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Hollywood en Don Torcuato

Capítulo 1

Se podría especular que astrológicamente estaban condenados a encontrarse, que el zodíaco los había predestinado para que sus caminos se cruzaran irremediablemente. Pero es más adecuado pensar que son dos tipos con intereses similares que se dedican a lo mismo. Un repaso en paralelo de las extensas trayectorias de Roger Corman y Héctor Olivera en el cine permite hallar algunas similitudes acaso insospechadas entre ambos y también varias diferencias, aunque quizá menos de las que podían suponerse. Es tan tentador pensarlos como las dos caras de una misma moneda como preguntarse qué corno hizo que dos tipos en apariencia tan distintos terminaran juntos, y lo más probable es que ninguna de las dos ideas sea del todo acertada. Uno creció en los arrabales de la meca del cine y comenzó a realizar películas clase B cuando en términos históricos esas producciones habían dejado de hacerse; el otro, en el centro de un país de la periferia cinematográfica, intentó sostener un sistema de producción industrial cuando la industria local del cine ya había desaparecido. Olivera pretendió, con suerte dispar, hacer equilibrio entre los productos de calidad y las iniciativas meramente comerciales; Corman, en cambio, siempre buscó amalgamar ambos mundos en una misma película, aunque el término calidad no figurara en su diccionario. Olivera hizo y produjo un cine ajeno a las nuevas tendencias formales y narrativas aunque atento a los cambios políticos y culturales; Corman a veces impuso modas y en otras las copió. Pero ambos son, fundamentalmente, dos hombres de cine, protagonistas y testigos del devenir cultural de sus países, realizadores siempre al acecho para intentar predecir los fluctuantes gustos del público.

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Cinco años y nueve mil kilómetros los separaban en 1931. Medio siglo después se estrecharon por primera vez las manos, lo que dio inicio a una experiencia inédita en la historia del cine argentino. Con guerreros y amazonas, magos y hechiceras, narcotraficantes y agentes encubiertos, asesinos y mujeres fatales, Hollywood -o al menos algo bastante parecido- desembarcó en Buenos Aires como nunca lo había hecho y jamás volvería a hacerlo. Pero antes de profundizar en ese encuentro conviene repasar de dónde vino cada uno.

Póster original de Deathstalker, creación del dibujante peruano Boris Vallejo.

Póster de The Warrior and The Sorceress, obra de la dibujante estadounidense Joann Daley.

Afiche original de Barbarian Queen, dibujado por Boris Vallejo.

Póster argentino de La muerte blanca, que se estrenó en los cines porteños en agosto de 1985.

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