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LA BOTIJUELA DE DINERO

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Narración histórica I

CUAN DO yo era pequeño ofa con frecuen-cia que un tfo maríino, .llamadse Isidoro, quien pocas vecés comía con nosotros a la mesa, pues siempre andaba viajando en las goletas de su padre, decíale a mi abuela:

Desengáñese, madre, en la panadería hay dinero enterrado

No puedes negar, hijo, respondíale la anciana, que te has criado entre marinos, siempre soñando patrañas.

No, madre, es que al volver á casa no puedo olvidar que las noches que me recojo á la casa-panadería, a horas ya avanzadas, por no llamar acá y molestar a usted y a mis hermanos, me es imposible conciliar el sueño; y to'(,ia la noche estoy sintiendo que la estiba de barriles de harina parece que se viene abajo. FPrendo la vela y nada observo. Vuelvo a apagarla. y vuelven los ruidos a no dejarme dormir.

Probablemente las ratas no te dejarán dorm¡r y los calores de la digestión de la ccná porque tú siempre has tenido buen diente.

Nada de eso, madre Allí hay dinero ent9rrado. Cuando esto ocurre en alguna casa qs.que hay un alma en pena.

Marino y superticioso, símilis y congregatis, decía la hermana mayor. Y todos se reían del bueno de Isídoro, que creía en almas penando por dinero enterrado en escondrijos.

Murió mi tío. Voló el tiempo. La casa solariega vino a menos. Las estancias se vendieron. Se vendieron los ganados. Las goletas se vendieron. Y fué preciso vender también uno de los edificios donda tuvo el abuelo una de sus panaderías; y se vendió. Y los obreros del nuevo -dueño, al echar abajo partede la casa para reconstruirla se encon traron con una botija llena de monedas de oro y plata macuquinas. Precisamente don

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de estaba la estiba de barriles de harina a que se refería el supersticioso tío con:tanta i DSISÍBI] cia.

Mi abuelo tenía dos esclavos panaderos; y éstos le rendían cuenta todas las noches de las ventas del día y retenían a/go de las ganancias para reunir un fondo y manumitirse. Este dinero lo iban acumulando en una botijuela, colocada hábilmente en la parte aita de uno de los costados de la casa-panadería, a donde ellos ascendían con facilidad sobre los barriles de harina, para depositar la sisa en aquel escondrijo. Pasó el tiempo. Murió el abuelo. Y los esclavos panaderos continuaros rindiendo a mi abuela las cuentas szsadas que daban a su esposo. Como iban bien en su negocio esperaron a ser ricos para libertarse y que les quedara capital. Y en esta espera, vino de pronto el cólera morbo y los dos panaderos fueron de las primeras víctimas. Mi abuela alquiló la casa-panadería a otros industriales, y para ese tiempo era que mi tío pernoctaba algunas noches allí y sentía venirse abajo la estiba de barriles de harina.

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¿Fueron coincidencias? ¿Eran las ratas? No sé Sólo podemos afirmar aquello que hemos aprendido bien. ¡Cuánto obscuro e impreciso gira en torno nuestro que la razón no ha podido aún penetrar! Los problemas psíquicos son todavía muy comrplejos!....

Lo que si puedo afirmar es que yo tenía ocho años de edad cuando se derribó la pared donde estaba empotrada la botijuela de dinero y ví las monedas de oro y .plata macuguinas y conservo un real vellón, compañero de aquellas morrocctas de Carlos I, pesetas sevillanas y no pocos pesos fuertes antiguos, huéspedes de la escondida botijuela.

UN RECUERDO DE CAMBRIDGE; MASS.

F RAN las seis y media de la mañana cuan4 de salí de casa, embozado hasta el cuello en mi sobrepdlo de invierno cen mi gorrita de diario que solo me cubría parte de la cabeza, con mis calientes guantes de lana y mis buenos zapatos de goma, con la intención de dar un paseo de media hora. No bien había salido al aire libre, cuando una ola fría pero agradable, acarició mi rostro: era como un aviso que daba el hielo de la noche agonizante a los que osaban turbar la paz de aquella mañana helada.

Reanimado por aquel beso frío con que era saludado, me encaminé, calle abajo, satisfecho por habérseme ocurrido la idea de dar aquel paseo.

Un blanco manto se extendía en mi derredor, y se confundía, allá a lo lejos, con un semi obscuro horizonte, La nieve, amonto nada entre la acera y la calle, se extendía en ambos lados como dos largas murallas. En el horizonte de la recta calle esas dos muralias de nieve se confundían en una para perderse en la ligera niebla. En la calle los alambres y postes del telégrafo, luego las verjas de las casas y los árboles de los jardines cubiertos de níveos copos; la naturaleza dormía, cubierta por bianquísima capa, como una virgen inocente y pura, duerme bajo su blanca sábana

Un cielo obscuro y encapotado dabaa la naturaleza aire mas melancólico y sombríoUn transeunte cruzó la calle....era un obrero que se dirigía a su trabajo. El primer carro eléctrico acababa de turbar aquel silencio con el sonido sordo de su campana y el chirrido que hacían las ruedas al contacto de los mohosos railes. .. Las casas de vivienda, aun cerradas; la ciudad no había despertado. En alguna que otra de-esas silenciosas mansiones se veía una luz iluminando un aposento.... luz encendida por algúa criado que preparaba el desayuno de su amo; algún conserje que se levantaba temprano para ira limpiar la acera de la copiosa nieve que la cubría; algún estudiante que repasaba sus lecciones; o alguna joven enamorada que madrugaba pues en invierno levantarse a las seis y media es madrugar para contemplar la naturaleza, helada como la muerte, y sombría y triste como la tumba....

Y mientras caminaba. el aspecto de mi al- rededor, aqueila calma unponenm._ aquella quietud espantosa que solo puede compararse . a la quietud de un cementerio me sumieron en un mar de reflexiones.

¡Qué hermosa mañana de invierno! ¡Elalma desfallecida revivifica a la agradable sensación-de su fresco aire, y el corazón se alegra en medio de su dulce melancolía! En un clima tropical, donde un manto verde cubre siempre las llanuras. donde un río cristalino retratando el puro azul del cielo, serpea entre dos montes y luego se precipita sobre una roca en espumosa cascada; donde los árboles, cubiertos siempre de verde follagesemecen al soplo de una brisa perfumada y tibia, donde las avecillas de contínuo llenan los espacios con sus melodiosos cantos en una palabra, en un Puerto Rico. donde siempre sonríe una primavera inmortal. el pensamiento, al contemplar el despertar del día, se adorna con las flores de la inspiración ydlvagmen alas de un poético romanticismo, como queriéndose confundir con las bellezas de la naturaleza:..... pero en un país del norte y en un día de invierno cuando los campos de secas yerbas están cubiertos con una fría sábana de nieve y los árboles desprovistos de su verde follage, cuando los ríos se convier= .ten en resbaladizos llanos de hielo, cuando las avecillas se esconden en sus nidos y sólo pían para decir a sus hijuelos que otro día sin sol y triste empieza a despertar,en una palabra, en un Cambridge, donde la estación es solo comparable a las blancas canas del invierno de los años, el pensamiento no divaga, sino que profundiza, filosofa y trata de escudriñar los misterios de la naturaleza y los incógnitos poderes de Dios.

Dí vuelta a una esquina.... luego a otray regresé a casa por la avenida de Massachusetts una de las principales de la ciudad. La claridad, que ya había disipado las sombras, daba a comprender que el astro rey había ascendido, aunque no se le veía, ni se le vería en todo el día, pues lo ocultaba el ant¡faz de densas nubes.

Eran las siete de la mañana, y ya iba a entrar en mi casa cuando sentí un frío beso en una mejilla.... era un blanco copo de nieve que azotaba mi rostro.

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