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Social en La Mina (1987-1993), son proyectos admirados e incluso premiados. Aunque no tanto como el Cementerio de Igualada (19851996) –el Zemen+iri, como lo bautizaron sus autores–, comisión que ganaron a través de un concurso. Miralles viajó a Estocolmo para visitar en la obra de Asplund, de la que tomaría el ritmo de la naturaleza para dar sentido al espacio y una honestidad sin artificio. La concibieron como una «ciudad de los muertos», un espacio que incita a la reflexión y a los recuerdos, con un pavimento en zigzag salpicado de árboles en una cita de las coplas de Manrique: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir». El proyecto alcanzó una inusitada resonancia internacional y el arquitecto catalán sería invitado a impartir cátedras y maestrías en todo el mundo, desde Fráncfort hasta Harvard.

Arquitectura de la experiencia La leyenda de Miralles, una figura admiradísima por sus alumnos de la Universidad Politéc-

nica de Cataluña, no sería tan grande si no hubiera padecido algún fracaso. Sucedió en 1993 con Palacio Municipal de Deportes de Huesca (1988-1994), cuando en plena construcción se desplomó la cubierta al fallar uno de los cables tensados que la sostenían. A pesar de que había sido responsabilidad de la constructora, el arquitecto se volcó en un rediseño más sencillo, dejando algunos de los mástiles caídos como si fueran testigos de su fracaso, mientras recibía cartas de afecto. Después, en 1996, con una instalación dedicada a este proyecto, ganó el León de Oro en la Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia. Un acto de justicia poética. En 1994, tras un hiato de cuatro años durante los cuales trabajó en solitario, Miralles se asoció con su segunda esposa, Benedetta Tagliabue. Aquí destacan dos obras de gran envergadura. La primera es la rehabilitación del mercado de

Palacio Municipal de Deportes de Huesca (1988-1994), diseñado en colaboración con Carme Pinós, cuya cubierta se desplomó durante la construcción. «Aprendes más con una situación de estas que con un máster. Para mí fue un momento importantísimo de mi carrera», confesó Miralles a la revista Metalocus en 1999. Foto de Hisao Suzuki. Parlamento de Escocia (1999-2004), de Miralles Tagliabue EMBT, en Edimburgo. El proyecto recoge todas las investigaciones y experiencias anteriores del arquitecto: la atención al entorno, la historia del lugar como motor creativo, el trabajo con la topografía y las estructuras de cubiertas innovadoras. Fotos de Duccio Malagamba.

Santa Caterina (1997-2005), en Barcelona, donde apostaron por una cubierta cerámica que es una metáfora del mar de frutas y verduras, con sus colores, que alberga en su interior. El segundo, el Parlamento de Escocia (1999-2004) en Edimburgo, fue concebido como una pequeña ciudad, con calles y volúmenes de diferente tamaño. Su construcción fue controvertida, debido a su diseño poco convencional y los sobrecostos de la obra. Pero hoy es considerado una obra de arte mayúscula. Un ejemplo de «arquitectura-experiencia», capaz de permear en el visitante tanto desde la razón como del sentimiento. Gracias a ello, obtuvo el RIBA Stirling Prize de 2015, el mayor galardón que se concede a la arquitectura realizada en territorio británico.

Miralles no pudo ver finalizados estos proyectos. Falleció en julio de 2000 debido a un tumor cerebral, meses después de haber sido consagrado en aquella carátula de Arquitectura Viva. Tenía tan solo cuarenta y cinco años y un puñado de obras maestras, ganadas mediante concurso, que permanecen como testimonio de un talento fulgurante cuya estela permanece más viva que nunca, como demuestra el homenaje que se ha celebrado este año. «Construir no es el punto final en casi ningún trabajo. Es el principio», decía Miralles. «La sensación de obra inacabada imprime vitalidad, modestia, la aspiración a trabajar con el tiempo y no en su contra. Cualquier construcción que ha sido capaz de sobrevivir al paso del tiempo es, por definición, una continua transformación». Puente

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