LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA (Irán, 1979)
El periodo de la Revolución islámica, inicia con el final de la dinastía Pahlavi (1925-1979) y significa en términos de estructura estatal, la combinación de la figura del presidente -el Ayatollah Homeini- con un parlamento controlado por los Ayatollahs (líderes espirituales musulmanes), así como la instauración de un control legislativo por parte de éstos basado en razones y argumentos religiosos.
La dinastía Pahlavi finaliza cuando el último Shah, Mohammed Reza Pahlavi, es obligado a dimitir como resultado de un gobierno pobre y unas condiciones sociales adversas, que llevaron tanto a sectores políticos influyentes como a las capas más amplias de la sociedad a forzar su retiro. A pesar de que la dinastía Pahlavi se esforzó por construir un Irán moderno e industrializado -basándose en un nacionalismo que reivindicaba la identidad persa por encima de la musulmana-, el fracaso de la industrialización que afectó a la pequeña industria, al pequeño comercio y al sector agrícola, así como la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, contribuyeron a que el Shah saliera del país en 1979 para “tomar unas vacaciones” sin regresar jamás. En consecuencia y como resultado de unas elecciones en las que el
99% de la población apoyó la creación de la República Islámica de Irán, se instauraron en el poder 3 facciones principales: los conservadores, el partido comunista Iraní Tudeh y ciertos antiguos seguidores del Shah. La creación de la República islámica supuso una reforma a las instituciones del Estado para asegurar el poder, así como un discurso que hacía del islam y de sus principios un elemento de transición y de promoción de la igualdad que buscaba romper con los antiguos esquemas del Shah. Sin embargo el advenimiento de la República islámica no supuso el fin de los problemas económicos y sociales en Irán haciendo de éste un periodo incluso más difícil. Este estuvo marcado por la austeridad y racionamiento en los productos básicos, el control de precios y salarios, la centralización extrema del poder y una extendida guerra de ocho años contra Irak.
A pesar de que en el plano social algunas de las costumbres generadas a partir de los principios del islam pasaron a ser fuertemente (a veces excesivamente) promovidas por el Estado y por algunos sectores de la sociedad –como el uso obligatorio de la burka- el islam no es introducido en Irán a partir de la instauración de la República islámica. Al contrario, el islam entra en Irán en el año 647 y desde el siglo XV se habla de un Irán Shii. De la misma manera, el apoyo que recibe el Ayatollah Homeini así como la alta desaprobación por parte de la sociedad hacia el Shah, no son tampoco nuevos; parte de la legitimidad del Ayatollah Homeini residía en que éste encarnaba la figura de “padre de familia” tradicional que debía invocar un dirigente persa. Por su parte, ya desde los tiempos de la antigua Persia, se
acostumbraba interpretar un contexto social y económico adverso como una señal de que el dirigente debía renunciar a causa del retiro del apoyo de los dioses. No es nuevo entonces que el 99% de la población haya estado de acuerdo con el cambio de dirigente.
Así pues, la Revolución islámica significó un gran cambio en la estructura estatal iraní, en la distribución del poder, en el funcionamiento mismo del Estado e incluso en las normas y exigencias sociales. Todo ello unido a una coyuntura política y económica interna desfavorable y a unos acontecimientos regionales adversos, contribuyó a que éste fuese un periodo muy difícil para la sociedad iraní. Sin embargo, dicho cambio estuvo igualmente sustentado en tradiciones de larga data, por lo que no se puede hablar de un cambio radical en las bases mismas de la sociedad y tampoco una completa imposición de normas y costumbres generada a partir del arribo al poder de los Ayatollahs y de la ley islámica en el Irán de 1979.