Asturias
Lunes, 2 de marzo de 2015
LA NUEVA ESPAÑA
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El coche teledirigido que no se quería dormir Treinta escuelas asturianas de Infantil y Primaria participan en un estudio que analiza las diferentes actitudes de niños y niñas Oviedo, Eduardo GARCÍA Un padre cuenta una anécdota: “Un día, cuando mi hija Carla tenía tres años, mi mujer y yo decidimos que se pasara un fin de semana con los juguetes de su hermano mayor. Así que le retiramos las muñecas y le dejamos coches, excavadoras y cosas parecidas. A los pocos minutos Carla había cogido un coche teledirigido, metido en una cunita y lo había arropado. “Pero Carla, ¿qué haces?”. Y ella respondió: “Es que no se quiere dormir”. Niñas y niños no juegan igual, y nadie se ha puesto hasta la fecha de acuerdo en qué hay de herencia y cuánto hay de hábito, de reproducción de roles sociales. La escuela para niños menores de tres años de La Corredoria, en Oviedo, es uno de los once centros asturianos que iniciaron el pasado curso un estudio para observar los comportamientos de niñas y niños en las zonas comunes del colegio. Está coordinado por CoeducAcció, una asociación catalana para la transformación educativa en la que participa la que fue directora del Instituto de la Mujer, Marina Subirats. En este curso, otros veinte centros asturianos de Primaria se sumaron a la iniciativa. Ver cómo juegan pero también ver desde una visión crítica las actitudes y los mensajes que se envían desde los educadores. Ese es el objetivo, explica la directora de la escuela 0-3 de La Corredoria, Rocío Poblador Fuente. Hay tendencias innatas. “Se les da un balón y las niñas lo lanzan al aire y los niños se ponen a darle patadas. Y les das una sillita de bebé, ellas la pasean y ellos se ponen a echar carreras y a chocar con ellas” como si de un bólido se tratara. En La Corredoria todavía se dejan ver las actividades del Carnaval. Si una niña decide disfrazarse de pirata, la familia muy probablemente la secundará; si un niño decide disfrazarse de princesa, también muy posiblemente se le intentará disuadir. Y hasta prohibir la ocurrencia. Los disfraces se hacen y se eligen en el colegio “y si un niño se quiere disfrazar de sevillana, pues adelante”. A los dos años a los varones les encanta maquillarse. Si el juego consiste en pintarse las uñas no entenderían que las niñas disfrutaran de la actividad y ellos no. Pero esa actitud abierta tiene un límite de tiempo. “Es a partir de los tres años cuando rechazan algunas actividades con el argumento de que esto es de niñas”, explica Poblador. El patio es lugar común, pero desde muy pequeños los escolares definen espacios. Ellos juegan al fútbol y se quedan con el espacio central y el más amplio. Ellas se vuelven periféricas en sus recreos tranquilos. En La Co-
rredoria decidieron el pasado curso transformar el patio e incluir en él material reciclado para promocionar juegos y actividades donde el género no cuenta. Arena, botes, cubos, telas, troncos... “Y de vez en cuando separamos a un grupo de niños o de niñas para fomentar actividades menos trabajadas”. Para las niñas, las que supongan movimiento: balón, triciclos, correr, escalar; para los niños, actividades en la cocina, por ejemplo. O enseñarles a cambiar un pañal a una muñeca. Sorprende la naturalidad con que en ambos casos los alumnos afrontan el pequeño reto de hacer cosas diferentes. Son rincones de juego simbólico que reproducen los espacios de hogar. El problema en niños menores de tres años no es el género, porque no distinguen lo que en la calle se entiende como un juguete de niño o de niña. El problema “es que son edades en las que todavía no se comparte bien y aún están muy condicionados por el egocentrismo”.
Juegos con telas y harina de los niños menores de 2 años en la escuela de La Corredoria. | NACHO OREJAS
po de personas hablan a un mismo bebé de pocos meses, pero el mensaje es diferente porque está condicionado por el color de su ropa, azul o rosa. Al bebé de rosa se le mece y estrecha entre los brazos; al mismo bebé de azul se le sostiene de pie. Al bebé de rosa se le augura que “vas a ser una chica muy guapa”; al mismo bebé de azul se le vaticina que “vas a ser un chico muy fuerte”. En La Corredoria no se obliga a llevar mandilón, pero buena parte de las familias que deciden su uso, utilizan los dos colores convencionales de género. “Ellos llegan con su mochilita de Superman y ellas con la suya de Hello Kitty”, dice Rocío Poblador.
A los niños se les dan sillitas de bebé y se ponen a hacer carreras y a chocar con ellas “El patio de un colegio es la fotografía en miniatura de la sociedad”, asegura Alba González Castellví, profesora de Psicología de la Universidad de Barcelona y una de las promotoras de CoeducAcció que estuvo en Asturias visitando colegios la pasada semana. “El valor lo solemos medir por la cantidad de espacio y la centralidad”, y son los varones los que ocupan más recreo y más centrados. Hay un elemento a tener cuenta, y se llama territorialidad. En La Corredoria comprobaron que cuando los varones entran en una construcción, tipo casita, se hacen fuertes y no dejan entrar en ella a las niñas. El juego no tiene tanto que ver con las relaciones que se puedan generar en un espacio acotado, sino con las estrategias de propiedad. “Es muy importante la auto observación”, señala la directora de La Corredoria. “Cómo nos comportamos con niños y niñas”. Y hay diferencias inconscientes entre los educadores. “Hemos comprobado que reñimos más a los varones, quizá porque son más inquietos y se mueven más”, dice Rocío Poblador. Entre los recursos educativos que la escuela infantil de La Corredoria pone a disposición de los padres se incluye un vídeo sobre trato diferenciado, que se puede encontrar en la dirección www.coeducaccio.com. Un gru-
A partir de los 3 años los varones empiezan a rechazar algunos juegos “porque son de niñas”
Una niña, chupo en boca, en uno de los rincones de juego simbólico. | N. O.
Caperucita, la niña obediente a la que le picó la curiosidad Oviedo, E. G. En la escuela de niños menores de tres años de La Corredoria no hay imágenes Disney por las paredes. El programa sirvió, entre otras cosas, para revisar los cuentos más tradicionales. “No se trata de quitarlos de golpe, porque meter a los niños en una burbuja no es nuevo. Pero es preciso darles alternativas, contar también otras historias y que de vez en cuando que sea ella la que le salva a él”, explica Rocío Poblador. Disney reproduce un mundo muy sexista, pero lo mismo se puede decir de los cuentos más clásicos. Alba González Castellví analiza Caperucita: “La mamá le da una orden y ella obedece sin rechistar. Le asigna un papel de cuidadora, llevar la comida a su abuela, y le dice que no se aparte del camino correcto, que no se meta en el bosque. Ella sin embargo lo hace y el cuento nos demuestra que la curiosidad femenina está castigada. Se encuentra con el lobo, personaje masculino, un personaje malo, que la agrede a ella y a su abuela tras engañarlas. Pero por fortuna aparece otro personaje masculino, que es el que las salva”. Caperucita sigue entre nosotros.
Todo a su alrededor les recuerda su género, masculino o femenino. “Lleva este mandilón a casa y que te lo cosa tu madre”, piden de forma inconsciente las educadoras. ¿Es que los hombres no cosen? Aceptémoslo: la mayor parte de ellos, no. Nunca sucedió en La Corredoria, donde están matriculados 87 niños y niñas este curso, pero sí en otras escuelas de la primera etapa de Infantil. Padres (se incluyen ambos) que dicen que “no quiero que mi hijo juegue con muñecas”. Hay una enraizada tendencia a menospreciar los patrones de juego femenino. No pasa nada porque ellas jueguen a “lo” de ellos, pero no al revés. Una educadora plantea una cuestión: preguntar a un niño, no importa tanto su edad, que explique cómo corren las niñas. “Lo más normal es que caricaturice esa forma de correr”, moviendo mucho los brazos o contorneándose en exceso. Se heredan estereotipos perversos y, en este caso, hasta se olvida que en los últimos tiempos el medallero atlético español está plagado de nombres femeninos.