Nací el 5 de noviembre de 1781 en Vilafranca del Penedés (Barcelona), en el Molino d’en Rovira.
Me bautizaron dos dĂas despuĂŠs de nacer.
Fui al Colegio de la Enseñanza de Barcelona. Allí aprendí ¡Cómo me gustaba aprender!
Mis papás eran muy sencillos y trabajadores. Me enseñaron a rezar, a cuidar de los demás y a compartir con alegría.
Fuimos nueve hermanos. Yo era la sexta.
Mi papรก, Cristรณbal, era molinero y trabajaba mucho. Mi mamรก Margarita Bruna, cuidaba de nosotros y de la casa y ademรกs ayudaba a papรก en el molino.
Éramos una familia sencilla y feliz.
Todos teníamos que trabajar y nos gustaba sentarnos juntos a rezar, al final de la tarde. ¡Vosotros no os olvidéis de rezar cada día! ¿De acuerdo?
María Rafols creció… y en ella también creció la inquietud por atender a los demás con generosidad. Colaboraba con sus padres en el molino y solía acoger con frecuencia a los pobres que pasaban por allí.
El hospital, estaba atendido por trabajadores con los que colaboraban grupos de voluntarios. El padre Juan Bonal, conoció allí a María Rafols, que se había trasladado a estudiar a Barcelona y visitaba regularmente a los enfermos.
JUAN Y MARÍA FUNDAN UNA CONGREGACIÓN RELIGIOSA En 1804, siendo Juan Bonal sacerdote y responsable del Hospital de la Santa Cruz de Barcelona, el hospital de Zaragoza le solicitó que enviara allí una Hermandad para atender los enfermos.
Juan decidi贸 prestarles su apoyo y reuni贸 a un grupo de doce hombres y otro de doce mujeres para proponerles que fueran a Zaragoza.
El padre Juan puso de responsable al frente de los doce Hermanos a JosĂŠ Torradellas y, al frente de las Hermanas a MarĂa Rafols.
Antes de salir hacia Zaragoza, el padre Juan present贸 a las Hermandades el cuaderno donde 茅l escribi贸 c贸mo deseaba que vivieran desde un principio.
El 28 de diciembre de 1804 las dos Hermandades llegaron a Zaragoza, acompa単adas por el padre Juan. Bajo la lluvia, se dirigieron al Pilar para rezar ante la Virgen y pedirle ayuda para desempe単ar bien su trabajo.
Pero no todo el mundo recibi贸 con agrado a las Hermandades. Los empleados ve铆an amenazado su trabajo, y su falta de responsabilidad y dedicaci贸n a los enfermos se hac铆a evidente.
MarĂa tenĂa 23 aĂąos pero, a pesar de su juventud, supo hacerse con el grupo de Hermanas y coordinarlo con suave firmeza, con autoridad y aplicando la caridad.
Pronto se notó la presencia de las Hermandades. Los enfermos agradecía el cuidado, el trato delicado y cariñoso que recibían . El ambiente del hospital comenzó a cambiar. Se respiraba orden, limpieza y mejor atención a las personas.
El 1 de enero de 1805 comenzaron a trabajar en el Hospital de Nuestra Se帽ora de Gracia de Zaragoza, llenos de ilusi贸n y de atenciones para los enfermos.
Finalmente, el hospital decidi贸 que la Hermandad femenina se ocupar铆a de atender no solo a las mujeres, sino a todos los enfermos del hospital.
Los empleados y algunos directivos del hospital segu铆an sin aceptar del todo la presencia de estas Hermandades de la Caridad y procuraban hacerles la vida imposible. La hermandad masculina no pudo aguantar y termin贸 por desaparecer.
En 1807 María y otras tres Hermanas se presentaron a un examen de flebotomía o conocimientos prácticos de enfermería, y todas lo aprobaron.
En 1807 la Hermandad era bien conocida por su buen hacer. Pronto solicitaron su ayuda en Huesca y poco mĂĄs tarde en Canarias, Madrid. Burgos y AlcaĂąiz.
María pasó a ser superiora de la Hermandad y quiso insistir aún más en la importancia de respetar unas normas de conducta.
Las Hermanas decidieron poner en prĂĄctica los despintes, que consistĂan en guardar parte de su raciĂłn de comida diaria para los enfermos. Pero no era suficiente.
En 1808, el poderoso ejército de Napoleón invadió España. Zaragoza fue sitiada por los franceses y el Hospital de Nuestra Señora de Gracia fue bombardeado durante veinticuatro horas.
Se organizaron dos hospitales provisionales, que las Hermanas atendĂa sin descansar un momento.
Pero las Hermanas no solo estaban juntas porque trabajaban con los enfermos, sino porque, desde el principio, se sentĂan unidas en el amor y llamadas a servir en comunidad fraterna.
MarĂa decidiĂł ir a hablar con los franceses , acompaĂąada de otras dos Hermanas, con el fin de solicitar ayuda para los enfermos.
Mar铆a y las otras Hermanas hablaron con el mariscal Lannes, que las atendi贸 con respeto y accedi贸 a prestarles el apoyo que solicitaban.
María causó gran admiración en el mariscal, que le entregó un pasaporte para pasar las líneas francesas a recoger alimentos y medicinas que necesitaban.
En 1813 los franceses se marcharon de Zaragoza. La nueva dirección del hospital se mostró mucho más cercana. Tecla nombró a María responsable de la inclusa.
Durante la guerra las Hermanas, ademĂĄs de trabajar en el hospital civil, atendĂan a los presos de la cĂĄrcel y a los enfermos del hospital militar.
En 1811 la nueva Sitiada trató muy mal a las Hermanas. Impuso nuevas Constituciones, en nada parecidas a las que tenían. La paz y la unión fraterna parecían resquebrajarse. María pensó que el problema estaba en ella.
Como la nueva direcci贸n del hospital desconfiaba de Mar铆a, ella decidi贸 dejar el cargo de superiora. Ocup贸 su puesto la hermana Tecla.
En 1824 se reconocieron de forma oficial las Reglas de la Congragaci贸n, y 13 hermanas hicieron sus votos religiosos. Mar铆a fue elegida superiora.
Tras 15 a帽os pidiendo limosna para los enfermos, predicando y practicando el amor y el consuelo hacia los desfavorecidos, Juan Bonal muri贸 en 1829.
Teresa Períu sustituyó a María como superiora, que continuó trabajando con los niños de la inclusa hasta que se hizo mayor. Entonces, las Hermanas le pidieron que cuidara su salud.
María murió el 30 de agosto de 1853. Temía 71 años y aún deseaba seguir atendiendo a los enfermos, los niños, los más necesitados del mundo.
El 2 de agosto la Congragaci贸n despidi贸 a las Hermanas que iban a Venezuela con una misa especial en el Pilar.
En 1890 solicitaron a las Hermanas para atender a los leprosos de la isla de la Providencia, en el lago venezolano de Maracaibo.
La madre general, Martina Balaguer, hab铆a escrito a las comunidades pidiendo voluntarias. Se ofrecieron muchas Hermanas. Un grupo de 25 parti贸 hacia Venezuela.
A partir de este momento, el viaje fue una peregrinación a través de santuarios marianos del camino : Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza, Virgen de la Academia en Lérida y la Virgen de Monserrat en su santuario, antes de zarpar, para terminar ante Nuestra Señora de Chiquinquirá, en Maracaibo.
Al llegar, las Hermanas fueron al hospital de ChiquinquirĂĄ. Con el tiempo fundarĂa otros hospitales en distintas localidades.
Por fin, el 22 de septiembre, un grupo de Hermanadas fue a la isla de la Providencia. Allí sí que las recibieron con emoción, ya que los leprosos vivían marginados.
La vida en Venezuela era bastante dura. Muchas Hermanas contrajeron la liebre amarilla y murieron. Fueron sustituidas por otras Hermanas que llegaron en sucesivas expediciones y continuaron su labor con la ilusi贸n de siempre, con la misma que hoy siguen poniendo en pr谩ctica las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.
La semilla ya estaba sembrada y habĂa germinado. Poco a poco las Hermanas fueron acudiendo a todas las partes del mundo en donde se les necesitaba. Hoy estĂĄn en los cinco continentes y son mĂĄs de 3000 Hermanas al servicio de Dios y de los mĂĄs necesitados.
Power Point realizado por : Pili Ciércoles y Mª Jesús del Río. Maestras del primer ciclo de primaria del colegio:
La Inmaculada de Alcañiz. Hermanas de la Caridad de Santa Ana. Noviembre 2013