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LA ESCUELA DE LA ALDEA DABAN N NARRACION HISTORICA :[
mORRIA el año de 1889, y fuí designado en unión del vicario de la Villa y del pro- fesor retirado Ruiz de Sagredo para examinar, como miembros de la Junta de Instrucción pública local, las escuelas de ciertos barrios.
Puestos de acuerdo los miembros de la Co- misión, determinamos empezar por las escue las más distantes del pueblo, porque hacía entónces buen tiempo, y dejar para los dias lluviosos las escuelas más cercanas.
La escuela de la Aldea Dabán radicaba a más de dos leguas de distancia; y a ella nos dirigimos en una hermosa mañana tropical, mucho antes de que el sol nos ofendiera con sus luminosos rayos y levantando una atmós. fera cálida. hiciera molesto el viaje.
Con algún trábajo llegó la Comisión a la citada aldehuela. Había que subir dos largas cuestas y los caballos de la empresa Muelva no brillaban por su fuerza y agilidad. Por fin divisamos el modesto caserío: una docena de casitas fabricadas' espresamente y bien alineadas, con una gran plaza en el centro y la Casa Escuela, de alto, luciendo un gran letrero.
El pobladoera de reciente génesis y llevaba por objeto estimular la concentración de los campesinos en determinados caseríos y ale- jarlos de la vida solitaria de los bosques.
Tenía este lugar el defecto de carecer de quebradas ó arroyuelos; y por ende, no había agua potable; solamente charcas. El valle era pintoresco.
El coche de la Junta examinadora se detu- vo frente á la escuela. El maestro esperaba á la puerta rodeado de un pelotón de niños.
Ganemos tiempo, dije al Vicario, en voz baja. Abrevie usted, padre Lladó, cuanto pue- da en la Doctrina Cristiana para terminar pronto, pues tendremos que ir á almorzar al Factor.
Señor maestro, dijo el profesor Ruiz de - Sagredo ¿estamos listos para empezar?
Me falta un endeviduo, exclamó el ma- estro rural con voz desolada y triste. ¿Si pa. dieran sus señorías esperar unos menutos? prosiguió con voz desconsolada.
Parece que se trataba del mejor alumno del plantel.
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Bueno, dijo el Vicario, no tenga - usted cuidado, señor maestro.
Mientras viene ese otro chico, que digan estos niñosel Credo.
Bien, señor Vicario, repuso el-rural magister. Y volviéndose á sus alumnos les gritó: En fila, al orden!
Los chicuelos se alinearon con precisión disciplinaria, frente á la mesa donde actuaba el tribunal examinador.
En un santiamén vociferaron el Credo. no dejando alguna que otra vez de pronunciar ciertas palabras con la entonación del canto llaño de la liturgia católica. No bien los muchachos dijeron Amén, los animé yo diciéndoles:
Sobresalientei...Pasemos ála Aritmética.
Ay, señor doctor, replicó el maestro aterrado. ¡Si no ha venío toavía el endevidno!
Bien, señor maestro. añadió Ruíz Srgredo, interín viene ese alumno, que esos otros niños sumen cantidades.
Y se fué la pizarra y les trazó una cuenta s:ncilla de sumar, Los educandos despacharon pronto, medio cantando cada vez que sumaban una cantidad.
A ver, tú, chiquitín, lee la suma total exclamé yo impaciente.
El chico la leyó correctamente en tono de falsete:
Bravo! Bien! Sobresaliente!
Vamos á la clase de Gramática, señor maestro.
Ay, señor doctor. ¡Sino ha llegado el endeviduo! Me dijo con voz suplicatoria el maestro.
No tema usted, no tena usted, le dij- el Vicario. Todo va bien!
En ese instante apareció el niño, que el infeliz dómine rural llamaba u7 endeviduo. Era un chicuelo flacucho y de ojos brillantes é inteligentes. Hizo lucir la clase de Gramáica y se veía claramente que era el Aquiles de aquel plantel de enseñanza.
Venga el libro de Notas, dije al maestro: Vamos á clasificar los exámenez.
Traido el libraco, el Vicario y Ruíz Sagre* do opinaren de conformidad; y escribieron sobresaliente y echaron sus firmas. Y yo exclamé:
Ahora va la mía, como higienista y escr