El cooperativismo y tú

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EL COOPERATIVISMO Y TU



EL C O O P E H A T 1V I S M O Y TU

Departamento de Instrucción PúMíea División de Educación de la Comunidad Puerto Rico— 1960


ESTE LIBRO PERTENECE A :

Nombre de la familia

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INDICE I n t r o d u c c ió n ........................................................................................... 4 ¿Qué es una c o o p e r a t iv a ? ................................................................... 6 Devoción, poema de John D o n n e ..................................................... 11 Una sociedad cooperativa en la antigua C h in a .............................. 12 Inglaterra, cuna del movimiento cooperativista moderno

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La historia de cuatro centavos, cuento de Ana María O’N e i l l ....................................................................... 17 Los siete principios de R o c h d a le ..................................................... 25 El anciano y sus hijos (fá b u la )...................................................... 28 El cooperativismo en E u r o p a ........................................................... 29 El león y los cuatro bueyes ( f á b u la ) .......................................... 33 El hombre en la acera, a n é cd o ta .....................................................34 El cooperativismo en A m é r ica ........................................................... 36 Hablando en piedra, p o e m a ................................................................. 41 El cooperativismo en Puerto R i c o ..................................................... 43 El hombre de América (fragmento) .

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Un alerta contra el eg o ísm o .................................................................49 La insignia, fragmento de poema de León Felipe .

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Valla que protege la dignidad del h o m b re .........................................53


INTRODUCCION Todos tenemos una idea clara de lo que cooperación significa. Co-operación: operación en conjunto para lograr un fin determinado. La paz del mundo, por ejemplo, no puede alcanzarse mediante el esfuerzo de un solo país. ¿Por qué? Porque la paz es un objetivo que exige la participación de todos los países del mundo. En otras palabras, necesita de la cooperación de la humanidad toda para establecerse en forma más o menos firme. Lo mismo sucede, en un nivel menor pero también impor­ tante, cuando una comunidad se empeña en resolver un problema que la concierne directamente. La solución del problema, en ese caso, no atañe sólo al más viejo de los vecinos, ni al tnás joven, ni al más pobre, ni al más rico. Les atañe a todos, ya que todos esos individuos son parte de la comunidad. Y la comunidad toda es el conglomerado de vecinos en tal o cual lugar. Si hay desacuer­ dos, no habrá cooperación entre los individuos. Y si qo hay coope­ ración, no habrá, naturalmente, solución para el problema que per­ judica a todos y cada uno de ellos. En el caso de una familia que afronta condiciones económicas • morales entre sus miembros es igualmente importante. De no


actuar todos de acuerdo, de no levantar todos una barricada en común ante el peligro, la familia se desbandará, se perderá, se des­ moronará física y espiritualmente. En todos estos grupos vemos, pues, que la unión salva gran parte de la batalla que una u otra situación implica. Porque el país, la comunidad, la familia son pequeños o grandes montículos en los cuales cada grano de arena— cada hombre, cada mujer, cada anciano, cada niño— afecta la composición, la talla y la reciedumbre del todo. Agrupados, los granos de arena podrán adquirir la belleza pin­ toresca de una duna. Pero esa belleza, en el caso de la duna, no basta para resistir los golpes de viento. En cambio, si esos mismos granos de arena se cimentan los unos en los otros, se contraen y sostienen entre sí, podrán tomar la forma y la resistencia del pedrusco. Y el viento, entonces, no podrá nada contra esa masa. ¿Cómo se llama ese elemento que transforma a una masa hu­ mana frágil en una masa humana recia y combatiente? Ese elemento se llama la cooperación. Y ese elemento de la cooperación es el mismo que hallamos entre individuos que componen una cooperativa.


¿QUE ES UNA COOPERATIVA? Una cooperativa es una sociedad organizada voluntariamente por un grupo de personas cuyos intereses afines la dispongan para rendirse a sí mismas, o a la comunidad, un buen servicio. Este ser­ vicio, por lo regular, obedece al ansia común de los miembros de resolver algún problema que uno de ellos, por sí solo, no podría afrontar. En la mayoría de los casos, el problema que tal grupo ataca es uno económico. Por ejemplo: agobiados por la usura, o sea, por la explotación de los prestamistas usureros, un grupo de personas decide aunarse para ahorrar un capital que les permita a ellos concederse prega­ mos a un tipo de interés muy bajo. O puede tratarse de un grupo de agricultores cuya venta de productos es obstaculizada por algún monopolio. O un grupo de obreros que decide organizarse como cooperativa para comprar el negocio en el cual trabajan y admi­ nistrarlo por sí mismos. El propósito principal de la cooperativa, como se puede ver, es prestar servicios a sus propios socios. No persigue fines de lucro.


Sus directores y demás miembros activos en la organización de la cooperativa no perciben sueldos, sino que trabajan gratuitamente. Eso no quiere decir, sin embargo, que no pongan toda su inteligencia y energías al servicio de la cooperativa. Lo que quiere decir es que ninguno de ellos ocupa un puesto con miras a sacarle provecho monetario. De ser así, estaría echando por tierra la filosofía de coope­ ración que precisamente ha motivado el establecimiento de esa or­ ganización. La cooperativa difiere, pues, de la empresa privada en ese prtncipi*. Y en algunos otros. Pero, al igual que cualquier empresa privada, cuenta con un capital y unos reglamentos o estatutos; está reconocida ante la ley, y su buen o mal funcionamiento depende de la eficiencia de aquéllos que la dirigen. Hay distintos tipos de cooperativa, como también hay distintos tipos de empresa privada. Todo depende de la clase de servicio que preste. En algunos casos, sin embargo, una cooperativa instalada para prestar un determinado seryicio puede, con el tiempo, añadir servicios de acuerdo a las necesidades de sus socios. Es así cómo una cooperativa de mercadeo, que vende en grano el café de sus socios, se decide un día a refaccionarlo para venderlo ya directa­ mente al público. Este ha sido el caso de la Cooperativa de Cafeteros de Puerto Rico. Pero examinemos los tipos y servicios dé cooperativas cono­ cidas, antes de proseguir. La Cooperativa de Consumo Esta cooperativa, como su nombre lo indica, ofrece servicio a socios que son consumidores. Claro está, todos somos consumido­ res. Todos necesitamos comprar alimentos, ropas, muebles, ciga­ rrillos, etc. Pero este grupo de consumidores se interesa, digamos, por abaratar sus gastos de alimentos. Están conscientes de que al­ gunos Comerciantes, después de comprar al por mayor, inflan loa precios de las mercancías para provecho propio y perjuicio de


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Estas personas deciden, pues, que todo ese dinero que pagan de más por determinados artículos podría muy bien servir para costearle a ellos otras necesidades. Al organizar una cooperativa de consumo, crean un capital—mediante la compra de acciones entre ellos mismos—y lo utilizan para alquilar o construir un local donde almacenar los alimentos. Entonces pueden comprar directamente al fabricante o al mayorista. Una vez instalada la tienda o el super­ mercado cooperativo, no deberá haber ventas de ñado, naturalmente. Todo deberá ser al contado, si se quiere hacer prosperar el negocio. La Cooperativa cíe Crédito El propósito de esta cooperativa es fomentar el ahorro entre sus socios. Ahorro que facilita a éstos obtener préstamos personales por valor de dos o dos veces y media lo que el socio ha logrado economizar. El tipo de interés a cobrar en cada préstamo no será mayor de las tres cuartas partes del 1 % . Es fácil ver la ventaja de obtener un préstamo en una cooperativa de crédito, si recorda­ mos que un usurero o prestamista explotador se atreve a cobrar hasta 300% de'interés sobre una cantidad menor de la que puede prestar una cooperativa. La Cooperativa de Hogares Esta cooperativa ofrece a sus socios la oportunidad de adquirir viviendas cómodas a precios módicos. Algunas se dedican a obtener únicamente el solar donde el socio construirá luego el tipo de vi­ vienda que prefiere. Otras incluyen en la transacción el solar y la casa. Otras más adquieren el terreno, construyen la casa y organizan entre sus socios la localización y construcción de facilidades recrea­ tivas, jardines, seívicio de sanidad, etc. La Urbanización Dos Pinos, en Hato Rey, es un ejemplo de esta clase de cooperativa. Pero urba­ nizaciones más modestas que ésta mencionada pueden también cons­ truirse sobre bases cooperativas. La Cooperativa de Compra Esta suple a sus socios artículos cuya compra en común resulta ventajosa. Las compras, naturalmente, se hacen directamente a la

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fábrica e incluyen desde grandes maquinarias hasta artículos de uso corriente en la agricultura o la pesca. El servicio que presta esta cooperativa se parece al de la Cooperativa de Consumo, sólo que las compras no son tan cuantiosas ni se han de poner a la venta. La Cooperativa de Venta o Mercadeo Esta cooperativa se organiza, las más de las veces, por agricul­ tores. El propósito es disponer de una organización eficaz que dis­ tribuya los productos de los socios, sin necesidad de recurrir a los intermediarios de rigor: los dueños de camiones, los almacenistas, etc. La cooperativa cuenta con sus propios medios de transporta­ ción y, en muchos casos, con un local propio donde vende, parte de los productos al público. Ya hemos dado como ejemplo la Coope­ rativa de Cafeteros. Otro ejemplo es la Cooperativa Agrícola del Barrio Mameyes, en Utuado, que ha comprado maquinaria para despulpar, fermentar, lavar y secar el café de sus socios. La Cooperativa de Producción Industrial La organización de este tipo de cooperativa es realizada por obreros que deciden comprar la empresa privada donde trabajan.


Toman en sus manos, pues, las riendas del negocio. Y establecen ellos mismos una junta de directores que planea la administración y el fomento de la empresa. Un ejemplo de este tipo de coop eiw va en Puerto Rico es la Imprenta Real Hermanos, en San Juan. Otro es la Cooperativa de Obreros Mecánicos, dueña de amplios talleres de reparación de vehículos en la zona metropolitana. La Cooperativa de Salud Esta cooperativa facilita a sus socios servicios médicos que incluyen desde educación higiénica hasta hospitalización de pacien­ tes. En Estados Unidos y Europa abundan las cooperativas de este tipo. A los tipos de cooperativas ya descritos, podría añadirse varios otros. Como por ejemplo, la cooperativa cultural, cuyo propósito es fomentar el aprecio hacia las artes y organizar actos culturales. Otra muy familiar a nosotros es la cooperativa juvenil, sociedad compuesta de niños de edad escolar y supervisada por maestros. En Puerto Rico, estas cooperativas están a cargo del Departamento de Instrucción, que trabaja en coordinación con la Administración de Fomento Cooperativo. Sirven las cooperativas juveniles para educar al niño sobre la tradición cooperativista, iniciarlo en la acción de grupo con un propósito útil a la comunidad donde el niño convive, y alejarle así de situaciones y ambientes que pudieran afectar su buen comportamiento en la sociedad.


DEVOCION Ningún hombro es una isla que se basta por sí sola; todo hombre es un trozo del Continente, una parte de Tierra Firme. Si un terrón fuere arrastrado por el mar, Europa se aminora, como también si un promontorio lo fuere, como también si la casa de tu amigo o la tuya propia lo fuere; cualquier muerte me disminuye a mí, porque soy parte de la Humanidad. De modo que jamás envíes a inquirir por quién doblan las campanas. Doblan por tí. John Donne (poeta inglés)


UNA SOCIEDAD COOPERATIVA EN LA ANTIGUA CHINA ¿Cómo y dónde surgió el cooperativismo? El sentido de cooperación entre los seres humanos, que es algo asi como el mazo de raíces del árbol del cooperativismo, es tan viejo como el mundo. Desde que el hombre primitivo tuvo que hacer frente a fuerzas mayores que las suyas y vio que aliándose a su prójimo podía ofrecer mejor resistencia, existe la cooperación. Sólo así pudo el ser primitivo sobrevivir a las inclemencias de la naturaleza y a las guerras que se suscitaron entonces. La filosofía de la ayuda mutua, pues, existió desde temprano y sólo necesitó ser encauzada por el camino del bienestar econó­ mico en común para que surgiera el cooperativismo. Cosa que, sin embargo, tardó bastantes miles de años de acuerdo con la Historia, a pesar de que puede haber habido casos cuyos historiales se hayan perdido para siempre. De todos modos, las primeras noticias que tenemos del coope­ rativismo en la antigüedad se remontan a la China del año 200 antes de Cristo. Y tratan sobre un acto particular de ayuda mutua que guarda mucha relación con el moderno movimiento coopera­ tivista de crédito. Dícese que era una sociedad de vecinos y parientes, instituida por un rico e influyente chino, para facilitar préstamos a las per­ sonas que formaban dicho grupo. Funcionaba así: La persona que necesitaba un préstamo debía organizar una pequeña sociedad con sus familiares y amigos. Se discutía la cifra que se necesitaba para resolver la situación económica del prestatario, se acordaba la can­ tidad que cada socio debía prestar a ese fondo, y se prometía que cada cuatro meses habría reunión del grupo para examinar el ca­ pital al cual todos irían abonando. Una vez concedido el préstamo, estas mismas reuniones ser­ vían para recoger del prestatario los plazos y el interés del prés­ tamo. El prestatario debía pagar en cada reunión una cantidad


igual a la que cada socio había aportado y un interés acordado de antemano por todos. Ese interés se dividía por partes iguales entre los miembros. También en cada una de estas reuniones, cada socio se com­ prometía a aportar al fondo común una cantidad igual a la que había entregado en la primera reunión. Cada socio, desde luego, tenía derecho a tomar prestado el capital invertido. Pero, cuando había dos o más solicitantes, se le concedía el préstamo a aquél que ofreciera pagar mayor interés.. Otra regla de esta sociedad consistía en que cada miembro debía llevar cuenta de las reuniones a que asistía. Si por alguna razón no podía asistir a alguna de ellas, y por consecuencia no estaba allí para aportar la cantidad prometida al capital, se le concedía un plazo de tres días para hacerlo. Si expiraba ese plazo y el socio continuaba sin hacer el depósito reglamentario, entonces se le exigía pagar multa de dos monedas por-cada día que fallara. Vemos, pues, que ya en el año 200 antes de Cristo se habían implantado algunas de las condiciones que aún rigen entre nues­ tras cooperativas de crédito.

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INGLATERRA: CUNA DEL MOVIMIENTO COOPERATIVISTA MODERNO El movimiento cooperativista moderno nace en Inglaterra, a fines del Siglo Dieciocho. Pero, contrario a lo ocurrido en China muchos siglos antes, no fue el cooperativismo de crédito el primero en echar raíces en Inglaterra. La primera cooperativa fundada en tierra inglesa fue una cooperativa de consumo. Veamos, a vuelo de pájaro, cuáles eran las condiciones econó­ micas del ciudadano inglés de ese tiempo y cómo su pensamiento, unido a la iniciativa individual, dio curso a la acción en común para librarse de la mala situación. Siglo Dieciocho. Recordemos, de la lectura del libro Lucha Obrera, que es en ese siglo cuando la sociedad humana cambia ciertos modos de vida y de trabajo al manifestarse la Revolución Industrial. El hombre, que hasta entonces había dependido casi totalmente de la labor agrícola o la artesanía manual como fuente de trabajo, se inicia en la producción de maquinarias que luego pone a su servicio en las fábricas. M


Su labor pierde asi el carácter individual que tenía antes. Ya lo que produce no es responsabilidad total suya, sino que pasa a ser responsabilidad compartida por cuantos individuos fabriquen las distintas partes del producto final y por las máquinas que éstos manejen. La compra de máquinas ocasiona, en ciertos lugares, re­ bajas en los sueldos de los empleados. Despidos, en otros. Y otros más sufren en las fábricas las malas condiciones sanitarias causadas por el aglomeramiento y la instalación de artefactos ruidosos, im­ perfectos, que también producen malos olores o despiden combus­ tible hirviente. El hombre comienza a sentirse desplazado, oprimido, injuriado por este nuevo orden social. Y protesta de ello. Las huelgas se suceden una tras otra. Y en medio de esta lucha, se acentúan las privaciones y la desesperación. ¿Qué hacer? ¿Pedir que las leyes del país intervengan en favor del obrero? Se hace. Pero la legislación avanza con mucha frecuencia a paso de tortuga, y el estómago en­ tiende poco de promesas. La lucha, pues, se desvía por otros caminos. Los obreros pien­ san que, a falta de mejoras rápidas, hay que ver cómo se consi­ guen artículos de primera necesidad a bajo costo y a prisa. Así surge en York, Inglaterra, un grupo de vecinos que se fa­ cilitan entre sí artículos de primera necesidad— alimentos, ropa, se­ millas, leña, etc.— que producen ellos mismos. El agricultor, después de vender en el mercado aquellos frutos cuyo importe aliviará el hambre de su familia, reparte el resto entre sus vecinos inmediatos. O los cambia por la leche que el gran­ jero puede facilitarle. El sastre cose en la madrugada para abrigar a la familia del zapatero, que vive en la casa de al lado. Este le dará en cambio calzado suficiente para toda su prole. Y así, ayudándose los unos a los otros, pasan ese cruel año de 1795. En otra provincia inglesa, Hawith, se alian en 1839 agricul­ tores y artesanos para sobrevivir del mismo modo. Y en 1840, gente de Londres hace lo mismo.


Así pues, se enciende en tres lugares de Inglaterra la chispa de co-operación que, al cabo de los años, se avivará en la ciudad de Rochdale (pronunciase Roccleil) y resplandecerá para siempre con el nombre de: COOPERATIVISMO Veamos a continuación cómo la acción cooperativista ofreció a unos hilanderos de Rochdale la solución a ciertos problemas.


LA HISTORIA DE CUATRO CENTAVOS por Ana María O’Neill Mi cuento no es un cuento de esos que empiezan con la frase, ritualista de Erase un Rey . . . Mi cuento no tiene como fondo el am­ biente suntuario de las cortes. Mi cuerito tiene como fondo una fábrica de tejidos, una fábrica de hace ciento catorce años. Es un cuento de invierno, de escenario brumoso, de figuras rústicas, pero muy pronunciadas. Es un cuento de sabor económico y no literario. Mi cuento, pues, es un cuento de mercados. En realidad, mi cuento es un cuento de cuatro centavos, cuatro centavos que se pusieron unas botas muy largas, como las de Siete Leguas, y que se fueron por el mundo tintineando. Son cuatro centavos que jine­ tearon cinco continentes, que establecieron su cabeza de puente en Inglaterra, que realizaron un movimiento de pinzas por el Norte de Europa y un movimiento envolvente en todo el mundo, y que han reclutado un ejército de más de 145,000,000 soldados de paz. Son cuatro centavos que caminan desde hace ciento catorce años, y que todavía no han terminado su marcha singular.


Estos cuatro centavos fueron exprimidos en privaciones,, en las privaciones angustiosas de cada uno de 28 obreros hace un siglo. Son cuatro centavos cooperativos, y en esto de ser cooperativos ra­ dica la magia de su poder para multiplicarse. Son centavos que tienen el poder expansivo y germinatorio de semillas. Centavos que vibran al compás del sueño de transformación del que los de­ positó en el arca común de los ahorros con fe de agricultor que entierra su semilla. Encierro temporero en lo que la semilla con­ tacta las fuerzas misteriosas que la ayudan para romper su cárcel con la palanca verde de su tallo. Les dije que los cuatro centavos son de cada uno de 28 obreros, hilanderos de franela la mayor parte de ellos. Eran tejedores que sabían engarzar en el tejido material la hebra remedadora de los sueños. Mientras sus telares presurosos preparaban los lienzos, que no podian comprar para vestirse, sus mentes tejían los pañales de la era del hombre sencillo que tiene sus cimientos visibles en el 1844. Estos obreros, que según nos dice el economista Stuart Chase, vegetaban en un presupuesto semanal de 45 centavos se resolvie­ ron a pedir un aumento de jornal, y escucharon una respuesta que parece de ahora: que no se les podían aumentar los jornales por­ que se arruinaría la industria, que el capital se vería obligado a emigrar del país, y, por último, que lo que resultaría era un alza general de los precios que dejaría a los obreros donde mismo es­ taban o peor. (Al leer estas contestaciones dadas hace 114 años, nos damos cuenta de que los empresarios no renuevan sus discos.) ¿Que poder, me dirán1ustedes, pueden tener cuatro centavos para realizar maniobras de carácter mundial? Si los cuatro centavos se hallan dispersos, sirven para una sola cosa: para atraer explota­ dores como unas gotitas dispersas de miel atraen las moscas. En cualquier comunidad la existencia de la explotación es índice de que hay en ella negocio lucrativo para el explotador. Si no lo hubiera se trasladaría a otras regiones en busca de su presa. Los 28 obreros, dueños de los cuatro centavos de mi cuento, son 28 especialistas en pobreza. Saben de qué está hecha. Y han concebido un plan para desintegrarla, para .transustanciarla. Son


28 alquimistas sociales. Ustedes recuerdan aquellos alquimistas de ía Edad Media que se empeñaron en trasmutar en oro los metales groseros. Estos 28 pioneros se decidieron a trasmutar la pobreza individual en riqueza colectiva, cambiando la explotación en her­ mandad económica. Tomaron de pegasos para su aventura los cuatro centavos de mi cuento. Su plan tiene dos partes. La primera, cambiar el cobre de los cuatro centavos, que se han impuesto como ahorro semanal, en el oro de una libra esterlina, al final de 365 días de apetitos frus­ trados, por una voluntad puesta en tensión. El segundo paso era abrir una tienda, pero una tienda distinta a todas las demás, una tienda que había de ser el primer labora­ torio de la Democracia. Es que ellos se tenían muy bien sabido que si la democracia no penetra en lo económico es una deidad lejana a la que se le rinde un servicio labial. Voy primero a presentarles estos cuatro centavos en el reposo claustral que antecede a la eclosión de la semilla. Metidos en el cofre de ahorros colectivos sienten estos centavos el ansia de los hombres extenderse hacia ellos hasta casi sacarlos del rincón en que están. Es que a sus dueños les vienen tentaciones fuertes de emplearlos para satisfacer un apetito, un ansia. El ansia más fuerte es la de un trago de cerveza que les haga sentir menos el frío. (Re­ cuerden que les dije que mi cuento era un cuento de invierno.) Los centavos tiemblan ante la posible claudicación de sus dueños. ¿Los sacarán antes del término y quedará así frustrada su misión? ¿O tendrán los que allí los sembraron el más egregio de los heroís­ mos— el heroísmo al detalle que le niega a la carne el trago, o el tabaco, o el dulce de ocasión? Con regocijo advierten que los días van pasando y que no se interrumpe su período de incubación. Sus dueños, cuando temen flaquear, buscan el apoyo de los otros pri­ vados como ellos, y juntos vuelven a hacer de nuevo el análisis químico-social de su pobreza. “Todo el oro y la platal de las cajas fuertes dedos bancos— decía Howarth— se formaron con nuestros peniques. Ya no nos pertenecen, pero nosotros ayudamos a amon-


tonarlos comprando mantequilla rancia, azúcar con sal y chocolate con tierra.” Y luego de analizada echaban a volar la imaginación. Soñaban que ganarían la batalla no solamente de la clase obrera sino de toda la humanidad, y que la ganarían sin derramar una gota de sangre. Romperían su cárcel de miseria y enseñarían a los hombres her­ manos a romperla. Desde luego que iban a ser capitalistas. (El que tiene hambre sueña con estofado.) Pero se proponían ser capitalistas sociales. La posesión privada de los medios de producción, pensaban ellos, es un medio muy poco imaginativo de poseer. Y se propusieron ensayar la aventura de la posesión colectiva. La posesión colectiva requiere, desde luego, la reorganización de las fuerzas de producción y de distribución, la reforma educativa y un cambio en el gobierno. Ellos lo sabían y así lo hicieron constar en los artículos de incor­ poración de su tienda cooperativa.


Transcurrieron lentos los 365 días, y al cabo de ellos los cobres de su arca, nuestros cuatro centavos, sumaban 28 libras esterlinas. Cada individuo había amasado en porfía con la pobreza y con la carne una libra esterlina, libra esterlina que fue el preludio de la declaración de los derechos económicos del hombre. Les gustará saber cómo se emplearon esas 28 libras esterli­ nas. De ^llas 14 las invirtieron en provisiones, 10 las dedicaron al pago de alquiler de la tienda por un año y las cuatro restan­ tes las dedicaron a la construcción de escaparates y a la adqui­ sición de enseres de limpieza. Les gustará saber también qué se conseguía entonces por diez libras esterlinas al año. Consi­ guieron una casa en una calle que lleva por nombre El Callejón del Sapo, nombre que ya indica que estaba más adaptado para residencia de animales que de hombres. En cuanto a la casa misma, lo mejor es que se la escuchen describir a la misma dueña que pretende alquilarla. Vamos a penetrar de noche en la morada de los dueños para oír la conversación, mejor dicho, el monólogo, pues la señora todo se lo habla, y el señor escucha cabizbajo. —Me cansé de decirte—dice ella— que no metieras tu dinero en. esa casa, que nadie jamás la alquilaría. Ni el jorobado ese que vende los ataúdes consideraría mudarse allí. ¿Qué comerciante va a pensar en mudarse a un callejón donde no viven más que muertos de hambre? Solamente un hombre más imbécil que tú la alquilaría. En el preciso instante en que la señora emitía su fallo inape­ lable, un hombre más estúpido que su marido tocó a la puerta. Era Charles Howarth, uno de los 28 alquimistas sociales, que venía a contratar la casa para tienda. Fue en esa casa del Callejón del Sapo, donde el polvo daba a los tobillos y los ratones celebraban animadas regatas por las no­ ches, que tuvo su aposento físico el primer laboratorio de la de­ mocracia. ■ -Jk 'v ;

Con el arriendo y arreglo de la tienda termina la primera etapa en la historia de los cuatro centavos.


Y la segunda etapa comienza con la apertura de la tienda el 21 de diciembre de 1844. Esa fue la noche del careo de los sueños con la realidad ambiental amenazante. Los pioneros, que tanto sabían de la pobreza, no habían contado con la enorme fuerza pasiva que es el miedo al ridículo. Y la tienda está si­ tiada por la burla. Los comerciantes ricos han apostado afuera unos chiquillos para chacotear a los hombres maduros y soña­ dores tan pronto abran su tienda. Y hasta se rumoraba que te­ nían instrucciones de apedrear el establecimiento. Los pione­ ros del cooperativismo no le temían a las piedras. Pero el hom­ bre sólo sabe cuánto 1c teme al ridículo cuando se tiene que en­ frentar con él. Dentro del local la luz era escasa. Habían hecho los pioneros diligencias para que la compañía del gas les instalase luces, pero el encargado les preguntó si es que no estaban conformes con ver su miseria a la luz del día que ahora se antojaban de verla también con luz artificial. En la Comisión, solicitadora de luz, había un obrero que tenía visto muy de cerca a Napoleón. Y se rehizo del golpe de sarcasmo contestando que después de todo era a la luz de velas que Napoleón planeaba sus campañas. En esta noche la conversación con el representante de la Com­ pañía se les repite en la mente como un eco. Y hasta se alegran de la falta de luz. Es que por vez primera miran con los ojos ajenos su experimento social y las armas con que van a realizarlo. ¿Cuáles eran las armas, al menos los implementos, con los que iban a trans­ formar el mundo? Era un escaparate de provisiones en una tienda mísera. Inventariadas sobre el mostrador tosco eran cuatro montoneitos de provisiones: un montoncito de harina de trigo, un montoneito de harina de avena, un montoncito de azúcar y otro de man­ tequilla. Desmontada así su batería, se les mostraba ridiculamente ineficaz para el combate. Con la brisa que se cuela en la tienda cerrada entran voces eonfusas entre las que se destaca el remoquete de ‘‘capitalistas de a centavo” y la carcajada de un comerciante rico que dice que la tienda entera cabe en su carretilla.


Corren las horas, pero no se descorren los cerrojos para abrir al público la tienda. Las 28 figuras nada tienen que comunicarse. Sus miradas vacías y vagarosas resbalan de uno en otro. Entre esas 28 figuras hay una mujer. Los historiadores no están seguros respecto a su nombre. Unos la llaman Ann Tweedale, otros Christie Bent, la hija del sastre Juan. Christie Bent descubre, cerrada ya la noche, que los hom­ bres heroicos, que cobre a cobre amasaron una libra esterlina, están acobardados. Se encuentran ensimismados, encogidos, in­ capaces de pasar por la ordalía de enfrentarse al ridículo. Sus 27 compañeros, héroes de 365 días de privaciones, son ahora 27 figuras, a un mismo tiempo fugitivas y acorraladas, desperfilán­ dose en la semioscuridad de una casucha en ruinas. Pero Christie Bent no se resigna en esta visión menguada de sus héroes. En­ saya otra mirada y los ve perfilarse como tripulantes de una nave que marcha en derechura a nuevos puertos. Cristina se levanta. Su voz de adolescente se ha hecho madura, austera como la voz de los profetas. Llama a cada compañero por su nombre:


-—Usted. Howarlh, usted, Cooper, usted Smithies, ustedes, to­ dos, ¿qué es lo que han hecho ustedes para avergonzarse así ante el mondo? Ustedes, por el contrario, tienen mucho de que enor­ gullecerse. Ustedes tienen algo que enseñarles a las generaciones del porvenir. A nosotras las mujeres van ustedes a libertarnos. En el presente hablo por mí. Pero a través de mí hablan todas las mujeres del futuro . . . por eso yo, Christie Bent, voy a rasgar la túnica de miedo que los tiene amarrados; yo, Christie Bent, voy a abrir esas puertas. Y diciendo y haciendo se abalanzó contra puertas y ventanas. Su ímpetu sacudió a los hombres que se apresuraron a librarla del esfuerzo físico de franquear unas puertas ya franqueadas por la fuerza espiritual de Christie Bent. Galvanizado por las palabras de Christie Bent, Miles Asworth, el orador del grupo, volvió a recuperar su lengua ágil. Se enfrentó a los mozalbetes, apostados allí para manejar la burla como arma cortante y les dijo: — Muchachos, ¿quieren algo? Tenemos un azúcar tan dulce que es capaz de endulzar el mar amargo. Y la frase poética se hizo frase profètica. El azúcar cooperativo, unido a los demás productos de la tienda, fue desintegrando la po­ breza, trasmutándola. “ La perla brota del molusco herido” , nos ha dicho el poeta. Es en el empeño por desalojar el granito de arena que se encaja en su cuerpo que la ostra elabora una perla. Del mismo modo una comunidad en el empeño de desalojar la pobreza, crea la hermandad económica. A los diez y seis años de la apertura de la tienda ya los cuatro centavos movían un volumen anual de negocio de $760,000.00. Ha­ bían, pues, trasmutado la pobreza. También se cumplió la aspira­ ción de enseñar a los hombres el camino para romper cadenas sin llegar al derramamiento de la sangre. La casa del Callejón del Sapo a la que se le negó luz artificial, se convirtió en faro de la huma­ nidad.


LOS SIETE PRINCIPIOS DE ROCIIDALE ¿Quién podrá mencionar ahora siquiera uno de los ricos esta­ blecimientos comerciales del Roehdalc del Siglo Diecinueve? Nadie, seguramente, porque todos nacieron y murieron sin hacer más que dinero. En cambio, esa pobre tiendecita que se tambaleó en la cuerda floja de la desconfianza pueblerina y la amenazante ruina económica, hizo una maroma en la cuerda y dio el salto a la His­ toria. A la Gloria. A la Inmortalidad. Y esa tiendecita, además de perdurar como uno de los experi­ mentos iniciales en el movimiento cooperativo, abonó ideas a su filosofía. Ideas que están contenidas en los llamados "siete princi­ pios de Rochdale.” ¿Cuáles son esos principios? Veamos: 1) Adhesión libre. Esto quiere decir que las puertas de cual­ quier cooperativa están abiertas de par en par para cualquier per­ soné que crea en la filosofía de la cooperación y cumpla con los requisitos mínimos que todo miembro mantendrá para impulsar a esa organización hacia el éxito. Del mismo modo que el socio entra


a formar parte de la cooperativa, puede dejar de pertenecer a ella, ya que no se le retiene contra su voluntad. 2) Control democrático. Cada socio, no importa la cantidad de acciones que haya comprado para abonar al capital de la coope­ rativa, tiene derecho a un solo voto. Esto mantiene en un mismo nivel la intervención de los socios en asuntos de la cooperativa. Así se evita que el control de la cooperativa pase a manos de los más adinerados. El dinero, en la cooperativa, es sólo un medio, no un fin. La acción cooperadora, en beneficio de todos los socios, es el verdadero fin del cooperativismo. 3) Neutralidad política y religiosa. El ambiente que debe pre­ dominar en cualquier cooperativa debe ser uno de amistacf y mu­ tua consideración. La cooperativa está, pues, por encima de las di­ ferencias políticas, religiosas y raciales. Todos los socios disfrutan de iguales derechos y son responsables de iguales deberes. 4) Ventas al contado. Este principio se ajusta más a la acción de la cooperativa de consumo, ya que la tienda de los Probos Te­ jedores de Rochdale era una organización de ese tipo. El principio habla por sí solo. Ya que las ventas a crédito son causa de muchos fracasos, no se debe incurrir en esa falla. 5) Interés limitado sobre el capital. La especulación de ga­ nancias no tiene cabida entre los propósitos organizativos ni en la administración de la cooperativa. Por lo tanto, el interés que se le paga a los socios sobre el capital aportado es poca cosa. Eso sucede en cualquier cooperativa de las que funcionan en el mundo entero. En Puerto Rico, de acuerdo a la Ley General de Cooperativas, se le paga a cada socio un cinco por ciento anual sobre su capital. 6) Distribución de sobrantes. Toda cooperativa deberá distri­ buir anualmente sus sobrantes entre los socios. -Estos sobrantes — cantidad de dinero que queda después de haber pagado la coope­ rativa sus gastos de funcionamiento— pueden distribuirse en efec­ tivo o en forma de acciones, como más convenga a los socios y a la cooperativa. Aquel socio que más uso haya hecho de los servicios de la cooperativa, recibirá mayor - cantidad de los sobrantes. Por


ejemplo: en una cooperativa de consumo, recibe más quien más ha comprado al establecimiento comercial que posee la cooperativa; en una cooperativa de crédito, recibe más quien más dinero ha to­ mado prestado y pagado a la cooperativa. 7) Educación continua. El funcionamiento correcto de cual­ quier cooperativa depende en gran parte do lo que saben sus socios sobre la filosofía, las normas y los procedimientos del cooperati­ vismo. Por tal razón, la cooperativa deberá fomentar esta educa­ ción constantemente entre sus socios y, siempre que sea posible, deberá extender estos conocimientos al pueblo. A través de esos siete principios podemos ver la clara visión de la vida que tuvieron aquellos veintiocho tejedores de Rochdale. Que tenían amargura dentro de sí por todos los problemas que siempre afrontaron, no nos debe sorprender. Pero ni la ira ni la amargura están contenidas en los principios cooperativistas que he­ mos leído. Al contrario, vemos en esos principios el pensamiento democrático, el amor hacia la humanidad, y las correctas normas económicas que esos tejedores, a pesar de todo lo sufrido, desearon conservar en su experimento cooperativista. No se ve, en esos prin­ cipios, nada que indique egoísmo, afán de lucro o deseo de ven­ ganza. Ha dicho un poeta alemán en alguno de sus versos: “ De mis grandes penas, hago pequeñas canciones.” Los veintiocho tejedores de Rochdale hicieron su canción, que no es pequeña.


EL ANCIANO Y SUS HIJOS (fábula) Un viejo, que ya a punto se hallaba de expirar, los ojos fijos en sus amados hijos, les habló así: — Tomad estas saetas. que atadas y sujetas, forman un haz; veamos si lo podéis romper: la prueba hagamos. Hizo, para lograrlo, lo posible el mayor; pero vio que era imposible. Ensayóle el segundo; mas en vano. Siguió el tercer hermano; y, en fin, siguieron todos tentando varios modos de conseguir el fin. En ello insisten; pero unidas las saetas, se resisten. — Flacos hombres (les dijo el padre aneiano) veréis cómo, con esta enjuta mano, las troncho.— Se miraron, y sonrieron, mas, de allí a poco, vieron, que,desatando el nudo, una después de otra romper pudo. — Ya veis, hijos (les dice), los efectos de la buena concordia: sed perfectos, y vivid siempre unidos, que así nunca os veréis acometidos.— La Fontaine (francés)


15L COOPERATIVISMO EN EUROPA En poco más de un siglo, el cooperativismo, tal como lo enten­ demos hoy, se ha extendido rápidamente a través de toda Europa, Asia y América. Fue de Inglaterra que muchos de los países de es­ tos continentes tomaron ideas para encauzar el movimiento coope­ rativista hacia nuevos horizontes. Inglaterra misma llevó el coopera­ tivismo moderno a Asia, a través de su gobierno en la India. En Europa, los países que más se han destacado por el impulso que han dado a esta causa han sido los países del norte: Dinamarca, Suecia, Finlandia e Islandia. Pero, más al centro y al sur, países como Francia, Alemania, Italia y Suiza y aun Palestina en el cercano oriente, han contribuido notablemente al auge cooperativista. Fue en Italia, por ejemplo, donde se perfeccionó el sistema de las cooperativas de crédito que se habían establecido en Alemania a mediados del Siglo Diecinueve. De Italia y de la India, adoptaron los^ estadounidenses o norteamericanos y los canadienses ideas para sus respectivas organizaciones cooperativistas de crédito y ahorro.


De Estados Unidos, a su vez, los hispanoamericanos han aprendido y recibido estímulo para emprender sus tareas de cooperación. Veamos, a continuación, cómo se han iniciado y cómo han pro­ gresado en algunos países de Europa las sociedades cooperativas. Dinamarca Dinamarca es un país muy pequeño, al norte de Europa, que se ha agigantado espiritualmente por medio de su fervor cooperativista. Alrededor del 85 G de su población está directa o indirectamente relacionada con una o varias de las cooperativas que funcionan ac­ tualmente en el país. El agricultor danés, por ejemplo, depende mucho de este movimiento: compra en tiendas cooperativas, ahorra y hace préstamos en cooperativas, obtiene maquinaria y diversos ar­ tículos— abonos químicos, semillas, etc.— de sociedades cooperativas de importación, consume electricidad de una planta cooperativa, y vende sus productos a través de alguna cooperativa de mercadeo. En la actualidad, hay más de 530 Bancos Cooperativos de Aho­ rros en Dinamarca. Los directores de estos bancos son casi siempre agricultores. De éstos, solamente el presidente recibe sueldo . . . , y muy pequeño, por cierto. Los demás sirven al banco gratuitamente, pero con sumo empeño. Los sobrantes netos de estos bancos no van a manos de los socios, sin embargo, sino que se invierten. Algunos, en la construcción y el mantenimiento de instituciones educativas. Y otros, en el rendimiento de servicios adicionales al pueblo. De acuerdo a esta información, podemos hacer dos deducciones sobre el pequeño país de Dinamarca. 1) Es un país mayormente agrícola, que ha sabido fomentar el cultivo de la tierra y el bienestar del agricultor. 2) El desarrollo del movimiento cooperativista allí ha echado raíces en el pueblo, que se ha servido de él directamente y que tam­ bién ha aprendido a utilizar de otros modos la cooperación espon­ tanea y entusiasta inspirada por el movimiento. Esto se puede ver con mayor facilidad si agregamos que el Gobierno no ha impuesto el movimiento, sino que ha sido el pueblo el que ha obrado inde­ pendientemente aceptándolo.


¿En qué estriba este despertar progresista del pueblo danés? Primero, en la intranquilidad que le proporcionaron sus propias ne­ cesidades. (Todo país tiene necesidades y problemas. Dinamarca, país pequeño y pobre, les halló solución en el movimiento coope­ rativista.) Segundo, en la creación, a mediados del Siglo Diecinueve, de las Escuelas del Pueblo. Las Escuelas del Pueblo surgieron en Dinamarca por iniciativa de Federico Grundtvig, un educador que en 1848, concibió la idea de organizar una escuela que fuera sostenida por los estudiantes que asistieran a ella. Y que enseñara materias que un niño de campo, con aspiraciones de hacerse agricultor, pudiera adaptar a sus nece­ sidades. Sería también una escuela donde los estudiantes no reci­ birían notas ni exámenes; cada cual se calificaría a sí mismo, en su propia mente. La idea de Grundtvig tuvo excelente acogida. Se multiplicaron las Escuelas del Pueblo. Se adaptó la idea a otras funciones y pro­ blemas. Y hoy día, además de hallarse en Dinamarca toda clase de cooperativas, las Escuelas del Pueblo están organizadas de tal modo que el estudiante puede dedicar una parte del año a su propia edu­ cación y el resto a su trabajo en la agricultura. Dinamarca es hoy, a pesar de su pequeñez, uno de los países más cultos y progresistas de Europa. » Francia Francia ha dado al mundo notables pensadores del cooperati­ vismo. Carlos Fourier, por ejemplo, organizó las sociedades coope­ rativas en colonias colectivas o falansterios, y contribuyó al desa­ rrollo de las cooperativas de consumo. Además, al igual que el inglés Roberto Owen, abogó victoriosamente porque el movimiento coope­ rativista prescindiera de la intervención del Estado (o sea, del Go­ bierno), y fomentó la formación de Cooperativas de Producción In­ dustrial, es decir, aquéllas en que los obreros se convierten en sus propios patronos. Un maestro francés, como veremos más adelante, concibió la idea de organizar cooperativas juveniles. Otros pensadores franceses han


contribuido a la ampliación de los principios y métodos coopera­ tivistas. El desarrollo de las cooperativas juveniles o escolares en Fran­ cia ha sido asombroso. En 1950 había más de 12,800 de esas coope­ rativas, que contaban con más de cuatro mil socios. Estas cooperativas se originaron en Francia en 1919. Fue un ins­ pector de enseñanza elemental, B. Profit, quien decidió iniciarlas para atender a la provisión de material escolar y al mantenimiento de edificios y equipo. Recurrió a esta idea porque el Estado, que ^e hallaba en muy mala situación económica, no podía proveer ayuda a las escuelas. La idea de las cooperativas juveniles ha sido aceptada en el mundo entero no tanto por sus beneficios económicos, sino por su gran valor educativo. El cooperativismo promueve entre los jó ­ venes, según se ha podido observar, un mayor dinamismo en la edu­ cación yun eran estimulo para la iniciativa de los futuros ciuda­ danos. Suiza El movimiento cooperativista en Suiza— país tan pequeño como Dinamarca, cercado por varias fronteras— ha cobrado auge desde 1890, cuando se organizó allí la Unión Suiza de Cooperativas de Consumo. Este organismo, que comenzó como una simple oficina de propaganda para el cooperativismo, se transformó pronto en la ofi­ cina central de treintiocho cooperativas de consumo que habían sur­ gido en el país. Actualmente, hay más de mil cooperativas afiliadas a esa Unión, y los servicios que ésta presta al pueblo son muy va­ liosos. Este organismo central, gracias a la cooperación de sus coope­ rativas afiliadas, interviene en la producción y distribución de merr caderias tales como tejidos, comestibles y calzado, entre otras.


El. LEON Y LOS CUATRO BUEYES (fábula) Cuatro bueyes que siempre pacían juntos en los prados se juraron eterna amistad, y cuando el león les embestía, se defendían tan bien que jamás pere­ cía ninguno. Viendo el león que estan­ do unidos no podía más que ellos, dis­ currió el medio de indisponerlos entre sí, diciendo a cada uno en particular que los otros murmuraban de él y que le aborrecían. De esta manera logró infundir sospechas entre los bueyes, pero de tal m aniera que al fin rompie­ ro n su a lia n z a y ..<• separaron. Enton­

ces el león los fue matando uno a uno y, antes de morir, el último buey exclamó: -—Sólo nosotros tenemos la culpa de nuestra muerte, pues dando crédito a los malos consejos del león, no hemos permanecido uni­ dos, y así le ha sido fácil devorarnos. La unión da fuerza hasta a los débiles: la discordia destruye a los poderosos. Esopo (griego)


EL HOMBRE EN LA ACERA (Anécdota) Habiendo oído hablar de las sociedades de crédito alemanas, Luis Luzatti, economista y profesor de leyes italiano, viajó a ese país para estudiar el movimiento cooperativo. De regreso en su pa­ tria, viendo que la usura florecía sin remedio, decidió establecer la primera cooperativa de crédito en Milán. Desde luego, sus ideas de la cooperación y el acoplamiento de pequeñas cantidades de di­ nero para formar un banco, sonaban poco menos que ridiculas a muchos de sus amigos. Casi nadie las había escuchado antes, y aun los pocos que le hallaban sentido desconfiaban de la empresa. Sin embargo, Luis Luzatti logró reunir el equivalente de ciento cuarentinueve dólares, veinte de ellos sacados de su propio bolsillo. Y con ese pequeño capital, un escritorio y quién sabe si una silla, instaló su cooperativa en una acera de la ciudad. Le fue duro tolerar las burlas de algunos transeúntes y de muchos amigos que se situa­ ban en la esquina para mirarle y codearse los unos a los otros. Pero Luis Luzatti no perdió la esperanza.


Y con la esperanza y pequeñas aportaciones de gente que le escuchó al pasar, se mudó a un pequeño local donde instaló, bajo techo esta vez, el Banco del Pueblo de Milán. Hoy, esa misma empresa, aunque ya no en el mismo local pobre de antes, es una de las instituciones bancarias más grandes de Italia. Y ha servido de modelo a cientos de bancos cooperativos que se han establecido en el país. ' Luis Luzatti, el hombre en la acera, está hoy más a la intem­ perie que nunca. Está entre el pueblo que lo venera.


EL COOPERATIVISMO EN AMERICA Como hemos visto, la acogida que tuvo el movimiento coope­ rativista en Europa fue muy favorable. Su filosofía se hizo parte evidente en la vida social de distintas naciones. A finales del Siglo Diecinueve, ya Europa era como una plaza donde los concurrentes no sólo hablaban de la cooperación, sino que también la ponían en práctica por distintos medios de organización efectiva. Lógicamente, este alborozo europeo, este trajín de progreso, atrajo admiradores. Atrajo gente interesada en discutir, planear y llevar a sus respectivos países aquellas ideas tan de sentido común. Porque muchos de estos extranjeros hallaban tan natural y lógico al cooperativismo, que se preguntaban por qué ellos mismos no ha­ bían puesto antes en práctica, en Asia y en América, esa filosofía antiquísima. Muchos de ellos, claro está, vivieron el resto de sus días y murieron sin acometer la tarea en sus países natales. Algunos no lo hicieron por falta de iniciativa propia, otros por falta de coope­ ración de parte de los gobiernos extranjeros que regían en aquellos países de oriente u occidente. Algunos de estos países veían en el cooperativismo un movimiento que podía tomar fuerza política con­ traria a la del régimen colonial, y por eso impedían de distintos modos su formación. Pero esa plaza del cooperativismo que era Europa, logró al fin extender sus linderos y añadir pequeñas avenidas que conducían a su centro. Por esas avenidas iban y venían mensajeros del coope­ rativismo. En la India, colonia inglesa para ese tiempo, el gobierno favo­ reció la prédica de ideas cooperativistas y no tardaron en formarse distintos grupos de cooperadores entre los nativos. Eso, en cuanto a Asia. En lo que concierne a América, el movimiento cooperativista abrió una brecha fructífera en el Canadá gracias a la iniciativa de Alfonso Desjardins (pronúnciase Deyardán). Veamos cómo ocurrió esto en el Canadá y cómo de allí se ha extendido el cooperativismo hasta convertirse en fuente de progreso en todo este Hemisferio.


Las cooperativas que primero se formaron en el Nuevo Mundo fueron las de crédito y no las de consumo, como sucedió en el Viejo Mundo. Como se sabe que el movimiento cooperativista obedece a las necesidades de sus miembros, es fácil ver por el brote de las cooperativas de crédito, que la usura era un problema vital en el Canadá. Alfonso Desjardins, el pionero del cooperativismo en América, no puso en práctica sus ideas hasta que logró compenetrarse de la filosofía, la organización y los resultados que el sistema de crédito cooperativo había tenido en Europa. Aun después de estudiar a fondo el movimiento, se dio cuenta de que tendría que adaptar aque­ llos principios a las condiciones de vida en el Canadá. Es decir, Desjardins no obró a tontas y a locas. Durante quince años observó de cerca—bien por libros documentados, bien por viajes a Europa—■ el arraigo que tenía entre los europeos y las críticas que levantaba, el cooperativismo. En 1900 decidió coger al toro por los cuernos. Organizó, en forma muy modesta, la primera cooperativa de crédito en la pequeña población de Levis, en la provincia de Quebec, Canadá. Las aporta­ ciones de los socios no eran más que diez centavos por acción, lo cual le permitió colectar $260. Suma nada impresionante, conside-


rándoía hoy día. Pero suma que, para él, significaba un logro defi­ nitivo. Esos pocos dólares con que se iniciaba su cooperativa indi­ caban que sus compañeros no querían saber más de los usureros, indicaban que estaban dispuestos a echar a un lado esos individuos para emprender una aventura de ayuda mutua. Al igual que en Europa, la idea de Desjardins impartió estímulo y no tardó en garlar más y más seguidores. El capital de esa coope­ rativa asciende hoy a más de un millón de dólares. Y nada se diga sobre.la cantidad de cooperativas que surgieron paulatinamente en unto y otra provincia del Canadá. El cooperativismo canadiense ha inspirado, incluso, la forma­ ción de un partido político conocido como la Federación Coopera­ tiva del Dominio del Canadá. Aunque es sólo un partido de pro­ vincia todavía, aspira a transformarse en un partido nacional que, ce« el tiempo, asuma el gobierno y establezca una mancomunidad cooperativista,

KkU«ím Unidos La tarea cooperativista que Alfonso Desjardins se impuso a sí mismo no se limitó a formar cooperativas y a predicar sobre el co­ operativismo en Canadá solamente. En 1909 viajó a Estados Unidos para organizar la Cooperativa de Crédito de la Parroquia de Santa María, en Manchester, población del estado de Nuevo Hampshire. Ese mismo año ayudó también a que se pasara la primera ley de cooperativas de crédito en Massachusets. . Por otro lado, un viaje de placer que hizo un comerciante de Boston a la India favoreció grandemente al auge del cooperativismo estadounidense. Este comerciante de Boston, Eduardo Filene, se en­ tusiasmó con las ideas cooperativistas al ver la labor que hindúes e ingleses realizaban en aquel país del Oriente. De la India fue a Europa para documentarse mejor, y a su regreso a Estados Unidos se convirtió en el líder del movimiento de cooperativas de crédito. Gastó una buena parte de su fortuna personal en la promoción de lee idees cooperativistas a través del país. Y, una vez que se logró


pasar legislación cooperativa, estableció, en 1921, el Negociado de Extensión Nacional de Cooperativas de Crédito. Los propósitos de este organismo eran los siguientes: propulsar legislación sobre cooperativas de crédito, organización de dichas co­ operativas, formación de federaciones, y formación de una asociación nacional permanente que consolidara los esfuerzos y los intereses de las cooperativas de crédito. En 1944, estos propósitos se habían logrado en gran parte. Exis­ tía ya un movimiento de 3,000 cooperativas de este tipo y se había establecido la Asociación Nacional de Cooperativas.de Crédito, que laboraba por la legislación cooperativista y por el fomento de más sociedades de crédito y ahorro. Hoy día, esa Asociación Nacional de Cooperativas de Crédito—■ mejor conocida como CUNA— se compone de cincuentisiete ligas de cooperativas estadounidenses y las cooperativas de crédito de las provincias del Canadá, y se dedica al fomento de los sistemas coope­ rativos de crédito y ahorro. Actualmente, hay en Estados Unidos más de veinte mil coope­ rativas de crédito que sirven a más de diez millones de socios y que cuentan con un capital total de tres millones de dólares. Hispanoamérica Es poco lo que se sabe sobre el cooperativismo en las veintiuna repúblicas de Centro y Sur América. Muchas de ellas aún no han logrado establecer sistemas nacionales, otras han tenido la desven­ taja de sufrir oposición de regímenes dictatoriales. Sin embargo, hay en la actualidad treintidós cooperativas de crédito en el Perú y varias otras de distinto tipo. La Cooperativa de Crédito Santa Rosa de Lima fue la primera organizada en esa república. Y su organización se debió al interés y esfuerzo personal de un puertorriqueño: José Arroyo Riestra, quien es representante de CUNA en América Latina. La usura es un problema grave en el Perú, ya que los bancos sólo hacen préstamos a hombres de negocios. El ciudadano promedio


se ve obligado a recurrir a usureros que cobran el tipo de interés que mejor les viene en gana, debido a que el gobierno no interviene en ello. Por eso, a pesar de que el cooperativismo de crédito no ha arrai­ gado por completo en el Perú, es muy probable que las cooperativas de crédito sean las que más prosperen allí en los próximos años. El cooperativismo tiene en la Argentina un historial más am­ plio. El Dr. Juan B. Justo organizó la primera cooperativa de con­ sumo— “ El Hogar Obrero” — en 1905. En 1911, esa cooperativa inau­ guró el primer grupo de casas, construidas en el país con ahorros cooperativos. Luego surgieron otras cooperativas de distintos tipos, pero han sido las cooperativas de consumo las que siempre han pre­ ponderado en la Argentina.


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Hablando en piedra estoy. De un solo golpe latiendo en piedra estoy. Y voy viviendo en piedra y golpe, una esperanza enorme. Sigue golpeando. Dale. Dale duro. Déjame en medio de la plena luz, así labrado en piedra, así sufrido en piedra, golpeado en piedra viva, eenanao chispas como dos piedras juntas en una cólera. Habla Habla Habla Habla Habla

en en en en en

polvo la muerte. furia la vida. humo el dolor y se lo lleva el viento. golpe el corazón y se lo lleva el tiempo. buitre la entraña y se la lleva el hambre.

Pero aquí estoy. Aquí me quedo ahora, hablando en piedra, en golpe, en furia, en carne tuya.


Miles. Millones. Miles de millones hablamos este idioma por la tierra, y hablamos esta tierra para el hombre. Y en todos los idiomas del dolor, tened cuidado, pues hablando en circo la vida suele dar saltos mortales / así en la tierra como en el aire. Hablando así. Hablando en piedra pura, terminaremos por entendernos todos los mortales. Porque así fue y no será en la carne. Porque aquí estoy. Porque me quedo en todos, cuerpo a cuerpo mi voz y mi palabra. Y hablando en piedra la vida es dura. Y hablando en oro la vida es sueño. Alejandro Romualdo (peruano)


IX COOPERATIVISMO K\ P I ERI O

meo

El cooperativismo, que alcanza logros más o menos definitivos entre los tejedores de Rochdale en 1844 y se esparce de allí en todas direcciones, aparece en Puerto Rico relativamente pronto. El primer organizador cooperativista con que contamos es San­ tiago Andrade, carpintero de oficio, quien funda en 1873 la socie­ dad de socorro mutuo “ Los Amigos del Bien Público.” En esta orga­ nización se alian las fuerzas de ciudadanos dedicados a distintas profesiones y oficios, que provienen do todas las clases sociales, al igual que de distintas razas y religiones. ITay que ver, sin embargp. que aquellos eran tiempos en que cualquier organización gremial o sociedad era mirada con ojeriza por el gobierno. ¿Por qué0 Por lo que hemos mencionado antes: el temor de que grupos con intereses afines pudieran enfrentarse a la situación política. No obstante, el movimiento cooperativista comenzó a despertar inquietudes entre los puertorriqueños, a tal extremo que muchos vieron en el cooperativismo la solución a los distintos problemas que agobiaban al obrero. En 1882, por ejemplo, el escritor Salvador Brau hace un estudio sobre “ Las Clases Jornaleras de Puerto Rico'' t , basándose en la información que llega al país sobre la prosperi­ dad que el cooperativismo está logrando entonces en otras partes del mundo, pide a la clase propietaria que fomente “ asociaciones cooperativas de obreros, bajo su vigilancia y decidida protección.” Llamamiento que la clase propietaria de ese tiempo, con contadas excepciones, pasa por alto. Pero hay otros hombres, que como Brau, se interesan por pro­ mover estas organizaciones. Y comienzan a formarse, aquí y allí, cooperativas de distintos tipos. José Celso Barbosa menciona en uno de sus libros un total de siete cooperativas en el Puerto Rico de fi­ nales del Siglo Diecinueve. Barbosa mismo fue el primer presidente de una de ellas: “ El Ahorro Colectivo.” Pero, en opinión de estos líderes del cooperativismo puertorri­ queño en el Siglo Diecinueve, no bastaba con la formación de coope-


rativas aisladas. Se necesitaba coordinar el esfuerzo de ellas. Se ne­ cesitaba hacer de ellas diversas muescas de un engranaje, el engra­ naje del cooperativismo, para que su marcha total añadiera méritos y beneficios al pueblo. Querían, por este medio, lograr un movi­ miento de reforma para el individuo, primero, y luego para el orden social completo. Rosendo Matienzo Cintrón se convierte en líder destacado del cooperativismo en Puerto Rico, a la vuelta del siglo. Bajo su vigo­ rosa y fértil inspiración, abonada por el respaldo y el estímulo de otras personas, se organizan cooperativas de crédito y de consumo. Y trata él también de impartir una orientación cooperativista a la industria y a la agricultura. Desgraciadamente, estas sociedades cooperativas de finales del siglo pasado y comienzos del actual desaparecen poco a poco. ¿Por qué? Por la gran inestabilidad política, social y económica que afecta al país; por falta de educación cooperativa especializada; por falta de legislación favorable al movimiento cooperativista; por falta de un sistema adecuado de administración y control en las coopera­ tivas; por escasez de medios económicos entre los puertorriqueños. Pero ya la semilla estaba echada. Y el terreno, aunque duro, la guardaba entre sus grietas. Y la naturaleza, inconscientemente, la cuidaba para que no se secara. Así se mantuvo la semilla del co­ operativismo en tierra puertorriqueña, esperando por las manos que la habrían de colocar en mejor lugar para cuidarla y verla germinar. Después de la Primera Guerra Mundial, el interés puertorri­ queño hacia aquella semilla resurge y se acrecienta. Y ocurre esto precisamente entre los agricultores puertorriqueños, sumamente afectados por las dificultades económicas traídas por la guerra. Tras ese interés, viene legislación favorable al cooperativismo. Rn 1920, la Legislatura aprueba la primera ley que reglamenta la organización y el funcionamiento de las cooperativas de producción y consumo. Cinco años más tarde se revisa esta ley para incluir a todas las cooperativas agrícolas. Esto, promueve la organización de cooperativas de productores de café, tabaco, algodón, vainilla, cidra y frutos de hortalizas.


Luego, en 1938, se aprueba otra ley para reglamentar la orga­ nización de cooperativas industriales. Y, poco a poco, librado ese anterior estorbo de la falta de legislación favorable, el cooperati­ vismo cobra impulso en la Isla, ayudado también por fondos del Gobierno Insular y del Federal. En esto intervienen, entre otras organizaciones, la Administración de Reconstrucción de Puerto Rico (PR R A ), el Servicio de Extensión Agrícola, y, más tarde, la Auto­ ridad de Tierras. En 1943, había 43 cooperativas de distintos tipos funcionando en Puerto Rico. Quince años más tarde, en 1958, ese número había aumentado a más de 300. Todas las cuales son regidas por la Ley General de Cooperativas, aprobada por la Legislatura en 1946. De los distintos tipos de cooperativas, son las de crédito las que han


logrado el mayor crecimiento numérico, mientras que las agrícolas mantienen la delantera en volumen de negocios. Hay, actualmente, gran inttrés por el cooperativismo en Puerto Rico. Muestra de ello son las distintas federaciones y las instituciones que se han fundado para promover el auge del cooperativismo. Además de la Administración de Fomento Cooperativo, el Nego­ ciado de Cooperativas, el Instituto de Cooperativismo y el Programa de Educación Cooperativa del Departamento de Instrucción Pública, entre las múltiples organizaciones que laboran hacia una misma meta, está el Banco de Cooperativas para servir con préstamos a las distintas sociedades de esa índole.


EL HOMBRE DE AMERICA (fragmento) El hombre de la América será como las piedras del Cuzco, misterioso; será como las aguas de Xochimilco, puro; será como las selvas ubérrimas, fecundo; como los ríos, inquieto, como los vientos, ágil; como el jaguar, bravio; como la mar, profundo. El hombre de la América, que sube como el cóndor buscando entre las nubes la estrella del milagro, el hombre que nacido del parto de las aguas cuando se hundió la Atlántida, , tendrá los ojos negros, hipnóticos, brillantes, para encantar las verdes serpientes amazónicas; tendrá las carnes duras como el broquel fie rocas que arrastran los caimanes; sabrá partear montañas


y partear la tierra; será minero, artista, poeta y sembrador, y en Moxos el jinete que doma los baguales de espuma de los ríos. El hombre de la América sabrá templar el ronco charango de sus nervios al són de los pamperos; * sabrá escalar las cumbres para mirar más lejos, sabrá tornarse en árbol para crecer sin límite, porque ya fue Bolívar y ha sido Wàshington, porque ya fue vidente si se llamó Martí, porque ya fue poeta si se llamó Darío. El hombre que aún esperan las nieves y las lluvias, las selvas, las estepas, los valles y cachimbas, los montes, las cachuelas, las playas y los ríos, el hombre de la América será como es América del Sur: ¡Un Corazón! Raúl Otero Reiche (boliviano)


UN ALERTA CONTRA EL EGOISMO Hemos visto que es noble y hermosa la historia del coopera­ tivismo. Una empresa que basa sus principios en sentimientos no­ bles ha de ser, sin duda, noble y hermosa. El cooperativismo lo es. Urge tener presente, sin embargo, que el cooperativismo puede dañarse como se dañan otras empresas basadas también en princi­ pios de nobleza y dignidad humana. El egoísmo, la mezquindad o la sed de poder de unos pocos pueden echar por tierra la labor de muchos. Toda cooperativa, al fundarse, debe tener cimientos honrados y firmes. La comprensión de todos los principios cooperativistas es de sumo valor para los futuros miembros. La adecuada organización democrática de la cooperativa es igualmente de vital importancia. Y, no menos importante, es que cada socio tenga el derecho—» y el deber, además— de velar por la pureza de los procedimientos. Una cooperativa es una asociación democrática de ayuda mutua. No es una empresa privada capitalista para el provecho de unos pocos. Hay que estar alerta para que el egoísmo y la mezquindad no se cuelen en el organismo cooperativo. Varias cooperativas han fracasado en Puerto Rico, y fuera de aquí, porque personas inescrupulosas usaron la noble organización para sus fines personales, fines de lucro económico o ambiciones de poder en relación al grupo. Otras cooperativas no han fracasado, pero existe en su seno el peligro del fracaso porque han olvidado sus principios democráticos de honrada cooperación y desinteresada participación, y están tendiendo a convertirse en empresas capita­ listas. Afortunadamente éstas son excepciones en el movimiento cooperativo. Pero el pueblo debe estar alerta contra estas excepcio­ nes, contra la posibilidad de que estas excepciones existan. El triunfo legítimo de una cooperativa tiene como base, ma­ yormente, tres factores decisivos: 1.— La creencia sincera e inconmovible de todos los miembros que la componen, o que van a componerla, en los principios de coope­ ración y participación democrática.


2. — La adecuada organización democrática de la cooperativa, respetando todos los principios en que el movimiento cooperativista se funda. 3. — El mantenimiento eficaz de esa organización di nocrática y la eterna vigilancia porque jamás se violen o se alteren esos prin­ cipios dentro de la cooperativa. Damos ya por sentado que para fundar u organizar una coope­ rativa hay que creer en los principios nobles del cooperativismo. Pero no olvidemos tampoco que para mantener la cooperativa salu­ dable y próspera, tanto en lo económico como en lo moral, tendremos siempre que estar alertas contra el egoísmo, sea propio o ajeno.

I Y


LA INSIGNIA (Fragmento) Hay que salvar al rico, Hay que salvarle de la dictadura de sus riquezas. Porque debajo de sus riquezas hay un hombre que tiene que entrar en el reino de los cielos, “ en el reino de los héroes’’. Pero también hay que salvar al pobre. Porque debajo de la tiranía de su pobreza hay otro hombre que ha nacido para héroe también. Hay que salvar al pobre y al rico. Hay que matar al rico y al pobre para que nazca el HOLIBRE: el hombre heroico. El Hombre, el hombre heroico es lo que importa. Ni el rico, ni el pobre, ni el proletario, ni el diplomático, ni el industrial, ni el comerciante, ni el soldado ni el artista, ni el poeta siquiera, en su sentido ordinario, importan nadaNuestro oficio no es nuestro destino. Nuestra profesión no es lo substantivo. No hay otro oficio ni empleo que aquel que enseña al mozo a ser héroe. El hombre heroico es lo que cuenta. El hombre ahí, desnudo, bajo la noche, frente al misterio; con su tragedia a cuestas,


con su verdadera tragedia, con su única tragedia. La que surge c»ando preguntamos, cuando gritamos en el viento: ¿Quién soy yo? Y el viento no responde, y no responde nadie. ¿Quién soy yo? . . . ¡Silencio! . . . ¡Silencio! Ni un eco, ni un signo . . . ¡Silencio! . . . Para que grite conmigo, busco yo al rico y le digo: Deja tus riquezas y ven aquí a gritar. Para que grite conmigo, busco yo al pobre y le digo Salva tu pobreza y ven aquí a gritar. Todas las lenguas en un grito único, y todas las manos en un ariete solo para derribar la noche y echar de nosotros la sombra. León Felipe (español)


VALLA QUE PROTEGE LA DIGNIDAD DEL MO VI RUE Como un resumen de todo lo expuesto en este libro, podemos llegar a una conclusión reveladora. Expresemos esa conclusión afir­ mando que el cooperativismo es una de las vallas más efectivas con­ tra dos graves amenazas de la sociedad moderna: la explotación ca­ pitalista por un lado, y la comunista por el otro. El capitalismo explota económicamente al hombre, en beneficio de una minoría'especuladora. El comunismo explota políticamente al hombre, anulándole como individuo, en benelicio del Estado. Ambas amenazas van dirigidas contra lo más caro y entrañable del ser humano: su dignidad de hombre. El cooperativismo, en cambio, proporciona una solución razo­ nable y digna al problema económico, evitando en gran medida tanto la explotación capitalista como la humillante sumisión del indivi­ duo que exige el totalitarismo comunista.


La participación cooperativista da al ciudadano plena respon­ sabilidad social sin arrebatarle o aplastar su iniciativa individual. En el torbellino perturbador de la sociedad industrial moderna el cooperativismo ha resultado ser, pues, no sólo escuela de civismo y responsabilidad social, sino también valla que protege nuestra dig­ nidad humana. Ello es de importancia suma. Porque de muy poco valdrían los progresos económicos, políticos y sociales incorporados a una socie­ dad si el hombre al cual han de beneficiar esos progresos, pierde conciencia de su dignidad, anulándose como individuo. El puertorriqueño, que siempre ha tenido en alta estima su dig­ nidad de criatura humana, sabe apreciar toda acción en conjunto que lleve beneficios al grupo, pero que no humille o menosprecie los derechos individuales de sus miembros. El cooperativismo bien encauzado y asimilado llena esa razo­ nable exigencia del hombre puertorriqueño.


Deseamos expresar nuestro agradecimiento a la Dra. Ana María O’Neill por uso de parte del ma­ terial aquí incluido.

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Editor:

René Marques

Plan, investigación de material y redacción:

Pedro Juan Soto

Diseñador gráfico:

Rafael Tufino

Ilustradores y dibujantes:

José Manuel Figueroa Antonio Maldonado José Meléndez Contreras Carlos Osorio Carlos Raquel Rivera Rafael Tufino Eduardo Vera Cortès




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