Epístola (1885)

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Y dejas pastor santo

tu grey e.n este "valle, laonclo esonro. en soledad y llanto Fk. Llis de Lkon.

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I. ¡ Oh, valiente Caiibo ! ¡ Oh, noble vate,

lioura y prez de la musa boriucaua! Ya escucho de tu lira

(pie doliente suspira, el ADIOS del guerrero que combate, hasta <pie al fin la fuerza sobrehumana de su brazo, se rinde á la macana. Ya escucho embebecido

el rumor del preludio lastimero,

y detengo el oido

por no perder la vibración sonora de la cuerda que llora

al exhalar el cántico postrero.

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¡ Cuán bellas armonías que regalas al viento, impregnadas de dulces melodías, arrancas al enérgico instrumento I

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Como el ruejo escultor que en bronce labra la Venus que soñó su pensamiento, sabes tú modelar con la palabra

la imagen de la idea que rica en tu cerebro centellea; y haces brotar la vida de la castiza frase, (pie en tí medra, como Moisés el agua bendecida del seno estéril de la dura piedra. Ni Moliere, ni Boileau, glorias del arte que duraron un dia, tuvieron ú tu genio de su parte.

Otra gloiáa más gr.ande todavía,

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que uo cabe en la anclmra del planeta y admiración universal con([nista,

dióle el sér á tn instinto de poeta, y gracia y nervio á tu pincel de artista. Es Cervantes, tu gloria y tu maestro.

¡ Cervantes! Claro sol en cuya lumbre encendiste la antorcha de tu estro; fuente pura de linfas cristalinas

donde flotan las náyades y ondinas que de lauros coronan la alba frente.

Alb' apagú su sed tu labio ardiente, y del raudal ansiado te separas ¡ oh vate ! no saciado. ■

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¡ Cuán difícil pulsar tu vieja lira batida en hierro puro ! Fuera lo mismo que escalar un muro

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guardado por la ira, por más que al corazón sobrara el brio y del pánico el frió no hubiera del valor la fi bra helado.

Tu pulso, ya cansado, teme uo herir la cuerda de diamante, y con mano de acero

y plácido .semblante,

descordas el laúd, que fué el primero en la tierra que besa el mar de Atlante. Tú legas sus bordones,

preñados de sonoras vibraciones, á los vates preclaros

que en pos de tí, con cítara galana, lucen como el albor de la mañana. El enérgico Bkau, genio fecundo

que Cataluña en Venezuela engendra; el que el lenguaje acendra

y lleva en su cei'ebro todo un mundo. Valdivia, el sentencioso y arabesco el que con gracia suma

trueca en hábil pincel la tacil pluma.

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y el trabajo chinesco


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sale de su paleta de colores

cual de jardín americano, flores. El dulcísimo Valle, el selenita que de su genio eu la brillante nube

¡1 los espacios sube,

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y entre los astios sin temor se agita. ^ la tierna Cantora de las LojrAS.

la Safo bórincana, en cuyo seno

paljuta la dicción conceptuosa, siempre dulce y sabrosa, cual sazonado ñuto de miel lleno. En esos cuatro ¡ob bardo ! tu confías

ties cuerdas de tu lira prodigiosa. ¡Ellos liaran surgir sus armonías! Mas la cuerda vibrante,

la que te ha dado talla de gigante, esa, como las armas de Rolando

dejas pendiente de la enhiesta palma, y esa cuerda agitar es necesario; algo lo dice aquí, dentro del alma.

Por eso yo, con brazo temerario, pero que nervio vigoroso encierra

la rama lanzo á tierra, el bordón de la sátira cautivo

y á mi pobre laúd lo enhebro altivo.

Perdona ¡oh gran Caribe! mi osadía; mas huérfano de nombro, pobre y solo,

sin duda el nnis humilde j' sin valía ' de los hijos do Apolo,

tengo un caudal inmenso de alegría que aun al tirso de Momo desafía • y me muero de risa cuando veo

de la humana comedia el cabildeo.

Oye mi canto, nada lastimero, que ya la mente inflama, y que brota del Atico salero

cual del calor, la llama, } dime, si era buena ó mala idea ■

colgar de un árbol tu mejor presea.

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^í^II. Cuentan crónicas Tlejas,

(y no menos veraces por lo añejas)

que el gran emperador Le-tung, de Cliina, el do redonda faz, ojo sesgado

y la flecliuda trenza como endrina, el servicio brillante

de un mísero mortal, entusiasmado quiso premiar, y dióle un elefante. Aceptó el infeliz, xjorque creía sin billete acertar la lotería.

Mas ¡ay! que el animal era insaciable, y para alimentarlo no tenía una sola moneda el miserable.

Presa del desengaño y el bastió, cuando del hambre el frío

de Job al muladar llevólo enfermo,

ceuóselo una noche el paquidermo. Otro caso, más raro todavía, pero no menos cierto,

ocurrió, no recuerdo ya qué dia, ni en qué lugar, que ha muerto el que me lo contó, sin revelarme los detalles del caso,

y en pelillos no puedo yo pararme. Como me lo pasaron te lo paso. Érase un distinguido cari)intero

que cerró su taller, del arte esmero, legando su serrucho más potente, de acero reluciente, á un artista en cerote: un zapatero.

Este miró el regalo con sonrisa de palo,

y dijo para sí: sin duda alguna, no es mala mi fortuna;

mas j qué podré yo hacer con este hierro si, tirando el becerro, ^11

nunca con esas leznas tuve tratos ?

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Y el serrucho flexible

fué á parar á ixn riueon por iuservible ; y tornó el zapatero á sus zapatos. III.

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Y basta ya de apólogos y cuentos que 110 tengo elementos ni riqueza de estUo pava igualarme íl tí, sublime vate,

pues trato de siiguirte y quedo en vilo por temor de escribir uu disparato. Poro ol üUHO UB igual. lia,coa lo iniftmo

que el celeste Le-tniig y cl carpintero, en eHe Viello molde de lirismo

CU quo llOH dás tu iba de combato con el ¡Apios! postrero.

¡Por más que tu bondad pródigo ejerzas no has medido sin dudti nuestras fuerzas!

¿ Quién tu lira gigante, forjada en hierro duro, vigorosa y brillante como el récio diamante,

se atreve íí levantar ? Ni quién se pbliga, sin ser Caupolicán, á alzar la viga ?

¡Oh, no! Recoge presto tu legado, valioso y bien preciado

.

cual de tu afecto los sinceros lazos;

pliega de tu cariño algo los vuelos; si no, verás tu cítara en pedazos como juguete en manos de chicuelos. La bondad de tu genio, bardo amigo, alejado de envidias y querellas de que no eres testigo, te hace ver claros soles y aun estrellas, espléndidas y hermosas, en donde ni siquiera hay nebulosas.

De Borimiuen el cielo literario,


coiuo la flor en el ccviado bioclie, aun permanece oscuro y embrionario

de su creación en la callada noche; y antes que se pronuncie en eso caos

el /idr/a.ic la Ivz, santo y divino,

que lance del error los negros vahos ; para que surja el genio peregrino

han do elevarse escuelas, bibliotecas. academias y centros generosos que las mentes entecas

nutran entre sus brazos vigorosos; que la ignorancia gárrula fustiguen y muiijares ruús sólidos prodiguen.

Entonce, solo entonce, ilustre bardo, tus manes, que no tú, ¡triste es decillo! . verán salir el genio, como el nardo

déla maleza que ocultó su brillo, y cr(;cerá la estrofa borincana

al calor do la musa castellana.

Mas ¡ay!jjue ha de tardar tan grato sueño ;

la triste realidad es bien am.arga, y el tósigo fatal de su beleño "

atrofia el corazón, la mente embarga. En tanto la barquilla en este viaje lleva lloco pasaje;

y alguno se ha colado, qiq, á fó mia

más pertrecho no tiene ni equipaje que la fortuna, del audaz, valía. IV.

¿ Qué tal? ¿ Qué te p.arcce ¡oh, gran Caribe! el resultado fiel de tus lecciones ? La dócil pluma escribe

á la luz de tu ide.a,

lo que la musa ya garrapatea 81U ridiculas, necias pretensiones. Y cuando yo creía

que tu experiencia y tu saber de viejo

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la pobre grey tendría, con tu dulce palabra y tu consejo, ¿la dejas en lo escuro y tú fe ras al inmorfal scfjuro ? ¡Nunca! ¡Jamás! Tú solo en las armas de Apolo eres aquí ambidiestro. Tuyo es el galardón. Sé tii el maestro. Y allí, cuando á la sombra de la ]rarra ,, que la portada de tu hogar conquista, nos expliques ú Larra, á Gallego y á Lista, y á Quintana y Bretón, y tanto sabio que van prendidos de la Fama al labio, descúbrenos las síntesis brillantes

del rey de la palabra, el gran Cervantes, y á mí, tan solo á mí, quedo muy quedo, enséñame á reir como Quevedo.

José A. Dadbon. Enero de 1SS5.

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