flores, Bernie y recuerda… - Bernard sonrió para sí, esperando la respuesta usual – nunca aflojo en la primera cita. – Colgó el teléfono y buscó la botella de whisky en el cajón del escritorio. Esta no era, ni por asomo, su primera cita.

CAPÍTULO 2 Entró al atestado bar pasadas las once y media y vio a O’Malley junto a la barra, haciéndole la seña de buscar un privado desocupado al fondo. Bernard escogió el de la esquina, aquel que quedaba fuera del movimiento del bar y de la vista de los grandes ventanales. Una botella cerrada de whisky y dos vasos aparecieron frente a él y comenzó a llenarlos, mientras O’Malley tomaba los cacahuates de una mesa cercana, para después sentarse frente a él, desanudándose el nudo de la corbata y dejando escapar un suspiro de cansancio, antes de tomarse de un trago el contenido del vaso. - Si te sientes tan mal como te ves, debo asumir que tuviste un día tan terrible como el mío. – Bernard volvió a llenar el vaso, observando cuidadosamente como el hombre frente a él pasaba su mirada por el bar, clasificando a todos y cada unos de los presentes, con ese instinto de sabueso que le hacía el mejor detective de su precinto. - Un día como cualquier otro, compañero. Este trabajo es sin duda alguna, el peor trabajo sobre la faz de la tierra. – Tomó su vaso y le dio un trago, relajándose un poco, pero permaneciendo alerta. – Aunque, ocasionalmente, tiene algunas cosas realmente interesantes. Apoyó los codos sobre la mesa y cruzó las manos frente a él, fijando la mirada en Bernard, quien sintió los cabellos de la nuca erizarse y el pulso acelerarse Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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solo por el extraño brillo en los ojos claros del detective. Algo interesante estaba sucediendo, ciertamente. - No puedo negar que me tienes intrigado, Patrick, así que déjate de rodeos y suelta la sopa, compañero. – Patrick le sonrió satisfecho y se acercó a él sobre la mesa, invitándolo a hacer otro tanto, como si fuera a contarle algún sucio secreto. - ¿Escuchaste sobre el caso del Imperial, de la mujer que asesinaron a cuchilladas, hará cosa de un mes? - Patrick sacó una arrugada cajetilla de Lucky’s del bolsillo interior de su saco y tomó un cigarrillo, que encendió mientras esperaba la respuesta de Bernard. - Si mal no recuerdo, el esposo fue condenado a la silla por el homicidio. – O’Malley asintió con la cabeza. – Es un caso cerrado, Patrick. - Lo es pero, y aquí está lo interesante del asunto, estoy seguro de que ese pobre infeliz no era el asesino. - Se echó hacia atrás en el sillón, dándole una profunda calada al cigarrillo, esperando la reacción de su interlocutor. - O’Malley ¿entiendes lo que estás implicando aquí? – Fue el turno de Bernard de darle un vistazo al resto del bar, tratando de evitar que se notara su repentino nerviosismo. - Tú me conoces, Bernie. Soy un detective ordenado y meticuloso, siempre tengo mi papeleo al día y eso me deja mucho tiempo libre. – Bernard sonrió, era conocida la manía del detective O’Malley de hacer las cosas de acuerdo al reglamento, junto a su dedicación al trabajo y su incontenible curiosidad. – En ese tiempo libre me da por revisar casos viejos, para ver si puedo encontrar algo a qué hincarle el diente. - Están reorganizando los archivos y me ofrecí a darles una mano en mis ratos libres. Eso me dio acceso a expedientes viejos que puedo leer mientras los reclasifican y encontré algo interesante. - Sacó un arrugado fólder de su gabardina y se lo paso. – Estos son cinco casos diferentes, ocurridos a lo largo de una década. Dales un vistazo y dame tu opinión. Voy por más cacahuates. O’Malley se levantó y Bernard comenzó a leer. Un par de minutos después, el detective volvió a la mesa con una nueva dotación de cacahuates y otra de pretzels. Bernard cerró el fólder con cuidado y fijó la mirada en él. - Es el mismo MO del caso del Imperial, ¿no es así? Mujeres asesinadas a cuchilladas en un hotel, con el esposo como sospechoso, juzgado y condenado a la silla. – O’Malley asintió, sonriendo satisfecho. – ¿Cómo es que nadie lo notó antes? - Primero, todos esos casos se consideraban cerrados; segundo, dime si conoces Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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a un policía en esta ciudad que se tome la molestia de leer un expediente de un caso en que no hubiese participado y tercero, nadie en la fuerza es tan inteligente como tu servidor aquí presente ¿cierto? Cierto. – Bernard tuvo que reconocer que esas tres aseveraciones eran cien por ciento correctas. Patrick O’Malley era un excelente detective y se aseguraba de que todos lo supieran, lo que no le hacía el más popular entre sus compañeros. - Muy bien, ¿y qué con eso? A menos que tengas evidencia nueva o algún sospechoso, ningún juez va reabrir estos casos. – La sonrisa de O’Malley no podía ser más brillante ni su expresión más arrogante. – No puede ser Patrick, no puede ser que hayas encontrado algo lo suficientemente grande como para conseguir eso. - Me hiere la poca fe que tienes en mí, amigo mío, en serio. – Tomó el fólder y sacó cinco hojas de entre el legajo. – Fuera del MO, no hay otra conexión entre las parejas involucradas; la elección de los lugares es arbitraria: desde moteles de paso hasta hoteles de lujo, en Brooklyn, Queens, Manhattan. Las fechas tampoco son relevantes, como tampoco lo era la vida personal de las víctimas. – Bernard hizo un gesto que implicaba qué era de eso de lo que estaba hablando, pero O’Malley lo ignoró. – Excepto esto… - le pasó las hojas que había apartado y que resultaron ser las condenas. Bernard las revisó de una en una y cuando hubo terminado con la más reciente, levantó la vista hacia O’Malley, con la boca abierta y una expresión de admiración en el rostro. - Esto es… Patrick, lo que estás implicando aquí…- Bernard tomó su vaso y bebió hasta el fondo, llenándolo de nuevo. – Dime que tienes algo más que tu instinto para probar ésta acusación. Porque, me permito insistir en esto, ningún juez va a reabrir estos casos basados solamente en lo que te dicen tus tripas, por muy acertadas que hayan demostrado serlo en el pasado. - Aquí es donde entras tú, Bernie. Tú vas a ayudarme a encontrar la evidencia necesaria para presentarla ante el juez. – Ahora fue O’Malley quien tomó la botella para llenar su vaso. – Estoy contratando tus servicios como detective privado para obtener evidencia suficiente para probar que Frank Forrest, el renombrado fiscal de distrito que se hizo cargo de todos y cada uno de estos casos, tiene algo que ver con los homicidios. Bernard se pasó una mano por el rostro y se recargó en el sillón, observando fijamente al detective, tratando de asimilar toda la información que éste le había presentado. Conocía al detective hacía casi media década, cuando éste había tomado su llamada pidiendo información sobre uno de sus casos y le había ayudado simplemente porque esa noche no tenía nada mejor que hacer.

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Habían pasado de una relación meramente profesional a una amistad profunda que había sido alimentada por la confianza mutua y el respeto y muchas noches en vela bebiendo hasta el amanecer. Compartían información y se aconsejaban mutuamente, resolviendo más casos en conjunto que por separado; compañeros no oficiales, cuya relación era tolerada por los jefazos del departamento de Policía siempre y cuando les diera resultados. Pero esto, el armar un caso en contra de un fiscal de distrito de la ciudad de Nueva York, en camino a postularse a Gobernador en un futuro cercano, era algo mucho más grande que cualquier otro caso en el que hubieran trabajado juntos en el pasado e implicaba mucho más riesgo, particularmente para alguien como O’Malley. - Esto es suicidio profesional, Patrick. Con tu situación en la fuerza es incluso estúpido. - O es el camino ideal para obtener el grado de Capitán y que me den mi propio precinto. Y el caso que te hará famoso, Bernie… - O infame. – O’Malley le miró desilusionado y tomó los papeles, para volver a guardar el fólder en la gabardina. - ¿Debo entender que estás diciéndome que no, entonces? – dijo O’Malley con una seriedad en su tono de voz que Bernard jamás le había escuchado antes. – No iré ante un juez hasta que no tenga algo seguro y no puedo buscar información desde adentro. Es por eso que te necesito en esto conmigo, Bernie. - Dame un par de días para pensarlo, ¿te parece bien? – O’Malley le sonrió y sacó un par de billetes de la billetera, dejándolos sobre la mesa al tiempo que se ponía de pie. - Dos días y más te vale que la respuesta sea afirmativa, compañero. – Le puso una mano sobre el hombro, a modo de despedida. - Espera…- Buscó algo en los bolsillos del saco y le puso en la mano una barra de chocolate. - Oh, Bernie, siempre tan galante. – Se guardó la barra en el bolsillo del pantalón y le dedicó una de sus sonrisas más encantadoras. – Si me hubieras dado un ramo de rosas, habría considerado el dejar que me acompañaras hasta mi casa. - Lo tendré en cuenta para nuestra próxima cita, entonces… - compartieron una sonrisa y se miraron en silencio por un momento, disfrutando de ese juego suyo de ver qué tan lejos se atreverían a llegar con eso y quién era quien se echaba para atrás primero.

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- Esperaré tu llamada, Bernie. – dijo O’Malley y se dio la vuelta sin esperar respuesta y Bernie se terminó el contenido de los dos vasos antes de salir del bar, un par de minutos después que él.

CAPÍTULO 3 Al llegar al departamento, Bernard se puso a la tarea de revisar su archivo personal en busca de información. Viejos recortes de periódico, expedientes armados con notas hechas a mano, el dossier de Forrest – parte de un archivo personal de todos los miembros de la fiscalía que tenía armado para su consulta privada – y cualquier otro documento que pudiera ayudarle a darse una idea más completa de lo que O’Malley le había presentado unas horas antes. No iba a negar que estaba más que tentado por la idea de participar en el caso, siendo que Forrest no era, precisamente, una persona que le agradara. Pero acusarlo de ser parte de una cadena de asesinatos era algo muy diferente, algo que requería que considerara todas las posibles consecuencias, todo aquello que pudiera salir mal, lo que probablemente fuera el caso. Pero Patrick había sonado bastante seguro sobre sus acusaciones y, con el paso de los años, había aprendido a confiar en esas corazonadas del detective; corazonadas que la mayor parte del tiempo resultaban bastante acertadas. Este era un trabajo que requería mucho cuidado y discreción. Conseguir evidencia sólida para convencer a un juez de reabrir los casos y armar una acusación contra un fiscal de distrito, requería de mucho más que tomar fotografías incriminatorias o vigilar cada paso de un posible sospechoso. Si se equivocaban, eso significaría el final de la carrera de ambos, pero si lograban conseguir algo… Se dejó caer en la cama, que llevaba sin hacer por lo menos una semana, y pensó y pensó hasta que se quedó dormido. :o::o::o::o::o::o::o: Antes de darle su respuesta a O’Malley, Bernard necesitaba tomar ciertas precauciones, entre las que estaba poner bajo resguardo la información que guardaba en su oficina. No sería bueno para el negocio que, si las cosas salían terriblemente mal, la delicada información que tenía en su poder, terminara en las manos equivocadas. Era poseedor de demasiados secretos, acumulados a lo largo de una carrera basada en descubrir los trapos sucios de los demás. Otra era asegurarse de que dicha información fuera accesible para alguien de confianza, en caso de que él no fuera capaz de hacer uso de ella. Necesitaba hacer un par de llamadas que habría preferido evitar. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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CAPÍTULO 4 Llegó al precinto en las primeras horas de la tarde, justo en el cambio de guardia, hora en que todo era ruido y confusión. Sabía que no era bien recibido en el lugar y por eso no acostumbraba aparecerse por ahí, excepto cuando era absolutamente necesario. Esta vez, además de la necesidad, estaba esa debilidad suya de molestar a los oficiales que siempre le veían como algo menos que basura en sus zapatos. - Si vienes a buscar a tu novio, lamento decirte que no está aquí. – Uno de los detectives del precinto, Joe Mancuso – quien les detestaba a él y a Patrick por igual -, se cruzó en su camino hacía el escritorio de O’Malley. – Está en la calle, haciendo el trabajo por el que se le paga. - No creo haberte preguntado, Mancuso, pero agradezco la información, es bueno saber que hay alguien que siempre está al pendiente de sus movimientos. La próxima vez te llamaré para saber en que líos se ha metido…- Mancuso bufó su descontento y le dirigió una mirada de puro desdén. - Jódete, imbécil. ¡Y que se joda ese infeliz también! – Bernard ignoró al oficial y miró su reloj. Esperaría una media hora a que O’Malley regresara, en caso contrario le dejaría un recado con la despachadora. - Hablando del Diablo… - Mancuso murmuró entre dientes y Bernard sonrió al ver el gesto grosero con que O’Malley le respondía desde la puerta, por pura costumbre. - Tu padre te envía saludos desde el Averno, Mancuso. – Varios de los oficiales se rieron de la respuesta de O’Malley, acostumbrados como estaban a las peleas entre ambos. Mancuso gruñó y salió de la habitación. - ¿Necesito defender tu honor de ese cabeza hueca, Patrick? – Bernard estaba recargado cómodamente en la orilla del escritorio de O’Malley, esperándole. - Absolutamente no, pero no voy a detenerte si quieres ir y patearle el trasero. – Dejó su taza de café sobre el escritorio, mientras se quitaba la gabardina y el sombrero, que colgó del perchero junto al cubículo. Bernard tomó la taza de café y le dio un trago, haciendo un gesto de desagrado al descubrir que no era precisamente apetitoso. - Necesito mantenerme despierto y esta bazofia es lo único que se puede conseguir por aquí. – O’Malley se dejó caer pesadamente en la silla, cerrando los ojos y pasándose una mano por los ya muy revueltos cabellos rubios. – Estamos doblando turnos, porque a alguien se le ocurrió la idea de cerrar un precinto y pasarnos el trabajo a nosotros. Nos cambiaran de capitán, van a Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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traer gente nueva y transferirán a otros a Nueva Jersey o Connecticut, por lo que he escuchado, pero no te preocupes, no estoy en la lista de traslados, aunque daría un riñón si con eso consiguiera que mandaran a ese idiota a Alaska o algún lugar igual de aislado y deprimente. Bernard notó entonces lo cansado que lucía y reconsideró el hablarle sobre lo que lo había llevado ahí. Podía esperar un día más y de todos modos, tenía otras cosas que hacer en el precinto, aprovechando la vuelta. - Aun me quedan unas doce horas más antes de que termine mi turno y después tendré día y medio de descanso… - Bernard seguía sorprendiéndose de esa habilidad del detective de adivinar lo que estaba pasando por su cabeza. – Necesitamos hablar y ambos sabemos que éste no es el lugar apropiado. Te veo en mi departamento más tarde, ya sabes donde está la llave y si eres tan decente como me has hecho creer por todos estos años, podrías prepararme algo de comer ya que estés ahí. Dormiré un rato y hablaremos ¿te parece? – Iba a darle una respuesta ingeniosa cuando un ¡O’Malley, trae tu triste trasero a mi oficina en este instante!, resonó desde la oficina del Capitán. El detective dejó caer pesadamente la cabeza sobre el escritorio y Bernard rió ante el gesto. Le pasó una mano sobre los cabellos en muestra de apoyo y se despidió, deseándole suerte. Caminó hacia la oficina de la despachadora, una antigua conocida, quien le sonrió con coquetería, a pesar de ser casada y a punto de ser abuela. - Loretta, tan bella como siempre. – La saludó con un beso en la mejilla y recibió con gusto el suave golpe con que ella le respondió. - ¿Cómo están las cosas en casa? - Bernie, bribón. Ahora entiendo por qué Mancuso salió de aquí echando pestes. Tú y O’Malley saben cómo enfurecerle con tan sólo respirar en su cercanía. Dime, muchacho ¿qué puedo hacer por ti? - Siempre tan eficiente, el departamento no sería lo mismo sin ti. Déjame comprarte un buen café y algunos bocadillos y hablaremos mientras te tomas un descanso ¿de acuerdo? - Bernie, querido, si la mitad de estos patanes fuera como tú, mi vida sería más fácil. Ve pues, le avisaré a mi asistente que tomaré media hora. – La vio entrar a la oficina y después salió para ir a la cafetería frente a la estación. Confiaba en que Loretta le ayudaría sin hacer preguntas. :o::o::o::o::o::o::o: Ya había amanecido y Bernard había dejado un plato servido sobre la estufa, para conservarlo caliente. Había estado revisando el expediente que O’Malley le había mostrado un par de días atrás y que había encontrado bajo los cojines Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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del sofá, que ahora estaba preparando para echarse a dormir unas cuantas horas. Escuchó cuando O’Malley abría la puerta y apenas alcanzó a esquivar la gabardina y el sombrero que éste había lanzado al descuido en su camino a la cocina, gruñéndole un buenos días de pasada. Siguió preparando el sofá, mientras le escuchaba moverse en la cocina, arrastrando los pies, apenas capaz de mantenerse en pie. Cerró las cortinas de la ventana, para proteger la habitación de la luz del nuevo día. Dormirían unas buenas seis horas, antes de que cualquiera de los dos pudiera ser capaz de pensar con algo de sentido; algo que necesitarían para discutir sobre el caso. - Me daría un baño, pero estoy que me caigo de sueño… - O’Malley salió de la cocina, deshaciéndose el nudo de la corbata y desabrochándose la camisa. – Veo que te mantuviste ocupado mientras esperabas, eso habla bien de ti, compañero. Gracias por la cena, no sabía lo hambriento que estaba hasta que me terminé todo lo que había en ese plato. Siéntete libre de venir y cocinarme algo de vez en cuando ¿de acuerdo? – Bernard le sonrió mientras se acomodaba en el sofá para dormir. - Siempre supe que eras del tipo fácil, Patrick… - Cerró los ojos y le escuchó moverse por la habitación, cerrando la puerta y poniendo los cerrojos extras, antes de irse a dormir - Y a pesar de eso, estás durmiendo en mi sofá… - Abrió un ojo para verle dejar su cartuchera sobre la mesa, tomando el arma consigo. – Te veo en un rato, trata de no roncar, por favor. – Apagó la luz y desapareció en las sombras, rumbo a su habitación, al fondo. Un par de minutos después, Bernard escuchó los suaves ronquidos de su amigo, que había dejado entreabierta la puerta de la habitación. Sonrió y se dejó arrullar por ellos. CAPÍTULO 5 El aroma del café recién hecho, mezclado con el del tocino, le despertó. Abrió los ojos despacio, notando por la luz que se filtraba por las cortinas que ya era pasado del medio día. Se estiró cuanto pudo en el sofá, tomándose su tiempo para levantarse y enfrentar un nuevo día. - Me tomé la libertad de revisar el nuevo material que conseguiste. – Patrick le puso enfrente una humeante taza de café, que le agradeció con una sonrisa. ¿Conseguiste que Loretta nos de acceso a más información en el futuro?

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Asintió con la cabeza, ocupado en beber el café, disfrutando el sabor concentrado de una buena mezcla hecha en casa. O’Malley tenía una posición relativamente acomodada y le gustaba darse algunos pequeños placeres. - Ve a darte un baño mientras termino de preparar el desayuno, comida o lo que sea. Espabílate, hombre, tenemos mucho trabajo que hacer y necesito ese cerebrito tuyo completamente despierto… Tal vez debería parecerle un poco extraño tener unas cuantas mudas de ropa en casa de O’Malley, pero como pasaba bastante tiempo ahí – ya fuera trabajando en un caso o parrandeando después de haber resuelto exitosamente uno – era poco menos que aceptable, que no necesario, tener algo con que cambiarse de ropa. Se tomó su tiempo bajo la ducha, relajando el cuerpo, tras haber pasado al menos ocho horas seguidas acurrucado en el sofá, cómodo si, pero no lo bastante grande como para permitirle a su casi metro noventa, descansar a sus anchas. Y a diferencia de su departamento, este baño sí tenía presión de agua. Se vistió con su pantalón de andar en casa y una simple camiseta, sintiendo el calor del día entrando por las ventanas, con las cortinas corridas y abiertas para dejar entrar el poco viento del verano y el constante sonido del tráfico de la ciudad. O’Malley comía sentado a la mesa leyendo el periódico, a su lado un plato servido le esperaba. Comieron en silencio, pasándose las secciones del periódico, cada uno leyendo sólo aquello que les interesaba. - Mira esto…- O’Malley dobló el periódico y lo puso sobre la mesa entre ellos. – Pasado mañana harán oficial la candidatura de Forrest para la gubernatura. – Tomó los platos sucios y los hizo a un lado mientras Bernard leía. Luego sacó sus Lucky’s y encendió uno, levantándose para llevarse los platos y volver con más café. - Lo que significa que no nos queda mucho tiempo para hacer un movimiento, antes de que las cosas se pongan demasiado complicadas. – Bernard comentó, conciente de la seriedad del asunto. - Creo que nuestro primer paso será considerar que su participación en los casos fue encubrimiento y seguir desde ahí. – O’Malley hablaba y tomaba notas, centrado en el caso, eficiente como siempre. – Estoy seguro de que hizo más que eso, pero necesitamos algo simple con qué conseguir algunas órdenes de cateo para tener acceso a sus archivos personales. Bernard le observaba trabajar y no pudo evitar sentirse un poco abrumado por la actitud de O’Malley. Antes de dar un paso más, necesitaba asegurarse de que no estaban metiéndose en un verdadero lío por las razones equivocadas. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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- ¿Puedo hacerte una pregunta personal, Patrick? – O’Malley le miró fijamente, con el cigarrillo colgando entre los labios. Bernard casi podía asegurar que su amigo sabía exactamente qué era lo que iba a preguntarle. - ¿Qué puedes preguntar que no sepas ya, uh? – Apagó el cigarrillo con un gesto de molestia. – Y si te conozco como creo que lo hago, la respuesta es no, Bernie, no estoy haciendo esto por una venganza personal, aunque detesto a ese infeliz con la misma fuerza con la que respeto esa cosa intangible que conocemos como Justicia. – Bernard le miró sin agregar más, satisfecho con la respuesta. - No soy un idiota, Bernie, aunque Mancuso y la mitad de la fuerza policial de esta ciudad lo crea. Soy un buen policía y sé bien en lo que me estoy metiendo. No te estaría arrastrando a esto si no estuviera completamente seguro, ¿entendido? – Comenzó a revisar los documentos sobre la mesa, para disipar la incomodidad del silencio que siguió a sus palabras. – Ahora, revisemos lo que tenemos hasta ahora. :o::o::o::o::o::o::o: Revisando las transcripciones de los cinco casos, descubrieron que toda la evidencia en contra de los esposos de las víctimas era meramente circunstancial. La violencia de los asesinatos caía dentro del crimen pasional y el primer sospechoso en la mayoría de esos casos era la pareja sentimental. Ninguno de los matrimonios tenía hijos o familiares cercanos. Nadie encontró razón alguna para que las mujeres estuvieran en un hotel, solas, aparentemente habiéndose registrado bajo su nombre de casadas – algo estúpido de hacer si habían ido al lugar para ser infieles – y pagando en efectivo. Los esposos estaban en sus trabajos, pero ninguno pudo dar una coartada creíble sobre lo que estuvieron haciendo al momento del homicidio. Todos eran jefes de sus propios negocios y sus empleados no podían asegurar con certeza cada uno de sus movimientos. La fiscalía había basado su acusación en ese hecho y no había buscado evidencia sobre un tercero en la escena. La saña de los ataques había hecho que oficiales veteranos, con varios años en la fuerza, se sintieran enfermos. Nunca se encontró el arma homicida, ni en las escenas ni en las casas de los sospechosos. Y con eso el fiscal había conseguido la pena de muerte para todos y cada uno de los casos. Conseguir evidencia forense de los primeros casos estaba fuera de discusión, Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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pero O’Malley se las arreglaría para tener acceso al reporte del último asesinato. No les quedaba duda alguna de que existía una relación entre los cinco crímenes, así que podían basar su investigación en los hechos del caso del Imperial. Era ya pasada la medianoche cuando terminaron de comparar notas y delinear un plan de investigación. Bernard investigaría todo lo que pudiera sobre el pasado de Forrest y su carrera dentro de la fiscalía, para encontrar qué era exactamente lo que ganaba con su participación en el asunto. O’Malley armaría un caso lo suficientemente sólido como para pedir la reapertura de los casos, alegando nuevas pruebas y solicitando la revisión del proceso dirigido desde la oficina del Fiscal del Estado. Era un gran plan en el papel, pero ambos sabían que no era tan simple en la práctica. - Aun no puedo creer que estemos haciendo esto. ¿No tienes ya suficiente trabajo con qué entretenerte? – La botella de whisky a medias sobre la mesa, indicaba que habían pasado demasiadas horas leyendo y armando estrategias. - Tengo tanto trabajo que pareciera que soy el único que hace algo en ese condenado precinto… - O’Malley se veía cansado y Bernard no podía dejar de admirar su persistencia. – Pero esto, esto, amigo mío, es importante y es mi boleto para hacer una verdadera carrera dentro de la fuerza. Antes me preguntaste que por qué lo hacía –De hecho, nunca pregunté nada…- Bien, supuse que eso era lo que ibas a preguntar ¿o me equivoco? No, ¿cierto? La verdad es que hago esto por que mi ego me lo exige. Estaban sentados en el sofá, en los extremos opuestos. O’Malley cruzó los brazos sobre el pecho y miró a Bernard, esperando a que éste hiciera algún comentario. Pero Bernard no sabía qué decirle. Entendía por completo el sentimiento tras las palabras de su amigo. La policía de Nueva York podía presumir de ser la fuerza de élite en el país, pero junto con la de Chicago, también era considerada la más corrupta. Patrick O’Malley era uno de los pocos oficiales que podían andar con la cabeza en alto y la conciencia limpia y eso era considerado casi un pecado dentro del cerrado círculo en que se movía. - Esto es todo lo que soy, Bernie. No soy nada más que mi placa y lo que ésta representa. No sé hacer otra cosa… - Dejó escapar un suspiro de cansancio y frustración.- Mi vida es mi trabajo, tú lo sabes. Mis compañeros me odian y mis superiores me soportan, porque soy mejor que todos ellos y éste caso servirá para demostrárselos. Quiero atrapar a Forrest para salir de las sombras y poder hacer algo más. Creo que puedo hacer algo por la fuerza si tengo los medios y el alcance, sé que me lo merezco o ¿es mucho pedir? Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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Bernard le escuchó sin interrumpirle, dejándole desahogar esa frustración que siempre parecía cargar consigo, esa ira reprimida que siempre estaba bajo la superficie, a punto de explotar. O’Malley no tenía amigos dentro de la fuerza y siempre acudía a él para dejar escapar algo de la presión, ya fuera echando pestes sobre sus compañeros o jefes y por lo ridículo que resultaba para él hacer bien su trabajo. Era parte de lo que implicaba ser amigo de alguien como O’Malley y Bernard lo aceptaba sin complicarse con cuestionamientos sobre si era o no una buena idea. - La posibilidad de que eso suceda, Patrick, contra la de que pase exactamente lo contrario es de una en un millón. Necesito que estés conciente de ello. Si las cosas salen mal, tú serás quien lleve la peor parte y eso es algo que no creo que te merezcas.- Observó cómo O’Malley apretaba los labios y sus manos se cerraban en un puño; de nuevo toda esa rabia contenida. - Sólo voy a preguntarlo una vez y quiero tu más sincera respuesta ¿estamos? mucho más que este caso depende de lo que respondas. - O’Malley se giró en el sofá, para poder mirarle a los ojos. - ¿Estás conmigo o no? Porque si la respuesta es no, dejaré de molestarte, pero tienes que saber que yo no voy a dejarlo atrás, seguiré buscando algo con qué incriminar a Forrest, sólo me llevará un poco más de tiempo hacerlo por mis propios medios. – Bernard le sostuvo la mirada y se tomó tiempo para responder. – No voy a dejar de ser tu amigo, pero no esperes que esto – O’Malley continuó, señalando el espacio entre ellos y el resto de la sala – siga como hasta ahora. Sé que es arriesgado y que puede terminar con mi carrera, pero también sé que si tú estás de mi lado, la posibilidad de que eso suceda puede reducirse considerablemente. Eres la única persona en quien puedo confiar con esto y si no puedes entender la importancia de eso, no sé cómo… Bernard se le acercó y atrapó una de sus manos, que iba y venía por el aire, acompañando sus palabras. O’Malley guardó silencio y bajó la mirada, un poco avergonzado del exabrupto. - En ningún momento he dicho que no voy a ayudarte ¿o sí? – O’Malley intentó liberar la mano, pero Bernard la estrechó con más fuerza. – Admiro tu convicción, pero también sé que no basta sólo eso y tus corazonadas para asegurar que tengamos éxito. – O’Malley murmuró algo que Bernard no alcanzó a entender, pero al menos ya no estaba luchando contra él. - Lo último que quiero ver es que te obsesiones y te olvides de tu propia seguridad y termines en la calle sin trabajo, degradado o en prisión. Voy a cuidarte las espaldas, pero sólo si me prometes que vas a dejarlo si las cosas no salen como lo has planeado.- Soltó su mano y le dio algo de espacio para Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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pensar, mientras llenaba los vasos de nuevo y arreglaba un poco el desorden de documentos sobre la mesita frente al sofá. Habían trabajado juntos en varios casos complicados, pero nada tan importante y riesgoso. Siempre, de forma natural y según fuera el caso, uno de ellos era la voz de la razón, aquel que ponía las cosas en perspectiva y que pedía tiempo fuera para enfriar los ánimos y recapitular. Este caso en particular estaba resultando ser también una prueba de fuego para su relación personal y maldita sea, no iba a perder un amigo por algo así. - Voy a salir un rato a caminar – O’Malley dijo - y tú tal vez debas ir a casa, hemos estado encerrados aquí por horas y no quiero que alguien empiece a sospechar de nosotros, después de que te apareciste en la oficina y te vieron hablar con Loretta… - Bernard le observó terminar su bebida y buscar las llaves. - Patrick… - Aun no había respondido a su petición de prometerle detenerse si las cosas no funcionaban y la preocupación comenzó a pesarle en la boca del estómago. – No creo que… - Sólo has lo que te digo por una maldita vez, Bernie. Confía en mí ¿de acuerdo? Ve a casa, duerme un poco y yo te buscaré mañana o luego, no lo sé. Tienes ya algo con qué empezar, así que aplica ese instinto tuyo de sabueso y consígueme algo de información. – Bernard intentó hablar pero O’Malley le detuvo con la mirada. Se guardó llaves y billetera en el bolsillo del pantalón y tomó el saco de camino a la puerta. – Cierra bien cuando te vayas y por favor, deja de preocuparte por mí. Bernard siguió sentado en el sofá mucho después de que O’Malley hubo salido del departamento. No podía quitarse la sensación de que algo muy malo iba a suceder y que no sería capaz de detenerlo a tiempo.

CAPÍTULO 6 Después de haber ido a casa a dormir y a cambiarse de ropa, Bernard volvió a su oficina, desde donde hizo un par de llamadas que había estado posponiendo pero que ahora parecían pertinentes. Unos cuantos minutos después colgó el auricular, pasándose una mano sobre el rostro. Había cobrado algunos favores que hubiera preferido no malgastar, pero que, esperaba, pudieran darle algo con que empezar a trabajar en la vigilancia de Forrest. No había pasado ni media hora desde que había colgado el teléfono cuando alguien tocó a su puerta. Con un gesto de resignación en el rostro se levantó y abrió, para encontrarse con Angelique Deschamps, secretaria de la fiscalía y Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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ocasional compañera de cama. - No era necesario que vinieras hasta acá, Angie, con una llamada hubiera bastado. – Bernard se le acercó con la intención de darle un beso en la mejilla, pero ella lo esquivó y fue a sentarse en la silla frente al escritorio, visiblemente molesta. - Por la forma tan sutil en que me pediste que buscará algo de información que es considerada como confidencial en la oficina, supuse que se trataba de algo gordo que no era recomendable discutir por teléfono, Kenner. – Sacó una cigarrera y el encendedor del bolso, dejándolo sobre el escritorio y poniéndose un cigarrillo en los labios, le miró, esperando. Bernard rodó los ojos al cielo, entendiendo la indirecta, apresurándose a tomar el encendedor y prenderle el cigarrillo, para luego sentarse en su sillón y verla darle un par de caladas antes de seguir con la conversación. - Sabes que no te pediría algo así si no fuera realmente importante ¿verdad? Sé muy bien que acordamos que nunca iba a aprovecharme de tu posición dentro de la fiscalía, pero en esta ocasión, no supe a quién más acudir.- La observó tensarse en la silla, apretando los labios en una mueca de enojo. – Antes de que digas algo, necesito que me escuches. Lo que voy a decirte debe quedar entre nosotros, porque no sólo mi cuello está en juego ¿entiendes? - Más te vale que valga la pena, porqué no voy a arriesgar mi trabajo por uno de tus estúpidos casos de maridos infieles y robos de joyas ¿quedó claro? – Bernard se puso de pie y se le acercó, ofreciéndole una mano, que ella tomó no muy convencida. La invitó a sentarse con él en el sofá de la oficina contigua, para luego sacar la botella de whisky del cajón y buscar un par de vasos limpios. - No puedo decirte mucho del porqué necesito estos datos ahora, pero te prometo que lo haré tan pronto sea posible. Ahora ¿qué puedes decirme sobre Frank Forrest antes de que comenzara a trabajar en la oficina del Fiscal? :o::o::o::o::o::o::o: Un par de horas después Angelique salió de su oficina, un poco más alterada que como había llegado y Bernard tenía un par de puntos sobre los cuales investigar más a fondo. No había tenido noticias de O’Malley y comenzaba a preocuparse. Ir a buscarle al precinto o llamarle estaba fuera de discusión si lo que querían era no despertar sospechas. O’Malley le buscaría cuando lo considerará apropiado, mientras tanto, haría algunas visitas destinadas a conseguir un poco más de información.

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Angelique le había proporcionado algunos datos que requerían un poco más de análisis. Según la secretaria del fiscal, Forrest había trabajado en una prestigiosa firma de abogados, dedicada a asuntos comerciales y financieros, misma que había abandonado para postularse para una posición dentro de la fiscalía. Forrest era considerado como un abogado que siempre se salía con la suya desde sus tiempos como civil. Y no sólo se trataba del terreno profesional. Había sido la noticia del año su matrimonio con la única hija de un muy importante y asquerosamente rico propietario de bienes raíces al que se consideraba dueño de casi medio Manhattan. Después de eso y gracias al apoyo económico de su suegro, fue que consiguió el tan codiciado puesto de Fiscal de Distrito. Forrest lucía íntegro en el papel, pero los rumores en el círculo legal de la ciudad – fuera público o privado – hablaban de alguien que estaba más que dispuesto a hacer algo ilegal si era necesario para conseguir una condena. La fuerza policial de la ciudad le detestaba casi tanto como lo respetaba. Aunque era cierto que había logrado destruir defensas con procedimientos que no pudieran considerarse del todo honorables, tampoco tenía empacho alguno en destruir las carreras de oficiales de policía que no siempre estaban dispuestos a mirar hacia otro lado sólo porque la oficina del fiscal se los ordenaba. O’Malley era uno de esos oficiales y las rencillas entre ambos hombres eran legendarias. Sólo habían trabajado juntos en un caso y fue más que suficiente para que ambos se aseguraran de que no se volviera a repetir, situación que sorprendía a más de uno si se tomaba en cuenta el alto porcentaje de arrestos que O’Malley hacía, siempre asegurándose de no dejar un cabo suelto, ni nada que pudiera darle a la fiscalía espacio para alguna de las conocidas maniobras de Forrest. Para sus compañeros en la fuerza, esa animadversión era simplemente fruto de la estricta disciplina con que O’Malley hacía su trabajo, de su apego a la letra de ley y su respeto hacia ella. Pero para Bernard era mucho más que eso. Con alguien con el temperamento de O’Malley, una reacción tan visceral hacia una persona tenía raíces más profundas, su fuente era mucho más personal. Razón por la que no podía sacarse de la cabeza que el oficial no le estaba contando la historia completa. Tenía que hablar con él pronto, antes de que lo que fuera que pudieran descubrir destruyera por completo la vida del oficial.

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Mientras encontraba una oportunidad para encontrarse con O’Malley, Bernard siguió recopilando tanta información como le era posible. Relaciones personales, profesionales o de negocios alrededor de Forrest; el principio de su carrera como abogado, los casos en que estuvo relacionado como civil y como funcionario de gobierno, su vida pública contra su vida privada, todo aquello que pudiera darle una idea de cómo podría alguien como él pudiera tener algún interés en condenar específicamente a este, aparentemente, desconectado grupo de personas. Hasta ese momento, nada de lo que había obtenido podía ser usado para ser presentado ante un juez y conseguir una orden judicial para reabrir los casos. Era frustrante, realmente. Por más que lo intentaba no lograba ver el caso con la misma perspectiva que O’Malley y eso le exasperaba y le desesperaba constantemente. Trataba de mantenerse neutral en su investigación, observar los hechos fríamente para contrarrestar aquello que, asumía, estaba detrás de las razones de O’Malley para meterse en todo ese embrollo. Y lo único que tenía en relación al caso, era material que sería más productivo en manos de un biógrafo que en las de un investigador privado colaborando con un oficial de policía para poner al fiscal de distrito tras las rejas acusado de estar relacionado en – por lo menos – el encubrimiento de cinco homicidios. Al diablo con O’Malley y su paranoia. Iría a buscarlo al precinto en ese momento para decirle que toda esa idea suya era una reverenda estupidez. El teléfono sobre el escritorio comenzó a sonar, deteniéndole momentáneamente en camino a la calle. Consideró no responder, pero estaba esperando la confirmación de algunos datos, así que se sentó y levantó el auricular. - Espero que estés trabajando en nuestro proyecto o de lo contrario puedes irte despidiendo de tu paga. – O’Malley sonaba como siempre, una mezcla peculiar entre emocionado y parcialmente aburrido. Bernard dejo escapar un suspiro de frustración y comenzó a relajarse un poco. - Hasta donde recuerdo, no hemos hablado aun sobre mi paga. Usualmente pido un anticipo bastante generoso, aunque con este caso en particular, creo que puedo arriesgarme a sugerir una cantidad de, no sé, unos cuantos miles… - la risa de O’Malley al otro lado del teléfono puso una sonrisa en sus labios. Si ambos podía bromear sobre la situación, probablemente no era tan terrible como lo había estado considerando los pasados días. - Si me tienes buenas noticias tal vez pueda ofrecerte una cena en algún lugar elegante o una muy cara botella de vino o tal vez alguna cita con la mejor de las chicas que Vicios pueda conseguir…- Podrían seguir así por horas, dándole vueltas y vueltas al asunto, pero Bernard necesitaba poner ciertas cosas en claro con su amigo antes de seguir dando golpes de ciego. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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- Podrías empezar con una ronda de café y unas cuantas horas de charla. Necesito hablar contigo sobre lo que he encontrado, comparar notas y ver si tu instinto de sabueso puede decirnos si no estamos perdiendo el tiempo con todo esto. - Ah, las dudas persisten ¿cierto? – Un momento de silencio siguió a su respuesta y Bernard consideró hacer un comentario que aliviara la clara desilusión de O’Malley por sus palabras. – En mi departamento a las once, lleva todo lo que tengas, cómprame cigarrillos, yo pongo el café, el whisky y, si sacamos algo con qué trabajar de tus investigaciones, tal vez, tal vez, te consiga esa cita de la que te hablé hace rato. Nos vemos luego. – O’Malley colgó sin esperar respuesta y Bernard se tomó un par de minutos para considerar cómo hablarle a su amigo sobre su creciente temor de que estaban cometiendo un terrible error. :o::o::o::o::o::o::o: Llegó al departamento temprano, antes que O’Malley, quien seguramente seguía ocupado en el trabajo. Dejó el paquete de documentos en el suelo y abrió la puerta. El departamento estaba a oscuras y cuando encendió la luz pudo darse cuenta de que nadie había estado ahí en al menos un par de días. Un plato con comida echada a perder sobre la pequeña barra de la cocineta, ropa sucia tirada sobre los sillones de la sala, periódicos de una semana antes sobre la mesita de café, las cortinas corridas y el inconfundible olor a humedad de un espacio cerrado. O’Malley no se había aparecido por casa desde Dios sabe cuándo. La preocupación se plantó en la boca de su estómago. Dejó los papeles en una esquina de la mesita de café y comenzó a arreglar un poco la habitación, algo en qué ocuparse mientras O’Malley llegaba. Junto con la investigación sobre su vida profesional, Bernard había comenzado otra alterna sobre la vida privada de Forrest. A primera vista, el fiscal era un hombre común y corriente: un esposo devoto y un funcionario modelo. No había nada ahí sobre lo que hincar el diente. Pero en su investigación sobre los trapos sucios del funcionario – preguntas hechas a aquellos que pudieran ofrecer información de primera mano y confiable – en bares, cabaret y tugurios de la ciudad habían arrojado resultados que no eran precisamente los que hubiera esperado. Corría el rumor – o el hecho, si se consideraba a las fuentes como fidedignas – de que Forrest había sido (o había dejado de serlo recientemente) cliente asiduo de ciertos clubes que ofrecían un muy particular tipo de servicio. Si los rumores probaban ser ciertos Bernard habría conseguido, casi sin querer, Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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información que podría darles una ventaja que les sería de mucha ayuda si las cosas se complicaban demasiado. ¿Cuál acusación dañaría más la reputación del fiscal de distrito: ser culpable de conspiración para cometer homicidio o ser señalado como homosexual? Había decidido no comentarle nada sobre el particular a O’Malley hasta que tuviera pruebas irrefutables. Temía que, llevado por su antipatía por Forrest, O’Malley decidiera irse por ese lado y olvidar la primer idea, en su búsqueda por terminar la carrera del fiscal. Lo que menos deseaba era acabar con una demanda por difamación contra un oficial del gobierno. Amaba su libertad por encima de todas las cosas y estaba seguro de que O’Malley pensaba igual que él. Había echado un atado de ropa sucia en una bolsa y lavado los trastes de la cocina. No había nada en el refrigerador que fuera seguro y había salido a comprar algo para preparar un poco de comida. Las ventanas estaban abiertas y el viento de la noche de finales de otoño refrescaba la atmósfera de encierro del departamento. Escuchó la llave en la cerradura y sonrió para sí mismo. Era como si fuera la esposa esperando al marido después de un día de trabajo, con la cena lista y la casa limpia. Una imagen bastante ridícula, considerando quienes eran, aunque no por eso menos apropiada. Unas flores sobre la mesa del comedor habrían completado el cuadro y Bernard casi se sintió desilusionado por no haberlas comprado cuando salió antes por la comida. Recordó los rumores sobre Forrest y se sintió repentinamente incómodo. ¿Qué pensarían los compañero de O’Malley si fueran testigos de lo que había estado haciendo en el departamento las pasadas dos horas? La puerta cerrándose y los pasos de O’Malley le sacaron de sus cavilaciones. El oficial estaba parado en medio de la sala, observando todos y cada uno de los detalles a su alrededor, para fijar después una mirada confundida hacia él. Probablemente lo mismo que O’Malley estaba pensando en ese preciso momento. - ¿Esto va como cargo extra a tus servicios como investigador, Bernie? – Se quitó la gabardina y la dobló cuidadosamente, dejándola sobre el sofá, tratando de no alterar el orden que ahora reinaba en la casa. – Porqué de acuerdo con nuestra charla por teléfono, voy a terminar quebrado si sigo haciendo uso de ellos ¿no es así? – Le dio una palmada en el hombro en su camino a la cocina, donde abrió el refrigerador y tomó un par de cervezas, pasándole una. – Una semana complicada en el precinto, apenas si vine a casa por un cambio de ropa un par de veces, no soy tan desordenado.

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La charla, la naturalidad de estar ahí con O’Malley, la domesticidad de la situación, esa sensación de incomodidad en una parte profunda de su cerebro. Por un momento, tuvo la urgencia de salir de ahí y poner distancia de por medio. Habían hecho esto cientos de veces en el pasado y nunca se había sentido tan fuera de lugar, tan fuera de su elemento. ¿Qué había de diferente ahora? La información sobre los gustos diferentes de Forrest. Se bebió casi media cerveza de un trago, lo que casi le hizo ahogarse. El acceso de tos le sirvió para apartarse un poco de O’Malley y tratar de controlarse un poco. Tenían mucho trabajo por hacer, ya se daría tiempo para analizar las cosas en privado, sin sentir la mirada escrutadora de su amigo sobre él. O’Malley pareció no darse de cuenta de su repentina incomodidad. Había desaparecido por un momento en la habitación, de la que salió un momento después, tras haberse cambiado de ropa. El traje formal que usaba en la oficina había sido descartado y ahora sólo llevaba una camiseta y unos pantalones que habían visto ya sus mejores tiempos. Se sentó en el sofá desde donde se puso a buscar entre los revueltos periódicos sobre la mesita, invitando a Bernard con un movimiento de cabeza a sentarse a un lado. Tras un segundo de duda, Bernard se sentó. - Mira la noticia de primera plana en la sección de negocios. – Le pasó el diario, señalando la nota principal. – El suegro de Forrest va a construir unos de esos grandes rascacielos en lo que antes era una legendaria zona comercial en Manhattan. Adivina quien estará en primera fila el día que pongan la primera piedra. – O’Malley no escondía el desdén en su voz y Bernard dejó pasar un comentario para leer la nota completa. – ¿Crees qué podrías conseguirme una lista de los antiguos dueños de las propiedades? Estoy seguro que hacerse de todos esos edificios costó más que dinero, si entiendes lo que digo. Habrá alguien que podrá darnos una declaración sobre amenazas o coerción relacionada con la compra-venta. - Dame un par de días y veré qué puedo hacer. – Tomó uno de sus propios expedientes y se lo entregó. – Mientras tanto, puedes ir revisando esto. Es una lista de los clientes de Forrest cuando era abogado civil. Más de una fortuna quedó arruinada gracias a los triunfos de tu fiscal favorito. El hombre ciertamente se ha hecho de enemigos a ambos lados de la ley. Ambos se concentraron en sus respectivos papeles, en ese modo suyo de confiar en que el otro pudiera encontrar algo que se les pudiera haber escapado en la primera revisión.

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Varias horas después, Bernard luchaba por mantener la mirada enfocada y un nuevo bostezo le hizo considerar el tomar un pequeño descanso. A su lado, O’Malley tomaba notas, fumaba cigarrillo tras cigarrillo, las piernas sobre el borde la mesa, aparentemente por encima de la necesidad humana de descanso. - No sé tú, pero yo no puedo mantener los ojos abiertos un segundo más. Si no te importa, necesito tirarme en algún lado y dormir. – Entonces cayó en cuenta de que el sofá donde acostumbraba descansar mientras estaba ahí, se encontraba en el momento ocupado con papeles y la muy despierta humanidad de O’Malley. – Uhm… - Toma mi cama, si termino antes de que despiertes, dormiré aquí en el sofá. – O’Malley ni siquiera apartó la vista del documento que leía para responderle. – Tal vez me quede un par de horas más, necesito ordenar todo esto en mi cabeza para poder sacarle algo de provecho. El cansancio pudo más que él y sin hacer más comentarios desapareció en el fondo del departamento. Se quitó la ropa y se metió bajo las sábanas en ropa interior. La cama era grande y ridículamente confortable, sobre todo comparada con el sofá donde acostumbraba dormir. No pasó mucho tiempo antes de que se quedara profundamente dormido. El ruido de gente moviéndose lo despertó, pero cuando vio que era O’Malley quien removía cajones pretendiendo hacer el menor ruido posible, cerró los ojos de nuevo. - Me voy a trabajar. – O’Malley volvió a la habitación más tarde, recién salido de la ducha y a medio vestir, para seguir revolviendo cajones. Más dormido que despierto, Bernard le observaba ir y venir por la habitación, haciendo mucho más ruido al tratar de no hacerlo. – Dejé algo de comer sobre la mesa, no olvides cerrar bien cuando te vayas. Ah, y recuerda conseguirme esa información de las propiedades del nuevo proyecto del suegro de Forrest. Bernard sacó una mano de entre las sábanas dando a entender que había tomado nota del mensaje y se acomodó de nuevo para seguir durmiendo. - Te llamo por la tarde a tu oficina para discutir sobre lo que hemos encontrado ¿te parece? – después del alboroto de los pasados minutos, todo volvió a la calma unos minutos después. Entre sueños, a Bernard le pareció que alguien pasaba una mano por su cabello revuelto, murmurando algo que no logró entender del todo, pero cuando despertó – ya bastante entrado el mediodía – no tenía memoria alguna del hecho.

CAPÍTULO 8 Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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La llamada de O’Malley nunca sucedió, pero Bernard no se sorprendió demasiado. Recordando el comentario de su amigo sobre estar demasiado ocupado como para ir a casa a dormir, se permitió suponer que las cosas debían estar un poco enredadas en el precinto. En parte para matar el tiempo y en parte porque necesitaba pagar las cuentas, Bernard siguió tomando pequeños casos ajenos al que llevaba con O’Malley. Decidió pasar el resto de la tarde en labores de vigilancia de un caso más de maridos infieles. Cargó con parte del material del caso Forrest y se plantó frente a un concurrido edificio de oficinas de la zona financiera de Manhattan. Le acompañaban un termo de café con una pizca de brandy, una generosa porción de galletas y la esperanza de tener una noche productiva. Había hecho la solicitud de los documentos de propiedad esa tarde y confiaba en que los tendría en su poder al final de la semana. A primera vista, esa información no le pareció interesante, pero ahora que el instinto de sabueso de O’Malley se había puesto tras el rastro, decidió darle prioridad dentro de sus notas de investigación. Uno de los últimos papeles que revisó fue aquel en que tenía la lista de supuestos testigos de las andanzas del fiscal en la zona de clubes de la ciudad. Durante todo el día estuvo dándole vueltas en su cabeza al asunto, sin poder decidir cuál sería el rumbo de acción que tomaría. Como primer instinto, vio la información como un punto de presión que ejercer sobre Forrest si éste tomaba medidas extremas en su contra cuando se dieran a conocer las acusaciones; una especie de salvaguarda – que no propiamente chantaje – para protegerse a sí mismo y a O’Malley. Algo se removía en el fondo de su cerebro en relación a esa información. ¿Cómo algo tan específico y tan relevante no sido detectado por O’Malley desde el principio de su investigación? Con esos hechos en su poder, el oficial habría conseguido una ventaja sobre el fiscal de la que éste jamás se repondría y, sin embargo y por lo que podía ver en relación a los avances que O’Malley había hecho durante su propia investigación, no existía referencia absoluta por ningún lado sobre el asunto en sus notas o archivos. No, O’Malley no podía haber dejado pasar algo tan grande. O lo sabía y pensaba como él en guardarlo como última opción o… Lo sabía y no tenía intención alguna en hacer uso de ello. Su objeto de vigilancia comenzó a moverse y con ello una tarde que no tuvo grandes imprevistos y que le dejó una ganancia fácil que le permitiría pagar algunas deudas. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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Llamó al precinto de O’Malley, pidiendo hablar con Loretta, a quien le dejó un mensaje para el oficial: noche libre el viernes, once de la noche en el O’Malley. Una noche para beber y divertirse, una forma de reagruparse y recalcular sus posiciones en relación a lo poco que ambos tenían en sus manos. Porque Bernard no estaba tan seguro de qué tanto valía la pena seguir adelante con algo que no le parecía nada más que una revancha personal. :o::o::o::o::o::o::o: Angelique le había llamado un par de veces para saber qué había hecho con la información que tan a regañadientes le proporcionara. Se vieron una vez, él pasó la noche en su casa y siguieron tan amigos como siempre. Nada más que ella pudiera decirle sobre el caso en cuestión, pero tuvo que dar a cambio la promesa de informarle con suficiente anticipación si es que se tomaba alguna acción drástica al respecto. Gajes del oficio cuando se es un investigador privado: siempre se deben favores aquí y allá, con la esperanza de que nunca sean cobrados. La mañana del viernes pasó por la municipalidad a recoger la lista de propietarios, que decidió no revisar antes que O’Malley, simplemente porque no tenía realmente idea alguna sobre qué era lo que pudieran obtener de ella. Pensaba hablarle a O’Malley acerca de su descubrimiento sobre las actividades extramaritales de Forrest, por la pura curiosidad de ver su reacción. Tenía esa molesta certeza de que el particular no le era desconocido al oficial y le molestaba la idea de que deliberadamente no hubiera mencionado el hecho al principio de la investigación. Un punto más en la larga lista de contras que iba formulando para sí mismo sobre la validez de esa empresa conjunta. Llegó al bar un poco antes de la cita, para prepararse para una muy larga e incómoda discusión con O’Malley. No era como si fuera a decirle que quería abandonar la empresa antes de que el daño fuera irremediable – que era en esencia lo que consideraba la decisión correcta – sino hacerle ver, fríamente, que todo ese proyecto estaba condenado al fracaso desde el principio. No decía mucho de sí mismo que supiera, desde antes de siquiera encontrarse con O’Malley, que esa discusión estaba perdida para él y que, contra toda noción de cordura y sentido común, terminaría haciendo precisamente eso que estaba convencido era una absoluta pérdida de tiempo. El lugar estaba lleno, siendo uno de esos locales populares entre los trabajadores del gobierno, quienes tomaban especial placer en quemar las últimas energías Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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de una larga semana de trabajo, comentando los chismes de oficina rodeados de los mismos colegas sobre los que hablaban a sus espaldas. Los burócratas habían hecho un deporte del quejarse del trabajo bajo las mismas narices de sus superiores, acompañados de una ronda de alcohol y decenas de cigarrillos. Saludó a unos cuantos conocidos en su camino a la barra, donde pidió un whisky y preguntó si aun tenían algún privado disponible. Le dijeron que quedaba libre el pequeño espacio cercano a la puerta de la cocina, que todos despreciaban por ser el más ruidoso, con personas yendo y viniendo todo el tiempo; la relativa privacidad era dada porque las personas que circulaban por sus alrededores estaban demasiado ocupadas como para prestar atención a los ocupantes. Aceptó el lugar y dejó su maleta cargada de papeles en la silla mientras bebía de pie, no queriendo perder de vista la entrada para atraer la atención de O’Malley en cuanto le viera entrar, lo que sucedió unos cuantos minutos después, justo cuando iba a ordenar una nueva bebida. O’Malley atravesó la multitud de hombres y mujeres vestidos de traje, ebrios o en camino de estarlo, sin cuidarse de las buenas maneras. Hizo una parada en la barra y le alcanzó un momento después con un par de whiskys en las manos, para acompañar a los otros dos que ya estaban sobre la mesa. - Uh, parece que comenzaste sin mí, así que no te importara mucho si tomo estos dos para emparejar las cosas. – Vació uno de los vasos mientras se sentaba, haciendo un gesto cuando el licor le bajó por la garganta, no tan desagradable ya que siguió con el otro inmediatamente. Puso de cabeza ambos vasos y los colocó en el extremo de la mesa; una especie de aviso de cómo iba a desarrollarse su cita esa noche. - Espero que planees comer algo con todo ese alcohol, porque no está en mis planes el tener que cargarte hasta tu casa cuando salgamos de aquí. – Le puso enfrente el vaso que había ordenado para él, agradecido cuando le vio dejarle de lado y tomar algunos cacahuates, haciendo caso de la sugerencia. - Mañana tengo turno de noche, así que puedo darme el lujo de tener una resaca decente si me da la gana, aguafiestas. – Se desanudó el nudo de la corbata, sacó la cajetilla de Lucky’s y tomó un cigarrillo, ofreciéndole uno que Bernard aceptó. No era un fumador como O’Malley, pero esa noche tal vez necesitaría algo con qué distraerse, mientras buscaba la forma de exponerle su preocupación. - Te tengo algo que espero te alegre el día – le pasó el sobre con la lista de propietarios de la zona comercial adquirida por el suegro de Forrest. O’Malley tomó el sobre y lo guardó en uno de los grandes bolsillos de su gabardina. – Y Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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también tengo algo que muy seguramente va a arruinártelo de nuevo. O’Malley le miró entrecerrando los ojos, sus labios hicieron una mueca que Bernard había aprendido a leer como furia contenida. Tomó el vaso de whisky y le dio un pequeño trago, haciéndole una señal a uno de los incontables meseros que pasaban a su lado pidiendo otra ronda. - Una cena en un lugar público ¿ah? ¿no es lo que se acostumbra hacer cuando vas a mandar a alguien al demonio? – Sus ojos claros estaba fijos en él, fríos y duros, pero el principio de una sonrisa estaba torciendo hacia arriba las comisuras de sus labios. – Bernie ¿acaso estás terminando conmigo? porqué mi buen amigo, déjame decirte de una vez que deshacerse de mí cuesta mucho, mucho más que una docena de rondas de whisky y tu sola voluntad de hacerlo. Estás condenado a soportarme por mucho tiempo y ¿sabes qué más?... vas a disfrutarlo. Bernard sintió el calor subirle por el cuello hasta la punta de los cabellos, sólo por el tono de voz de O’Malley – bajo, profundo, conspiratorio – en su última frase. En otro momento habría tomado esas palabras como su usual fanfarronería pero, debido a sus recientes cavilaciones sobre las ramificaciones de su relación vistas con el tamiz de su descubrimiento de los intereses de Forrest, la declaración de O’Malley tomaba un sentido completamente diferente. Una intención que, seguramente, solamente existía en su cabeza y que casi le hizo huir del lugar, avergonzado por la reacción incontrolable de su cuerpo, el rubor en su rostro y el calor de la sangre corriendo bajo su piel. - ¿De quién fue la brillante idea de ponernos en el lugar más caliente de este condenado bar? – Bernard se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento, aliviado al darse cuenta de que O’Malley había tomado su reacción como respuesta al calor generado por la cocina detrás de ellos. Seguía dándole largas al análisis de sus sentimientos desde que la idea apareció en su cabeza. Sabía que tenía que hacer algo al respecto, pero este no era el lugar y ciertamente no era el momento; había asuntos mucho más urgentes que resolver antes de que ambos estuvieran demasiado ebrios como para tomarlos en serio. - Creo que tal vez sería apropiado que reconsideraras… - Oh no, alto ahí. O’Malley se le acercó sobre la mesa, agitando una de las manos muy cerca de su rostro, haciéndole callar. - Bernie, digamos que escucho todo lo que planeas decirme y que después de hacerlo, decido que me importa un comino y que voy a seguir adelante a pesar de tus comentarios - Bernard tenía los labios apretados, luchando contra el impulso de tomar la mano de O’Malley y romperle uno o dos dedos Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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en el proceso. - ¿Vas a abandonarme, dejarme en el camino si lo hago, uh? – Se miraron fijamente por un momento, hasta que la sonrisa en los labios de O’Malley hizo eco en los de Bernard. – Entonces, qué te parece si damos por zanjada la discusión y nos ponemos a trabajar. – Sin esperar respuesta, O’Malley sacó el sobre que había guardado en la gabardina y tomó los papeles, entregándole una parte. – Revisemos esto, tal vez saquemos de aquí algo que nos pueda dar otra perspectiva. La siguiente ronda de whiskys llegó, pero ambos hombres estaban ocupados leyendo los nombres de las listas. Cerca de la página quince, Bernard se encontró con un nombre que le resultaba familiar. Buscó su libreta de apuntes, hasta que encontró lo que buscaba: Virgil Patricelli. El segundo marido acusado y condenado, había sido dueño de una zapatería que había sido derribada para construir el rascacielos del suegro de Forrest. Coincidencia tal vez. Tal vez algo más. Siguió revisando la lista, comparando nombres con sus notas. Leonard Basil, tercer acusado, dueño de una sastrería. - Dime que tú tienes ahí los nombres de tres de los maridos – levantó la vista y se encontró con la de O’Malley, los ojos azules brillando con una chispa de algo parecido a la euforia. Le hizo una señal de que esperara, mientras buscaba la última coincidencia; Ernest Voeghel, el condenado por el asesinato del Imperial, dueño de una joyería. Tomó su vaso con una mano temblorosa mientras observaba la expresión de triunfo en el rostro de O’Malley. Lo que tenía ahí, lo que acababan de encontrar… - Bernard, acabas de darme en bandeja de plata y, no puedes perder la ironía, justo cuando pensabas que todo estaba perdido, móvil e intención. – Bebió de un trago su bebida, casi ahogándose en el proceso cuando intentó seguir hablando con el calor del alcohol aun tratando de bajar por su garganta. – Sólo nos falta probar oportunidad, lo que va a resultar un tanto complicado, lo sé, pero con esto podemos convencer a un juez de darle otro vistazo a los casos. La botella de whisky apareció en medio de la mesa, seguramente el cantinero consideró que sería más práctico cobrárselas completa, siendo que habían consumido poco más de la mitad desde que habían llegado. O’Malley llenó de nuevo los vasos, visiblemente emocionado por el giro inesperado de la situación. - Con esto, podemos presionar a Forrest para que hable. Estoy seguro que la simple amenaza del escándalo y el daño a la reputación de su suegro será suficiente aliciente para que confiese que, cuando menos, fue parte del encubrimiento del verdadero motivo detrás de esas muertes. – Encendió otro Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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cigarrillo y Bernard pudo ver el efecto que la noticia provocaba en su amigo, los dedos que sostenían el cerillo temblaban ligeramente. O’Malley estaba que no cabía en sí de la emoción. - ¿Cuando menos? ¿acaso crees que hizo más que eso? – Bernard no podía imaginar a alguien como Forrest ir más allá del ámbito legal para proteger los intereses de su suegro y, por ende, los suyos propios. Desde el principio, le había quedado claro que O’Malley estaba convencido de que el fiscal estaba involucrado directamente en los asesinatos, aunque no sabía hasta qué grado. Si lo que acababan de encontrar probaba ser cierto, tenían suficiente con qué reabrir los casos y promover una causa contra el fiscal, terminando de tajo con su carrera lo que era, en principio, la razón por la que O’Malley se había embarcado en esa investigación. Al menos eso era lo que Bernard pensaba. - Esto amerita una celebración, si no te importa, voy a seguir la fiesta en otro lado. – O’Malley guardaba los documentos mientras hablaba. Hizo una señal pidiendo la cuenta y se guardó la botella en la gabardina mientras se ponía de pie. Bernard le observaba confundido por la nada sutil forma de terminar su conversación. - Debo suponer que tu celebración será un evento privado que involucra a otra persona y una cómoda superficie horizontal. – Bernard sospechaba que O’Malley buscaría a alguien con quién pasar la noche; alguien que le ayudara a liberar la presión de tantos meses sin una pista concreta sobre el caso, alguien con quien compartir la euforia que seguramente hacía que su corazón latiera aceleradamente. Él también estaba emocionado, pero no al grado de considerar un revolcón para completar un día por demás excitante. - ¿Alguien que conozca, alguna de esas chicas con las que me prometiste contactarme hace unos días? – Por un segundo, una sombra nubló la expresión de alegría en el rostro de O’Malley, desapareciendo tan rápido como apareció, confundiéndole. .- No. Aunque sería realmente interesante que tú le conocieras. – Había algo en el tono de su voz que le hizo sentirse incómodo, como si estuviera invadiendo su privacidad de algún modo. – Como sea, hoy me siento con suerte, será mejor que me de prisa antes de que todo este alcohol decida cobrarse venganza y la diversión termine antes de empezar. Le dio unas palmadas en la espalda a modo de despedida y salió del bar. Bernard se quedó sentado, tratando de ignorar esa voz en su cabeza que le decía que había algo extraño en la actitud de O’Malley. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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CAPÍTULO 9 Bernard comenzó a interrogar a aquellos ex propietarios que aun vivían en la ciudad. De la lista de cuarenta y tres, siete (además de los cinco sobre los que trataba el caso) habían muerto, doce se habían mudado a otros estados, dieciocho se habían retirado del negocio a disfrutar de sus ganancias y el resto simplemente había instalado su negocio en las calles laterales. Aquellos que aun seguían por el barrio le contaron de los primeros intentos por comprar el bloque completo de una sola vez, de las veladas amenazas y de las visitas de matones que exigían desalojos; intentos que terminaron en pequeños disturbios que atrajeron la atención de la policía, lo que obligó a que las negociaciones se hicieran individualmente. A ellos se les ofrecieron los locales en donde ahora se encontraban como parte de la compra. Los que se habían retirado eran dueños de las propiedades más grandes y, por tanto las que se vendieron a precio más alto, por lo cual no tuvieron empacho alguno en tomar el dinero y olvidarse de los problemas de manejar un negocio. A ninguno de los que entrevistó les pareció extraño que cinco de sus vecinos hubieran sido acusados de asesinato. Era cosa común que un marido celoso decidiera quitarle la vida a su esposa infiel, aparentemente. Unos cuantos conocían de forma más personal a esos hombres y Bernard consiguió que aceptaran presentarse en la corte para hablar sobre ellos si les era requerido. Con la información que obtuvo en esas entrevistas, pudo comenzar a armar una teoría que probara que sí hubo, en principio, presión para negociar y que los hombres que fueron condenados pudieron haber sido inculpados de mala fe para poder apropiarse de sus propiedades cuando los abogados no pudieron cerrar el trato. Tal vez no todo estaba perdido después de todo.

CAPÍTULO 10 - Hay algo que he querido discutir contigo y que me ha estado molestando. – Estaban en el departamento de O’Malley, terminando de redactar la acusación que debían entregar al juez la mañana siguiente y Bernard consideró que éste necesitaba tener todos los datos en su poder, ya fuera que decidiera usarlos o no. Estaba en la cocina, poniendo agua para café; buscó entre el montón de papeles de la investigación y le tendió el fólder con las declaraciones que había tomado durante su incursión en los clubes nocturnos de la ciudad. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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Le observó cuidadosamente mientras leía con detenimiento cada uno de los documentos que contenía, por lo que no le pasó desapercibido cómo su expresión fue cambiando de ligeramente interesada a visiblemente alterada cuando terminó y dejó el fólder sobre la mesa, unos minutos después. - No podemos usar esto, Bernard. No vamos a usar esto ¿estamos? – Le miró fijamente, con el enojo brillando en los ojos claros. Bernard tuvo entonces la certeza de que O’Malley ya conocía esos datos de antemano y no le hacía gracia alguna que él estuviera enterado de su existencia. - Pero, ¿no ves lo importante que es esto? Si Forrest rechaza las acusaciones, si niega ser parte del encubrimiento, siempre puedes usar esto para amenazarlo, para ejercer presión. Seguramente alguien como él preferirá mil veces ser acusado de corrupción antes de serlo por ser homosexual y… - No voy a usar esto en su contra y más te vale que nadie más se entere de que sabemos algo sobre ello. – La voz de O’Malley siseaba entre sus dientes apretados. Se había puesto de pie y daba largas zancadas a lo largo de la habitación, los puños apretados y la rabia pintada en el rostro. Bernard estaba absolutamente confundido por su actitud. - Esto puede ser tu salvaguarda. No estoy hablando de chantaje, Bernard, estoy hablando de protegerte. ¿Crees que él no sabe que tú estás detrás de esto, que no tomará represalias? – O’Malley le daba la espalda, todo su cuerpo en tensión. Bernard necesitaba respuestas y las necesitaba en ese momento. – Dame una razón justificada del porqué no debemos hacer uso de ésta información, porque tu negativa y tu reacción, no sé. Algo no cuadra del todo en esta ecuación. O’Malley se giró para mirarle, la furia había dado pasó a la frustración y Bernard casi se arrepintió de haberle presionado tanto. Iba a pedir una disculpa cuando O’Malley comenzó a hablar, sin apartar la vista de la suya. - No voy a acusarle de ser homosexual en frente de toda la opinión pública por la simple y sencilla razón de que dicha acusación podría volverse contra mi y a diferencia de él, yo tengo muchísimo más qué perder. - O’Malley se sentó en el sofá, dejando caer pesadamente la cabeza entre los hombros, esperando a que sus palabras tuvieran sentido para su amigo. Pasó casi un minuto completo antes de que Bernard entendiera del todo lo que acababa de escuchar. - Oh, por Dios. O’Malley, qué se supone que debo… - Cerró la boca de golpe, haciendo chocar sus dientes. No sabía cómo terminar esa frase. Lo que O’Malley acababa de decirle era ¿qué? ¿una confesión?

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- Si declaro esto, no obtendré nada más que una acusación de difamación y la certeza de que Forrest no dudará en usar ese mismo argumento contra mí y lamentablemente, a diferencia de él, no tengo un bufete de brillantes abogados a mi disposición. Si mis superiores lo descubren, Bernard, me quedo sin trabajo y tú mejor que nadie, sabes que no soy nada sin mi placa. - Entonces tú… - el agua del café había hervido y comenzaba a derramarse sobre la estufa. Bernard la apagó y decidió olvidarse del café por un momento. Volvió a la sala y se sentó sobre la mesita frente a O’Malley que era la viva imagen de la desolación. – Y pensabas decírmelo, cuándo ¿nunca? – Bernard sentía que estaba en su derecho de sentirse molesto con O’Malley por haberle ocultado por tanto tiempo algo de tanta importancia. Se suponía que eran amigos, ¿no? - El que no lo hubieras descubierto durante todo este tiempo deja mucho qué desear sobre tus talentos como investigador. – O’Malley trataba de disipar la incomodidad del momento haciendo bromas, una táctica típica de él – O habla bien de los míos en el arte de la discreción. No es nada fácil tener una carrera como la mía sin tomar algunas precauciones para evitar precisamente esto – señaló el fólder que Bernard le había dado -, que alguien demasiado curioso descubra algo que pueda destruirte por completo. Había tristeza en su voz y Bernard se puso a considerar todas las implicaciones que la confesión de O’Malley traía consigo. Aunque no se le consideraba un delito, la homosexualidad era perseguida como falta a la moral y castigada con prisión. Sumado a eso estaba el desprestigio, un oficial homosexual era un estigma que era severamente castigado con una baja deshonrosa y el desprecio de sus colegas. Para O’Malley, ser policía lo era todo; el principio y el fin de su existencia. Si se sospechaba siquiera que tuviese esa inclinación, más de uno en la fuerza se encargaría de ponerlo en evidencia y destruir su carrera sin remordimiento alguno. - No se puede tener todo en la vida, dicen. Yo elegí poner mi carrera por encima de mi felicidad y, hasta ahora, me ha resultado. Espero que entiendas que no tengo intención alguna de que eso cambie en el futuro. – Finalmente levantó la cabeza y le miró, una muda petición de comprensión en su rostro. – Pido disculpas si no te hablé de esto antes pero sé que entiendes que no es algo que se pueda comentar con el mejor amigo de uno sin que se preste a confusas interpretaciones… Bernard le sostuvo la mirada, mientras las ideas iban y venían en su cabeza. Recuerdos de situaciones entre ellos que pudieran tener interpretaciones diferentes considerando la información que acababa de adquirir. Todas esas emociones, esos sentimientos y sensaciones que le habían Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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acompañado desde que supo lo de Forrest y comenzó a pensar en su relación con O’Malley desde otra perspectiva. La ridícula idea de que pudiera estar interesado en su mejor amigo de esa forma. Y ahora la sospecha de que O’Malley pudiera, de hecho, estar interesado en él precisamente de esa forma. Su confusión debió aparecer en su rostro, en su lenguaje corporal, ya que O’Malley se puso de pie, poniendo distancia entre ellos, como si quisiera evitar una confrontación. Bernard se levantó a su vez y dio unos pasos hacia O’Malley, quien le hizo una señal para que se detuviera. Se quedaron de pie, mirándose. - Antes de que lo pienses, aunque creo que ya es tarde para eso, debo asegurarte qué no tienes que preocuparte. No voy a intentar seducirte o algo por el estilo, tienes que creerme. – Bernard trató de sonreír, de verle el humor a la situación, pero no lo consiguió. – Si esa fuera mi intención ya lo habría intentado hace mucho tiempo. – Una risa nerviosa acompañó sus palabras. – A pesar de lo que todos piensan, no soy un idiota, conozco mis límites y sé que tú no bateas de ese lado, si entiendes lo que quiero decir. – Bernard intentó sonreír, pero había demasiada confusión en su cabeza. - Debo reconocerte el que no estés actuando como si lo mío fuera algo terrible. Algunos piensan que es contagioso, lo que es una reverenda estupidez. – O’Malley se veía más relajado, como si el hablar del asunto tan libremente le hubiese quitado un gran peso de encima. – Otros simplemente nos odian por ser diferentes a aquello que consideran normal. Es más fácil rechazar que tratar de entender. Y también es más fácil pretender ser normal para poder hacer algo en este mundo lleno de prejuicios e ignorancia. - Nadie tiene derecho a juzgar a los demás simplemente porque no comparten su visión del mundo, o al menos, eso es lo que creo. – Bernard respondió, intentando explicarse a sí mismo el por qué la situación en que ahora se encontraba no le resultaba en forma alguna incómoda o diferente. – Tú no eres diferente al hombre que he conocido por todos estos años sólo porque ahora sé… - bajó la mirada, sin saber cómo decir lo que deseaba decir -, lo que sé. - ¿Que me atrae más un cuerpo con menos curvas y más vello corporal? – El buen humor de siempre, la chanzonería y el hacer burla de sí mismo; eso que hacía de Patrick O’Malley la persona especial que conocía y por lo que le consideraba su mejor amigo. – O que prefiero tomarla por… - Suficiente, Patrick, no necesito los detalles gráficos para entender el concepto, ciertamente no en la prosa tan extensa y colorida con la que acostumbras Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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expresarte. – Finalmente la sonrisa afloró a sus labios y pudo sentirse menos fuera de lugar en presencia de O’Malley. Aun sentía curiosidad sobre algunos detalles más personales sobre ese aspecto de la vida privada de su mejor amigo, pero ya habría tiempo en el futuro para indagar con más calma o, cuando menos, con menos vergüenza de la que sentía en ese momento, con su propia confusión permeando su visión de la situación. - Entonces, ¿seguimos amigos, como siempre? – O’Malley le ofreció su mano y Bernard le tomó de la muñeca y le atrajo hacía sí para darle un abrazo apretado, como acostumbraban hacer todo el tiempo. Le tomó un instante a O’Malley corresponder al gesto, pero entendiendo perfectamente la intención de Bernard, regresó el abrazo con un poco más de fuerza de lo habitual. - En el futuro, si no te importa Bernie, evita estas explosiones de afecto en público, todavía tengo una reputación que proteger y, por otro lado, no quisiera que otras partes interesadas piensen que estoy fuera del mercado. – El abrazo terminó en carcajadas y tras un silencioso intercambio de miradas, que implicaba un compromiso renovado, volvieron a concentrarse en el trabajo que aun tenían pendiente.

CAPÍTULO 11 Bernard escuchó sobre la noticia oficial de la acusación contra Forrest por mala práctica de la ley gracias a una llamada de una casi histérica Angelique a su oficina. De nada le sirvió asegurarle que no tenía ni idea alguna sobre el asunto. Esperó una hora más por la llamada de O’Malley, que nunca sucedió. Tomó un taxi hasta el departamento del oficial, donde nadie respondió cuando llamó a la puerta. Buscó la llave en el lugar donde usualmente acostumbraba dejarla O’Malley, pero no estaba ahí. Considerando que no tenía nada mejor qué hacer y sabiendo que no iba a estar tranquilo hasta que hablara con su amigo, decidió esperar en el pasillo frente al departamento hasta que O’Malley decidiera que era un buen momento para volver a casa. Lo que sucedió cerca de dos horas después, cuando O’Malley tropezó con él al intentar abrir la puerta del departamento en el pasillo a oscuras. - ¿Qué demonios haces durmiendo frente a mi puerta? – Le ayudó a ponerse de pie y le invitó a entrar. Cuando se encendió la luz del departamento, Bernard pudo notar el estado en que O’Malley se encontraba: no llevaba corbata, la camisa a medio abrochar y el cabello revuelto. Podía oler el alcohol en su aliento mientras hablaba. – Supongo que no pudiste esperar a que te llamara para contarte la noticia, este tipo de chismes realmente circula rápido. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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- No puedes culparme, en menos de ocho horas toda la ciudad estará enterada de que Forrest ha sido formalmente acusado de corrupción y si mal no recuerdo, yo fui parte importante del proceso que le puso en esa situación. – Una risa ahogada fue el único comentario que O’Malley hizo a su reclamo. – Cuéntame todos los detalles, no es justo que solamente tú disfrutes de las glorias del éxito. O’Malley se dejó caer en el sofá, pasándose las manos por el rostro, visiblemente agotado. Bernard podía darse una ligera idea de lo que el oficial había pasado en las últimas horas, pero eso no excusaba que no le hubiera llamado para darle la noticia en persona. - Uno de los capitanes de la policía fue a su casa a arrestarlo, todo se hizo con la discreción propia del caso. Nadie de los medios lo sabe todavía, lo que me hace suponer que fue alguien del trabajo, ¿Loretta? quien te llamó para avisarte. Yo estuve ocupado en el despacho de un juzgado firmando declaraciones y entregando documentación por horas, hasta que me avisaron que lo tenían en custodia en mi precinto. – O’Malley hablaba despacio, con los ojos cerrados, masajeándose el cuello continuamente. Bernard se levantó y entró a la cocina buscando algo de beber. - Pedí ser el primer oficial que le interrogara, siendo que fui yo quien presentó la acusación. – Bernard no pudo contener el escalofrío que le recorrió la espalda. Ninguno de esos dos debió haber disfrutado el momento. – Debía aprovechar el poco tiempo que me quedaba antes de que llegara su abogado. - Llegué al precinto y el capitán se empeñó en no permitirme interrogarlo sin que su abogado estuviera presente. No sé cómo no le rompí la cara en ese momento, Bernie, te lo juro. – Un gruñido exasperado escapó de su garganta. – Antes de darme cuenta, su abogado le había conseguido una fianza y estaba listo para irse a casa. Gracias a Dios, mi capitán le detesta casi tanto como yo y consiguió que se le diera custodia preventiva y se le retuviera el pasaporte. Hay media docena de oficiales fuera de su casa y sí, antes de que lo digas, yo mismo los elegí. No voy a dejar que Forrest compre su escape y se salga con la suya. Bernard regresó con un par de cervezas, poniéndole una en las manos. Una sonrisa de agradecimiento curvó los labios de O’Malley, quien comenzó a relajarse un poco tras los primeros tragos. - Cuando le llevamos a su casa, le pedí a su abogado que me dejara interrogarlo esta misma noche pero, obviamente, se negó. Así que mañana a primera hora, quiero que me acompañes en calidad de consultor. Ya todo está aprobado por mi capitán; le dije que no habría podido hacer esto sin ti y que si alguien sabía dónde escarbar para sacarle más información, ese debías ser tú. Bebieron en silencio por un momento, dejando que el peso del día fuera asentándose sobre sus hombros. Ambos necesitaban dormir, pero la emoción Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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les mantenía en un estado de alerta que iba a cobrárselas caro cuando fuera diluyéndose al paso de las horas. - Uhm. – O’Malley rompió el silencio en que habían caído mientras bebían. – Creo que no te he contado toda la historia sobre lo que hay detrás de mí un-tanto-complicada relación con Forrest. – Con un no ¿en serio? lleno de sarcasmo Bernard le dio a entender que estaba listo para escucharle. Esos últimos días habían estado plagados de revelaciones inesperadas, así que un secreto más revelado ya no le causaba tanta impresión. - Yo estudiaba en la academia de policía cuando… - una larga pausa en la cual ninguno apartó su mirada de la cerveza entre sus manos. – Forrest era ya una leyenda en ciertos círculos cuando yo apenas comenzaba a interesarme en saber cómo eran estas cosas allá afuera. - Cuando entré a la academia, también comencé a aceptar aquello que realmente me hacía ser quien soy. Tuve que decirme a mí mismo que en nada afectaba a mi futuro como policía el que me sintiera atraído hacia otros hombres. Y tuve que aprender también que no todos están dispuestos a aceptar que no todas las personas somos iguales y que esa diferencia no significa que seamos malos o una aberración de la naturaleza. – Bernard alzó la botella como brindis y O’Malley hizo otro tanto. - Seguiré con mi relato, pero necesito que me prometas que nada de esto saldrá de aquí. Sé que puedo confiar en ti con mi secreto, pero esta historia involucra a otras personas cuyos secretos también debo proteger, ¿entiendes? Bernard no tenía problema alguno con la sexualidad de O’Malley, ¿por qué habría de tenerlo? En el corazón no se manda, eran las palabras del dicho y para él nunca habían sido mejor aplicadas que en este caso. Lo que su amigo hiciera o dejara de hacer en la privacidad de su recámara no era de su incumbencia. Eso no evitaba que tuviera cierta curiosidad. O’Malley tenía una relación formal en ese momento o tenía aventuras sin compromiso aquí y allá, eran preguntas de las que deseaba conocer la respuesta aunque no supiera la razón que le impulsaba a hacérselas. - ¿Recuerdas a Jake Watson? – Bernard hizo memoria: Teniente Jake Watson, trasladado de Louisiana a mediados de los 40’s. Las mejores anécdotas para las noches de póker, un fumador empedernido, alguien a quien nunca podrías emborrachar antes de terminar tú mismo inconsciente. Jake “Snake Eyes” Watson había sido una leyenda para la policía del estado de Nueva York y su muerte en una fallida operación para emboscar a un grupo dedicado al contrabando en los muelles había hecho crecer el mito a su alrededor. Claro que le conocía.

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- Jake supo lo que era yo nada más verme. Tal vez entonces no me importaba demasiado el tener cuidado o simplemente él tenía un sexto sentido especial para esas cosas. Durante mis primeros meses tras graduarme de la academia, Jake me tomó bajo su cuidado, enseñándome todo lo que sé sobre cómo ser policía y también todo aquello que un chico que acaba de salir de la adolescencia y quiere comerse al mundo necesita saber antes de que el mundo se lo coma a él primero. - ¿”Snake Eyes” y tú? – Bernard frunció el ceño, confundido. Entonces, el teniente Watson debía tener más de treinta años y O’Malley si acaso apenas los veinte. – ¿No era un poco viejo para ti? – O’Malley puso los ojos en blanco ante sus palabras, como si hubiera escuchado esa pregunta anteriormente. - No, Bernie. Jake era el caballero perfecto, alguien que nunca abusaría de su posición para conseguir esa clase de atención. Aunque, tengo que aceptar que no me hubiera importado un poco de ese tipo de abuso, si entiendes lo que digo. – Le guiñó el ojo, la sonrisa traviesa en los labios. Bernard no pudo controlar el rubor que subió por su rostro y tuvo que bajar la cabeza para evitar la mirada de O’Malley, quien reía divertido ante la incomodidad de su amigo. - Jake nunca iba a fijarse en un recién graduado de la academia cuando tenía a su lado a uno de los abogados más exitosos de la ciudad. Era un secreto a voces, como lo son todos aquellos relacionados con personas como nosotros. Nadie fuera del cerrado círculo en que ambos se movía lo sabía pero, dentro de él, Jake Watson y Forrest eran el sueño inalcanzable que todos envidiábamos. Bernard buscaba en su cabeza los hechos que pudiera recordar de esa época, de acuerdo a su investigación sobre el pasado de Forrest. Fuera de su impresionante racha de casos ganados – casos que le generaron una pequeña fortuna y la fama con la que ahora contaba – no había nada más que pudiera considerarse notable o que requiriera una investigación más profunda. Fue hasta casi 10 años más tarde que Forrest anunció su matrimonio con la rica heredera del magnate inmobiliario más poderoso de toda la costa Este. Un año antes de la muerte del teniente Watson. - ¿Ellos siguieron juntos después del matrimonio de Forrest? – De acuerdo a su investigación, Forrest no tenía actualmente una relación extramarital, ni la había tenido anteriormente. No había descubierto en sus visitas esporádicas a cabarets o clubes nocturnos señal alguna que mostrara que frecuentaba a alguien, mujer u hombre, formalmente. - No. Forrest no quiso tomar el riesgo y terminó la relación. Jake aceptó sin reclamaciones y ambos siguieron con sus vidas. Se habló de que Jake sería promovido a Capitán y el suegro de Forrest comenzó a promover su carrera política.

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Iban por la tercera ronda de cervezas y la madrugada comenzaba a refrescar. En poco menos de seis horas deberían estar interrogando al fiscal, pero ninguno deseaba interrumpir una conversación que habían estado eludiendo por mucho tiempo. - ¿Cómo es que nunca me di cuenta de lo de Jake? – Bernard seguía revisando sus recuerdos, sin encontrar nada que le hubiera hecho sospechar del gran secreto del teniente Watson, o de forma más personal, el de Patrick O’Malley, su mejor amigo por los pasados diez años. - De la misma forma en que nunca te diste cuenta de lo mío. El alumno superó al maestro en materia de discreción. No es tanto que nos estuviéramos escondiendo ¿sabes? sólo no estábamos mostrándonos frente a todo el mundo. Y no es que no pudiera confiar en ti, Bernie, no te conté nada porque contártelo no afectaba en absoluto mi relación contigo. Seguimos siendo los dos mejores amigos que acostumbran hacerse bromas subidas de tono que no significan nada más que eso. - Igual pasaba con Jake, su vida personal no tenía nada que ver con su vida profesional, por eso fue que mantuvo una carrera sin complicaciones por tantos años al tiempo que era la pareja no-oficial de Forrest. Cuando terminaron, no hubo peleas ni resentimientos ni amenazas, al menos por parte de Jake. – O’Malley se echó hacia atrás en el sofá, encendiendo el enésimo cigarrillo de la noche. – Un par de meses después estaba saliendo con alguien más y todo volvía a la normalidad. Una sombra se había plantado en la mirada de O’Malley, probablemente por el dolor de los recuerdos. Un joven inexperto, descubriendo que aquello que era no encajaba del todo en los sueños que tenía para su futuro, buscando guía en el hombre mayor, ejemplo de que ambas cosas podían coexistir exitosamente. Su muerte debió haberle marcado profundamente. - Alguien, de forma anónima, dio el soplo de que esa noche se esperaba un embarque importante de contrabando en el puerto, propiedad de la familia Bracante. Jake pidió que se le incluyera en la redada, porque llevaba meses tratando de encontrar algo con qué inculparles y la información podía darles un gran arresto que aseguraría su nombramiento como teniente. – Bernard se levantó por otra ronda de cervezas. – Llegaron al puerto y, efectivamente, se encontraron con una operación de descarga llevada a cabo por un grupo de hombres de Bracante, fuertemente armados y, he aquí la parte interesante del asunto, esperándolos. Bernard le miró sorprendido. Esa parte de la historia no formaba parte de lo que se contó oficialmente sobre lo que había sucedido esa noche. - Hubo disparos por ambas partes, la gente de Bracante les superaba en número y en un momento dado, la policía tuvo que replegarse. El desembarque se Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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completó y a los oficiales no les quedó más que intentar cortar su escape. O’Malley guardó silencio por casi un minuto y Bernard pudo ver el brillo en sus pupilas, señal de lo que podrían o no, ser lágrimas. - Otra ronda de disparos detuvo la avanzada de los oficiales y en medio de la confusión, nadie se percató de que Jake había caído, herido de muerte. – O’Malley se pasó una mano por el rostro, ignorando las lágrimas que ahora rodaban por sus mejillas. – El informe de la morgue decía que Jake había recibido en pleno cuerpo la carga de varias armas de fuego, lo que daba la idea de que pudiera haberse tratado de un ataque directo a su persona. Por cierto, ese dato en particular fue borrado del informe, precaución que llegó un poco tarde, ya que el examen de cuerpo había contado con un testigo que no tenía duda alguna de que aquello no había sido simplemente una muerte en el cumplimiento del deber. El recuento de O’Malley le tenía un tanto confundido. ¿Qué tenía que ver esa historia con su relación con Forrest y su patente desagrado por su persona? - La noche anterior, mientras hacía mi ronda, me crucé por accidente con Forrest en los alrededores del Faccinelli’s, el club social propiedad de la familia Bracante, conversando a la sombra de un callejón con Joe, el hijo mayor del viejo John Bracante, el don en persona. En ese momento no lo consideré importante, ya que un abogado como él acostumbraba ofrecer sus servicios a ciertos individuos de moral dudosa y una cartera lo suficientemente llena como para darse el lujo de comprar una reputación impecable. - Pero después de la noche en que Jake cayó, no me quedó duda alguna de que Forrest estaba detrás de eso. Su carrera política estaba a punto de despuntar y no le sería nada agradable que algún comentario al azar o un chisme, le echaran por tierra lo que parecía ser el negocio de su vida. Era necesario asegurar todos los cabos sueltos y para Forrest, Jake era un riesgo que no podía darse el lujo de ignorar. Bernard entendía ahora la razón que había impulsado a O’Malley a embarcarse en una tarea que bien pudiera costarle la carrera y su reputación. Pero, igual que con sus sospechas de que Forrest no sólo era culpable de encubrimiento sino parte importante en la ejecución de los asesinatos de esas cinco mujeres, O’Malley no tenía pruebas o evidencia con qué sostener tales acusaciones. - Y como no puedes acusarlo por la muerte de Jake, te darías por bien pagado si con esta acusación puedes destruirle la vida. – Había desilusión en su voz, desilusión que no intentó ocultar. Entendía absolutamente el sentimiento de revancha, el deber de vengar la injusticia causada a alguien a quien se consideraba un héroe, pero también debía reconocer que había algo de mezquindad en el fondo de la causa de O’Malley.

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- Conocer a Jake fue lo más importante que me ha pasado en la vida, Bernie, y ese imbécil me lo quitó por puro y simple egoísmo. – O’Malley se había puesto de pie y gesticulaba mientras hablaba, dejándose llevar por la emoción. – Por supuesto que verle arruinado me daría la satisfacción de haber vengado en parte su muerte. – Bernard se había puesto de pie, con la intención de calmarle un poco y O’Malley se le acercó, gritándole directo a la cara. – No te atrevas a juzgarme, eres el único amigo verdadero que tengo, lo que menos necesito ahora es que tú, de entre toda las personas, me juzgue por querer hacer aquello que considero lo correcto. Estaban frente a frente, un espacio mínimo entre ellos y O’Malley temblaba de rabia y frustración de pies a cabeza. Bernard sabía que necesitaba hacerlo que se calmara, pero su amigo estaba tan alterado que las palabras probablemente no serían suficientes para hacerle entrar en razón. Bernard pensó apenas en lo que estaba haciendo y fue un poco demasiado tarde cuando se dio cuenta de que tal vez no había sido la decisión correcta, pero para entonces, tenía a su amigo entre los brazos y su boca estaba sobre la de O’Malley, en algo que bien podría considerarse un beso. Por un instante ambos se quedaron quietos, los ojos cerrados, sus cuerpos y sus labios en contacto, sin respirar y sorprendidos por el giro inesperado que había tomado la situación. Bernard se apartó un poco para decir algo que pudiera darle sentido a lo que acababa de suceder, pero O’Malley decidió que ese era un buen momento para repetir, de forma mucho más elaborada y concienzuda, ese beso que Bernard habían intentado darle unos momentos antes. Bernard dejó que O’Malley tomara control de la situación, rindiéndose momentáneamente a la sensación de los labios de éste sobre los suyos. Un beso es sólo un beso, realmente no había diferencia alguna con un beso dado por una mujer, aunque en este caso, Bernard tuvo que reconocer que nunca había sido besado con tanta pasión, con tanto abandono. Sus brazos aun seguían alrededor de O’Malley, ofreciendo confort y consuelo, dándole confianza para seguir con ese extraño proceso de descubrimiento que se estaba dando entre ellos. Un gemido llegó hasta sus oídos, al tiempo que sentía el aliento de O’Malley sobre sus labios. El cuerpo entre sus brazos aun temblaba, pero ahora lo hacía por una razón muy diferente. Fue el sonido de ese gemido lo que le hizo reaccionar, darse cuenta de que estaba analizando demasiado las cosas y que no estaba realmente disfrutando lo que estaba sucediendo. O’Malley, quien siempre parecía ser capaz de leerle la mente, se detuvo, apartándose de él, abriendo los ojos y mirándole con un gesto de confusión y vergüenza. - Oh Dios, Bernard, lo siento, lo siento mucho. – O’Malley no sabía qué hacer Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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consigo mismo en ese momento. Parecía como si quisiera salir corriendo del lugar y quedarse al mismo tiempo. - Patrick, basta. – Bernard se le acercó y O’Malley hizo un esfuerzo visible para no apartarse. – Yo fui quien empezó todo esto y lo lamento, lo lamento en verdad, pero no pude ser capaz de continuar. Creo que, en lo referente a nuestra amistad, puedo llegar a arriesgar hasta mi vida por ti, pero no creo que me atreva a hacer algo más íntimo, como ambos acabamos de descubrir. Se quedaron de pie, mirándose en silencio por unos minutos, hasta que ambos volvieron a sentirse cómodos en su mutua compañía. Abrieron otra cerveza, se sentaron lado a lado en el sofá, verificando que las cosas realmente no habían cambiado demasiado después del interesante episodio que acababan de experimentar. - Si consideraste que echárteme encima iba a conseguir que dejará de comportarme como un energúmeno, debo decirte que ha sido la idea más estúpida que has tenido en tu vida, aunque resultó bastante efectiva en la práctica. – Si O’Malley era capaz de hacer una broma sobre su falta de tacto, Bernard podía considerarse perdonado. - Sé que tu ego no necesita más elogios, pero tengo que reconocer que ese fue uno de los mejores besos que me han dado en la vida. – Le dio un codazo en las costillas, sonriendo. – Nunca podré olvidarlo, eso puedo asegurártelo. Se miraron y comenzaron a reírse a carcajadas. Todo había vuelto a la normalidad.

CAPÍTULO 12 La luz del día les encontró dormidos en el sofá, vestidos, con montones de botellas vacías sobre la mesa de centro, entre los montones de papeles en los que habían estado trabajando, un recordatorio de que necesitaban darse prisa para poder llegar a tiempo a su cita para hablar con Forrest – O’Malley había aceptado que un interrogatorio como el que realmente deseaba realizarle al aun fiscal de distrito sería prácticamente imposible. Confiaba en poder ponerle en aprietos, en cercarlo para hacerle declarar aquello que le condenara de forma definitiva. Después de darse un baño y conseguir el café más concentrado al que pudieron echar mano, llegaron a la propiedad de Forrest, dando el santo y seña a un oficial malencarado a quien no le hacía feliz su trabajo de portero. Bernard notó como la tensión iba manifestándose poco a poco en el semblante de O’Malley. Tenía el rostro erguido, desafiante, los labios apretados, la mirada fría y distante. Cruzó unas palabras con el oficial a cargo y les guiaron al despacho, que ahora hacía las veces de centro de operaciones de la policía y Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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los abogados. O’Malley apenas si dirigió su atención al abogado quien hablaba dándoles indicaciones de qué hacer y qué no. La puerta fue abierta por un oficial quien acompañó a Forrest hasta la silla frente al que fuera su escritorio, situada lateralmente a éste, para enfrentar cara a cara a su interlocutor. El silencio con que se llevó a cabo esa operación – hacerlo sentarse, quitarle las esposas, volverlas a colocar para asegurarlo contra la silla, entregarle las llaves a O’Malley y salir del despacho – pesaba sobre las cuatro personas que mantenían la mirada fija en el oficial, en su afán de evitar mirarse el uno al otro. Cuando el golpe sordo de la pesada puerta cerrándose dio fe de que no serían molestados, el abogado comenzó de nuevo su retahíla de instrucciones que fue abruptamente interrumpida por su jefe. - Adrian, espera afuera, no necesitaré de tus servicios por el momento. – Bernard observó el intercambio de miradas entre el fiscal y su amigo y luego la expresión de puro descontento en el rostro del abogado de Forrest. - Señor, no puede hacer declaraciones a un oficial de la ley sin la presencia de su abogado y… - Forrest clavó la mirada en su empleado, una expresión de desdén en su rostro. Tras la salida del abogado, la atmósfera en la habitación se tornó diferente. Bernard se sentía como aquellos espectadores de las primeras filas en un encuentro de boxeo: expectantes pero temerosos de lo que verán sus ojos. O’Malley siempre lucía más sosegado y en calma en tanto más era la presión que llevaba por dentro. Como ahora, con el cuerpo echado hacia adelante, los codos sobre las rodillas, sosteniendo su rostro entre las manos, mirando fijamente a Forrest con una gran sonrisa de triunfo en los labios, aunque Bernard estuviera seguro de que – por decir lo menos – tenía el estómago en la garganta y los músculos tan tensos que no le sorprendería que terminara con algún desgarre cuando salieran de ahí. - Tengo curiosidad. – Forrest tomó una cigarrera de su saco, tratando de realizar el simple acto de encender un cigarrillo de la forma más digna posible, considerando que tenía una mano esposada al respaldo de la silla en que se encontraba sentado. O’Malley siguió su ejemplo y tras encender su propio cigarrillo, mantuvo la cerilla a cierta distancia, obligando a Forrest a estirarse al límite de las esposas para poder encenderlo. O’Malley estaba aprovechando cualquier oportunidad para desquitarse, mezquinamente tal vez, pero convencido de que era su justo derecho. Bernard temía que todas esas pequeñas venganzas fueran a volverse en su contra más tarde que temprano.

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- ¿Hay algo que te haya hecho yo a ti personalmente? – Forrest dio un par de caladas al cigarrillo antes de continuar hablando. – Porque tomarte toda esta molestia sólo por el cumplimiento del deber, no, no me convence del todo. Bernard observó la furia de O’Malley, contenida, a un latido o una palabra del punto de ebullición. Sin embargo, la fría calma exterior permanecía firme en toda su expresión corporal. La calma antes de la tormenta. - Hasta ahora sólo están acusándote por encubrimiento. Si fuera por mí, estarían haciéndolo por conspiración para cometer homicidio y habló no sólo de las cinco mujeres asesinadas, sino de la muerte injusta de sus maridos, inocentes de los cargos. – Las facciones de Forrest se endurecieron frente a las palabras de O’Malley. - Todo ello muy loable de tu parte, oficial O’Malley, pero no es la respuesta a mi pregunta. – Bernard estaba sorprendido de la sangre fría con que Forrest se comportaba. Era cinismo o la certeza de que saldría bien parado de las acusaciones. - Sé que tú ordenaste matar a Jake Watson. – La fachada de compostura de Forrest desapareció por un instante, para rehacerse inmediatamente, aunque no tan rápido como para no ser notado por Bernard y O’Malley. – No requiere mucho deducir que usaste al mismo matón de los Bracante para encargarse de las esposas de los propietarios que se rehusaban a vender sus negocios para beneficio de tu muy acaudalado suegro. Desde el momento en que aceptaste casarte con su hija por interés o para ayudarte a cubrir las apariencias, no te quedó más remedio que hacer todo lo que estuviera en tus manos para mantener contento al viejo. - Es una lástima que no puedas probar nada de eso, O’Malley. – Un profundo desdén acompañaba el tono de sus palabras y Bernard se puso de pie y se colocó detrás de O’Malley, como mera precaución en caso de que el oficial finalmente estallara e hiciera una estupidez que pudiera costarles la acusación, como atacar a un hombre esposado incapaz de defenderse. - Interesante. – Forrest comentó tras notar las acciones de Bernard y O’Malley le dirigió una mirada que era un reto, una invitación a hacer algún comentario. Forrest les observó detenidamente y esbozó una ligera sonrisa. – Tú eras el protegido del que Jake siempre hablaba. No cabe duda de que el alumno superó al maestro. Estoy seguro de que nadie en la fuerza conoce tu pequeño secreto, ¿no es así? Ahí estaba lo que Bernard había temido desde el principio. Las palabras del hombre esposado frente a ellos era una clara amenaza, hecha con la certeza de quien se sabe capaz de llevarla a término. Ahora fue el turno de Bernard de sentirse furioso, de luchar contra el impulso de golpear al hombre que les sonreía seguro de su triunfo. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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- Pude haber usado ese mismo secreto contra ti y ahorrarme todo este trabajo y no lo hice, no por protegerme a mí mismo – gustosamente lo hubiera contado si eso me aseguraba que te arrastraría conmigo -, sino porque la memoria de Jake Watson no se merece ser manchada por su relación contigo. Él siempre fue mucho mejor persona que tú y, ahora, acabas de probarme que nunca fuiste digno del cariño que te profesaba. – O’Malley se puso de pie, dando con eso por terminada la conversación. – Me basta con saber que después de esto, tu carrera política se irá al infierno y lo poco que te quede de reputación se lo deberás por completo a la piedad de tu suegro. Me consuela saber que el resto de tu vida estará por completo en manos de la persona que seguramente detestas más que a nadie en este mundo. Le dirigió una mirada llena de desprecio ante la que Forrest tuvo que bajar la cabeza. Se encaminó a la salida del despacho, llamando al oficial para que fuera por su prisionero. - Puedes contarles a todos sobre mí, Forrest, pero recuerda que puedo contar la misma historia sobre ti. Probablemente nadie me crea, pero la duda quedará ahí y creo que ambos sabemos cuánto daño puede hacer una simple sospecha cuando se trata de un asunto de tan delicada naturaleza. El oficial entró y procedió con el proceso de liberar a Forrest y esposarlo de nuevo para llevarlo a la habitación en donde permanecería en custodia hasta que se resolviera su situación jurídica. Sin decir nada más, O’Malley salió de la mansión con Bernard a unos pasos detrás. Bernard le miraba admirado, un poco conmovido y otro tanto preocupado. - No sé sí te has dado cuenta, pero acabas de ponerte en manos de alguien que no tendrá escrúpulo alguno en cumplir sus amenazas. – Le hizo detenerse, necesitaba saber que O’Malley estaba conciente del riesgo que corría. - Tal vez, pero conociendo a la gente como él y conociendo al sistema como lo conozco, no creo que exista peligro alguno. – O’Malley siguió caminando hasta que llegaron al auto. – Esto no llegará a juicio, nadie se enterará que el fiscal de distrito fue acusado de encubrimiento, pero a muchos les sorprenderá la noticia de que decidió dejar de lado su carrera política para embarcarse en la más lucrativa carrera de bienes raíces, auspiciado por su célebre suegro. Tras decir eso, entró al auto y lo encendió, esperando a que Bernard reaccionara y subiera en el. Unos minutos después iban camino a la ciudad, en silencio, con la idea de entrar al primer bar que encontraran abierto a esa hora del día. :o::o::o::o::o::o::o:

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Tal como O’Malley lo había predicho, unas semanas después el fiscal de distrito Frank Forrest anunció que se retiraba de la vida pública para apoyar legalmente a su suegro, quien acababa de poner la primera piedra de lo que se consideraba el centro de negocios más grande que la ciudad hubiera conocido. O’Malley le había llamado para que le acompañara a la presentación oficial de la construcción, donde Forrest dio un sentido discurso sobre el futuro, el desarrollo económico de Manhattan y su pasión por el bienestar del estado de Nueva York. Esa noche terminó con ambos cayéndose de borrachos, celebrando una victoria de la que sólo ellos tenían conocimiento de su existencia.

CAPÍTULO 3 Unas semanas después se reunieron en Frankie’s, ya cuando las aguas habían vuelto a su cauce y la renuncia de Forrest era noticia vieja. - Escuché que a Angelique la ascendieron, no sé qué cosa de la fiscalía. – O’Malley servía otra ronda de whikys. - Y recibió un bono bastante considerable para que se olvidara de cierto rumor sobre el arresto de un empleado de su oficina que tuvo a bien renunciar por el bien del estado. – Bernard bebió el whisky con una sonrisa en los labios. - ¿Sigue furiosa contigo? - Oh, sí, pero se le pasará, sólo necesita un poco de tiempo, supongo. De todos modos, en parte me debe a mí su nueva buena fortuna, ¿no es así? Y hablando de promociones, ¿cuándo vamos a celebrar la tuya? – O’Malley le sonrió, pero no había alegría en su mirada. - Todos en la fuerza saben que yo estuve detrás de la renuncia de Forrest, así que no veo promoción alguna en mi futuro. – Un dejo de tristeza y decepción se dejaba notar en su tono de voz y Bernard le pasó un brazo por los hombros, un medio abrazo para mostrarle su apoyo. - ¿Qué piensas hacer ahora? Seguro todos esos idiotas están haciéndote pasar un mal rato. – O’Malley alzó los hombros, en señal de desinterés. - Tal vez me quedé ahí un par de años más y después pida mi retiro anticipado. No voy a esperar a que a alguien se le ocurra que enviarme a archivos o a alguna otra basura como esa, es mí merecido castigo por ser un entrometido. – Sacó sus Lucky’s y encendió uno. – Tal vez me mude a San Francisco, he escuchado que la vida es mucho más fácil allá para aquellos que comparten mi peculiar estilo de vida. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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Bernard recordó lo que había escuchado sobre San Francisco, sobre el movimiento pro-derechos civiles que comenzaba a formarse en aquella ciudad. Tal vez la decisión de su amigo de darse una oportunidad de ser feliz no fuera del todo descabellada. - Los tiempos están cambiando, Bernie, quién sabe si el futuro no sea tan sombrío en la costa oeste. No sería mala idea que consideraras mudarte allá conmigo, seguramente allá tienen su dotación de maridos celosos, esposas infieles, empleados deshonestos, tú sabes, tu tipo de clientela… - No estaría mal cambiar de aires, es cierto. Si mi trabajo como investigador privado no funciona, siempre puedo dedicarme a escribir novelas o guiones de cine, Dios sabe que sé unas cuantas historias que merecen ser contadas. - Por nuestro brillante futuro, compañero. – O’Malley levantó su vaso y Bernard hizo otro tanto. - Por nuestro brillante futuro, compañero. – Chocaron las copas y bebieron hasta el fondo.

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ÁNIMA NOCHE María Isabel Jímenez Ramírez

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EL PURGATORIO

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“Sentía su largo cuerpo expuesto como un nervio al dolor del aire, sin amparo, sin poderse inventar un alivio”. Juan Carlos Onetti

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Cubos de hielo

Aún aspiro a gozarte como a diario con el alma narcotizada.

Cynthia Aguayo No puedo despertar. Me muevo, pero no logro abrir los ojos. Los párpados son dos cortinas de acero. Sólo escucho el ruido de los hielos cuando chocan entre sí. Aunque ese sonido no es como el de los cubos que anoche cayeron en el vaso de cristal, cuando comenzó el baile bajo la cascada que dejó caer la botella de whisky. El movimiento de mi cuerpo es lento, acompasado, pero no hay música. No sé dónde estoy. Mi cabeza es un abismo. Lo último que recuerdo es mi vestido pendiente de sus manos, después el pedazo de tela enmascarando de verde el piso. Aún siento el licor quemándome el pecho, el tacto novedoso de sus dedos sobre mi piel. Los besos apasionados se hundían en la oscuridad derramándose sobre nosotros como agua. Es verdad que apenas lo conozco, que tan solo lo he tratado una noche. Lo único que puedo decir a mi favor es que su mirada me atrapó. No pude rechazar su invitación, sin importarme si lo volvía a ver o no. Lo que más deseaba era compartir su intimidad, regar su espalda con mi aliento. Dejar que la saliva cayera sobre la tierra fértil de su piel hasta ver nacer geranios en el horizonte de su cuerpo. Seguramente fue así. Con toda probabilidad hicimos de la noche una eternidad de fuego. Ahora estoy envenenada con sus caricias, intoxicada con sus besos ardientes. Aletargada sobre este lecho, espero a que regrese para volver a amarnos. Sigo sin abrir los ojos, pero intuyo el nuevo día. Amanece lentamente en la ciudad. Es apenas un rayo de luz el que intenta abrir mis pupilas disminuidas. Comienzo a sentir un ligero dolor de espalda. La piel sigue dormida como si estuviera sumergida en el río fresco que se escurre por la colina en un bosque perdido. Lo único que me hace sentir viva es el peso de mi cuerpo y el continuo tintineo de los cubos de hielo. Las horas pasan y el calor aumenta. Es media mañana cuando por fin logro abrir los ojos. El asombro sube hasta mis mejillas sin color cuando descubro que estoy metida en una tina de baño, casi sumergida en el agua que poco a poco se descongela. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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De la sorpresa paso al miedo. Me levanto temblando y salgo del agua que me mantenía protegida como al embrión que está por nacer. Mis movimientos son torpes, congelados. Al estar fuera de la tina comienzo a observar el lugar. Hurgo en los rincones y las paredes hasta que me enfrento con un reflejo que me parece ajeno. Continúo el recorrido que sigo por el espejo hasta descubrir la sentencia marcada con lápiz labial: “Llama al servicio de emergencia, si es que puedes, porque te quedan pocas horas de vida.” No entiendo. Debo buscarlo, tiene mucho que explicarme. Doy la media vuelta para salir del baño. El contorno irreal del espejo me devuelve la imagen de dos heridas en la parte baja de mi espalda. No hay que perder tiempo, debo buscar ayuda… me visto lentamente. Hay momentos en los que creo que estoy a punto de desmayarme. Todas mis cosas están en el bolso menos el labial, la pistola y el celular. Salgo lentamente al pasillo en la cegadora luz del día. Mientras camino me voy sosteniendo de la pared con las manos o los hombros. Un terrible dolor aumenta en mi cintura quemándome con punzadas de fuego. Secretaría de Seguridad Pública Dirección de Policía Unidad de Emergencias, C4 A las 12:00 horas se recibió una llamada telefónica sobre probable víctima de tráfico de órganos. La llamada provenía del departamento 213 del Edificio Constanza, en el fraccionamiento Campestre La Concepción. Al lugar acudieron los oficiales José González Ruíz y Luis Pérez Guajardo, pero no encontraron ningún sujeto. Solo descubrieron una tina con agua, además de rastros de sangre en el baño y la cocina. Una vecina encontró a una mujer desmayada en el pasillo y realizó una llamada de auxilio a los servicios de emergencia. Fue como recibimos el segundo reporte por parte de los paramédicos y localizamos a la víctima. La vecina asegura nunca haber visto antes a la mujer. Parece que el departamento funciona como lugar de reunión. Los sospechosos son la red de tráfico de órgano de la investigación en curso. Se piensa que el hecho se relaciona con la desaparición de la Detective Daniela Ortiz. Se procedió a Operativo Delta de búsqueda. Actualmente, la oficial se desempeña en la sección de delitos sexuales y contra la trata de blancas. Trabaja encubierta en operativo de prostitución y lenocinio desde hace un año. Sgto. Juana Torres Gámez. Septiembre 2 del 2012 Hospital Miguel Hidalgo Área de Terapia Intensiva. Reporte médico A las 12:30 llega paciente femenino de 25 años de edad con dos incisiones de 12 cm. limpiamente practicadas en la parte baja de la espalda, perfectamente Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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suturadas. Presenta ausencia de riñones, hipotermia y pérdida de sangre considerable. Se presume fue drogada para extirpar órganos internos. Se solicitan exámenes toxicológicos para determinar grado de intoxicación y tipo de drogas suministradas. (Presunta ingestión de alcohol y de éxtasis). De igual manera se practicarán exámenes vaginales, probable violación. Se le administró esquema de antibióticos y desinflamatorios (ciprofloxacino 3 cm. c/6 hrs. y naproxeno 5 cm. c/8 hrs.), intravenosos. Venoclisis (solución corporal 1000 ml. con 30 gts x min.) para proceder a desintoxicación. A las 13 horas la paciente quedó conectada a máquina de hemodiálisis para sustituir función renal y purificar sangre. Estabilizamos signos vitales y aumentamos calor corporal a 36 grds. cent. La infección en las heridas y su prolongada exposición a contexto poco aséptico amenaza convertirse en septicemia. A las 14 horas se incrementó la temperatura a 39 grds. cent. Se le ha inscrito en lista preferente de espera de donación. Urge trasplante de al menos un riñón. Al aumentar infección y temperatura se aplica doble esquema de antiinflamatorios y antibióticos. Alberto Díaz Madrigal, médico internista. Septiembre 2 de 2012.

Secretaría de Seguridad Pública Dirección de Policía Sección avisos. Reporte de Honras Fúnebres Mañana se realizará un acto de condecoración con la medalla “Comandante Daniel Ortiz” al valor en honor de la Detective Daniela Ortiz López, caída en acción. La oficial Ortiz se destacó en la Academia de Policía graduándose con honores y desempeñándose siempre con eficiencia. Posteriormente se llevará a cabo el sepelio en el Panteón Jardines Eternos situado en el Frac. Panorama, en compañía de sus familiares y amigos. Sgto. Juana Torres Gámez. Septiembre 5 de 2012 Otra vez me cuesta trabajo despertar. Me muevo pero no logro abrir los ojos. Los párpados son dos cortinas de acero. Ya no escucho los hielos cuando chocan entre sí a mi alrededor. Lo único que recuerdo son las voces de las enfermeras, el estruendo silencioso de las jeringas en mi piel. Solo recuerdo el choque de la sábana sobre el rostro, las bisagras que cierran el ataúd y las trompetas estremeciendo el aire con su lamento.

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Después de un concierto

Oriana entra en el bar con pasos que no anuncian su presencia. Aunque dentro el ambiente es denso, sabe que mañana esta noche será solo un recuerdo. Camina lento, abriéndose paso entre la cortina espesa de humo, como si luchara por atravesar una cascada interior que la humedece con sus propios fluidos. El día anterior, en una estación de radio, ganó un concurso para cenar con su artista favorito. Sin esperarlo, la ocasión se convertía en un regalo que no podía desaprovechar. Era un sueño que se volvía realidad y una venganza perfecta contra su ex novio. Ahora mismo se sienta en la mesa que le apartaron frente al oscuro escenario. Faltan un par de minutos para que comience el concierto. Se acomoda, cruza las piernas bajo el corto y entallado vestido. Hace unos minutos, antes de sentarse en su lugar, se anunció con Fernando, el representante artístico. Quería que supieran que ya estaba ahí para entregarle un obsequió a Saúl Lara antes del concierto, en su camerino, para lo que no encontró obstáculo alguno. Los dos la recibieron con entusiasmo, quedando encantados con su cabello largo, negro y sedoso. Sentada en su mesa repasa con deleite las luces neón del escenario y recuerda el camerino. Mira a las chicas que sueñan con desabrochar los pantalones del cantante del momento. Pero sabe con satisfacción que solo será para ella, al menos esta noche. En medio de sus pensamientos, las luces se apagan y los gritos inundan el lugar con la inmensidad de un huracán. La oscuridad dura unos cuantos segundos, suficientes para que las notas de una guitarra arranquen aplausos y más de un suspiro. Un bajo se suma a la intensa melodía que vibra como una avalancha, a la energía que electriza a los asistentes para hipnotizarlos con su acústico embrujo. Las tímidas luces, poco a poco, le ganan terreno suficiente a la oscuridad para que la silueta de Saúl se adivine, por fin, en el escenario. Las canciones continúan una detrás de otra con pequeños intervalos en los que el artista agradece la presencia de sus admiradoras, pero sin dejar de mirar con ternura a la muchacha de la mesa especial. En este momento Oriana tiene sentimientos encontrados luchando en su interior. Por un lado, siente el dolor de la separación con su ex novio. Por el otro, su piel parece recobrar la necesidad de ser poseída. Siente la mirada Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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del cantante buscando sus ojos una y otra vez. La atención que pone en su respiración, al sube y baja de los senos dentro del vestido. El concierto termina. En el camerino la cena está lista. Saúl baja del escenario entre los aplausos desmedidos de sus admiradoras. Fernando va por la chica que ganó el concurso, sabiendo que también puede ser suya. Todo depende de que tan pronto se emborrachen. Pero esta noche el cantante no piensa beber una gota de alcohol. Lo que más desea es estar consciente dentro de Oriana, hacerla suya con todos sus sentidos. Y mientras se ducha, ella coloca la cámara de video en el lugar que decidió durante el concierto. A diferencia de otras noches, él prefiere controlar su impaciencia para disfrutar cada momento. Se viste y peina sin prisa saboreando de antemano el placer que alcanzará esa noche. Cuando sale del baño Oriana ya está sentada a la mesa, jugando con los pétalos de las flores que la adornan. Ahora que sabe que él la desea y que en realidad puede pasar la noche con Saúl, ella empieza a sentir remordimiento. Ya no desea entregarse a un hombre que sólo hará estremecer su cuerpo. Sin embargo, la necesidad de cobrarse las ofensas es más fuerte que ella misma. Durante la cena, entre la charla y los roces inesperados de las manos al tomar el pan, Saúl imagina los dos cuerpos bajo las sábanas, sin que se pierdan nunca las miradas. Ella espera un encuentro rápido, agitado, sin placer, para huir lo más pronto posible. Sus ansias ya no se depositan en el momento en que estará en la cama con su artista favorito, sino en el instante en que Andrés abra el mensaje que contenga la prueba de su venganza. Al terminar la cena, y sin dejar de mirarse, se acercan para comenzar a besarse apasionadamente. Él le toma las mejillas para disfrutar el primer contacto de sus labios. Con las manos libres, Oriana comienza a desabrochar la camisa para descubrir un cuerpo atlético. Luego baja hasta el pantalón que le descubre un falo en crecimiento. Al decidir que debe apresurar el momento, ella comienza a decirle a Saúl cosas sucias al oído. Palabras en un tono urgido y ardiente a las que él no se puede resistir. Su pene ya rígido y la excitación mental apremian las ansias. La urgencia de Oriana es diferente pero lleva el mismo fin. Así que se desprende de su ropa para comenzar a acariciarse y aumentar el deseo de quien, sin más preámbulos, decide tirarla en la cama para penetrarla. Desde afuera, Fernando observa la escena sin que los amantes sospechen nada, desesperado porque el cantante y su amiga no han bebido como ha sucedido otras noches. Porque le gusta la forma en que ella se mueve en la cama, el sensual tono de voz con que pide que la penetren. Aquella solicitud llega hasta sus oídos como si la petición se la hicieran a él, envolviéndolo en una ensoñación en la que ocupa el lugar de su representado. Ella sigue provocando a Saúl con la intención de que aquello termine pronto. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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Sus palabras y las imágenes que crea penetran hasta el fondo de la mente de esos dos hombres que en ese momento la poseen. Saúl es el primero en estallar en medio de gemidos y estremecimientos. Fernando tiene que ahogar una explosión silenciosa entre sus manos. Después de recobrar el aliento y recoger en una coleta su cabello despeinado, Oriana busca en el piso su ropa para marcharse. Piensa en la forma de tomar su cámara sin que el cantante se dé cuenta, así que le pide que tomen unas copas antes de despedirse. Cree poder aparentar que bebe, hasta emborracharlo para irse sin ningún problema. Él acepta con la intención de que, sin poder marcharse, se quede. Ella finge que el alcohol comienza a adormecerla, pero es él quien se queda dormido al tomar varias copas, una tras otra, cuando ya no había más excitación que beber. Oriana lo observa acostada y se toma unos minutos para sentirse culpable ante la escena. No se da cuenta del momento en que Fernando entra en la habitación, creyendo que está dormida. La cámara sigue grabando. En su memoria guarda el momento de la sorpresa. Graba la lucha desesperada de Oriana, la penetración forzada. Los rasguños que Fernando recibe en la cara y los pezones que se esconden ante los dientes feroces. La carrera por tratar de escapar, la caída, el golpe en la cabeza. También registra la gula de Fernando que sigue disfrutando de una chica que ya no se resiste y el abandono del cuerpo en el camerino improvisado, pensando que culparan al cantante. En la delegación de policía, Saúl sale libre después de que descubren la cámara. Las imágenes son un fidedigno testimonio del horror, y ahora buscan al manager. Cuando Andrés abre su correo y prende la televisión, está ajeno a las noticias. Lo único que espera es un mensaje de Oriana donde le confirme que acepta darle una oportunidad para hablar. Desea explicarle que su aparente indiferencia y las historias sobre otras mujeres fueron falsas. Que las inventaba porque deseaba provocar sus celos, y comprobar así su amor. El mensaje con el video de la venganza nunca va a llegar al correo de Andrés. Pero sí encontrará el que su ex novia le envió antes de ir al bar, para decirle que sus infidelidades le dolían tanto que estaba dispuesta a pagarle con la misma moneda, que pronto lo descubriría.

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La cripta familiar

Después de cinco días de búsqueda, Omar encontró el cuerpo de su hermana. Estaba atorado entre las ramas de un árbol, en un recodo del río, ya lejos del pueblo olvidado de cualquier autoridad. La madre de Ana Cristina decidió que no habría velorio alguno para su hija. Ella quería que todos la recordaran a sus dieciséis años, con su sonrisa sincera, con esos ojos que demostraban un gran deseo por vivir. Aunque nunca había sido una niña llena de energía, siempre fue cariñosa y amable. Desde pequeña se ganó la simpatía de toda la gente del pueblo. Tal vez sabía, desde que era casi una niña, que su corazón era débil. Que no podría correr por el campo con los demás niños ni tampoco subirse a los árboles o nadar en el río. Por eso se encerraba a jugar con sus muñecas, a construir casas con cubos y trastes viejos. Cuando comenzó a ser una adolescente, adquirió un gran placer en dar largos paseos junto al río, a solas. Ahora no era más que un pedazo de carne en descomposición del que emanaba un olor muy desagradable. No hubo tiempo para velorio o un ataúd que debían traer de otro pueblo, ni siquiera se atrevieron a ponerle ropa limpia antes de llevarla al cementerio. Se fue así, con su vestido desgarrado, lleno de lodo, con el rostro maltratado. Solo la envolvieron en una sábana para colocarla en la mesa del altar dentro de la cripta familiar. Abandonaron el cadáver lo antes posible para no tener que soportar el olor, ni la dantesca visión de lo que de ella quedaba. Ni siquiera su madre quiso abrazarla, fuertemente aterrorizada por la impresión que la repentina muerte había dejado marcada en la cara de su hija. Un par de días después de los funerales, el arrepentimiento no dejaba en paz a la madre, quien se dirigió al panteón para abrazar la mortaja y pedirle perdón a Ana Cristina, a pesar del mal olor que inundaba la cripta. Ya empezaba a ponerse el sol cuando Omar decidió hablar con su madre. La última vez que la vio fue a la hora de la comida, de eso ya hacía más de cuatro horas. El primer lugar donde la buscó fue en el jardín, junto al árbol donde se sentaba a bordar con su hermana, pero no estaba. En ese momento no se le ocurrió ningún otro lugar donde buscar, así que corrió al panteón. El hijo menor de los Pérez Gallardo sentía un poco de miedo al ir solo al cementerio. Pero se dio valor y prisa para ganarle tiempo al sol en su caída por el horizonte. Antes de entrar a la cripta, el cristal de la enorme puerta le permitió ver el cuerpo de su madre sobre el piso. Omar corrió, sus pies volaron los últimos metros sin encontrar más resistencia que la del pasto crecido, que Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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la del fango que dejaron las últimas lluvias. Ellas, las lluvias, eran las culpables de que el río creciera provocando la muerte de su hermana. Para escapar de sus recuerdos y del miedo que lo aterrorizaba, siguió corriendo rápidamente entre las tumbas. El lodo que le cubría los zapatos y le ensuciaba el pantalón no le importaba. Al entrar en la cripta, sus pasos dejaron al lodo como testigo de su recorrido. Cuando llegó junto a su madre comprobó que solo estaba desmayada, así que salió, corriendo de nuevo, pero ahora para pedir ayuda. Volvió acompañado de su padre y algunos de los peones de la hacienda. Entre todos llevaron cargando a Carmen para acostarla en su cama. Los días pasaron sin que el médico lograra encontrar el motivo de la palidez de su piel. Ni de la falta de fuerzas que la mantenía acostada de día y de noche, casi sin probar alimento, sin la energía suficiente para explicar qué le había ocurrido. Esta situación duró menos de una semana, pues al cuarto día murió. La familia aún no terminaba de rezar el novenario por el descanso del alma de Carmen, cuando se enfermó Amelia, la nana que había cuidado a los niños desde que nacieron, y que en los últimos días se había dedicado a cuidar a la madre las veinticuatro horas. Ese día Amelia ya no se levantó. Eran las diez de la mañana cuando fueron a buscarla. Había vomitado varias veces sobre su ropa sin poderse levantar, pues no tenía fuerza para sostenerse. Rosita tuvo que dejar de tender las sábanas para retirar la ropa sucia de la cama de Amelia, mientras el desesperado doctor la revisaba cuidadosamente, con sus manos metidas en un par de guantes, sin encontrar el motivo que le causara la muerte unos días después del entierro de Carmen. Los restos de la madre de Ana Cristina no fueron enterrados en la cripta familiar de los Pérez Gallardo. Nadie se atrevía a estar junto al cuerpo de la hija muerta. En el pueblo comenzaba a escucharse el rumor de que estaba maldita. Y se decía que iban a morir todas las personas que la querían. Esos comentarios molestaban a Omar, porque todos sabían que Ana Cristiana siempre había sido buena. Aun así él y su padre cavaron una fosa temporal para depositar el cuerpo de Carmen. El ritual en el cementerio fue muy rápido. No hubo misa ni palabras del sacerdote frente al féretro. El cuerpo comenzaba a despedir ese olor que ya conocían. Lo mismo había sucedido con el cuerpo de Amelia y el de Rosita. A la sirvienta vino a cuidarla una prima que vivía en un pueblo cercano, pues nadie más de la hacienda quiso estar con ella. Se pasaban los días enteros en soledad. Y en menos de dos semanas ya habían muerto. La agonía de la prima duró menos días, aunque los síntomas eran los mismos. A ella nadie la cuidó. Casi la dejaron morir en el abandono. Cuando murió, tampoco hubo velorio. Todos temían percibir de nuevo ese olor a muerte que los perseguía Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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con tanta insistencia. Después de ese fallecimiento no hubo ningún otro deceso semejante. Una aparente tranquilidad comenzaba a apoderarse de los habitantes de aquella casa y de aquel pueblo. Pero Omar no encontraba paz. Sus pensamientos lo inquietaban. Sus manos reflejaban con movimientos torpes e inconscientes la agitación que se apoderaba de su alma. Precisamente ese día, en que recordaba haber encontrado a su hermana en el río, corrió para consolarse en su casa, para sentirse protegido en su refugio. El dolor de perder a su hermana y a su madre era muy grande. ¿Por qué su padre y él no estaban muertos? Si amaron a su hermana igual que Carmen, más que Amelia, más que Rosita. A pesar de que ya no había ocurrido ninguna muerte, en el pueblo todavía se hablaba de la maldición. Ante este pensamiento Omar comenzó a acomodar algunas ideas en su cabeza. Se negaba a aceptar tajantemente que todo se tratara de alguna condena, ya que Ana Cristina y Rosita casi no se trataban, pues la sirvienta tenía poco tiempo en la casa. Y su hermana nunca vio a la prima que vino de otro pueblo. Desesperado, fue al cuarto de Ana Cristina por primera vez desde su muerte. En él encontró un viejo cubo con el que ella jugaba cuando era una niña. Después de los juegos infantiles nunca se preocupó más por sus cubos ni sus trastes viejos. Al ver lo que sucedía, su padre los guardó desde hace muchos años en el granero. Omar los utilizó para guardar una sustancia química que necesitaban para combatir la plaga del maíz. La que debía manejarse con mucho cuidado porque provocaba un envenenamiento que se transmitía a través del contacto de la piel. Al día siguiente el cubo no estaba en el granero y pensó que su padre lo había guardado, sin acordarse más del asunto. Ahora, al encontrarlo en la habitación de su hermana, sabía que ninguna maldición los perseguía.

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Antes de dormir

Oscar se levantó otra vez de la cama sudoroso y agitado. En las últimas semanas se ha vuelto una costumbre despertarse a medianoche. Para quedarse siempre alerta hasta el amanecer. Desde entonces duerme todo el día sumergido en un sueño profundo. En sus momentos de vigilia piensa en cuál es el motivo de su situación. Esa por la cual se han invertido tanto sus horas de sueño y de vigilia. Ya hasta perdió la cuenta del tiempo durante el cual ha vivido de esa manera, sin ver la doctor ni a las enfermeras que, aunque están de guardia, duermen toda la noche. Y no se anima a despertarlas para que le llamen al doctor, que únicamente va durante el día, precisamente cuando él está dormido. Al principio estaba totalmente desconcertado porque no entendía lo que sucedía. Esa primera noche pensó que tal vez había cenado algo que le provocó el insomnio. Pero lo más extraño es que no le dolía el estómago ni tenía indigestión, tampoco sentía los achaques a los que ya estaba acostumbrado. Simplemente no tenía sueño, por lo demás, se sentía muy bien y empezó a disfrutarlo. En realidad, desde que llegó al asilo siempre tuvo muy buen humor. Ese era uno de los muchos motivos por el que Anita lo trataba tan bien. Por su alegría, su bondad y porque seguía sus indicaciones al pie de la letra. Siempre se quedaba callado para asentir con la cabeza cuando ella le decía: “Don Oscar, recuerde que no debe comer dulces, ni el más pequeño de los pedazos, ¿me entendió?” Aquella conversación ocurría hace ya quince años. Él llegó al asilo llevado por los servicios de asistencia pública, después de atenderlo en el hospital durante unos días. A la clínica llegó porque los paramédicos recibieron una llamada de emergencia de alguien que lo encontró tirado en la calle. Además de enfermo lo encontraron sucio, con el cabello y las uñas largas. Les dijo que no tenía dónde vivir. Era preferible ser llevado a un asilo, a regresar a una casa vacía donde ya nadie lo esperaba. Donde no lograba soportar la soledad ni el dolor de haber perdido a su esposa. Por eso salía a la calle, para ver gente y sentir que formaba parte del mundo. Si se encerraba en su casa podía morirse sin darse cuenta. O perder las fuerzas y el ánimo para morir en una agonía lenta. Desde niño era lo que más temía. Ahora trataba de recordar qué hizo antes de irse a dormir aquella primera noche de desvelo. Lo último que recordaba era que Mayra le había dado la pastilla para la artritis, la última que tomaba cada día. Fuera de eso, no había tomado nada más. Esas primeras noches fueron muy difíciles. El aburrimiento lo aturdía. No había nada por hacer ni con quién hablar. Se pasaba las horas acostado en su cama minuto tras minuto, pero no lograba reconciliar el sueño. Trataba de alejar Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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cualquier pensamiento de su mente, lo que tampoco le ayudaba a quedarse dormido. Así estuvo alrededor de dos semanas. Después se levantaba para dar pequeños paseos por el jardín. Costumbre que poco a poco se alargó hasta ocupar toda la noche en recorrer el asilo. Visitaba cada área y la supervisaba hasta el último rincón para ver que todo estuviera en orden. Con el paso de los días se animó a entrar en las habitaciones de sus amigos. Les tomaba la mano o acariciaba sus frentes. Se pasaba horas recordando las anécdotas que había acumulado de ellos durante todos esos años. Recordaba con mucha claridad cuándo llegaron. Sus gustos, preferencias, sus enfermedades y pecados. Así como los nombres de sus familiares, sus historias preferidas y el motivo por el que estaban ahí. Oscar siempre era amable y escuchaba con atención. Cuando le tocaba el turno de hablar solo decía que estaba ahí porque no tenía a nadie más en el mundo. Que si no se hubiera enfermado, seguiría de vagabundo. A pesar de ser muy amable y estar siempre contento, era muy reservado con sus asuntos personales. Por eso guardó muchos secretos cuando se veía comprometido a hablar sobre algún tema. Prefería inventar las historias antes que contarles sobre su familia. Solo Anita conocía toda la verdad. A ella le contó poco a poco, y tímidamente, todos sus secretos. Con el tiempo se ganó su corazón. Lo trataba como a un padre y él aprendió a ver en ella a una hija. Después de las primeras semanas de insomnio, ya no se preocupaba por saber qué es lo que le ocurría, estaba muy entretenido para pensar en eso. Después de las visitas, que ahora eran más rápidas, se dedicaba a idear bromas. Esta nueva ocupación lo entretenía bastante, porque le encantaba imaginar sus expresiones. Doña Fernanda era la más gruñona de todas, por eso le escondía sus revistas. Se imaginaba la cara de sorpresa y el espasmo en el rostro, el cuestionamiento declarado en la mirada cuando no las encontrara sobre su buró. Luego la incertidumbre, la nariz fruncida al creer que olvidó el lugar donde las había dejado. Y el coraje, el rostro rojo cuando alguna enfermera se las regresara, diciéndole que no las anduviera perdiendo en cualquier lugar. Aunque solo imaginaba, era suficiente para mantenerse ocupado y divertido durante las horas nocturnas. Los días seguían pasando, y con las travesuras esos días se convirtieron en más semanas. Cuando a Oscar se le agotaron las bromas, volvió a los recuerdos, a la reflexión. Una de las cosas que más llamaban su atención, es que hasta ahora nadie se había preocupado por despertarlo. Tal vez durante meses no había tomado una sola pastilla, eso lo empezaba a inquietar de nuevo. Lo que más le preocupaba es que no se había dado cuenta de que en el asilo ya no estaba don Fermín. Un viejo encantador que se pasaba las horas jugando dominó, diciéndole piropos a las enfermeras. Tampoco estaba Clara, la señora a la que iba a visitar una hija con cinco nietos. A don Gustavo tampoco lo había visto. Oscar ahora se daba cuenta que tampoco recordaba quién faltó primero, ni desde cuándo. Eran tantos viejitos los que vivían en el asilo, que no se dio cuenta de las repetidas ausencias.

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En eso pensaba sentado en el patio, cuando escuchó a Clara a su lado. Si no la había visto, ¿cómo era posible que ahora escuchara su voz? Inmediatamente se levantó y comenzó a recorrer todas las habitaciones. Su sorpresa fue muy grande al ver que Don Carlos tampoco estaba. Ni el viejo Fernando ni Sarita, a quien un par de días antes había visitado, mientras ella dormía con el rostro radiante de tranquilidad. Parecía muy sana a pesar de que sufría del corazón. Tal vez el nuevo cardiólogo le había dado el tratamiento adecuado. Pero ahora se preguntaba por qué no estaban en sus camas. Haciendo memoria, se daba cuenta de que en esos quince años no había muerto ningún anciano. Simplemente un día ya no estaban. A ellos les decían que sus familiares se los habían llevado. Eso a Oscar no le parecía raro, pues él era el único que no tenía familia. Así que lo más lógico era que un día los hijos se conmovieran y fueran a recogerlos. Una vez más Oscar escuchó la voz de Clara, así que siguió buscando por todo el asilo. Necesitaba verla para saber lo que estaba pasando. Tal vez ella estaba enferma de lo mismo que él y juntos podrían encontrar una solución. Bastaría con que uno de los dos lograra mantenerse despierto. Solo hasta que se levantara una enfermera, para estar salvados. Ahora también se daba cuenta de que nunca se le ocurrió dejar una nota. Ahora que inesperadamente encontraba un periódico sobre la mesa de Anita. En su mente los hechos encontraron lógica al leer un encabezado: “Fueron descubiertos más de 18 cadáveres en asilo de San Jacinto, se sospecha de enfermeras.” Es miércoles y le toca la guardia a Anita, pero no está. Oscar no sabe lo que sucede. No puede ser que Ana, la única a quién le confió el número de su cuenta bancaria, esté involucrada en este asunto. Piensa que debe haber un error. Sale corriendo al jardín para llorar en silencio, para tratar de pensar. Pero solo encuentra la tierra revuelta y a los espíritus liberados de su entierro. Ahora se da cuenta de que está muerto. Muerto desde que Mayra le dio esa última pastilla antes de dormir. Por eso puede hablar con todos sus amigos… ¿Y su cuerpo, a dónde se llevaron su cuerpo? En ese momento la voz de Clara se escuchó de nuevo: “Como tú no tenías familiares nos dijeron que habías fallecido. Se supone que te enterraron en el panteón municipal. Todo fue muy rápido. A los tres meses de tu funeral vinieron los de salubridad para hacer su acostumbrada revisión. Fue en ese momento cuando se enteraron de tu muerte. A Mayra y Ana las regañaron por no dar parte a las autoridades. Obligados por la ley a exhumar tu cadáver para hacer la necropsia, fueron al cementerio. No encontraron tu cuerpo en la supuesta tumba y regresaron para interrogar a las enfermeras hasta hacerlas confesar. Entonces empezaron las excavaciones en el jardín al que no nos dejaban ir, fue ahí cuando encontraron nuestros restos en las fosas clandestinas.” Lo que en este momento le importa a Oscar es que está rodeado de sus amigos. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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De pronto se daba cuenta de que había vivido muchos meses en medio de una soledad que antes lo asustaba. Y tal vez no la sintió porque siempre estuvieron ahí, a su lado. Ahora también sabe que no se atrevieron a hablarle de sus muertes ni de la suya. Que estuvieron escondidos todo ese tiempo, esperando que se diera cuenta por sí mismo de lo que pasaba. La más dolorosa revelación fue descubrir la verdad que le confesó Clarita. “Al principio tus bromas causaron mucha confusión, lo que Ana y Mayra aprovecharon para decirnos que nos estábamos volviendo locos. Bajo ese argumento, a los que teníamos algún bien, nos obligaron a firmar un testamento. Luego nos mataban sin perder tiempo. A los que no teníamos nada nos mataban si, por error, presenciábamos algún asesinato. Así que ya sabes que lo que tú llamabas bromas, fueron la antesala de la muerte para muchos de nosotros.

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Exorcismo

Cuadro I Llegas a casa escurriendo por tu ropa la lluvia de agosto. Me acerco y tomo tus manos para pegarme a tu cuerpo frío, para darte un abrazo con el que intento aliviar el dolor de tu piel que se sofoca bajo la ropa mojada. Comienzo a recorrerte con mis manos hambrientas, a besar tu cuello que me llama como una revelación. Pero al desnudar tus pechos descubro que otros labios estuvieron ahí. Cuadro II Trozos de tu carne están regados por el suelo formando una constelación macabra. Mis sentidos se adormecen al ver los líquidos de tu cuerpo que se escapan sin fin. Con ellos se decoran el suelo y los muebles, siendo la sangre la principal protagonista de la contienda. Sentado en el suelo, a lo único que me aferro es a tu cuerpo desnudo, seguro de que ya no me vas a abandonar. Cuadro III La habitación sigue inundada con tus colores: rojos, carmines y ágatas. En medio de esa ensoñación ahora estoy recostado sobre tu cuerpo. No me importa penetrarte así, tu ser inmóvil y tu dulce boca sin aliento, mientras realizo esos trazos con un pincel que me ayuda a liberarme de tu traición. En el lienzo pinto nuestros cuerpos con tu sangre, con mi sangre, en esa combinación de rojos, carmines y ágatas.

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EL INFIERNO

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Medalla de honor

Hay ocasiones en que la vida se empeña en demostrarnos que estamos equivocados y comprobamos, una y otra vez, que nuestro ego solo nos puede llevar a la destrucción. A veces, en el camino nos van dando señales de esas equivocaciones. Y ciegos, no sabemos interpretarlas. Ese fue mi caso, pero no me arrepiento. Ya sé que usted únicamente me ha preguntado si soy feliz. Si me lo permite quiero extenderme un poco en mi respuesta, con la esperanza de explicarme mejor. Siempre he hecho cosas que a los ojos de los demás son malas, claro. Pero ese comportamiento lo tenía exclusivamente cuando mis padres no me veían. Estoy consciente de que hasta ahora he llevado una doble vida. Situación que solo podré aceptar libremente frente a usted, pues espero que esta confesión me libere de los demonios que a veces me atormentan. Como ve usted, no soy feliz. Pero me consuelo sabiendo que ellos tienen la culpa de todo lo que he hecho. Continuaré diciendo que por ser mujer, tal vez mis errores se juzguen más duramente. Y que eso, a estas alturas de las circunstancias, ya no me importa. Hasta los 23 años luché por que no se me limitará en mis derechos, pero tampoco en mis obligaciones. Ese es el motivo por el que siempre me vieron como una rebelde, aunque hasta esa edad nunca hice nada irreprochable. Sin embargo, debo aclarar que no fue la rebeldía, sino la obediencia lo que me tiene emplazada en esta situación tan dolorosa y complicada. Como le decía, cuando vi que la honestidad y la lucha digna no funcionaron, tomé la decisión de portarme bien frente a mi familia. En mi casa me decían que las mujeres debíamos tener cierto comportamiento. Ser siempre honestas, trabajadoras, estar siempre dispuestas al sacrificio. Complacer a los demás, ser siempre dulces y cariñosas, sin quejarnos nunca de nada. Pues bien, decidí hacer todo eso y más, mucho más. Al principio me sentí tranquila porque ya no había más pleitos ni enfrentamientos. Pero a pesar de mis esfuerzos esa no era yo. Con el transcurso de las semanas me sentí falsa, mal conmigo misma por no defender mis ideas. Fue así como descubrí que ninguno de esos dos caminos me daba la felicidad. ¿Y qué hice? bueno, ya le comenté que durante algunos años he llevado una doble vida. Frente a mi familia seguí siendo buena. Conseguí una amiga que se ganó la confianza de mis padres y que me solapaba cuando lo necesitaba. Ese fue mi gran secreto, entre semana era una hija dedicada a mi casa y al trabajo. Pero los sábados, cuando me iba con mi amiga, era realmente la chica que deseaba ser. Le aprendí muchas cosas, no le puedo quitar el mérito que merece. Ella era desinhibida y alegre, no le temía a nada ni a nadie, era auténtica. En el fondo yo era todo eso, pero aunque no lo quisiera, en mi familia lograron reprimir algunas partes de mi personalidad. Así que cuando la conocí, pude Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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darme cuenta de todo el daño que me habían provocado, solo por enseñarme a ser como la sociedad dice que debe comportarse una mujer. Por darles gusto a mis celosos padres, nunca tuve un romance real con un chico. Cuando hablaba de salir con amigos, debía ir con uno de mis hermanos. En ese momento tenía dos caminos: la posible insurrección o el sometimiento acostumbrado. Si me rebelaba y alegaba que tenía la edad y el juicio suficiente para saber con quién salía, el pleito duraba el tiempo que dictara el capricho de mis padres. Y a mí nunca me ha gustado pelear, las discusiones me estresan. Por eso siempre terminaba cediendo a sus imperiales deseos. Por otro lado, si aceptaba que fuera mi hermano, nunca tenía la posibilidad de hablar con sinceridad con ningún chico. Y no pedía nada del otro mundo, simplemente llevar una vida normal. Ah, pero mis hermanos sí podían hacer lo que quisieran y cuando quisieran. Incluso se les permitía hacer cosas que yo ni en sueños podría hacer, solo por ser mujer. Esas injusticias y lo que ahora le voy a contar, fueron las circunstancias que me orillaron a concebir lo que más tarde hice, aún más decidida. Todo comenzó la primera vez que salí con un chico sin supervisión familiar. De verdad me estaba enamorando. Esa noche me duele porque pudo ser el mejor momento de mi vida, y no lo fue. Todo se convirtió, por la inexperiencia, en algo que ahora recuerdo con dolor, pues comencé a perder el control de mis actos con las primeras copas. Al principio estaba más embriagada de libertad y de amor, que de alcohol. Pero el efecto de las cervezas se fue acumulando en mi cuerpo y eso fue lo que me perdió. Empecé a marearme, aunque fingía que todo estaba bien. Ahora no recuerdo los detalles ni cómo fueron sucediendo las cosas. Era la segunda vez que yo veía a ese chico. Él supo leer muy bien a lo que me enfrentaba en ese momento y lo que buscaba. Claro que él me lo dio en abundancia. Consiguió lo quería, y no lo he vuelto a ver en mi vida. El coraje de haber sido engañada aquella noche y prácticamente violada, me alentó a llevar una doble vida más intensa de lo que había imaginado en un principio. En mi soberbia creí que podría vengar en otros hombres lo que uno solo me había hecho. Y en mi amiga, que era un modelo a seguir frente a mis padres, encontré una aliada perfecta. Ella pasaba por una represión similar a la mía. Con la diferencia de que había logrado independizarse de sus padres hasta lograr vivir sola, con el pretexto de la universidad, en una ciudad lejana. Fue así como nos conocimos, cuando llegó a mi salón a cursar una materia atrasada. Cuando salí de la universidad, no encontraba trabajo. La recesión económica y la inseguridad nos afectaban mucho. Usted sabe muy bien por todo lo que hemos pasado. Por eso acepté ese trabajo de maestra que mi madre me consiguió. Era la hija modelo y me vi obligada a aceptarlo. Al principio era estresante y cansado estar seis horas frente a un grupo de niños gritones y mal educados. Para tenerlos contentos comencé a llevarles dulces. Con el tiempo nos fuimos conociendo, yo me relaje y también ellos lo hicieron. Así fue como comenzamos a jugar, a divertirnos en clase con juegos y lecturas. Yo logré Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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transmitirles un poco de mi amor por los libros. La clase de español se convirtió en nuestra favorita. Cuando se portaban bien, se ganaban un premio. Lo que más les gustaba era que les contara un cuento al final de la clase. La verdad es que nos divertíamos mucho. Después de seis meses de convivir, éramos verdaderos amigos. Nos reíamos y nos contábamos lo que nos sucedía en casa. No veían la clase ni la tarea como una obligación, sino como una oportunidad de aprender. Eso me gustaba mucho de ellos y me fui encariñando. Todos eran hijos de padres de escasos recursos económicos. El esfuerzo que ponían cada día en su educación me llenaba de orgullo. Por eso los admiraba, por eso los protegí. Y hubiera dado mi vida por las únicas personas que han sido honestas conmigo, pues mis alumnos son los únicos que me han aceptado tal y como soy. Ahora es lo único que agradezco a mis padres, que me hayan transmitido el gusto por la lectura, lo que me permitió acercarme a los niños y aprender a amarlos. La verdad es que la medalla de honor que me dieron no tiene ningún sentido para mí. Esa medalla no me ayuda a ahuyentar los fantasmas que viven en mis pesadillas. Si usted supiera que por las noches todavía escucho los disparos. Y que vuelvo a recrear en mi mente ese momento en el que tuve que aguantarme el miedo para protegerlos. Ellos no tienen la culpa de nada. Yo no deseo que vivan el resto de sus días llenos de traumas, miedo e inseguridades como yo he tenido que vivir a lo largo de toda mi vida. Como le decía, es por las noches cuando vuelvo a vivirlo todo otra vez, como si estuviera ocurriendo de nuevo. Yo caminaba en medio de las filas de mesa bancos dictando, cuando se escuchó el primer disparo. Afortunadamente los niños no supieron identificar el sonido. En ese momento volteé hacia la calle y vi por la ventana a unos hombres que reconocí de inmediato. También se acercaban a la escuela dos camionetas blindadas que no conocía. Por supuesto que no sabía quiénes eran sus ocupantes. De los hombres que reconocí, uno estaba de pie en la esquina de enfrente cuando vi que el sujeto encañonaba su pistola para dispararles a los de la camioneta, justo antes de que se escuchara el segundo disparo. Rápidamente les pedí a los niños que se tirarán al piso para jugar. Debían cerrar los ojos y escuchar, a todo volumen, una canción que les iba a poner para que escribieran un cuento a partir de esa historia. Las instrucciones fueron rápidas, la prisa y la sorpresa, les dije, también eran parte del juego. Así fue como estuvieron tranquilos, y sin darse cuenta, en medio de una balacera. En las otras aulas había pánico y desesperación. En mi salón, los niños soñaban con cuentos que aún no se escribían. Yo hice lo mismo que ellos, me tiré en el piso a esperar unos minutos. Se me hacía un nudo en la garganta de angustia, solo de imaginar que alguno se levantara. Que fuera el inocente blanco de una bala perdida. Contuve el aliento lo más que pude. Antes de que terminara la primera canción abrí los ojos. Los niños aún seguían las instrucciones y permanecían acostados en el piso. Dejé que continuará la siguiente canción y les pedí que siguieran quietos. Yo me levanté, pues no podía continuar sin saber lo que ocurría afuera. Al salir Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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del salón escuché los gritos de los otros pequeños cada vez que una detonación rompía el aire. Sabiendo que mis alumnos estaban protegidos, decidí ir a la dirección para ver si alguien sabía lo que pasaba. Ni siquiera pude atravesar medio patio cuando una bala perforó mi pulmón. Perdí la conciencia mientras veía asustados a los otros maestros. No supe más, el resto lo sabe usted por las noticias. Cuando desperté en el hospital, era ya una celebridad, la heroína del día. Pero lo que pocos saben hasta ahora, es que logré identificar al primer tirador. Eso ya se lo dije. Él también me reconoció, por eso que me hirió. Todos sabemos que ese hombre es amigo del director y que está involucrado con el narco. Nadie lo denunció porque estábamos amenazados por el mismo director. Así que lo busqué después de que salí del hospital para decirle que siempre estuve enamorada de él. Usted conoce a ese tipo de hombres, ese mismo día se fue conmigo. No por amor, sino por el orgullo machista de creerse guapo y atractivo. Esa fue su verdadera perdición, porque cuando lo tuve a mi lado, lo maté. No le voy a dar detalles de cómo sucedieron las cosas. De lo único que puede estar seguro es de que hay un puerco menos en el mundo. Y de que nadie sospecha que yo soy la asesina. Ese mal nacido no me preocupa, lo que me preocupa es mi madre. Ella no quiere entender que a mis 30 años tengo todo el derecho de hacer mi propia vida. Que no me puede juzgar ni meterse en todas mis decisiones. No quiero ni imaginar qué pasaría si se enterara de todo lo que he hecho a sus espaldas. Cuando desperté en el hospital y le conté que conocía al tipo que hizo el primer disparo, me mandó un sacerdote para que me confesara. Yo no lo quise recibir porque juré venganza cuando la sangre comenzó a escurrir por mi espalda. No me arrepiento de haberlo matado, de eso estoy segura. No quiero hablar con ningún cura. Por eso mi madre piensa que estoy loca. Por eso estoy aquí, platicándole toda mi vida, pues me vi obligada por ella a venir a la consulta psicológica. Espero que le quede claro que no necesito su ayuda, solo que alguien me escuche. Y sé que no me va a denunciar, porque cuando abrió la puerta lo reconocí. Es seguro que a su esposa no le va a gustar enterarse de que frecuenta bares como en el que lo conocí. Esos lugares en los que se hacen todo tipo de perversiones sexuales. Tampoco le gustaría saber que le gusta acostarse con chicas y chicos apenas salidos de la adolescencia... ¿Verdad que no le convendría que sus clientes supieran la clase cerdo que es en realidad? Ahora sí me recuerda, ¿No es cierto?

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Un ovillo

“Cuesta mucho luchar contra el deseo del corazón; todo lo que quiere obtener, lo compra al precio del alma”. Lawrence Durrell La niña era un ovillo de hilo delgado y moreno tirado en el piso. Llevaba en esa posición más de dos horas. El movimiento de su cuerpo era mínimo, lo suficiente para alzar la cabeza de vez en cuando y examinar un poco el exterior. Los gritos la asustaban obligándola a esconder de nuevo la cabeza entre los brazos y las piernas. Aunque ya era medio día, traía el pijama que le obsequió su abuela en el último cumpleaños. Fue una fiesta inolvidable, pues su madre le cumplió todos sus gustos: el vestido de princesa y su pastel favorito. La piñata también fue una gran sorpresa, sobretodo porque la compartió con sus primos, a los que veía unas cuantas veces al año. Además de los recuerdos, lo que más disfrutaba hasta ahora de aquella fiesta era el pijama, que ya era su prenda favorita, y en la que se metía cuando se sentía triste. Sin embargo, hoy más que reconfortarla, era testigo mudo de su difícil situación. Por más que Victoria se esforzara en perderse en esos bonitos recuerdos, no podía. Los gritos de sus padres y el sonido de los zapatos que pasaban a su lado eran muy fuertes. El ruido de los teclados, el roce de las hojas de los oficios policiales también la perturbaban. Quería que aquella aventura terminara en ese mismo instante. Deseaba irse a dormir a casa y soñar que los pleitos terminarían pronto. En los últimos meses, las discusiones eran cosa de todos los días. Victoria aprendió a evadirlas para no sentirse triste por el resto del día. Pero esa mañana la habían despertado muy temprano. Sus padres estaban peleando otra vez. Solo que en esta ocasión, además de los gritos y los insultos, se escuchaba el ruido de los vidrios de las ventanas al quebrarse, el de los muebles al voltearse. De vez en cuando también llegaba hasta su habitación el ruido de un golpe seco en la cara de su padre. Y de nuevo una interminable oleada de insultos. Ella, tras la puerta, observaba toda la escena, impávida y entristecida. Cuando por fin se hacía un poco de silencio, la niña comenzaba a liberar de nuevo su cabeza. Lo primero que veía era un piso blanco y sucio que no era el de su casa. En seguida miraba un pantalón azul muy bien planchado que solamente permitía que se asomaran los zapatos, desde las cintas desgajadas que se anudaban en la parte superior, hasta el frente, mostrando una punta redonda y brillante. Esos zapatos negros estaban impecablemente limpios, eran lisos, sin adornos. Se resquebrajaban en la parte donde se dobla el pie al caminar, más que por el movimiento natural de cada paso, rígidos por el exceso de pintura con que cada mañana los boleaban. Las suelas y el ancho tacón de Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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goma también estaban desgastados por el uso excesivo. Ante un grito inesperado, Victoria se convertía de nuevo en un ovillo. A los pocos minutos volvía a sacar la cabeza. Ahora veía las zapatillas de tela de cuadros a colores que usaba su padre cuando estaba en casa. Su madre llevaba puestos los tenis que compró en su último viaje a la ciudad de México, ese era el motivo por el que tanto le gustaban. En ese momento deseaba imaginar que aquel calzado tan familiar, podría ser de otras personas y no de sus padres. También circulaban a su alrededor innumerables pares de otros zapatos. De diversas formas y colores, pero de los que no conocía a sus dueños. El calzado de sus padres, lo reconocía por los detalles tan familiares. Los zapatos de descanso tenían aún la mancha del helado que ella derramó el día anterior cuando el equipo de futbol anotó el gol del triunfo. A Victoria le entusiasmaba sentarse en las piernas de su padre para hacer juntos cosas que él amaba. Para sentir que así se mantenían más unidos y cercanos. Por eso festejó el gol en un impulso que concluyó con el helado en los zapatos de tela que permanecían frente a ella. Siempre quería ser la consentida de su papa, pero sabía que eso no le agradaba a su madre porque a menudo le llamaba la atención. No seas tan barbera, le decía arrancándola de los brazos paternos antes de mandarla a su habitación. Los tenis no eran para correr, pues a su mamá no le gustaba correr ni hacer ejercicio. Eran casuales, morados, con simples adornos, apenas unas pocas costuras que delineaban el estilo juvenil enmarcado en suelas de plástico blancas. El extremo de una cinta estaba quemado porque un día se quedó dormida fumando en el sillón. El cigarro se le zafó de las manos aun encendido y le cayó en los pies. Así que no había posibilidad de equivocación. Ahí estaba ella y ahí estaba su padre discutiendo ante alguien que llevaba unos zapatos nuevos de color café, muy elegantes, con adornos de ribetes cincelados en una segunda capa de piel superpuesta a la primera. Esos zapatos que se parecían a los de su abuelito pertenecían a alguien que estaba sentado detrás de un escritorio. A alguien que de vez en cuando cruzaba los pies bajo la silla. A alguien que mientras escuchaba los gritos y los insultos, dictaba a una secretaría de zapatos de un tacón alto y delgado. La silueta delineada del tacón subía con elegancia a un talón forrado de tela anaranjada con rayas azules. Ese pedazo de tela bajaba hasta el pie, donde se hacía más ancho cuanto más se acercaba a los dedos, para terminar en una punta cuadrada de charol, también anaranjado. Victoria era otra vez un ovillo y volvía a serlo cada vez que los gritos aumentaban de intensidad. De vez en cuando un policía o una secretaría se acercaba y le hablaban para ofrecerle dulces. Ella no respondía, no quería levantarse del piso, solo para verlos pelear. En medio de su ovillo, Victoria escuchó que su padre le había telefoneado a la tía Ana para que fuera por ella. Pero no la dejaban que se la llevara. Victoria era como la rehén de una guerra ajena sin siquiera haber cumplido los cinco años de edad. En la distancia, escuchaba que el señor de los zapatos Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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impecablemente limpios le explicaba a la tía Ana que no podía llevarse a la niña porque la iba a evaluar una psicóloga. Que iba a estar en resguardo hasta que el juez dictará la sentencia. Hasta que se definiera la situación legal de sus padres y su custodia temporal. Sí, la de ella, la de una niña que estaba cada vez más asustada porque no entendía lo que significaban palabras como psicóloga, juez, demanda, resguardo ni sentencia. Una niña a la que le asustaban los gritos de una madre que no ganaba calma ni serenidad. Fue en ese momento cuando Victoria vio los tacones rojos de su tía. Más bien unas sandalias formadas por cintas que se entrecruzaban desde los dedos hasta el talón. Entonces sí quiso levantarse y correr para irse con ella. Y le prestara esos zapatos rojos, como lo hacía los domingos cuando iban a visitarla. Sin embargo, no se movió para correr con la tía Ana. Al contrario, se levantó sin pensarlo y corrió hacía el señor de los zapatos elegantes. Para golpearlo con las manos convertidas en ovillo, como antes había estado ella. Enroscada para tratar de evadirse de todo, sin lograrlo. Victoria no recuerda el rostro de aquel señor, porque cerró los ojos al descargar su impotencia. Pero si se acuerda con detalle de los zapatos elegantes. Eran más grandes que los que su padre usaba para ir a la oficina, que también eran de un color café deslavado, con cintas de un café casi tan intenso como el chocolate. Recuerda, además, que aquellos golpes fueron para ella sinónimo de liberación. Ahora, cuando me estreso vuelvo a sentir miedo, esa impotencia que sentía cuando mis padres peleaban. Algunas personas dicen que seguramente lo heredé de mi madre. Pero yo no lo creo porque en realidad yo era muy tranquila. Otros dicen que tal vez fue a consecuencia del divorcio de mis padres. Yo solo sé que me siento muy bien cuando golpeo a alguien, porque descargo mi frustración. Señor juez, usted no se lo puede imaginar. Cuando alguien me grita, el estrés se acumula y estallo sin control. Esa es la causa por la que estoy frente a usted ahora. Y por la que mi esposo se encuentre en la morgue, con una herida de cuchillo en el pecho, mientras yo condeno mi alma para toda la eternidad, porque no me arrepiento de lo que hice. ¡Ah!, señor juez, Lawrence Durrell también dijo, cuando se refería al amor, que éste “es ilimitado en su cantidad, que se gasta, se aja y se estropea antes de haber alcanzado su verdadero objetivo”. Y mi amor también se estropeó cuando descubrí el engaño. Por cierto, sigue usando el mismo estilo de zapatos de hace veinticinco años. ¡Usted sí que sabe ser elegante! Espero que no me guarde rencor por aquella vez que lo golpeé con la mano vuelta un ovillo. Tenga en cuenta que yo era una niña asustada que solo quería irse a casa.

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Mirada ajena

Cada impulso que intentamos ahogar, brota de nuestro cerebro y nos envenena. Oscar Wilde Acta de las declaraciones de los diferentes testigos interrogados por José Miguel Trueba, ministerio público de Aguascalientes ante un caso de homicidio. Expediente 15789JAFG Testimonio de un transeúnte Sí señor, yo fui quien se halló el cadáver y también avisé a los polis. Deje le cuento cómo pasó todito. Hoy salí de mi casa muy tempranito para dirigirme a la chamba, eso mismo hago todos los días, pues tengo que caminar un buen rato antes de agarrar mi camión. Mientras camino, paso por un río que lleva mucha agua por esta época del año, ya ve uste, esa es una de las pocas cosas buenas que nos dejan las lluvias, siempre y cuando no nos inundemos, verda. Pero, como le decía, la hierba crece tanto a los lados del río que a veces es posible encontrarse cosas que arrastra la corriente. A veces camino mirando los escondites que forman las ramas para ver qué atraparon. Como hoy que a lo lejos miré un bulto regrandote. Al acercarme, pensé que podía hallar algo que me sirviera a mi o a mi viejita. Sí señor, imagínese, ¡en una ocasión me topé con un costal lleno de ropa!, por eso me animé a abrir la bolsa, aunque no la moví del lugar onde me la hallé, ¡le juro que nunca imaginé que me iba a encontrar una muerta, por ésta se lo juro! Testimonio del policía que atendió la llamada Oficial David Bárcenas, de la unidad 2315. Iba en mi patrulla por la avenida Constitución cuando recibí por radio una indicación de la estación central. Se me indicaba que acudiera a atender una llamada que procedía del arroyo del Olvido, a la altura del codo que hace para dar vuelta en la colonia Fuente Esperanza, cerca de la parada de autobuses. Cuando llegué al lugar de los hechos eran casi las ocho de la mañana. En el lugar todavía estaba el hombre que dio el aviso. Al comprobar que la víctima no tenía signos vitales, llamé al forense para que recogiera el cuerpo y al perito para que diera fe de los hechos. También llegaron mis compañeros para auxiliarme en la investigación. Lo primero que hicimos fue rescatar el cuerpo de entre las ramas porque estaba atorado en un recoveco del río. Después realizamos un recorrido por el lugar, pero lo único que encontramos fue una cuerda que tenía algunos cabellos enredados, del mismo color de los de la víctima, por eso lo entregamos Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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como posible evidencia del caso. Debo agregar que esa cuerda la localizamos a unos ocho kilómetros del lugar donde se encontró el cadáver, es una zona desierta a las afueras de la ciudad, donde no hay nada más que campo. Por las condiciones actuales del río, la velocidad de la corriente y el estado general que presenta la bolsa, se puede establecer que el bulto viajó al menos unos ocho kilómetros sin encontrar obstáculos a su paso, hasta que la corriente dio vuelta en ese recodo que se forma ahí en la colonia Fuente Esperanza. Otro aspecto importante que se debe conocer es que el cuerpo se encontraba envuelto en hule espuma, enredado con cinta adhesiva, por eso formaba un bulto dentro de la bolsa. En la bolsa, el hule espuma y la cinta adhesiva no se encontraron huellas dactilares que proporcionen información sobre su posible asesino ni tampoco residuos de ningún tipo que permitan establecer su procedencia. Testimonio del forense que realizó los estudios médicos Los análisis se aplicaron a una mujer de 20 años de edad en la que se podían observar, a simple vista, las marcas de una cuerda alrededor del cuello. Después de realizar los estudios pertinentes, se comprobó que murió por asfixia debido al bloqueo del paso del aire por la presión ejercida sobre la garganta. Se presume que fue tomada por sorpresa. El asesino se puso detrás de ella para colocarle la cuerda. La víctima no tuvo oportunidad de defenderse. El ADN de los pedazos de piel y el cabello encontrados en la soga que entregaron los policías corresponde plenamente con el de la víctima. El cuerpo también presentaba diversas contusiones en brazos y piernas, así como una lesión sin importancia en la primera costilla del lado izquierdo y la nariz fracturada. Se comprobó que las contusiones y heridas mencionadas no corresponden con la fecha de la muerte; por el estado general de esas lesiones, se puede establecer que tienen al menos 22 días de antigüedad. Ahora se sabe, como resultado de los análisis de las huellas dactilares, que la víctima se llamó Fátima García y que tenía diez horas de muerta en el momento en que la encontraron. El cuerpo no presenta signos de tortura recientes ni incisiones con armas blancas o heridas con armas de fuego. Testimonio de una amiga de Fátima ¡No sé cómo pudo pasarle esto, era tan buena y no tenía enemigos! No, le digo que en la escuela y en la colonia la queríamos mucho. Todos nos conocemos desde pequeños, ¡tenemos toda la vida juntos!, ¿cómo cree que alguien de la colonia le iba a hacer daño?, ¡no, eso no lo creo! Además, Fátima estaba muy triste porque hace casi un mes se murió su novio Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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en un accidente de tránsito. Estaban juntos, a todos nos dolió mucho la muerte de Mateo y mire, ¡ahora ella se nos va! Ese día queríamos comer en el campo para disfrutar de la naturaleza. Ellos tenían que comprar algunas cosas, por eso iban a ser los últimos en llegar. Nosotros ya los estábamos esperando cuando Fátima me habló a mi celular para decirme que habían tenido un accidente, que se habían volteado al salir de la ciudad, a ella le salía sangre de la nariz y le dolía mucho el lado izquierdo, junto a las costillas. Se podía decir que estaba bien, que solo fueron los golpes, pero Mateo no despertaba. La pobrecita se asustó mucho. No se consolaba por la muerte de su novio, menos cuando se enteró que los papás de él iban a donar sus córneas. No soportaba la idea de que una parte del cuerpo de su novio anduviera por ahí, en los ojos de quién sabe quién. Decía que un día iba a conocer al que recibiera el trasplante para sacarle los ojos con un lápiz. Yo no la veo desde hace una semana. Supongo que esas ideas eran por el gran dolor que estaba viviendo, ¡Era incapaz de lastimar a alguien! Testimonio de una hermana de Fátima ¡Tienen que hacer justicia, la muerte de mi hermana no puede quedar impune! Yo sé quién pudo matarla, aunque no lo conozco, por eso deben investigar. ¿Quiere que aclare mi comentario? Con todo gusto, señor. Mi hermana estaba obsesionada con encontrar a la persona que recibió las córneas de su novio. Decía que lo iba a buscar para sacarle los ojos, pero nunca le creímos. Todos teníamos la esperanza de que pronto se consolara por esa pérdida tan grande. ¡Estaban a punto de casarse!, ¿puede imaginar lo que ella sentía? Ya estaba en terapia y el psicólogo decía que pronto lo iba a superar con el apoyo de su familia. Nosotros hacíamos todo lo que podíamos, se lo juro. Ahora estoy convencida de que a él no le contaba nada de lo que a mí me decía. Hace unos días me confesó que ya sabía el nombre de la persona que tenía las córneas de Mateo. Yo me sorprendí, no creí que su obsesión llegara a tanto. Eso fue todo lo que me contó. Nunca supe si tenía un plan. Ahora me acabo de enterar que se hizo pasar por enfermera en el hospital donde operaron a Joel Cervantes, sí, a él le pueden preguntar por qué asesinó a mi hermana. A lo mejor descubrió los planes de Fátima y la mató antes de que cumpliera su promesa. Testimonio de Joel Cervantes Sí señor, yo la maté en un arrebato de cólera, de desesperación. Y me arrepiento. Por eso lo confieso, porque en la cárcel podré pagar mi culpa. Además, estar en ese lugar va a ser lo mejor que podría pasarme en la vida. Si usted piensa que lo mejor fue recuperar la vista, déjeme decirle que está muy equivocado. ¡A esto no se le puede llamar vida! Cuando menos en la cárcel, estas córneas van a ver cosas que Mateo nunca vio y que serán nuevas para él y para mí. Tal vez no lo entiendan ni usted ni nadie, porque ahora mi vida parece un capítulo de telenovela barata. Hace tres semanas yo todavía estaba ciego y aun así era feliz en mi mundo de tinieblas. Al menos amaba lo que me rodeaba porque lo recordaba o porque lo Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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conocía a través del contacto con mis dedos. Pero mi mundo cambió cuando recobré la vista por que empezaron a gustarme cosas y personas que yo no recordaba que antes me hubieran gustado. El ejemplo más doloroso es Fátima. Si la hubiera conocido con mis ojos, esos que perdieron la luz cuando yo era niño, nunca me hubiera enamorado de ella, aunque debo confesar que la empecé a amar antes de que me quitaran las vendas porque era muy buena conmigo y, además, me conmovía su dolor. El cambio sobre mis gustos lo empecé a notar cuando abrí por primera vez los ojos y descubrí que las cosas que recordaba tenían ahora un significado diferente en mi cerebro. Como le digo, el cambio fue inmediato y muy palpable. Todos me decían que era normal porque ahora tenía una nueva oportunidad en la vida. Que tal vez estaba confundido porque mis recuerdos no correspondían con la realidad. Lo único que puedo decir a su favor es que nunca me entendieron. Y es que, ¿cómo se iban a imaginar que en mi cabeza había una gran confusión con los lugares y las personas que recordaba, porque nunca las vi con mis viejos ojos? Cuando por fin pude verla, me quedé sorprendido con su belleza, una belleza que antes no hubiera apreciado, a pesar de los golpes que tenía en la cara. Todavía estaba en recuperación, pero ella no dejaba de hablarme de su novio muerto y de las cosas que a él le gustaban. Yo trataba de animarla para que no se sintiera sola. Creo que en esos primeros días empezó a tomarme cariño por que nos seguimos viendo en mi casa después que salí del hospital. A los pocos días de tratarla descubrí que los gustos de Mateo eran idénticos a mis nuevos gustos. Yo no entendía por qué iba a tener tantas semejanzas con alguien que nunca conocí y que, además, ya estaba muerto. Por eso regresé al hospital. Quería conocer el nombre de mi donador. Cuando lo escuché, no podía creerlo. ¡Por eso la maté y la envolví con hule espuma, para que flotara y el agua se la llevara como ella se había llevado mis sueños! ¿Ahora lo entiende? ¡Yo me estaba transformando en Mateo y eso me asustaba! Ya sabía cuál era el motivo de esas semejanzas. ¡Yo tenía sus corneas y eso me trastornó! No podía soportar la idea de conocer el mundo a través de esa mirada ajena que influía tanto en mi vida y menos de que ella me amara, ¡por tener los ojos de otro!

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Pupilas dilatadas

Si hasta los monstruos sienten miedo, entonces no deben ser tan malos. Allan Moore La luz entraba por los vitrales para inundar la pequeña iglesia del pueblo. Ofelia pedía, como todas las mañanas, un milagro. Por eso ofrecía fervorosamente sus oraciones a los santos. Sabía que habían sufrido en esta vida tanto como ella y que por eso la comprendían. Mientras rezaba, los dedos temblorosos sostenían con dificultad el rosario. Sin sentir el frío que se desprendía del suelo, avanzaba de rodillas, hacía el altar. Sumida en sus oraciones, no se daba cuenta de los reflejos azules y amarillos que procedían de los ventanales y que endurecían aún más sus viejas facciones. Después de las súplicas que envió al cielo se dirigió a casa para iniciar con los deberes domésticos. La muerte repentina de su hija y su yerno le habían regresado obligaciones de las que hace tiempo ya descansaba. Sin esperarlo tenía que hacerse cargo, de nuevo, de un niño que requería de su protección. Desde ese momento, los años empezaron a pasar lentamente, como si se arrastraran. A pesar de las actividades cotidianas, Ofelia se daba tiempo para llorar su pena. Sobre todo, para pedir por el bien del alma de su nieto. Ella se sacrificaría toda la vida por él y haría lo que fuera necesario para liberarlo de toda culpa. El cuarto es pequeño y oscuro, ahí nunca entra el sol. La oscuridad reina en sus dominios y su imperio es eterno. Las pupilas se mantienen permanentemente dilatadas. Apenas hay espacio para estirar un poco el cuerpo, los miembros se mantienen rígidos, entumecidos. El acre olor de los orines es una constante, pero ya no le pica la nariz. Con el cabello largo tiene más calor. No se puede hacer más que aguantarlo, esperar a que llegue la noche. Aunque ahí siempre es de noche, la única diferencia es que a veces se siente frío y otras, calor. El niño ya había crecido y comenzaba a ser un adolescente, pero seguía necesitando sus cuidados. Desde antes de empezar a hablar dio muestras de que no sería un niño inteligente. Era lento, se puede decir que hasta torpe en sus movimientos, casi no crecía. Su cuerpo se veía más bien “rellenito” y sus orejas, su boca, su nariz, así como sus manos eran más pequeñas de lo normal. Sus ojos eran rasgados y nadie en la familia tenía esas facciones. Para rematar, la cabeza, más bien era chiquita y tenía forma de balón. Toda esta situación preocupaba mucho a Ofelia, la desvelaba largamente. Ahora sabía que tendría que esforzarse más por enseñarle lo que de verdad Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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valía la pena. Una de esas cosas era rezar, rezar siempre para alejar el mal que pesaba sobre su nieto. Y eso hacía día y noche, semana tras semana, aunque en realidad rezaba sola porque no estaba dispuesta a permitir que un miembro de su familia se perdiera en el fuego del infierno. Por eso debía hacer algo para salvarlo, aunque estaba segura de que era un castigo por lo que el chiquillo había provocado cuando tenía un año de edad. El círculo rojo que rodea el tobillo es un aro de fuego, arde inmisericordemente. La piel está más viva que nunca. El lazo que lo produce es corto y sus fibras abrazan la piel. No puede alejarse de la cama, lo más que le permite el cordón es pararse. Sin embargo, lo hace en ocasiones para descansar. Pero los pies son débiles y pronto quieren rendirse ante la falta de fuerzas. La puerta se abre en medio de la oscuridad, no ve a nadie. Sólo escucha los pasos que lo alcanzan en zancadas apresuradas. Tiene tanto tiempo sin hablar que ya no sabe cómo deben salir las palabras de su boca. La poca luz que entra le permite adivinar el tibio amanecer. Ya conoce el ritual, debe alargar la mano para recibir el pan blanco o la poca comida que le ofrecen. Desde niño ha escuchado una voz, la única que recuerda, diciéndole que debe comer ese pan bendito para borrar sus culpas. Más que las señales que comprobaban que el niño pagaba su pecado aquí en la tierra, a la abuela le preocupaba que él se enterara de la verdad, por eso jamás se la diría. Nunca le contaría que por su culpa sus padres estaban muertos, aunque no sabe si serviría de algo. Tal vez ni siquiera entendería lo que sucedió hace ya tantos años. Ofelia todavía recordaba vívidamente aquella noche cuando le dieron la noticia. Su nieto se había salvado porque lo dejaron a su cuidado. Pero tal vez lo mejor habría sido que muriera con ellos. Lo amaba, de eso estaba segura, el cielo era su testigo, aunque también era una responsabilidad muy grande porque estaba sola. Todos la abandonaron cuando en el niño fueron visibles las marcas del castigo. Y eso, más que las pruebas físicas de la culpa del chiquillo, la hacía sufrir. Sus hermanos y sobrinos, sus hijos y otros nietos se fueron para no volver. Su esposo ya había muerto, así que no le quedó más remedio que bordar y tejer servilletas para venderlas en el mercado, para hacerse apenas de unos cuantos pesos que no le alcanzaban para nada. Cuando el niño tenía seis años pensó en abandonarlo afuera de la iglesia lejana de un pueblo distante o, tal vez, dejarlo en un convento, pero sus amistades también dejaron de hablarle y no le alcanzaba para los pasajes. Las pocas amigas que le quedaban eran tan pobres, viejas y estaban tan abandonadas como ella. A sus amigas les daba miedo enfrentar a Ofelia para decirle que todos en el pueblo pensaban que estaba loca. Que todos sabían que el niño vivía porque lo escuchaban llorar durante sus largas noches de insomnio. Que todos sabían, además, que ella se robaba las hostias de la iglesia, a escondidas del padre, murmurando que eran “para salvar a alguien del fuego eterno”. Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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Anoche logró dormir un poco sin saber qué lo indujo a ese sueño lejano, profundo. Hoy sabe que ha iniciado un nuevo día porque escucha abrirse la puerta de la calle. La escucha regresando para llevarle ese pan dulce y blanco, redondo y pequeño que no alcanza a alimentarlo jamás. Todo el tiempo tiene hambre, pero ya no pide comida. No la recuerda, aunque siempre ha estado con ella, no sabe quién es. Solo sabe que hay ocasiones en que le pide que se acueste. Entonces, mete la mano entre la cabellera sucia y le acaricia la cabeza. Cuando él busca la manera de acurrucarse en el pecho de la vieja para sentirse querido y protegido, al menos por un momento, siente un hilo de agua fría que provoca el ardor de las viejas heridas. Él llora y balbucea palabras que Ofelia no alcanza a entender, porque si entendiera sabría que el niño le pide un poco de consuelo, de paz, una oportunidad para agradecerle que lo deje vivir en su casa, para demostrarle que no entiende porqué vive de esa manera, pero sólo escucha que debe aguantarse porque “el dolor purifica”. A veces quisiera sacarlo de ese cuarto húmedo y abandonado para liberarlo con su amor de todo castigo. Pero si Dios no lo perdona por qué lo va a hacer ella, no sea que le carguen una culpa que no le corresponde. Es mejor dejarlo así, es mejor ser el brazo justiciero de Dios y ayudarlo para que salve su alma. Antes pensaba, aunque lentamente, pero ahora su mente infantil se mantiene en blanco. Sabe que no es bueno pensar, actuar por iniciativa, lo mejor es obedecer. Su cuerpo también aprendió la lección hace ya largo tiempo. Ya no intenta escapar y no entiende por qué la soga debe marcarle el pie y las manos hasta hacerlo sangrar. Por qué las manos se deben mantener unidas, por qué su piel debe pegarse al hueso cansado. Las heridas lo debilitan cada vez más y cierra los ojos para dormir, pero no puede. Los párpados no quieren cerrarse, aunque su corazón calla poco a poco. - ¡Vas muy rápido!, ¡baja la velocidad! - ¡Estás loca, tenemos que alcanzar al doctor! - ¡Nos vamos a matar! - Eso no va a suceder, pero tenemos que alcanzarlo. Necesito que vea a nuestro hijo antes de que se vaya del otro pueblo. ¿Quién sabe cuándo vuelva a venir de tan lejos? ¿A poco crees que la hierbera lo va a curar? - ¡Ya te dije que ese niño no tiene remedio, nació rarito. Y así se va a quedar toda su vida. Seguro que está maldito, por eso se enferma de todo! - ¡Estás loca! ¡Suéltame! - No sé por qué te pones así. Lo mejor es resignarnos y no dejar que nadie lo vea. Eso es lo mejor que podemos hacer. Es por nuestro bien y el de él, trata de entenderlo. - Lo dices como si de verdad te importara lo que le pasa. - Claro que me importa, después de todo es mi hijo. Pero no quiero que sea Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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una molestia para nosotros. Y menos que nos avergüence. - ¡Que te calles! No entiendes. Ningún niño está maldito y menos mi hijo. Ya me canse de que se lo grites todo el tiempo. Creo que tiene retraso mental, pero eso no va a impedir que lo amemos por siempre. ¡Además, eso no significa que no pueda aprender y salir adelante! - Debemos regresar, sólo estamos perdiendo el tiempo. Ya sabes que no estoy de acuerdo contigo. - No te estoy pidiendo tu opinión, quiero que escuches al doctor para que te des cuenta de tu error. ¡Nuestro hijo está enfermo y debe recibir atención médica! ¡Está enfermo y no maldito! ¿No puedes entenderlo? ¡Suéltame, déjame manejar! - ¡Mira la curva, baja la velocidad! - ¡Cuidado…!

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Las cosas que nunca dije

No sé por dónde empezar, tampoco sé si escribo para desahogarme. O con la intención de que esta carta llegue algún día a tus manos. De lo único que estoy segura es de que a diario recuerdo lo que vivimos. Lo que está más grabado en mi mente es aquella ocasión en que peleamos al salir del cine. ¿Lo recuerdas? Esa noche comencé a caminar en silencio cerca de ti y tomé tu mano. Al preguntarte qué haríamos, contestaste que lo único que deseabas era ir a tu casa a dormir. Yo te podía acompañar, con la sentencia clara de no seducirte. Lo único que yo quería era hacerte el amor, pero una vez más comprobé que ya no me deseabas. Esos días fueron difíciles para los dos, aunque todavía no sé por qué razón. No habíamos terminado una pelea cuando ya estábamos discutiendo por cualquier otra cosa. Yo sabía que nuestros encuentros habían perdido su encanto y, aun así, no dejaba de buscarte. Tú estabas igual, es solo que no podíamos aceptar que el amor se nos había agotado. Y las humillaciones de que me hacías objeto constantemente lo demostraban. Estábamos juntos, no por rutina, sino por vanidad. Nos habíamos creído el cuento de que éramos la pareja perfecta. Aunque en realidad teníamos muy pocas cosas en común. Es precisamente por eso, me decías, porque nos complementamos en las diferencias. Yo quería pedirte que esa noche me hicieras tuya, pero no lo hice. Si hubiéramos estado juntos, tal vez, sólo tal vez, tendríamos o tendría un hijo. Y en estos momentos mi vida sería muy diferente. Muchas veces traté de pedirte que te fueras porque ya no soportaba tus golpes. Pero no podía hacerlo, ni yo tampoco podía dejarte. Sólo una vez tocamos el tema, y fue como si conversáramos sobre el clima. Te pregunté qué nos pasaba, contestaste que se trataba de una mala racha. Solo que la mala racha ya tiene más de un año, respondí con sequedad. La verdad, a veces yo también lo pensaba, y esperé una solución. Con mucha paciencia, esperé que tu mal humor terminara por alejarse. La verdad es que el tiempo no resolvió nuestros problemas. Eso no sucedió. Nada cambió en lo más mínimo. Aun así me convertí en cómplice de tu autoengaño y me dejé arrastrar por la comodidad de saber que fuera como fuera tú estabas ahí, a mi lado. Sin embargo, debo ser precisa y decir que estabas a nuestro lado, porque éramos dos mujeres en tu vida, aunque yo lo supe un poco después. Y no hice nada. Creí que era una aventura que estaba dispuesta a perdonar. Pero en realidad no estabas ni conmigo ni con ella. Hay novios que se ven todos los días, nosotros apenas una vez por semana y Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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a veces ni eso. Y cuando quedábamos para vernos, no dejabas de contarme lo que te sucedía, los planes comunes en los que no era consultada sobre el futuro. Siempre supe que esas intenciones eran falsas. A pesar de eso, te seguía el juego. Y mis días se consumían perseguidos por tus propios fantasmas. Permitía que manejaras mi vida a tu antojo sin que supiéramos ponerle punto final a una relación que ya no funcionaba ni como simulacro. Mi mayor coraje era que frente a los demás te comportabas como si fuéramos la pareja más feliz del mundo. Pero al quedarnos solos te volvías frío y egoísta. ¡Mira si estaba enferma! Porque para mí todas estas circunstancias eran indicios de que me querías. Que ella era, simplemente, una aventura que tarde o temprano terminaría. No sé cómo fue que soporté esta situación por más de medio año. Después comprendí que cuando peleabas con ella, te desquitabas conmigo. Que cuando peleabas con ella, era cuando más me golpeabas. Otra de las cosas que nunca dije entonces, pero que ahora quiero confesarte, es que con bastante frecuencia siento nostalgia por aquel chico del que me enamoré. Tú estarías de viaje más de tres meses y yo agradecí al cielo esa oportunidad. Nunca imaginé que me sentiría tan relajada, tan libre y tranquila sin ti. Así que empecé a salir con mis amigos, a los que tenía muy abandonados. En uno de esos paseos lo conocí. Trabajaba en un bar que comenzamos a frecuentar. Era un tipo tímido, serio, que no dejaba de mirarme, pero que nunca se acercó. Quizá porque yo no paraba de platicar sobre nuestros pleitos, de lo que alguna vez nos unió. En ese tiempo debí hacer a un lado tu recuerdo y darle una oportunidad. Ahora reconozco que en el fondo lo que tenía era miedo de su rechazo. Entonces tenía miedo de todo, de encontrar el verdadero amor y de abandonarte. Debí decirle, gritarle que lo amaba, pero tampoco lo hice. Los días pasaban rápido mientras me consumía en un caldero al que yo misma atizaba el fuego. Hoy lo veo muy claro. Tú sigues disfrutado de la vida y yo, bueno, aún sigo aquí. Cuando regresaste, trajiste de vuelta contigo mi infierno personal. Yo estaba cansada de la situación. Mi lista de cosas que nunca dije ya estaba saturada. Ahora podría agregarle te odio, como magistral fin. Pero tampoco te lo grite a la cara, aunque lo pensé muchas veces. También debí decirte pinche perro, hijo de puta, tu frase favorita para referirte a los que te caían mal, pero ahora aplicada a ti. Pero, tampoco te lo dije, ni cuando llegó la policía y me culpaste de matarla. Tú tenías el cuchillo en la mano cuando entré a tu casa y ella estaba sin vida sobre la cama. Al ver lo que había sucedido, horrorizada, te quité el cuchillo. Y tú aprovechaste la oportunidad para hacerme pasar como la culpable. Quiero que sepas que nunca imaginé que las cosas iban a terminar así y de que estoy completamente consciente de que yo soy la verdadera responsable de su muerte. Si voy a decirte toda la verdad, debes saber que yo fui quien le habló para contarle que la engañabas. Más bien, para decirle que ella era la otra, que yo había llegado antes a tu vida y que no pensabas dejarme. Lo único que ella deseaba era que yo te dejara, pero las cosas tomaron otro rumbo. ¿Entiendes Narrativa y Poesía escrita por mujeres

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por qué no te desmentí, por qué no dije que tú eras el asesino? Después de dos años de estar encerrada no sé qué ha sido de tu vida. De la mía te puedo decir que ni en la cárcel me he librado de tu recuerdo y el de ella. Sé que voy a terminar mis días entre estas cuatro paredes, pero no mi importa si puedo agregar una y mil veces más en esta carta que ¡eres un pinche perro! Un hijo de puta…

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