Yiya Murano

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34- Yiya Murano, la envenenadora de Monserrat. 1979 Martín tenía once años cuando fue a ver “El socio del silencio”. Lo llevó Yiya Murano, su mamá, porque era su película favorita y quería que su hijo la viera. En el film había intrigas, ladrones de bancos y un robo magistral, y eso era lo que le gustaba a ella: la posibilidad de un crimen perfecto. A Yiya también le gustaba contar sobre el tipo que había descuartizado a Alcira Methyger y que, luego de años de cárcel, se había transformado en su vecino. Yiya estuvo muy cerca de cometer una serie de crímenes perfectos cuando envenenó a dos amigas y a una prima en 1979. Los tres homicidios le hicieron ganarse un lugar en los anales de la historia criminal argentina, pero algo borró la posibilidad de que fueran insuperables. El 10 de febrero había muerto Nilda Gamba, sufriendo del estómago. El 22 de ese mismo mes encontraron sin vida a Lelia Formisano, frente al televisor encendido. Mema del Giorgio Venturini, en cambio, alcanzó a salir de su departamento con un agudo malestar y estaba recibiendo la ayuda de sus vecinos cuando apareció Yiya, que llegaba de visita. Murano se subió con ella a la ambulancia para ser testigo, poco después, de su muerte. Durante el velatorio Yiya se mostró dolorida, pero eso no impidió que Diana, la hija de Mema, la encarara con más dolor: “¡Estafadora!”, le gritó. Yiya abrió los ojos con sorpresa. O no tanto: ella sabía bien de qué la acusaba. Era un asunto de préstamos y pagarés, de dólares, bónex y plazos fijos. Yiya había descubierto que podía generar dinero metiéndose en la bicicleta financiera de la “plata dulce” y pronto tentó a sus amigas con intereses fabulosos. Ellas apostaron con cautela y ganaron. Pero cuando volvieron a hacerlo en grande, Yiya ya no pudo devolverles los 300 mil dólares que había recaudado entre todas. Muchos años después de ver “El socio del silencio”, su hijo Martín escribiría un libro sobre el caso, “Mi madre, Yiya Murano” -que ella reprobaría-, donde se preguntaba si su madre mataba porque no tenía salida o porque se había ilusionado con cometer su propio crimen perfecto. Allí la describe sin anestesia como “teatral, fría, manipuladora y sumamente egoísta”. Yiya, acusada de liquidar a sus víctimas con dosis de cianuro introducidas en las masitas y en el té, saltó a la fama como “la envenenadora de Monserrat”, aunque siempre negó ser la autora de esa serie de crímenes casi perfectos. Sin embargo, Martín recuerda en su libro una confesión de su madre: “Tenía que devolverles la plata… Él tuvo la idea de que las matara”, decía ella, cargándole la responsabilidad a un amante cuyo nombre se guardaba. Y agregaba: “La única persona con cerebro era yo. Las viejas en lo único que pensaban era en los intereses”. CAMINO AL MITO El 24 de abril de 1979 un inspector y dos vigilantes se llevaron a Yiya detenida mientras gritaba “¡Por Dios! ¡¿Qué es esto?! ¡Algo así nunca se ha visto!”. Estuvo presa hasta junio de 1982, cuando la absolvieron considerando que no había suficientes pruebas en su contra. Sin embargo, en 1985 la Cámara de Apelaciones la volvió a encontrar culpable. Y permaneció en la cárcel hasta 1995, luego de que el presidente Carlos Menem conmutara la pena de cadena perpetua por tiempo indeterminado por la de 25 años de prisión. Cuando salió, Yiya ya era un mito viviente.


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