Paisajes corpóreos origen y camino al infinito Exposición pictórica de Miguel Ángel Cid
EN MEMORIA DE
ANA GASPAR
Paisajes corpóreos origen y camino al infinito Exposición pictórica de Miguel Ángel Cid
Ana Gaspar Escobedo 3 de enero 1957 – 2 de febrero de 2022
N
ace en Nuevo Soyaltepec, Tuxtepec, Oaxaca, debido a que su padre trabajaba en las presas de Soyaltepec como técnico hidráulico. Sus padres Pablo Gaspar y Manuelita Escobedo ambos de origen zacatecano. A los tres años regresa junto con sus padres y hermanos a Zacatecas, cursa su educación primaria y secundaria, después se integra a la Escuela Normal Superior de Nayarit para cursar su carrera profesional, concluyéndola en la Escuela Normal Superior de Zacatecas; en la Generación Guillermo Torres Torres 1975-1979; realizó su servicio social en la escuela primaria federal “Raúl González Ferniza” en Sauceda de la Borda, Vetagrande, Zacatecas.
Impartió clases en escuelas primarias de El Fuerte, Zacatecas; Sombrerete; y Chichimequillas, Fresnillo, Zacatecas. En 1984, contrajo matrimonio con Armando Hernández Cabrera, procrearon dos hijos: Adriana y David. Ana dedicó parte de su vida a la labor social y humanitaria, tuvo una abnegada participación en la lucha por la restitución y la permanencia del “Programa de apoyo solidario a trabajadores ex braceros zacatecanos” dentro de la asociación “Ex Braceros en lucha A. C.” Ayudó a que cientos de ancianos zacatecanos a recuperaran el dinero que se les retuvo durante el tiempo que trabajaron en el extranjero, esa porción de sus salarios era para integrar
un fondo de ahorro. Ese dinero se transrió a bancos propiedad del Estado mexicano para que se devolviera a los braceros cuando regresaran a México; sin embargo, muchos de ellos no recibieron ese dinero. Fue una constante, en la que la maestra Ana y sus demás compañeros de la organización lograron que esos ancianos recibieran lo que les correspondía. Tras varios años de lucha contra el cáncer de mama, la maestra Ana fallece en Zacatecas en febrero de 2022.
Paisajes corpóreos, de Miguel Ángel Cid por: Roberto Galaviz
“Recordarte es un hermoso lugar” Gustavo Cerati. En Pompeya, entre otros cuerpos petricados por la lava y ceniza de la erupción del Vesubio en el año 79, se conservan los de un hombre y una mujer en el acto amoroso… No es cción -o quizá lo sea- el que los cuerpos, el tuyo y el mío, un día, o una noche, la última noche, vuelvan al origen: al paisaje. No es casualidad que las experiencias estéticas más profundas, el placer inmensurable, la contemplación, y los recuerdos más vívidos que atesoramos, recurran siempre a dos planos perfectamente paralelos, que, rompiendo toda regla: se juntan, se intersectan, se unen: ya sea en algún lugar o en algún cuerpo.
Así, durante la vida -y ojalá la sensación perdure sobre todo cuando llegue la muerte- llevamos la sensación del césped en contacto con las plantas de nuestros pies desnudos y en los ojos el atardecer de tonalidades rosa-naranja imposible, junto al indescriptible y único color lila del Pacíco cuando el sol se oculta en el horizonte, el mar. Paisajes que de pronto se convierten en parte de nuestro cuerpo, de lo que pensamos, de lo que fuimos y sobre todo, de lo que seremos. Así, el último beso del primer amor, o el primero del último, se transforman en parte exacta del paisaje de nuestro cuerpo, cicatrices invisibles, pero sensibles. La obra de Miguel Ángel Cid, prolífera, como la bondad de su amistad, recurre al pensamiento esencial de contemplar el paisaje como una extensión del cuerpo, de los cuerpos, que no son, como se ha dicho, más que el vínculo material de nuestras emociones, una pareidolía poética trazada en colores, belleza que inspira, que se vuelve real. Miguel Ángel Cid es un hombre de historias, historias que ha decidido contarnos en los añorables tonos verdes de un bosque en California, el turquesa del jade maya, el dorado del beso de Klimt, el rojo de la sangre de los héroes griegos, el azul de la risa de un niño, en su trazo y en su idea, estamos todos.
Podemos ver en sus formas, en sus creaciones, la indiferencia de los amantes que voltean cada uno a polos distintos del universo, ignorándose con todo el amor que existe, y por supuesto, deseando mirarse de reojo para saber que el otro sigue ahí, y que en verdad, aún de cerca y -y tan lejos-, no obstante, no paran de extrañarse. Observamos en otra pieza, que sin duda descubrirán, el abrazo en el regazo de la madre, símbolo de paz, armonía y bienestar ¿habrá un lugar mejor para estar en el mundo que en el regazo de nuestra madre? Evidentemente no, y Cid, lo deja claro, lo expone, lo vuelve consigna. Hay hombres que cabalgan en estepas interminables, brujas medievales que entre el fuego que las arde cantan, lechos de muerte, dulces, callados; ríos de lava silenciosa, mares que guardan secretos de cuerpos que perdidos entre el azul de la melancolía y del azul de la mirada de alguna princesa celta, nos observan desde el paisaje que propone el artista y que desde ahora, es parte nuestra. Cerati cantaba lo que hoy Miguel Ángel Cid deja constante: “Recordar es un hermoso lugar” El paisaje, entonces, es lo que amamos, petricado, convertido en una estatua perenne a la que volvemos de vez en vez, para poner ores, dejar una lágrima o sonreír la vida.
Sin título, acrílico sobre tela, 50 x 40 centímetros, 2022
Sin título, acrílico sobre mdf, 50 centímetros de diámetro, 2022
Sin título, acrílico sobre tela, 50 x 40 centímetros, 2022
Sin título, acrílico sobre tela, 40 x 50 centímetros, 2022
Sin título, acrílico sobre tela, 50 x 40 centímetros, 2022
Sin título, acrílico sobre tela, 50 x 40 centímetros, 2022
Sin título, acrílico sobre tela, 40 x 50 centímetros, 2022
Sin título, acrílico sobre tela, 40 x 50 centímetros, 2022
Sin título, acrílico sobre mdf, 50 centímetros de diámetro, 2022
Sin título, acrílico sobre mdf, 50 centímetros de diámetro, 2022
Sin título, acrílico sobre mdf, 50 centímetros de diámetro, 2022
Sin título, acrílico sobre mdf, 50 centímetros de diámetro, 2022
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