Nuestra manera de actuar

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NUESTRA MANERA DE ACTUAR

Serie: IDEAS SOBRE LA SALUD MENTAL Folleto núm. 2 DEPARTAMENTO DE INSTRUCCION PUBLICA

División de Educación de la Comunidad San Juan, Puerto Rico

1ra. edición - 1 9 7 5 Libros para el pueblo, núm. 31


La División de Educación de la Comunidad del Departamento de Instrucción Pública y el Programa de Salud Mental del Departa­ mento de Salud de Puerto Rico colaboraron en la preparación del contenido de estos folletos que esperamos ayuden al lector a familiarizarse con los conceptos sobre la salud mental y su relación con nuestro diario vivir.


INTRODUCCION Decíamos en el folleto anterior, titulado “Nuestra Manera de Sentir”, que el ser humano tiene unas necesidades emociona­ les básicas que no se pueden negar. Se explicaron las siguientes cuatro áreas fundamentales: la necesidad de amar y ser amado; la necesidad de tener aseguradas las cosas materiales indispen­ sables; la necesidad de sentirse útil y la necesidad de recreación. Lo natural en el hombre es que busque satisfacción a sus necesidades emocionales, dondequiera que esté, ya sea en el hogar o en la calle. Lo interesante es que si eso es cierto en cuanto a uno mismo, entonces resulta ser cierto para los demás, ¡que también son seres humanos! Un esposo aspira a que su mujer lo trate con cariño, mientras ella quisiera ver sin interrupciones la novela que la distrae; un adolescente quiere trabajar para comprarse la ropa que le gusta, mientras los padres desean que su hijo obtenga notas sobresalien­ tes; la abuela exige respeto de la chiquilla que considera malcria­ da mientras la joven llora porque después de pasarse horas en el espejo maquillándose le han dicho que parece un espantapá­ jaros. Son escenas estas, como tantas otras, muy corrientes en


nuestros hogares. Son producto del choque entre las necesidades emocionales de los seres humanos y la realidad que les rodea. Es obvio que dependemos los unos de los otros para poder vivir en paz. Pretender en todo momento alcanzar nuestra propia felicidad sin tomar en cuenta a los demás sería ignorar que, como dijo un poeta, “Ningún hombre es una isla”. Empecemos por reconocer que no se puede sentir uno bien si hay algo que turba el balance emocional. La tensión que nos causa una situación — real o imaginaria — crea un estado de incomodidad y se hace imperioso buscar una salida que restaure la tranquilidad. Se levanta ante nosotros un obstáculo que ame­ naza con detener nuestro camino hacia la felicidad y tenemos que defendernos. Las diferencias individuales son muy grandes. Por eso no se puede decir que la gente es “así” o “asao”, en esta o aquella situación. Pero podemos tratar de entender que la conducta nues­ tra responde muchas veces a situaciones específicas y que tienen una explicación lógica. No nos será posible siempre entender nuestras reacciones, pero a veces sí.

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REACCIONES DE LA PERSONA ANTE LOS PROBLEMAS Hay tres maneras, básicamente, en que se responde a un conflicto: se huye de la situación, se lucha contra el obstáculo o se paraliza toda capacidad de actuar. Son respuestas tan incor­ poradas al sistema nervioso que en muchas ocasiones no nos da­ mos cuenta de la razón que motivó nuestra conducta, a menos que nos pongamos a estudiar y analizar la situación que la pro­ vocó.


"El Profeta" - Gibrán Del Crimen y el Castigo - (fragmento) Muchas veces os he oído hablar del que comete algún yerro como si no fuera uno de vosotros, sino un extraño tj un intruso en vuestro mundo. Mas yo os digo, que, así como el santo y el justo no pueden elevarse más allá de lo más alto que en cada uno de vosotros existe, así el perverso y el débil no pueden tampoco caer más abajo de lo que en vosotros es más ruin. Y así como una sola hoja no puede amarillear sin el silente conocimiento de todo el árbol, el que yerra no puede cometer una falta sin la oculta voluntad de cada uno de vosotros. Como en una procesión, camináis juntos hacia vuestro yo Dios.

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Sois el camino y los caminantes. Y cuando alguno cae, cae como una advertencia para los demás, para que vea la piedra, y no tropiece. Sí; y también cae por aquellos que van delante, quienes, aunque más diestros y de pie más seguro y rápido, no quitaron el escollo.

De la Razón y la Pasión

A menudo, vuestra alma constituye un campo de batalla, en el que vuestra razón y vuestro raciocinio luchan contra vuestra pasión y vuestro apetito. Quisiera yo ser el pacificador de vuestra alma, para poder transformar la discordia y la oposición de vuestros elementos en una unidad, y en una melodía. Pero, ¿cómo podría hacerlo, a menos que vosotros mismos fueseis también los pacificadores, y no sólo, sino los amantes de todos vuestros elementos? Vuestra razón y vuestra pasión constituyen el timón y las ve­ las de vuestra alma marinera. Si vuestras velas o vuestro timón se rompen, no podréis hacer otra cosa que corcovear e ir al garete, o permanecer como en calma en alta mar. Porque la razón, si gobierna sola, es una fuerza que limita; y la pasión, sin guía, es una llama que arde hasta su propia destrucción. Por lo tanto, dejad que vuestra alma exalte vuestra razón a la altura de la pasión, para que cante; y dejad que dirija vuestra pasión con razón, para que vuestra pasión pueda vivir


diariamente su propia resurrección, y que como el fénix resurja de sus propias cenizas. Me gustaría que conside reírais vuestro raciocinio y vuestro apetito como a dos amados huéspedes aposentados en vuestra casa. De seguro no honrarías a un huésped más que al otro, por­ que quien es más atento con uno de ellos, pierde el cariño y la fe de ambos. Cuando esteís en las colinas y os sentéis a la fresca sombra de los blancos chopos, compartiendo la paz y la serenidad de los distantes campos y prados, que vuestro corazón diga en silen­ cio: “Dios reposa en la razón \ Y cuando irrumpa la tormenta, y el potente viento sacuda al bosque, y el rayo y el trueno proclamen la majestad de los cielos, (pie vuestro corazón diga, temeroso: “Dios se agita en la pasión.” } puesto que sois un soplo en la esfera de Dios y puesto que sois una hoja en los bosques de Dios, también vosotros de­ béis reposar en la razón, y agitaros en la pasión.

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La Huida Esta es la forma más fácil porque no exige confrontamiento razonado con la realidad. Es mejor a veces negarse uno que tiene un problema y cerrar los ojos a él diciéndose, “Eso no existe”. Las drogas y la bebida en exceso son en muchas ocasiones una huida de una situación penosa. La persona prefiere pasarse en un estado que no sienta ni se entere de los problemas con que tendría que bregar si estuviese en sus cabales. La huida se manifiesta también en los disturbios de pensa­ miento donde la persona parece estarse diciendo, “El mundo no existe.^La realidad es lo que digo que es.”


La Lucha En la respuesta de lucha hay un deseo de la persona de no rendirse ante una situación. Se siente igual o superior al obs­ táculo que se levanta ante él como una pared y busca la manera de vencerlo. Busca un agujerito por doi le salir, le da la vuelta, le trepa por encima, el caso es que mobiliza sus recursos para salir airoso. Los recursos pueden ser utilizados 3n buena lid, sin que se perjudiquen otras áreas u otras personas. La respuesta de lucha puede así mismo convertirse a veces en una fuerza

tan destructiva que elimina por completo lo que

se interpone entre los deseos y la realidad. También hay personas que actúan como si toda relación inter-persona fuera una lucha. Se les olvida vivir y sólo saben luchar. Paralización En la paralización, que en cierto modo es una forma de huida, la persona se inhibe de tomar acción. Su posición es “No puedo o no debo hacer nada.” En su manifestación más extrema puede ser una forma de psicosis, donde la persona se niega a sí misma aún su propia existencia y se dice, “No existo”. “No soy”. Pues bien, ya teniendo a la mano este conocimiento condensadb de las respuestas básicas, ¿estamos preparados para en­ tender la conducta? Imposible. El ser humano no es una ecuación matemática, ni es una ratita blanca con la cual podemos expe­ rimentar para predecir al pie de la letra sus reacciones. A veces una persona reacciona con coraje ante la misma situación en que a otro le da pena y aún otro lo que siente es miedo.


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A veces reaccionamos con una mezcla de temor y coraje, o de mil y una maneras distintas que no se pueden clasificar. Un rechazo abierto de quien pensamos debía querernos, por ejemplo, nos puede hacer sentir en algunos casos muy de­ primidos, en otros muy molestos, o aún en otros hasta aliviados. La posibilidad de quedarnos sin trabajo nos puede causar susto o incertidumbre, rabia o desilusión, estímulos creativos o quien sabe qué otros sentimientos insospechados. Podemos sentirnos agobiados por la envidia, la ambición, el despecho, el aburrimiento y por tantas otras cosas más. Cualquier respuesta, de cualquier tipo, tiene como propó­ n

sito aliviar la presión que nos causa el conflicto entre nuestros deseos y la realidad para aliviar la sensación de amenaza o vul­ nerabilidad que sentimos. Se le llaman a estas respuestas mecanismos de defensa porque son medios de proteger el balance emocional. Pueden ser muy saludables o no. Depende de cómo y cuando los usemos, de con quién los usemos y dónde.


Sería falso alegar que cualquier forma en que actuemos es saludable si logra hacernos sentir mejor. Si al mismo tiempo que logra causarnos alivio no nos añade complicaciones, ni causa da­ ño a nadie, entonces quizás si. Pero muchas veces nos puede añadir una nueva presión o puede estar perjudicando a otro ser humano. La educación es el medio que utiliza la sociedad para ayudar al hombre a encauzar su conducta por caminos que le permitan vivir en paz consigo mismo y en armonía con los demás. El ser humano posee esa preciosa cualidad de la razón que le permite asimilar ideas y traducirlas a una manera de ser racional. Cuando un sentimiento cualquiera no es muy fuerte; o cuando tenemos recursos a mano para bregar con ello; o cuando lo que causó esa emoción desagradable se elimina sin perjuicio para nadie; o cuan­ do tenemos reservas para lidiar con la situación, pasa el desaso­ siego y volvemos a sentimos normales, como nos sentíamos hasta ese momento. Muchas vecés la experiencia nos ha dejado alguna enseñanza. Lo malo está cuando no es así. Imagínese el lector lo duro que es recobrar la calma cuando la situación que provoca nuestra ansiedad no se resuelve y se queda ahí patente. O cuando la si­ tuación es una que, aunque pasajera, ha sacudido los socos mis­ mos de nuestros sentimientos. O cuando el asunto no es serio, pero nos coge en un momento de debilidad emocional. Entonces el desbalance es tan grande que puede llegar el punto en qué no podamos seguir luchando, porque se nos han acabado todas las defensas. Es bueno, por eso, conocer algunas de las maneras en que el hombre trata de conseguir balance cuando su seguridad emo-


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cional peligra. No son formas sencillas de comportarse uno. Cada persona tiene su manera de ser y se conoce a sí misma mejor que los demás lo conocen. Pero podemos atisbar en algunas de las defensas que corrientemente se usan cuando se está en un apuro y tratar de identificarlas. Vamos a usar unos términos técnicos, para ir organizando nuestros conocimientos. A medida que el lector entre en ellos, se dará cuenta que en la experiencia vivida por mucha gente, especialmente los mayores, se ha ido acumulando una sabiduría de vida que les hace entender muchas de las reacciones humanas, aunque no sepa clasificarlas. También la literatura universal le proporciona a uno el encuentro con personajes y sucesos inolvida­ bles, con toda una serie de complicaciones que desafían la cla­ sificación.


PARENTESIS (fragmento) ¿Adonde voy? Que el porvenir responda. La sima es negra y honda; pero es la abrupta cima ingente y clara. Soy de los que en la liza perseveran, y sin temblar esperan la gloria o el peligro cara a cara. Mi musa altiva, que el placer rehúsa, fue la trágica musa contra todos los dogmas insurrecta: armada con el yambo deslumbrante marchó siempre adelante y, entre cien líneas, eligió la recta. Nunca en el lodo de pasiones malas mi inspiración sus alas quiso plegar; en la batalla ruda un triple empuje a confrontarme viene: mi aliento me sostiene; mi fe me salva; mi intención me escuda. Luis Muñoz Rivera

( Puertorriqueño )

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Escape El escape es una de las formas naturales del hombre de re­ solver conflictos. Cuando uno no tiene deseos de confrontarse con un problema o sencillamente no sabe como ponérsele de fren­ te, opta por olvidarse o alejarse. Mientras más lejos mejor. Hay escapes que están justificados a la luz de la situación real por la que estamos pasando. Por ejemplo, supongamos que somos testigos impotentes de una garata entre dos personas a quienes queremos igualmente. Nos “desaparecemos” del sitio, evitando un espectáculo que nos hace sentir muy mal. No siempre el escape trae satisfacción. Cuando se trata de evadir una responsabilidad que uno reconoce que tiene, no hay alivio en el escape y sus consecuencias. Un hombre que no pueda mantener una familia porque se bebe su sueldo a fin de semana, no encuentra placer en lo que hace al sentirse culpable. Escapar, si la situación no tiene otra salida, es un recurso de madurez. Pero escapar sin ni siquiera uno darse cuenta de que eso es lo que está haciendo y sin conseguir alivio al problema que le hizo a uno escaparse de la realidad, eso no resuelve mucho. Es preferi­ ble tratar de usar otros recursos primero.


Proyección De lo más cómodo que resulta en este mundo es echarle la culpa a otro. Es muy penoso aceptar que uno ha cometido un error o que ha tenido impulsos, pensamientos o deseos inacepta­ bles. Cuando uno viene a darse cuenta de lo que está haciendo, le está achacando a otra persona, o a algún objeto o a una cir­ cunstancia en particular la responsabilidad que debiera caer en uno. Es corriente, por ejemplo, oir decir a un estudiante que dejó la escuela, que todos los maestros son malos, cuando en verdad ese estudiante faltaba a clases para irse a pasear con los amigos. Y también oímos decir a un maestro que tiene tantos problemas personales que no le da tiempo a interesarse por los alumnos, que a los muchachos de hoy no hay quien los salve y no merecen atención. Debemos de reconocer que la proyección es un recurso un poco infantil, pues es durante la niñez que más lo utilizamos sin darnos cuenta. Un niño que tropieza con la bola que dejó en el medio, le da una patada de coraje y hace lo mismo con el


L velocípedo cuando se cae de él. Solamente la guía paciente de los adultos hacia el examen sereno de una situación ayuda al niño a desarrollar, según va creciendo, una mayor capacidad para el análisis honrado de sus propios errores. Claro que nadie desarrolla una visión tal que pueda verse a sí mismo con toda la cruda realidad de todos sus errores. ¡Qué horroroso sería! Necesitamos de la estima propia para no perder la fe en nosotros mismos. La proyección, en nuestra vida de adultos, es un mecanismo necesario, a veces, para salvar la estima propia. Por ejemplo, queríamos ganar una partida de dominós a toda costa y al perder nos quejamos de que las fichas eran tan grandes que no nos cabían en la mano y nos distraían. Son recursos tan inocentes que logran hacernos sentir mejor, sin mortificar a otros. Usado así este mecanismo, como alivio ocasional, nos ayuda a conservar el equi­ librio emocional. Lo que hay que cuidarse es de no caer en extremos y pasar­ nos la vida convencidos de que todos nuestros fracasos se deben siempre, siempre, a otras personas. Se puede caer así en manías de persecución que necesitarían ayuda inmediata.

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Desplazamiento Muy parecido a la proyección, en el sentido de que es una forma de huir de la realidad, tenemos el mecanismo de despla­ zamiento. En esta respuesta, lo que hacemos es tapar por com­ pleto, cuando nos encontramos ante una situación de la cual no podemos defendernos y que nos resulta dura, la sensación desa­ gradable o intolerable que nos causa. Pero luego, más tarde, bus­ camos un desahogo en otra cosa que también nos irrita, nos asus­ ta o nos causa asco, o cualquier sensación muy parecida a la original, pero que en verdad no tiene que ver absolutamente nada con la primera situación. La mayor parte de las veces es un desquite injusto, puesto que casi siempre se desplaza la hostilidad que sentimos hacia otra cosa en personas más débiles, o cuando nos sentimos bastan­ tes seguros de que somos nosotros los que dominamos la situación. Veamos algunos ejemplos. Una madre que tiene coraje con el esposo, porque critica la comida que ella preparó y que no se atreve a protestarle al marido, es capaz de atracarle un coco­ tazo al hijo, cuando el muchacho está cantando a voz en cuello, diciendo que la tiene nerviosa. Y si el muchacho es listo y se le ocurre decir, “No te las desquites conmigo”, entonces arrecia el fuete con la excusa de que es un malcriado. Así vemos también que los niños a quienes le pegan constantemente, como única forma de corregirlos, se pasan pegándole a los hermanitos me­ nores. Se necesita mucha comprensión para no romper relaciones con una persona que se las desquita con uno. En el seno de la familia es menester tratar de encontrar la raíz de actuaciones de inexplicable hostilidad de una persona a sus demás familiares,

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ya que en ocasiones la familia se puede percatar de algún área de presión intolerable en esa persona, sea en el hogar o fuera del hogar, que a lo mejor puede tener remedio a tiempo.


Compensación Esta reacción le ayuda mucho a uno a soportar con tranquilidad una falla que existe en uno, de la cual se puede olvidar un poco si en­ cuentra alguna otra caracte­ rística distinta (pie distrae la atención. Compensar es hu­ mano en situaciones corrien­ tes. Si una mujer es bajita, por ejemplo, se hace un pei­ nado alto. A veces, sin embargo, podemos caer en exageraciones, ya sea porque la falla que creemos tener no es tan grande en verdad, o ya porque la manera en que compensamos no guarda propor­ ción con la realidad. Veamos un ejemplo. Una persona ha llega­ do a adquirir una profesión y posee grandes conocimientos. Al mismo tiempo se siente mal porque su padre es analfabeta. El cree que esto es una vergüenza para él. Y con esto ha perdido su sentido de valores, puesto que le da más importancia a la le­ tra que al ser humano. Para compensar lo que cree es su inade­ cuación social habla en una forma rebuscada y difícil y se mofa de los que no lo entienden. Identificación Hay veces, en nuestras relaciones con los demás, que nos topamos con actitudes y maneras de ser en aquellos a quienes queremos, que en el fondo, si fuésemos honrados con nosotros mismos, tendríamos que admitir que no nos gustan ni un po-


quito. Nos asusta tanto la posibilidad de demostrar rechazo que, sin darnos cuenta, vamos poco a poco actuando igual y hablan­ do igual que la otra persona. Una persona, por ejemplo, (pie se crió sin prejuicios raciales, puede casarse con otra persona que se pasa demostrando prejuicios profundos y llegar a encontrarse citando frases o justificando actuaciones que no son en verdad parte de su formación. Sublimación En este tipo de reacción se canalizan los sentimientos que pudieran ser perjudiciales para la estima en que se tiene uno, hacia expresiones y acciones positivas. Es uno de los recursos que proporciona mayor aceptación social, ya que la sublimación ge­ nera conducta favorable a la relación social con los demás.

A veces un matrimonio que no ha podido tener hijos, se es­ mera en ayudar a los hijos de otros cada vez que tiene la opor­ tunidad y a través de esa ayuda descarga sus frustraciones. Tam­ bién, como otro de tantos ejemplos, se puede dar el caso que una persona dedique gran parte de su tiempo a ayudar en la rehabilitación del delincuente como medio de expiar un delito que él sabe cometió pero por el cual no fue castigado.


La sublimación no es una reacción saludable cuando se exa­ gera hasta el punto que la persona se niega a sí misma toda po­ sibilidad de satisfacciones propias. Las necesidades emocionales reprimidas buscan entonces salidas por otros canales que pueden ser peores. Para aclarar este concepto tomemos un ejemplo. Un hom­ bre cuyo padre fue un alcohólico que lo hizo sufrir en exceso reprime su resentimiento y se dedica a ayudar a combatir el al­ coholismo con tenacidad. Pero al así hacerlo abandona toda otra responsabilidad con su familia y se exime de cualquier actividad que le pueda traer distracción y relajamiento. Así se le crean problemas a él y a la familia. Al mismo tiempo, su manera de ayudar está tan cargada de hostilidades ocultas que su ayuda no resulta efectiva. Hay infinidad de otros recursos en la conducta humana que influyen mucho en la salud mental. Para los efectos de este pri­ mer intento basta con los ejemplos sencillos que hemos dado. Esperamos que las ideas expresadas en este folleto le hayan sido útiles al lector para conocerse un poco mejor en su propia manera de ser, y a la vez penetrar un poco más en las causas de su conducta y la de los demás.

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Porque es áspera y fea, Porque todas sus ramas son grises, Yo le tengo piedad a la higuera. En mi quinta hay cien árboles bellos: Ciruelos redondos Limoneros rectos Y naranjos de brotes lustrosos. En las primaveras Todos ellos se cubren de flores En torno a la higuera. Y la pobre parece tan triste Con sus gajos tristes que nunca De apretados capullos se visten. . . Por eso, Cada vez que yo paso a su lado Digo, procurando Hacer dulce y alegre mi acento: —Es la higuera el más bello De los árboles todos del huerto. Si ella escucha, Si comprende el idioma en que hablo, ¡Qué dulzura tan honda hará nido En su alma sensible de árbol! Y tal vez, a la noche, Cuando el viento abanique su copa, Embriagada de gozo le cuente: Hoy a mí me dijeron hermosa. Juana de Ibarbourou ( Uruguay)


Escritores:

Carmen Isales Dr. José Núñez López

Diseñador Gráfico: Ilustradores:

Isabel Bernal

Isabel Bernal Antonio Maldonado Eduardo Vera Cortés

Diseño de Portada:

Eduardo Vera Cortés

Impresión: Talleres de la División de Educación de la Comunidad


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