un caso de novela

Page 1

Un caso de novela Decidido a convertirme en detective, en un pueblo en el que la única cosa que funcionaba regularmente era el correo, contraté un curso por correspondencia. No le dije a nadie, porque sabía que tomar un curso de detective por correspondencia era el equivalente a dejar bien claro que no tenía las luces suficientes para ser detective. Pero yo quería el diploma para ponerlo en mi oficina, cuando tuviera una, y al mejor modo de los detectives de los libros de bolsillo que leía, me sentara tras mi escritorio con los pies sobre la mesa, y contara los billetes con la mano izquierda mientras atendía el teléfono con la mano derecha. El examen final del curso era demostrar que había resuelto un caso. En mi pueblo jamás pasaba nada. Y lo poco que pasaba, ya se sabía quién había sido: a las gallinas las robaba el perro del carpintero, y a las rosas, el novio de Gertrudis. Por más que quise ser discreto, pueblo chico infierno grande dicen, y mis conciudadanos no tardaron en enterarse de mis ambiciones. Y me di cuenta no por perspicaz, sino por lo explícito de los gestos de mis vecinos que me miraban con los ojos achinados por una risita sarcástica, y me saludaban con una inclinación de cabeza pausada. Incluso alguno llegó a decirme “¿cómo le va, detective?” Y así como el pueblo tenía un loco, (el Angueto Salinas), ahora también tenía un tonto: yo. Me dio mucha bronca, pero por otro lado la inesperada e indeseada publicidad de mi futura profesión me acercó la oportunidad de tener un caso para resolver y así obtener mi diploma: Jaime Berrotarán, mayordomo de una estancia de la zona, me mandó llamar. Sé que más de uno se burló más que de mí de Jaime, porque realmente, contratarme a mí… “La Bendecida” tenía una casa enorme, blanca y lujosa que dejaba claro por qué le habían puesto ese nombre. Ni bien llegué Jaime me dijo: -Me dijeron que estás por recibirte de detective. Si te atrevés, te contrato. No confío en la policía. Casi le doy un beso de lo contento que me puse, pero moderé mi expresión, y le contesté que sí, que como no. ¡Por fin sería como mi maestro y mi primer caso sería de novela! Me mostró las dependencias cercanas a la casa: el cuarto de herramientas junto a una piecita donde le permitían vivir al Angueto Salinas; la cancha de tenis que pronto desarmarían. -Ya llamé a un camión para que mañana se lleven todo –me explicó-. Realmente no sé qué tiene que hacer una cancha de tenis en una estancia. Además –dijo más bajito- odio el tenis.

Yo pensé que a mí me encantaría tener una cancha de tenis propia, pero no me detuve mucho en ese pensamiento porque Jaime señalaba el garage donde cabían seis autos, y la pileta con sus propios vestuarios. Todo un lujo. -Si pudiera desarmaría la pileta también, pero es más complicado –me dijo. No solo la fachada de la casa era blanca, sino también el piso del recibidor. Jaime, prolijamente, sacudió sus pies en el felpudo antes de entrar. -Mi manía de andar por los senderos del jardín –me dijo explicando el polvillo rojo que el felpudo no había absorbido del todo. Yo raspé mis zapatos repetidas veces, por las dudas, pero realmente no había llegado a ensuciarme en el sendero de adoquines por donde circulé. Ni bien estuvimos dentro, me puso al tanto del caso: un cuadro de un pintor famoso había desaparecido. El cuadro era de mucho valor; un tasador estaba por venir, la ventana apareció rota y el cuadro ya no estaba. Me hizo pasar al cuarto donde había estado colgado el cuadro. -Solamente yo tengo la llave –explicó y abrió la puerta. En la pared se veía clarita la marca donde había estado el cuadro. La cerradura de la ventana estaba rota, y no se percibía ningún otro desorden. Una finísima capa de polvo sobre los muebles denunciaba que ese cuarto no se utilizaba. Le hice una por una las preguntas que había memorizado para el examen presencial – que nunca me tomaron- y Jaime me contestó todas las que pudo. Interrogué a todo el mundo, y obtuve dos sospechosos: el hijo del dueño, que tenía deudas de juego, y la sobrina que era muy bonita, pero cuando entré me miró de arriba abajo, dijo “¿qué hace este metido acá?” me dio vuelta la cara con desprecio, y antes aclaró “lo mejor que podés hacer es irte”. No tenía indicios para sospechar de ella, pero pregunté su nombre (Clara) y la puse en mi lista de sospechosos. Creo que de bronca. Pero como decía el manual de mi mentor, mantuve una “distante y respetuosa amabilidad” y no le contesté nada. -Lo peor de todo –me explicó Jaime Berrotarán, muy preocupado- es que para hoy estaba citado el tasador, y además invité a la gente más importante de la zona pues esta tasación merece ser pública. Por eso te contraté. Asentí con la cabeza y me dispuse a hacer mi trabajo. Repasé mentalmente todo lo que había escuchado. Repasé mis notas, y frente a la ventana, del lado de afuera, me preparé para deducir: la cerradura estaba rota, pero la ventana no; la marca del cuadro medía un metro por un metro exactamente. La ventana medía… -Lo tengo yo. -¿? Me di vuelta sorprendido. Era Angueto Salinas, con su gorra siempreverde entre sus manos, me miraba. 1


-¿Qué dice? -El cuadro que busca. Lo tengo yo. Yo achiqué los ojos. No sé por qué cuando pienso achico los ojos. Será que al ver menos para afuera puedo ver más para adentro… Y como no entendía nada, achiqué mucho los ojos, pero igualmente por la ranurita que dejé abierta entre mis pestañas pude ver que el Angueto me hacía señas de que lo siguiera. Lo seguí, y sí, ahí, en la piecita junto al cuarto de herramientas, estaba el impresionante Spilimbergo. Reluciente en la belleza de las líneas que el talento del pintor había proyectado sobre la tela, rodeado de aquel marco dorado, lleno de arabescos. La lapicera se me desmayó en la mano, y abandoné las sesudas deducciones que estaba a punto de comenzar: el Angueto Salinas me había arruinado la investigación confesando. Me quedé absorto por un momento mirando cada color, pero a la vez no viendo nada. ¿Qué iba a poner en el informe? ¿Llegué a la estancia y el loco del pueblo me llevó hasta donde había escondido el cuadro? Meneé la cabeza, y con el mentón pegado al pecho, más desmayado que la lapicera que llevaba en la mano, caminé hacia la casa. Ni siquiera podía decir que estaba escondido, porque el Spilimbergo estaba en el medio de la piecita, sobre una silla desvencijada, tan fuera de sitio como me sentía yo ahora. Entré a la casa, e hice mi anuncio ante Jaime, el hijo del dueño, y Clara que al menos me miró de otra manera. A Jaime no le importó que yo no hubiera hecho nada: estaba contentísimo y anunció que cuando el tasador llegara y corroborara que el cuadro era el verdadero, me iba a pagar. Yo estuve a punto de decirle que no, que no era necesario, pero terminé aceptando que algo había tenido que ver mi intervención, porque quizá mi presencia había determinado que el Angueto se animara a hablar, y porque además había usado mi tiempo para ir hasta “La Bendecida”, y el tiempo de un detective se paga, dice claramente el manual. Me invitaron a almorzar y a cumplir con el rito de la siesta. Comí porque no había desayunado bien, pero no pude pegar un ojo. Me acosté en la cama enorme de madera oscura y colchón de plumas, y clavé la vista en el techo buscando inspiración para ver cómo redactaba el informe sin mentir, pero sin que sonara a que la resolución del caso no había sido fruto de mi investigación. O sea, sin que se notara lo que realmente había pasado. Y además, recordé otra cosa: yo quería ser como mi mentor; quería que mi primer caso fuera como el suyo: de novela, y no lo había logrado. Desilusionado, arrojé el manual al cesto. No era digno de tenerlo. A la tardecita empezó a llegar la gente. Yo, para que no me preguntaran nada, traté de ir lo más tarde posible a la ceremonia de tasación.

-¡Venga, mi amigo! –exclamó Jaime-. ¡Señores: este joven detective, orgullo de nuestra zona, encontró el cuadro! Me puse rojo de vergüenza, porque la gente que estaba allí me aplaudió, y me pregunté: si el Angueto no hubiera confesado, ¿yo hubiera encontrado el cuadro? Soy un fiasco. Si ni siquiera le pregunté por qué tenía el cuadro ahí… El tasador miraba la pintura con una enorme lupa. La descolgó, la midió, anotó, miró la parte de atrás, asintió con la cabeza, volvió a anotar, volvió a mirar con la lupa, y emitió su veredicto: -¡Es un verdadero Spilimbergo! –lo cual arrancó otro aplauso, felicitaciones a Jaime, a mí, al tasador, a Spilimbergo, mientras el tasador escribía el valor del cuadro y con movimientos pomposos, firmaba y sellaba. Una cifra con muchos ceros. La última vez que vi tantos ceros juntos fue cuando estudiaba numeración en sexto grado. Más que satisfecho, Jaime me pagó una cantidad que él consideraba justa (yo ni idea porque no sé cuánto se cobran estos trabajos), mientras yo seguía desilusionado de mí porque había sido demasiado fácil. -Si mi tío no hubiera autorizado a Jaime a sacar la cancha de tenis, te invitaría a jugar… -me dijo Clara. Entonces vi pasar ante mis ojos como si fueran diapositivas de una rudimentaria presentación de PowerPoint, una serie de detalles que solo al juntarlos me di cuenta de qué significaban. -¡Fue usted! –exclamé señalándolo con el dinero que aún tenía en la mano. Se produjo un silencio brutal en el salón. Hasta el viejo tocadiscos donde sonaba Mozart dejó de tocar (intuyo que alguien lo detuvo), y todos se quedaron mirándome esperando que aclarara. Jaime se echó a reír como si se tratara de una broma, y los obsecuentes que había reunido se rieron, pero me miraban. Entonces yo provoqué otro silencio, porque agregué: -Y su tasador es el cómplice. Esa no es la pintura verdadera. -¡Bueno! –exclamó Jaime manteniendo su sonrisa-. ¡Escuchemos! Parece que el joven además de ser un maravilloso detective, es experto en arte… -No soy experto en arte, pero el tamaño del cuadro no coincide con la marca que está en la pared. La cerradura fue rota del lado de adentro, y no de afuera. ¿Y quién podía romperla si usted era el único que tenía llave de este cuarto? -Pese a que tu actuación fue nula, traté de disimularlo, e inclusive te pagué una generosa suma –dijo Jaime enojado-. ¿Tan frustrado estás porque Angueto confesó rápido que estás inventando todas esas suposiciones? -Angueto dijo “yo lo tengo” no dijo “yo lo robé”. 2


-Angueto no puede decir más de tres palabras seguidas y si le preguntan ahora seguro que no se acuerda de nada… ¿Y para qué me robaría yo mismo un cuadro y lo volvería a poner, te contrataría, y además invitaría al comisario a mi fiesta? -Para cambiarlo. Ahí dice que el cuadro mide 0.95, y la marca detrás de la pared mide un metro. Ese cuadro no es el original y el tasador es su cómplice. -¿¡Te das cuenta de que lo que decís es muy grave!? –pero como el comisario se había llevado las manos al cinto y lo miraba con el bigote demasiado recto para pensar que estaba divertido, Jaime me desafió: -A ver, ya que sos tan buen detective: ¿dónde está el original? -Yo buscaría con las raquetas en la cancha de tenis. Usted dijo que odia el tenis, pero tenía polvo rojo de la cancha de tenis en los zapatos. El polvo de los senderos del jardín no es polvo de ladrillo. Es arcilla de Neuquén. Lo sé porque mis padres me llevaron cinco años seguidos de vacaciones allí. Usted mandó a que mañana se lleven todo: cuando saquen los materiales de ese cuarto, van a llevarse el cuadro. Me contrató a mí porque todos en el pueblo dicen que soy tonto, e invitó a esta gente y al comisario para parecer más honesto. Jaime y el tasador se miraron. El tasador quiso salir corriendo, pero Clara le puso el pie haciéndolo caer. -¡Bueno! –dijo el comisario estirando los bigotes-. ¡Vamos a ver si lo que el detective dice es cierto! Allí fuimos todos, el comisario llevando del brazo a Jaime; su ayudante al tasador, y detrás, los demás. Clara caminó junto a mí. Olía a violetas. Y tal cual: el verdadero Spilimbergo estaba allí. Con su metro por un metro exacto, cuidadosamente embalado, rodeado de raquetas y redes de tenis. Jaime y el tasador fueron llevados a la comisaría. El cuadro volvió a coincidir con la marca en la pared, y la falsificación fue a adornar la piecita del Angueto Salinas que se quedaba largas horas contemplándolo, mientras tarareaba la cuarenta de Mozart. Luego de asegurarle a Clara que iría con ella a jugar al tenis de vez en cuando, tomé mi manual de detectives del cesto donde lo había arrojado. -¿Por qué lo habías tirado? –me preguntó. -Porque quería ser un detective clásico como mi mentor, que su primer caso fue de novela. Pensé que no lo había logrado, pero finalmente se dio. -¿Qué se dio? -Que igual que en las novelas, el culpable fue el mayordomo. Clara se colgó de mi brazo y yo me dije que esto seguramente era el comienzo de una gran carrera.

La autora: Nací y vivo en Mar del Plata. Además de escribir historias toda mi vida, soy docente (o sea, escribo en las vidas ajenas). Mi primera novela publicada fue Malacara, recomendada por el jurado del Concurso Internacional de Literatura Infantil de Editorial Libresa (Ecuador) del año 2009. Publiqué además El Campo Deportivo (novela juvenil) y El Efecto Elefante (para público juvenil y adulto), en Editorial Gogol, y varios cuentos para público infantil y adulto en revistas y páginas de Internet. Escribo todo el tiempo y me gusta explorar todo tipo de historias, por eso tengo escritas varias novelas de distintos géneros para jóvenes y adultos. Además, escribí el guión del manga Justicia Oscura, que será publicado en el 2013. Soy miembro de la comisión organizadora del Festival de Literatura Negra y Policial Azabache, ediciones 2011 y 2012 Doy charlas y talleres y comparto con alumnos, docentes y lectores en general, qué es esto del oficio de escribir. Pueden escribirme a: marisapotes@gmail.com o contactarme por Facebook: Marisa Potes.

FIN 3


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.