Discurso de Don Luis Muñoz Marín Gobernador de Puerto Rico con motivo de su inaguración (1953)

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DISCURSO DE Don Luis Muñoz Marín

GOBERNADOR DEL

ESTADO LIBRE ASOCIADO

DE

PUERTO RICO

(X)N MOTIVO DE SU INAUGURACION

EL 2 DE ENERO DE 1953.

DISCURSO DE

Don Luis Muñoz Marín

GOBERNADOR DEL

ESTADO LIBRE ASOCIADO

DE

PUERTO RICO

CON MOTIVO DE SU INAUGURACION

EL 2 DE ENERO DE 1953.

Señor Representante del Presidente electo de los Estados Unidos, señor Presidente del Tribunal Supremo de Puerto Rico, señor Presidente del Senado, señor Presidente de la Cámara, distin guidos huéspedes del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, conciudadanos:

Se inicia el primer gobierno electo bajo la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. El momento nos invita a hacer una recaiDitulación en términos fundamenta les, de lo que queremos hacer del futuro. Históricamente, no se hizo bien definido el perfil de Puerto Rico^ hasta mediados del siglo pasado. Puerto Rico es, en sentido hondo de personalidad, y no en el más superficial de aislacionismo, una nacionalidad algo así como Costa Rica, como Cuba, como Tejas, formada en el trópico español de América. Tiene no obstante, de muy suyas ciertas particu laridades. Son estas: que en su historia de pueblo ya for mado, vivió 50 años con España y otros 50 con Estados Uniüos; que por circunstancia de tamaño e insularidad su mé todo de reclamar y establecer derechos tuvo que ser el cívico, y lo desarrolló como desarrollan más un órgano las criaturas privadas del uso de otro, y así le puso el destino paciencia en la dignidad en vez de arrebato; y que su cultura política se hace al influjo de los dos pueblos hondamente democrá ticos que en apariencia menos se parecen: España v Es tados Unidos. O'

Puerto Rico es hoy, pues, un pueblo hispanoamericano compuesto por buenos ciudadanos de Estados Unidos. Carnino de ser bilingües, a veces, como parece natural en la tran sición, sonamos semilingües en dos idiomas; aquí conviven y se estiman y se influyen las dos grandes culturas de América. Perc nuestra alma no es meramente huésped de una amable reunión de las culturas—de las maneras de enten'der y de in tuir y de hacer las cosas. El alma puertorriqueña hace su contribución creadora al drama.

Puerto Rico fue pequeña isla, muy pobre, con poca gente y mucha tierra. Ahora es la mucha gente en relación a la j)oca tieria en la siempre pequeña isla. ¿Cómo viven, en me-

jor civilización,'los veinte veces más habitantes en la misma isla? Las razones son sin duda varias, pero la más honda es que la energía que estaba en reposo, ya no lo está. Está en serenidad pero no en reposo. Está en el sereno dinamismo de su creciente función. Energía de brazo; energía de co razón—energía de inteligencia audaz y corazón sencillo. De esto hablaremos al ver cómo podemos, hasta donde visión y voluntad alcancen, proyectar esta energía hacia un futuro que deliberadamente queramos fundar, soslayando un futuro en el que inopinadamente pudiéramos encontrarnos.

Encarándonos a este futuro, ¿Cuál es nuestro ideal de nosotros mismos? ¿Cómo queremos ser? ^ ¿Cómo es la ima gen que nuestro corazón proyecta? ¿Cómo llegaríamos a tener el máximo respeto de nuestro propio entendimiento en la mejor serenidad de nuestro corazón? ¿Cómo son, o han de ser, en fin,los ideales que integren nuestro ideal de nosotros mismos?

Hablemos de nuestro ideal político, de nuestro ideal eco nómico, de nuestro ideal cultural.

Del ideal político no hace falta decir—ya lo declara nues tra Constitución—que es la vida democrática dentro de la forma republicana de gobierno. El status político es parte del ideal político; otra parte la constituyen las buenas cos tumbres en la práctica de la democracia. Cualquier status político dentro de estos principios, ya sea de vieja usanza por los pueblos de la tierra, o de nueva creación por el pueblo de Puerto Rico, merece el respeto de todos aunque no logre los votos de algunos. Ciertamente si mi pueblo hubiera vo tado por el separatismo, su decisión, que a mi ver sería trá gica para su libertad real, para la total agilidad de su desen volvimiento, hubiera tenido mi respeto y mi respaldo. Si mi pueblo hubiera dado su voluntad en las urnas a la mecánica asimilación a Estados Unidos, yo, también creyéndolo error, hubiera dado mi respeto a esa decisión. No hay otra manera de vivir en democracia. El pueblo dió su voluntad a su pro pia creación del Estado Libre, asociado a la Unión Ameri cana por vínculos de afecto, de conciudadanía, de libre acuerdo; y el pueblo espera que este status, especialmente por ser tan propicio al crecimiento, tenga el respeto que él sabe tener para los que libremente discrepan de su voluntad mayoritaria. En una democracia el derecho a criticar las ^ decisiones del pueblo no autoriza deslealtad a esas decisiones.

Respetamos el desacuerdo de los que votaron contra el establecimiento del Estado Libre Asociado—^veinticuatro por ciento cuando se votó el convenio, dieciocho por ciento cuando se votó la Constitución del Estado. La unidad puertorri queña reclama lealtad a lo creado por la mayoría—única manera democrática—para todo el pueblo. No hay que serle desleal a las decisiones del pueblo para serle cada cualJieLa su conciencia. Es más, la conciencia en sí reclama lealtad a las libres decisiones que desaprueba. Quien crea que debe serle leal a sus convicciones solamente, y no al derecho de los demás a tener otras, y del pueblo a establecer las que crea buenas, estará negando la validez de la democracia. La de mocracia puertorriqueña ha de darle extremo amparo a quien quiera disentir, salvo que se recurra a la violencia para for zar a muchos a lo que quieran pocos, porque eso es ya negarle el derecho a la mayoría de disentir de una minoría.

El Estado Libre Asociado es buena obra humana. Yo me siento orgulloso de que sea buena, y entiendo que por humana que es, siendo además buena, puede mejorarse y está lleno de la potencia creadora para hacerlo. r De él lo que hace falta saber para sosiego del espíritu es que termina todo nexo colonial, sin la necesidad, indeseable,K. de romper todo nexo. En un mundo que no debe ser aisla-V\ cionista sino federalista en alguna forma, el problema ya no ' es el simple de romper nexos como se rompen cadenas, sino de quitarle mal y ponerle bien a los nexos, haciéndolos libres y espiritualmente fuertes en vez de autoritarios y espiritualmente débiles. Porque romper nexos ahora es como se quie bran cristales, o como se tronchan ramajes, y no, como antes, como quien rompía cadenas. La unión es signo de la libertad. La desunión no es a menudo la mejor amiga de la libertad. Las herramientas del hombre moderno—ciencia, técnica—si no se usan en unidad se convierten en espadas.

Difícilmente pueden los países pequeños hacer alguna cosa sobre tan trágica visión. Creo sencillamente que no de bemos esmerarnos en empeorarla.

No es perfecto, claro está, el status que nos hemos hecho en confraternidad con la gran Unión Americana. Tampoco están conformes con ser como son las soberanías aisladas: buscan mejorarse, aunque por otras fórmulas, en tipos regio nales y mundiales de unión. Tampoco se sienten inmejora bles los estados federados de la Unión al ver que una de las

prerrogativas básicas de la soberanía, el disponer libremente de la parte del potencial contributivo que se crea útil usar por el gobierno, está ocupada en cuatro quintas partes por el poder federal: en su caso el federalismo ha sido llevado,' por razones acaso ineluctables, hacia otro extremo-—y hasta ese punto ha perdido"características de federalismo.

El Estado Libre Asociado es también, naturalmente, una forma mejorable de libertad. Todas las formas de libertad deben ser mejorables si no van a ser manos muertas crispadas al cuello de la aspiración humana. Lo que no és es forma .alguna de coloniaje. Todos los puertorriqueños podemos pen sar, debemos pensar, en hacer crecer el Estado Libre, o tam bién, si se quiere, en cambiarlo; pero es a base de preferencias libres de hombres libres en su libre prerrogativa de enrique cer la forma de la libertad que tienen, o de cambiarla por otra. Esa es la liberación al espíritu puertorriqueño a la que me honño en haber contribuido. Si nada le impide al que quiera otra cosa quererla y buscarla, ¿a nombre de qué puede justificarse la insistencia en querer hacer que el mayor nú mero posible de puertorriqueños se sienten marcados y man cados por estigmas de una falsa inferioridad? ¿Cómo puede complacer esto a un espíritu recto que está libre para aspirar a otra cosa por decisión de su voluntad sin necesidad de tener que creer que es por compulsión de una degradación en que ficticiamente se encuentra? Quien para sentirse bueno tiene que pensar que los demás son malos disfruta, evidentemente, de una bondad que a sus propios ojos luce limitada. Para ver sobre el posible desarrollo del Estado Libre Asociado, veamos antes, brevemente, lo que es.

El Estado Libre Asociado se establece a virtud de un con venio entre Estados Unidos y el pueblo de Puerto Rico. La idea de convenios internos es tradicional en Estados Unidos— la Unión misma se funda en un convenio que es la Consti tución federal. El convenio actual, y su resultante la orga nización constitucional por el pueblo de Puerto Rico del Es tado Libre Asociado, es una creación constitucional para ha cer viable, no ya el desarrollo económico tan sólo, sino el cultural también. Bajo este convenio el Congreso de Estados Unidos ya no actúa sobre Puerto Rico a virtud de la cláusula de la Constitución federal que le encomienda proveer para los Territorios de Estados Unidos. Actúa ahora bajo las cláusulas de un convenio libremente acordado por las partes—

voto del Congreso federal y firma del Presidente de Estados Unidos, voto del pueblo de Puerto Rico en las urnas y certi ficación del Gobernador de Puerto Rico.

Bajo la cláusula de la Constitución federal que faculta al Congreso de Estados Unidos para proveer para los "Terri torios", el Congreso proveyó. ¿Qué proveyó? Que las rela ciones entre Puerto Rico y Estados Unidos fueran por convenio mediante el cual pudiera organizarse un gobierno constitucional en Puerto Rico, en reconocimiento pleno, no parcial sino pleno, del principio de gobierno por consenti miento de los gobernados, y en el cual convenio se preser varían las relaciones mutuamente deseables de común ciuda danía, de comercio libre, de autonomía fiscal entre Estados Unidos y Puerto Rico.

¿Qué contiene este Convenio? Contiene: la común ciu dadanía, y ésta implica que las leyes federales, menos las contributivas, se aplicarán a los ciudadanos de Estados Uni dos que son ciudadanos de Puerto Rico residentes en Puerto' Rico en la misma forma que a los ciudadanos de Estados Uni dos que lo son de los diversos Estados federados. El no apli carse las leyes contributivas como en los Estados federados le da una importantísima área de soberanía real al Estado asociado que los Estados federados han cedido en su convenio, que es la Constitución federal en sí. También implica el .dfirechq_de apelación judicial, en forma similar a la de los' Estados federados, hasta el tribunal federal más alto, la Corte Suprema de Wáshington, y la existencia de tribunal federal en el Estado asociado lo mismo que en los Estados federados, para entender en aquellos litigios que son, en toda el área de la Unión, de jurisdicción federal. Contiene, como ya indiqué, el libre comercio entre Puerto Rico y Estados Unidos continentales. Contiene, naturalmente: el derecho a crear, como se ha creado por los puertorriqueños, un gobierno constitucional. Contiene el reconocimiento de ese derecho natural. A este respecto reza como sigue el preámbulo de nuestra Constitu ción: "Nosotros, el pueblo de Puerto Rico, a fin de organi zamos políticamente sobre una base plenamente democrática, promover el bienestar general y asegurar para nosotros y nuestra posteridad el goce cabal de los derechos humanos, puesta nuestra confianza en Dios Todopoderoso, ordenamos y

e

establecemos esta Constitución para el estado libre asociado que en el ejercicio de nuestro derecho natural ahora creamos dentro de nuestra unión con los Estados Unidos de América."

Este es el Estado Libre Asociado actualmente, Pero veamos que, como todo organismo vivo, el Estado Libre Aso ciado no es tan sólo lo que es, sino también lo que puede ser, lo que lleva en su naturaleza misma la potencia y la tendencia de ser.

Implantada la relación por convenio y en pleno recono cimiento del principio del consentimiento de los gobernados, resalta el hecho de que a todo convenio se puede acordar modi ficación, y que toda modificación ha de tener consentimiento en las partes concernidas. A través de cambios en el con venio está abierto a todo desarrollo el Estado Libre Asociado de Puerto Rico.

Vemos que en esencia el status de Puerto Rico es: o el de una República Independiente, con común ciudadanía con Es.tados Unidos, teniendo suS- relaciones-internacionales, como las demás comunidades politicas compuestas por ciudadanos de Estados Unidos, a través del gobierno de la Unión Ameri cana, gozando de comercio libre con Estados Unidos, teniendo su propio gobierno constitucional; o el de un Estado de la Unión, sin contribuir impuestos al Tesoro federal, sin repre sentación votante en el Congreso federal por lo tanto.

Puerto Rico, al suscribir con sus votos el convenio, ha aceptado que rija la legislación federal aplicable como rige en los Estados federados—menos la contributiva. Por con siguiente, el gobierno se ejerce en Puerto Rico por consenti miento específico qn cuanto a cada ley, a cada disposición, del Estado Libre; por consentimiento dado genéricamente por el electorado en cuanto a la legislación federal aplicable. en general—menos a la legislación federal contributiva.

Estos dos datos, aparte de los culturales, orientan, a mi parecer, la línea,de desarrollo del Estado Libre Asociado.

Esta línea es, por un lado: ir convirtiendo el consenti miento genérico a la legislación no-contributiva federal, en consentimiento específico a las leyes específicas; y por otro lado, ir contribuyendo, según crezca nuestra capacidad eco nómica para hacerlo, a los gastos comunes de la Unión de la que, en esta forma nueva,formamos parte.

Cuando estemos en condición de contribuir sustancialmente a la carga financiera común de la Unión, debemos ha-

cerlo. Es principio jnsto eximir de los gastos comunes al miembro de -la-familia que no podría afrontarlos en un mo mento dado sin destruir la posibilidad de seguir afrontándolos y de seguir sosteniéndose. Pero es justo tan solo en la suposición de que sólo reclamará ese derecho mientras le sea necesario a su vida. Cuando estemos en condición de con tribuir nuestra parte, hemos de ver, y ha de ver la Unión Americana si lo que mutuamente parece mejor entonces es que Puerto Rico pague las contribuciones federales igual que los Estados federados, y tenga, por lo tanto, representación votante en el Congreso federal; o si lo que parece mejor es que se mantenga en la Unión con sus particularidades el Estado asociado contribuyendo al Tesoro común de la Unión por acción de su Asamblea Legislativa, según normas esta blecidas por convenio, y rigiendo entonces en Puerto Rico aquella legislación federal que en cada caso fuese específi camente aprobada por la Asamblea Legislativa de Puerto Rico, o por . el electorado, o en cualquier otra forma que la Constitución de Puerto Rico prescribiese.

Si ninguna de las dos alternativas, o alguna otra dentro de la Unión pareciese la más conveniente a las partes acordar siempre el convenio podría convertirse en un acuerdo de amis tosa separación. Sé que ésta no es la voluntad de Puerto Rico y creo que no es la tendencia en el mundo, salvo en los casos de territorios económicamente explotados o en alguna forma vejados en su espíritu. Apunto tan sólo que en la ^ estructura jurídica y moral del convenio no se cierra puerta ' alguna.

Es precisamente por esto que aquellos puertorriqueños que están dentro de la Unión Americana porque el pueblo no les ha querido acompañar a salir, le deben, siendo creyentes en la libertad, lealtad a esta gran decisión de los puertorri queños, mientras los puertorriqueños quieran sostenerla. Yo personalmente creo que la línea mejor de desarrollo para Puerto Rico—que ha de ser la mejor también desde el punto de vista de Estados Unidos y de toda la América está en el Estado Libre Asociado, manteniendo la diterenciaGión. ^cultural, que en la práctica de todos modos habría de mante nerse,,,como símbolo democrático de_que Jas uniones poiíticag y económicas no tienen _que.ser..culturalmente..absorbentes, y de que la lealtad a la ciudadanía política puede ser más sincera

y honda si implica la adhesión del hombre en toda la inte gridad de su manera cultural.

Por eso creo que el status político, abolida ya la colonia en Puerto Rico, puede ser tema de pensamiento, de discusión, de aportación de datos y de luces; pero no debe ser tema de pasión emocional, ni inducir a ponzoña, a desunión funda mental en nuestro gran pueblo, a ceguera o confuso pensar sobre las grandes cosas que hemos de seguir resolviendo con toda nuestra alma.

Pueblo que sólo tenga ideales económicos es, claro está, pueblo trunco. Pero ha de tener objetivos económicos, y me jor es que los tenga como ideales que como apetitos. La po breza no puede ser el ideal económico de un pueblo, aunque puede serlo, respetablemente, de una comunidad religiosa. Tampoco la riqueza de por sí le sirve de buen ideal a un pueblo.

El ideal económico, me parece a mí, debe tener más las trazas de un sereno propósito de libertad personal, y visto así forma parte de lo que en otras ocasiones he llamado la libertad integral del hombre. En un mundo en que la pro ductividad es cada día mayor, ser tremendamente rico no es malo, excepto posiblemente para algunos que lo son; pero interesarse mucho en serlo no parece tampoco gran virtud.

¿Qué pudiéramos, entonces, llamar el buen ideal econó mico del pueblo de Puerto Rico? Un mínimo de haberes para cada familia a cuyo logro se encamine la orientación pública— mínimo que incluya buen techo, adecuada nutrición, vesti menta, educación, recreo, oportunidad de destreza en algo que ■'más bien le cueste que le ingrese a cada cual y de servicio que le satisfaga aunque no le dé de ganar, seguridad para el infortunio y la vejez. He hablado de que este mínimo por lo menos para una gran mayoría de la población, se trate de que llegue antes del 1960 a la equivalencia de lo que ahora son mil quinientos dólares al año, y que hacia el año '60, si la producción ha aumentado el ingreso al nivel proyectado de dos billones de dólares, se acerque a dos mil dólares por familia.

Es un ideal sumamente difícil de lograr en el tiempo su gerido; creo que debemos fijarlo alto y difícil para que in voque el más grande esfuerzo individual y concertado de todo nuestro pueblo. Es evidente que un mínimo tan alto pro ducirá mejoras notables en el ingreso económico de una gran parte de la población que está ya, y que entonces esté, por

encima de ese mínimo. Algún parasitismo será eliminado en el proceso, aunque no necesariamente dejarán de tener fun ción socialmente productiva entonces, los envueltos antes en tal parasitismo. Es asunto de mejor organización, mejor justicia, además de mayor producción.

Para que se comprenda bien el reto que es este ideal eco nómico a nuestra dedicación, debemos ver que ahora los in gresos del 75 por ciento de los puertorriqueños están por de bajo del mínimo indicado.

El enorme cambio que implica el objetivo que nos fijamos debe realizarse en términos de jornales, ingresos industriales y agrícolas, servicios crecientes al ciudadano de salud, recreo, educación, seguridad.

Algo de lo dicho sobre el ideal económico colinda con los temas del ideal cultural. Nos industrializamos, ¿para qué? Ensanchamos y mejoramos el uso de la tierra, ¿para qué? Adquirimos oficios, técnicas, profesiones, ¿para qué? Nos li bertamos de la pobreza, ¿para qué? Hacemos, en el curso. de nuestra expansión económica, crecer las ciudades y dis minuir los campos, ¿para qué?

Una parte de la contestación a estas preguntas está en cómo hacemos todas estas cosas. El cómo se hace una cosa, puede ser la justificación de hacerla. Si lo que hacemos lo hacemos con gusto, la satisfacción de ánimo en hacerlo es su propio objetivo. Por eso el entender y apreciar la parte más o menos modesta que cada uno de nosotros ha de aportar en esfuerzo, en cooperación, en iniciativa, en los múltiples as pectos de lo que Puerto Rico hace, es buena parte del ideal cultural. Y lo es también que lo que hagamos por oficio, cuando no pueda en sí ser de más gusto que el del deber que honrosamente se cumple, sea base económica de libertad para ocupaciones de bien, de entendimiento, de buena vecindad, de arte, de estudio, y para ocuparse serenamente de que haya buen gobierno, y de ahonda.r, hasta donde Su gracia nos al cance, en la amistad reverente de Dios.

Muchas de estas cualidades las tenemos, sobre todo en nuestros campos, entretejidas con defectos y con otras vir tudes. Estamos inexorablemente disminuyendo el campo y agrandando las ciudades, en el tránsito, necesario a nuestra supervivencia, de una economía agrícola a una economía in dustrial. No se puede preservar la manera rural en la vida urbana, pero será noble el esfuerzo de buscar en nuestra edu-

^ cación, en nuestro sentido de nosotros mismos, manera de ¿ adaptar en alguna forma válida el buen saber del campo a /' I la vida de nuestra industrialización en marcha. Veo éste

^ 1 como un objetivo digno en nuestro ideal cultural.

* Parte de la cultura es el sentido que el hombre tenga de su relación al Universo—o sea su sentido religioso. Cuales quiera que sean las interpretaciones científicas de la. psico logía religiosa, sus manifestaciones expresan el sentido que t tiene el hombre de ser parte de un vasto propósito universal ' que es la voluntad de Dios. Como es forma evidente de ese propósito que él tenga libre albedrío—porque, si no, no lo ten dría— el hombre se'vé en la ocasión perpetua de buscar cómo su manera de vivir la vida ha de ser grata a ese pro pósito universal—el bien. En esta gran búsqueda de su espíritu, desarrolla sistemas de pensamiento religioso, crea maneras rituales, litúrgicas y artísticas de simbolizar su sentido religioso.

Cada Iglesia es una manera de ver la relación del hombre al universo, a lo que, sin abanderizarnos a unas u otras Igle sias, podemos llamar la Voluntad Divina. Las Iglesias bus can indicios que permitan construir en el entendimiento hu mano, si no el plan entero de Dios, al menos la parte que le toque al hombre desempeñar que sea armónica—de bien—a la dignidad de un plan que pueda concebirse como divino. Algunas Iglesias ven los indicios, más que como evidencia, como revelación de la verdad. Para la cristiandad eclesiás tica esa verdad revelada se compone básicamente de las in terpretaciones de palabras y actos de Jesús hechas a través de los siglos por un número de hombres, muchos de ellos ilus tres, todos ellos humanos.

Debe ser ideal de los puertorriqueños ser sinceramente religiosos; creer en la obligación de cada uno de nosotros ha cia el bien según su Iglesia o su alma se lo ayude a entender. Debe ser ideal que haya aquí un pueblo que tome a Dios con la más profunda seriedad de que sea cada cual capaz, y haga su conducta lo más digna de esa creencia que su flaqueza humapa le permita.

Creer en verdad revelada, según la explique una Iglesia, O f y hacer que eso guíe la conducta personal del creyente, es digno de todo respeto.

Creer en verdad revelada y a través del voto intentar que se impongan las consecuencias en conducta de esa creencia a

quienes están en libertad de no tenerla, o de tenerla en otra manera, es contrario a la libertad humana.

Por eso debe acompañar al genuino sentir religioso de nuestro pueblo, unavp.stricta e inquebrantable separación de las Iglesias y el Estado.

Razón básica para la separación de las Iglesias y el Es tado es la siguiente; • ^ ,

La Iglesia no tiene que ser democrática para cumplir su alta función espiritual de religión.

El Estado moderno tiene que ser democrático para cum plir su alta función espiritual de justicia y libertad humana. Por eso es tan inexorablemente necesario que estén sepa rados sus campos de acción. La Iglesia opera por autoridad. El Estado moderno opera por libertad; y la autoridad es legítima en el campo de la fe religiosa, y la libertad no se puede rendir en el campo de la vida de los pueblos. Por eso la autoridad religiosa no puede operar, sin destruirla, sobre la libertad política, y la libertad política no puede operar, sin destruirla, sobre la autoridad religiosa. Una no puede fun. cionar en el campo de la otra sin desnaturalizarla. Y la in tegridad de ambas es buena para el hombre.

El hombre debe tomar sus decisiones sobre el Estado, sobre su gobierno,—sus decisiones políticas—por la razón. Puede tener sus creencias religiosas por la fe. El hombre al hacer, libremente, su conducta personal de acuerdo con las conse cuencias de su fe, no se obliga más que a sí mismo. Al usar sus poderes políticos en el Estado trata de obligar o inhibir a todos los demás. Y las decisiones que corresponden a la razón en el Estado, en el gobierno,—en garantía de la libertad política y personal—no deben aceptarse, de por sí, de quien reclame autoridad más allá de la razón.

Yo le digo a los puertorriqueños: Cuando el prelado o ministro te aconseje sobre tu propia conducta personal, óyelo, si eres de su religión, atribuyéndole su autoridad eclesiástica. Cuando te hable para que ejercites tu poder político para limitar la conducta de otros que pueden creer distinto a tí, debes oírlo atribuyéndole tan sólo su derecho de ciudadano a dirigirse a sus conciudadanos y a tratar de convencerlos, no según sea su autoridad eclesiástica, sino según te parezca su razonamiento en cada caso específico. Concederle en tales casos otra infiuencia que la del razonamiento, que se reconoce a cualquier otro ciudadano, es claramente poner en riesgo la 13

libertad política general de todo el pueblo. No se puede ad mitir en la democracia dos clases de mortales: unos con fa cultad de controlar el voto de los ciudadanos por la fe, y otros limitados a convencerlos por la razón; unos que para gober nar tienen que convencer, y otros que pueden gobernar aun que no convenzan. Hacerlo, sería entregar el poder y la ra zón del pueblo para los fines de su vida terrenal, de su vida política, económica y social, a un grupo de hombres eclesiás ticos, respetables pero humanamente tan falibles como cual quier otro grupo de hombres respetables. Hacerlo sería la muerte de la libertad humana, la destrucción de la democracia. El deber del Estado, por su parte, es garantizarle a todos y a cada uno de sus ciudadanos la más perfecta libertad de creer en Dios de acuerdo con su conciencia, de practicar libre mente los ritos y devociones de su religión, de no ser compelido a observar conducta que su religión desapruebe. El Estado no solamente debe garantizar el derecho a creer en Dios, sino que debe de auspiciar los principios de conducta que universalmente, y más allá de toda controversia, se desprenden de I creer en Dios, tales como la igualdad en la valía de los seres humanos, la justicia que se les debe, el respeto a su vida, a i su libertad, a su dignidad. El Estado puertorriqueño ga''/i - rantizaese derechoyauspicia esosprincipios como parte del ideal cultural de nuestro pueblo.

Estaríamos usando mal la energía de este momento his tórico, si no estableciésemos, por la buena voluntad de todos, la más firme base de una común lealtad, dentro de todas nues tras discrepancias, al pueblo de Puerto Rico. El gobierno ha de serle leal al programa que recibió como mandato de la mayoría de los puertorriqueños. Las minorías, sinceramente confío en ello, habrán de practicar la saludable oposición, la libre crítica, también como función de lealtad al pueblo. Como Jefe Ejecutivo mi obligación es hacia todo el pueblo. Po niendo en vigor el mandato de la mayoría, pero para bene ficio de todos y cada uno de los ciudadanos—no para bene ficio de la mayoría tan solo; y protegiendo los derechos de la minoría, y los que en ley tenga cada puertorriqueño indi vidualmente, con la mayor justicia, con la mejor eficacia a la que me ayude la benevolencia de Dios, a la que me remito.

Departamento de Hacienda

OFICINA DE SERVICIOS DEL GOBIERNO — DIVISION DE IMPRENTA

SAN JUAN P. R. 1953

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