Libro: “Los Días Chilenos de Juan Bosch” de Luis Alberto Mansilla

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Los dĂ­as chilenos de Juan Bosch


Luis Alberto Mansilla

Los días chilenos de Juan Bosch

Santo Domingo, República Dominicana 2011


Esta publicación, sin valor comercial, es un producto cultural del Banco de Reservas de la República Dominicana. Comité de Evaluación y Selección

Orión Mejía Director General de Comunicaciones y Mercadeo Coordinador Juan Freddy Armando Gerente de Cultura de Banreservas Miembro Juan Salvador Tavárez Delgado Gerente de Relaciones Públicas de Banreservas Miembro

Los días chilenos de Juan Bosch Luis Alberto Mansilla

ISBN: 978-99934-67-72-4 Primera edición: abril de 2000 Segunda edición: diciembre de 2011

Ilustración de la portada Juan Bosch llega a Santo Domingo. Fotografía tomada del libro Juan Bosch, imagen, trayectoria y escritura, de Guillermo Piña Contreras Corrección de pruebas: Juan Freddy Armando Índice onomástico: Jorge Eliezer Armando Palm Diseño y arte final: Ninón León de Saleme Impresión: Brownsville Lake Company Santo Domingo República Dominicana 2011

Banco de Reservas de la República Dominicana Lic. Vicente Bengoa Albizu Administrador General

CONSEJO DE DIRECTORES Lic. Daniel Toribio Ministro de Hacienda, Presidente ex oficio

Lic. Mícalo E. Bermúdez Miembro

Vicepresidente

Dra. Andreína Amaro Reyes Secretaria General

VOCALES Sr. Luis Ml. Bonetti Mesa Lic. Domingo Dauhajre Selman Lic. Luis A. Encarnación Pimentel Ing. Manuel Enrique Tavárez Mirabal Lic. Luis Mejía Oviedo Lic. Mariano Mella SUPLENTES DE VOCALES Lic. Danilo Díaz Lic. Héctor Herrera Cabral Ing. Ramón de la Rocha Pimentel Dr. Julio E. Báez Báez Lic. Estela Fernández de Abreu Lic. Ada N. Wiscovitch C.


Contenido

A Angélica Aranguiz

Introducción a la segunda edición ......................................................... 11 Vicente Bengoa Albizu

Administrador General del Banco de Reservas de la República Dominicana

Introducción a la edición del 10 de abril de 2000 ............................... 15 Vicente Bengoa Albizu

Prólogo. Bosch en el sur del mundo ................................................... 25 Volodia Teitelboim

1. Un avecindado en Chile Su arribo, 1955 . ....................................................................................... Santiago a la vista. .................................................................................. Las tertulias de Nascimento................................................................. La muchacha y Cuba.............................................................................. Té con el crítico Alone............................................................................ La vieja y la nueva generación............................................................. El amigo Salvador Allende................................................................... El mundo se agita....................................................................................

35 41 47 55 59 63 67 73

2. Una larga marcha Los primeros años................................................................................... 81 Una temporada en otros mundos. ...................................................... 87 El escritor rebelde. .................................................................................. 91 Hostos, el sembrador. ............................................................................ 95 Los años en La Habana.......................................................................... 99 Después del fin del tirano..................................................................... 103 3. Tres libros publicados en Chile La muchacha de La Guaira................................................................... 111 Cuba, la isla fascinante. ......................................................................... 121 Judas Iscariote, el calumniado. ............................................................ 129 9


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4. Trujillo según Bosch Trujillo según Bosch . ............................................................................. 139

Introducción a la segunda edición

5. Golpe en la noche La llegada al poder ................................................................................ 153 Campaña de mentiras ........................................................................... 157 El golpe en la noche................................................................................ 159 Relato de la traición................................................................................ 161 Los envenenadores................................................................................. 165 6. Crónica chilena de un levantamiento solidario ¡Viva Santo Domingo! Chile frente a la intervención norteamericana de 1955 ................. La primera amenaza............................................................................... Un informe confidencial ....................................................................... La visita de Mr. Harriman .................................................................... Un mitin de los trabajadores................................................................ Las decisiones de Allende..................................................................... Las mujeres y los estudiantes católicos ............................................. El dominicano Javier ............................................................................. Violencia contra representantes chilenos . ........................................

169 171 173 175 179 183 187 189 191

7. Escritos sobre Chile en la Hora de los Hornos Un taller de baterías . ............................................................................. 195 De Santo Domingo a Molinos de Niebla........................................... 197 De Santiago de Chile a Río de Janeiro ............................................... 201 El triunfo de Allende y la lucha popular .......................................... 203 Algunas diferencias entre Chile y la República Dominicana....... 215 El fascismo en Chile . ............................................................................. 227 Apéndice

Comentarios de Alone sobre los libros de Juan Bosch .................. 233

Anexos

Anexo l. El golpe de Estado a Bosch visto por los chilenos, y otras imágenes .................................................................. 255 Anexo 2. El golpe de Estado a Allende visto por los dominicanos, y otros documentos ............................................................. 273 Índice onomástico ...................................................................................... 289

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En la introducción a la primera edición expliqué las razones y circunstancias que dieron origen a este libro. Destaqué el señalamiento que hizo el autor sobre la activa vida intelectual del profesor Juan Bosch durante su estadía en Chile, y los libros que escribió y publicó, así como su relación de amistad con Salvador Allende, Clodomiro Almeyda, Volodia Teitelboim, Manuel Mandujano y el costarricense Joaquín Gutiérrez. En esta nueva edición voy a referirme a un aspecto que desconoce prácticamente la totalidad del pueblo dominicano, y es el que se refiere a las distintas actividades a las que se dedicó Juan Bosch en su interesante y productiva vida. La primera edición de Los días chilenos de Juan Bosch, se realizó en abril del 2000 y fue patrocinada por la Superintendencia de Bancos, poniéndose en circulación en la Feria del Libro el 4 de mayo del mismo año, la cual se agotó en la primera semana de salir a la luz pública. Para esa época ocupaba el cargo de Superintendente de Bancos. En la actualidad me desempeño como Administrador General del Banco de Reservas, después de haber sido Ministro de Hacienda durante seis años y siete meses, y como el Banco se ha caracterizado por la publicación de libros de historia, arte y cultura en sentido general, le he propuesto que se realice una 11


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nueva edición de esta reveladora obra, de la que solo conservo dos ejemplares, uno en mi casa y el otro en el escritorio de mi oficina, y cuando les leo a las personas que me visitan las revelaciones que hace Luis Alberto Mansilla sobre las distintas actividades que realizó don Juan, me piden que se los preste, y la experiencia que todos tenemos es que libro que se presta difícilmente retorna a su dueño, por lo que la forma de evitar seguir sacando fotocopias del mismo es haciendo una nueva edición. Para que tengamos una idea de lo que el autor expresa sobre lo multifacético del profesor Bosch, les voy a reproducir textualmente lo que el autor, de manera amena y simpática, escribe en las páginas 88 y 89: “Aunque nunca tuvo vocación por la bohemia le fascinaron los cafés de Barcelona con números de variedades. Los viejos cuplés, las arias de zarzuelas, el canto flamenco le atraían. Concibió la idea de crear una compañía que se llamaría Variedades y que llevaría a diversos países iberoamericanos a esos cantantes, bailarines, guitarristas que tanto le maravillaban. Hizo contacto con un empresario teatral de Caracas quien contrató al conjunto para actuar en el Teatro Olimpia de esa ciudad. Al comienzo la inusitada actividad entusiasmó a Bosch. No le importaba desempeñarse como tramoyista, iluminador, boletero, presentador de los números. Las atracciones de Variedades eran heterogéneas. Incluían a una cupletista de bella voz pero de abundantes kilos; a un tenor de ópera italiana algo afónico; a una pareja de bailarines flamencos llenos de fuego y castañuelas; a unos equilibristas, a una cantante de boleros y a tres músicos viejos. El éxito de público fue discreto. Bosch debía preocuparse además del alojamiento, alimentación, sueldos y caprichos de sus artistas. Todos estimaban

que merecían mayores consideraciones. La cupletista sentía que era una estrella y que sus acompañantes eran una murga indigna de sus pergaminos. Los despreciados decían a su vez que la diva debía retirarse y someterse a una dieta. Variedades fracasó estruendosamente y el empresario Bosch se vio en duros aprietos para pagar los salarios y los pasajes de regreso a Barcelona de sus artistas. Enfrentó resignado la pobreza y la cesantía. Para aliviar sus males aceptó una proposición de trabajo en el circo Conney Island que dirigía un dominicano que se hacía llamar capitán Carrasco. Su trabajo consistía en salir por las calles con un megáfono anunciando las atracciones del circo: el sensacional hombre traga-fuego, los trapecistas intrépidos, los payasos más divertidos del mundo, los terribles tigres de Bengala, el elefante bailarín, etc. A diferencia de Variedades, el circo del capitán Carrasco tenía gran éxito. Bosch recorrió con la troupé las ciudades de Valencia, Puerto Cabello y Curazao. No obstante, en Curazao decidió desertar del mundo del circo, ya que le parecía que su papel de propagandista de las funciones no podía ser eterno. Decidió probar suerte en el oficio de su padre y fue albañil en la construcción de un teatro en Curazao diseñado por un arquitecto italiano. Desde allí viajó a Puerto España, capital de Trinidad y a Martinica”. Los párrafos citados nos hacen conocer aspectos de la vida de Juan Bosch que presentan como denominador común su vocación al trabajo por poco convencional, humilde o duro que este sea. Bosch, al igual que otros grandes escritores e intelectuales de fama universal, antes de alcanzar el reconocimiento pleno por su obra y accionar político tuvo que ejercer, –por diversas circunstancias de su vida en el exilio– oficios inusuales, que

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para quienes solo conocen la época de gran organizador y líder político, resultan casi inconcebibles. Él también, como Dante, probó lo salado del pan ajeno y las dificultades de subir por escalera extraña. Este es, precisamente, uno de los grandes méritos de este libro: dar a conocer esas facetas no muy conocidas de un hombre de genio indiscutible, íntegro, honrado y trabajador, que enfrentó la vida siempre con sabiduría, optimismo y valentía, templándose desde el principio con ese método y disciplina que lo prepararían admirablemente, para ejercer su vocación como escritor y político de incidencia, no solo nacional, sino también internacional. Lo demás es historia. 22 de noviembre de 2011.

Lic. Vicente Bengoa Albizu Administrador General.

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Introducción a la edición de abril de 2000

Un sábado a comienzos del mes de mayo del año 1999, cerca del mediodía, nos reunimos con el presidente de la República, Leonel Fernández Reyna, en su despacho del Palacio Presidencial, el autor del prólogo de este libro Volodia Teitelboim y quien escribe estas palabras introductorias. En esa reunión matinal, Volodia le comentó al presidente Fernández que en su estadía en Chile Juan Bosch había tenido una activa vida intelectual, que además de participar en tertulias y críticas literarias también escribió y publicó libros importantes de su producción como fino escritor de las letras continentales. El Presidente nos dijo que era una pena que esa etapa de la vida del profesor Bosch quedara en el olvido, y que debería hacerse un esfuerzo para tratar de recopilar esa información. Ese planteamiento original dio como resultado final esta interesante obra de Luis Alberto Mansilla Los días chilenos de Juan Bosch. En el prólogo se presenta, como una de las singularidades más destacadas, el hecho de que un chileno dedica un libro entero a la vida, la odisea y la obra de un dominicano al que nunca vio personalmente. Y nosotros agregamos que describe a un país con una familiaridad tal, que nadie que lo lea puede 15


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imaginarse que al momento de escribirlo Luis Mansilla nunca había pisado suelo dominicano. Habla de Barahona, La Vega, Santiago de los Caballeros, Río Verde y el Ingenio Caei, como si se tratara de Valparaíso, Osorno, Santiago de Chile, Copiapó o La Mina el Teniente de Rancagua. Se refiere a los edificios construidos en la ciudad de La Vega donde trabajó como albañil don José Bosch Subirat, padre del profesor Juan Bosch, como si estuviera describiendo el Correo Central frente a la Plaza de Armas o el Hotel Carrera, situado al costado del Palacio Presidencial de La Moneda. Relata el período en que Bosch se desempeñó como eficiente oficinista en la Casa Lavandero y en el centro comercial de Ramón Corripio, con la autoridad que un chileno de la época hablaría de la Tienda Los Gobelinos, en la calle Compañía con Ahumada, o del Café Haití, ubicado en el pleno centro de Santiago. La lectura del libro permite que muchos dominicanos se enteren de que La muchacha de La Guaira, Cuba, la isla fascinante y Judas Iscariote, el calumniado, fueron obras publicadas por primera vez en Chile; que David, biografía de un rey fue escrita en Chile, en una casa humilde, habitada por una familia indígena, en un lugar apartado llamado Molinos de Nieblas, donde Bosch residió por espacio de un mes junto a su hijo León. Y que el libro Póker de espanto en el Caribe también es una obra escrita en Chile. La muchacha de La Guaira fue publicado en agosto de 1955 por la editorial Nascimento; Cuba, la isla fascinante apareció en octubre del mismo año, editado por la Universidad de Chile, y Judas Iscariote, el calumniado lo fue por la editorial Prensa Latinoamericana, también en 1955. Este último libro lo terminó de escribir en Chile.

Los que mantuvimos una relación política y de amistad con don Juan durante muchos años, nos deleitábamos con los relatos que nos hacía de las distintas actividades que realizó en su vida, que iban desde empleado de la Casa Corripio, vendedor de publicidad en España, promotor del Circo del Capitán Carrasco, albañil en la construcción de un teatro en Curazao, visitador a médico en Cuba hasta fabricante de baterías en Chile. Mansilla nos hace recordar esos gratos momentos cuando se refiere al taller de baterías para automóviles, de la calle Arturo Prat, montado y atendido por él mismo, donde con la ayuda de un mecánico checoslovaco inventó un instrumento que permitía colocar las placas de las baterías con un alto grado de precisión. Un aspecto sumamente interesante que se destaca en esta obra es la relación de amistad de Bosch, no solo con Salvador Allende, Clodomiro Almeyda, Volodia Teitelboim, Manuel Mandujano, el costarricense Joaquín Gutiérrez, todos hombres de izquierda y confesos marxistas, sino también con Hernán Díaz Arrieta, considerado el pontífice literario del diario El Mercurio y miembro destacado del Congreso por la Libertad de la Cultura, que era una organización anticomunista. A Díaz Arrieta se le conocía como Alone, por el seudónimo que utilizaba en su columna periodística Crónica Literaria. Alone no solo fue amigo de Bosch sino que estuvo presente el 27 de febrero de 1963 entre los invitados especiales a la toma de posesión del primer presidente elegido democráticamente después de la dictadura de Trujillo. Con lo que quedaba demostrado el carácter plural y eminentemente democrático de este ilustre político dominicano.

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El autor dedica una parte importante de la obra a la solidaridad de los chilenos con el pueblo dominicano a raíz de la intervención armada de los Estados Unidos en el año 1965. Destacando que para esa época el presidente era Eduardo Frei Montalva, padre de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, quien fuera presidente de Chile hasta el mes de marzo pasado. Señala que al intervenir Frei Montalva el 21 de mayo de 1965 en el Salón de Honor del Congreso, a propósito de la rendición de cuenta anual de su gestión, sorprendió a los presentes cuando se detuvo y dejó a un lado las páginas escritas y dijo: “En la dolorosa crisis que afecta al pueblo de Santo Domingo mi gobierno, interpretando la voluntad mayoritariamente abrumadora del país, ha sostenido la tradicional e invariable posición de Chile en cuanto a que la no intervención es un principio fundamental del sistema interamericano. “Nuestros desesperados esfuerzos desde el primer día se han dirigido a obtener el cese del fuego y la constitución de un gobierno civil y representativo”. Y más adelante agregó “Expresamos estas ideas porque somos fieles a los principios que siempre hemos sostenido; y segundo, porque estamos movidos por un sentimiento de solidaridad, que expreso en esta solemne ocasión, a ese pueblo en su dura lucha por la libertad”. Las palabras de Frei dieron lugar, a una gran ovación y a gritos: “Viva el pueblo de Santo Domingo”. El gobierno de Chile le exigió al presidente Johnson el retiro inmediato de las tropas norteamericanas en República Dominicana, y lo mismo hizo en el seno de la OEA. Su posición solo fue respaldada por México. El Canciller chileno Gabriel Valdés se negó a asistir a una conferencia de cancilleres a realizarse en Washington, y fue categórico al decir que estaba gravemente lesionado el principio de no intervención.

El autor describe cómo se movilizaron a través de mítines y marchas los estudiantes, trabajadores, profesionales y el pueblo en general. Los trabajadores lo hicieron vía la Central Única de Trabajadores. En todas estas actividades solidarias se destacó la figura del senador Salvador Allende, quien propuso una comisión, de la que él formara parte, que viajara a la capital dominicana a comprobar los hechos y los desmanes cometidos. Asimismo, envió una carta al ex presidente mexicano, Lázaro Cárdenas, proponiendo una reunión de líderes latinoamericanos en Ciudad de México para considerar la situación dominicana. Lázaro Cárdenas contestó de inmediato: “He leído su mensaje sobre la criminal intervención extranjera en el territorio de la República Dominicana, y estoy de acuerdo en que procede seguir movilizando a la opinión pública de todos los pueblos latinoamericanos para exigir la inmediata salida de fuerzas extranjeras y apoyar al pueblo dominicano, que lucha heroicamente por defender su soberanía y por restablecer un régimen constitucional”. La Revolución de Abril me causó un profundo impacto, y cambió totalmente el curso de mi vida. Al momento de estallar el conflicto, trabajaba en una entidad bancaria estatal y vivía junto a mi madre en la calle El Conde, para esa época la principal arteria comercial de la ciudad Capital, entre la calle Espaillat y la Palo Hincado, en un segundo piso en los altos de la conocida Galería de Arte Moderno o Galería Auffant, debido al apellido de su propietario. El apartamento donde residíamos apenas estaba a unos 100 metros del edificio Copello, sede del Gobierno Constitucionalista, presidido por el coronel Francisco Alberto Caamaño. Ahí pasamos todo el tiempo que duró la contienda bélica, y

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cuando terminó, se organizaron unas elecciones con las tropas de ocupación aún en el territorio nacional que culminaron en una gran farsa electoral. Esto último me produjo una gran frustración, y decidí irme del país. Visité las embajadas de México y Chile buscando información relativa a las carreras que ofrecían las universidades de esos países, y al final decidí irme a estudiar a la Universidad de Chile a fines del año 1966. La razón de mi decisión de irme a estudiar a esos países se debió a la actitud que asumieron frente a la intervención norteamericana en República Dominicana. La conclusión de mis estudios universitarios coincidió con la llegada al gobierno de Salvador Allende. Trabajé como profesor en la Escuela Nacional de Adiestramiento (ENA), dependencia del Ministerio de Hacienda, y posteriormente en la Oficina de Planificación Nacional (ODEPLAN), del Secretariado Técnico de la Presidencia. Mi último trabajo fue en la Universidad Técnica del Estado como Jefe de Programación Presupuestaria. El 25 de agosto del año 1973 mi madre me informó por teléfono, que para poder participar en el concurso que había postulado como profesor de la cátedra Planificación Económica, del Departamento de Economía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, debía estar en el país antes del 3 de septiembre. Regresé el 30 de agosto de 1973, después de siete años de ausencia y apenas a menos de dos semanas del fatídico golpe de Estado contra Salvador Allende por parte de Pinochet. A los dos días de haber regresado, conversé personalmente por primera vez con el Profesor Juan Bosch y lo noté muy preocupado por la situación chilena, sobre todo cuando le dije que Allende había cancelado un viaje a Argelia, donde asistiría

como invitado a una reunión de los Países No Alineados. En su lugar iría Clodomiro Almeyda, que era el Canciller. En el avión de regreso a la ciudad de Santo Domingo venía José Miguel Insulza, que en ese momento se desempeñaba como asistente del Canciller, como nos conocíamos en la Universidad nos sentamos juntos y estuvimos conversando hasta la ciudad de Panamá, donde él siguió rumbo a Argelia. En ese trayecto me contó que la situación era de tal gravedad que el Presidente no creía oportuno ausentarse de Chile y que los partidos estaban tomando medidas preventivas frente a la posibilidad de un conflicto inminente. El 11 de septiembre temprano en la mañana recibí una llamada telefónica, cuando tomé el teléfono era el Prof. Juan Bosch, que me decía: “La Moneda está siendo bombardeada en estos momentos, dentro de un rato una persona pasará a recogerte para que vengas a mi casa”. Todavía Juan Bosch era el presidente y líder del PRD, y a las pocas semanas del golpe se constituyó el Comité Dominicano de Solidaridad con la Democracia Chilena, del cual fui presidente durante todos los largos años que duró la dictadura. El Comité estaba formado por intelectuales, diplomáticos que habían estado en Chile, profesores universitarios, sindicalistas y el presidente de la Federación de Estudiantes Dominicanos. Doña Carmen Quidiello, esposa de Juan Bosch, era miembro del Comité, y nos reuníamos todos los jueves en el apartamento de la señora Cristina Albizu, mi madre. Me tocaba pasar a recoger todas las semanas a doña Carmen para que asistiera a las reuniones, y don Juan siempre la acompañaba. El jueves siguiente, 18 de noviembre de 1973, día que Juan Bosch renunció del PRD, cuando fui a dejarlos a su apartamento

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de la calle César Nicolás Penson, me dijo que no me fuera, que quería hablar conmigo. Subimos, y en la oficina privada que tenía en su modesto apartamento, me explicó con detalles las razones políticas por las cuales abandonó el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), y me invitó a que participara en la creación de una nueva organización política muy distinta a las que funcionaban en el país. Por esas razones es que, sin haber sido del PRD, fui del grupo relativamente reducido de dominicanos que fundamos junto al profesor Juan Bosch el Partido de la Liberación Dominicana. De la solidaridad de los dominicanos con el pueblo chileno podría escribirse un libro bastante voluminoso. En el primer aniversario del golpe de Estado se organizó una semana de solidaridad con Chile, culminando con un acto multitudinario donde habló Juan Bosch, entre otras personalidades; de ahí en adelante todos los 11 de septiembre él participaba activamente en las jornadas de solidaridad que organizaba el Comité. Durante ocho años, 1982-1990, (período en que fui diputado) presentaba una resolución condenando al régimen chileno y pidiendo que se retornara a la democracia, se aprobaba y se entregaba a la Embajada de Chile por una comisión integrada por diputados de todos los partidos con representación congresional. Cuando el Buque Escuela Esmeralda tocó puerto dominicano, la tripulación no pudo bajar y los pocos que lo hicieron fue bajo estrictas medidas de seguridad, debido al repudio masivo que se organizó en los alrededores del puerto de Santo Domingo. En esa embarcación fue interrogado y torturado hasta la muerte el joven dominicano Ramón Andrés Blanco Castillo.

Viajamos a México en 1975 para participar en las sesiones de la Comisión Investigadora de los Crímenes de la Junta, dependiente del Tribunal Russell, del cual Juan Bosch era miembro. Ahí escuchamos testimonios de personas que estuvieron detenidas junto al joven dominicano y los relatos eran desgarradores en relación a los tormentos a que fue sometido. Los dominicanos estábamos tan sensibilizados, que una gira del cantante español Camilo Sesto terminó en un rotundo fracaso, con pérdidas cuantiosas para los promotores, porque circuló la versión de que el artista le había cantado a Pinochet en una fiesta privada durante su estadía en Chile con motivo del famoso festival de Viña del Mar. Para concluir, quiero darle las gracias a Luis Alberto Mansilla por haber evitado que una etapa tan importante de la vida de este extraordinario escritor y político ejemplar, maestro y símbolo a seguir de muchos dominicanos, no haya quedado en el olvido.

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Lic. Vicente Bengoa

Santo Domingo, 10 de abril de 2000.


Prólogo

Bosch en el sur del mundo

Este libro tiene sus singularidades. El protagonista es dominicano. El autor, chileno. Como si se unieran las dos puntas de América Latina. Una tierra final, que limita frente al Polo con los hielos antárticos, abraza una isla en el corazón marítimo del trópico, para recordar que ambas pertenecen a un gran todo disperso. Otra particularidad reside en que este volumen trata de amortizar una deuda, interrumpir la mora, cierta larga tardanza en reconocer la existencia de lazos entrañables. El encuentro o reencuentro no se opera por un trastorno geográfico sino por la gracia de un hombre, oriundo de la isla lejana, que describe en el firmamento de la cultura y de la política una parábola incorporada al patrimonio de nuestro subcontinente. Hay otro ángulo inusual: el chileno dedica un libro entero a la vida, la odisea y la obra de un dominicano al que nunca vio personalmente. Pero tiene sus razones. Juan Bosch es el héroe positivo de una trayectoria legendaria. Los que pueblan una de las primeras islas adonde arribó Colón, ojalá reciban el texto como una prueba adicional de que los grandes del espíritu tienen una patria chica, aquella donde nacieron, y una patria grande, que todavía pertenece al sueño bolivariano. Un hombre 25


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radiante de luces, que trasciende fronteras, se incorpora por derecho propio a la constelación que brilla desde el Caribe a la Tierra del Fuego. Un país pequeño puede engendrar gigantes. Porque son los hijos creadores, de lucidez valerosa, esos que amplían los campos del espíritu, los que ensanchan y ennoblecen los territorios natales. Siempre habrá tales hombres, sean anónimos o conocidos. Bien lo dijo el poeta Pedro Mir en un poema fundacional: “hay un hombre de pie en los engranajes”. Un hombre de pie. Muchos hombres de pie hacen la historia. En Chile, debido al declive pronunciado de una tierra que baja en pendiente de cordillera a mar, los ríos son de curso rápido. Así es el estilo de Luis Alberto Mansilla, el autor, cronista experto, prologuista activo, introductor versado de cien actos culturales. Deja fluir la corriente del relato con naturalidad y encanto. Hace honor a la enseñanza del personaje central del libro, gran señor de la narración apretada como un puño, conocedor de todos los misterios, maravillas, recovecos y astucias de la historia corta, de la narración fuerte, concisa, que va al grano. El maestro ha revelado generosamente los secretos del oficio al aprendiz, al escritor en duda, al lector curioso en sus Apuntes sobre el arte de escribir cuentos. No sé si Mansilla lo ha leído, pero de todas maneras podría ser un buen discípulo. Pesquisa como un biógrafo la vida del protagonista. Sabe que no la ha vivido en solitario, sino compartiendo todas las vicisitudes de su país y de su tiempo, metido en el corazón de los suyos, como uno de sus contemporáneos. Mansilla traza el capítulo chileno de Juan Bosch, rico en acontecimientos, lecturas, escrituras, grandezas, inquietudes y realizaciones perdurables, referidas a política, cultura y también orden familiar.

Hombre de doble condición Es sabido que Bosch es poseedor de dos atributos esenciales, que raramente se dan juntos. Como escritor figura en la historia de las letras continentales del siglo XX. Como político es personalidad de relieve en esta región maltratada del mapa, donde los buscadores de nuevas sociedades tienen que soportar cárceles (ya en mil novecientos treinta y cuatro tuvo su primera prisión). Ha sufrido, como muchos, las represiones del sistema oligárquico, los abusos de la tiranía dictatorial practicante de la corrupción a manos llenas. El mandón aplica sin remilgos la divisa triple, tristemente clásica: condenar a los más nobles y resueltos al encierro, el destierro o el entierro. No lo exceptuaron del atropello. En Bosch se produce la unidad irrompible entre político y escritor. Si bien la convicción social alienta su visión literaria, respetará siempre la autonomía y diversidad de las formas que diferencian ambas disciplinas. Así ahonda sin estridencia ni panfleto en la suerte, desdicha, pesadilla; en la mentalidad del campesino mísero, en la existencia precaria y sufrida de los humildes. Explora en ella con el ojo sensible del que conoce bien la punzante realidad, el atraso, el mundo denso de las supersticiones, del fatalismo; los impulsos y las tragedias del amor y del odio, el torbellino de los sentimientos heridos del pobrerío, de las fallidas esperanzas de aquel que parece condenado a no tenerlas. Nunca se queda en la superficie. Penetra en los hondones del alma de los marginados. No recurre a sermones moralizantes. Sus relatos tienen fuerza introspectiva. En ellos todo parece verdad, porque todo es verdad como en los relatos de su colega Horacio Quiroga. Su técnica es funcional, económica, directa y profunda. “En los cuentos –dijo– yo he tratado de ser lo más escueto, lo

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menos torrencial e impetuoso, trataba de decir las cosas con el menor número de palabras”. Así va sin mayor demora al meollo del drama. Un hombre de tanta rectitud inevitablemente tenía que pagar por sus ideas avanzadas y sus acciones consecuentes. Padeció muchos destierros. El de Chile no fue el más largo. Tal vez sí el más desconocido, del cual hay menos información en nuestro país y quizás en el suyo, salvo para estudiosos tenaces, parientes y amigos más próximos.

La evocación chilena De allí el carácter útil, cordialmente servicial de Los días chilenos de Juan Bosch. Representa un buen aporte complementario, vivísimo, pleno de amenidad, modesto, y sin embargo importante. Cumple a cabalidad la misión de cubrir un persistente vacío, pues da a conocer momentos, episodios que completan la crónica de la permanencia de Juan Bosch en tierras sureñas. El autor tuvo que investigar en áreas poco visibles. Los testimonios no abundan. Había que remontarse medio siglo atrás. Volver a la década del cincuenta del siglo XX implica un viaje en demanda de sobrevivientes, revivir un pasado en gran parte desvanecido e interrogar el recuerdo de escasos memoriosos. La gran mayoría de los que en Chile fueron sus conocidos ya nos dijeron el adiós sin vuelta. Mansilla recurrió a documentos, periódicos de la época, artículos, críticas literarias. Solicitó la rememoración de chilenos que lo frecuentaron, de compatriotas que han escuchado a Juan Bosch hacer a veces la reminiscencia de aquel tramo austral de su aventura. Desde luego, ha contado en su trabajo con la asesoría y el apoyo de personas conocedoras de aquel tiempo, quienes están familiarizadas con diversos aspectos

de la vida de Bosch, tanto en Santo Domingo como en Cuba, Puerto Rico, Costa Rica, Venezuela y Chile. Se ha dicho que la técnica del presente relato en cierto sentido toma en cuenta el modo de escribir del hombre que está historiando, como aprendiendo de su pasión por la sencillez. Estas páginas a ratos tienen atisbos de estilo novelesco, pero se nutren de hechos y datos objetivos. Le da una dimensión interior el ahondamiento sicológico, que suele delinear retratos sintéticos de personas que Bosch va encontrando en el camino accidentado. Su primer descubrimiento de Chile lo hizo en mil novecientos cincuenta y tres. Fue recibido como un hermano por figuras de la izquierda, entre ellas Salvador Allende. Llegó urgido de medios, ligero de equipaje –como decía Antonio Machado–, con el solo capital de una conciencia libre. Su doble condición irrenunciable no tardó en expresarse en estos lares. Habló el político de coraje y el escritor rebelde. Lo hizo en el Salón de Honor de la Universidad de Chile. Allí dio una conferencia estremecedora, sin olvido, aplicando el bisturí al análisis de la patología de Trujillo. Estaba claro que los ostracismos no acallarían al narrador nato e irreductible. Al contrario, el extrañamiento estimuló su necesidad de denunciar y contar. El estudio de la sociedad lo hará descarnadamente en sus libros Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo, Composición social dominicana. Se alzarán como tres cumbres, sobresaliendo en una multitud de discursos, informes y ensayos críticos. El escritor convirtió los destierros en acicate y taller de su propio quehacer literario. Hay títulos que hablan al respecto por sí solos con una elocuencia dramática. Cuentos escritos en el exilio y Más cuentos escritos en el exilio. En su vida, el extrañamiento es un hito de referencia tan definitorio, que

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igualmente aparecerá otra colección con el nombre Cuentos escritos antes del exilio.

mayoría. Su gobierno desarrolló un programa claramente progresista que inquietó al Departamento de Estado y a sus agentes locales. Se articuló la conspiración, movieron sus marionetas en las Fuerzas Armadas. Siete meses después de asumir la Presidencia Bosch fue lanzado a un nuevo exilio. Otro notable escritor latinoamericano, Rómulo Gallegos, había conocido en Venezuela un destino semejante. Como si fuera ayer, también conservo en la memoria las inmensas manifestaciones callejeras con que los chilenos rechazaron indignados la ignominia de la invasión de los marines yanquis. Los dominicanos nos devolvieron la mano a partir de septiembre de mil novecientos setenta y tres, mostrando su solidaridad, condenando la dictadura de Pinochet y acogiendo a multitud de perseguidos. El Huracán Neruda de Pedro Mir, es una expresión admirable de ese sentimiento. “Y cuentan –exclaman– que en ciertas noches de perfecta / oscuridad / se escucha una canción desesperada: ¡En Chile!, ¡No hay un solo minuto que perder en Chile!…” ¡Gracias!, decimos al poeta y a su pueblo. Bosch asumió con estoica entereza la nueva etapa azarosa, siempre fiel a su doble misión. En diversas ocasiones lo vimos en La Habana. Rememoro con nitidez el acontecimiento político-cultural que significó allí la presentación de un nuevo libro suyo. De Cristóbal Colón a Fidel Castro. Releímos Cuba, la isla fascinante, donde unió su vida a Carmen Quidiello, escritora, compañera leal e inseparable de tantos años.

En Santiago el año Bosch Esa primera permanencia en Chile fue relativamente apurada. Tuvo que volver a Cuba para atender responsabilidades urgentes en el Partido Revolucionario Dominicano, que había fundado con el propósito de contribuir a cambiar la historia de su país. La obra de Luis Alberto Mansilla no desprende, sino que integra, el capítulo chileno al contexto de la saga total de Bosch, transcurrida sobre todo en su primera, última, definitiva patria, Santo Domingo, y en la que ha llamado su segunda patria, Cuba de sus amores. En Santiago de Chile, el político, el novelista, el autor de relatos cortos no daría descanso a la literatura. Al llegar, tenía ya escrita una bibliografía caudalosa, que exigía continuidad. Lo precedía la fama de La mañosa; de relatos como La mujer, Dos pesos de agua o Camino real. Historias más historias. Textos memorables. Prosa ceñida. Mil novecientos cincuenta y cinco es en Chile un año Bosch. Se publican tres libros suyos: La muchacha de la Guaira, Cuba, la isla fascinante, y luego Judas Iscariote, el calumniado. Fueron elogiados con entusiasmo por críticos chilenos, como Alone y Ricardo Latcham. Luis Alberto Mansilla dedica páginas especiales al examen de lo publicado en Santiago. El espíritu solidario Tras veinticuatro años de exilio, en octubre de mil novecientos sesenta y uno, Bosch regresó a Santo Domingo, aclamado como líder popular. En diciembre de mil novecientos sesenta y dos fue elegido presidente de la República, con gran 30

Los que otean el horizonte Luis Alberto Mansilla, temprano amigo y comentarista de Pablo Neruda, ha escrito por décadas con vocación infatigable sobre literatura y escritores, cine, música, teatro; sobre las más 31


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diferentes ramas del arte y de la creación intelectual. Siempre sus trabajos tienen la claridad del agua limpia. Son transparentes y accesibles como la luz, defensores de la justicia, la verdad y la vigencia de los valores del espíritu. Los días chilenos de Juan Bosch constituye un escalón ascendente en su labor, una culminación de su vasta experiencia y sensibilidad estética. Son evidentes sus afinidades con el ideario del personaje que describe. Salta a la vista que el dominicano eminente cuenta con las simpatías de su biógrafo chileno, porque tienen sueños parecidos, alientan utopías coincidentes y desean que toda nuestra América alcance un destino decoroso, a la altura de la condición humana más digna. Bosch, refiriéndose al célebre poema de su compatriota Pedro Mir, Hay un país en el mundo, lo estimó singular en la historia de la poesía patria, y llamó a su autor el poeta social dominicano, quien pedía “dadme tiempo y coraje para hacer la canción”. Bosch, por su parte, es el prosista dominicano por excelencia. Su obra alcanza trascendencia latinoamericana. Representa una elevada montaña, donde el político y el escritor se juntan para otear el mar casi infinito, la magnitud del horizonte, alimentando el gran proyecto del peñón insumergible, de la liberación de Santo Domingo, de toda aquella extensión de la tierra poblada por los seres humanos que Martí llamó nuestra América. A esa concepción visionaria y primordial quieren sumarse Los días chilenos de Juan Bosch. Volodia Teitelboim

Santiago de Chile, marzo de 2000.

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Un avecindado en Chile Su arribo, 1955 | Santiago a la vista

Las tertulias de Nascimento | La muchacha y Cuba

Té con el crítico Alone | La vieja y la nueva generación El amigo Salvador Allende | El mundo se agita


Su arribo, 1955*

Un dominicano de cuarenta y seis años, alto, de impecable traje gris, llegó al aeropuerto Los Cerrillos, de Santiago de Chile, el 28 de junio de 1955. Le esperaban no más de cinco personas, entre ellos su amigo Manuel Mandujano, secretario general por esos días del Partido Socialista; el escritor costarricense Joaquín Gutiérrez y tres estudiantes dominicanos antitrujillistas, quienes se adelantaron a recibirlo apenas el viajero cumplió con los trámites de la Aduana y pudo salir al recinto público. Los estudiantes le abrazaron efusivamente y le dijeron: “Qué emoción tenerle aquí, don Juan”. El termómetro marcaba apenas cuatro grados y se informaba en la prensa de algunos muertos de frío en la periferia de la ciudad. Juan Bosch presentó a un muchacho que le acompañaba y quien no se había hecho notar. “Este es León, mi hijo mayor, quien me acompañará en mi avecindamiento en Chile” expresó. León se mantuvo en un discreto segundo plano, y casi no dijo palabra. Recién cumplía diecinueve años. El automóvil de Mandujano enfiló por la carretera hacia el centro de Santiago. Las primeras visiones de la ciudad no eran deslumbrantes. Se divisaban algunas viviendas precarias, poblaciones obreras en construcción, calles sin pavimentar. *Añadido para esta reedición. 35


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Pasaron frente a la Estación Central, que parecía bullente de viajeros, y luego por la Avenida Bernardo O’Higgins, con algunos de sus fastuosos palacios de familias adineradas del pasado, todavía en pie. Bosch le pidió a Mandujano y Gutiérrez que no le consideraran un exiliado. Cargaba con ese título desde hacía casi veinte años, y su vida había sido demasiado agitada y casi sin descanso. Quería olvidarse un poco del político y darle más tiempo al escritor. Traía en sus maletas manuscritos no concluidos, apuntes para libros que habían esperado demasiado la tinta de imprenta. Además, quería vivir como un hombre anónimo, ganarse la vida en lo que se presentara, regresar tal vez a sus felices años juveniles. Había visitado Chile por primera vez en 1953, cuando recién se instalaba en La Moneda –el palacio de Gobierno– el general retirado Carlos Ibáñez del Campo, electo por abrumadora mayoría en su segunda administración. En esa visita conoció a Salvador Allende, a Clodomiro Almeyda, a Manuel Mandujano, a Raúl Ampuero, todos ellos militantes del Partido Socialista. Una conferencia suya sobre la dictadura de Trujillo y la composición social de los dominicanos en el Salón de Honor de la Universidad de Chile había obtenido un gran éxito. El país le gustó y los chilenos le parecieron cordiales y hospitalarios. Tuvo la impresión de que la vida cultural era activa y variada. Asistió a las representaciones de los dos teatros universitarios, a un concierto de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Chile dirigida por Víctor Tevah. Se enteró del nacimiento de una generación literaria llamada Generación del 50 –que los escritores chilenos de otras épocas consideraban snob e imitadora de los autores de moda en esos años: Hesse, Sartre, Faulkner, Camus–. La visita duró una semana y debió regresar a La Habana para resolver algunos problemas en el interior de su partido,

el Partido Revolucionario Dominicano, fundado en el exilio, en 1939, cuyas tesis ideológicas y plataforma de lucha había redactado y sometido a consideración de los dominicanos exiliados en todo el Caribe y también en América del Sur y del Norte. Los bellos años en Cuba llegaban a su fin. El 10 de marzo de 1952, Fulgencio Batista asaltó el poder constitucional y derrocó al presidente Prío Socarrás e inició un régimen de corrupción y represión semejante a las dictaduras de Trujillo y Somoza, aunque en grado menor. El 26 de julio de 1953 el joven abogado Fidel Castro, a la cabeza de un grupo de la nueva generación, asaltó el Cuartel Moncada y conmocionó a la isla. Era una acción armada audaz e inaudita. Fueron abatidos luego de un abrumador y despiadado despliegue militar. Bosch, acusado de participar en el asalto, fue encarcelado en la fortaleza La Cabaña. Solo pudo ser libertado por la intervención del general Loynaz del Castillo, héroe y sobreviviente de la Guerra de Independencia. Desde entonces la presencia del exiliado dominicano en Cuba se hizo difícil, casi imposible. En 1955 las actividades del Partido Revolucionario Dominicano eran semiclandestinas en Cuba. Los trabajos políticos, literarios, publicistas y periodísticos de Bosch estaban sometidos a un asedio policial permanente, y el celebrado redactor de muchos artículos de la Constitución de la isla estaba al borde de la expulsión definitiva. Entonces se acordó de Chile. Podía vivir allí una estación transitoria que le permitiría escribir y publicar. Además, ansiaba un clima de tranquilidad para leer. Sentía que no estaba al día en lo que se publicaba en el mundo, y que era necesario un intermedio para reflexionar y crear. Mandujano y Gutiérrez le habían reservado una habitación en el Hotel Ritz de la calle Estado, en pleno centro de

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la ciudad. El Ritz tenía un pasado burgués y competía con el Crillón en cuanto a los pergaminos de su clientela. Pero en 1955 su esplendor era apenas un recuerdo del pasado. Se advertía su decadencia en las alfombras deshilachadas, en sus lámparas apagadas, en el registro de clientes provincianos, turistas, modestas parejas de empleados en luna de miel. El menú del restaurante ofrecía platos sencillos y criollos. No había resistido la competencia del elegante Hotel Carrera, con sus 20 pisos de espléndidas suites y sus bares y salas de reuniones para capitanes de las industrias nacionales o ejecutivos de los consorcios norteamericanos y europeos, quienes se alojaban allí para hacer negocios y relaciones públicas. Lo mismo le ocurría al Hotel Crillón que tendía a imitar a su congénere parisiense y era estimado el lugar más exclusivo de la pretenciosa vida social local. La fama del Crillón estaba por el suelo luego de ocurrir allí un homicidio que por esos días ocupaba los titulares de la prensa. La conocida escritora María Carolina Geel apareció una tarde a la hora del té con su amante, Roberto Pumarino. Todo parecía un amable encuentro hasta cuando la dama extrajo desde su cartera un revólver y le disparó tres tiros a su amigo. La clientela del restaurante huyó despavorida. La autora del crimen se quedó allí como petrificada. Escribió después un dramático libro en la cárcel y solo dijo: “Lo maté porque lo amaba”. Bosch estaba seguro de que el Hotel Ritz no sería escenario de ningún crimen pasional. Ocupaba para leer algunos sillones en el hall y compartía su mesa del restaurante con una pareja de argentinos que recorrían el centro vendiendo unos exquisitos perfumes. Su hijo León se independizó rápidamente. Conoció gente de su edad e hizo su propio descubrimiento de una ciudad en interminable crecimiento.

Ya se había revelado como un talentoso pintor, y también buscaba el desarrollo de su obra. Bosch casi no hacía llamados telefónicos. Al llegar apenas tomó el fono para avisar a su esposa Carmen Quidiello que el arribo a Santiago había sido sin novedad, que el frío invernal congelaba hasta los huesos y que escribiría sobre muchos detalles domésticos que no estaban resueltos. Le preocupaban sus hijos Patricio y Bárbara, a quienes no olvidaba en ningún momento.

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Santiago a la vista

Salió a recorrer las calles de los alrededores. Un gentío afanoso y agitado obligaba a caminar con paso lento. Siempre le gustó a Bosch el espectáculo de las calles, y deploraba ser tan conocido en La Habana y en San Juan de Puerto Rico, donde era detenido por las personas hasta tres veces en una sola cuadra. En Santiago de Chile casi nadie le identificaba. La calle Estado era una sucesión de tiendas con iluminadas vitrinas, edificios de oficinas, algunos pasajes de negocios menores. En la esquina de Estado con Huérfanos funcionaba la conocida confitería-boite Goyescas, que por esos días anunciaba las actuaciones del Dr. Alberto Castillo, de voz aguardentosa o gutural que reivindicaba a los auténticos compadritos porteños y era proclamado como la voz más genuina del arrabal bonaerense. La Plaza de Armas estaba ubicada a unos cuantos metros. El tiempo parecía detenerse allí. Los asientos acogían a jubilados, a cesantes, turistas. Los predicadores evangélicos gritaban a voz en cuello la palabra de Dios a pecadores invisibles. Algunos jugadores de ajedrez se desentendían del ruido mundanal e inclinaban sus cabezas sobre el tablero para dar un golpe preciso que los acercara al jaque mate. Le divirtió el variado comercio ambulante de algodón dulce, de estampas 41


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de la Virgen del Carmen, de calugas y pastillas. Los días jueves escuchaba una retreta del orfeón de carabineros que arremetía con los valses de Strauss o las melodías de La viuda alegre, para culminar con una estruendosa versión de la Obertura 1812 cuyas trompetas se ubicaban a veces en las ventanas del edificio desteñido del Portal Edwards y provocaban una gran exaltación en el auditorio muy numeroso. Tal vez la Plaza de Armas era el último lugar histórico de la ciudad. Desde allí partió la urbe en 1541. Todavía conserva los venerables edificios de la Municipalidad y del Correo Central. Al costado poniente está la Catedral reconstruida en varias ocasiones, hasta convertirse en un templo de estilo renacentista italiano con amplias naves. Bosch caminó por la caótica calle Ahumada recién liberada del paso de microbuses y de los últimos tranvías que la hacían intransitable. Allí estaban las grandes tiendas Los Gobelinos, La Ville de Nice, Falabella, el pesado y sobrio frontis del Banco de Chile con su elegancia inglesa, sus pesadas puertas, sus altas y frías oficinas. Al mediodía, respetables caballeros se instalaban en las afueras para admirar la belleza de algunas santiaguinas de compras o en trámites oficinescos. Distraían el ojo antes de tomar alguna copa en bares cercanos. Los corrillos sobre el acontecer político y las habladurías en torno a los entretelones de las noticias se realizaban en el Café Haití. Bosch descubrió el lugar al día siguiente de su llegada. Por allí pasaban los periodistas al ir o regresar de alguna conferencia de prensa en La Moneda o en los ministerios. El café, además, era excelente. Se tomaba en la barra porque el Haití es hasta hoy un lugar de paso, un alto en los ajetreos diarios. Además de periodistas, se reunían allí abogados, accionistas

de la bolsa, políticos, empleados públicos. Bosch no pudo pasar desapercibido. Alguien lo descubrió y lo incorporó a los comentaristas de cuanto ocurría en el país. El dominicano no correspondía al cliché de los caribeños. No hablaba mucho ni exageraba sus descripciones. Le preguntaban sobre la dictadura de Trujillo y él contaba anécdotas increíbles. Se convirtió en una figura familiar, aunque un día decidió disminuir su presencia en el Café, ya que le restaba tiempo a la revisión de su libro Judas Iscariote, el calumniado, que tenía asegurada una edición en la imprenta Prensa Latinoamericana, propiedad del Partido Socialista. Las radios y los diarios otorgaban una gran cobertura a lo que se evidenciaba como el fin de la década de Juan Domingo Perón en Argentina. Perón había expulsado del país al obispo Manuel Tato, acusado de incitar la agitación contra el Gobierno, y la respuesta de la Santa Sede fue la excomunión del mandatario de reconocida fe católica. Casi simultáneamente, soldados de la marina atacaron la Casa Rosada. El alzamiento fue sofocado a duras penas. Los descamisados salieron a la calle a defender a su líder, pero la oposición había ganado mucho terreno, y no fue una sorpresa posteriormente la caída de Perón, su refugio en una cañonera paraguaya y el golpe de Estado de las Fuerzas Armadas que le entregó un poder provisional al general Lonardi e inició el desmantelamiento de todas las instituciones del régimen, acusado de corrupción y de conducir al “desastre a la nación argentina”. Bosch nunca simpatizó con el peronismo. Desconfiaba de sus orígenes y de su prédica nacionalista, de su demagogia y de su indisimulada complicidad con los regímenes de Hitler y Mussolini y, sobre todo, de su amistad con Trujillo, cuyos crímenes jamás condenó. No obstante, le resultaba inquietante que

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sus reemplazantes fueran militares derechistas y de dudosa vocación democrática. El presidente Ibáñez lamentó la caída de Perón pero no fue más allá. En 1953 el líder del justicialismo había visitado Chile y fue recibido con grandes honores y actos públicos. Portaba en sus trajes una franja negra en recuerdo de su carismática esposa, Eva Duarte, muerta de cáncer el 28 de julio de 1952 a los 33 años, en medio de un dolor multitudinario e impresionante. Perón quería establecer una alianza con Chile que significaba poner en marcha un eje justicialista que pretendía extender por toda Sudamérica. Se hablaba del soborno de algunos personajes del gobierno chileno y hasta de las simpatías de Ibáñez por la coalición. No obstante, el viejo general era cazurro, y se dio cuenta de lo inviable y poco honrosa que sería tal alianza para extender el justicialismo. No contestó los requerimientos de Perón y dejó pasar el tiempo. Advertía el derrumbe del peronismo, y en definitiva no hizo caso de los cantos de sirena que podían crearle una situación muy complicada. Bosch no hizo declaraciones públicas en Chile sobre la caída de Perón a pesar de los requerimientos de los periodistas locales y de corresponsales extranjeros. Guardó un silencio que estimó prudente, aunque expresó su inquietud por la persecución a los sindicalistas y a organizaciones populares cuya clausura o abolición estaban en la orden del día de los militares. Bosch estaba dispuesto a no dejarse arrastrar por las tormentas políticas ni a olvidar que en Chile era un escritor dispuesto a trabajar en la continuidad de una obra, que con la novela La Mañosa, Dos pesos de agua o Camino Real ya tenía un reconocimiento continental.

No obstante, en la primavera de 1955 se vio obligado a abandonar su tranquila vida en el Hotel Ritz para viajar a Viena a cumplir una misión indispensable encomendada por su partido –el Partido Revolucionario Dominicano (PRD)–. Se realizaba allí un congreso mundial de los trabajadores del transporte, y era necesario plantear un acuerdo de boicot contra Trujillo. Los portuarios no deberían cargar ni descargar ninguna mercadería procedente de Santo Domingo, ni destinada al funcionamiento de las empresas del dictador que había convertido al país en un feudo de su propiedad. Bosch hizo en Viena una elocuente intervención y consiguió un acuerdo que en la práctica solo fue cumplido parcialmente. Luego aceptó una invitación para visitar Israel e Italia. Le sorprendió en Israel la organización comunitaria de los kibutz y los enormes progresos del país, a pesar de la situación política inestable y de la permanente batalla contra los palestinos, de cuya causa Bosch era un decidido simpatizante. En Roma releyó la Biblia y le impresionó de nuevo la historia del rey David. Tomó apuntes para escribir una biografía de David con sus propias interpretaciones de la historia bíblica. Ya había dado término a Judas Iscariote, el calumniado y pensó que los textos bíblicos merecían nuevas interpretaciones. Había que leer los subtextos y reconstruir la verdadera historia y sus circunstancias. Regresó a Chile con todo un plan para un nuevo libro. Hizo un balance de su escaso capital, y tomó la resolución de abandonar el Hotel Ritz, cuyas tarifas le eran difíciles de pagar. Se mudó a una decorosa pensión de la calle Brasil y le entusiasmó la idea de instalar un negocio para vender baterías de automóviles. Todos los que le conocían aseguraban que era un mecánico experto. Daba consejos infalibles para resolver las pannes

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(fallas). ¿Su motor se ahoga? ¿Tiene dificultades para partir? ¿Andan mal los frenos? ¿No le funcionan las señales?, preguntaba a quienes le decían que les desesperaban las fallas de sus vehículos. A veces levantaba la tapa de los motores y resolvía ahí mismo los desperfectos. Los agradecidos choferes le aconsejaron muchas veces la adquisición de un garaje y le garantizaban una numerosa clientela. Bosch recibía esos elogios y recomendaciones con una satisfacción parecida a los buenos juicios sobre sus libros. Mandujano le presentó a un socio dispuesto a colocar la mitad del capital para abrir en la calle Arturo Prat 204, un negocio al servicio de los automovilistas que corrían en abundancia por esa calle. Bosch no tuvo reparos. La atención del negocio no lo desviaba de sus ocupaciones intelectuales. Mientras esperaba la llegada de clientes corregía las pruebas de sus libros La muchacha de La Guaira o Cuba, la isla fascinante o continuaba haciendo anotaciones a mano para su David, biografía de un rey.

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Las tertulias de Nascimento

Su amigo Joaquín Gutiérrez le reprochó su escaso contacto con los escritores chilenos y su poco interés por relacionarse con personajes que conocían su obra y que ni siquiera sabían de su presencia en el país. Gutiérrez había emigrado en sus años juveniles desde Costa Rica, para capear un temporal político que amenazaba convertirlo en víctima. Creía que su residencia en Chile sería breve e ingresó a la Universidad para estudiar letras. Su residencia fue casi definitiva. Publicó dos novelas ambientadas en su país, Puerto Limón y Manglar, que merecieron elogios unánimes. Frecuentaba la librería Nascimento y allí conoció a la hija del dueño, Elena; se enamoraron y se casaron. Nascimento era una editorial histórica asociada durante más de medio siglo a las obras de los más importantes autores chilenos. Allí fueron editados los primeros libros de Pablo Neruda, las obras de Eduardo Barrios, Mariano Latorre, Joaquín Edwards Bello, Augusto D’Halmar, Luis Durand, la monumental historia de Chile en veinte tomos, de Francisco Antonio Encina, etc. El dueño de la librería y de la editorial era don Carlos George Nascimento, un emigrante portugués, propietario en los años veinte de una pequeña imprenta y librería en la calle Ahumada. Se condolió de los sinsabores de autores talentosos 47


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a quienes nadie quería editar, y se puso al servicio de ellos. Les solicitaba pequeñas sumas para la compra de papel y se preocupaba minuciosamente de las ediciones. Así fueron apareciendo unos libros con portadas sencillas que apenas indicaban en letras azules o rojas el nombre de autor y el título de la obra. Un día apareció frente a su escritorio un muchacho tímido y de pocas palabras. Había publicado un primer libro de poemas llamado Crepusculario, y tenía listo otro. Veinte poemas de amor y una canción desesperada. No tenía un centavo y no podía financiar una autoedición. El editor cedió a sus ruegos a pesar de estar seguro de que perdería su inversión, ya que los compradores de libros de poemas eran pocos y los antecedentes de Pablo Neruda no significaban mucho. El libro apareció en 1924, y aunque al principio no tuvo la acogida de Crepusculario se convirtió lentamente en una especie de devocionario de los amantes, quienes exigían nuevas ediciones. Joaquín Gutiérrez era un hombre alto, corpulento, sonriente y cordial. Invitó a Juan Bosch a viajar a Isla Negra para almorzar con Neruda a comienzos de septiembre de 1955. Encontraron la mesa puesta y al llegar el poeta intentó tocar las campanas que colgaban en unos maderos frente al mar. Había otros comensales, entre ellos el escritor José Santos González Vera, quien, ante la sorpresa de todos, había obtenido en 1950 el Premio Nacional de Literatura, a pesar de que su obra se reducía a dos pequeños libros amables y de excelente prosa. ¿De qué hablaron? Joaquín Gutiérrez asegura que Bosch fue el centro de la conversación y que Neruda se limitó a preguntarle por algunos amigos dominicanos, como Manuel del Cabral, Pedro Mir, Manuel Rueda. Regresaron al anochecer a la ciudad en un bus. El compañero de asiento del dominicano fue González Vera, quien prometió ubicarle al día siguiente

para presentarle a Manuel Rojas, cuya novela Hijo de ladrón había leído Bosch en el Hotel Ritz. González Vera le esperó en su oficina de la calle Huérfanos a esquina Bandera. Allí funcionaba la Comisión de Cooperación Intelectual de la Universidad de Chile, de la cual era funcionario. Le acompañaba Manuel Rojas, un gigantón de pelo blanco, de escasa locuacidad. Además, estaba allí Enrique Espinoza, un bondadoso argentino que había echado raíces en Chile. Los tres eran los editores principales de la revista Babel, que aparecía de vez en cuando con interesantes estudios literarios, ensayos ideológicos, conversaciones en profundidad con notables autores. Todos ellos conocían una buena parte de los cuentos de Bosch y sus ensayos políticos e históricos contingentes. Dijeron ser admiradores de la prosa y la fina penetración sicológica y las poéticas descripciones de los cuentos del visitante. Admiraban también su lucha contra Trujillo. Los tres eran amigos entrañables. En sus años juveniles fueron anarquistas y no habían abandonado esas convicciones aunque no creían en el poder de las bombas y de las metralletas para abrir paso a un mundo mejor y más libre. La conversación en la oficina de la calle Huérfanos se prolongó más de la cuenta. Decidieron ir a comer a un sitio cercano con buen menú: el Bar Nacional, de calle Bandera. El gigantón de pelo blanco le explicó a Bosch el proceso de creación de su Hijo de ladrón. Al dominicano le pareció que era semejante a su propia experiencia. Escribía siempre sobre gente y lugares que había conocido, y antes de sentarse frente a la máquina de escribir y con las cuartillas en blanco, ya había imaginado todo, y las únicas dificultades tenían que ver siempre con el lenguaje, con la forma, más que con el contenido.

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—A mí me pasa lo mismo, le dijo Manuel Rojas. La librería Nascimento estaba ubicada en la calle San Antonio, de Santiago, en las proximidades del Teatro Municipal. Lucía una gran vitrina atestada de títulos de autores nacionales. Al comienzo no tenía competidores. Se nutría casi exclusivamente de lo que publicaba la editorial del mismo nombre y dueño. Don Carlos George siempre estaba allí, aunque ya le pesaban los años. Sus anteojos se equilibraban en su nariz y parecía no necesitarlos porque miraba a sus interlocutores por encima de ellos con un aire entre bondadoso e irónico. La mano derecha de la empresa era Joaquín Gutiérrez, su yerno, quien recibía los manuscritos de los escritores ya consagrados o de los inéditos que esperaban una edición reveladora de sus talentos. Al mediodía se improvisaba una tertulia literaria que reunía a los best sellers de Nascimento, a críticos literarios, profesores del Instituto Pedagógico y algunos sobrevivientes de la vieja bohemia santiaguina. Se conversaba de pie hasta las dos de la tarde frente a los anaqueles. De paso, los escritores se enteraban de cómo andaba la venta de sus libros y reclamaban sus derechos de autor que Nascimento pagaba, a veces, luego de revisar unos libros de la caja con cifras borronientas. Gutiérrez presentó a Juan Bosch en una de esas reuniones. Anunció previamente su presencia y allí estaban para recibirlo los contertulios más ilustres y frecuentes: Ricardo Latcham, Mariano Latorre, Luis Durand, Joaquín Edwards Bello, Luis Merino Reyes, Juan Godoy. Acogieron a Bosch con elocuentes muestras de afecto. Ricardo Latcham dijo que había leído toda su obra publicada, y a continuación citó a personajes e incluso párrafos completos de La Mañosa, que le parecía una

de las grandes novelas del Caribe. Demostró tal conocimiento de Bosch que este le dijo: —Usted me conoce más que yo mismo. Latcham le había incluido en una antología del cuento latinoamericano y le aseguró que escribiría un ensayo, no solo sobre su obra literaria sino también acerca de su incansable lucha contra Trujillo y de su ideario antiimperialista y democrático, que compartía absolutamente. Latcham era un hombre torrencial en todos sus actos. Hablaba a borbotones, leía con una rapidez de rayo, estaba enterado de cuanta cosa existente. Era catedrático en el Instituto Pedagógico luego de ser un destacado militante del Partido Socialista y uno de sus mejores oradores. Abandonó luego toda militancia política, y en sus columnas de crítica literaria en el diario La Nación se identificaba como el reverso de Alone, quien no ocultaba su adhesión a la derecha. Latcham era un descubridor de grandes autores latinoamericanos, y Alone, en cambio, demostraba una admiración obsesiva por Marcel Proust y por escritores europeos exquisitos, pero, en honor a la verdad, reconocía el talento de los creadores chilenos, aunque estos se alejaran frontalmente de su modo de pensar, cosa que hacía notar sin eufemismos. Latcham se caracterizaba por un estilo descuidado e informativo y Alone era un estilista ingenioso y sugerente. A menudo sus crónicas en El Mercurio resultaban mejores que los libros comentados. Bosch conocía las rivalidades y diferencias de ambos críticos y procuró no echarle leña a la hoguera en ningún momento. Siguió concurriendo a las tertulias de la librería Nascimento; Gutiérrez le solicitó el manuscrito de La muchacha de La Guaira para ser editado en breve tiempo. Bosch pidió de inmediato que le enviaran desde La Habana ejemplares de

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todos sus libros disponibles y los llevó a la librería. Le pareció que servirían para difundir su literatura casi desconocida por los chilenos. No le era fácil encajar en la charla de los contertulios. Hablaban de cosas muy locales y de personajes que Bosch no conocía. Latcham y Latorre mantenían un duelo constante. Tenían criterios muy particulares sobre sus lecturas y le rendían admiración a obras muy diversas. Lo que para uno eran páginas maestras para el otro carecían de importancia. También Latorre era profesor de castellano en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Sus clases tenían prestigio como ordenadas y metódicas. Era exigente con sus alumnos, a diferencia de Latcham que dictaba conferencias sobre sus lecturas sin hacer caso del programa establecido por la Facultad. Latorre era el padre del criollismo, una corriente literaria que tenía admiradores y detractores apasionados. El terrible Edwards Bello calificaba a Latorre como vendedor de tarjetas postales del campo. Por otra parte, Benjamín Subercaseaux, siempre polémico y desmitificador, aseguraba que el líder del criollismo era un fino creador de personajes y que sus méritos de conocedor del alma humana jamás habían sido detectados por Alone, que era un siútico. El sábado 10 de noviembre de 1955, Bosch concurrió como de costumbre a la tertulia de Nascimento. Era el día de mayor concurrencia y la charla solía continuar en el restaurante La Bahía, cuyos menús recomendaba el gordo Luis Durand, destacado discípulo de Latorre y experto conocedor de manjares criollos. Encontró silenciosos y consternados a los contertulios. Había muerto ese día Mariano Latorre de un repentino ataque cardíaco. Recién le habían visto en la librería pleno de salud

y luciendo su elegancia característica. Su muerte les parecía increíble. Bosch concurrió a los funerales de Latorre en el Cementerio General de Santiago. Uno de los oradores fue Pablo Neruda. Dijo: “Vengo a dejarle un rosario amarillo de topatopas, flores de las quebradas, flores salvajes y puras. Pero él también se merece el susurro secreto de los maitenes tutelares y la fronda de la araucaria. Él es más digno que nadie de nuestra flora, y su verdadera corona está hecha desde hoy en los montes de la araucanía. Tejida de boldos, arrayanes, copihues y laureles”. Bosch estimó que ese discurso era bello y ejemplar. Latorre le había invitado a una excursión por la zona central del sur de Chile en el verano de 1956. Bosch recordó con pena esa invitación que jamás se cumpliría mientras caminaba por el cementerio en el cortejo fúnebre junto a González Vera y Manuel Rojas. Las tertulias de la librería Nascimento se reanudaron a la semana siguiente, pero carecían de los sabrosos entredichos de Latcham y Latorre. El gordo Durand dijo que ya nada sería igual. Había muerto su maestro y se sentía indigno de reemplazarlo como animador del criollismo. Casi todo lo que sabía –dijo– lo había aprendido de él.

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La muchacha y Cuba

Hacia fines de 1955 apareció La muchacha de La Guaira con el sello editorial Nascimento. Bosch no solicitó prólogo alguno y no se realizó el acostumbrado lanzamiento con discursos y cóctel. Fue un día a la librería, como de costumbre, y se encontró en la vitrina con el libro. La edición de mil ejemplares estaba allí y empezaba a ser distribuida a otras librerías de Santiago y de las principales ciudades de Chile. En la solapa se decía: “De Juan Bosch, el autor de este libro se ha dicho que heredó el sitio que dejó vacío Horacio Quiroga cuando este maestro del cuento se suicidó en Buenos Aires. Desde las primeras páginas de La muchacha de La Guaira, los lectores apreciarán que Bosch domina la técnica del cuento tanto como la dominó el autor de La gallina degollada, y que su estilo es tan directo y enérgico como el de Quiroga. Pero se ha dicho también de Juan Bosch que supera al maestro sudamericano en la fuerza con que describe el carácter de sus personajes, en su amor a los humildes, en la intención social y política que es fácil de apreciar en la mayoría de sus relatos. Quizás esto último se explique debido a la vida del autor, que ha transcurrido entre luchas internas y es una de esas típicas vidas de los hombres del Caribe que han tomado partido del lado de las libertades democráticas”. 55


Luis Alberto Mansilla | Los días chilenos de Juan Bosch

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La muchacha de La Guaira tuvo una buena recepción y puso en evidencia la presencia en Chile de su autor, quien vendía baterías en la calle Arturo Prat. Casi simultáneamente apareció Cuba, la isla fascinante, publicada por la Editorial Universitaria, en su colección América Nuestra, dirigida por Clodomiro Almeyda. El libro lo empezó a escribir en 1951 en una finca próxima a La Habana, y su intención era esbozar un cuadro histórico, humano, sociológico, político, económico y cultural de la isla fascinante. Apareció dedicado a “Carmen, en cuya sonrisa se hospedaron la dulzura y la luz de la isla fascinante” y “a Sergio Pérez, José Luis Alvarez, Paquito de Cárdenas y Cruz Donoso, mis amigos de Cuba, esencia del generoso corazón de su pueblo”. Clodomiro Almeyda, el director de la colección América Nuestra, justificó la publicación del ensayo de Bosch con una declaración entusiasta: “Hemos incluido en nuestras ediciones Cuba, la isla fascinante, porque nos parece el más completo y bello libro escrito sobre el país de José Martí, en cuya lucha por la independencia tuvo alguna participación nuestro ilustre Benjamín Vicuña Mackenna. Su autor es uno de los grandes demócratas de América Latina y, además, el mayor escritor de la República Dominicana, víctima de una larga tiranía contra la cual Bosch es uno de sus más esclarecidos combatientes”. En la primera página del libro, Bosch escribió una Nota del autor que explica algunas de las razones profundas y personales que le hicieron dedicar largo tiempo a su trabajo: “El autor pretende que La isla fascinante interprete la gratitud de todos los que hemos recibido de Cuba el pan de la hospitalidad. En su caso, el autor aspira, sobre todo, a que la Cuba de hoy pueda ser vista mañana en estas páginas por un niño que nació, hace nueve años, en la ciudad de Santiago de Cuba. “Ese niño es

mi hijo”. Se refería a Patricio, el primer hijo de su segundo matrimonio, con la cubana Carmen Quidiello. En poco tiempo Bosch había cumplido con su objetivo en Chile. Decía a menudo que su vocación más profunda e irrenunciable era la literatura. Le hubiese gustado escribir cuentos, novelas, poesía; pero había desviado su camino porque no podía permanecer con los brazos cruzados frente a la realidad de su país. Le dolía la pobreza y el atraso de los campesinos y obreros, no podía permanecer impasible frente a una tiranía tan atroz como la de Trujillo, que había convertido a Santo Domingo en una lucrativa empresa de su familia y asesinado a millares de demócratas que se oponían a su delirante dictadura cuyo eslogan, Dios y Trujillo, era impuesto con la fuerza bruta del terror más extremo. Había fundado el Partido Revolucionario Dominicano para derrocar a Trujillo y para devolver la dignidad a su país y construir una verdadera democracia. El cordial José Santos González Vera se empeñaba en sacar a Bosch de su aparente ensimismamiento. Lo asimilaba al trío de la revista Babel pero sin compromiso alguno. A veces aparecía en la tienda de las baterías y le acompañaba hasta el fin de la jornada para terminar el día con Manuel Rojas y Enrique Espinoza, dispuestos a crear un comité de solidaridad con el pueblo dominicano, que nunca se concretó. No se equivocaba González Vera sobre el estado de ánimo de Bosch. Le dolía la ausencia de su mujer y de sus hijos cubanos que no podían acompañarle; también algunos problemas en su partido, el PRD, que cometía serias equivocaciones en su estrategia política. Además, el círculo de hierro y sangre de las dictaduras del Caribe parecía estrecharse. En 1954 cayó el régimen democrático de Jacobo Arbenz en Guatemala. A veces

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se encontraba en Santiago con Juan José Arévalo, ex presidente de Guatemala, quien había emprendido una cruzada contra el gobierno de facto de Castillo Armas. La respuesta popular en el Continente era buena, pero oficialmente casi ningún gobierno latinoamericano estaba dispuesto a plantear en la OEA alguna condenación a la represión en Guatemala, que era semejante a la de Trujillo en República Dominicana, a la de Somoza en Nicaragua y, lo que era peor todavía, a la de Batista en su amada Cuba. Le consolaba la aparición en Santiago de dos de sus libros, y ya estaba lista la edición de Judas Iscariote, el calumniado y Cuento de Navidad. Le ofrecieron una cátedra en la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile y cursos y conferencias en las escuelas de verano. Rechazó tales proposiciones porque no eran parte de su plan de vida en Chile. Más bien quería alejarse de la gran ciudad y refugiarse en algún apartado lugar del sur, en medio de la naturaleza del país que le maravillaba. En dos ocasiones aceptó salir de excursión a los contrafuertes cordilleranos con Manuel Rojas y sus hijas adolescentes. Escalaban ágilmente la montaña y acampaban en cualquier sitio, junto a una fogata. Regresaba reconfortado al día siguiente a sus labores comerciales y literarias. Se entendía muy bien con Rojas. Observaban el paisaje desde lo alto. Bosch hablaba de los avances de su rey David y Rojas de la secuela de su héroe Aniceto, Hijo de ladrón en Mejor que el vino y Punta de rieles. Concebía, además, una novela de gran aliento que llamaría La oscura vida radiante, que sería como la Novena sinfonía de su producción.

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Té con el crítico Alone

Un día le sorprendió un llamado telefónico. Una voz algo cascada dijo ser Hernán Díaz Arrieta, Alone, el pontífice literario de el diario El Mercurio. Agregó que recién había leído La muchacha de La Guaira y que estaba deslumbrado. Le invitaba a tomar té en la calle Huérfanos. Bosch se encontró con un hombre enjuto, casi tímido, que a poco andar le confesó que rara vez había salido de Chile, que no conocía Santo Domingo ni Cuba ni ningún país latinoamericano. La muchacha de La Guaira le parecía un gran libro y admiraba las dotes del narrador. Empleó la palabra sortilegio para referirse a cuentos como La Nochebuena de Encarnación Mendoza o Rumbo al puerto de origen o La muerte no se equivoca dos veces. Fue el comienzo de una amistad algo insólita. Ambos trataban de esquivar los temas políticos. Bosch era un severo crítico de los Estados Unidos y de la política imperialista en el Continente. Alone era miembro del Congreso por la Libertad de la Cultura, que era anticomunista y al parecer manejado por la CIA. La charla de Bosch le sedujo a Díaz Arrieta tanto como sus libros. Y lo asimiló a su convivencia, que siempre era muy selectiva. Lo general era que el crítico se mostrara parco e impenetrable. No recibía a los autores que le asediaban con sus publicaciones y se jactaba de no leer enteros los libros 59


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que comentaba todos los domingos. “No es necesario beberse el tonel para apreciar un buen vino”, decía. Pero, en cuanto a los libros de Bosch, aseguraba que su lectura había sido hasta la última página. Alone frecuentaba todos los viernes los salones de doña Dolores Echeverría, dueña de una casa antigua y señorial en la calle Teatinos, que en 1955 todavía sobrevivía a los avances urbanísticos del llamado barrio cívico. La señora quería imitar los ya desaparecidos salones literarios parisienses e invitaba a distinguidos escritores y catedráticos a conversaciones que a menudo culminaban en espléndidas comidas. El novelista Luis Merino Reyes fue testigo de la aparición de Bosch en esa casa. Relata: “De pronto se presentó un hombre alto y canoso anunciado por Alone a la concurrencia. Parecía un correcto diplomático más que escritor o político. Lolo Echeverría le dio un ostentoso abrazo y lo declaró bienvenido en esa casa que debía considerar también como suya”. Agrega Merino Reyes: —Yo creo que Lolo Echeverría estaba enamorada de Alone. Era una rica dama soltera dueña de un fundo al interior de San Fernando, que estaba en manos de una enérgica administradora. El amor por el crítico no podía ser sino platónico; ambos habían pasado la raya de los sesenta años y se aferraban al celibato. Las reuniones se tornaban interesantes, ya que a veces se producían apasionadas discusiones. La mayoría de los invitados pertenecían a la derecha ilustrada y a una aristocracia decadente. Pero también había gente de izquierda. Todos eran muy tolerantes y cordiales. Bosch pareció no sentirse incómodo. Dejó a todos asombrados y aterrorizados con sus relatos sobre la alucinante dictadura de Trujillo. Doña Lolo le preguntó: “¿Usted cree que Trujillo se considera un Dios

vivo?” “No–respondió Bosch–, es un diablo vivo aunque sin la categoría de Satanás”. Alone invitó en una ocasión a Bosch al fundo de Lolo Echeverría. El huésped conversó con los campesinos y recorrió los extensos viñedos y frutales de una de las regiones más tradicionales y productivas de la agricultura chilena. El Premio Nacional de Literatura le fue concedido ese año a un historiador, Francisco Antonio Encina, autor de una historia de Chile en 20 tomos. Alone se mostró alborozado con ese galardón máximo. Consideraba a Encina como uno de los mayores escritores de Chile, aunque su disciplina única era la historia. Algunos poetas y novelistas protestaron –entre ellos Neruda– por el mal criterio del jurado. El espíritu del premio era reconocer la creación literaria y no a historiadores, tratadistas o lingüistas. La polémica se apagó rápidamente. Encina era un excelente narrador. A pesar de su indiscutible documentación, había desatado su imaginación para celebrar o atacar a personajes del pasado chileno. Escribió sus veinte tomos en el campo, y su mirada era la de un señor agrario extraordinariamente ameno en sus descripciones. Le sacaba el polvo a los archivos y construía con ellos verdaderas novelas o crónicas de rica y gran animación. Sus tomos se vendían con rapidez, y cuando aparecían había un desfile de lectores desusado en la librería Nascimento, que los editó a lo largo de los años.

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La vieja y la nueva generación

En la vida cultural chilena se advertía cierta renovación. Todavía los libros de la generación del 38 eran leídos, y sus autores seguían en plena producción. La novela proletaria tenía en Nicomedes Guzmán a su más descamado autor. La sangre y la esperanza conmovían con sus personajes de los conventillos, de la barriada, su lirismo redentor, su descripción del gremio de tranviarios en desaparición. Otros autores, como Gonzalo Drago, Fernando Alegría, Oscar Castro, Leoncio Guerrero, Daniel Belmar, Baltazar Castro, exploraban la vida popular con aciertos y sin paternalismos, aunque la nueva generación les reprochaba el recargo de metáforas, imágenes de gusto dudoso y esquemáticas visiones políticas. El más indiscutible creador de esa generación era Francisco Coloane, con sus vigorosos relatos magallánicos. También se mantenía en pie la sólida estructura de los libros de Volodia Teitelboim, quien era elogiado por su ensayo El amanecer del capitalismo en América y luego por su novela Hijo del salitre, aparecida en 1952, en plena persecución a los comunistas por el presidente González Videla, quien creyó que iniciaba la primera batalla de la Guerra Fría desencadenada en Estados Unidos por la administración Truman. Teitelboim era miembro de la comisión política del Partido Comunista (PC) y vivía en esos años en la clandestinidad. También fue perseguido 63


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el senador Pablo Neruda, quien debió salir del país cruzando la cordillera en una mula. En 1955-56 todo parecía volver a sus cauces aunque algunos personeros militares del presidente Ibáñez eran inquietantes y se creía que podían responder con un autogolpe de Estado a la creciente impopularidad y desestabilización del régimen del general, que en los años 30 encabezó una dictadura derrocada por un movimiento multitudinario y unánime, cuyos animadores principales fueron los estudiantes. Los poetas le rendían homenaje a Walt Withman con motivo del centenario de la aparición de Hojas de hierba. Muchos querían desprenderse de la abrumadora sombra de Neruda, quien le impuso un sello a toda una generación. Aparecían poetas con otra música y orientación: Nicanor Parra, Enrique Lihn, Armando Uribe. Algunos seguían al tremebundo Pablo de Rohka, gran poeta siempre postergado por las editoriales y enemigo apasionado de Neruda, que en su casa de Isla Negra se desprendía de cualquier oscuridad y escribía sus Odas elementales. En su vida cívica seguía fiel a la política del PC y a sus grandes campañas pacifistas. Los nuevos poetas fijaban también su atención en Vicente Huidobro, otro de los enemigos de Neruda y teórico del creacionismo. Bosch reanudó en Santiago su amistad con el poeta Humberto Díaz Casanueva, de cuya poesía metafísica y estremecedora era devoto. Díaz Casanueva representaba a Chile en las Naciones Unidas y culminaba una carrera diplomática. Viajaba a Chile por poco tiempo y se mostró alarmado por la presencia casi anónima de Bosch en Santiago. Creía que se debía a la abulia o la indiferencia de los intelectuales criollos, y se apresuró a visitar a su amigo para ofrecerle, incluso, su casa en Santiago. Bosch rechazó todas las ofertas de Díaz

Casanueva, y le dio seguridades acerca de su feliz residencia y de su pleno acuerdo con la situación que había elegido. No tenía queja alguna contra los intelectuales y las autoridades chilenas. Al contrario: agradecía que le dejaran en paz. Por entonces se presentaba en el Teatro Municipal un magnífico conjunto de grandes cantantes negros norteamericanos que ofrecían una versión de maravilla de la ópera Porgy y Bes en gira mundial auspiciada por el Departamento de Estado. Bosch asistió a una de las representaciones y aseguró que era uno de los más notables espectáculos que había visto en su vida. Asimismo, le gustaron los montajes del Ballet Nacional de Alotria y Don Juan. El teatro y el cine siempre le interesaron, y ahora tenía tiempo para estar al día en la cartelera. El talentoso director del Instituto del Teatro de la Universidad de Chile, Pedro Orthus, le habló en una ocasión de su intención de llevar a escena tres cuentos de La muchacha de la Guaira, pero el proyecto no se concretó porque luego Bosch estuvo fuera del alcance de los santiaguinos, ya que decidió refugiarse en la pequeña Isla de Niebla, en las proximidades de la sureña ciudad de Valdivia, centro de la emigración alemana en otros tiempos. Algunos esbozos de esa puesta en escena quedaron entre sus papeles y son parte de proyectos nunca realizados. En Santiago disfrutaba a menudo con las divertidas comedias de la compañía Leguia-Córdobas que hacían reír con piezas livianas, llenas de enredos y con alusiones cáusticas al acontecer político inmediato y a sus principales personajes. La gracia del actor Lucho Córdoba le parecía inimitable. Los anuncios de espectáculos de Santiago colocaban en 1955 en primer lugar las actuaciones de la vedette Xenia Monti, ex primera figura del Follies Bergere, de París, que cumplía

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una temporada en la compañía de revistas Bim Bam Bum, de la calle Huérfanos. Sus piernas perfectas, su bello busto, sus artes de eximia estrella del music hall eran admirados por los santiaguinos, quienes agotaban las entradas. Pero no hay testimonios de que Bosch estuvo entre los que acudían a admirar a Xenia. Visitaba con frecuencia no solo la ya mencionada librería Nascimento sino que también era figura familiar en las otras grandes librerías de Santiago: la librería Del Pacífico, propiedad del Partido Demócrata Cristiano; la Orbe, que también editaba libros y pertenecía a un republicano español; la Universitaria, que importaba títulos desde España, México y Argentina. Le conocían incluso en las pequeñas estanterías de las editoriales Austral, del Partido Comunista, y de Prensa Latinoamericana, del Partido Socialista (PS). Bosch se jactaba de conocer cuanto libro importante era posible encontrar en Santiago.

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El amigo Salvador Allende

A poco llegar a Santiago Juan Bosch fue recibido en una sesión por el Comité Central del Partido Socialista de Chile. Allí hizo una exposición sobre la realidad de Santo Domingo y el terror de Trujillo. Dijo que le dolía mucho que el mundo se acostumbrara a convivir con una dictadura que ya había agotado la capacidad de asombro con sus crímenes, megalomanía, corrupción, masacres, destrucción de toda forma de democracia. Señaló que la solidaridad internacional era insuficiente y que no había esperanzas por el momento de que la larga pesadilla del pueblo dominicano llegara a su fin. Expuso los postulados y la lucha en el interior y en el exilio de su Partido Revolucionario Dominicano. Trujillo se había instalado en el poder hacía 25 años y colocaba cada cierto tiempo a su hermano o a uno de sus incondicionales títeres al frente del gobierno, mientras él se dedicaba a los negocios y a viajar al exterior con pompas dignas de un emperador. El Partido Dominicano era el único permitido, y actuaba como su empresa principal. Llamaba a elecciones cuando el dictador lo ordenaba y en las urnas se depositaban el número de votos que ya se había determinado. Uno de los asistentes a la reunión del Partido Socialista fue Salvador Allende, a la sazón Senador de la República. 67


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Le invitó visitarle a la tarde siguiente al Senado. Estaba en marcha el Frente de Acción Popular que reunía a socialistas, comunistas, democráticos del pueblo, sectores del Partido Radical y ex ibañistas desilusionados. Se perfilaba el gran bloque político de la izquierda. Allende había sido derrotado 1952 en su primera candidatura presidencial cuando fue abanderado del pequeño Frente del Pueblo, integrado por una fracción minoritaria del PS, por los comunistas, cuyos militantes habían sido borrados en su mayoría de los registros electorales por la llamada Ley de Defensa de la Democracia, del presidente González Videla, por pequeños grupos de radicales disidentes. “Somos una voluntad en marcha” dijo entonces Allende. Al día siguiente de su primera derrota se dio a la tarea de sostener el Frente del Pueblo y a realizar una paciente tarea de concientización de las masas encantadas entonces por el ibañismo y sus promesas reformadoras. La administración González Videla terminó en medio de un repudio general y con ella llegó a su fin el período de los gobiernos radicales iniciado en 1938 con el Frente Popular y su abanderado Pedro Aguirre Cerda y continuados por Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla. El general Ibáñez, casi octogenario, no era el apuesto y duro militar de los años treinta. Era incapaz de pronunciar algún discurso espontáneo y cuando leía algún papel escrito por sus asesores se equivocaba y tartamudeaba. La erosión de su régimen fue rápida. El símbolo de la escoba que barrería con la corrupción no funcionó en la práctica. La oposición empezó a descubrir oscuros negociados y nepotismos a los pocos meses del ascenso del nuevo gobierno. La líder femenina María de la Cruz, elegida Senadora, fue desaforada de su cargo luego de una acusación sobre un contrabando de

relojes. La inflación disparaba de un día a otro el precio de los artículos de primera necesidad. Ibáñez contrató a la firma de economistas norteamericanos Klein Sack para que pusiera orden en las finanzas públicas. Los Klein Sacks aconsejaron una inmediata congelación de sueldos y salarios que enardeció a los asalariados. La recién creada Central Única de Trabajadores (CUT) llamó a mítines de protestas gigantescos y decretó huelgas generales que paralizaron el país en dos ocasiones. A comienzos de 1956 el ibañismo se derrumbaba. Los Socialistas Populares que contribuyeron a elegir a Ibáñez y que fueron parte de su primer gabinete, con Clodomiro Almeyda en la cartera de Trabajo, habían decidido retirar su apoyo al gobierno. El poderoso Partido Agrario Laborista, integrado por nacionalistas, ex derechistas y ex militares, evidenciaba una creciente desintegración. El perseguido Partido Comunista recuperaba a sus militantes y se fortalecía. En los hechos ya no operaba su ilegalidad y aparecían a cara descubierta en la vida política del país. Eran los mejores activistas del Frente de Acción Popular que lideraba el Senador Allende. Bosch y Allende se entendieron muy bien. No solo hablaron de política en los comedores del Senado de la República. Allende le invitó a comer a su casa en la calle Guardia Vieja de la comuna de Providencia. Era un pequeño chalet pareado con otro, una vivienda más o menos característica de clase media típica. La viuda de Allende, Hortensia Bussi de Allende, recuerda nítidamente la primera visita de Bosch a su casa: “Salvador me dijo por teléfono que vendría a comer con un ilustre escritor dominicano y que no me preocupara tanto

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del menú porque se trataba de un hombre muy sencillo que no quería ningún trato especial. Apareció con un hombre alto, de alba cabellera, de aire reposado y trato muy cordial. Al poco rato estábamos sentados a la mesa con nuestras jóvenes hijas Carmen Paz, Beatriz e Isabel. Hablamos de asuntos sin importancia. Dijo estar en desacuerdo con los chilenos que tenían una mala opinión sobre Santiago. Le parecía una bella ciudad con extensas áreas verdes como el Parque Forestal o la Quinta Normal. Se sumó a la comida Laura, la hermana de Salvador, que estaba muy integrada al trabajo del FRAP (Frente de Acción Popular) y quien le informó a Bosch sobre la aparición en la periferia de Santiago de poblaciones que eran el resultado de tomas de terreno por los pobladores, que eran apoyados por el FRAP, a cuyo departamento poblacional ella se había incorporado con gran entusiasmo. Creo que también hablamos de la actriz dominicana María Montez, triunfadora en Hollywood, a quien habíamos visto en unas películas exóticas ambientadas en el Medio Oriente y que era de una belleza impresionante. Bosch dijo conocer a su familia y habló de la región de Santo Domingo de la que ella provenía. Sus descripciones eran poéticas y llenas de color. Las niñas quedaron fascinadas con ese tío tan simpático. Volvió en muchas otras ocasiones. En ese tiempo me interesaba mucho el teatro y hasta había sido alumna de la Escuela del antiguo Teatro Experimental de la Universidad de Chile. Me asombró el conocimiento de Bosch de los autores del Siglo de Oro español, Cervantes, Lope de Vega, Tirso de Molina, la familiaridad con Shakespeare. Salvador era un hombre muy hospitalario y acostumbraba a traer a casa a sus amigos, a quienes les decía que era una invitación a la suerte de la olla. Creo que uno de los más

gratos de esos visitantes fue Juan Bosch, al que después leí con verdadera admiración”. La efervescencia sindical se notaba en las calles de Santiago. El trigo tenía precios muy altos y el alza del pan suscitó grandes protestas. Los mineros del cobre en Chuquicamata se declaraban en huelga. Se hablaba de decretar Estado de Sitio para contener la agitación. El Parlamento era muy crítico de Ibáñez, y no dejaba pasar leyes que favorecieran la política del poder ejecutivo. El ministro de hacienda, Oscar Herrera, era blanco de los ataques de la izquierda, la que le acusaba de haber encarpetado los proyectos sobre impuestos a las grandes ganancias y los destinados a poner freno a la expansión de los monopolios. El senador radical Ángel Faivovic declaraba que en los tres años del gobierno de Ibáñez se había liquidado el progreso social de las dos últimas décadas. Allende era un vocero de las reivindicaciones de los trabajadores del cobre, e insistía en la nacionalización de la principal riqueza del país, a la que llamaba el sueldo de Chile. El querido cardenal José María Caro vivía sus últimos días. Débil y cansado había decidido tomar unas vacaciones y declaraba “No estoy enfermo. Solo estoy viejo y esa enfermedad solo se cura con la muerte”. Además de las huelgas, las alzas de los comestibles, el paulatino control del gobierno por militares de vocación golpista, como los generales Benjamín Videla y Horacio Gamboa, el presidente Ibáñez enfrentaba graves acusaciones sobre la penetración peronista en Chile en los primeros dos años de su gobierno. Los militares que expulsaron del poder al líder justicialista facilitaban documentación que comprometía a políticos chilenos en una intriga que tenía que ver con la

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instalación de una central sindical y de un partido peronista en Chile. Se habían entregado con esos fines cuantiosos recursos. Era necesario apagar el incendio que podía ser devastador para el régimen, y eso se consiguió a duras penas. Los acusados desaparecieron de la escena pública.

El mundo se agita

Bosch se preocupó de la continuidad de sus mensajes radiales al pueblo dominicano para informarle sobre los latrocinios y crímenes del dictador, que no conocía en el interior del país la mayoría de la población, sujeta a la más extrema censura de todo medio de comunicación que no estuviera al servicio de la propaganda trujillista. Radios de Puerto Rico o Costa Rica transmitían hacia la República Dominicana la voz de Bosch desde Chile, que era escuchada en la más estricta clandestinidad cuando no era interferida por los aparatos que controlaban las ondas que llegaban a la Isla. En 1952 Trujillo había visitado a Franco y ambos pasaron entre vítores de los franquistas por las calles de Madrid. Lo mismo había ocurrido a continuación en un viaje a Italia en julio de 1954. Entonces había firmado un concordato con el Vaticano que privilegiaba a la iglesia católica como la religión oficial en la República Dominicana. Recibió en tal ocasión una medalla y un título que significaba que Trujillo sería parte de la nobleza del Vaticano. Los títulos entusiasmaban al Generalísimo. Los coleccionaba igual que las medallas que lucía en grandes cantidades en su uniforme durante las grandes ceremonias. El apodo de Chapita no era siquiera peyorativo. Denominaba con exactitud su megalomanía y su adoración 72

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a los reconocimientos a su magnificencia, que él mismo provocaba. Se autocondecoraba sin cesar. Trujillo se había declarado un anticomunista fervoroso. El 20 de diciembre de 1955 –cuando Bosch vivía en Chile– se inauguró en la capital dominicana la Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre, un gran carnaval destinado a glorificar la dictadura. No se escatimaron gastos. La fiesta costó treinta millones de dólares. La hija menor de Trujillo, Angelita, fue elegida reina de la Feria. Su vestido costó ochenta mil dólares. El pueblo recibió algunos regalos comestibles a granel y los que presenciaron los bailes desde la calle fueron agasajados con las sobras de los banquetes. Trujillo sacó cuentas alegres del fastuoso festival. Nadie podía quejarse de la diversión. Bosch nunca fue simpatizante de los comunistas, pero tenía clara conciencia de que con ese rótulo se pretendía sofocar cualquier voz de crítica a los monopolios transnacionales y a la política de los Estados Unidos hacia Latinoamérica. Los dominicanos sufrieron la primera ocupación norteamericana desde 1916 a 1924, y en las filas de sus marines se formó el oficial Rafael Leónidas Trujillo, ascendido a capitán de policía y condecorado por su destacado papel en el exterminio de guerrilleros nacionalistas que combatían la ocupación yanqui. En septiembre de 1956 el dictador paraguayo Alfredo Stroessner visitó Chile invitado por Ibáñez. Los estudiantes y los partidos del Frente de Acción Popular expresaron su repudio a la presencia de tal personaje, para quien se acordaron ceremonias discretas que no hicieran peligrar su integridad física. Bosch le aportó documentación al senador Allende sobre las complicidades y colaboraciones que unían al régimen de Stroessner con Trujillo en Santo Domingo y con Somoza

en Nicaragua. Vivía entonces en el sur, en Molinos de Niebla y hacía breves visitas a Santiago que contemplaban siempre algún encuentro con sus amigos escritores y políticos. Siguió con apasionado interés un hecho que al comienzo parecía increíble. En un discurso de tres horas en el Congreso del Partido Comunista de la URSS, el secretario general del Partido, Nikita Kruschev había bajado de su endiosado pedestal a Stalin, y le culpaba de millones de asesinatos; “Fueron años de sospecha, de temor y terror” dijo. Stalin diezmó al propio Partido Comunista Soviético, exterminó a los más viejos y probados revolucionarios, cinco mil oficiales del ejército fueron asesinados después del turbio juicio al general Tukhachevski; la gente desaparecía y eran enviadas a campos de concentración sin saber cuál era su delito, el culto a la personalidad de Stalin se convirtió en una paranoia. Millares de prisioneros de los nazis fueron liquidados o encarcelados al regresar a su patria. La lista de los crímenes y de los horrores de Stalin en labios de Kruschev estremeció al mundo. Era una confesión desde las propias fuentes que le daba la razón a quienes antes habían denunciado las mismas situaciones que ahora oficializaba Kruschev. Los partidos comunistas iniciaron un proceso de autocrítica que en muchos casos fue epidérmica y que en los países del Socialismo Real de Europa del Este fue solo de formas, ya que en su esencia los aparatos stalinianos continuaron intactos. El modelo soviético condujo tres décadas después al colapso de todo el sistema. La Guerra Fría y la escalada de armas atómicas continuaban su peligroso curso. La paz mundial seguía equilibrándose en una cuerda floja. En Egipto el coronel Nasser anunciaba la nacionalización del canal de Suez, que produjo de inmediato una violenta colisión con Inglaterra y Francia, que anunciaron

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una guerra contra Egipto que fue el detonante de los muchos choques acumulados que enfrentaban a los bloques encabezados por dos potencias mundiales con sistemas sociales antagónicos. En medio de ese cuadro, los cables de las agencias noticiosas sacaron de su sosiego en Molinos de Niebla a Bosch. El 21 de septiembre de 1956 el dictador Anastasio Somoza recibió tres balazos en la ciudad de León disparados por un estudiante. Somoza concurría a un acto en su homenaje en la Casa del Obrero de León, y a pesar de la estricta vigilancia de sus guardaespaldas el joven de apariencia inofensiva consiguió acercarse al sátrapa y gatilló el arma, cuyas balas penetraron en su cuerpo. El joven fue abatido de inmediato por la guardia. Somoza moribundo fue llevado a un hospital norteamericano de la Zona del Canal de Panamá. Fueron inútiles los esfuerzos médicos. Murió el 29 de septiembre de 1956. No fue el fin de la tiranía. Sus familiares continuaron en el poder. Pero era el comienzo del fin. El Partido Revolucionario Dominicano entregó un prontuario de Somoza que era muy semejante a la trayectoria de Trujillo, cuyo régimen continuaba en el poder aunque en el cargo de Presidente se turnaran obedientes funcionarios como Héctor Bienvenido Trujillo o Joaquín Balaguer, quienes eran dóciles criaturas del dictador que gustaba se dijera que él solo era comparable a Dios. Los vendavales sociales también sacudían a Chile. Una huelga en el norte, en las desfallecientes salitreras, había culminado con tres obreros muertos a bala por el cuerpo de carabineros y otros tres agonizaban. En Santiago hubo mítines de protesta organizados por la CUT, cuyo líder Clotario Blest dijo: “Ibáñez es el culpable”. La acusación se transformó en

una consigna. El local de la CUT fue allanado y sus dirigentes detenidos. Fue como echarle pólvora a la hoguera que consumía al gobierno de Ibáñez, que a esas alturas defraudaba por completo a quienes le habían elegido. Las crisis de gabinete eran frecuentes. El FRAP liderado por Allende, ganaba terreno como un foco de atracción de las fuerzas populares. Por esos días apareció en Santiago el libro del ex presidente de Guatemala Juan José Arévalo La fábula del tiburón y las sardinas, que denunciaba la injerencia de EE. UU. en la caída del régimen democrático de Jacobo Arbenz y la situación del Caribe, con amplios capítulos sobre Santo Domingo y Nicaragua. El libro fue lanzado en una comida en el restaurante Alcalá el viernes 14 de septiembre de 1956. Bosch envió desde lejos una carta de adhesión en la que mencionó su libro Póker de espanto en el Caribe, en el que llegaba a las mismas conclusiones que Arévalo, cuyo ideario compartía. Años después, Bosch reiteró en un artículo publicado por la revista Cuadernos que editaba en París el Congreso por la Libertad de la Cultura el mismo argumento: “Desde principios de este siglo América Latina ha sido un satélite económico y político de EE. UU. La alianza de los sectores imperialistas de EE. UU. con los gobernantes oportunistas y antinacionales de nuestros países formaron durante media centuria el núcleo del poder en tierras latinoamericanas. Esa alianza ha fijado el centro gobernante en un eje que une a Washington con la central de cada uno de nuestros países, así como antes de 1810 el poder estaba en Madrid y en la persona del Rey, desde hace medio siglo está repartido entre los gobiernos criollos y el Presidente de EE. UU”. Bosch escribió ese artículo cuando todavía el Continente aparecía infectado por dictaduras. Algo ha cambiado desde

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entonces. Los grandes consorcios económicos son ahora multinacionales, y la política del garrote está en decadencia aunque no ha desaparecido. Hacia fines de 1956 Juan Bosch estimó que su residencia en Chile llegaba a su fin. Fue despedido con una comida en la que habló Salvador Allende. Hizo un balance positivo y fue despidiéndose de sus amigos. Le hizo una promesa a Alone: si algún día era elegido Presidente de la República Dominicana le invitaría a la ceremonia de asunción. Le pareció a ambos una broma. Al cabo de ocho años la invitación se hizo realidad. El derechista Alone estuvo entre los invitados intelectuales que viajaron a Santo Domingo para estar presentes en la toma del poder del primer mandatario verdaderamente democrático de la Isla. Le esperaban todavía otros acontecimientos mundiales cuyas lecciones era necesario asimilar. En septiembre de 1956 se produjo una sublevación de masas en Budapest, Hungría, contra el gobierno estalinista y la presencia de tropas soviéticas en ese país de Europa Oriental. Los combates fueron crueles y encarnizados. La lucha por la libertad no triunfó finalmente pero dejó una secuela que tendrían que asimilar todos los pueblos del mundo: la democracia es inherente a cualquier cambio social. Es la condición indispensable de todo proceso de cambio. Bosch lo supo siempre, y fue un demócrata consecuente en cada uno de sus actos y de sus escritos.

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Una larga marcha Los primeros años | Una temporada en otros mundos El escritor rebelde | Hostos, el sembrador

Los años en La Habana | Después del fin del tirano


Los primeros años

El catalán José Bosch Subirats, nacido en Tortosa, valoraba su oficio de albañil y era casi un artista en su trabajo. Se presentaba en las construcciones de Barcelona con todo un prestigio bien ganado y era contratado de inmediato. Se movía en los andamios con familiaridad y sabía lo que tenía que hacer. Desgraciadamente el país estaba en decadencia, la metrópoli española había perdido su última colonia en América y la bella isla de Cuba proclamaba su independencia. Cataluña enfrentaba una ruina creciente y los cafés de Barcelona tenían una clientela escuálida. No había trabajo y se detenía la construcción de casas señoriales y edificios públicos. José Bosch Subirats se propuso emigrar. No quería ser uno más entre los millares de catalanes que luchaban en París por ganarse la vida y adaptarse a un mundo que les resultaba extraño y en el que eran discriminados. Empezó a acariciar el sueño americano pero no pensó emigrar a Estados Unidos, ya que le parecía imposible hablar inglés. Un amigo le describió Santo Domingo como una especie de paraíso terrenal, donde la prosperidad estaba al alcance de cualquier extranjero con espíritu de trabajo. Bosch Subirats jamás fue un hombre vacilante. A comienzos de diciembre de 1899 compró un pasaje de tercera clase en un barco que 81


Luis Alberto Mansilla | Los días chilenos de Juan Bosch

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viajaba hacia el Caribe. Llegó a Santo Domingo en los últimos días del siglo diecinueve. El siglo XX era esperado con negros presagios pero también con indisimulado asombro y expectativas ante los prodigios de la ciencia y la técnica, que anunciaban maravillas inimaginables. Estaban en desarrollo inventos como el cine, los aviones, los automóviles, los teléfonos, los gramófonos. La luz eléctrica ya no era una novedad. Empezaban a morir los faroles a gas que alumbraban las calles, y todo se transformaba casi como de la noche a la mañana. Los agoreros de siempre anunciaban el fin del mundo a corto plazo y las damas conservadoras se horrorizaban ante la inaudita libertad de costumbres y el abandono de los pudores. En las playas convivían hombres y mujeres en trajes que iban perdiendo el recato so pretexto de gozar mejor del sol y de las olas. José Bosch Subirats sintió que llegaba a una especie de tierra prometida. La exuberancia de la naturaleza, los cielos siempre azules, la alegría y cordialidad de la gente le conquistaron desde los primeros días. Al poco tiempo conoció a Ángela Gaviño, una bella puertorriqueña, hija del español gallego Juan Gaviño. El romance terminó en el altar el 6 de noviembre de 1906 por exigencia del padre que no miró con malos ojos al catalán, tan dispuesto a ganarse la vida, pero al que había que comprometer porque los galanes terminan desapareciendo cuando tienen que pagar con el matrimonio los adelantos del amor. En los primeros meses de su arribo, José trabajó como albañil en las reparaciones del Palacio Presidencial. Demostró habilidades superiores a las que se podía disponer en la mano de obra de las construcciones. Fue contratado de inmediato para construir la chimenea de ladrillo del ingenio Italia, que luego se llamaría Caei.

Cuando la chimenea estuvo lista le propusieron trasladarse a La Vega, donde se construía el Teatro La Progresista, una construcción de envergadura que había diseñado el celebrado ingeniero don Hermógenes García, quien también era el constructor del palacio Don Sol, que todavía es un hermoso edificio de La Vega. En La Vega la familia echó raíces. José abandonó su oficio de albañil y se dedicó al comercio. Compraba alimentos, telas, artefactos domésticos y los ofrecía a los sencillos habitantes de la región. La familia empezó a multiplicarse. Nacieron José en 1907 y Juan el 30 de junio de 1909. Hacia 1911 la situación en Santo Domingo era de crisis total. El padre creyó que la rueda de la fortuna podía darle otro giro en Haití, y se trasladaron a vivir allí. Nacieron tres hijos, Ángela, María Josefina y María Leticia. Al comienzo las cosas anduvieron bien, el comercio funcionaba, pero luego el caos y la miseria de Haití le hicieron añorar a Santo Domingo. Regresaron. El niño Bosch conserva imágenes de entonces que luego se convertirían en su razón de ser. Cuando recuerda esos años Bosch dice: “Nosotros salimos de La Vega hacia Haití, pero cuando regresamos se incorporó a mi memoria la casa de mi abuelo en Río Verde y las llamadas revoluciones de entonces, que no eran sino luchas fratricidas. Quedó en mi recuerdo de manera intensa la pobreza de los campesinos que vivían en Río Verde y –sobre todo– la pobreza de los niños. Yo me comparaba con los niños de esas casas que no eran tales sino bohíos miserables. Eso influyó mucho en mi vida. Fue en realidad la fuerza que me llevó a hacer cosas que otros muchachos de mi edad no hacían, y a desear cosas que ellos no deseaban. Otros muchachos querían ser ricos, tener una buena casa, una buena bicicleta. A mí no me interesaba nada

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de eso. No podía desprenderme del recuerdo de esos niños de Río Verde”. Eran niños descalzos, desnutridos, desdentados, enfermos. Apenas comían. Sus padres vivían una larga miseria aunque trabajaban duramente en algunos ingenios. Vivían en chozas con piso de tierra. Las revoluciones diezmaban las vidas de los varones adultos. Las madres enfrentaban solas el difícil sostén de parvadas de hijos. El abuelo Juan Gaviño era un buen lector. Le gustaban los libros y los acumulaba. Era dueño de una biblioteca cuyos volúmenes habían aparecido de no sé dónde, porque eran artículos raros en una región donde los analfabetos eran mayoría. El niño, en tránsito hacia la adolescencia, leyó allí el poema del Mio Cid, las hazañas de Ariosto, el libro de los doce pares de Francia. No eran obras de fácil lectura. El castellano antiguo necesitaba ser descifrado. Pero el hilo de las narraciones era muy entretenido, y se acostumbró a seguir las hazañas de los héroes y del mundo épico en el que habitaban. El abuelo recibía también revistas de España y amaba la historia del país de sus antepasados. El padre era también un buen lector, admirador de Don Quijote. Narraba a menudo las aventuras del caballero de la triste figura, y al niño Bosch le fueron familiares la lucha contra los feroces gigantes que no eran otra cosa que molinos de vientos o las sabias sentencias del gobierno de Sancho Panza en la ínsula de Barataria. “Fuí formándome un ambiente en el que mi imaginación podía expandirse porque yo vivía la vida del Quijote, la vida del Cid, la vida de Orlando el furioso, la vida de Roldan”. Esos héroes de yelmos y armaduras nada tenían que ver con el Caribe, habían vivido en otro mundo y en años remotos, además eran creaciones literarias. No obstante tenían sobre

el muchacho un poder irresistible. Eran los personajes de sus sueños. Empezó a escribir sus propias historias y era evidente que tenía grandes aptitudes para la expresión literaria. El padre le enseñó a escribir a máquina. Le pareció un aparato mágico. Las teclas sobre el papel armaban reglones parejos y nítidos. Era alumno del colegio San Sebastián, de La Vega, y se le ocurrió mecanografiar un pequeño periódico que llamó El Infante, el cual contó con la colaboración permanente de un condiscípulo, Mario Sánchez Guzmán, que sería uno de sus más entrañables amigos de toda una vida. Lo vendían en la escuela a medio centavo y los personajes de las crónicas eran los profesores, los compañeros de clases, los personajes del pueblo. Los artículos del escolar en El Infante eran admirados más allá de las aulas del colegio San Sebastián. Tanto fue así que un día llegó una carta de un periódico de Barahona llamado Las Brisas de Birán en la que le pedían colaboraciones. Escribió artículos, pequeños cuentos, poemas con el seudónimo Rigoberto de Crez. Naturalmente, esos primeros escritos se los llevó el viento. Pero Bosch recordó siempre uno de sus versos de entonces, que decía: “Yo quiero ser entre los hombres, hombre. / Yo quiero ser entre los bravos, bravo. / Yo quiero llegar donde Dios se esconde, / y al mismo Dios arrebatarle el rayo”. El país padecía desde 1916 la ocupación de los marines de Norteamérica. Se reprimía ferozmente a los patriotas, y parecía que la ocupación –que se prolongó hasta 1924– sería eterna.

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Una temporada en otros mundos

En 1924 Juan Bosch decidió vivir y trabajar en la Capital. Lo acompañó su familia, que no se consolaba de la muerte de sus hijos Francisco y Ana Leticia, víctimas de una disentería provocada por las malas condiciones sanitarias de la Isla. Aparecían sus poemas y artículos en La Nación de Santiago de los Caballeros, y en la revista Bahoruco. Ya entonces se advertía su preocupación por la maltratada condición humana y por la libertad. La ocupación norteamericana había dejado en el país una secuela de corrupción, de enfrentamientos de caudillos que trabajaban para sus arcas, de miseria y atraso popular. Bosch tenía que ganarse la vida. Había hecho algunos estudios de comercio y era un eficiente oficinista. Trabajó en la Casa Lavandero y luego en el centro comercial de Ramón Corripio. Buscaba los ambientes culturales que no eran frecuentes en la ciudad. Creyó que, además de periodista, poeta y cuentista, podía convertirse en escultor. Tenía algunas habilidades para tallar figuras pero no le resultó nunca alguna que le dejara satisfecho. Renunció definitivamente a esa disciplina aunque su afición y el conocimiento de los escultores le acompañó siempre. En 1929 sus padres decidieron enviarle a Barcelona, donde vivía su familia paterna. Bosch tenía veinte años y le resultaba incitante pasar una temporada en otro mundo. Allí no 87


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encontró mayor eco para su producción literaria, y ante la necesidad de ganarse la vida y no ser una carga para sus modestos parientes, encontró un trabajo que consistía en vender publicidad para diarios y revistas. Luego descubrió que era más lucrativo vender un ponche crema fabricado por una empresa venezolana. Aunque nunca tuvo vocación por la bohemia le fascinaron los cafés de Barcelona con números de variedades. Los viejos cuplés, las arias de zarzuelas, el canto flamenco le atraían. Concibió la idea de crear una compañía que se llamaría Variedades y que llevaría a diversos países iberoamericanos a esos cantantes, bailarines, guitarristas que tanto le maravillaban. Hizo contacto con un empresario teatral de Caracas quien contrató al conjunto para actuar en el Teatro Olimpia de esa ciudad. Al comienzo la inusitada actividad entusiasmó a Bosch. No le importaba desempeñarse como tramoyista, iluminador, boletero, presentador de los números. Las atracciones de Variedades eran heterogéneas. Incluían a una cupletista de bella voz pero de abundantes kilos; a un tenor de ópera italiana algo afónico; a una pareja de bailarines flamencos llenos de fuego y castañuelas; a unos equilibristas, a una cantante de boleros y a tres músicos viejos. El éxito de público fue discreto. Bosch debía preocuparse además del alojamiento, alimentación, sueldos y caprichos de sus artistas. Todos estimaban que merecían mayores consideraciones. La cupletista sentía que era una estrella y que sus acompañantes eran una murga indigna de sus pergaminos. Los despreciados decían a su vez que la diva debía retirarse y someterse a una dieta. Variedades fracasó estruendosamente y el empresario Bosch se vio en duros aprietos para pagar los salarios y los pasajes de regreso a Barcelona de sus artistas. Enfrentó resignado la

pobreza y la cesantía. Para aliviar sus males aceptó una proposición de trabajo en el circo Coney Island que dirigía un dominicano que se hacía llamar capitán Carrasco. Su trabajo consistía en salir por las calles con un megáfono anunciando las atracciones del Circo: el sensacional hombre traga-fuego, los trapecistas intrépidos, los payasos más divertidos del mundo, los terribles tigres de Bengala, el elefante bailarín, etc. A diferencia de Variedades, el circo del capitán Carrasco tenía gran éxito. Bosch recorrió con la troupé las ciudades de Valencia, Puerto Cabello y Curazao. No obstante, en Curazao decidió desertar del mundo del circo, ya que le parecía que su papel de propagandista de las funciones no podía ser eterno. Decidió probar suerte en el oficio de su padre y fue albañil en la construcción de un teatro en Curazao diseñado por un arquitecto italiano. Desde allí viajó a Puerto España, capital de Trinidad y a Martinica. El mundo se estremecía con la crisis de la bolsa de valores de Wall Street, cuyos coletazos habían significado millones de cesantes en todo el mundo y también en Santo Domingo, donde una constante lucha de caudillos por el poder había sumido a la isla en una semianarquía, cuyas víctimas principales eran la gente del pueblo asalariado que no tenía trabajo ni los medios mínimos de subsistencia. A mediados de 1930 el ciclón San Zenón había devastado la ciudad de Santo Domingo. Los damnificados eran millares. Las fuerzas desatadas de la naturaleza dejaron escombros y dramas colectivos e individuales por doquier. El país estaba prácticamente en el suelo y la reconstrucción era difícil porque las finanzas del Estado habían sufrido los efectos de la crisis mundial y de la corrupción insaciable de sus administradores. El 16 de agosto de 1930 asumió el poder –luego de unas discutibles elecciones– el jefe del ejército, brigadier Rafael

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Leonidas Trujillo Molina. Tenía entonces 36 años y carecía de escrúpulos. De origen modesto, había ingresado en 1918 a la Guardia Nacional creada por los ocupantes norteamericanos como una draconiana fuerza represiva. Se había destacado en el exterminio de guerrilleros nacionalistas, y antes de erigirse en jefe del ejército era capitán de la policía. Después del fin de la ocupación norteamericana en 1924 el general Horacio Vásquez fue elegido Presidente de la República. Uno de sus muchos errores fue nombrar a Trujillo teniente coronel del Ejército. Existía el Partido Progresista y otro llamado Partido Nacional. El presidente Vásquez tuvo que dar una batalla constante contra los conspiradores que querían derrocarlo. Trujillo se declaró obediente al Presidente pero hizo cuanto pudo por alzarse con el poder en 1930. Desató una ola de terror en todo el país y tanto fue así que el presidente Vásquez debió asilarse en la Embajada de EE. UU. Al abandonar su refugio, le preguntó a Trujillo: “¿Soy su presidente o su prisionero?”. El maquinador personaje ya tenía todo organizado para asumir el poder absoluto guardando todos los formalismos legales. En esos años Juan Bosch estaba ausente del país; vivía sus peripecias en Venezuela. Advirtió de manera visionaria “se está gestando una tiranía que puede durar mucho”. En efecto, Santo Domingo padeció a Trujillo desde 1930 a 1961. De vez en cuando El Benefactor dejaba el poder y colocaba en su lugar a sus testaferros que, eso sí, eran elegidos en abrumadoras elecciones populares; el único partido permitido era el Partido Dominicano y su consigna Dios y Trujillo resultaba inexorable.

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El escritor rebelde

En 1931 Bosch decidió regresar a su país. A partir de entonces su actividad literaria no tuvo descanso. Publicó poemas firmados con su nombre en el periódico Listín Diario, y allí también apareció un relato que luego se transformó en el cuento En un bohío. A comienzos de 1933 intentó escribir una carta a su amigo Mario Sánchez Guzmán. Estaba en La Vega y después del Querido Mario los dedos en la máquina de escribir se deslizaron hacia otras visiones. Después se dio cuenta de que no había escrito ni una palabra para el amigo y que había dejado en las carillas el cuento La mujer que ahora figura en cualquier antología del cuento latinoamericano. De ahí a escribir un libro había pocos pasos. El mismo Bosch habla del primero de ellos. “El primero de mis libros fue Camino Real, cuentos. Ese libro se editó en La Vega, en la imprenta de Ramón Ramos, un señor que publicaba un periódico pequeño llamado El Progreso. Ahí la composición se hacía a mano. La portada del libro la hice yo mismo con un cuchillo y un pedazo de madera de caoba. Ese libro me identificó como cuentista dominicano. Quería escribir algo más que cuentos”. Dos años después publicó la novela La Mañosa. Se había casado 91


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con una bella muchacha: Isabel García. Escribió el libro en el pequeño comedor de recién casados. La llamó novela de revoluciones. Quería transmitir sus impresiones del país que había conocido de niño, de los campesinos, de sus costumbres, de sus aspiraciones y caracteres. Antes, en enero de 1934, Bosch fue detenido por la policía de Trujillo. Le acusaban de conspirar con sus amigos intelectuales. Le encerraron durante varias semanas en la fortaleza de Ozama y después le trasladaron a la prisión de Nigua. Uno de sus amigos, el escritor César Herrera, hizo gestiones con el entorno de Trujillo y consiguió su libertad. La prisión no tuvo secuelas. Editaba un periódico literario llamado La Cueva, del que era editor, redactor y financista. La Cueva dio lugar a un centro intelectual muy estimulante cuyos animadores eran Manuel del Cabral, Franklin Mieses Burgos, Pedro Mir, Rafael Américo Henríquez. En La Cueva se discutía interminablemente y sus miembros estaban bajo la vigilancia de la policía, aunque algunos de ellos eran colaboradores e incluso funcionarios de Trujillo. No obstante, en la primavera de 1935 Bosch fue designado para un cargo en la Dirección General de Estadísticas. Desde allí organizó un Censo Nacional de la población de Santo Domingo. En 1936 nació León, su primer hijo. Aunque las tertulias de La Cueva, sus escritos, sus amigos y su hogar le aseguraban una vida normal, no podía desentenderse de la atmósfera asfixiante de la dictadura. Los opositores notorios eran asesinados o desaparecían. Todos los espacios de libertad eran imposibles. En octubre de 1937, Trujillo ordenó la atroz masacre de los pobladores haitianos de Dajabón. ¿Cuántos fueron los asesinados? Familias enteras cayeron bajo las balas

de los criminales del Ejército que obedecieron una orden perentoria de Trujillo, de proceder sin piedad alguna y despojar de haitianos ese territorio. Bosch se declaró rebelde. Le avergonzaba ser jefe de información de la Dirección General de Estadísticas. Gozaba de cierta tranquilidad económica y tenía tiempo para escribir. Pero no podía permanecer con los brazos cruzados y como un testigo inerte de los horrores del Benemérito que convertía al país en una hacienda de su propiedad. Hacia fines de 1937, uno de sus amigos, Mario Fermín Cabral, le comunicó que Trujillo había decidido convertirle en diputado. Necesitaba en el parlamento, intelectuales de prestigio que dieran la sensación de que el mundo cultural también apoyaba su autocracia. Era difícil decirle que no a Trujillo. La osadía se pagaba con la propia vida y hasta con la integridad física de los familiares del opositor. Bosch decidió salir a Puerto Rico con su familia. ¿Cómo podía desprenderse de los tentáculos de Trujillo? Luego de imaginar varias alternativas para salir del país encontró un pretexto convincente. El propio Bosch lo cuenta: “Nos fuimos a Puerto Rico porque supe que Trujillo pensaba nombrarme diputado. Para irnos tuvimos que valernos de un médico, que pronosticó una enfermedad de Isabel, quien estaba embarazada y que debía ver un médico antes de dar a luz, un médico de otra parte que conociera la dolencia de ella. La verdad es que no había tal dolencia”. Salieron hacia Puerto Rico el 13 de enero de 1938. La guerra civil española llegaba a su etapa final. El dramático éxodo de los republicanos conmovía al mundo. Curiosamente Trujillo les abrió las puertas de la República Dominicana. Los refugiados constituían un buen negocio.

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Debían pagar una suma considerable por su residencia y además aportaban sus conocimientos profesionales en las universidades y en las numerosas empresas de Trujillo. Lo mismo ocurrió hacia 1940 con centenares de judíos desesperados que huían de los hornos crematorios de Hitler y que también encontraron –previo pago– un lugar de salvación en Santo Domingo.

Hostos, el sembrador

Bosch, su esposa Isabel García y su hijo León, llegaron a San Juan de Puerto Rico con 90 dólares que les aseguraban apenas una semana de subsistencia. Fueron allí acogidos generosamente por la escritora Nilita Vientós, presidenta del Ateneo de Puerto Rico y por el poeta Luis Muñoz Marín, que sería gobernador del país. La segunda hija de Bosch, Carolina, nació cinco meses después en San Juan. Los primeros pasos en el exilio parecían inciertos. Bosch concurría diariamente a la Biblioteca Nacional, y allí le contactaron con Adolfo Hostos, hijo del eminente escritor y pedagogo Eugenio María de Hostos, quien le pidió se hiciera cargo de la transcripción de la totalidad de la obra de su padre, un paladín de la independencia de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico, cuya unión en un solo país fue uno de sus sueños imposibles. La obra literaria de Hostos era poco conocida fuera de Puerto Rico y Santo Domingo. Hacia fines del siglo XIX había sido contratado por el gobierno chileno para realizar un plan educacional que puso en marcha iniciativas modernas y democráticas. Hostos se ganó en Chile el respeto de los intelectuales y de los políticos liberales. Bosch asumió el rescate de Hostos con entusiasmo y una dedicación que ocupaba todo su tiempo. Escribió un prefacio 94

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a sus obras en lo que fue más allá de una biografía. Resultó un libro que estableció la verdad histórica y revivió la época de Hostos con sus ideas, sus luchas políticas, sus grandes aspiraciones frustradas. Tituló el libro Hostos, el sembrador. Escribió: “Hostos fue para mí, en realidad, un maestro y a través de su obra transformé mi destino. Antes de leer la obra de Hostos yo no tenía un proyecto claro ni bien concebido y expresado. Era solo un hombre que quería hacer algo por mi pueblo y por los pueblos latinoamericanos. Después de haber leído completa la obra de Hostos ya sabía lo que tenía que hacer”. El 7 de noviembre de 1938 Bosch expresó en público su dominio de la vida y la obra del maestro puertorriqueño. Dictó en el Ateneo de San Juan una conferencia titulada Mujeres en la vida de Hostos, que luego fue publicada por la Asociación de Mujeres Graduadas de la Universidad de Puerto Rico. A principios de 1939 un comité de homenaje a Hostos envió a Bosch a La Habana para dirigir allí la edición de sus obras completas. El trabajo era exhaustivo y el celo de Bosch por no incurrir en erratas y en resguardar los textos de Hostos con la mayor y más minuciosa fidelidad, le ocuparon meses de trabajo de la mañana a la noche. No le preocupaba solo Hostos. Su decisión de luchar contra Trujillo se limitaba a la denuncia y al trabajo de opositor intelectual. Estimó que era indispensable la existencia de un partido resuelto a luchar contra la tiranía por todos los medios. Pensaba que era imposible ningún cambio sin un instrumento político. Cuando llegó a La Habana ya tenía escrita la convocatoria a la fundación del Partido Revolucionario Dominicano. Estimaba que era indispensable un líder que dirigiera el Partido, pero no era su intención autoproclamarse como tal.

Al contrario, buscó entre los exiliados en Cuba, Puerto Rico y Costa Rica a los dirigentes del PRD. El Partido respondía a principios democráticos y libertarios. Su primer objetivo era derrocar al trujillismo para restablecer las libertades públicas y –sobre todo– para devolverle la dignidad material y política al pueblo dominicano. En el PRD había un lugar para todos los perseguidos, los exiliados, los demócratas. Debía ser una organización con la mayor amplitud, de pensamiento plural, antioligárquica e independiente de los designios de EE. UU., que había ocupado el país desde 1916 a 1924, y que era en gran parte culpable de la entronización de Trujillo. Por esos días el ejército de Franco aplastaba definitivamente a la República española y se imponía un régimen ultra derechista y fascista, aliado a Mussolini y Hitler. En septiembre de 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial, y las tropas del Tercer Reich iniciaron la invasión de la mitad de Europa. Parecían invencibles en sus avances. La población judía de Alemania, Austria y Polonia era despojada de sus bienes y arrojada a campos de exterminio. La ocupación de París y el gobierno títere de Vichy colmaban toda capacidad de asombro y horror.

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Los años en La Habana

Bosch y el PRD proclamaron un activo antifascismo y una colaboración resuelta con los aliados. La vida en La Habana le era grata a Bosch, aunque debía ganarse el pan en trabajos que le distraían de su obra literaria y de su acción política. Se desempeñaba en 1941 como vendedor de productos farmacéuticos y también como libretista de la radio CMQ. Escribió un radioteatro en serie llamado Forjadores de América en el que revivió la historia de los héroes de la independencia del Continente, y otro Memorias de una dama cubana que recogía relatos testimoniales de la historia de Cuba en los años de Martí y de sus primeros pasos como la última república liberada de la metrópoli colonial. En lo personal, había roto su matrimonio con Isabel García. Luego fue colaborador permanente de los grandes periódicos de Cuba El Crisol, La Información y era animador de grandes debates y actividades culturales en La Habana. En noviembre de 1941 viajó a México como delegado del PRD a una reunión de la Central de Trabajadores Latinoamericanos, donde hizo amistad con el líder Vicente Lombardo Toledano. En 1943 ganó el Premio Hernández Catá con su cuento Luis Pie y era celebrado por otro de sus relatos Dos pesos de agua. 99


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Los parlamentarios del Partido Revolucionario Cubano le solicitaron la redacción de importantes artículos de la nueva Constitución y el primer ministro Prío Socarrás le convirtió en uno de sus principales asesores. El PRD tomaba bríos y tenía bases en México, Guatemala, Venezuela, hacia donde viajó Bosch para dar orientaciones generales a los militantes, quienes escuchaban con respeto las ideas de Bosch sobre la táctica y la estrategia de la organización. Entre el 29 de marzo y el 7 de abril de 1943 se realizó el primer congreso del PRD, que acordó un programa político y una declaración de principios que le dieron solidez y le convirtieron en el más importante conglomerado político dominicano, con una visión muy clara acerca de cuáles debían ser los destinos del país pos Trujillo y las acciones que había que poner en marcha para alcanzar sus objetivos. Era una lucha muy dura. Trujillo se autoreproducía. Su autocracia la aseguraba el único partido permitido –el Partido Dominicano– y las convincentes armas del terror de un ejército que actuaba como gendarme de sus cuantiosos intereses. Agréguese una policía feroz con licencia para matar. Luego de obtener el premio Hernández Catá, Bosch se casó con la hermosa cubana Carmen Quidiello. La conoció en el interior de un bus en La Habana y casi fue un amor a primera vista. La boda fue apadrinada por la ilustre escritora española María Zambrano, exiliada en La Habana, por el general Loynaz del Castillo y por el poeta Nicolás Guillén. De ese segundo matrimonio nacieron sus hijos Patricio y Bárbara. Durante años Bosch participó en todos los detalles de una expedición militar destinada a derrocar a Trujillo. Por fin en 1947 todo estuvo listo en el mayor secreto en Cayo Confites. El grupo expedicionario estaba integrado por cuatrocientos

soldados, entre ellos un joven abogado llamado Fidel Castro. Llevaban las armas necesarias y un plan cuidadosamente estudiado al que se sumarían fuerzas populares de la resistencia interior. Desgraciadamente, fueron interceptados en alta mar por fragatas de guerra cubanas y obligados a volver a su punto de salida. Fue una gran frustración que sumió a los expedicionarios en el desaliento. Bosch tuvo que desplegar grandes esfuerzos para mantener unidos a sus compañeros, quienes finalmente estuvieron dispuestos a participar en otros intentos que nunca fueron exitosos. A comienzos de 1948 Bosch acompañó al presidente electo de Cuba, Carlos Prío Socarrás en una visita a Costa Rica y Venezuela. Su amigo Rómulo Gallegos había sido elegido primer mandatario de Venezuela y se proponía realizar un programa de gobierno muy similar al concebido por el PRD. El encuentro fue emotivo y lleno de esperanzas pero algunos meses después Gallegos fue derrocado por un golpe militar que entronizó a una Junta Militar y luego al coronel Marcos Pérez Jiménez. La democracia venezolana fue arrasada y durante diez años los venezolanos sufrieron los horrores de un régimen corrupto y represivo que logró unir a las fuerzas democráticas hasta provocar su caída en 1958. En noviembre de 1948 Bosch estuvo al frente de una misión que llevó a Costa Rica un cargamento de armas para ayudar a José Figueres a defenderse de la agresión de Anastasio Somoza, el dictador de Nicaragua, quien igual que Trujillo era una amenaza para las débiles democracias de la región: Costa Rica y Guatemala. Los golpes militares también llegaron a Cuba. En 1952 Fulgencio Batista derrocó al presidente Prío Socarrás, y a partir de entonces la existencia de Bosch y del PRD fue difícil allí. El

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26 de julio de 1953 Fidel Castro, con un grupo de temerarios jóvenes, asaltó el cuartel Moncada y puso en jaque al gobierno de Batista. Bosch fue acusado de participar en el asalto y lo encarcelaron en la fortaleza La Cabaña. Solo la intervención del general Loynaz del Castillo, sobreviviente de la guerra de independencia de Cuba, impidió que fuera condenado. En medio de las constantes convulsiones Bosch no abandonó su trabajo de escritor y periodista. Sus libros exploraron los géneros del ensayo, los tratados, la historia. Publicó Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo, Póker de espanto en el Caribe, Cristóbal Colón –biografía del descubridor, para escolares–. Sus proyectos literarios eran innumerables, y le desesperaba no darles curso. Su decisión de avecindarse en Chile durante casi dos años (ver capítulo aparte) no obedeció sino a su necesidad de darse un paréntesis para escribir y publicar algunas obras que le quitaban el sueño. Mientras tanto, Trujillo salía ileso de las operaciones para derrocarlo y extendía sus crímenes hacia otros países. Colmó el vaso el frustrado atentado contra Rómulo Betancourt en Venezuela. La OEA decidió bloquear económicamente a Santo Domingo. Horrorizaba, además, el crimen del que fueron víctimas las hermanas Patricia, Minerva y María Teresa Mirabal, asesinadas por orden de Trujillo y convertidas en símbolos del patriotismo y la resistencia.

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Después del fin del tirano

El 30 de mayo de 1961 ocurrió lo increíble: Trujillo fue asesinado al anochecer en una carretera junto al mar. El Benefactor iba solo con su chofer en dirección a su Casa de Caoba construida para sus placeres, y que era una de las treinta residencias que poseía en la Isla. El auto fue obligado a detenerse y de inmediato aparecieron las ametralladoras que ejecutaron un ajusticiamiento largamente esperado. La acción obedecía a una conjura de un grupo de oficiales encabezados por Imbert Barrera. Oficiaba como presidente de la República Joaquín Balaguer. Los funerales de Trujillo se realizaron en medio de una pompa impresionante y de estallidos de histeria de la población, a la cual se había convencido de que después de Dios era Trujillo el dispensador de todo. Los hermanos del dictador, quienes habían salido de la Isla, regresaron de inmediato para dirigir el más desenfrenado terror. Rápidamente los participantes en la conjura fueron asesinados, con excepción de dos de ellos. A Imbert Barrera no pudieron echarle mano y solo reapareció cuando ya no corría peligro. El país se trastornó. Balaguer anunció que la guerra civil estaba a la vista. Patrullas navales de EE. UU. se paseaban desafiantes por las calles y parecían indicar una inminente 103


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ocupación de la Isla. Balaguer tuvo que esbozar una política sobre bases más democráticas. Bosch arengaba al pueblo dominicano por la radio y su voz era escuchada con respeto reverente. Ganaba millares de voluntades para la construcción de un país distinto que dejara atrás el orden macabro del Benefactor. Como un anticipo del cambio llegó a Santo Domingo el comité ejecutivo del PRD, que fue acogido clamorosamente. El 20 de octubre de 1961 Bosch regresó definitivamente a Santo Domingo después de veinticuatro años de exilio. Fue proclamado de inmediato candidato a la Presidencia de la República. En las elecciones realizadas el 20 de diciembre de 1962 fue elegido con el 60 por ciento de los votos. Así, el Partido Revolucionario Dominicano se convertía en la primera fuerza política y en todo lo opuesto a Trujillo y su herencia. Bosch asumió el mando el 27 de febrero de 1963. Su programa de gobierno era revolucionario y duro de realizar. Se proponía una profunda reforma agraria, un desarrollo del cooperativismo, la liberación de impuestos a las pequeñas industrias, la destrujillización de las fuerzas armadas, la administración pública de las finanzas. El gobierno de Bosch duró apenas siete meses y vivió un permanente clima de desestabilización en el que no era ajena la política del Departamento de Estado de EE. UU. En junio de 1963 hizo crisis un conflicto con el dictador de Haití, François Duvalier, por cuestiones fronterizas. De pronto, el 25 de septiembre de 1963, un comando encabezado por el Ministro de Defensa, Viñas Román, dio a conocer un comunicado firmado por los jefes del Estado Mayor del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, que daba por derrocado al presidente Bosch detenido en el Palacio Presidencial. Desde allí el Presidente hizo llamados telefónicos a los presidentes

de México, Costa Rica, Venezuela y al Gobernador de Puerto Rico para que se solidarizaran con el mandatario legítimo de la República Dominicana. Las comunicaciones fueron interrumpidas por los golpistas. Bosch fue obligado a refugiarse en Puerto Rico. Los golpistas declararon inexistente la Constitución, disolvieron las cámaras y formaron un gobierno provisional. El depuesto Bosch declaró que los jefes de las FF. AA. estaban unidos a los grandes terratenientes, a los hombres de negocios y al sector más elevado de la clase media. Afirmó en un artículo firmado por él en New Leader, que “la masa de la población integrada por campesinos, trabajadores cesantes, el sector bajo de la clase media se impuso en unas elecciones democráticas en que fui elegido. La minoría encabezada por los militares estaba decidida a no renunciar a su poder. Yo estaba seguro de que las FF. AA. apoyarían a la minoría, puesto que siempre ha ocurrido así en América Latina, y Santo Domingo no iba a ser la excepción. Para esos grupos oligarcas un gobierno honesto constituye un pecado imperdonable puesto que estaban acostumbrados a recibir beneficios ilegales a través de amigos y familiares que ocupaban posiciones gubernamentales”. Los golpistas calificaron al gobierno de Bosch de “corrupto y pro comunista”. Dijeron que la situación del país era caótica y que los problemas de Santo Domingo no podían ser resueltos “a través de la constitucionalidad”. Las convulsiones provocadas por el derrocamiento de Bosch fueron trágicas. Los triunviratos en el poder se sucedieron unos tras otros. Más de la mitad de la población quería el regreso de Bosch a su cargo legítimo y constitucional. La ciudad de Santo Domingo fue bombardeada por los aviones

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del general Elías Wessin y Wessin. La Marina de Guerra se unió a Wessin y los barcos de guerra dispararon contra el Palacio Presidencial que además había sido bombardeado. Atacaron un campamento en las afueras de la ciudad e incendiaron varios edificios. Los partidarios de Bosch levantaron barricadas en las calles. Bosch era llamado a volver al país. El gobierno de EE. UU. temió que los partidarios de Bosch y su lucha armada culminaran en un gobierno comunista y que triunfara una segunda Cuba, a pesar de que después del golpe militar contra Bosch el Partido Comunista Dominicano fue declarado fuera de la ley. Los leales a Bosch lograron elegir de acuerdo a los mandatos de la Constitución al coronel Francisco Caamaño Deñó. Se había producido el desembarco de cuatro mil infantes de marina de EE. UU. y de soldados aerotransportables, so pretexto de proteger la vida de los norteamericanos que vivían en la Isla y restablecer el orden. EE. UU. comprometió a la OEA, que acordó enviar a Santo Domingo unas fuerzas de paz para reforzar la ocupación norteamericana. Participaron soldados de Brasil, Paraguay, Honduras, Nicaragua. Los sucesivos golpes militares y la invasión de EE. UU. dejaron en la ruina al país y significaron más de tres mil muertos, dominicanos masacrados tanto por las facciones armadas dominicanas como por los ocupantes yankis. Bosch condenó en todos los tonos la ocupación norteamericana y se atrevió a regresar desde Puerto Rico. Fue recibido con una multitudinaria concentración en el parque Rubén Darío. Acusó públicamente con sus nombres a los culpables del bombardeo de la ciudad y exigió una indemnización de más de mil millones de dólares a los invasores. Tal exigencia prometió que la presentaría al Tribunal de La Haya. Interrumpió ese día su

discurso para darle un abrazo al ex Presidente Constitucional Francisco Caamaño Deñó, allí presente. Aceptó ser candidato a la Presidencia en las elecciones de 1966, aunque era evidente que todo el proceso electoral estaría viciado. Pensaba que si no se efectuaban dichas elecciones las tropas norteamericanas no iban a salir del país. No fue sorpresa su derrota. Fue elegido Joaquín Balaguer por amplio margen. Bosch prometió que sería el jefe de una oposición leal y positiva. De nuevo Bosch se alejó de su país para vivir una temporada en Europa. Sus libros se multiplicaron: Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, El Pentagonismo: sustituto del imperialismo, De Cristóbal Colón a Fidel Castro, Composición social dominicana, Breve historia de la oligarquía. A eso había que sumar sus relatos David, biografía de un rey, La muchacha de la Guaira, Judas Iscariote, el calumniado, Cuento de Navidad, Cuba, la isla fascinante. El reconocimiento al notable escritor era tan unánime como el respeto al tenaz político dominicano que tanto había hecho por la libertad y la unidad de su país. Regresó a Santo Domingo en 1970. El PRD se abstuvo de participar en las elecciones presidenciales de ese año porque las consideró una farsa. Balaguer fue reelegido. A su regreso, le pareció perentoria la reorganización del PRD. Se había formado una oposición de derecha cuyo vocero era el dirigente Peña Gómez. No compartía en absoluto los criterios de Bosch. Se negaba a ir a las reuniones del comité ejecutivo nacional. Bosch decidió abandonar el PRD que había fundado en 1939. Fue una renuncia sin pena porque estimaba que era necesario un nuevo partido para desarrollar nuevas concepciones políticas e ideológicas.

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Así, con un puñado de gente joven, de trabajadores manuales y profesionales prestigiosos se fundó el 15 de diciembre de 1973 el Partido de la Liberación Dominicana (PLD). Al año siguiente apareció el periódico del nuevo partido llamado Vanguardia del Pueblo. Allí Bosch no solo fue el redactor más constante y valioso sino el maestro de todo un equipo periodístico que convirtió a Vanguardia en una publicación de alto nivel. En 1970 Bosch obtuvo el Premio Nacional de Literatura con su obra El oro y la paz. La marcha hacia la democracia se tornó más segura. En las alecciones de mayo de 1978 fue elegido presidente Antonio Guzmán, candidato del PRD. El PLD participó por primera vez en una contienda democrática con buenos resultados. En 1986 el PLD obtuvo dos senadores y diecinueve diputados. Sus fuerzas crecieron hasta culminar en 1996 con la elección de Leonel Fernández como presidente de la República. Juan Bosch cumplió noventa años en 1999. Su figura llena la historia dominicana del siglo XX. El político humanista, visionario, tenaz y valiente es el mismo maestro del cuento latinoamericano, el novelista, el ensayista, el historiador, el periodista excepcional. Todos somos sus deudores. Iluminó cuanto emprendió en su incansable amor por los seres humanos y su vida libre y plena.

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Tres libros publicados en Chile La muchacha de La Guaira | Cuba, la isla fascinante Judas Iscariote, el calumniado


La muchacha de La Guaira

En agosto de 1955 la editorial Nascimento, de Santiago de Chile, publicó la primera edición de La muchacha de La Guaira, una colección de ocho cuentos de Juan Bosch, quien era en Chile un autor desconocido. Rara vez Nascimento editaba libros de autores de otros países. Era la editorial de los autores chilenos, y allí se publicaron los más celebrados títulos de la poesía y la prosa del país hasta la séptima década de este siglo. Bosch ya había establecido los contactos necesarios con el editor y prometía un volumen de cuentos en su mayoría inéditos. Era reconocido como un maestro del género, y varios cuentos suyos eran del dominio de los lectores cultos. La edición de La muchacha de La Guaira apareció en tiempo récord. Su proceso en los talleres duró apenas un mes. Bosch escribió en Chile tres de los más celebrados relatos del volumen –El indio Manuel Sicuri, La bella alma de don Damián y La muchacha de la Guaira– y agregó otros que ya eran conocidos en Cuba y en Puerto Rico. En su taller de baterías de la calle Arturo Prat, de Santiago, y en su refugio de Molinos de Niebla, en el Sur, corrigió las pruebas y cuidó de todos los detalles de la edición, que fue elogiada casi sin reservas por los más prestigiosos comentaristas de la prensa chilena. 111


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Estuvieron de acuerdo en reconocer la prosa limpia, sugerente y poética del autor cuyas historias se desarrollaban en Santo Domingo, Cuba, Venezuela y en el Altiplano boliviano. Todas ellas tienen como protagonistas a indios, campesinos y paisajes desolados e inmensos, con la excepción de La muchacha de La Guaira, cuyo ambiente es portuario. En sus relatos el autor trata con cierta ternura a sus personajes, y describe la miseria y el medio brutal en el que existen, donde no solo la geografía es difícil. Las historias terminan siempre con un golpe de sorpresa a los lectores, y tales desenlaces son emocionantes o asombrosos. El libro se inicia con La Nochebuena de Encarnación Mendoza. Un campesino dominicano huye de la prisión por unos espesos cañaverales. Su delito fue haber dado muerte al cabo Palomares, del Ejército, quien le faltó el respeto y le golpeó en el rostro. Encarnación era un hombre trabajador y pacífico, sin otra preocupación que la subsistencia de su familia. No bebe ni es pendenciero. Sueña con pasar la Navidad con su mujer y sus hijos. Se arrastra por los cañaverales y cuando ve venir a un niño –Mundito– se hace el muerto. El niño avisa de su hallazgo a los soldados, y un sargento ordena la búsqueda: “Era ya cerca del mediodía y aunque los crecientes nubarrones convertían en sofocante y caluroso el ambiente, los cazadores del hombre apenas lo notaban: corrían y corrían, pegando voces, zigzagueando, disparando sobre las cañas. Encarnación se dejó ver sobre una distante trocha, solo un instante, huyendo con la velocidad de una sombra fugaz y no dio tiempo al número Solito Ruiz para apuntarle con el fusil”. En medio de una lluvia torrencial, Encarnación es muerto finalmente y no alcanza a llegar a su hogar. No fue fácil el

camino de regreso de los perseguidores para llevar el cadáver y entregarlo al juez. Antes de llegar al primer caserío, el muerto resbaló y quedó colgando bajo el vientre del burro. El niño que denunció su presencia dice: “Ese fue el muerto que yo vi en el cañaveral”. Recién reconoce que se trata de su propio padre, quien quería verle en la Nochebuena. La visión casi cinematográfica y plástica de la acción, la certera descripción de los personajes y de su escenario hacen del cuento un cuadro en el que nada falta y en el que Encarnación Mendoza se convierte en un héroe trágico, acosado y frustrado en la acción heroica de encontrarse con los suyos. El indio Manuel Sicuri muestra otro paisaje, el altiplano boliviano: “Donde no había una casa, no había un árbol, no había una cañada ni hacia atrás ni hacia delante”. En esa llanura sin siquiera piedras vive el indio Manuel Sicuri. Es de corazón ingenuo como un niño y posee los dones de sus antepasados milenarios: puede seguir las huellas de un hombre hasta en las pétreas vertientes de los Andes. Vive en un desierto solo habitado por su familia y por las llamas que le proporcionan el sustento. Allí aparece un día el bandido Jacinto Muñiz, quien huye de la policía peruana y ha ingresado a Bolivia por un desaguadero. Había robado en una iglesia la corona de la Virgen y un manto de Cristo con incrustaciones de joyas. Era fácil identificarlo porque tenía una cicatriz en la frente y un párpado cosido. Manuel es generoso. Hospeda al bandido y lo oculta de sus perseguidores. María, la mujer de Manuel, una india aimara embarazada “bajita y robusta, de piel limpia en los brazos y en las piernas”, despierta los instintos del fugitivo que aprovecha la ausencia de su generoso anfitrión para intentar violarla.

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No consuma el acto. Huye por el desierto. El indio Sicuri le sigue y no para en su persecución hasta consumar su justicia. Cuando lo tiene a su alcance le grita: “Soy yo, Manuel Sicuri, asesino: soy yo que vengo a matarte”. Esgrime un hacha para realizar su venganza. El bandido se confunde: “Pensó que lo que llevaba el indio sobre el hombro era un fusil y en ese caso ¿de qué le valía echar a correr?”. Pero vio que el indio seguía en su trote: “distinguía ya su figura, un ente casi fantasmal, azul gracias a la luz de la luna, azul y negro; un ente terrible, una especie de demonio seguro de sí, cuyas piernas brillaban; algo indescriptible y, sin embargo espantoso, de marcha igual, inexorable, mortal”. El indio Manuel Sicuri no escucha los ruegos del bandido para que no lo matara. Deja caer el hacha como su espada de la justicia. En el camino se detiene a recoger la corona de la Virgen robada por el bandido. Ha cumplido un acto que no es de venganza sino de limpieza. Bosch demuestra que no solo conoce las soledades y la aridez del altiplano, tan ajenas a la exuberancia caribeña, sino también a los seres humanos que lo habitan. La presencia de la muerte y la violencia contrastan con la inocencia, la costumbre de la soledad y la silvestre alegría de un personaje de notable dibujo literario. Bosch no se limita a la exterioridad de su historia sino que explora las más recónditas profundidades de sus simples seres humanos. En Rumbo al puerto de origen, un pescador de Isla de Pinos, Juan de la Paz, de dudoso pasado, cae al mar cuando ya había cazado una paloma que deseaba ofrecerle a una niña llamada Rosalía. Nadie advierte su caída a las aguas inundadas de petróleo. Se coge de unos maderos y flota a la deriva. No hay quien le socorra en la inmensidad oceánica. El sol cae

implacable y tiene sed. Es arrojado por las olas a un cayo pantanoso del cual es rescatado por un vivero de Batabanó, el cual acierta a dar con él a pesar del mal tiempo. Sus salvadores le preguntan “¿Y cómo te caíste, Juan de la Paz?” y él responde: “Por coger una paloma”. A todos les parece una razón extraña. ¿Para qué quería la paloma? La respuesta es desconcertante: “Para Rosalía”. Sus compañeros sabían que Juan de la Paz había permanecido veinte años en prisión por asesinar a una niña de nueve años llamada Rosalía. Más exactamente, Rosalía de la Paz. Bosch juega con el desconocimiento de la verdadera catadura del pescador. Es a lo largo de la historia un soñador que ha sufrido un accidente que lo enfrenta a la muerte en medio del mar. Solo en las últimas líneas nos enteramos de que es un parricida acuciado por su conciencia, que anhela coger una paloma para su inocente víctima y salvarse a sí mismo de un delito monstruoso. Esta inclinación por los hombres extraños y misteriosos alcanza un nivel superior en el cuento Victoriano Segura. El protagonista “era alto, probablemente de más de seis pies, muy callado, ojos saltones y manchados de sangre; tenía la piel cobriza, el pelo áspero y la nariz muy fina”. Vivía en una callejuela donde los vecinos cultivaban relaciones amistosas y solidarias. Pero Victoriano no saludaba; la puerta de su casa permanecía hermética y nadie podía imaginarse lo que pasaba en su interior. Su mujer era tan silenciosa y escondida como su marido. Se pensaba que era un delincuente; su prestigio era sombrío para sus vecinos. Un día ocurre un incendio en la casa más acomodada de la calle. Y entonces Victoriano Segura se convierte en un inesperado héroe. Salva a una anciana de las llamas. Su arrojo y generosidad suscitan admiración; quieren

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agradecerle, rendirle algún homenaje. Pero el hombre vuelve a su hermetismo hasta que un día desaparece con su familia del lugar. ¿Quién era? Uno de los vecinos se encuentra con él en la cárcel donde va a parar detenido por sus acciones políticas. Victoriano es el mismo hombre silencioso. Cuando le preguntan por su mujer dice que está en un lazareto. La lepra le ha comido la nariz. Nunca quiso que los demás se enteraran del terrible mal de la familia. El tema de la muerte como un misterio, una superstición, una aparición, es abordado con los elementos que caracterizan a la cuentística de Bosch en La muerte no se equivoca dos veces. Un ingeniero obligado a vivir por sus trabajos en un pequeño barco en Jibacoa, una aldea cubana a seis kilómetros de Santa Cruz del Norte, asiste angustiado al fin inevitable de la hija de Manuel Sierra, un amigo querido. Un marino viejo, Pantaleón, anuncia desde lejos su fallecimiento. Es un hombre con poderes mágicos. Pero ocurre de pronto que un turista extranjero acude donde el ingeniero a pedir auxilio. Su joven mujer se ha enfermado gravemente. Corren a prestarle algún auxilio y se encuentran que no es otra que la hija de Manuel Sierra que se muere. ¿Cuál es el misterio? Pantaleón aclara la extraña situación. “Simplemente la muerte se había equivocado. Era muy de mañana, tan temprano que apenas se veía bien; él mismo, de aguda mirada de marino casi no podía remendar sus redes a esa hora, porque el mal tiempo cubría el naciente sol y todo el aire era turbio; y esa falta de luz favoreció el error de la muerte. Es claro; ella había pasado por allí en busca de la hija de Manuel Sierra, y a lo mejor estaba cansada de trabajar toda la noche quién sabe en qué partes del mundo. Y como la extranjera se parecía tanto a la hija de Manuel Sierra…”.

El terrible vidente Pantaleón le dice al ingeniero que la muerte tiene ahora su figura y que no se equivoca dos veces. Al poco tiempo el hombre cae fulminado sobre su botella de ron. “No, ingeniero –reitera Pantaleón–, la muerte no se equivoca dos veces”. En Mal tiempo, un padre campesino viejo ha perdido a sus ocho hijos y lamenta que le quede solo uno, Julián, para traer a la casa la madera que necesitan para el carbón de la cocina y para calentarse en invierno. Julián cumple esa tarea, pero de pronto descubre un rico tronco de caoba que vendida en el mercado, les daría un buen dinero. Se aferra al tronco. Cae en un río. El mal tiempo le enfrenta a torrentes que a ratos le arrebatan el tronco que no abandona. Es muy fuerte su voluntad de sobrevivir y explotar el tronco que le arrebata a las aguas. En el cuento siguiente, La bella alma de don Damián, Bosch despliega una vena sarcástica que no usa en el resto de los relatos del libro. Desaparecen las descripciones de paisajes temibles y grandiosos y los personajes populares. El cuento es una farsa para demostrar la falsedad de los sentimientos mortuorios de unos deudos que esperan heredar la fortuna de un rico señor que agoniza. Es la propia alma “impaciente porque don Damián abandone pronto la vida” la que se hace cargo de la narración. Así sabemos que se trata de un hermoso ejemplar de hombre rico “que vestía a la perfección y manejaba con notable oportunidad su libreta de banco”. La viuda y la suegra esperan impacientes el último suspiro. Pero deben llorar ante los visitantes y decir que el caballero tenía “una bella alma”. Desgraciadamente, un médico se encarga de cambiar el libreto. Con sus medicinas el moribundo revive, y el único feliz es el cura, quien podrá sacarle partido a un milagro que

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quizás se traduzca en una generosa donación del resucitado para la iglesia. La tragedia regresa con La muchacha de La Guaira, que transcurre en el puerto venezolano de ese nombre. Allí un oficial de un barco noruego con bandera panameña, quien ha pasado diez años de su vida viviendo entre Cartagena, Panamá y Jamaica, decide entregarse a una juerga en un bar frecuentado por gente de mar y de los bajos fondos. La Guaira es una ciudad que desde los barcos se ve como una aparición: “Tendrá unos veinte metros de tierra plana natural, y desde el mar la ciudad se ve como un hacinamiento de pequeñas casas blancas trepadas una sobre otra, destacándose sobre el fondo rojo de la montaña”. El oficial descubre a una muchacha que se aferra a él. ¿Es una prostituta para pasar la noche? En la mesa del atestado bar se sientan otros parroquianos que inician una absurda conversación sobre el destino de la humanidad y la razón de vivir. El oficial asegura que el fin del hombre es ser feliz, y que la humanidad busca inconscientemente la felicidad. La muchacha se entusiasma con esa definición y no deja escapar al oficial. Salen a la calle. El breve encuentro tan filosófico llega a su fin. De pronto, la joven se desprende del brazo de su acompañante, camina hacia el mar y desaparece en las aguas. El relato peca de definiciones trascendentes y aparece como un desvarío en una noche de borrachera. La muchacha es un ser quebrado, raro, angustiado, que no se resigna a la fugacidad del amor y de los bellos momentos. El oficial, estremecido, piensa que “todavía hay gente capaz de vivir la vida hasta la muerte”. Así, La muchacha de La Guaira permanecerá siempre en sus recuerdos.

El volumen publicado por primera vez en Chile es quizás uno de los más relevantes de la literatura de Bosch. Sus historias tienen un hálito dramático pero no apuntan hacia una visión pesimista y desesperanzada. Los personajes viven con intensidad y encaran la desventura con coraje y con un amor a la vida siempre en lucha contra la muerte. Tal vez el uso del título de La muchacha de La Guaira como nombre del volumen resume las intenciones de un humanismo que se aferra a una paloma muerta, pero que no sucumbe porque es posible construir la felicidad con las manos de los propios derrotados, que no lo serán para siempre.

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Cuba, la isla fascinante

En la colección América Nuestra de Editorial Universitaria de Santiago de Chile apareció en octubre de 1955 Cuba, la isla fascinante, un ensayo que es también un reportaje, monografía histórica, antropológica y política de un país amado por Juan Bosch, en el cual vivió y trabajó a partir de 1939. Llegó a Chile con el manuscrito listo y le habló de él a Clodomiro Almeyda, catedrático de la Universidad de Chile, dirigente socialista y editor de una colección de estudios que pretendían enfocar la historia pasada y presente, la realidad económica, cultural y política de los países de América Latina. Almeyda recibió la obra con entusiasmo, y ordenó su publicación de inmediato. El libro lució una bella portada del pintor Nemesio Antúnez, y tal vez era el primero dedicado en su totalidad a Cuba, publicado en Chile bajo los respetables auspicios de la Universidad que fundara Andrés Bello. El capítulo inicial, llamado La puerta luminosa, está dedicado a la ciudad de La Habana, la cual a Bosch le parece uno de los prodigios del planeta. Desde su llegada como exiliado, sintió que allí podía comunicarse y vivir con intensidad. La Habana impregnaba con su encanto a todo el país. “Es una ciudad encantadora, algo así como una muchacha espléndida que se hubiera criado paganamente correteando por los 121


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bosques y quemándose al sol de las playas, solo preocupada por llenar cada hora con el júbilo de vivir, sin importarle de dónde procede ni qué le reserva el porvenir”. Con una documentación en la que nada se escapa, Bosch dedica más de ochenta páginas de su volumen a la novelesca historia de La Habana, una ciudad que nació sin que nadie invocara alguna disposición real que ordenara su existencia. Nació sin nombre, sin acta de fundación; apenas está claro que entre 1515 y 1520 fueron apareciendo allí algunos bohíos techados con guano. Para el conquistador de Cuba, Diego Velázquez, no se trataba de la que sería la ciudad principal. Estaba preocupado por explorar la isla y buscar un oro inexistente, cuyo descubrimiento era el mejor crédito al que podían aspirar ante los reyes los conquistadores del nuevo mundo. En 1540 la población de La Habana se reducía a cuarenta vecinos casados y por casar, ciento veinte indios naboríes, doscientos esclavos indios y negros, un clérigo, un sacristán, una iglesia. No obstante, al poco tiempo sería residencia fija del gobernador. Los puertos de Cuba estaban siempre amenazados por las incursiones de los piratas, quienes se llevaban los barcos de la bahía e incendiaban todo lo construido, mataban a los soldados y se apoderaban de las pobres ciudades durante largas semanas. Tenían su guarida en la isla de La Tortuga, en el extremo norte de la Española, y era difícil enfrentarlos. Por allí pasó el terrible Francis Drake, asolando cuanto encontraba a su paso y robando cualquier objeto de valor. Eso explica que el poder real ordenara la fortificación de la Isla, tarea difícil que no detuvo los asaltos de los piratas. El mayor tesoro encontrado en la isla fue el azúcar. Desde La Habana salían los cargamentos del oro dulce de Cuba y

Haití con destino a puertos europeos. Hacia el siglo XVII, La Habana era el puerto central del Caribe. Los españoles dieron por fracasada la explotación minera –dura y costosa en recursos económicos y humanos–, y se dedicaron al cultivo de la caña de azúcar. Para esa actividad era necesario un torrente humano. Se importaron millares de esclavos negros comprados a los traficantes, que cazaban en operaciones infames su mercadería en Africa. Bosch sigue el vertiginoso desarrollo de La Habana, y la atracción que ejercía en todo el mundo de la época: “La Habana ya no era el campamento de las Indias. En su bahía jamás faltaban treinta y a veces cuarenta buques, y las tripulaciones, llegadas de todos los rincones de Europa y de América, vivían en los barrios aledaños a los muelles esa vida vertiginosa y brutal de la marinería de la época, enloquecida por el ron y las mujeres; de ahí que siguiera conservando en los puertos del mundo su fama un tanto turbia de lugar libre y propicio a la aventura, y como a la vez no era difícil que el inmigrante ganara rápidamente el dinero necesario para asegurarse una vida sin sobresaltos, aquella fama se unía a la de tierra de fáciles fortunas, con lo que el hechizo de la ciudad se mantenía”. Este hechizo del azúcar se agregó luego al oro que podía producir el tabaco. La expansión de La Habana era incontenible. Los apetitos de los ingleses se avivaron. Disponían de una flota más poderosa y organizada que la de los reyes de España, en perpetua crisis económica y entrabados por las marañas de la iglesia y los desfalcos de los gobernadores coloniales. Entre 1762 y 1763 los ingleses ocuparon La Habana. Eso permitió que los cubanos se asomaran más allá del muro español. Pero la metrópoli colonial se apresuró

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a ofrecer soluciones sin acudir a una batalla armada que daba por perdida. Los ingleses aceptaron la entrega de la Florida a cambio de La Habana y todo volvió a sus cauces anteriores. Tal vez Cuba fue una de las más productivas colonias de España. Su población negra se multiplicó de tal modo que dio lugar a una cultura afrocubana cuyas manifestaciones eran múltiples cuando empezó, a comienzos del siglo XIX, la emancipación de las colonias españolas de la América del Norte, del Centro y del Sur. La ola emancipadora no llegó simultáneamente a Cuba. Empezó recién con una rebelión de negros en Matanzas en 1843-44 al grito de libertad, muerte y fuego. Bosch cuenta la historia del patriota Narciso López, nacido en Venezuela, quien creó la bandera de Cuba y estuvo a la cabeza de las primeras luchas por la independencia. Fue muerto a garrotazos en Pinar del Río en una de sus batallas. Después, el libro se extiende en las heroicas acciones que dirigiera el mulato Antonio Maceo. La revolución de 1868 fue sangrienta y devastadora. Apareció el legendario Máximo Gómez, de quien se ha dicho que fue el más grande guerrillero de todos los tiempos. Sus estrategias eran singulares. Quemaba los cañaverales, convencido de que cuando Cuba fuera pobre, España no tendría interés en ella. Movía a sus hombres de manera que las tropas españolas se vieran obligadas a acampar en lugares en que abundaran los mosquitos que transmitían la fiebre amarilla. Acompañó a José Martí en un bote para desencadenar las últimas batallas emancipadoras. Martí, llamado por todos El Apóstol, era el más esclarecido de los revolucionarios. Concebía una República libre y moderna, dueña de sus grandes riquezas, sin caudillos que impusieran

su voluntad, con control democrático. Bosch dice que Martí estaba convencido de su propia inmolación, y, además de elogiar su genio literario, destaca su coraje y su verbo: “Jamás usó Martí una palabra que no fuera hermosa, ni apeló a un sentimiento que no fuera digno. Transitó por el mundo con el dolor de quien conducía a los demás al sacrificio ejemplar y necesario. Su vida entera iba a ser y lo fue, una enseñanza sin paralelo. Era un convencido de su propia inmolación. Y marchó a ella consciente, sin titubeos, sin la menor demora”. A partir de 1898 Bosch recorre la historia de Cuba hasta los años 50; se refiere a la permanente avidez de Estados Unidos por el azúcar y el tabaco, a su condición de semicolonia a comienzos del Siglo XX, y a los propósitos anexionistas de algunos de los políticos que lucharon contra España, a la ocupación de la isla por Estados Unidos, y a las draconianas disposiciones de la Enmienda Platt que estipulaba la intervención norteamericana “cuando fuera necesario” y a las luchas estudiantiles de los años treinta contra el dictador Gustavo Machado por la plena independencia. Valoriza el gobierno del presidente Ramón Grau San Martín, que transformó al país y lo convirtió en una sociedad “activa, impetuosa y optimista”. La aparición en la escena del sargento Fulgencio Batista significó una vuelta atrás, y Bosch afirma que “Batista encarnó lo peor de Cuba en la misma medida que Martí encarnó lo mejor”. Bosch vivió durante más de una década, todos los acontecimientos de la isla como un protagonista de indudable importancia: asesor del presidente Prío Socarrás, amigo próximo del líder Eduardo Chibás (quien luchaba contra la corrupción y enlutó al país con su inexplicable suicidio), animador de la vida cultural, periodista de crónicas diaria.

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El libro hace un gozoso y detallado recorrido por casi todas las ciudades y regiones cubanas: Santiago de Cuba, Santa Clara, Pinar del Río, Matanzas, El Mariel, la provincia de Las Villas. Se detiene en una exhaustiva historia del azúcar y el tabaco. Habla de la elaboración de los habanos y del funcionamiento de las refinerías de azúcar. Recorre las obras y el significado de las más relevantes figuras de la cultura cubana: músicos, prosistas, poetas, pintores. Relata la admirable historia del Dr. Carlos Finlay, el vencedor de la fiebre amarilla, que causaba mortandades en la población cubana. Un capítulo de La isla fascinante está dedicado al hedonismo cubano. Dice: “Las apetencias de vivir se exaltan en Cuba. Pueblo de alegría elemental, hace su ámbito sonoro: lo llena de un encanto sin igual, tan luminoso, tan transparente como su luz, tan atractivo y bello como sus mujeres; tan lleno de fascinación como esos paisajes de sueño, que a lo largo de la isla enlazan la llanura y la montaña, la tierra y el mar, el aire y la luz”. Desmiente el prestigio de perezosos atribuido a los cubanos; elogia y explica el relajo, que no es otra cosa que libertad de vivir, descansar con alegría y entregarse sin complejos a la danza y la algarabía. Los límites los fija el propio pueblo cuando dice: El relajo con orden, caballero. El culto por la amistad, por el cuerpo, la solidaridad, la familia, el poco gusto por la tragedia, el afán de ser enérgicamente igualitarios, el amor por las fiestas deslumbran a Bosch tanto como las mujeres cubanas, las cuales son descritas con agudeza. Las describe así: “Habitualmente cinco detalles destacan en ellas: el pelo siempre bien arreglado, limpio y sano, no importa su color; los ojos en general grandes, brillantes y alegres, sean negros,

azules o castaños; la boca fácil a la sonrisa, cuidada y de dibujo atrayente y sensual; la piel brillante, saludable, grata; y el porte impresionante, altivo y sin embargo natural”. Bosch no intenta crítica alguna a La isla fascinante. Arremete contra el mito de la época, el cual aseguraba que La Habana era un prostíbulo gigante. Lo atribuye a una leyenda de los días iniciales de la ciudad, cuando albergaba millares de soldados y marinos. No obstante, reconoce que “lo admirable y a menudo incomprensible en Cuba es que un mal como la inconsciencia resulte a veces transformado en una virtud”. Señala que el arte popular cubano no se expresa en artesanías sino en el baile: “El pueblo cubano no moldea jarras de barro, no labra caballitos de madera, no teje, no se entretiene con el color, no hace juguetes en las horas de ocio; su arte popular es el que reclama la entrega del cuerpo y del alma, es el baile, en fin, esa locura dentro del movimiento de la tierna y embriagadora cordura de la música”. Otra particularidad cubana es la falta absoluta de ortodoxia religiosa. Nadie le niega poderes mágicos a Santa Bárbara, y es difícil hallar brujos negros que solo crean en los dioses africanos y le nieguen atributos a la Virgen de la Caridad. En una misma familia hay devotos de changó. La virgen protege a sus hijos devotos. Los que llegan a millonarios son criaturas de changó. Cualesquiera que sean los giros de la historia de la sociedad cubana, luego del libro de Bosch –publicado en 1955– son válidas las exaltaciones del cuerpo y del alma de su pueblo. Por cierto La isla fascinante es un testimonio de amor. Pero tal sentimiento no es subjetivo. Su color literario está unido a la mirada del estudioso.

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Sin duda, es una obra discutible, y eso no es un defecto sino uno de sus méritos. Con Bosch se emprende un viaje hacia la totalidad de una nación de la mano del pueblo verdadero y eterno y su deslumbrante paisaje, y también con los personajes de su historia. Es, por lo tanto, un libro que no pierde vigencia y que invita al conocimiento de un país cuya identidad fascinante está ahí.

Judas Iscariote, el calumniado

El tercero de los tres libros de Juan Bosch publicados en Chile fue el ensayo Judas Iscariote, el calumniado. Apareció en noviembre de 1955, y fue publicado por Editorial Prensa Latinoamericana. Estuvo dedicado a su amigo Miguel Ángel Quevedo. El tema le preocupaba desde hacía mucho tiempo: conocía la Biblia profundamente; fue siempre uno de sus libros de cabecera, y sorprendía a sus interlocutores con interpretaciones personales de los acontecimientos y personajes del antiguo y el nuevo testamento. Era un experto en la historia del rey David y su descendencia, y no resistió la tentación de escribir una biografía en la que no se limitó a repetir y reconstruir lo conocido sino a profundizar en su pensamiento, en su poesía, en sus realizaciones políticas. En Santiago de Chile y en Molinos de Niebla terminó de escribir su obra sobre Judas. Pudo ordenar sus apuntes y terminar el texto que pretendió alterar nada menos que todas las concepciones existentes sobre un personaje a quien se ha señalado a lo largo de dos mil años como el arquetipo del traidor, cuyo monigote es quemado en las fiestas y ceremonias de la religiosidad popular. Bosch reivindica a Judas y rechaza una acusación que nunca ha sido sometida a un análisis serio. Una lectura atenta de 128

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los evangelistas Juan, Mateo y Lucas no proporciona, según el autor, elementos suficientes para condenar a Judas como el delator de Jesús. Al contrario: se advierten a primera vista grandes contradicciones, subjetividades, vaguedades, falsedades. Bosch no acepta los textos bíblicos como dogmas. Le interesan como investigador, analista e historiador. Su estudio en torno a Judas Iscariote lo convierte en una especie de sabueso de la pasión de Cristo. Quiere establecer la verdad y descubrir a culpables e inocentes. Su veredicto es sorprendente: Judas Iscariote es el más calumniado de los personajes bíblicos. Se pregunta ¿Cómo nació la acusación de traidor contra Judas? ¿Por qué se originó? ¿Fue a ciencia cierta autor de la traición que se le imputa? Abre los expedientes de un proceso en el que se examinan todas las pruebas presentadas y las conclusiones resultan sensacionales: Judas no traicionó a Jesús, no lo vendió, no lo besó, no cobró su infamia y por último no se ahorcó. ¿Por qué entonces las acusaciones? Bosch piensa que todo se debe a una intriga política. Frente a las fuerzas del bien era necesario colocar a las fuerzas del mal y personalizarlas, no solo en los sacerdotes del Sanedrín, sino también en un discípulo de Cristo. Judas fue el tesorero de la comunidad de los apóstoles, y era el único no galileo entre ellos. Los discípulos del maestro eran todos hombres de la misma región, rudos y llenos de resquemores. Algunos pensaban que Judas quería saltar desde la tesorería a la jefatura del grupo. Las primeras acusaciones partieron de Simón Pedro, a quien Bosch señala como el más contradictorio, el más inseguro, pero al mismo tiempo el más vigoroso de los apóstoles.

Se adaptaba a las necesidades del momento. Sabía lo que era posible y rechazaba lo imposible. Era político nato. Para él estaba claro que si Caín era sinónimo de crimen, Judas debía ser sinónimo de traición. Era necesario un chivo expiatorio. Se dice que María Magdalena amó a Jesús y que Judas amó a María Magdalena y que esa fue la causa por la que vendió a su maestro. Pero no hay una línea en los evangelios ni en los hechos de los apóstoles que permita llegar a esa conclusión. La hipótesis de los celos es absurda. También lo es la supuesta envidia de Judas que quería sustituir a Jesús y que ponía en dudas su origen divino. Todo es falso. El evangelista Juan lanzó sobre Judas la acusación de que era ladrón. Ningún hecho prueba tal delito. Los testimonios aseguran que era un riguroso guardador de la pequeña bolsa de los apóstoles, reunida mediante sus aportes y limosnas recogidas en prédicas del maestro a las que acudían multitudes. Un hecho es ilustrativo: después del milagro de la resurrección de Lázaro en Betania, hubo una cena en la casa de Marta, hermana de Lázaro. Apareció allí María Magdalena con una libra de nardo legítimo, con el que ungió los pies de Cristo. Judas preguntó: ¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres? Jesús respondió: “Déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura, porque pobres siempre los tenéis con vosotros y a mí no me tenéis siempre”. Bosch comenta: “En las palabras que le atribuye Juan se ve en Judas a un hombre de carácter más bien seco, preocupado de cosas esenciales, enemigo del derroche y de cuanto suponía el abandono de los deberes. Pues ellos están predicando el evangelio a los pobres, difundiendo el amor y la caridad, no debe malgastarse ese dinero en lujos sino que debe dársele a los pobres”.

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Judas Iscariote empieza a nacer para la historia solo a partir de la última cena, cuando se inicia el acto final de la pasión de Cristo. El maestro siente que su muerte está cercana. En la cena de Betania había distribuido el pan y el vino como símbolos de su cuerpo. El pueblo gobernado por los preceptos religiosos del Sanedrín veía en el predicador de Galilea, a un libertador que anunciaba el reino de Dios para los pobres, las rameras, los publicanos, para todos los pecadores. Hasta entonces ese reino había estado reservado a los que cumplían con los preceptos de la ley judía. La resurrección de Lázaro había producido tal conmoción, que ya no era posible continuar tolerando el poder de Jesús sobre las multitudes. El libro cita el relato del evangelista Juan, que es elocuente y sintetiza cualquier comentario: “Convocaron entonces los príncipes de los sacerdotes y los fariseos a una reunión, y dijeron: ¿Qué hacemos con este hombre que hace muchos milagros? Si lo dejamos así, todos creerán en él y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación. Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, dijo: Vosotros no sabéis nada. ¿No comprendéis que conviene que muera un hombre por todo el pueblo, no que perezca todo el pueblo? No dijo esto por sí mismo, sino que, como era Pontífice, aquel año profetizó que Jesús había de morir por el pueblo”. Jesús tenía conciencia de que sus enemigos le acechaban. El cordero de Dios marchaba directamente hacia el sacrificio y había que “ser prudente como las serpientes y sencillos como las palomas”. De ese modo recomendaba a sus discípulos no ser locuaces y ayudar así a precipitar los acontecimientos. La última cena se realizó en “una sala alta, grande, alfombrada”, según el evangelista Marcos. Judas era el discípulo que

manejaba la bolsa y el único extranjero entre sus compañeros galileos. Jesús mandó a Judas a comprar lo que se necesitaba para la fiesta y a que diera algo a los pobres. Hasta ese momento no había sido identificado como traidor. Jesús dijo durante la cena: “En verdad os digo que uno de vosotros me entregará”. Los discípulos se alarmaron y empezaron a preguntarle: ¿Seré acaso yo, señor? La respuesta fue “El que conmigo mete la mano en el plato, ese será” y agregó: desdichado aquel por el cual el hijo del hombre será entregado, mejor le valiera no haber nacido. El evangelista Juan relata que a continuación tomó la palabra Judas y preguntó “¿Soy yo acaso, Rabí?” y Jesús respondió: “Tú lo has dicho”. Bosch pone en duda la veracidad de la interrogación y la respuesta. Lo más creíble habría sido que la reunión se hubiese levantado enfurecida contra Judas y le hubiesen expulsado del lugar y allí mismo hubiese sido despojado de su cargo de tesorero. Pero la cena continuó. En el evangelio de Marcos se lee otra versión. No hay acusación alguna sobre Judas, ni directa ni indirecta; no se le describe preguntando si él es el traidor, ni Jesús le menciona. El encono de Juan contra Judas era muy fuerte. Lo hace aparecer siempre, para condenarlo, en situaciones y lugares en los que nunca estuvo. Bosch destruye con sólidos argumentos la supuesta felonía de Judas que condujo a los soldados hasta el huerto de Getsemaní para detener al Galileo. Los tres evangelistas –Juan, Mateo, Lucas– tratan el episodio de la traición muy ligeramente. En sus relatos tan minuciosos no hay un solo detalle concreto sobre la infame venta. Se dice que los sacerdotes le habrían entregado piezas de plata. Bosch hace una investigación sobre el nombre de las

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monedas de la época y no existe ninguna que se llamara pieza en Galilea o Judea. Lo cierto es que después de levantarse de la mesa de la cena; Jesús y sus discípulos fueron a orar al huerto de Getsemaní. “Velad para no caer en tentación; el espíritu está pronto pero la carne es flaca”, les dijo. Casi todos sus acompañantes se durmieron al poco rato. Jesús no les reprochó: “Dormid y descansad. Basta. Ha llegado la hora, y el hijo del hombre es entregado a manos de los pecadores. Ya se acerca el que ha de entregarme”. Juan no despertó ni siquiera con el ruido que hicieron los aprehensores. Bosch se pregunta ¿Por qué no fueron detenidos todos ellos? Mateo asegura en su testimonio: “Aún estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los doce y con él una gran turba armada de espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que iba a entregarlo le dijo a los soldados: “Aquél que yo besara es él”. Bosch subraya que no era necesario que un discípulo le diera un beso para identificar a Jesús. Era conocido por todos. Cualquier soldado lo hubiese identificado. Mateo no estaba allí. Huyó con el resto de sus compañeros cuando se hicieron presentes los soldados. No hubo beso. Jesús no menciona a Judas, y no es el Iscariote quien identifica al detenido. Es el propio Jesús quien lo hace. Preguntó: “¿A quién buscáis?” “A Jesús Nazareno”, le respondieron. El les dijo: “Yo soy”. La pregunta del Nazareno a Judas: “¿Amigo, a qué vienes?” pudo perfectamente significar: “¿Me das esta prueba de amistad mientras los demás huyen?” Las acusaciones contra Judas vinieron después de la crucifixión. Desapareció de la escena. ¿Cómo explicar esa desaparición misteriosa a partir del momento en que Jesús cae en manos de sus verdugos? ¿Por

qué Judas no se sumó a los acusadores considerando que era un testigo privilegiado de los hechos de Cristo? Las versiones sobre el destino posterior de Judas son diversas y contradictorias. Se dice que después de la crucifixión arrojó las monedas de plata en el templo y dijo: “He entregado carne inocente”. Acto seguido se ahorcó. Otros afirman que con el dinero de la traición se compró un campo en los alrededores de Galilea: llamado Hacéldama, que quiere decir “Campo de sangre” y allí –según Simón Pedro– “reventó y todas sus entrañas se derramaron”. Bosch concluye en que ningún documento obliga a consagrar a Judas como un símbolo de la traición: “Lo primero que advertimos, cuando estudiamos en conjunto este drama, es que se ha personalizado la traición en un hombre dado, cuando lo cierto es que tal figura es innecesaria. Para que Jesús padezca y muera en la cruz no tiene que ser traicionado. Desde el momento en que abraza el partido de los desgraciados y encarna las aspiraciones de un mundo mejor y se entrega a la tarea de predicar la voluntad de un Dios misericordioso y de amor, allí donde imperaba un Dios colérico que favorecía a los poderosos, desde ese momento su destino queda trazado y tendrá que cumplirlo sin un desvío. Los profetas que le han precedido lo supieron bien. Ahí está, contemporáneo con su caso, Juan el Bautista. Miles y miles de personas creyeron en él; por la fuerza del pueblo que llevaba tras sí, porque hablaba la verdad llana a los potentados, él era un poder y amenazaba con su sola presencia a los príncipes. Para hacerlo preso y decapitarlo no hizo falta un traidor. Tal ocurría también con Jesús. Jesús resultaba más peligroso que Judas el Galileo o que Teudas, ambos muertos en la cruz, pues que estos eran rebeldes contra Roma, y la fuerza de Roma era

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omnipotente. Jesús era mucho más peligroso que el Bautista, porque estaba causando una verdadera revolución en la concepción religiosa y en el orden social de Israel, que descansaba en la religión”. La argumentación que despliega Juan Bosch en Judas Iscariote, el calumniado es convincente y obliga a leer los textos de los evangelios y a comparar lo que dicen sus autores. Bosch pensó en muchas figuras de la historia que han sido víctimas de una mitología que deformó sus acciones y su pensamiento: “La figura moral de Judas es un misterio, un misterio sordo sin ecos, tan profundo como el silencio de los siglos y tan amargo como su triste sombra de condenado por la eternidad”. Judas Iscariote, el calumniado es un brillante alegato a favor de la verdad y la justicia. Ambas causas recorren toda la literatura y las acciones de Bosch.

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Trujillo según Bosch Trujillo según Bosch


Trujillo según Bosch

Nunca Bosch se limitó a las consignas y a las coyunturas inmediatas. Era al mismo tiempo un agitador y un analista. En medio de sus infinitos trajines reunió una documentación impresionante para escribir un libro casi único en su género, Composición social dominicana, en el que estudió la historia dominicana a partir de las luchas sociales, desde la conquista de la isla por los españoles hasta la muerte de Trujillo. A partir de su primera edición en febrero de 1970, el libro fue reeditándose; alcanzó en 1998 la decimonovena edición. Tal vez pueda aparecer como un éxito raro tratándose de un ensayo histórico, político, sociológico, económico. Pero eso se explica porque Bosch es uno de los más claros y amenos entre los ensayistas latinoamericanos. No solo es un maestro de los relatos de ficción sino también un cronista de gran envergadura, y su capacidad para transformar sus investigaciones y reflexiones en exposiciones al alcance de todos los lectores es uno de sus méritos indiscutibles. El capítulo dedicado a Trujillo en Composición social dominicana es la mejor radiografía de un personaje tenebroso, digno de una novela compleja e intrigante que supera cualquier fantasía para ser a ratos increíble y surrealista. ¿Quién era Trujillo? 139


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Según Bosch, se trataba en sus primeros años de un joven ambicioso y vanidoso que procedía de una familia de la pequeña burguesía baja. Su ingreso en 1918 a la Guardia Nacional, de los ocupantes norteamericanos, le confirió una coraza para un tenaz arribismo social que disfrazaba su modesto origen y le permitía penetrar en los sectores que le despreciaban. El uniforme le hacía superar aparentemente complejos que no le abandonaron nunca. A lo largo de su carrera acumuló tal número de condecoraciones que el pueblo le llamaba chapita, o vestía en las grandes ceremonias como un mariscal napoleónico, con galas anacrónicas que le daban apariencia de un personaje de ópera u opereta. Su megalomanía adquirió dimensiones increíbles cuando fue dueño de todo el poder. La capital de Santo Domingo se llamó Ciudad Trujillo; se hizo erigir estatuas; obligó a los escolares a pronunciar oraciones de agradecimiento a los dones otorgados; acuñó su consigna Dios y Trujillo que le colocaba a alturas celestiales y le confería una omnipotencia teológica. Le mortificaba mucho a Trujillo haber sido con su clan familiar, personas de segunda y tercera clase en la escala social dominicana. “La burguesía –dice Bosch– no cuajaba en Santo Domingo: había una barrera que la pequeña burguesía en su sector más alto no alcanzaba a traspasar. Si hay un dato útil para fundamentar esa afirmación, ahí están los del censo de 1920. Con una ciudad capital de setenta y un mil habitantes en 1935, no podíamos pasar de ser un país de pequeños burgueses”. No había grandes industriales ni latifundistas, y la fortuna de los más prósperos provenía del comercio en alianza con grandes empresas norteamericanas que habían penetrado en el país y eran dueñas de ingenios azucareros, de explotaciones

de café o de cacao. La pequeña burguesía criolla no podía dar el paso hacia la burguesía. No tenía sustentación económica. Eso enconaba las diferencias de categoría que discriminaban a la gente de precarias entradas que pretendía saltar las vallas que impedían un trato igualitario con los acaudalados. “En todas las ciudades de alguna importancia había clubes de primera, y en algunas llegó a haberlos de segunda. Los de primera correspondían a la alta pequeña burguesía, y en algunos casos había también en ella gente de la mediana, y en todo el país se estableció un complicado sistema de selección para impedir que los de segunda pudieran pasar a ser de primera. También había grupos de tercera. Las categorías se resguardaban estrictamente. “Tanto es así que si hubiera sido posible aislar al país del resto del mundo, cortando toda influencia occidental sobre él, en cien años Santo Domingo habría acabado convirtiéndose en una India del Caribe, con casta de brahmines y castas de intocables”. La gente de apellidos tradicionales despreciaba a Trujillo. Podían usarlo para sus intereses, ya que lo mismo había ocurrido con otros hombres de armas en el pasado. Pero no lo consideraban un igual, y se habrían opuesto a sus intenciones de subir de clase por la vía de algún matrimonio con una joven de buena familia. Trujillo soñaba con ser rico. El ejército no ofrecía muchas posibilidades para acumular una fortuna. No obstante, aprovechó su jefatura con esos fines. Obtenía comisiones de los suministradores del ejército, de los que vendían telas para los uniformes o abastecían las cocinas. También cobraba sueldos de soldados que no existían. “Al mismo tiempo –dice Bosch– establecía relaciones de amistad con políticos destacados del país, quienes eran gentes

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de primera. En los conceptos de aquellos días, Trujillo había llegado a ser rico antes de tomar el poder. Pero un hombre rico de la República Dominicana de esos años apenas llegaba a igualar a lo que es hoy un acomodado”. El astuto brigadier nunca abandonaba su presa. No se dejó usar como Ulises Heureaux, quien se convirtió en un abanderado de los intereses de la alta pequeña burguesía. Trujillo hizo lo contrario: aparentó ser un instrumento de los políticos que se disputaban el poder, para dominar finalmente a los que querían utilizarlo. “El caso es que Trujillo fue el primer dominicano que llegó al poder dispuesto a utilizarlo para convertirse en un burgués auténtico. La clave para explicar su larga tiranía, la más larga que conoció el país y una de las más largas que ha conocido América, está en el hecho de que con él llegaron al poder, por primera vez en nuestra historia, los apetitos y los métodos de la burguesía en su forma más cruda”. Trujillo tomó posesión del poder el 16 de agosto de 1930. Recién había aplastado brutalmente el alzamiento de Cipriano Bencosme, un terrateniente que proclamaba su adhesión al ex presidente electo Horacio Vásquez, caudillo que tenía seguidores fanáticos. Bencosme se alzó con sus peones y algunos amigos, y fue aniquilado por el ejército de Trujillo. El panorama del país era desolador. La gran crisis norteamericana de 1929 había reducido a casi nada las exportaciones dominicanas. El dinero era papel sin poder adquisitivo. No circulaba el dólar. La concentración de capitales favorecía a las grandes firmas azucareras norteamericanas y a los bancos extranjeros. Bosch señala: “Al llegar el mes de febrero de 1930, los dueños de casas de alquiler no cobraban alquileres, los campesinos vendían su

producción por centavos, gran número de familias que tenían cocineras y sirvientas tuvieron que despedirlas, autos y camiones fueron puestos fuera de circulación porque sus dueños no podían pagar las reparaciones, comprarles gomas y aun gasolina y aceite; los comercios de todos los niveles no podían cobrar los artículos que habían vendido a crédito. También en esa ocasión desaparecieron muchas firmas comerciales, sobre todo extranjeras, unas inmediatamente y otras después de haber liquidado sus negocios en los años que siguieron”. Trujillo fue elegido en elecciones de apariencia democrática que contaron con el visto bueno de EE. UU. La dupla Rafael Leonidas Trujillo, presidente, y Rafael Ureña, vicepresidente, obtuvo la mayoría de los votos. El Ejército, previamente depurado mediante una ola represiva en su interior, era la institución más fuerte del país. Los opositores no alcanzaron a alzar la voz, no solo por el terror dominante sino porque dos semanas después el terrible ciclón llamado San Zenón destruyó la ciudad de Santo Domingo. Fue la coronación de la ruina del país. Además de la destrucción de sus casas, los empleados no podían cobrar sus sueldos, las carreteras no eran reparadas, el comercio se paralizó y hasta el Ejército se quedó sin ropa ni zapatos. Se organizaron ollas comunes en las calles, la comida era magra, la ayuda solidaria de algunos países del Continente y de Europa era mal distribuida. Bosch señala: “Trujillo se enfrentó a la crisis cuestionando una moratoria de la deuda externa que le fue acordada por el gobierno de EE. UU. La moratoria dejó en manos de Trujillo los fondos que antes se destinaban en EE. UU. a pagar los bonos de la deuda dominicana, y con esos fondos se iniciaron algunas obras públicas, como la Avenida George Washington,

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en la Capital, la cual proporcionó trabajo e impulsó las actividades comerciales”. Era fácil imponer la paz trujillista. El Benefactor consolidó su poder absoluto mediante el terror, su recurso más reiterado, usado de manera despiadada e implacable. Antiguos generales y políticos fueron asesinados. Los líderes de mayor trayectoria, como Horacio Vásquez, Federico Velázquez, José María Alfonseca, Ángel Morales y todos los que pudieron, salieron al exilio para poner a cubierto su integridad física. Uno de ellos, Desiderio Arias, se alzó en las montañas de Mao, y fue fácilmente liquidado con todos sus valientes seguidores. A poco andar, Trujillo fundó el Partido Dominicano, el único con derecho legal a existir. Todas las pautas del fundador debían cumplirse estrictamente. Así Trujillo tuvo la facultad de elegir a los senadores y diputados, a los jueces de la Corte Suprema, al vicepresidente de la República. Se estableció, además, que solo los militantes del Partido Dominicano podían ser funcionarios públicos. La obsesión de acumular riquezas era para Trujillo funcional al poder absoluto. Estableció que todos los empleados públicos y las autoridades tenían que entregar el diez por ciento de sus sueldos al Partido Dominicano. Tal cuota era descontada de las planillas por la Tesorería Nacional. La medida llegó a producir tanto dinero que el Partido Dominicano construyó edificios para sus oficinas en varios lugares del país, mantuvo un programa de asistencia social con reparto de leche y comida a los más pobres, gastó enormes sumas en la propaganda del dictador que inundaba con su imagen y sus altisonantes sentencias educativas, hasta los últimos lugares del territorio dominicano. El Partido movilizaba a las masas cuando era necesario y le prestaba grandes sumas al Estado;

es decir a Trujillo, quien poseía allí una fuente inagotable para nutrir los capitales de sus negocios. Se adueñó de la sal de Neyba, que se convirtió en un monopolio de su propiedad. Asimismo, las tabacaleras que pertenecían a extranjeros pasaron a sus manos. Se convirtió en monopolista de la fabricación de cigarrillos. Las acciones estaban a nombre de su esposa María Martínez y en otros casos aparecían como titulares sus hermanos. Estableció que el Estado tenía que asegurar a sus empleados contra accidentes o contra la posibilidad de pérdidas de fondos. Una ley muy draconiana fijaba los requisitos que debían reunir las empresas aseguradoras. Se prohibía toda usura. La única que se estimó reunía los requisitos era una aseguradora llamada San Rafael. Naturalmente todas las demás desaparecieron y San Rafael, propiedad de Trujillo, monopolizó todos los seguros de accidentes. También existía un banco que ofrecía generosos préstamos a los trabajadores. Era propiedad de María Martínez de Trujillo, y cobraba intereses leoninos. Bosch anota: “Al terminar en agosto de 1934 su primer período de gobierno, Trujillo era ya un burgués, y algunos de sus familiares estaban en camino de ser burgueses. La burguesía, pues, se hallaba en el gobierno del país, cosa que no había sucedido en toda la historia dominicana. Ahora bien, se trataba de un hecho que estaba pasando inadvertido a los ojos de nacionales y extranjeros, pues tanto los unos como los otros creían que era un típico tirano político de la América Latina, que estaba en el poder defendiendo privilegios de los sectores tradicionales del país y del capitalismo norteamericano y que de paso cobraba sus servicios a esos sectores haciendo negocios desde el poder. Tal vez la confusión se debía a que generalmente la burguesía

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europea y norteamericana había controlado el poder a través de políticos que estaban a su orden; y en Santo Domingo el caso presentaba otro aspecto: Trujillo se había hecho burgués en el poder, y ejerció el poder directamente y no a través de intermediarios”. Hacia 1958 Trujillo era prácticamente el dueño del país. Eran de su propiedad el 63% de la industria azucarera, el 66,67 de la industria del cemento, el 71,93 de la manufactura de cigarrillos, el 85% de las lecheras, el 68,39 de la industria harinera, el 10% de las tierras de la Nación. Su fortuna superaba los 500 millones de dólares, y estaba bien resguardada en los bancos suizos. En buenas cuentas, el Estado dominicano era una empresa personal del dictador. Lo favoreció extraordinariamente la Segunda Guerra Mundial. Entre 1938 y 1939 residió en varios países de Europa cuando el Tercer Reich preparaba y desencadenaba el mayor conflicto bélico de toda la historia. Había dejado el poder en manos de sus administradores, y buscaba nuevas inversiones para sus negocios. Sabía que la guerra significaría grandes posibilidades de expansión económica para quienes no estuvieron comprometidos en ella y practicaran una política de neutralidad. Sus cálculos financieros resultaron exactos. Convirtió el desarrollo industrial de Santo Domingo en el mejor de sus negocios. Fue un empresario eficaz. Adquirió la casi totalidad de los ingenios azucareros norteamericanos, construyó una fábrica de cemento, un monopolio del trigo –que era apreciado en el mercado europeo como una especie de oro en espigas–. Instaló fábricas de botellas, de ron, una central pasteurizadora de leche, de baterías eléctricas, de papel. Así, en 1940 el fabuloso empresario pudo liquidar toda la deuda externa del país y

tomar posesión de las aduanas que habían funcionado bajo el control norteamericano. La prosperidad de las empresas de Trujillo, que su propaganda mostraba como grandes progresos del país, no significaba una tregua en el terror y el control policial del país. Era necesaria la paz social, y nadie podía disentir públicamente. Al contrario: tenían que redoblarse las alabanzas al Benefactor, quien tanto progreso y bienestar le daba al país. Bosch anota: “Muchos de los crímenes de Trujillo no fueron políticos; fueron crímenes de la burguesía industrial cuando esta se desarrollaba. Pero como Trujillo era a la vez el gobernante y el burgués, esos crímenes aparecían como de origen político. Y el caso es que Trujillo no era simplemente un burgués; era al mismo tiempo la burguesía terrateniente que dedicaba sus tierras a productos industrializables; la burguesía industrial y financiera”. Alrededor de Trujillo florecieron algunas fortunas de colaboradores inmediatos y de militares. El derrame del tonel de la fortuna del dictador era generoso. Permitía un enriquecimiento que tenía sus límites. Era necesario para que el régimen contara con un grupo de incondicionales que debían realizar las tareas propias de las empresas y que requerían de especialización y trabajo muy bien recompensado. Pero tales incondicionales no alcanzaban a ser notables ni decisivos económicamente. “En su régimen –escribe Bosch– todo se confundió con su persona; al grado que resultaba muy difícil distinguir cuáles de sus hechos violentos eran productos de la naturaleza de sus empresas y cuáles eran productos de su método de gobernar. Todo Estado burgués es en última instancia una empresa de la burguesía, pero, como en el caso de Trujillo él resumía toda

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la burguesía nacional, el Estado dominicano era su empresa personal”. Con toda legitimidad, Trujillo podía decir como Luis XIV: “El Estado soy yo”. El progreso del país tenía una relación orgánica con la fortuna del tirano. Así, por ejemplo, sus industrias de materiales de construcción fueron puestas al servicio de la construcción de carreteras, edificios, avenidas, calles, que además de rendir beneficios a Trujillo y sus familiares revalorizaron las propiedades urbanas y rurales de mucha gente que no solo ascendió en la escala social, sino también en su nivel económico. Se configuró una clase media significativa. No obstante, Trujillo no pudo destruir a la oligarquía, que acató su omnipotencia, pero que permaneció como una fuerza política que sustenta a la derecha dominicana. “La base social de la oligarquía había estado formándose en el país desde los últimos años de Lilís, y aunque Trujillo no le permitió ir al poder sino en posiciones de segundo o tercer orden, esa oligarquía en formación no fue destruida por él. Al morir Trujillo, muchos de los hombres que se enriquecieron en su régimen corrieron a integrarse en el frente oligárquico”. Es interesante señalar también que las empresas de Trujillo aumentaron la clase obrera industrial, que era escasa antes de su Era. Los campesinos emigrados a la ciudad se convirtieron en obreros y en mano de obra de faenas industriales a menudo sofisticadas y modernas. Bosch entendió cabalmente estas transformaciones sociales: “El régimen de Trujillo provocó en el país una vasta movilización social en doble sentido, vertical y horizontal, puesto que el trasiego de familias del interior hacia la Capital y de los campos a las ciudades, provocados por el trujillismo, no se detuvo ahí, puesto que también bajo su impulso apareció

el proletariado dominicano, por lo menos en número. Miles de dominicanos pasaron a trabajar en los ingenios azucareros y en las fábricas y empresas de Trujillo; de los trabajadores extranjeros de años anteriores apenas quedaron algunos miles de haitianos, que eran necesarios en el corte de caña porque los jornales pagados en el corte eran tan bajos que los obreros dominicanos no podían vivir con ellos, a pesar de que el bajo salario de un trabajador dominicano daba apenas para subsistir. Como había sucedido en otras partes del mundo, el obrero dominicano apareció cuando apareció la burguesía dominicana”. Trujillo solo se amaba a sí mismo. El dinero y el poder era lo único que le importaba. Traicionaba a quien fuera, si eso le beneficiaba. Desplegaba consigo mismo la sensualidad de la fortuna. En su ropero había diez mil corbatas, dos mil trajes civiles y militares, quinientos pares de zapatos. Pero era un riguroso administrador de sus inversiones. A menudo decía: “El que no está conmigo está contra mí”. Y para que eso se cumpliera convirtió también el crimen en una empresa siniestra. Eran conocidas sus operaciones de amedrentamiento. Con frecuencia, opositores –campesinos, obreros, estudiantes– de una determinada localidad, aparecían asesinados lejos de los lugares en que vivían. Las penas menores para los agitadores eran los campos de trabajos forzados cuyos condenados eran aprovechados para trabajar gratis en las empresas del dictador. De todos modos, los sindicatos le daban algunos dolores de cabeza. En enero de 1946 se produjo una huelga indefinida de obreros de las más diversas actividades. La dictadura negoció con los dirigentes y luego resolvió tomar el control de los sindicatos. El dirigente Mauricio Báez, que no se dejó domesticar, desapareció definitivamente.

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Cuando el repudio internacional era abrumador y los exiliados organizaban expediciones para terminar con la dictadura, Trujillo hacía campañas de relaciones públicas en las que se presentaba como un intransigente demócrata. Se proclamaba el primer anticomunista del Caribe. Luego de dejar instalado en el poder a Héctor Bienvenido Trujillo, emprendió una gira internacional en octubre de 1952. Viajó a EE. UU. como embajador de Santo Domingo. Y luego visitó con gran pompa a España e Italia. Apareció en un carruaje con Franco vitoreado por una multitud; luego estuvo en Italia y fue recibido en una audiencia especial por el Papa Pío XII. Regresó eufórico. Había sido condecorado por Pío XII, quien le hizo ingresar a la nobleza del Vaticano. De todos modos, desconfiaba hasta de su entorno más privado. Bosch dice que tenía siempre consigo una maleta con un millón de dólares en billetes. Aseguraba que con esa cantidad podía hacer frente a cualquier eventualidad, incluso a un posible secuestro. Nada se le escapaba. Aparecía en su despacho en las primeras horas de la mañana. Se ocupaba personalmente de organizar el trabajo sucio, para luego pasar a los asuntos públicos del Estado que era su negocio. Tenía algunos sueños racistas. Quería blanquear el país, y propició la emigración a la Isla de gente de piel blanca. Suponía que su autocracia tendría herederos como en una monarquía. Pero el 30 de mayo de 1961 fue acribillado en una de sus carreteras. Y desde entonces la República Dominicana se ha empeñado en borrar su sombra tenebrosa y construir una democracia.

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Golpe en la noche La llegada al poder | Campaña de mentiras El golpe en la noche | Relato de la traición Los envenenadores


La llegada al poder*

Que un escritor asumiera la presidencia de la República en un país del Caribe era toda una novedad en 1963. Y que esto ocurriera en Santo Domingo, después de treinta y un años de una dictadura autocrática y criminal, no dejaba de asombrar. El presidente, elegido con más del sesenta por ciento de los votos, en unas elecciones que los observadores de la OEA calificaron como ejemplares y de resultados indiscutibles era Juan Bosch, un exiliado antitrujillista, quien convirtió en el centro de su quehacer la lucha contra el tirano y que además era uno de los altos representantes de la centro izquierda del Continente, con ideas modernas, reformadoras y democráticas, que se disponía a poner en marcha en una nación que había sido feudo de Trujillo y de su camarilla. Al regresar a su país, a fines de 1961, Bosch aceptó ser candidato presidencial porque su partido –el Partido Revolucionario Dominicano– así lo acordó y porque era evidente que la mayoría de los dominicanos no divisaban otra personalidad para el cargo que no fuera ese hombre alto, canoso y tranquilo cuyas arengas radiales escuchaban en la clandestinidad y cuyos escritos circulaban en la isla a pesar del terror que era inherente a la Era de Trujillo. *Añadido para esta reedición. 153


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Bosch asumió el mando el 27 de febrero de 1963 sin pomposas ceremonias. Fueron invitados los mandatarios del Continente libremente elegidos y un grupo de destacados intelectuales, entre ellos Hernán Díaz Arrieta, crítico del diario El Mercurio de Santiago, con el que mantuvo una cordial amistad en su residencia en Chile, a pesar de sus diferencias ideológicas. Bosch quería imponer un estilo sobrio, civil y transparente a su gobierno. Eligió para integrar su gabinete a profesionales calificados, a políticos que habían vivido en el exilio, a visibles antagonistas de la corrupción y enemigos de los caciques que habían saqueado la República Dominicana en el reciente pasado. En las elecciones, el contendor fue el Dr. Viriato Fiallo, no se conformó jamás con su derrota, e inició una campaña de desestabilización de Bosch apenas se inició su gobierno. Fiallo era un líder de la derecha. Entre los objetivos inmediatos del nuevo gobierno estaba la realización de una profunda reforma agraria que significaba un reparto de tierras a razón de cien tareas por familia (una tarea equivalía aproximadamente a 628 metros cuadrados), cuyos beneficiados serían setenta mil pequeños agricultores a lo largo del país. Se usarían todas las tierras del gobierno, las propiedades agrícolas de Trujillo expropiadas y se adquirirían otras, de propietarios privados, que serían pagadas de acuerdo a lo que estipulaban la Constitución y las leyes. El programa del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) era definido por Bosch como democrático-revolucionario. Aspiraba a mantener las libertades públicas con un contenido de justicia social y democracia económica que hasta entonces no conocía el pueblo dominicano. Uno de los instrumentos de esa política era la creación de una central de cooperativas

ganaderas con los elementos necesarios para que esos organismos se desarrollaran con la mayor seguridad y en el menor tiempo posible. Las empresas azucareras serían parte de esas cooperativas formadas por agricultores o colonos. El gobierno de Bosch aspiraba además a estimular el desarrollo industrial, mediante la liberación total de impuestos por un plazo de diez años, para toda industria nueva que se estableciera en el país. En el aspecto social, el programa propugnaba la proclamación constitucional de los derechos de los trabajadores y los campesinos, la redacción de un nuevo Código de Trabajo y de códigos sanitarios y de educación. Las propiedades industriales de Trujillo quedaron bajo la administración de la Cooperativa Dominicana de Fomento, y otras fueron controladas por el Banco Agrícola. Bosch confiaba en la Alianza para el Progreso, que impulsaba por esos días el presidente Kennedy. “Toda ayuda económica y técnica que nosotros podamos recibir es útil, no solo en el caso de la República Dominicana sino de toda la América Latina”, decía.

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Campaña de mentiras

La acusación desde el día mismo en que asumió la presidencia acerca de establecer un Castro Comunismo, la refutó Bosch sin lugar a dudas: “La República Dominicana no tiene relaciones con Cuba. La República Dominicana está encuadrada dentro del sistema regional de la OEA, por lo tanto seguirá manteniendo el actual Estado”. Refiriéndose a Fidel Castro expresó: “que el líder cubano tomó el liderato de la gran revolución socialista democrática de nuestro tiempo: la revolución que esperaban todos los pueblos de América Latina, Asia y África, pero perdió ese liderato porque no supo mantenerse dentro de los límites de la revolución socialista democrática”. El Presidente se declaró enemigo de los esquemas y del uso maniqueo de los abanderamientos políticos: “Los conceptos se confunden cuando hay mentes demasiado calenturientas, que están viendo comunismo a la izquierda y dictadura trujillista a la derecha. Nosotros no estamos ni a la izquierda ni a la derecha; nosotros somos demócratas revolucionarios y no admitimos que se nos defina ni a la derecha ni a la izquierda, ni en el centro, ni en ninguna parte: somos dominicanos que queremos establecer en este país un régimen de libertades públicas y de justicia social”. 157


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El gobierno de Bosch tenía un apoyo popular evidente, y las medidas anunciadas no quedaron solo en el papel y en los discursos. Su realización se inició en medio de una permanente odiosidad de los siete partidos de oposición que aglutinaban a la clase media alta y al trujillismo. Era evidente, además, que eran alentados por el clero reaccionario y el mando militar y, en particular, por el Ministro de Defensa, general Viñas Román, que siempre estuvo dispuesto a no tolerar el desarrollo del gobierno democrático. De todos modos, Bosch alcanzaba un provechoso entendimiento con grandes capitalistas europeos. Le entregó a la General Electric, de Gran Bretaña, la realización de un plan hidroeléctrico que costaría 200 millones de dólares. Eso inquietaba a los intereses norteamericanos. El Dr. Viriato Fiallo encabezó una campaña que acusaba de corrupción al régimen de Bosch. Ingenuamente, el Presidente había creído en el ofrecimiento que le hizo un consorcio europeo de concederle 150 millones de dólares en créditos. El consorcio no pasaba de ser una oficina gestora de créditos que pidió quince millones anticipados para realizar la operación. El crédito no llegó y el escándalo del falso consorcio fue explotado por los adversarios de Bosch, para señalar que estaban frente a un régimen corrupto. Ellos se cuidaron de no decir que los mayores escándalos se registraron entre los integrantes del frente que derribó a Bosch y que estaba formado por los mismos personajes que profesaron bajo la dictadura del Benefactor.

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El golpe en la noche

El 24 de septiembre de 1963 en la noche, el presidente Bosch fue derrocado por un golpe militar. Tropas y tanques rodearon el Palacio de Gobierno y destacamentos del Ejército, portando armas automáticas, recorrieron las calles disolviendo a los grupos de ciudadanos que encontraban a su paso. A la cabeza de los golpistas aparecieron los generales Luis Amiama Tió y Antonio Imbert. Pero el papel preponderante lo jugó el Ministro de Defensa ya citado, Viñas Román. En una proclama leída por la radio dijo que el golpe demostraba que las Fuerzas Armadas “jamás han abandonado al pueblo”. Con ello señaló que los militares estuvieron siempre listos para derribar a Bosch. El general Viñas Román no era un aparecido en el convulsionado cuadro político dominicano. Era un legítimo heredero del trujillismo que abandonó la nave del dictador cuando se dio cuenta de que naufragaba. Apareció como el hombre más importante en el grupo que tomó el poder luego de la desaparición del dictador. Para él fue el cargo de Ministro de Defensa en el Consejo de Estado, que el pueblo denominó los siete enanitos por el número de sus integrantes. A la subida de Bosch al poder, Viñas Román no abandonó su cargo y continuó como Ministro de Defensa, lo que sorprendió a los observadores y a la opinión pública, la cual 159


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creía que el nuevo mandatario barrería con todo el pasado, sobre todo cuando se recordaba que él –Bosch– había atacado duramente antes de asumir el poder a todos los miembros del Consejo de Estado. Con esa posición, Bosch se había ganado siete enemigos potentes. Lo curioso era que uno de ellos quedó en su gabinete. Decididamente, Viñas Román tenía más poder que el Presidente legítimo y sería el tutor que vigilaría de cerca a Bosch para botarlo cuando lo estimara conveniente. Así ocurrió. En los primeros momentos la prensa hizo toda clase de conjeturas sobre el destino de Bosch. Se temía por su vida. La radio describió el golpe como “el resultado de la desesperación popular contra el progresivo y alarmante avance del comunismo en el país”. La policía allanó los locales del Partido Socialista Popular, del Movimiento Popular Dominicano y de la organización 14 de Junio, apoderándose de sus archivos y deteniendo a los dirigentes de esas organizaciones. Los presos políticos eran millares. Algunos de los perseguidos pidieron asilo en las embajadas de Argentina y de Chile. El mandatario derrocado fue llevado en la fragata dominicana Mella hasta la isla de Guadalupe. Allí fue recogido por un avión enviado por el gobernador de Puerto Rico, Luis Muñoz Marín, viejo amigo de Bosch, quien asistió a la ceremonia de su ascensión al mando. Al llegar a San Juan de Puerto Rico y reunirse allí con su esposa, Bosch declaró: “Lo que le ocurrió a mi gobierno y a mí es una trágica experiencia para la democracia en América Latina. Mientras sea posible a las fuerzas militares asesinar a la democracia en medio de la noche –como ocurrió en Santo Domingo– la democracia no florecerá en nuestros países”. 160

Relato de la traición

En un artículo publicado por la revista Life en noviembre de 1963, Bosch explicó cómo fue traicionado. Escribió textualmente: “El golpe fue consumado el 24 de septiembre, día de nuestra Señora de las Mercedes, que es una fiesta religiosa nacional. Desde los primeros intentos de golpe de Estado, los partidos y grupos que lo organizaron contaban con el Centro de Enseñanza Militar, a cuyo cuidado estaban los tanques y contaban también con la aviación. No había soldado, ni marino, capaz de enfrentarse a los tanques y a los aviones. Por lo demás, era difícil que el jefe del Centro de Enseñanza, coronel Elías Wessin y Wessin y el general Atila Luna, jefe de la aviación, volvieran a la legalidad; ambos eran desleales por naturaleza y hombres sin carácter a pesar de lo cual yo no podía sustituirlos porque precisamente por ser así, los demás jefes de las Fuerzas Armadas los respaldaban”. Esos eran los miembros del equipo militar que dieron el golpe, pero había otro sector que Bosch también describe: “Yo sabía que la resistencia hubiese costado algunos cientos de vidas, y que iba a desatarse el terror sobre el pueblo indefenso. El odio irracional de la alta clase media dominicana hacia ese pueblo es verdaderamente sobrecogedor, difícil de 161


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explicar y aun de admitir, para quien no la conozca a fondo como la conozco yo; y esa clase media, encabezada por los líderes de algunos pequeños partidos, por los líderes de los industriales y de los comerciantes, era precisamente la instigadora y la directora política del golpe. Guiados por esos líderes, los jefes militares golpistas hubiesen ametrallado al pueblo sin misericordia”. Bosch también explicó en ese artículo las razones que tuvieron los militares y civiles para coligarse contra el gobierno constitucional: “Me habían dicho (aquellos jefes militares) que ellos siempre respaldarían a un gobierno constitucional. Pero yo sabía que no decían la verdad; sabía que ellos no toleraban un gobierno que había impuesto la austeridad más estricta, que no permitiría ni la más pequeña injerencia en la administración civil, que había sacado de los cargos públicos a familiares y recomendados de algunos jefes debido a manejos impropios de fondos. Pero yo sabía otras cosas que la mayoría de esos jefes pretendía ignorar: que a las Fuerzas Armadas había entrado la política en la peor forma, llevada por líderes de la minoría oligárquica, animados de odio al pueblo y por una necesidad incontrolable de poder asegurarle privilegios a cincuenta familias señaladas por Dios –y por algunos sacerdotes– para distribuirse la República, sus minas, sus negocios y la cuantiosa herencia de empresas industriales que había dejado Trujillo”. En un esfuerzo por detener el golpe, Bosch reunió a los jefes militares luego de haber ordenado la destitución de Elías Wessin y Wessin. Cuando los militares llegaron a su despacho, el coronel Rivera Cuesta tomó la palabra y dijo: “Señores, hay que decirle al Presidente la verdad, y la verdad la sabemos todos…”.

¿Cuál es esa verdad? preguntó Bosch. —Que el coronel Wessin y Wessin no puede ser sustituido. Intentarlo costaría mucha sangre dominicana. —¿Quiere decir que el coronel Wessin y Wessin es intocable? –preguntó Bosch. La respuesta fue obvia. Ningún oficial se movió, y la aviación –que había dado seguridades de la lealtad de Wessin– anunció que le daba su respaldo.

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Los envenenadores

Este relato lo escribió Bosch en Puerto Rico. No solo describió a las fuerzas que tomaron parte en el golpe sino que identificó a los autores civiles. Responsabilizó al Dr. Viriato Fiallo como organizador de una maquinaria de propaganda verdaderamente infame, “de la cual salían las mentiras más patentes”. “Él, con dinero de industriales y comerciantes montó en Miami un centro de difusión de esas mentiras con cubanos que antes habían estado a su servicio en la República Dominicana y ahora han vuelto al país para seguir con su oficio de envenenadores de la opinión pública. El Dr. Fiallo me acusó repetidas veces de haber organizado una milicia civil destinada a destruir las Fuerzas Armadas y llamaba milicianos a esa supuesta organización. Hoy está él en el poder con sus cómplices militares; sin embargo, he aquí que esa organización miliciana no ha sido destruida. ¿Por qué? Porque nunca existió”. A Bosch le sucedieron siete gobiernos. El último de ellos fue encabezado por Donald Reid Cabral, un ex vendedor de automóviles. Fue derrocado por un movimiento que inició el Partido Revolucionario Dominicano con apoyo de militares de artillería. Se exigía el regreso de Bosch. El coronel Francisco Caamaño era su representante constitucional. Pero Wessin y Wessin –un anticomunista alucinado– no estaba dispuesto a 165


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tolerar un regreso de Bosch, y ordenó el bombardeo del Palacio de Gobierno y el ametrallamiento de la población. Desencadenó una virtual guerra civil cuyo broche de sangre fue la ocupación de la República Dominicana por más de catorce mil soldados norteamericanos en abril de 1965. Esos hechos conmovieron a la opinión pública mundial y en particular a los chilenos en su totalidad. La batalla de la solidaridad chilena es el tema del capítulo que viene a continuación.

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Crónica chilena de un levantamiento solidario ¡Viva Santo Domingo! Chile frente a la intervención norteamericana de 1955 La primera amenaza | Un informe confidencial

La visita de Mr. Harriman | Un mitin de los trabajadores

Las decisiones de Allende | Las mujeres y los estudiantes católicos

El dominicano Javier | Violencia contra representantes chilenos

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Chile frente a la intervención norteamericana de 1955*

El viernes 21 de mayo de 1965, se realizó en el Salón de Honor del Congreso de Chile la ceremonia tradicional en la que el presidente de la República da cuenta a los parlamentarios y a todo el país de la marcha de los asuntos públicos y de las realizaciones de su gobierno. El presidente Eduardo Frei Montalva, vistiendo de riguroso frac viajó –como siempre– al Congreso en una carroza de fines del siglo XIX escoltado por lanceros a caballo y observado por los curiosos que, detrás de las vallas policiales, acudían siempre a presenciar el solemne paso del mandatario y de su comitiva ministerial por las calles que separaban entonces al Palacio de La Moneda de las sedes de las cámaras de Senadores y Diputados. El país estaba conmovido por la intervención de Estados Unidos en Santo Domingo; los bombardeos a la ciudad, la brutal represión a los rebeldes, el despojo de su legítimo mando al Presidente Constitucional Francisco Caamaño, los sangrientos operativos del general Wessin y Wessin, las masacres diarias de dominicanos, eran del dominio común. Las organizaciones sindicales, las federaciones de estudiantes, los partidos políticos de centro y de izquierda, los intelectuales, *Añadido para esta reedición. 169


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los parlamentarios, se pronunciaban apasionadamente contra la intervención y se solidarizaban con los dominicanos con la misma fuerza que condenaban al gobierno de Lyndon Johnson y a la OEA por su docilidad ante un acto de agresión que pisoteaba brutalmente los principios de no intervención y de autodeterminación que tanto servían para adornar discursos.

La primera amenaza

El presidente Frei ingresó en medio de aplausos al Salón de Honor atestado de parlamentarios, de altas autoridades de la República, de los jefes de las Fuerzas Armadas, de los embajadores de todo el mundo. En un lugar visible y privilegiado estaba el embajador de Estados Unidos, Ralph Dungan, excolaborador del presidente John Kennedy, quien había demostrado ser un brillante diplomático. Frei leyó su mensaje con voz nítida y elocuente. De pronto se detuvo, dejó a un lado las páginas y dijo: “En la dolorosa crisis que afecta al pueblo de Santo Domingo, mi gobierno, interpretando la voluntad mayoritariamente abrumadora del país, ha sostenido la tesis tradicional e invariable de Chile, en cuanto a que la no intervención es un principio fundamental del sistema interamericano. Nuestros desesperados esfuerzos desde el primer día se han dirigido a obtener el cese del fuego y la constitución de un gobierno civil y representativo que bajo su plena responsabilidad llame a elecciones libres y democráticas”. En medio de la perplejidad de algunos embajadores y de un silencio absoluto, agregó: “Para este efecto hemos tocado todos los resortes que están a nuestro alcance. Estamos ciertos que de aceptarse nuestro 170

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Un informe confidencial

criterio, este conflicto encontraría una solución. Por desgracia, asistimos a una lucha que está destruyendo vidas inocentes, aplastando un movimiento popular cuyo sano origen nadie ha discutido, y en la conciencia de los hombres libres de toda América el sistema interamericano ha recibido un golpe mortal”. “Expresamos –agregó– estas ideas porque somos fieles a los principios que siempre hemos sostenido; y segundo, porque estamos movidos por un sentimiento profundo de solidaridad, que expreso en esta solemne ocasión, a ese pueblo, en su dura lucha por la libertad. No estamos contra ninguna nación, sea ella débil o poderosa. Pero frente al débil o poderoso, Chile ha mantenido siempre sus principios con entereza y claridad”. El Presidente tomó un vaso de agua y concluyó su opinión sobre el drama de la República Dominicana llamando a refundar la OEA ante la totalidad de los embajadores de los países miembros allí presentes: “La OEA, en las actuales condiciones, está irremediablemente condenada. No se trata de destruirla o debilitarla. Pero se necesita un organismo que promueva el desarrollo económico y social, ya que no solo existen amenazas internas o externas de orden político, sino que la primera amenaza reside en la incultura, la miseria y el hambre”. Las palabras de Frei dieron lugar a una inmensa ovación y a gritos: Viva el pueblo de Santo Domingo, ¡Fuera los yanquis! ¡Libertad, libertad! El Presidente del Senado tuvo que hacer sonar la campanilla en tres ocasiones para restablecer el orden. El Embajador Dungan permaneció lívido en su asiento. Los parlamentarios del Frente de Acción Popular (FRAP) habían pedido que el Embajador no fuera invitado. Era imposible. Decidieron entonces manifestar de viva voz su solidaridad con Santo Domingo y apoyar las palabras del presidente Frei.

La ruidosa solidaridad con la República Dominicana fue lo más comentado de la ceremonia del 21 de mayo de 1965. Antes, el gobierno de Chile le había exigido al presidente Johnson el retiro inmediato de las tropas norteamericanas en Santo Domingo, y había expresado lo mismo en el seno de la OEA. Su posición solo fue respaldada por México. El resto de los países, con más o menos convicción, habían autorizado a las llamadas Fuerzas Interamericanas de Paz, y algunos de ellos, como Nicaragua, Honduras, Brasil, Paraguay, enviaron efectivos militares propios. El canciller chileno, Gabriel Valdés, se negó asistir a una conferencia de cancilleres a realizarse por esos días en Washington, y fue categórico en afirmar que estaba gravemente comprometido y lesionado el principio de no intervención. “En la crisis –señaló– que se está viviendo dentro del sistema interamericano está materializada una realidad que es básica para nuestro pensamiento: nos interesa que una república hermana como la Dominicana, pueda darse su gobierno civil y democrático a que tiene derecho como país libre y soberano. Hay un proceso revolucionario en ese país. Pero es cosa de ellos. Es el pueblo dominicano el que se ha rebelado para establecer el gobierno que desea y que corresponde a una democracia representativa”.

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Valdés señaló que el restablecimiento de la normalidad en Santo Domingo no se conseguiría con intervenciones armadas ni protección norteamericana. Era un problema político que tenía solución política: “Por eso Chile no participará en iniciativa alguna que signifique envío de tropas y recursos bajo ese predicamento. Ni fuerzas unilaterales ni multinacionales pueden ofrecer la posibilidad de una eventual solución. Por eso mantendremos nuestra posición, aunque estemos solos. Nos parece que está determinada por hechos reales, por la fidelidad a un principio y por obligaciones que hemos contraído bajo nuestra concepción de lo que debe ser el sistema interamericano, basado en el principio de no intervención”. El Embajador de Chile ante la OEA, Alejandro Magnet, viajó a Santo Domingo en los días previos a la intervención norteamericana y luego cuando el terror estaba a la orden del día. Escribió un informe confidencial para uso de la cancillería, la cual le había encargado especialmente verificar si la isla estaba al borde de convertirse en una segunda Cuba. Tal era el caballo de batalla para justificar la ocupación yanqui. Magnet estableció que el coronel Francisco Caamaño no era comunista; que se encontraba distante de Fidel Castro y que encabezaba una lucha donde participaban todos los sectores populares dominicanos con el único propósito de oponerse a la invasión de tropas de Estados Unidos y de restablecer la constitucionalidad de la República Dominicana. Magnet comprobó que la acción armada de Estados Unidos no estaba concentrada en la protección a sus ciudadanos, sino que participaba con todos sus elementos bélicos en la lucha contra las fuerzas de Caamaño.

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La visita de Mr. Harriman

El enviado especial del presidente Johnson a todos los países latinoamericanos, Averell Harriman, tenía la misión de explicar y convencer a los gobiernos de las razones de la intervención norteamericana. Había sido recibido en casi todas las capitales con manifestaciones de repudio más o menos numerosas. Llegó a Santiago en la mañana del 7 de mayo de 1965, y de inmediato concertó una entrevista a las cinco de la tarde con el presidente Frei. Se encontró frente a La Moneda con una multitud que blandía carteles, banderas de Santo Domingo, retratos de Bosch y de Caamaño. Lo protegieron guardias de seguridad norteamericanos y chilenos. Ingresó rápidamente al palacio de los presidentes de Chile. Frei le reiteró la posición chilena y le dijo: “Los países pequeños solo pueden defenderse manteniendo sus principios”. Harriman se mostró cauteloso e hizo gala de sus habilidades diplomáticas para no enjuiciar en tono discrepante la postura de Chile frente a la invasión. Hizo una exposición de los puntos de vista de su gobierno a sabiendas de que no encontraría ningún eco y que no saldría de allí con un trofeo. Su alegato principal era ya muy conocido: el movimiento dominicano era de inspiración Castro-comunista. Justificó el derrocamiento del Presidente Constitucional Juan Bosch en 175


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1963, porque “la amenaza comunista había sido detectada a tiempo”. Agregó que la solución no era ahora traer de regreso a Bosch, porque las Fuerzas Armadas estaban divididas y eso implicaría una gran falta de estabilidad para ese gobierno. Agregó que cincuenta y ocho dirigentes comunistas dominicanos habían sido entrenados para la guerrilla en la Unión Soviética, Checoslovaquia y Cuba, y que era evidente que su presencia en el movimiento dominicano significaba un peligro. A eso se agregaba, según Harriman, la presión interna de determinados sectores norteamericanos que decidieron a Johnson ordenar el desembarco de los infantes de marina. De acuerdo, a las explicaciones de Harriman, no existía otro camino porque la OEA carecía de atribuciones necesarias para actuar en estos casos. Harriman ofreció después una conferencia de prensa en la que no dijo nada interesante y casi no respondió las preguntas de los periodistas. El Presidente entonces, del gobernante Partido Demócrata Cristiano, Jaime Castillo, expresó el mayor respaldo a la actuación y declaraciones del canciller Gabriel Valdés. Dijo que repudiaba la intervención norteamericana “porque los hechos prueban que es ilegítima”. En un reportaje expresó que había estado en varias ocasiones en la República Dominicana; que conocía a Bosch y hablaba con conocimiento del escenario: “Primero el gobierno norteamericano justificó su actitud diciendo que tenía por objeto salvar las vidas de los ciudadanos americanos. Pero las declaraciones posteriores del presidente Johnson demostraron que en realidad no era ese su objetivo”. Para Castillo, la situación creada en Santo Domingo era similar a lo ocurrido en Hungría en 1956, y

estaba procediéndose del mismo modo. Agregó que la acción de Estados Unidos no era diferente ni independiente de otras que ya le habían llevado a invadir Santo Domingo. Eso explicaba “que allí hubiera cierta odiosidad contra el país del Norte, porque se ha empeñado en mantener un sistema militar dictatorial cuyo mayor emblema fue la larga dictadura de Trujillo, cuyo desprestigio no le importó nada. Al contrario: la sostuvo hasta el fin”.

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Un mitin de los trabajadores

Las manifestaciones chilenas contra la ocupación de Santo Domingo comprometieron a todas las fuerzas vivas de Chile. La Central Única de Trabajadores llamó a un mitin multitudinario realizado en la Avenida Bernardo O’Higgins de Santiago, en el que el presidente del organismo, Luis Figueroa, llamó “a todos los hombres y mujeres libres de Chile” a constituir “Comités Nacionales de Solidaridad con el pueblo dominicano”, para contribuir con ayuda material a la reconstrucción de la devastada ciudad de Santo Domingo. En la concentración se aprobó por unanimidad la Declaración del Pueblo Trabajador, en la cual se exponía toda una plataforma para la movilización solidaria de los trabajadores. La Declaración planteaba: 1. El retiro inmediato de las tropas yanquis de Santo Domingo. 2. Rechazo a cualquier intervención unilateral o multilateral bajo cualquier pretexto que Estados Unidos quiera imponer. Ningún soldado chileno debe prestarse para servir los intereses y propósitos del imperialismo. 3. Reivindicar el derecho de los pueblos a buscar su destino y darse el gobierno según los propios intereses. 179


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4. Reconocimiento inmediato del Gobierno Provisional de Santo Domingo, elegido libremente por el Congreso dominicano. 5. Ante el fracaso de la OEA, verdadero departamento de colonias de Estados Unidos, Chile no debe ser cómplice de su maquinaria, y debe retirarse a impulsar la creación de un organismo de solidaridad y ayuda mutua entre todos los pueblos latinoamericanos. Más de diez mil personas acudieron al llamado de la CUT, y se hicieron presentes en el mitin los senadores Salvador Allende, Ezequiel González Madariaga, Luis Corvalán y Mario Garay. Además estuvieron allí diversas personalidades, entre ellas el poeta Pablo Neruda, la catedrática Olga Poblete, por el Movimiento de la Paz, y relevantes dirigentes sindicales de los más diversos gremios del país. El presidente de la Central Única de Trabajadores, Luis Figueroa, después de relatar la cadena de agresiones continuas de los gobiernos de Estados Unidos a la isla, saludó al pueblo dominicano “que se había levantado en armas contra el invasor” y para no aceptar a Wessin y Wessin, “otro títere de turno que desea imponer Estados Unidos”. Unas cinco mil personas quisieron iniciar un desfile por las calles del centro de la ciudad pero fueron dispersadas por las fuerzas de carabineros. De todos modos, muchos cumplieron con su cometido y fueron aplaudidos por los transeúntes. La directiva del Frente de Acción Popular, una alianza que unía a los partidos de izquierda, se declaró en sesión permanente para considerar la evolución de la situación en Santo Domingo. En forma simultánea, la Cámara de Diputados y el Senado realizaron sesiones especiales para considerar la intervención

norteamericana. En el Senado hablaron el Dr. Salvador Allende, los senadores Aniceto Rodríguez, Carlos Contreras Labarca y Ulises Correa. El senador Allende se refirió a todas las intervenciones que Estados Unidos había realizado en la República Dominicana, y al plan general del Pentágono de ir estableciendo bases militares a escala mundial. En la Cámara de Diputados, Volodia Teitelboim calificó a Lyndon Johnson como “un texano brutal, beneficiario directo de la muerte de Kennedy”. Teitelboim dijo que apoyaba la política del gobierno de Frei en la situación dominicana. El diputado conservador Manuel Tagle intentó justificar plenamente la intervención de Estados Unidos. A sus palabras replicó Teitelboim, quien le calificó de cavernario. Después de la sesión especial ambas cámaras aprobaron dos votos de apoyo a la posición del gobierno de Frei.

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Las decisiones de Allende

El senador Salvador Allende fue figura visible e indispensable de todas las acciones solidarias. Señaló que el principio que buscaba imponer Estados Unidos de “intervenir en los asuntos internos de otro país para proteger sus bienes, puede dar lugar a una agresión en contra de Chile, donde hay fuertes intereses norteamericanos”. Dijo estar muy preocupado por “el drama que afecta a otra nación de nuestro castigado continente”. Se propuso a sí mismo para integrar una comisión investigadora de los sucesos, que pudiera viajar a Santo Domingo y conversar con los protagonistas de los hechos y comprobar las atrocidades cometidas. También le envió una carta al ex presidente de México, Lázaro Cárdenas, en la que propuso una reunión de líderes latinoamericanos en Ciudad de México para considerar la situación dominicana. Cárdenas le contestó de inmediato: “He leído su mensaje sobre la criminal intervención extranjera en el territorio de la República Dominicana y estoy de acuerdo en que procede seguir movilizando a la opinión pública de todos los pueblos latinoamericanos para exigir la inmediata salida de fuerzas extranjeras y apoyar al pueblo dominicano que lucha heroicamente por defender su soberanía y por restablecer un régimen constitucional”. 183


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En esos mismos días Allende recibió una invitación del Embajador norteamericano Ralph Dungan para un acto social en la Embajada. La respuesta textual fue la siguiente:

inspira en normas compartidas unánimemente por los chilenos, por los latinoamericanos con dignidad y sentido de nuestro tiempo y también por los espíritus mejores del pueblo norteamericano. “Daré a la publicidad esta carta después que usted la haya recibido. Saluda al señor Embajador,

“Señor Embajador: He recibido una invitación para concurrir a un acto que se realizará el viernes próximo en la sede de la misión a su cargo, con motivo de exhibirse una película sobre el asesinato del presidente Kennedy. Como en la tarjeta respectiva se pide que responda si concurriré a esa recepción, me veo forzado a dirigirme a usted para expresarle que no puedo aceptar su invitación. He dejado de mantener contacto con la Embajada de los Estados Unidos de América aun en el ámbito meramente social, desde la época en que el señor Claude Bowers representaba en Chile al siempre gratamente recordado presidente Roosevelt y a la política que este sustentaba. Pero ahora las razones de mi alejamiento se acentúan. “El gobierno de los Estados Unidos de América vulnera en estos precisos momentos los principios más esenciales de la convivencia internacional, adentrándose en forma sangrienta por un camino que borra en sus raíces mismas el derecho de la libre autodeterminación de los pueblos y que abre en la historia de América Latina y de otras naciones que bregan por su liberación, una etapa adversa y de contornos dramáticos. La invasión de la República Dominicana es un acontecimiento siniestro porque significa simplemente el predominio de la fuerza sobre todos los valores morales, culturales y cívicos que después de trabajosa lucha han llegado a considerarse propios de la civilización. “Es cierto que el señor Embajador captará con claridad que no hay nada de carácter personal en mi actitud, que se 184

Dr. Salvador Allende G”.

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Las mujeres y los estudiantes católicos

Las mujeres se sumaron al movimiento solidario con piquetes frente a la Embajada de Estados Unidos y con un manifiesto que expresaba: “Nosotras, mujeres chilenas representantes de todos los sectores de la ciudadanía, parlamentarias, regidoras, dueñas de casa, profesionales, trabajadoras manuales e intelectuales, declaramos nuestra solidaridad con el pueblo dominicano que lucha por la defensa de su soberanía nacional y por el retorno de un gobierno constitucional”. Las firmantes de la declaración –que se extendió en consideraciones sobre las noticias que transmitían los cables– fueron, entre otras Ester Matte Alessandri, presidenta de la Sociedad Escritores y sobrina del ex mandatario derechista Jorge Alessandri; Hortensia Bussi de Allende, Lya Lafaye, presidenta de la Unión de Mujeres; las regidoras María Marchant y Mireya Baltra, las actrices María Cánepa, Bélgica Castro, Carmen Bunster, María Maluenda; las escritoras Isidora Aguirre y Ana María Vergara. Los estudiantes de la Universidad Católica se declararon en rebeldía contra el rector del plantel, monseñor Alfredo Silva Santiago, quien prohibió la realización de un foro sobre la realidad dominicana en el salón de actos. El Rector, conocido por representar a los sectores más conservadores del clero chileno, negó la autorización para el acto “por no tener carácter 187


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académico ni universitario”. Por primera vez en su historia, la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica hizo público su rechazo a la actitud del rector, diciendo, “la Universidad no puede ser ajena a los acontecimientos vitales que están produciéndose”. Cuando el presidente de los estudiantes católicos, Eugenio Beca, dio a conocer la declaración de los alumnos reunidos en el vestíbulo de la Universidad, se hizo sentir una ruidosa protesta, captada por los periodistas que grabaron el alboroto. El Rector se vio obligado a desistir, y el foro se realizó una semana después en el gimnasio de la Casa Central de la Universidad Católica. El enviado especial a Chile del coronel Caamaño, Caonabo Javier, fue recibido con vítores por los jóvenes que atestaban el lugar. En la reunión intervinieron el senador Carlos Altamirano, el presidente del Partido Demócrata Cristiano, Jaime Castillo, el profesor universitario Gabriel Cuevas y Caonabo Javier. Hubo concordancia en todos los oradores en que la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana constituía una agresión de hecho y un atropello flagrante a la carta de la Organización de Estados Americanos. Pidieron una acción continental coordinada y sostenida hasta obtener el retiro de las fuerzas invasoras del territorio dominicano.

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El dominicano Javier

Caonabo Javier Castillo inició su intervención con una exposición detallada de los sucesos. Dijo que la invasión norteamericana “ha llegado a extremos inconcebibles, que no solo deben llenar de vergüenza a aquellos países que la están respaldando, sino a Estados Unidos, que se ha presentado en el plano mundial con la siniestra catadura que inspira todas sus actuaciones en América Central”. Explicó que la República Dominicana en 120 años de vida soberana “jamás ha tenido vida política, porque siempre ha estado bajo la férula de militares y dictadores hasta culminar en 1930 con Trujillo”. Señaló que Trujillo dejó una trastocación completa de valores morales. “El robo y los vicios predominaban: dejó 800 millones de dólares menos en las arcas del país que él y sus secuaces robaron; dejó 300 mil cesantes entre tres millones de habitantes y dejó por todas partes hambre, miseria, amarguras que el pueblo no ha olvidado”. Javier, de manera vibrante y en medio del religioso silencio de los miles de personas que repletaban el gimnasio, prosiguió: “La necesidad histórica hizo que un grupo de oficiales que sufrieron y sufren con el pueblo, luchara por restablecer la constitucionalidad en la República Dominicana. El pueblo 189


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quería recuperar la Constitución que le robaron el 25 de septiembre de 1963. Y cuando esos políticos del pueblo y esos militares del pueblo ya habían vencido, llegaron las tropas norteamericanas a ocupar nuestro territorio. Fueron a proteger a Wessin y Wessin, la representación negativa de los dominicanos, el inspirado por Trujillo, y balearon a los dominicanos con sus tanques, sus bazucas, sus lanzallamas”. Los estudiantes de todas las universidades realizaron esa misma semana un mitin tan numeroso como el de la CUT y se turnaron frente a la Embajada de Estados Unidos con pancartas, murgas musicales, altavoces que reclamaban la salida de los invasores. Casi todas las municipalidades de ciudades grandes y pequeñas del país realizaron sesiones de protestas y acogieron los llamados solidarizarse materialmente con los dominicanos. Reunieron medicamentos, alimentos no perecibles, ropas para las víctimas de los bombardeos y las brutalidades de Wessin y Wessin.

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Violencia contra representantes chilenos

Una delegación parlamentaria integrada por los diputados José Cademártori y Eduardo Osorio viajó a la capital dominicana con el propósito de elaborar un informe para la Cámara sobre lo que allí ocurría. No pudieron ir más allá del aeropuerto. Fueron violentamente expulsados de inmediato. No los esperaba el Encargado de Negocios de Chile, Carlos Souper, porque había sido despojado de su automóvil y era asediado por los invasores, ya que la Embajada chilena se había convertido en refugio de los familiares del coronel Caamaño y de otros prominentes perseguidos, expuestos a una muerte segura si caían en manos de sus enemigos. Cademártori y Osorio regresaron a Chile y relataron los atropellos de que habían sido objetos. Intervinieron en la Cámara, y hubo acuerdo unánime para considerar que al vulnerar el fuero de dos parlamentarios chilenos se ofendía al país en su totalidad. Por esos días Carlos Souper, el representante de Chile en Santo Domingo, fue interceptado por tropas brasileñas –que eran parte de los militares aportados por la OEA– cuando se dirigía desde su residencia a las oficinas de la Embajada. A pesar de que Souper se identificó, le dijeron: “Usted no pasa por aquí” y le apuntaron con un fusil. 191


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La Cancillería chilena instruyó a Alejandro Magnet para que presentara la protesta de Chile ante la reunión de consulta de la OEA en Washington. El trato vejatorio al diplomático chileno mereció la condena de distintos sectores políticos. Formularon declaraciones el senador Luis Bossay y los diputados Cademártori, comunista, Luis Pareto, democristiano, Fernando Ochagavía, conservador, y Hugo Zepeda, liberal. Todos ellos estimaron que la agresión a Souper era una represalia a la actitud de Chile frente a la crisis dominicana. En definitiva, la movilización de solidaridad de los chilenos con una pequeña nación del Caribe agredida y devastada casi no tiene precedentes. Unió a los ciudadanos del país más allá de sus credos, ideologías, partidos, prejuicios. Desde el gobierno hasta los trabajadores organizados, desde los jóvenes hasta los viejos. Se olvidaron todas las divisiones, las diferencias generacionales, las oposiciones internas, las fronteras de la izquierda y la derecha. La pequeña nación de Juan Bosch fue conocida y amada. Se convirtió en un símbolo aceptado por todos de la vieja lucha de David contra Goliat. Sirvió para reconciliar a los chilenos, y les ofreció durante algunos meses una noble causa por la cual luchar. Muchos adultos de hoy recuerdan como inolvidables esos días en los que la República Dominicana estuvo en el centro de sus corazones y de sus esperanzas.

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Escritos sobre Chile en la hora de los hornos Un taller de baterías | De Santo Domingo a Molinos de Niebla De Santiago de Chile a Río de Janeiro

El triunfo de Allende y la lucha popular

Algunas diferencias entre Chile y la República Dominicana El fascismo en Chile

Los escritos sobre Chile en la extensa bibliografía de Bosch se refieren a situaciones políticas del momento. Sus análisis publicados en diarios del Continente o insertos en sus discursos políticos enfocaron los acontecimientos cruciales de 1970, la elección de Allende como presidente de la República, las maniobras de la derecha chilena y de Estados Unidos para impedir su llegada al poder, el surgimiento en Chile de movimientos fascistas, las diferencias entre la realidad política chilena de los años 70, y la de la República Dominicana en su historia pasada y presente. En uno de esos trabajos, se refirió a su residencia en Chile y a los libros publicados en Santiago que comentamos en este volumen. Hemos cambiado los títulos para una mayor ubicación de los temastratados. Rogamos perdonar tal licencia.


Un taller de baterías

Habría sido un sueño pensar que en Chile hubiera, no ya un perredeísta, sino un dominicano antitrujillista. Había habido uno, Pericles Franco, pero hacía tiempo que se había ido de Chile. Por mi parte, viví en ese país tiempo suficiente para hacer contactos políticos y además, al menos entre los intelectuales chilenos se me conoció porque allí se publicaron tres libros míos: Cuba, la isla fascinante, Judas Iscariote, el calumniado y La muchacha de La Guaira y otros cuentos, todos los cuales fueron comentados en la prensa por autoridades en la Literatura. (Allí escribí otros libros que no se publicaron en Chile: Póker de espanto en el Caribe y David, biografía de un rey, y además, como teníamos que mantenernos –mi hijo León, Pompeyo Alfau y yo– monté un taller de baterías para automóviles que estuvo en la calle Arturo Prat, y lo atendí yo mismo hasta el día en que lo vendí para irme a la bahía de Corral, y poco después a Buenos Aires y Río de Janeiro). En Chile no había un perredeísta, sin embargo yo me mantenía en contacto con la dirección del Partido por medio de cartas que no despachaba yo, sino un amigo chileno a quien había conocido en La Habana; pero sobre todo trataba el tema de la dictadura trujillista –y también la de Somoza, la de Batista y la de Pérez Jiménez– con el círculo de dirigentes del Partido 195


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Socialista chileno, a la cabeza de los cuales estaban Salvador Allende y Clodomiro Almeyda. Mis relaciones con esos y otros líderes del socialismo chileno eran tan cordiales que en el caso de Allende pasaron a ser también con su familia, y todavía lo son con su viuda, Hortensia Bussi de Allende, y en el banquete de despedida que me dio un grupo de intelectuales, quien pronunció el discurso de rigor fue Allende. De mi estancia en Chile hay un episodio al que nunca me referí porque no tenía, ni la tengo hoy, explicación para él. Fue la llegada a Santiago de dos miembros de lo que en Cuba se llamaba el gansterismo político. Ese nombre era una aplicación a la política cubana, en los años posteriores al machadato, de los métodos criminales usados en los Estados Unidos por las bandas de traficantes de bebidas alcohólicas que abundaban en los años de la época conocida con la denominación de La Ley Seca. La Ley Seca había prohibido hacia el 1920 la venta de bebidas alcohólicas en lugares públicos, pero los aficionados a esas bebidas eran tantos millones de personas que la demanda de licores generó la formación de miles de negocios clandestinos dedicados a contrabandear bebidas de todo tipo, con los cuales se hicieron millonarios centenares de hombres cuya única virtud era saber usar una arma que matara rápidamente. El gran personaje de esos años era Al Capone. En Cuba, los gánsteres no mataban por razones de competencia en el negocio de las bebidas: mataban para aniquilar a un competidor político o si alguien pagaba para que le liquidaran a un adversario político. En el caso a que estoy aludiendo, los personajes gansteriles fueron dos cubanos que se me presentaron de buenas a primeras en Santiago de Chile en horas de la noche.

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De Santo Domingo a Molinos de Niebla

Los cubanos que llegaron a Santiago de Chile y se presentaron en el hotel donde vivíamos mi hijo León y yo eran Eufemio Fernández y Jesús González, conocido por el apodo de El Extraño. El primero había sido en Cayo Confites el jefe del Batallón Guiteras, pero un buen día se fue a La Habana; de La Habana, según se dijo, fue a Miami, y cuando tuvimos que abandonar el Cayo no había vuelto. Eufemio Fernández era, para mí, un hombre sin dominio de sí mismo, que no podía contener la necesidad de actuar violentamente, ni la de vestir con la mayor elegancia y al mismo tiempo vivir bien sin llevar a cabo algún trabajo. Yo tuve siempre la sospecha de que en la desaparición de un archivo en el que guardaba todos los documentos importantes de mi vida y de la vida del Partido Revolucionario Dominicano, Eufemio Fernández había tenido algo que ver. En cuanto a El Extraño, ese estuvo al servicio de Trujillo cuando fue a Costa Rica por mandato del dictador dominicano a cumplir el plan de matar a José Figueres. ¿A qué habían ido a Chile Eufemio Fernández y El Extraño? ¿Quién les había pagado los pasajes desde Estados Unidos hasta Santiago de Chile, y con los pasajes el dinero de estancia en ese país donde ninguno de los dos tenía función alguna que desempeñar? 197


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Eufemio Fernández y El Extraño se hospedaron en el mismo hotel donde vivíamos León y yo; estuvieron tres días allí y fueron al taller de baterías y lo observaron de manera cuidadosa, como si buscaran algo que se les había perdido, y al cuarto día dijeron adiós para volver a Cuba, según me explicaron; pero algunos años después, cuando retorné a la República Dominicana, supe que Eufemio Fernández y El Extraño estuvieron allí. Que el primero recibió en Cuba, adonde había vuelto, un cargamento de armas de las que se hacían en la armería de San Cristóbal. Curiosamente, la fecha aproximada de su presencia en la República Dominicana coincidía con la de su misterioso viaje a Chile. La vida que yo hacía en Chile no tenía sentido para mí. El país era bello, sus hijos, hombres y mujeres, eran encantadores, bien educados; pero mi mujer y mis hijos estaban en Cuba, y aunque en Cuba estaba también la dictadura de Batista, allí se vivía en un ambiente de actividad política en la cual yo me había formado; en Cuba estaba la dirección del Partido Revolucionario Dominicano, y seguramente sus miembros, –Ángel Miolán, Alexis Liz, Virgilio Mainardi, y hasta cierto punto el Dr. Romano Pérez Cabral– debían de estar recibiendo noticias del país, al menos, las que podían llegar desde las seccionales perredeístas de Nueva York, Puerto Rico, Curazao, Aruba. Para tener la seguridad de que los obreros que trabajaban conmigo en la pequeña fábrica de baterías, no se equivocarían al montar las placas, inventé un instrumento que me hizo un mecánico checoeslovaco, y ese aparato, simple pero llamado a dar buenos rendimientos, le dio valor al taller a tal punto que recibí ventajosas propuestas de compra; vendí el taller, le di el dinero a Pompeyo Alfau para que volviera a Cuba o

se fuera a Venezuela y me fui con León a la Bahía de Corral, en cuya orilla norte había un lugarejo llamado Molinos de Niebla. Allí, en una casa humilde habitada por una familia indígena, íbamos a pasar un mes, tiempo que yo ocuparía escribiendo el libro David, biografía de un rey, cuya primera edición iba hacerse ocho años después en la República Dominicana, otra en España, alguna más también en el país y, además, fue traducida al inglés en Londres.

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De Santiago de Chile a Río de Janeiro

El embajador de Cuba en Santiago de Chile era hijo de padres cubanos, que habían vivido en República Dominicana en los años finales del siglo pasado y los primeros del actual, y por esa razón nos conocimos en La Habana. Yo fui a verlo a la Embajada cubana después que despaché hacia Madrid a León, adonde él quería seguir los estudios de pintura que había iniciado en la Escuela San Fernando, de la capital de Cuba. (Pido al lector una excusa, pero debo explicar que mi padre, quien era español y estaba viviendo en Costa Rica, tenía desde hacía muchos años dinero depositado en un Banco de Madrid, y desde Chile le pedí que pusiera ese dinero a las órdenes de León para que pudiera mantenerse en España dos o tres años, solicitud que mi padre atendió; el viaje lo hizo León en barco y resultó ser barato).

Desde Santiago, una vez que se me dio la visa para viajar a Cuba y después de haber planeado el viaje con paradas en Buenos Aires y en Río de Janeiro, le telegrafié a Manuel de Cabral, quien tenía un puesto en la Embajada dominicana de la capital de Argentina, informándole que llegaría por avión tal día, y cuando llegué al aeropuerto de Ezeiza, nombre que lleva la terminal aérea de Buenos Aires, allí estaba el celebrado poeta dominicano esperándome sin importarle para nada el precio que tenía que pagar cuando Trujillo se enterara de que él había ido a Ezeiza a recibir un enemigo suyo; pero debo decir que a su padre, Mario Fermín 201


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Cabral, tampoco le importó tomar en cuenta el peligro que corría cuando dieciocho años antes me explicó en Santo Domingo que el asesinato de miles de haitianos llevado a cabo por órdenes de Trujillo no se debió a razones políticas sino a la ira provocada en el dictador por la intervención del presidente haitiano Sténio Vincent que le impidió traer a la República Dominicana a una hermosa joven, miembro de una familia distinguida de Haití, de quien Trujillo se había enamorado locamente. Tampoco en Buenos Aires había dominicanos antitrujillistas, y además yo tenía entre mis planes detenerme en Río de Janeiro unos días para hablar largo con José R. Castro, embajador de Honduras, con quien mantuve una larga amistad en La Habana cuando él era allí un exiliado de su patria en lucha contra la dictadura de Tiburcio Carías Andino, que duró desde 1933 hasta 1949. Mi interés en quedarme en Río de Janeiro unos días –eso sí, pocos– tenía una explicación: enterarme de manera detallada de la situación del Caribe, o mejor dicho, de los países del Caribe gobernados por dictadores. Estábamos en los días finales del año 1956, y ya Anastasio Somoza no era dictador de Nicaragua, porque había sido eliminado no solo del poder, sino de la vida ese mismo año, y quien ocupaba su lugar era su hijo Luis. En Cuba, Fidel Castro había iniciado la segunda etapa de la guerra de guerrillas contra Batista hacía pocos días y José R. Castro tenía pocas noticias de lo que estaba sucediendo en la Patria de José Martí, pero me aseguró que Fidel se hallaba en Cuba de nuevo. De Venezuela no había nada qué decir: Pedro Estrada seguía siendo el azote de la juventud, y especialmente de los jóvenes de Acción Democrática. En cuanto a la República Dominicana, sabía tanto como yo, que equivalía a no saber nada nuevo. Fuente: El PLD: Un partido nuevo en América. 202

El triunfo de Allende y la lucha popular

Como los países de la América Latina tenemos una historia parecida y nos reconocemos hermanos y nos tratamos como hermanos, todo lo que pasa en uno de ellos es de interés para los demás, y cada uno siente las desgracias de cualquiera otro, como, por ejemplo, el terremoto que hace poco causó tanto daño en el Perú, y celebra sus triunfos, como sucedió aquí hace cosa de un año cuando el equipo cubano de pelota derrotó al de los norteamericanos. Ahora mismo, el acontecimiento latinoamericano que más llama la atención en el mundo es el resultado de las elecciones que se celebraron en Chile la semana pasada, pues en esas elecciones salió ganador un marxista, el Dr. Salvador Allende, médico y líder político conocido por sus ideas de izquierda y su amistad con Fidel Castro. Chile es un país de la América del Sur. La América del Sur es como un corazón alargado, con la punta inclinada hacia la izquierda. Chile ocupa una franja estrecha de la parte izquierda de ese corazón alargado, mientras la parte derecha está ocupada por la Argentina. Chile tiene unos cinco mil kilómetros de largo y está separado de la Argentina por una línea corrida de grandes montañas que se llama la Cordillera de los Andes, donde 203


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están las alturas más grandes de las dos Américas, entre ellas el pico del Aconcagua, de más de cinco kilómetros, esto es, dos kilómetros más que nuestro Pico Duarte. Ustedes saben que por el centro de la Tierra pasa una línea imaginaria llamada Ecuador, nombre que lleva también otro país de la América del Sur; pues bien, Chile se encuentra al Sur del Ecuador, como les sucede a Perú, Bolivia, Paraguay, una parte del Brasil, Uruguay y Argentina; y en esos países que están al Sur del Ecuador las cuatro estaciones se presentan en épocas opuestas a las del Norte; así, aquí estamos ahora en verano y en Chile están en invierno; el 21 de este mes empezará aquí el otoño y en Chile empezará ese mismo día la primavera. El 21 de diciembre, cuando aquí entraremos en el invierno, los chilenos entrarán en el verano. País bello y de mucha variación. Chile tiene al norte regiones arenosas y de clima parecido al de nosotros. En las altas montañas que forman frontera con la Argentina, hay nieves perpetuas, al Sur hay lugares de grandes bosques de clima templado y frío y en el extremo del Sur se acerca tanto al Polo Sur que es frecuente hallar en sus aguas, los pingüinos y los lobos marinos, habitantes naturales de los hielos polares. Como todo país de la América latina, Chile ha tenido una historia trabajosa, con su guerra de independencia, y una guerra social sangrienta; sus tremendas luchas de clases entre los que forman el pueblo y los que forman las capas superiores; cuando nosotros no soñábamos todavía con liberarnos de Haití, ya los chilenos habían derrocado a varios gobernantes y habían tenido varias constituciones. En el 1831, la oligarquía de grandes latifundistas, comerciantes y mineros estableció el sistema de los Gobiernos de diez años, que duró cuarenta años hasta 1871, y después el

de Gobiernos de cinco años, que duró prácticamente medio siglo, hasta 1920. Pero en ese medio siglo fue formándose y fortaleciendo una burguesía muy inteligente y muy capaz, que echó gradualmente las bases de la democracia chilena. Las luchas de esa burguesía, apoyada por el pueblo, contra la oligarquía latifundista, comercial y minera, dieron lugar en 1891 a un levantamiento revolucionario que terminó con el derrocamiento y el suicidio del presidente José Manuel Balmaceda y con el derrocamiento en 1924 del presidente Arturo Alessandri, que había tomado posesión de su cargo en 1920 y había tenido que enfrentarse con la gran crisis económica que se produjo en toda la América al final de la guerra europea de 1914-1918. A partir de esa gran crisis, Chile entró en una época de convulsiones; de luchas a fondo entre los sectores de la oligarquía, que no querían dejarle el poder a nadie, y los sectores de la burguesía, que aspiraban a tomarlo. El personaje más destacado de ese período fue don Arturo Alessandri, quien volvió al Gobierno en 1925, si bien por poco tiempo, y ocupó la presidencia otra vez en 1932 para mantenerse en el cargo hasta 1938. En los ocho años que pasaron a partir del momento en que don Arturo Alessandri fue derrocado en 1924 y volvió al poder en 1932, Chile tuvo varios Gobiernos, hasta tres en un solo año, y se produjo el levantamiento popular de 1931 que sacó del Gobierno a Carlos Ibáñez, sustituido por una Junta Revolucionaria que desembocó en el Gobierno socialista relámpago de Carlos Dávila. Fueron los años de la lucha final entre oligarquía y burguesía, agravada por la nueva crisis económica iniciada en 1929 en los Estados Unidos y por la presencia en Chile del gran

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capital norteamericano que había entrado al país a través de las minas de cobre. A partir de 1920 comenzó Chile a adelantarse políticamente a todos los países de la América del Sur, pues los trabajadores de las ciudades y de las minas, aliados a la burguesía representada políticamente por Arturo Alessandri, fueron logrando ventajas y organizándose en el orden político, a tal extremo que como hemos dicho los chilenos tuvieron en 1932 un Gobierno socialista, aunque de muy corta duración, si bien debe aclararse que no se trataba de socialismo marxista o comunista; pero de todos modos, hablar de socialismo en la América Latina allá por el 1930-1932 era como mentar el diablo en la misa, así se tratara del socialismo democrático. El triunfo definitivo de la burguesía chilena se produjo a partir de 1932, cuando volvió al poder don Arturo Alessandri pero ya las masas del país habían avanzado mucho; tanto que en 1938 llevaron al poder a don Pedro Aguirre Cerda, organizadas en el primer Frente Popular conocido en la América Latina. De ese frente formaban parte los comunistas y los socialistas, y con la formación del Frente quedó entablada una lucha entre las fuerzas de izquierda y las de la burguesía, que después de su victoria política sobre la oligarquía conservadora se alió a los intereses norteamericanos. El resultado de esa lucha, que ha durado prácticamente veinticinco años, ha sido el triunfo del Dr. Salvador Allende en las elecciones celebradas el día 4 de este mes. Así como don Arturo Alessandri Palma fue la figura clave de la burguesía chilena en la etapa final de lucha de esa clase contra los restos de la oligarquía, Salvador Allende ha sido el hombre clave de las izquierdas chilenas en la segunda etapa

de su larga lucha contra la burguesía de su país y sus aliados, los grandes intereses mineros norteamericanos. La primera vez que Allende se presentó como candidato presidencial fue en 1952. El Frente Popular había quedado destruido por el gobierno de Gabriel González Videla, que había ido al poder en 1946 apoyado por socialistas y comunistas, y, sin embargo, bajo la presión norteamericana persiguió a los comunistas y declaró ilegal a su partido, al extremo de que el poeta Pablo Neruda, senador comunista, tuvo que huir de Chile disfrazado. Al presentarse las elecciones de 1952, los diversos grupos socialistas llevaron de candidato al ex presidente Carlos Ibáñez, pero Allende fue como candidato de los comunistas, y obtuvo menos de 52 mil votos, frente a algo más de 446 mil que sacó Ibáñez. En las elecciones de 1958 se presentó como candidato de los partidos de derecha Jorge Alessandri, hijo del ex presidente don Arturo Alessandri, y el Dr. Allende fue como candidato de socialistas y comunistas y obtuvo algo más de 356 mil votos frente a los cerca de 390 mil que sacó Alessandri. Esa vez hubo otros tres candidatos que sacaron en total más votos que Alessandri y Allende unidos, lo cual indica que para 1958 había en Chile mucha confusión política; que la mayor parte del electorado no sabía por quién decidirse, y que una porción importante de ella quería votar contra socialistas y comunistas, pero no por un candidato de derechas. Ya para entonces los demócratas cristianos formaban una fuerza grande en Chile, lo que se explica porque sin ser un partido de izquierda, tampoco se presentaba como un partido de extrema derecha; no habían dado tantos bandazos como ha estado dando aquí desde su fundación el partido de los socialcristianos dominicanos.

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Esas elecciones fueron en septiembre de 1958, y sucedió que al final de ese año triunfaba la Revolución Cubana, lo cual produjo una fuerte impresión en toda la América Latina. En algunos países de la América Latina la victoria de la Revolución Cubana provocó conmociones que se manifestaron en actividades guerrilleras; pero en Chile, donde la burguesía liberal tenía más de un cuarto de siglo en el poder, lo que provocó fue una polarización política. Esta palabra, polarización viene de la palabra polo. Como ustedes saben, en la Tierra hay dos puntos que se llaman polos; uno está al Norte y otro al Sur. Pues bien, cuando se habla de que ha habido una polarización de fuerzas o de ideas o de otra cosa, lo que se intenta es que esas fuerzas o esas ideas o lo que sea se han agrupado una en un polo y otra en otro polo; no en los polos de la Tierra, sino, por ejemplo, en polos políticos. Así, la victoria de la Revolución Cubana provocó en Chile una polarización política: unas fuerzas se agruparon alrededor del Partido Demócrata Cristiano, cuyo líder era Eduardo Frei, y otras se agruparon en las izquierdas, cuyo líder natural era Salvador Allende. En las elecciones de 1964, los principales candidatos a la presidencia eran Frei, que sacó algo más de 1 millón 404 mil votos, y Allende, que sacó algo más de 975 mil votos. En ese momento en los Estados Unidos y en la mayoría de los países de la América Latina había una especie de locura anticomunista, y las elecciones de Chile eran el plato del día en los periódicos, la televisión y la radio de Norteamérica. Yo había ido a Washington para estar presente en la investidura de mi hijo Patricio, que estudiaba en un colegio de aquella ciudad; en ese viaje me acompañaban el compañero

Gastón Espinal, quien vivía entonces en New York, vive ahora aquí, y es el padre de los compañeros Mani y Mundito Espinal, y el que era entonces novio de su hija y ahora es su esposo y, por tanto, yerno del compañero Gastón. Ayer me llamó el compañero Gastón para recordarme que a nuestra llegada a Washington fueron a verme varios periodistas a pedirme opinión sobre el triunfo electoral de Frei, pero como yo noté que mucho más que el triunfo de Frei, les interesaba lo que ellos consideraban que era la gran derrota comunista de América que había sufrido Allende, les dije que se dieran cuenta de que Allende había sacado casi un millón de votos, que eso daba a entender que la fuerza de las izquierdas chilenas iba en aumento, y que si Eduardo Frei no solucionaba los problemas del pueblo, el próximo presidente de Chile sería Salvador Allende, en caso de ir de candidato de las izquierdas otra vez en 1970. Estando el año pasado en Corea del Norte, el presidente Kim Il Sung y yo estuvimos hablando de Chile y de Allende, y a pesar de que para entonces todo el mundo pensaba que el ganador de las elecciones de este año en Chile sería el candidato del partido de Frei, los demócratas cristianos, o Jorge Alessandri, si volvía a ser candidato, mi opinión fue que Allende volvería a ser el candidato de las izquierdas y podía resultar elegido. Para saber lo que podía pasar en Chile no había necesidad de ser profeta; bastaba con observar detalladamente la marcha de los acontecimientos de aquel país en los últimos treinta o cuarenta años. De todos modos, apostar a que Allende ganaría era muy arriesgado, porque las elecciones de este año se presentaban muy difíciles, y el que las ganara, las ganaría por pocos votos.

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En las elecciones de 1964, los yanquis pusieron el peso de su influencia, de su dinero, de su propaganda, del lado del Dr. Eduardo Frei, y si Allende hubiera ganado seguramente habría habido una conmoción en los Estados Unidos, y nadie sabe qué clase de locura hubiera hecho el señor Lyndon B. Trujijohnson, que era entonces presidente de aquel país. Pero después de la intervención militar en nuestro país, después de la revolución peruana, los yanquis han comenzado a cambiar de táctica en la América Latina, y han comenzado a hacerlo por varias razones: una es que la intervención aquí los desprestigió, les quitó la careta de defensores de la democracia no solo ante los latinoamericanos, sino también ante la juventud norteamericana; otra es que la revolución peruana ha demostrado claramente que hasta los ejércitos de estos países, en los cuales confiaban tanto los yanquis, ha comenzado a luchar por la independencia y la soberanía nacionales; y la otra es que necesitan acercarse a Cuba y no pueden seguir usando ya la propaganda contra la Revolución Cubana como el gran cuco de la América Latina, porque entonces no podrían llegar a un entendimiento con Cuba, que lógicamente rechazaría cualquiera proposición norteamericana de acercamiento. ¿Y por qué tienen los yanquis necesidad de entenderse con Cuba, de terminar el bloqueo y pasar a comerciar con los cubanos? Porque a pesar del fuerte golpe que ha recibido la economía cubana en el año pasado y en este, el hecho de que haya producido más de ocho millones y medio de toneladas de azúcar en una zafra indica que la economía cubana puede llegar a mucha altura en otros productos, y uno de esos productos es el níquel, un metal que Cuba está produciendo para vender en Rusia, y del cual tiene reservas gigantescas.

El níquel es escaso en el mundo, y el país que lo controla en el continente americano es Canadá; no es los Estados Unidos. Los Estados Unidos necesitan el níquel de Cuba y saben ya que al Gobierno de Cuba no van a tumbarlo con un golpecito de Estado. Así, lo mejor será entenderse con Fidel Castro, y para esto hay que ir creando en la América Latina una opinión pública a favor del restablecimiento de relaciones comerciales y diplomáticas con Cuba, lo cual, como es natural, significa que los Estados Unidos terminará con el bloqueo que le tienen puesto a la isla hermana desde el mes de octubre de 1962. Los yanquis sabían que si Allende ganaba las elecciones restablecería las relaciones con Cuba, y eso no los alarmaba mucho porque no se oponía a sus planes de entrar ellos mismos en negociaciones con Fidel Castro. Pero de todos modos preferían que Allende no ganara, porque su triunfo podía tener en la política norteamericana hacia la América Latina, resultados no previstos por ellos. Ahora bien, si hacían propaganda contra Allende se exponían a soliviantar con esa propaganda el nacionalismo de los chilenos, lo que en fin de cuentas provocaría más apoyo para Allende de parte del pueblo. Así viene a resultar que frente a las elecciones de Chile los yanquis estaban cogidos en una trampa; que no querían que ganara Allende, pero si decían que Allende no les gustaba habría más chilenos dispuestos a votar por Allende para oponerse a los yanquis. Ahora mismo, la esperanza de los sectores más reaccionarios de los Estados Unidos es que el Congreso chileno escoja a Jorge Alessandri, y no a Allende, como Presidente electo. “¿Cómo? –dirán ustedes–. ¿Pero entonces no ganó Allende las elecciones?”. Pues bien, las ganó y no las ganó; porque en

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Chile, cuando un candidato no saca más de la mitad de todos los votos, el congreso tiene que escoger entre los candidatos que han sacado más votos; y ni Allende ni Alessandri sacaron más de la mitad de los votos porque había un tercer candidato, Radomiro Tomic, el de los demócratas cristianos, partido del presidente Frei,y Tomic sacó casi 825 mil votos. Esos círculos yanquis darían fácilmente cientos de millones de pesos para que el Congreso decidiera las elecciones a favor de Alessandri y no a favor de Allende. Pero resulta que en el Congreso de Chile hay 200 puestos, entre senadores y diputados; de esos 200, 83 son partidarios de Allende, 74 son partidarios de los demócratas cristianos y solo 43 son partidarios de Alessandri. Ahora bien, si lo senadores y diputados demócratas cristianos votaran por Alessandri, firmarían la sentencia de muerte del partido, porque el pueblo de Chile considera ese hecho como una gran traición a sus derechos y sus tradiciones. Los 74 senadores cristianos, o al menos una gran mayoría, votará con toda seguridad por la elección de Allende, y resulta que para que Allende sea electo por el Congreso necesita solo el voto favorable de 18 o 20 de esos 74 senadores y diputados demócrata cristianos; pues con 18 o 20 tendrá más de 100 votos a su favor, y la mayoría que necesita Allende es de 101. Parece, pues, que los yanquis no tienen salida de la trampa política chilena. Por otra parte, si se proponen actuar de otra manera: dejar que Allende tome el poder para después conspirar para tumbarlo, si lograran tumbarlo, provocarían la revolución en Chile, y la revolución chilena podría tener resultados incontrolables en la América Latina. Las Fuerzas Armadas de Chile han reconocido de hecho la victoria de Allende, y aunque la mayoría de sus jefes y

soldados son nacionalistas ardientes, no debe causar sorpresa que algún jefe se ponga al servicio de los yanquis para crearle dificultades a Allende. Pero si sucede eso, preparémonos a ver la repetición de la Revolución Dominicana de Abril en ese país largo y estrecho que llega a la punta misma del gran corazón en medio de los mares que es la América del Sur, en ese Chile cuyo escudo nacional lleva este lema: “Por la razón o por la fuerza”. Los chilenos han resuelto hacer su revolución por la razón pero si no les dejan hacerla por la razón la harán por la fuerza; que nadie puede detener la marcha de la historia, y la historia de nuestros países marcha con pasos seguros hacia la libertad de nuestros pueblos y la independencia de sus gobiernos.

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El Nacional de ¡Ahora!, 7 septiembre 1970.


Algunas diferencias entre Chile y la República Dominicana

En los Estados Unidos, y para mayor detalle, en la ciudad de Nueva York, hay un periódico que se llama The New York Time, palabras que en nuestra lengua significan Los Tiempos de Nueva York. Ese periódico es muy famoso porque en tiempos ya lejanos defendía siempre las causas justas. Ahora ya no es así; ahora es un gran negocio y se ha buscado la manera de reburujar lo que es justo con lo que no lo es, pero como necesita mantener la fama que cogió en otras épocas, de vez en cuando publica cosas que otros periódicos no publican en los Estados Unidos. Así, en el número correspondiente al 5 de este mes, es decir, al día siguiente de las elecciones de Chile, publicó un artículo de uno de sus periodistas, que se ha dedicado a escribir sobre los problemas de la América Latina y sus relaciones con los yanquis. Por cierto, ese periodista estuvo aquí en los días de la Revolución de Abril, y como lo que escribió entonces no le gustó al Gobierno norteamericano, el periódico lo mandó a España, o mejor dicho, a una ciudad de España llamada Valencia, donde estuvo prácticamente exiliado hasta un año después de haber dejado el gobierno el señor Lyndon B. Trujijohnson. Durante todo ese tiempo, el periodista no pudo volver a los Estados Unidos y el periódico publicó pocas cosas de él, 215


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y siempre cosas sin importancia política y muy cortas. Ese periodista se llama Tad Szulc. Pues bien, el artículo de Tad Szulc a que me refiero se llama Solicitud de visas de la Marina de Guerra de los Estados Unidos preocupa a Chile, y leyéndolo sale una historia interesante, una historia que el pueblo dominicano debe conocer, a fin de que sepa en qué situación de peligro permanente viven los países hermanos de esta parte del mundo y cómo hay que hacerle frente a ese peligro. Aunque lo que estoy diciendo puede parecerles a algunos de ustedes de poco interés, porque no se trata de algo relacionado con la República Dominicana, a mi juicio es importante porque nosotros somos un país de América y lo que le pasa a un país latinoamericano puede pasarnos a nosotros o nos ha pasado ya. Es más, en lo que se refiere a las relaciones con los Estados Unidos, nos han pasado cosas graves, muchas más graves que las que les han sucedido a otros países de América Latina, y pueden volver a pasarnos en cualquier momento, de manera que siempre es importante conocer ese peligro. Es el caso que el periodista mencionado cuenta que en este año la Marina de Guerra de los Estados Unidos se puso a pedirle a la Embajada de Chile en Washington, que es la capital de los Estados Unidos, un número de visas que alcanzaba a 87; esto es, solicitó visas para que un total de 81 militares y 6 civiles pasaran a Chile. Normalmente, esas visas debe pedirlas a la Embajada de Chile el Departamento de Estado, que es en los Estados Unidos el departamento del Gobierno encargado de todas las actividades diplomáticas y consulares; en otras palabras, es el encargado de las relaciones de los Estados Unidos con otros

países. Pero la petición de visas la hizo la Marina de Guerra, no al Departamento de Estado. Como en Chile iba a haber elecciones, una petición de visas para tantos oficiales yanquis preocupó al Gobierno chileno, porque en esas elecciones iba de candidato presidencial el Dr. Salvador Allende, marxista conocido, que nunca escondió sus ideas marxistas, su amistad con Fidel Castro. Sus viajes a China, Corea, Rusia, Cuba y otros países socialistas. Cuando los partidarios del Dr. Allende se dieron cuenta de que a Chile había llegado un número tan alto de oficiales norteamericanos, iban a pegar el grito en el cielo e iban a acusar al Gobierno chileno de estar en complicidad con los militares yanquis para hacer trampa en las elecciones o para hacer alguna cosa que impidiera la elección del Dr. Allende. Se daba además el caso de que el partido del Gobierno de Chile, el de los demócratas cristianos, estaba tomando parte en las elecciones, y su candidato era Radomiro Tomic, que había sido embajador de Chile en Washington, y lo había sido precisamente en los días de la invasión norteamericana a nuestro país; y era fácil que al armarse un escándalo por la presencia de militares yanquis en Chile, en los días de las elecciones, un alto número de chilenos pensara que iban al país de acuerdo con el Gobierno, no solo para tratar de impedir que Allende ganara, sino además para tratar de lograr que ganara Radomiro Tomic. Ustedes pensarán que naturalmente, si el Dr. Allende perdía ganaba Tomic; pero no es así, porque había otro candidato, que se uniría a las protestas de los partidarios de Allende y acusaría también al Gobierno de haber llevado al país a esos oficiales extranjeros; y por último, los propios partidarios del Gobierno, por lo tanto de Radomiro Tomic, comenzarían a protestar, primero, porque el pueblo chileno es

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muy nacionalista, y se alarma ante la idea de que los que no son chilenos se metan en la política del país; y segundo, porque si no protestaban, miles y miles de personas, especialmente jóvenes, hubieran votado contra el candidato del partido del Gobierno por creer que el gobierno había negociado con los Estados Unidos. El gobierno de Chile se dio cuenta de que el asunto era dañino para él desde todos los puntos de vista; y como es lógico, trató de averiguar a qué se debía ese viaje. Ya faltaban menos de 15 días para las elecciones cuando el ministro de Relaciones Exteriores de Chile llamó a sus oficinas al embajador de los Estados Unidos y le preguntó a qué se debían las peticiones de visas del gobierno yanqui para tantos oficiales, y el Embajador respondió que no sabía, pero se dirigió a sus jefes del Departamento de Estado de Washington, y esos jefes le explicaron que esos oficiales formaban una banda de música de la Marina de Guerra que iba a Chile en viaje de buena voluntad, esto es, para conseguir simpatía de los chilenos tocando en lugares públicos, a lo cual los diplomáticos chilenos que se hallan en Washington respondieron que eso les parecía muy raro; primero, porque ellos no sabían ni una palabra de que se pensara enviar a Chile una banda militar yanqui, y segundo porque los grados o rangos de algunos de los oficiales eran demasiado altos para ser miembros de una banda de música. El lunes de la semana de las elecciones, que fueron un viernes, el Departamento de Estado le respondió a la Embajada chilena que había habido una equivocación, que no se trataba de músicos sino de otra cosa; que 38 de los oficiales iban de paso para las bases norteamericanas del Polo Sur y que los otros 49 iban a tomar parte en la llamada Operación Unitas. La tal Operación Unitas eran unas prácticas de guerra

antisubmarina en la que tomaban parte buques de varios países de la América Latina junto con buques norteamericanos, pero sucedía que hacía varios meses que el Gobierno chileno había comunicado a los demás gobiernos, y desde luego al de los Estados Unidos, que este año no iba a participar en la Operación Unitas, precisamente porque la presencia de barcos de guerra extranjeros en aguas chilenas en tiempos de elecciones, podía dar lugar a problemas políticos serios en el país; podía interpretarse en Chile como una forma de intervención hecha expresamente para perjudicar a algunos de los candidatos, en este caso, al Dr. Allende. Así vino a suceder que llegó el día de las elecciones, viernes día 4 de este mes, y el Gobierno chileno no les dio visas a los 81 oficiales y 6 civiles de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, y fue ese día cuando los jefes de la Marina de Guerra vinieron a declarar que esos oficiales y civiles pertenecían a la tripulación de dos aviones de patrulla y una de transporte de mercancía militar; pero por otro lado se supo que no se trataba de tripulaciones y de aviones, porque si es verdad que entre los 87 hombres había algunos aviadores de la Marina, otros eran comandantes de destructores y de submarinos y uno, por lo menos era, o es, graduado en estudios de espionaje. Pero en el caso que fueran lo que fueran, esos oficiales yanquis no fueron a Chile antes de las elecciones porque el Gobierno chileno no les dio las visas. Es posible que algunos de ustedes digan: “Pero qué guapos son esos chilenos, que se atrevieron a parárseles bonito a los yanquis”. Y si es así hay que explicar que no se trata de que sean o no sean guapos. Lo que pasa es que en Chile hay una burguesía, y la burguesía, cuando todavía no ha llegado a ser una gran burguesía,

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esto es cuando todavía no ha pasado a estar formada, o por lo menos encabezada, por grandes capitalistas –porque al llegar a esta altura se alía con los grandes capitalistas de otros países, especialmente de los Estados Unidos, que es el país donde más abundan los grandes capitales– es nacionalista y defiende a su país porque así evita que las riquezas naturales de su tierra y los negocios del país sean explotados por extranjeros. Aunque mucha gente confunde el significado de las palabras nacionalismo y patriotismo, lo cierto es que el nacionalismo es una cosa y el patriotismo es otra; lo que pasa es que los resultados de los dos sentimientos son al fin y al cabo muy parecidos y hasta pueden ser exactamente iguales para el pueblo; eso depende del momento en que se produzcan esos resultados. La palabra nacionalismo viene de la palabra nación y esta última no se conocía antes de la revolución francesa de 1789, que fue la gran revolución europea de la burguesía. Pero la verdad es que antes de que apareciera la palabra nacionalismo, por lo menos siglo y medio o dos siglos antes, ya los burgueses de Europa actuaban como nacionalistas, puesto que presionaban a los gobiernos para que estos impidieran que los extranjeros hicieran negocios en sus países, y lo que es más, para que sus gobiernos los protegieran cuando ellos iban a hacer negocios en otros países para que usaran el poder militar para arrebatarles tierra, riquezas naturales y negocios a otros países. Fue así como protegidos por sus gobiernos, los ingleses comenzaron a meter esclavos de contrabando en nuestro país hace algo más de 400 años, y tomaron y saquearon la ciudad de Santo Domingo hace algo menos de 4 siglos; fue así como los holandeses comenzaron a contrabandear mercancías por el lado de lo que hoy es Haití, hace también unos 400 años;

y ya expliqué allá por el mes de junio que para evitar ese contrabando, España mandó salir a la mitad de nuestra isla a todos los habitantes, los reconcentró en la otra mitad y quemó los pueblos que había en lo que hoy es Haití, y además quemó Monte Cristi y Puerto Plata; ya expliqué también que en su lucha contra España, las burguesías de Francia, Inglaterra y Holanda comenzaron a ocupar territorios españoles cerca de nuestro país, empezando por la islita de San Cristóbal, que hoy es inglesa y se llama Saint-Kits, y que de ahí, cuando fueron echados por los españoles, vinieron grupos de franceses a refugiarse en lo que hoy es Haití, y que así fue como vino a formarse al lado de nosotros una colonia francesa, la cual unos 185 años más tarde se convertiría en la República de Haití. El patriotismo y el nacionalismo son dos sentimientos parecidos, pero no exactamente iguales. El patriotismo es un sentimiento de amor a la patria, al país donde se ha nacido, a su tierra, su paisaje, sus tradiciones y sus gentes; y el nacionalismo es un sentimiento de defensa de la patria, pero no solamente porque se le tenga amor, sino también porque en ella están los intereses, las propiedades y los negocios de uno. Un burgués puede amar tanto a su patria como cualquier patriota, pero junto con ese amor está la defensa de sus negocios; es decir, el amor a la patria se mezcla con los sentimientos de propiedad, y entonces surge el nacionalismo. Por eso el nacionalismo es una actitud propia de las burguesías, y como Chile es un país donde hay una burguesía, en Chile abunda el nacionalismo, que se une con el patriotismo de la masa del pueblo, o de aquella parte de la masa del pueblo que siente el patriotismo, una unión que da como resultado la unión de todos los chilenos, o por lo menos de la gran mayoría de los

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chilenos, en todo lo que se refiere a la defensa de los intereses de la nación chilena y de los valores tradicionales. Por eso el Gobierno de Chile, interpretando lo que sienten tanto la burguesía de su país como las capas del pueblo, no les dio visas a los oficiales de la Marina de Guerra de los Estados Unidos. El Gobierno de Chile actuó al mismo tiempo como un gobierno nacionalista, que defiende los intereses de su país desde el punto de vista de la burguesía nacional, y como un gobierno patriota, que defiende el punto de vista de las masas de su pueblo. No es, pues, que los chilenos sean guapos, aunque lo son y lo han probado a lo largo de su historia; es que en su país funcionan los resortes de una sociedad burguesa, y el Gobierno tiene que responder al funcionamiento de esos resortes. Aquí, entre nosotros, no sucede lo mismo. Aquí el nacionalismo apareció no como el producto social de una burguesía que no teníamos, sino de una pequeña burguesía, que ocupó el lugar que la burguesía, por no existir, no podía ocupar; y así fue como un grupo de pequeños burgueses, encabezados por Juan Pablo Duarte, formó La Trinitaria, a la que le tocó dar nacimiento a la República Dominicana, el 27 de febrero de 1844. Pero resulta que la pequeña burguesía es socialmente débil, porque no es una clase sino un conjunto de capas o sectores que no pueden tener estabilidad, porque van de paso hacia la burguesía o hacia abajo, pues los que prosperan pasan a la burguesía y los que fracasan van a parar a obreros o en bajos pequeños burgueses pobres y muy pobres, en chiriperos, y en aquellos tiempos de la independencia iban a dar en artesanos, porque entonces no había en nuestro país fábricas que usaran obreros; y debido

a su debilidad social la pequeña burguesía dominicana de La Trinitaria halló que por sí sola no podía lograr la independencia del país, y tuvo que aliarse con los hateros o grandes propietarios de tierras, de los cuales el general Pedro Santana resultó ser el jefe. En esa alianza, el grupo social representado por Pedro Santana resultó ser más fuerte que la pequeña burguesía representada por Duarte, Sánchez y Mella, y por eso la República cayó desde el primer momento en manos de los grandes propietarios, lo que dio lugar a una larga lucha de casi un siglo entre la pequeña burguesía y los grandes propietarios, la primera empeñada en tomar el Gobierno y los segundos empeñados en no dejárselo quitar. En esa lucha, los grandes propietarios, con Santana a la cabeza, prefirieron entregar el país a España, antes que entregar el poder, y la pequeña burguesía se levantó contra España, pero como no era ni podía ser una burguesía, no logró darle estabilidad al país; y así fue pasando nuestra historia, entre levantamientos, dictaduras, pobreza, atraso; hasta que llegó Trujillo al poder. Pero de Trujillo y su obra hablaremos algún día. Ustedes oirán de vez en cuando a algunas personas hablando de la burguesía dominicana del siglo pasado, del siglo anterior al pasado; pero no es verdad que tuvimos burguesía. Si ustedes quieren darse cuenta de que no tuvimos burguesía, den un paseo por Gazcue y fíjense en las construcciones de ese barrio, en las más viejas, no en la nueva Gazcue; era allí por el 1930 hasta pasado el 1940 el barrio aristocrático de la Capital, el lugar donde vivía la gente pudiente de este país. Pues bien, compárenlo con Naco y se darán cuenta de lo que éramos hace unos 40 años; se darán cuenta de que éramos

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unos pobretes, no un país de burgueses. Gazcue es muy parecido a lo que eran los barrios de la baja pequeña burguesía de La Habana allá por el 1940 y tantos, de manera que la baja pequeña burguesía de La Habana estaba en el mismo nivel o en uno muy parecido, al de nuestra alta pequeña burguesía de 1930. Si extendemos la comparación de Chile, hallaremos que Chile tenía ferrocarriles en 1855, y nosotros vinimos a tenerlo bajo el gobierno de Lilís, finalizando el siglo, y diríamos entonces que Chile nos llevaba ventaja solamente de 30 o 40 años, pero resulta que quien vea la línea de nuestro tren que iba de Sánchez a La Vega se da cuenta de que no era en realidad un tren sino un trencito, igual a los que usan en Cuba para cargar caña; era aparentemente un tren, que usaban para llevar pasajeros, mercancías, sin embargo la verdad era que la mercancía que llevaba de La Vega a Sánchez era tan poca que con esa especie de transporte había y sobraba para lo que hacía falta, mientras que el tren que va del puerto de Valparaíso a Santiago de Chile, capital del país, era un señor tren. Las palabras, que sirven para definir las cosas, sirven a veces también para confundir, pues uno se imagina que todos los trenes son iguales, y resulta que no lo son; así como la palabra mata también significa lo mismo cuando se habla de una mata de café que de un pino o de quiebrajacho. Nosotros le llamamos autopista a la carretera de Santo Domingo a Santiago, y no es una autopista; es una carretera simple. Para ser una autopista, tendrían que ser dos carreteras unidas, una para ir y otra para volver. Una carretera no se llama autopista porque sea de cemento. La carretera central de Cuba, terminada en el 1929, tiene casi mil kilómetros; es decir, seis veces más que lo que tiene

la nuestra de la Capital a Santiago, y nunca nadie la llamó autopista, porque no es una autopista sino carretera. A lo que algunos le llaman burguesía dominicana del siglo pasado no era burguesía, así como a lo que algunos le llaman burguesía actual no es burguesía, sino oligarquía. Nosotros tenemos grupos burgueses, pero el sector dominante de este país es formado por un frente del sector oligárquico y las oligarquías ni son nacionalistas ni son patriotas. Así, la burguesía gobernante de Chile les negó visas a 87 oficiales norteamericanos que la Marina de Guerra de los Estados Unidos quería enviar a Chile con intenciones que no confesaron ni seguramente confesarán, y sin embargo la oligarquía dominicana invitó a venir sin visa en abril de 1965 a 42 mil soldados y oficiales de esa misma Marina de Guerra yanqui. Ningún ejemplo puede expresar mejor la diferencia de las dos sociedades, la de Chile y la dominicana. Por eso he dedicado esta charla de hoy a hablar de este tema, que parece, a simple vista tan alejado de la política criolla. Hasta mañana, si Dios quiere, dominicanos.

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El Nacional de ¡Ahora!, 10 de septiembre de 1970.


El fascismo en Chile

A partir del 1970 empezó a formarse en Chile un movimiento fascista que podríamos calificar de anómalo, extraño, no normal, pues de las características propias del fascismo europeo y asiático le faltaba la del sueño imperial. Pero en el fascismo chileno la pequeña burguesía jugó el mismo papel que jugó la de Italia en el fascismo y la de Alemania en el nazismo y la de España en el falangismo; y las fuerzas armadas chilenas formadas en su gran mayoría, en el nivel de los mandos, por pequeños burgueses, jugaron el mismo papel que jugó la oficialidad militar de origen bajo pequeño burgués en el fascismo japonés, que, lo mismo que en Chile se expresó políticamente, como dije antes, no a través de un partido sino a través del ejército. Lo de anómalo o extraño en el caso de Chile es que la pequeña burguesía de camioneros, pequeños comerciantes y empleados, se lanzó a la lucha para derrocar el gobierno de Allende por miedo al comunismo (es decir, por miedo verse rebajada al nivel del proletariado) no se organizó en un partido fascista sino que actuó bajo la dirección de Patria y Libertad, que era un grupo de francas inclinaciones fascistas pero al mismo tiempo franco servidor del imperialismo y de sus peores fuerzas. 227


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Hay que tomar en consideración que los acontecimientos de Chile no les dieron, a los pequeños burgueses civiles y militares que mataron a Allende, el tiempo necesario para formar un partido fascista. Actuaron como fascistas por las mismas razones que tuvieron los fascistas para organizarse en partido, o por lo menos por la razón política (miedo al comunismo) que junto con la razón económica (la miseria provocada por la guerra mundial de 1914-1918, primero y la gran crisis de 1929 después) que provocó la aparición y el desarrollo del fascismo en Europa y en el Japón. La pequeña burguesía anticomunista no pudo formar un partido fascista porque la izquierda se le había adelantado yendo a las elecciones del 1970. El gobierno de Allende no podía ser un gobierno socialista porque se había comprometido a mantener las libertades políticas clásicas de la llamada democracia representativa, por lo tanto, no podía tocarles un pelo ni a lo partidos políticos, ni al Congreso, ni a los periódicos, las estaciones de radio y de televisión que defendían el sistema capitalista; y tuvo que dejar intacto al aparato judicial, quien era el que decidía, a través del tribunal supremo, cómo debían de ser interpretadas las leyes en ese sistema capitalista. Pero aunque el gobierno de Allende no podía ser un gobierno socialista, el hecho de que todos sus altos funcionarios, en el sector del Poder Ejecutivo, fueran marxistas, hizo que la pequeña burguesía, o la parte derechista de la pequeña burguesía se viera en peligro de aniquilamiento porque creyó que detrás de Allende o tal vez al final de su gobierno, en Chile iba a establecerse el régimen socialista. Así, pues, lo determinante en el caso de ese fascismo anómalo, anormal que ha tomado el poder en Chile y lo mantiene a sangre y fuego, fue el terror de la pequeña burguesía de derechas, sobre todo en sus

capas más bajas, a desaparecer como sector social para caer en el nivel del proletariado. Con esa caída se evaporaban sus ilusiones de ascender socialmente hasta los estratos medianos y altos de la pequeña burguesía y quizá más allá, a la altura de la burguesía. Para conseguir el poder, el fascismo europeo y el japonés se aliaron con los grandes capitales de sus respectivos países, y esa alianza de bajos pequeños burgueses pobres, políticamente organizados con grandes capitalistas de países que tenían peculiaridades históricas muy parecidas, desató sobre la humanidad el espanto de la Segunda Guerra Mundial. El fascismo chileno es anómalo hasta en eso, pues no se alió a los grandes capitales nacionales, porque los grandes capitales de Chile no eran chilenos; eran norteamericanos. En vez de ser un fascismo que se propuso crear un imperio, fue un fascismo que se puso al servicio del imperialismo. En cuanto a las peculiaridades históricas parecidas de los países donde se estableció el fascismo con más vigor, es de notar que Italia, Alemania y Japón fueron países que vivieron bajo regímenes políticos y económicos retrasados hasta muy entrado el siglo XIX. Fue después de la segunda mitad del siglo pasado cuando Italia y Alemania se convirtieron en naciones unificadas y el Japón se convirtió en un país capitalista. Valdría la pena detenerse a investigar en qué medida contribuyó a la aparición y al desarrollo del fascismo el retraso político y social de Italia, Alemania y el Japón.

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Temas Históricos, Tomo I, Juan Bosch, 24 de abril de 1975.


ApĂŠndice Comentarios de Alone sobre los libros de Juan Bosch


Comentarios de Alone sobre los libros de Juan Bosch

El sol y las cosas, poemas Por Marcio Veloz Maggiolo Arquero Santo Domingo, 1957

“No es tan fácil como parece matar a un hombre”, dice al final un cuento centroamericano donde un caudillo se deja hacer la barba por un barbero cuya familia había exterminado y quien no se atrevía a hundirle un poquito, nada más que otro poquito, la navaja en el cuello. No. No es cosa fácil ciertamente, sobre todo cuando el hombre ha muerto. Detuvieron el carro, como dicen allá, que al anochecer llevaba al Benefactor desde la Capital a una de sus casas, por un camino junto al mar. El tirano iba solo con su chofer. Dirigíase a una de las treinta casas que poseía en las inmediaciones, la Casa de Caoba, construida para sus placeres. Lo detuvieron. Las ametralladoras completaron la obra largamente ansiada. Pero había que enseñar el cadáver a los organizadores del complot, y lo encajaron en el portamaletas que, desde entonces por consenso unánime, se llama portajefe. Dicen que después, el cuerpo acribillado lo depositaron en el refrigerador de un barco, mientras el ataúd vacío recibía, con solemnidad, honores, plegarias, llantos. 233


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Pero todo no había terminado. Ahora empezaba lo más duro: era preciso concluir con el difunto, había que exterminar la imagen del monstruo cuyos restos navegaban hacia un cementerio de París. Por de pronto, cuando la terrible familia, cargada de tesoros, perseguida por el horror, emigró, alzóse en el sitio del suceso una caseta con guardia permanente para impedir que al inmenso asesino ajusticiado le prendieran velas, le llevaran flores, le hicieran mandas y, convertido el inmenso asesino en animita, fatalmente comenzara a hacer milagros. Porque una cosa es la realidad, esa cosa difícil de percibir que llamamos realidad, y otra muy diferente, enorme, invencible, flotante e invasora, denominada la leyenda. Esta leyenda podemos decir que nos acompañó durante toda nuestra visita, literaria y oficial, periodística y diplomática, a la capital de la República Dominicana. Las ceremonias protocolares se sucedían según el orden establecido tras la presentación de credenciales al Mandatario saliente, vinieron los saludos al Mandatario entrante, hubo discursos, reverencias, apretones de manos y desfiles de representantes; pero, en los intermedios, acompañados por un grupo de escritores jóvenes, recorríamos las calles, las amplias calles de la ciudad tropical, donde sobre el espacio veíamos palacios, jardines, paseos, balnearios, mirando y admirando esas carreteras espléndidas que los dictadores construyen y que allá permiten, durante horas, a través de largas filas de palmeras, contemplar el espectáculo del mar. Y entonces, por todas partes, atropellándose, en tumulto unas tras otras surgen las visiones del incalculable personaje, sus anécdotas prodigiosas, sus inauditos atropellos, el asalto impune de los tesoros y esas matanzas en cadena

que le obligaban a matar a los que habían matado, esperando borrar un crimen con otro crimen, en lucha contra la inmortal leyenda. La República Dominicana es un país que ha sufrido la más larga de las pesadillas y que pugna, no sin desesperación por despertar. Después de dos años que Trujillo desapareció físicamente, todavía no consiguen liberarse de él. Han pasado al otro extremo. En unas elecciones puras un presidente ejemplar obtuvo una victoria que no discute nadie. Pero el trágico Benefactor continúa todavía obsesionándola, y una de las tareas que debe asumir Don Juan Bosch al empuñar el mando, tal vez la más ardua, no consiste en solucionar el problema económico”, para el que siempre existen fórmulas, sino la lucha contra un fantasma, el exterminio del exterminado. Treinta y un años de tiranía sin control han producido tal ignorancia del sistema democrático, que muchos se inscribieron en tres o cuatro de los diez partidos que, apresuradamente, se formaron, porque “estaban de acuerdo con sus programas”, y no pocos creyeron inútil votar, puesto que para eso estaban los partidos. Bosch, extraordinario caso de doble personalidad, escritor y político, poeta y gobernante, conoce bien el problema y no se disminuye su gravedad. Una de las preocupaciones que manifestó en la tertulia de su casa al día siguiente de jurar, fue la extrañeza de que no hubiera surgido aún la expresión dramática, poética, nacional, de aquel trastorno: el canto de la revolución. Sin embargo, en esa misma tertulia, alrededor suyo, invitado tanto como nosotros, hallábase un joven de veinticinco años, Marcio Veloz Maggiolo, con quien habíamos departido y que, silenciosamente, sobresalía en el grupo selecto a tal

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punto que le tomamos como un amigo personal del nuevo presidente. Se lo preguntamos en el camino hacia la residencia presidencial. No. No era su amigo. No lo conocía. No había sido partidario suyo. Por el contrario, hizo toda la campaña electoral contra él. ¿Por qué lo convidaba en ese preciso momento? Se encogió de hombros. La respuesta nos la daban sus obras, que habíamos recorrido apresuradamente. Al ojo del político se había añadido el instinto del escritor y quería sin duda anexárselo, hacerlo entrar en sus planes que, si logran pleno desarrollo, van a convertir la isla dominicana, de vergüenza del continente, en un centro de irradiante cultura. Señalamos a Veloz Maggiolo entre muchos; porque sería imposible indicarlos a todos. Juzgar es elegir. Llevando más adelante la selección, entre sus distintas obras: poesía, novela, relato, cuentos, porque este joven ha producido mucho, nos vemos forzados, para concretar algo, a escoger uno de sus libros de poemas, El sol y las cosas, escrito a los veinte años, todavía en la Era de Trujillo, admirablemente prologado por un joven maestro, Antonio Fernández Spencer, mezcla de filósofo y poeta, cerebro sólido, y bien organizado. La poesía de Veloz Maggiolo podría clasificarse para hablar un lenguaje accesible, entre los nuevos que no le deben a Neruda y conservan, con un acento muy personal, la arquitectura de los clásicos, el metro, el ritmo, la rima, una gloriosa claridad sensible, cierta plenitud serena que se diría extraña al tumulto actual y los desórdenes conceptuales. Para nuestro gusto, que no pretendemos imponer, sino exponer, una fiesta. 236

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Véanse estos sonetos: Tantas ramas copiaron su verdura que pasa el agua con olor a fronda suena entre piedra y piedra, en la espesura, mientras hacia la mar su cauce ahonda. Cruza el vivido río su plateada presencia de cristal y firmamento, y su paso es de luz, y es una espada que al deslizarse corta en hilo al viento. Y corre como un niño, sin dolores lleno de amor, de sombra, y de miradas; lleva en su seno el sueño de mil flores. Y canta limpia toda su agua pura, buscando que a su paso, enamoradas niñas se copien en su ciega albura. Es El Río. Ahora, Génesis. A qué vienes?, oh lluvia. ¿Qué te inclina a caer entre polvo y oquedades? ¿Qué tienes que buscar entre ciudades en cementerios, piélagos y ruina? Quédate allá, sobre el espacio, pura, no manches tu palabra en este lodo, donde el hombre no es más que un viejo apodo que abandonó su nombre en la espesura. Pero comprendo bien..., si tienes vida es porque fuiste lodo, fruta, aliento. Es porque fuiste sangre, piedra, herida. Tiene que ser. El mundo quiere verte porque en tu forma clara como el viento nació la vida, se engendró la muerte. 237


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Un vasto pensamiento revestido de imágenes simbólicas, el goce juvenil, cierta fuga hacia la fuente intacta, un encadenarse fácil, cadencioso de ideas naturales, libre de esfuerzo, sin afán de lucir, ¿qué le falta al joven poeta para ser definitivo? Tal vez lo que pedimos e inconscientemente deseamos, el drama, la inquietud, el dolor. Pero esto es apenas un indicio. Su obra ofrece múltiples aspectos, y hay en él mucho trasfondo. Sin embargo, hasta en la tragedia, sospechamos que Veloz Maggiolo ha de conservar ese ánimo firme, ese mirar seguro. Citemos únicamente estos dos versos con su alianza de palabras inesperadas, tan tranquila, que sorprende:

Cuando el presidente Bosch nos entregó su David, recién aparecido, diciéndonos que la consideraba su mejor obra, recordamos nosotros el David de Duff Cooper, esa obrita maestra de gracia, de malicia mesurada, de encanto. Replicó que su libro no era una novela. Efectivamente, no lo es.

El subtítulo Biografía de un rey corresponde exactamente a la realidad. Debemos confesar que su lectura resulta menos fácil que la novela y, evidentemente, tampoco debió ser tarea liviana para su autor el componerla. Se le ve dudando, tanteando, investigando. A cada paso se detiene y busca terreno sólido, se hace preguntas, numerosas preguntas, formula hipótesis, descarta informaciones poco verosímiles y ejerce una rigurosa crítica sobre los textos. La historia del combate entre David y Goliat, por ejemplo, ese pedestal del gran rey, esa puerta por donde penetra en la inmortalidad, con unos cuantos golpes se reduce a la nada, queda convertida en fábula. Peor aun: en fábula ridícula. El absurdo surge de la narración sin necesidad de reflexiones, compulsas ni exámenes. Según los datos bíblicos, David tendría entonces doce o catorce años. Saúl, que era altísimo, corpulento y extremadamente valeroso, no solo confiesa un miedo a Goliat delante del ejército, sino que, para combatirlo, entrega a David su espada, seguramente enorme, lo viste con sus vestiduras que le arrastrarían por el suelo, y lo lanza a una lucha imposible, después de la cual el pueril vencedor aparece sin espada, y necesita la del gigante para decapitarlo ¿Y qué decir de la actitud de todos ante tal desafío? “La sola descripción de Goliat es ya obra de imaginación –escribe Bosch, pág. 74–; seis codos y un palmo representaban más de tres metros”. Era la estatura de Goliat. La coraza pesaba setenta kilos y la punta de su lanza, ocho kilos y medio. Como si fuera poco en casi las mismas páginas donde se cuenta el supuesto combate de David y Goliat se habla de tres gigantes con el mismo nombre y más o menos las mismas desmesuradas proporciones que ejecutan hazañas muy semejantes. En suma, que tras haberse el autor

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Perfectamente triste, todo triste, Perfectamente negra la esperanza. Esperamos, en ocasiones próximas, ofrecer otros ejemplos de la joven literatura dominicana entrevistos en un viaje relámpago, y comentar asimismo, obras de Bosch. El Mercurio, 10 de marzo de 1963.

David

Por Juan Bosch Librería Dominicana, Santo Domingo, R. D., 1963


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formulado una serie de preguntas sin respuestas sobre la inconcebible hazaña, el lector se interroga, a su turno y no se explica: primero que se gasten doce páginas, todo el capítulo V, en destruir algo que no necesita ser destruido, porque se cae solo; segundo, que Juan Bosch pese a su agitada vida de luchador político, exiliado, perseguido, y escritor extraordinario, como lo demuestran sus cuentos en el volumen La muchacha de La Guaira, entre viajes, intrigas, maniobras y lances difíciles, coronados por un éxito espectacular, se diera tiempo para escribir este volumen e ir a Tierra Santa a respirar el ambiente propicio. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué le dio con el santo rey David, que Gabriela Mistral llamaba su primer amor? ¿De dónde arrancan esta fascinación, este embrujo? Un hombre tan realista como Bosch, según sus cuentos lo presentan y su vida lo corrobora, manejador de realidades, político no teórico sino militante y de batalla, ¿qué fue a buscar en ese Rey de leyenda, de una de las más portentosas leyendas? ¿Cómo no lo desanimó ese fantasma que se le deshacía entre los brazos? La única solución del problema está en que, bajo el escritor Bosch, creador de cuentos, mezclado a él, palpitaba potente e iba preparándose el político. De puertas adentro, David es un pretexto para reflexiones de psicología política, para fórmulas del arte de gobernar. Más adentro, un espejo donde se mira la cara del autor. Cantor, poeta, artista a la par que guerrero, luchador y político, David, que, a través de infinitas aventuras conquistó el poder, lo recuperó, conoció las persecuciones y la miseria, que se sobrepuso a todo, sostenido por dotes portentosas, no solo representa como una imagen magnificada al propio Bosch, sino algo aún

más positivo: es un esquema del político real, una conducta práctica y un programa de gobierno. Visto así, el libro se torna sobrecogedor. Uno de los pasajes sorprendentes en la existencia de David es el que lo muestra después de un triunfo, despojado de sus vestiduras, unido a las danzas victoriosas de su pueblo, cantando y danzando, un poco ebrio. Quitando esto último, son tantas las frases reveladoras, explícitas, confidenciales, de que la Biografía de un rey se halla sembrada, que cabría asimilarlas a una progresiva desnudez en presencia del público. En una especie de diálogo, un cuerpo a cuerpo entre el futuro mandatario, que se estudia y dispone, y el soberano bíblico, plenamente realizado el hombre de acción y de pasión, de batalla y pensamiento, alzado sobre los mortales por la grandeza de su misión, que baja y se mezcla a la muchedumbre, hasta compenetrarse con ella y conseguir que Israel y su soberano tengan una sola alma. Pero entresaquemos algunas sentencias de las innúmeras que interrumpen el relato. En ellas vamos a hallar no pocas directivas que acaso a estas horas se aplicaran en la isla liberada de Trujillo, el país que, en punto a régimen de gobierno, ha saltado con mayor rapidez de un extremo a otro. He aquí una máxima que debe de haberle servido con frecuencia al perseguido luchador, y que no perderá su utilidad más tarde: “Casi nunca puede juzgarse la vida de un hombre por trozos –pág. 101–, y mucho menos cuando se trata de hombres públicos. Los conceptos de buen éxito y de fracaso son relativos; aun hallándose en la cumbre del poder, un político puede ser un fracasado, así como hallándose perseguido puede estar labrando su buen éxito”. Sabiduría

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que recuerda proverbios de Lin Yutang, escéptico, equilibrado entre el pesimismo y el optimismo… A veces, Maquiavelo, el doctor, asoma por allí la punta de la oreja, como en este trance de David, entronizado y sin escrúpulos: “En el linde de sus 30 años –pág. 163– David ben Isaí demostraba poseer cualidades excepcionales para la actuación política. Gobernaba bajo la protección filistea y conspiraba contra los filisteos; era un rey recién ungido, un rey dependiente en una porción de Israel, y tentaba a los amigos de su antiguo perseguidor con ofertas muníficas. Habiendo tomado por milagro el título de rey, empezaba a usarlo por lo que podía dar ese título en el porvenir, no por lo que estaba dando en tal momento”. ¿Qué dirán si leen David, Kennedy y Castro? ¿Cómo lo comentarán las huestes de oposición dominicana, dotadas de palabras y derechos? No admira Bosch sin condiciones al Santo Rey y dista de creerlo Santo, pero, a menudo, su carácter lo deslumbra. Por ejemplo: “Entre las cualidades del hijo de Isaías –hay que repetirlo una y otra vez– una de las más características era esa de que los acontecimientos no lo hallaban desprevenido; tan pronto como se daba, él sabía cómo encararlos. Su inteligencia actuaba en forma relampagueante. Casi se confundía con el instinto. Se ponía en función fracciones de segundos después de haber sido herida por cualquier hecho. Gracias a eso, David era en una sola pieza poeta, político y hombre de acción”. Lo que este no lograba, el otro lo convertía en canto… Contra el que sospecharía comienzos de amoralidad en el realismo de Bosch, léase pág. 227, este exabrupto puritano: “El poder que descansa en hombres, y en riquezas sometidas

deforma y debilita al que lo ejerce. Solo el del creador, el del sabio, el del artista, el del santo, que se expande sin salir de quien lo lleva, pero que ilumina con sus luces a quienes lo contemplan, solo ese tipo de poder perdura y beneficia a quien lo tiene”. ¿No se diría escrito ante la propia imagen de Trujillo y disponiéndose a reemplazarlo? Los periodistas, que a menudo asumen el papel de los profetas, deben meditar pasajes como el siguiente, –pág. 22–. “Esos profetas de Dios”, “hombres de Yavé (Jehovah)” hablaban con igual altanería al labriego y al rey. No eran sacerdotes, y podían serlo; no tenían cargos oficiales. Eran gentes atormentadas por la descomposición que veían en torno suyo. No gobernaban, no repartían riquezas ni infligían castigos. Pero regían la voluntad nacional en un momento dado. Representaban la reserva moral de Israel y ningún peligro les hacía renunciar a su misión”. Solo falta saber si aquí pensaba en ellos al describirlos y si los reconocerá cuando se le opongan. Porque, no lo olvidemos, Bosch ha abierto a los dominicanos las puertas del libre examen después de treinta años de boca cerrada. Los sentimientos apasionados, la vehemencia delirante del lírico, contraponíanse, en el alma compleja de David, a los fríos cálculos, a la implacable decisión del político. “Del Moab era Ruth, la bisabuela de David –pág. 211–. Al Moab fue él buscando amparo para sus familiares y para él mismo cuando era perseguido de Saúl. Es cosa de decir, sabiendo que David atacó esas tierras condenó a muerte a gran cantidad de moabitas, que el rey poeta no sabía ser agradecido. ¿Y quién le pide gratitud a un hombre que va cabalgando sobre la ambición de extender su reino hasta donde pueda llegar la punta de su lanza?”. A un lado, pues, la gratitud, las virtudes

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privadas, particulares, burguesas: el político obedece a otra moral, se rige por un criterio diferente. Pero basta de política: los pasajes reproducidos proporcionan materia suficiente para reflexionar, mostrando el fondo verdadero de la historia que, como todas las historias, solo interesa en cuanto se relaciona con el presente. Volvámonos hacia Bosch, o sea, hacia David. Cuarenta páginas del primer tomo y noventa y cinco del segundo despachan, en la Historia del pueblo de Israel, la biografía de David, según Renan. Casi todas son dudas y sonrisas. La leyenda ha trabajado en firme en la transfiguración del Santo Rey: “Será –dice Renan– el autor de los Salmos, el Sumo Sacerdote, el tipo de Salvador futuro. ¡Jesús deberá ser hijo de David! La biografía evangélica será falseada en muchos puntos, por la idea de que la vida del Mesías debe copiar los rasgos de David. Almas piadosas se deleitarán con los sentimientos de resignación y tierna melancolía contenidos en el más bello de los libros litúrgicos, y creerán comulgar con ese bandido; la humanidad tendrá fe en la justicia final, fundándose en el testimonio de David, que jamás pensó en ella, y de la Sibyla, que no ha existido. Teste David con Sibyla ¡Oh, Divina comedia!”. He ahí la conclusión de un maestro. Replicarán que está lejos 1887, cuando se publicó y que los estudios bíblicos han caminado desde entonces. Seguramente. Ello no justifica el interés del luchador dominicano por esa figura semilegendaria, ni las investigaciones que le dedica, los trabajos que le ha demandado su biografía. Hay algo más. Algo que tal vez se encuentre, bajo su cabeza blanca, en el mirar de sus ojos visionarios que rodean las arrugas cavadas en el rostro por una existencia que el sueño, la acción, las ambiciones y una

indomable voluntad han labrado. Puede ser sugestión del éxito; pero en esa mirada a la vez fija y absorta, ausente y dura, cualquiera siente un no sé qué de mesiánico. El futuro inmediato lo dirá.

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Rocas de Santo Domingo, marzo de 1963. Fuente: El Mercurio, 17 de marzo de 1963.

Memorias del ex presidente de la República Dominicana, don Juan Bosch México, 1965.

“Este no es un libro de memorias”, empieza. A Juan Bosch no le gusta el género. Agrega: “…no hay que buscar en él una historia de los sucesos que hicieron posible establecer en la República Dominicana un gobierno de elección popular, a menos de dos años de la muerte de Rafael L. Trujillo, el tirano por excelencia, y que terminaron con el derrocamiento de ese gobierno mediante golpe militar a los siete meses de haber tomado el poder”. Bien. Pero habiendo sido su autor el gobernante de ese gobierno libre, ¿no son ya estas frases las de un libro de memorias? Cuestión de gustos. Por mi parte, prefiero las memorias. El mundo objetivo ofrece muchas objeciones. El otro, en cambio, el subjetivo, el personal y de puertas adentro, ofrece un testimonio único inobjetable, precioso y fundamental, que revela los resortes íntimos de un movimiento. Las teorías flotan y se repiten: el individuo que las sustenta permanece. Vista a través del autor, la Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, título de la obra dada a luz por Panoramas, la gran revista de México, presenta los perfiles de una tragedia.


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Al centro, dinámico, múltiple, activo, clarividente, el admirable creador de obras maestras hispanoamericanas, el ex Presidente y líder perpetuo Juan Bosch, ante el cual solo cabe inclinarse. Largo resultaría enunciar siquiera los asuntos que a lo largo de la obra van sucediéndose, cada uno de los cuales pide comentario. Detengámonos en este: lo que ocurre en un país perteneciente a la órbita de Hispanoamérica ocurre en los demás y sirve de enseñanza a los otros. Verdad no demasiado nueva. La base en que la tesis se apoya es uno de esos pequeños hechos significativos que revelan, debajo, con persuasiva elocuencia, la ley general. Había en Santo Domingo, después del trujillato, un Gobierno de hecho aspirante a serlo de derecho. Para eso, necesitaba elecciones. Unas elecciones muy democráticas, de ancha base popular. Tan ancha que, como en la República Dominicana una mitad de la población no sabía leer, se resolvió que votaran los analfabetos. Quienes carecían de opinión debían expresarla. ¿Cómo? Mediante cédulas de color. Perfectamente. Así únicamente los ciegos quedarían sin voto. Pero... “La Junta Central Electoral dijo que, habría votos de colores, y cuando los abogados perredeístas revisaron la Ley Electoral, se hallaron con el artículo más curioso que jamás había habido en ley alguna, un párrafo que decía, más o menos, lo siguiente (pág. 110): “Los votos serán de colores, un color para cada partido, pero la Junta Central Electoral puede disponer que todos sean de un mismo color”. Es decir, los que no tenían opinión podrían manifestarla; pero, si la Junta lo disponía, solo podrían expresar una opinión. Magnífico.

La variedad reducida, de golpe, a la unidad, los pareceres dispersos reunidos automáticamente en un parecer unánime. Trujillo cambiaba de nombre. He aquí una lección de cosas, un argumento vivo y la prueba de que los extremos se tocan. Por algo el mundo y también el cerebro son redondos: si se avanza demasiado por un camino se llega, fatalmente, al lugar de partida. En Rusia, en Cuba, en China, en Checoslovaquia como en Yugoslavia. Los hallazgos de esta especie abundan en el libro de Juan Bosch, el mandatario en exilio, presidente de derecho de la República Dominicana. Otra perla: “La muerte de Trujillo no amenguó –pág. 10– sino que acentuó el miedo de los dominicanos”. Y el respeto. Un respeto pavoroso. Nosotros lo comprobamos escuchando, en el sitio del suceso, la narración del drama a un coronel del Ejército. La voz de narrador bajaba temerosamente. De ese miedo supersticioso derivaron múltiples consecuencias, entre ellas la caída del primer mandatario constitucional y democrático. “Santo Domingo –un edificio hecho por Trujillo que pretende copiar en cemento Portland las nobles construcciones de piedra y ladrillo del Renacimiento italiano– hay dos despachos que ocupan el extremo nordeste del ala izquierda de la segunda planta, uno es pequeño y está en la esquina, el otro es más grande y queda contiguo al primero, con ventanas al este. El segundo de esos despachos era el de Trujillo; el más pequeño, que en los días de Trujillo servía de antesala, era el que ocupaba yo. En ese despacho quedé preso la noche del 25 de septiembre de 1963. Conmigo estaban el vicepresidente, el presidente del Senado y varios ministros. A través de las puertas de cristal veíamos las sombras de los guardias que pasaban armados de

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ametralladoras. Ninguno entró en el despacho que ocupábamos, salvo el jefe del Cuerpo de Ayudantes; la mayoría estaba en el salón grande, el que había ocupado Trujillo. Si alguien hubiera llegado esa madrugada a decirme que Trujillo estaba allí, que había vuelto a ocupar su sitio, en el Palacio Nacional, lo hubiera aceptado como una verdad. Pues esa noche el jefe volvió a mandar a sus hombres de armas, mientras afuera, en la ciudad alarmada por las patrullas de la policía que irrumpían en las casas, para hacer preso a todo el que pudiera movilizar masas, los trujillistas de toda la vida se felicitaban por teléfono y celebraban con exclamaciones de alborozo el retorno del ausente”. Una página espléndida, verdadera página de memorias. Celebrémosla a despecho de su autor. Y leamos y releamos esta obra, espejo donde pueden mirarse los ilusos, los entusiastas, los soñadores de Hispanoamérica. Página también reconfortante por el espectáculo que ofrece del hombre invencible, luchador, lleno de noble fe, que no cesa en su tarea de escribir una prosa de primera clase. Armado de ella, ¿qué no conseguirá?

La situación de Juan Bosch en Santo Domingo resultaba demasiado paradójica y no duró: el país con una de las más altas cuotas de electores que no sabían leer ni escribir, y donde hasta

en el Parlamento había analfabetos, se dio el lujo de nombrar Presidente a uno de los escritores de mayor calidad, fino y fuerte a la par, de habla española. Antes de los ocho meses, el experimento había abortado. Con ser tan admirador y amigo de Bosch, el mismo autor de esta obra lo juzga una ironía del destino y no lo halla sorprendente. Stefan Baciu es un intelectual, nacido en Rumania, que huyó de la tiranía comunista y hace años que ejerce en América Latina el alto periodismo internacional, con un espíritu de izquierda moderado y sensato. Escribe una prosa ligera y ágil, y su librito (103 páginas, justo para no ser folleto) contiene una amable crónica sembrada de anécdotas, reflexiones y datos pintorescos que se deja leer rápidamente. No se le ocultan las debilidades de Bosch. Son, por lo demás, las propias de los poetas y literatos seducidos por la política militante, que han tenido generalmente poca fortuna en América. Fuera de Sarmiento ¿cuál se ha mantenido en el poder e impreso en los negocios públicos huella durable? Martí en Cuba, a costa del martirio; Gallegos en Venezuela, pronto derribado; en Colombia, Valencia; en Ecuador, Montalvo; en el Perú, Chocano; a más de otros, forman una desalentadora lista. Para más de alguno la aventura se tornó trágica. Batallan, intervienen, conquistan y arman estrépito, suelen escalar el mando supremo, no así conservarlo y mantenerse. Unos pocos, a fuerza de tacto y equilibrio, aprovechan, aunque es dudoso si no les habría valido más abstenerse e influir a la distancia, mediante su prestigio. El mismo caso de los clérigos. El cuerpo a cuerpo los arruina. En el fondo, se trata de órbitas diferentes. La caída de Bosch, sucesor de Trujillo, puede contarse entre las más honrosas. Como se ha dicho de los potentados

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Alone Piedra Roja, marzo de 1965. Fuente: El Mercurio, 28 de marzo de 1965.

Juan Bosch: un hombre solo Por Stefan Baciu Madrid, 1967.


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económicos, no triunfa nadie en política por sus mejores cualidades, sino al revés. Veintitantos años luchó el gran cuentista, uno de los maestros de este género, por libertar a su patria, con ejemplar energía, notorio talento y larga paciencia, soportando los sacrificios y privaciones del destierro en todos los países latinoamericanos. ¿El largo apostolado lo apartó de la realidad? También puede haber influido el hábito de crear vidas imaginarias, de vivir entre símbolos. Stefan Baciu lo insinúa. “Uno de los más conmovedores ejemplos –dice, pág. 62– fue presenciado por mí en Santo Domingo el año 1963, en los días que precedieron a la ocupación por Juan Bosch de la primera magistratura. “Estábamos reunidos en el salón de la casa donde acababa de instalarse (no era de su propiedad) para no vivir en palacio, los entonces presidentes Ramón Villeda Morales, de Honduras; Francisco Orlich, de Costa Rica, y un número de invitados especiales, entre los que se encontraban el escritor y periodista venezolano Miguel Otero Silva y el dirigente aprista peruano Andrés Townsend Ezcurra. “Es fácil imaginar que entre otros temas se hablaba de cultura. De literatura y de música, más específicamente. “Pocas horas antes de esta reunión yo había recorrido a pie y en automóvil varios barrios pobres de la capital dominicana, especies de barracones surgidos como hongos en la vecindad de los barrios residenciales. También me había paseado por las calles próximas al mercado central y visitado, en días anteriores, una o dos librerías, de las que en la ciudad merecen tal nombre. “Estas visitas me dieron la clara visión de que por muchos y muchos años el problema principal del país sería el

de intentar dar al pueblo casa y comida, no solo para cumplir con el programa electoral, sino para arrancarlo de las garras de la absoluta miseria en que vivía, y para que de esa manera pudieran cerrarse las puertas al comunismo”. Punto más, punto menos, con este o aquel matiz diferencial, la misma situación de las naciones subdesarrolladas. Nada nuevo hasta aquí. Parece lógico. Lo que ya no lo parece tanto, aunque lo sea, e impresiona con desconsuelo, es que tampoco hay nada nuevo más allá... “A cierta altura de nuestra conversación –continúa– llegó a hablarse en aquella reunión acerca de la “cultura para el pueblo” y Juan Bosch anunció, ante una expectación que no era solamente protocolar, que pensaba, para “ayudar al pueblo a conseguir un nivel más elevado de cultura”, organizar una feria permanente del libro, a fin de que la gente pudiera tener la oportunidad de llegar directamente a las fuentes de cultura. En esa feria, nos decía, se venderían libros de todos los escritores dominicanos para que los fuera conociendo el pueblo y hasta él mismo, presidente de la República, vendería en subasta o rifa libros de sus compañeros, así como también cuadros y esculturas…”. No hubo comentarios. Más tarde, cuando volvió a su hotel, encontró en el hall al poeta Manuel del Cabral abriendo cuidadosamente con un peine de bolsillo todas las páginas de su reciente libro 14 mudos de amor… por si descubría algún error perdido, alguna errata tipográfica que había escapado al corrector. Uno se pregunta qué les pasa a los gobernantes, qué les sucede en el cerebro cuando dejan de ser gobernados y suben a las alturas del poder. Porque si un caballero particular halla a su paso a un pobre mendicante, instintivamente le da

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limosna, lo ayuda con algo para comer; pero si ese caballero es un hombre público y el mendicante le ofrece libros que no sabe leer y estatuas que no puede comprar. Diríase el fenómeno de los que llaman mutantes. Están amenazadas las raíces: cuidan de la flor. No se han cavado los cimientos: ya comienzan la fachada y la cúpula. Sin duda un resorte misterioso funciona allí contra el orden natural, no obedece a la lógica. A los hambrientos sin zapatos les ofrecen piscinas monumentales y les invitan a nadar… Fuente: El Mercurio, 28 de marzo de 1968. Llamado a la conciencia democrática dominicana.

Anexos Anexo 1. El golpe de Estado a Bosch

visto por los chilenos, y otras imágenes. |

Anexo 2. El golpe de Estado a Allende

visto por los dominicanos, y otros documentos.

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Anexo 1

El golpe de Estado a Bosch visto por los chilenos, y otras imรกgenes

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Anexo 2

El golpe de Estado a Allende visto por los dominicanos, y otros documentos

Llamado a la conciencia democrática dominicana El día 11 de este mes de septiembre se cumplirá un año del golpe militar que mató al mismo tiempo al presidente de Chile, Dr. Salvador Allende, y a la democracia de ese país hermano, una de las pocas democracias americanas que se habían hecho respetar en el Continente por su seriedad. Al caer asesinado el presidente Allende, que había ido al poder llevado por el voto popular, cayeron con él las libertades públicas; cayeron todos los partidos políticos, que han sido proscritos lo mismo si eran de izquierda que si eran del centro o de derechas; cayó el Parlamento, en el cual estaban representados todos los partidos; cayó, en fin, el prestigio de Chile, que era universalmente reconocido. Los que asesinaron al Dr. Allende y a la democracia chilena quieren imponer en la mente de los hombres y mujeres de nuestros países la idea de que ellos mataron y destruyeron en Chile un régimen marxista; y eso es mentira. La mayoría de los partidos que apoyaban al gobierno de Allende, pero no todos, eran marxistas, y el propio Dr. Allende lo era, y cuando el pueblo chileno 273


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votó por él y por la Unidad Popular lo hizo sabiendo lo que eran y conociendo a fondo el programa de gobierno que iban a aplicar, de manera que nadie en Chile votó por los partidos de la Unidad Popular engañado o bajo presión. La mayoría de esos partidos de la Unidad Popular eran marxistas, pero el gobierno de Allende no lo fue. De manera escrupulosa, ese gobierno mantuvo y respetó la Constitución del país, que era la propia de una república burguesa. Asesinar al Dr. Allende, fusilar a muchísimos de sus colaboradores y seguidores y sentenciar a muerte y mantener en las prisiones militares y llevar a juicios militares a otros tantos de esos colaboradores y seguidores del infortunado y heroico presidente bajo la acusación de que eran o son comunistas es tanto una mentira descomunal como una infamia criminal. A esos hombres, comenzando por el Dr. Allende y terminando por Luis Corvalán, el Dr. Clodomiro Almeyda y todos sus compañeros se les mató y se les persigue porque quisieron hacer de Chile una patria libre de explotadores, y especialmente de explotadores extranjeros. En el primer aniversario del asesinato de Salvador Allende alertamos a nuestro pueblo para que no se deje confundir por la propaganda de los que asesinaron la democracia chilena, y desde este pedazo de isla del Caribe hacemos oír una dura voz de protesta contra la violencia organizada para destruir el último germen de libertad que haya podido sobrevivir en Chile, y enviamos una enérgica voz de aliento a los que en ese país hermano y fuera de él luchan por mantener vivo y darle fuerzas a ese germen que pretenden aniquilar los que en la patria de

O’Higgins deshonraron el uniforme militar tomando el poder a la mala, el 11 de septiembre de 1973, día funesto en la historia de América.

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Dr. Hugo Tolentino Dipp, Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo Monseñor Roque Adames Rodríguez, Obispo de Santiago

Pedro Mir, Poeta. Profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo Dr. Rafael Kasse-Acta, Presidente del Comité Dominicano de la Paz

Ing. Andrés María Aybar, Ex Rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo Dr. Salvador Jorge Blanco, Abogado. Profesor de Derecho en la Universidad Católica Madre y Maestra Félix Servio Ducoudray, Sec. Gral. del Partido Socialista Popular

Dr. Marcelino Vélez Santana, Ex Presidente de la Asociación Médica Dominicana Dr. Antonio Zaglul, Ex Decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo Lic. Emilio Rodríguez Demorizi, Académico de la Historia. Ex Secretario de Educación y Bellas Artes

Lic. Vicente Bengoa, Presidente del Comité Dominicano de Solidaridad con la Democracia Chilena

Juan Bosch, Ex Presidente de la República

Listín Diario, 5 de septiembre de 1974.

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Ă?ndice onomĂĄstico


Índice onomástico Jorge Eliezer Armando Palm

A Acevedo, Carlos 276 Aguirre, Isidora 187 Aguirre Cerda, Pedro 68, 206 Albizu, Cristina 21 Alegría, Fernando 63 Alessandri, Arturo 187, 205-207, 258 Alessandri, Jorge 187, 207, 209, 211, 212 Alfau, Pompeyo 195, 198 Alfonseca, José María 144 Allende, Beatriz 70 Allende, Carmen Paz 70 Allende, Laura 70 Allende Gossens, Salvador 9-12, 17, 19-21, 29, 36, 67-69, 71, 74, 77, 78, 180, 181, 183-185, 187, 193, 196, 203, 206-213, 217, 219, 227, 228, 253, 273, 274, 276, 277, 279, 281, 282, 284 Allende Bussi, Isabel 70, 282, 279, 281, 280, 282 Alighieri, Dante 14 Almeyda, Clodomiro 11, 17, 21, 36, 56, 69, 121, 196, 274 Altamirano, Carlos 188 Álvarez, José Luis 56 Álvarez, Luis H. 269 Amaro Reyes, Andreína 7 Amiama Tió, Luis 159

Ampuero, Raúl 36 Antúnez, Nemesio 121 Aranguiz, Angélica 8 Arbenz, Jacobo 57, 77 Arévalo, Juan José 58, 77 Arias, Desiderio 144 Armando Amparo, Juan Freddy 6 Armando Palm, Jorge Eliezer 6 Aybar, Andrés María 275 B Baciu, Stefan 248-250 Báez y Báez, Julio E. 7 Báez, Mauricio 149 Balaguer, Joaquín 76, 103, 104, 107 Balmaceda, José Manuel 205, 276 Baltra, Mireya 187 Barrios, Eduardo 47 Batista, Fulgencio 37, 58, 101, 102, 125, 195, 198, 202 Beca, Eugenio 188 Bello, Andrés 121 Belmar, Daniel 63 Bencosme, Cipriano 142 Bengoa Albizu, Vicente 7, 9, 14, 23, 275-277, 280, 282 Bermúdez, Micaelo E. 7 Betancourt, Rómulo 102 Blanco Castillo, Ramón Andrés 23, 277, 284 Blest, Clotario 76 289


Luis Alberto Mansilla | Los días chilenos de Juan Bosch

Castro, Baltazar 63 Castro, Bélgica 187 Castro, Fidel 31, 37, 101, 102, 107, 157, 174, 175, 202, 203, 211, 217, 242, 276 Castro, José R. 202 Castro, Oscar 63 Cervantes, Miguel de 70 Chibás, Eduardo 125 Coloane, Francisco 63 Colón, Cristóbal 25, 31, 102, 107 Contreras Labarca, Carlos 181 Cooper, Duff 238 Córdoba, Lucho 65 Correa, Ulises 181 Corripio, Ramón 16, 87 Corvalán, Luis 180, 274 Crez, Rigoberto de 85 Cruz, María de la 68 Cuevas, Gabriel 188

Bonetti Mesa, Luis Manuel 7 Bosch, Ana Leticia 87 Bosch, Bárbara 39, 100 Bosch, Carolina 95 Bosch, Francisco 87 Bosch, Juan 3, 5, 9-13, 15-17, 20-23, 25-32, 35-39, 41-46, 48-53, 5561, 64-78, 81-85, 87-93, 95, 96, 99-102, 104-108, 111, 113-117, 119, 121-131, 133-137, 139-143, 145-148, 150, 153-155, 157-163, 165, 166, 174-176, 192, 193, 231, 233, 235, 238-240, 242-251, 253, 256-258, 275, 276, 279, 280, 281, 287 Bosch, León 16, 35, 38, 76, 92, 95, 195, 197, 198, 201 Bosch, María Leticia 83 Bosch, Patricio 39, 57, 100, 208 Bosch Subirats, José 81-83 Bossay, Luis 192 Bowers, Claude 184 Bunster, Carmen 187 Bussi de Allende, Hortensia 69, 187, 196, 279-282

D D’Halmar, Augusto 47 Darío, Rubén 106 Dauhajre Selman, Domingo 7 David (ben Isaí) 16, 45, 46, 58, 107, 129, 192, 195, 199, 238, 239, 240, 242-244 Dávila, Carlos 205 Díaz, Danilo 7 Díaz Arrieta, Hernán (Alone) 9-12, 17, 30, 51, 52, 59, 60, 61, 78, 154, 231, 233, 248 Díaz Casanueva, Humberto 64 Dios 41, 57, 60, 76, 85, 90, 103, 132, 135, 140, 162, 225, 243 Dipp, Hugo Tolentino 275 Donoso, Cruz 56 Drago, Gonzalo 63 Drake, Francis 122 Duarte, Eva 44 Duarte, Juan Pablo 204, 222, 223 Dungan, Ralph 171, 172, 184 Durand, Luis 47, 50, 52, 53

C Caamaño Deñó, Francisco Alberto 19, 106, 107, 165, 169, 174, 175, 188, 191, 264, 267 Cabral, Manuel del 48, 92, 201, 251 Cabral, Mario Fermín 93, 201 Cademártori, José 191, 192 Caín 131 Camus, Albert 36 Cánepa, María 187 Carrasco, (Capitán) 13 Cárdenas, Lázaro 19, 183 Cárdenas, Paquito de 56 Carías Andino, Tiburcio 202 Caro, José María 71 Castillo Armas, Carlos 58 Castillo, Alberto 41 Castillo, Jaime 176, 188 290

Luis Alberto Mansilla | Los días chilenos de Juan Bosch

E Echeverría, Dolores (Lolo) 60, 61 Edwards Bello, Joaquín 47, 50, 52 Encarnación Pimentel, Luis A. 7 Encina, Francisco Antonio 47, 61 Enríquez, Humberto 271 Espaillat, Ignacio 19 Espinal, Gastón 209 Espinoza, Enrique 49, 57 Estrada, Pedro 202

González, Jesús (El Extraño) 197, 198 Grau San Martín, Ramón 125 Guerrero, Leoncio 63 Guillén, Nicolás 100 Gutiérrez, Joaquín 11, 17, 35, 36, 37, 47, 48, 50, 51 Guzmán, Antonio 108 Guzmán, Nicomedes 63 H Harriman, Averell 10, 12, 175, 176, 264 Henríquez, Rafael Américo 92 Herrera Cabral, Héctor 7 Herrera, César 92 Herrera, Oscar 71 Hesse, Hermann 36 Heureaux, Ulises (Lilís) 142, 148, 224 Hitler, Adolf 43, 94, 97 Hostos, Adolfo 95 Hostos, Eugenio María de 9, 11, 95, 96 Huidobro, Vicente 64

F Faivovic, Ángel 71 Faulkner, William 36 Fernández de Abreu, Estela 7 Fernández Reyna, Leonel 15, 108 Fernández Spencer, Antonio 236 Fernández, Eufemio 197, 198 Fiallo, Viriato 154, 158, 165 Figueres, José 101, 197 Figueroa, Luis 179, 180 Finlay, Carlos 126 Franco, Francisco 73, 97, 150 Franco, Pericles 195 Frei Montalva, Eduardo 18, 169, 171, 172, 175, 181, 208, 209, 210, 212, 261, 268 Frei Ruiz-Tagle, Eduardo 18 Fuentealba, Renán 259

I Ibáñez, Carlos 36, 44, 64, 68, 69, 71, 74, 76, 77, 205, 207 Imbert Barrera, Antonio 103, 159 Insulza, José Miguel 21 Iscariote, Judas 9, 11, 16, 30, 43, 45, 58, 107, 109, 129-136, 195

G Gallegos, Rómulo 31, 101, 249 Garay, Mario 180 García, Hermógenes 83 García de Balaguer, Gema 285 García, Isabel 92, 93, 95, 99 Gaulle, Charles 264 Gaviño, Ángela 82 Gaviño, Juan 82, 84 Geel, María Carolina 38 Goliat 192, 239 Gómez, Máximo 124 González Sánchez, Luis José 285 González Videla, Gabriel 63, 68, 207

J Javier Castillo, Caonabo 10, 12, 188, 189 Jesús 130-136, 244 Johnson, Lyndon (Trujijohnson) 18, 170, 173, 175, 176, 181, 210, 215, 268, 270 Jorge Blanco, Salvador 275 Juan el Bautista 135, 136 291


Luis Alberto Mansilla | Los días chilenos de Juan Bosch

K Kasse-Acta, Rafael 275, 276 Kennedy, John F. 155, 171, 181, 184, 242 Kim Il Sung 209 Klein Sack, familia 69 Kruschev, Nikita 75

Mejía, Orión 6 Mella, Mariano 7 Mella, Ramón Matías 223 Mendoza, Encarnación 59, 112, 113 Merino Reyes, Luis 50, 60 Mieses Burgos, Franklin 92 Miolán, Ángel 198 Mir, Pedro 26, 31, 32, 48, 92, 275 Mirabal, María Teresa 102 Molina, Tirso de 70 Montez, María 70 Monti, Xenia 65, 66 Morales, Ángel 144 Muñiz, Jacinto 113 Muñoz Marín, Luis 95, 160 Mussolini, Benito 43, 97

L Lafaye, Lya 187 Latcham, Ricardo 30, 50-53 Latorre, Mariano 47, 50, 52, 53 Lázaro 131, 132 Lihn, Enrique 64 Lin Yutang 242 Liz, Alexis 198 Lonardi, Eduardo 43 López, Narciso 124 Loynaz del Castillo, Enrique 37, 100, 102 Luis XIV 148 Luna, Atila 161

N Nascimento, Carlos George 9, 11, 16, 47, 50-53, 55, 61, 66, 111 Nasser, Gamal Abdel 75 Neruda, Pablo 31, 47, 48, 53, 61, 64, 180, 207, 236

M Maceo, Antonio 124 Machado, Antonio 29 Machado, Gustavo 125 Magdalena, María 131 Magnet, Alejandro 174, 192 Mainardi, Virgilio 198 Maluenda, María 187 Mandujano, Manuel 11, 17, 35-37, 46 Mansilla, Luis Alberto 12, 5, 15-17, 23, 26, 28, 30, 31, 287 Marchant, María 187 Marcos 132, 133 Margarita, Cornelia 276 Marta 131 Martí, José 56, 99, 124, 125, 202, 249 Martínez, María 145 Matte Alessandri, Ester 187 Mejía Oviedo, Luis 7 292

Luis Alberto Mansilla | Los días chilenos de Juan Bosch

Satanás 61 Saúl 239, 243 Segura, Victoriano 115 Servio Ducoudray, Félix 275 Sesto, Camilo 23 Shakespeare, William 70 Sicuri, Manuel 111, 113, 114 Sierra, Manuel 116 Silva Santiago, Alfredo 187 Somoza, Anastasio 37, 58, 74, 76, 101, 195, 202, 260 Somoza, Luis 202 Souper, Carlos 191, 192 Stalin, Iósif 75 Strauss, Johann 42 Stroessner, Alfredo 74 Szulc, Tad 216

Pérez, Sergio 56 Perón, Juan Domingo 43, 44 Pinochet, Augusto 20, 23, 31, 277, 278, 284, 285 Pío XII 150 Poblete, Olga 180 Portales, Diego 276 Prat, Arturo 17, 46, 56, 111, 195 Prieto, Joaquín 276 Prío Socarrás, Carlos 37, 100, 101, 125 Proust, Marcel 51 Pumarino, Roberto 38 Q Quevedo, Miguel Ángel 129 Quidiello, Carmen 21, 31, 39, 56, 57, 100 Quiroga, Horacio 27, 55

O O’Higgins Riquelme, Bernardo 36, 179, 275 Ochagavía, Fernando 192 Orlich, Francisco 250 Orthus, Pedro 65 Ortiz Pimentel, Joaquín E. 6 Osorio, Eduardo 191 Otero Silva, Miguel 250

R Reid Cabral, Donald 165 Ríos, Juan Antonio 68 Rocha Pimentel, Ramón de la 7 Rodríguez, Aniceto 181 Rodríguez, Roque Adames 275 Rodríguez Demorizi, Emilio 275 Rohka, Pablo de 64 Rojas, Manuel 49, 50, 53, 57, 58 Roldán, Gustavo 84 Roosevelt, Franklin Delano 184 Rueda, Manuel 48 Ruiz, Solito 112

P Pareto, Luis 192 Parra, Nicanor 64 Paz, Juan de la 114, 115 Peña Gómez, José Francisco 107 Peña Jiménez, Oscar 6 Peña vda. Hernández, Elsa Pensón, César Nicolás 22, 280 Pérez Cabral, Romano 198 Pérez Jiménez, Marcos 101, 195

S Saleme, Ninón León de 6 San Juan 130-133 San Lucas 130, 133 San Mateo 130 San Pedro 135 Sánchez Guzmán, Mario 85, 91 Sánchez, Francisco del Rosario 223 Santana, Pedro 223 Sartre, Jean-Paul 36

T Tagle, Manuel 181 Tato, Manuel 43 Tavárez Delgado, Juan Salvador 6 Tavárez Mirabal, Manuel Enrique 7 Teitelboim, Volodia 9, 11, 15, 17, 32, 63, 181 Tevah, Víctor 36 Tomic, Radomiro 212, 217 Toribio, Daniel 7 Townsend Ezcurra, Andrés 250 Trujillo Molina, Rafael Leonidas 10, 12, 17, 29, 36, 37, 43, 45, 49, 51, 57, 58, 60, 67, 73, 74, 76, 89, 90, 92-94, 96, 97, 100-104, 137, 139, 140-150, 153-155, 162, 177, 189, 190, 197, 201-223, 235, 236, 241, 243, 245, 247-249 Trujillo, Angelita 74 Trujillo, Héctor Bienvenido 76, 150 Tukhachevski 75 U Ureña, Rafael 143 Uribe, Armando 64 293


Luis Alberto Mansilla | Los días chilenos de Juan Bosch

V Valdés, Gabriel 18, 173, 174, 176, 276 Vargas Ortega, R. Edilio 285 Vásquez, Horacio 90, 142, 144 Vega, Lope de 70 Velázquez, Diego 122 Velázquez, Federico 144 Vélez Santana, Marcelino 275 Veloz Maggiolo, Marcio 233, 236, 238 Vergara, Ana María 187 Vicuña Mackenna, Benjamín 56 Videla, Benjamín 71 Vientós, Nilita 95 Villeda Morales, Ramón 250

Viñas Román, Víctor Elby 104, 158-160 Vincent, Stenio 202 W Washington, George 18, 77, 143, 173, 192, 208, 209, 216, 217, 218 Wessin y Wessin, Elías 106, 161-163, 165, 169, 180, 190 Wiscovitch C., Ada N. 7 Withman, Walt 64 Z Zaglul, Antonio 275 Zambrano, María 100 Zepeda, Hugo 192

294

Este libro Los días chilenos de Juan Bosch de Luis Alberto Mansilla, terminó de imprimirse en el mes de diciembre de 2011, y estuvo a cargo de Brownsville Lake Company, publicidad e impresiones. Santo Domingo, Ciudad Primada de América, República Dominicana.



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