Patria (1881)

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COSMOPOLITISJIO. MJMORIA LEIDA

EN EL CIRCULO

NACIONAL

DE

LA

JUVENTUD. CON MOTIVO DE LA APERTURA DE LA

SECCION DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS, POR EL SEÑOR CORTON, SECRETARIO DE LA MISMA.

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MADRID: 1881., IMPRENTA DE J. M. PEREZ,

Travesía del Fúcar, 21.

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Á URBANO GONZALEZ SERRANO.

Al insigne filósofo, al crítico profundo, al primer Presidente del Circido Nacional

. de la Juventud, tiene el gusto de dedicar este modesto estudio

A. CORTON.

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Señores:

No por vano artificio exig-ido por la retórica cuando se emprende alguna aventura literaria, sino obedeciendo á necesidad imperiosa, nacida del conocimiento de mis débiles fuerzas y de la grandeza del empeño á mi humildad confiado, ruégoos esta noche prodiguéis en mí todo el cau dal de vuestra benevolencia. Sea ésta el rayo de luz que á clarear venga el deiTotero inexplorado

donde me toca ser el primero á poner la planta, y donde acaso marcharé sólo, si no os dignáis hon rar la discusión del tema con vuestro concurso.

Al dar comienzo á mi modesto trabajo, hecho como sabéis, en plazo fatal y perentorio, la con sideración de ser yo>, el último de los socios de este Ateneo, el encargado de inaugui-ar sus ta

reas científicas en este primer año de su vida, que esperamos sea larga y gloriosa, pone espanto en


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mi ánimo y enflaquece mis fuerzas, pues recor dando la inscripción famosa del templo de Delphos, y conociéndome á mí mismo, temo defrau

dar las esperanzas y marchitar las ilusiones de

los que liayan venido á buscar aquí la elevada exposición de los ideales del arte ó de la ciencia, para encontrar tan sólo la aridez de la imagina

ción y la penuria del ingenio. Alzar una voz, si

quiera sea como la mia , débil y miedosa, desde ésta tribuna, desde la tribuna:del Círculo Nacio

nal de la Juventud , es árduo y temerario empe-

ño-MaJ^entiid es el porv^Tip»

ardientes

afanes^ con sus promesas generosas: es el sol que nace cuando muchos soles se han puesto: es el ideal pug_bidJIa-£a-IMa3 los horizontes, la fé-%ue

es hija de la razón, el ansia infinita^Ja_áe.d nun ca saciada por todo lo nuevo , el entusiasmo por

todo lo bello, lo verdadero y lo j'usto; y para ha blar de estas inefables grandezas á una j'uventud grande, necesitaríase el aliento de un jigante ó el dón sobrehumano de aquellas Pitonisas de la

Edad Antigua, cuya lengua tenía pai-a todas las

generaciones, los secretos de lo futuro.^ Pres^ntar-áj.uestro exámen y someter á vues

tro juicio, algunas consideraciones acerca del concepto de la pátria, de suHácimiento, desarro-


lio y verdadera signlficaeion en la Edad Moderna, poniendo de manifiesto en toda su perspicuidad este que podríamos llamar problema, con la solu ción que juzgo más adecuada; tal es la base so

bre la cual intento edificar un castillo de naipes que el menor soplo de la crítica barrerá de segu ro, dándome yo por dichoso y bien remunerado si estas humildes palabras mias con que tengo la honra de exponer el tema, caen prontamente en el olvido á que son acreedoras, salvándose tan

sólo de éste el fundamento de aquéllas; es decir, el tema, para el cual he de permitirme reclamar toda la atención que su importancia y notoriedad merecen.

'parece cosa obvia y baladí el hablar de la pa tria , entonando ditirambos en loor suyo, y dan do desahogo al amor algún tanto irreflexivo que á la tierra natal suele casi siempre profesarse. En el libro, en el periódico, en la tribuna, has ta en la cátedra llamada del Esjñritu Santo, la pátria es á las veces el pretexto y punto de par tida para todas las concupiscencias, el antifaz del político perseguidor de los éxitos de un dia. Y, sin embargo, ¡cuán pocos aciertan á comprender el verdadero concepto de la pátria! Se ha abusado

tanto de su santo nombre por políticos egoi^as


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interesados, acaso, en poner una valla á las cor rientes civilizadoi'as que pudiesen venirnos de otras naciones, alguna de ellas muy cercana; se

ha alardeado tanto de patriotismo y de españolis mo por los afiliados á cierta escuela económica, bien quista siempre con la protección y el mono polio, que en nuestro desventurado país la frase

de Luis XIV será siempre una mentira, y los Pi rineos existirán eterna y desdichadamente para España.

Extraña quimera parecerá, sin duda, á las per sonas sensatas, el soñar ahora, en un sigio rela tivamente atrasado con el advenimiento de me

jores dias, de dias paradisiacos en que el hombre constituya una sola familia y condenada la guer

ra, y dignificado el trabajo, se unan los hijos del planeta desde las estepas de Rusia hasta las sá banas de América, para fundar, acá en la tierra, la ciudad de Dios. Guardárame yo bien de emitir

tales opiniones en el seno de la Juventud católi ca, juventud vetusta encariñada coa todo lo de crépito; más aquí en vuestro seno y en este re cinto, ningún sueño será graduado de locura;

ninguna utopia será acogida con burla ó desden; pues una utopia es sólo una verdad prematura, y según un escritor nos ha dicho, la humanidad


lleva siemTjre la utopin pn-sn-rminieneia^ como

también lleva siempre la esperanza en su co razón.

La idea cp^smopolita tardará mucho tiempo en

abrirse paso op nuestra'blspafia, atento á que apénas se ha eg-ercido en este suelo débil propa ganda en tal sentido , teniendo España la mala ventura de que las distintas veces en que se ha intentado entronizar la idea cosmopolita entre nosotros, ha sido en virtud de la fuerza é hirien do las fibras más delicadas del sentimiento nacio

nal. Qué mucho que el arag^onós se juzgue ex tranjero allende el Pirineo, cuando áun cruzan por nuestro horizonte, clamando venganza las sombras de los sublimes mártires de Zaragoza y Gei'ona, de aquellos que sacando fuerzas déla debilidad para renovar en la moderna historíalas

proezas de la antigua, supieron morir heroica mente, no por defenderla pátria, que no merecía tan dulce nombre la miserable España de aque lla época, inmensa erg-ástula de siervos dominada por un déspota, sino ñor fjpfmider la bnndeTa de

la tiranta, v la independencia de_^SSínjn4snia- ergástula, contra un poder invaso£j.dolentí.simQ en

sus procedimientos, acaso y sin acaso, pero que venía á sacarnos del oprobio de uña corte abyec-


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ta, inieiáudonos en los prineipios de la gran reTolueion cosmopolita de 1789. Aunque esta apreciación mia pudiera ser ó fue se en realidad impopular en España, juzgando yo bajo el punto de vista cosmopolita en que me he colocado, el noble movimiento que dió oríg-en á la gloriosa epopeya llamada de nuestra Inde

pendencia, comprendo y disculpo la conducta de aquellos hombres de letras que impelidos de su amor á la libertad y casi averg onzados del opro bio en que vivíamos, rindieron homenaje al inva

sor triunfante, pensando y con razón, á mi juicio, que no era pátria, que no podia designarse de

tal suerte la España de entóneos, como no podía llamarse pátria la Italia de Alfieri y de Hugo Fóscolo. El estrecho espíritu de nacionalidad, que

siempre ha distinguido á la raza española, siendo las más veces causa de crueles humillaciones y

de vergonzosas "eaidas, y la ceguedad por otra parte del gran capitán del siglo que juzgaba co

mo Alejandro, la guerra, medio adecuado para difundir la civilización .y propagar las ideas,

enardecieron por tal modo en nuestra España el sentimiento pátrio, que desde aquella etapa la palabra extranjero es sinónima de enemigo, y el andaiuz'y'irmanchego languidecen de nostalgia


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á las márg'enes del Sena, cuando no en la inisma América del Sud, donde el propio idioma é idén ticas costumbres debiei*an fortalecer los vínculos

que forjó la historia y el común origen. Empero, gracias sean dadas á la Providencia que sacando hasta de los mismos infortunios consuelos y en

señanzas, nos hizo ver, hace muy poco, cuando la furia de los elementos azotó los campos de Múr ela, y el pueblo francés acudió solícito en nuestra ayuda, que para la caridad no hay fronteras,

como puede habírlas, desdíélfadamente, para la política. ¡La caridad! Ella hadado el prinigji

paso en la fférmosa senda que nos_g;umi-al-ideal soñado.

~~Ciertas g-entes de conciencia tímida, descono-

cedÓras de óti'o horizonte que el que se abarca desde el campanario de un villorio, ignorando que la idea cosmopolita no excluye el sentimien

to pátrio, sino, ántes bien, se comjdetan y se con funden en la mente y en el corazón ^ los mortales, señalnrón como blasfemia ó delito diamo de

d.qspertarJrLa-cóleras_del cielo estos nuevas rum-

bcís'Tlel pensamiento humano'hácia una pátria cñomn. que ya~se"eñ(ñl'eirtriuina¿Lauunciados en la infancia de lassoci£dades,.eiilos primeros borl'adhrés de los sisíenias relmiosos. desde los tiem-


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pos de Budha y de Confucio, y que mal se com padecen, en sentir de alg-unos, con ese noble y fecundo eg-oismo de la pátiia. Pero ¡ali! sea per mitido, al ménos, á los desdichados que carecen de ella, el derecho del llanto! Pueda en buen

hora el trágico italiano al contemplar á su g-ran pátria opresa, abatida y exhausta exclamar en un parasismo de espantosa amarg-ura; •¡¡Kaci en

Italia:pátria no la tengo!»; pueda en buen hora el cisne de la libre Albion, siempre extranjero en su país natal, decir en son de protesta contra las preocupaciones dominantes en su sociedad y

en su tiempo, que « odiaba á su pátria»; repitan esta misma queja uno y otro dia Leopardi y Heine, y áun el mismo Larra, que conservó hasta la última tarde de su vida, en los lábios que sólo abria el sarcasmo, la amarg-a sonrisa con que se burlaba constantemente de los infelices Batuecos.

La idea cosmopolita pertenece exclusivamente

á la Edad Moderna. Siendo la idea cosmopolita un prog-reso sobre la idea pátria, y no existiendo ésta en la antig"üedad, ó si existia, mostrábase confusa y embrionaria, atento á que la pátria se mudaba diariamente, merced al capricho ó la fortuna de los conquistadores, en vano buscaría mos en la India ó en el Egipto, en Grecia ó en


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Roma, muestras claras y notorias dala existencia

del cosmopolitismo. Entiendo yo que esta idea no ha tomado cuerpo formulándose de un modo

preciso y categ-órico hasta el siglo pasado, cuan do Anacarsis Cloots, aquel extranjero filántropo

que espió en la guillotina el delito de haber egercido en medio del terror un apostolado de paz,

de amor y caridad, propagó con sus discursos

pronunciados en el seno de la Convención y con sus escritos que la posteridad ha olvidado injus tamente, sus dos ideas favoritas: el cosmopolitis mo y el ateismo.

-1' Sin embargo, aunque la antigüedad, merced á su adoración á la materia y á su total desconoci miento del espíritu rechazára estos nobles ideales de la humanidad , hállanse, cuando con diligen cia se buscan, algunos vestigios, algunos usos y

costumbres que pudieran servir como de basé

para ensanchar aquella mezquina concepción de la pátria que hacía decir al romano: civis Rommns sum. Aquella hospitalidad, tal como se practica ba en los pueblos antiguos, en que las doncellas ofrecían al extranjero la tierna flor de su virgi nidad, era un contrasentido en aquellas socieda des que apellidaban bárbaro al extranjero. Y es que estas denominaciones no deben tomarse en


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su sentido exti'ict(j). «Los Grieg'os no formaron jamás un pueblo, iin Pistado; pero si les faltó la unidad política, tuvieron en alto g^rado la unidad intelectual que constituye la civilización de un pueblo. Tierra privilegiada de la intelig-encia, la Grecia era una nación por la cultura intelectual. El griego no se distinguía del extranjero como Griego. Heleno era sinónimo de hombre civiliza

do, y como tal, se oponía con orgullo á los Bárba ros que no hablaban su armoniosa lengua. Esta unidad intelectual bastaba á los Griegos para llenar su misión. La unidad política tal como Roma la ha concebido y realizado, hubiera sido el mayor obstáculo al desenvolvimiento del genio helénico » (1). Ellos sin quererlo ni pensarlo, nos dieron tal vez, las bases del cosmopolitismo. El más profundo de sus filósofos, Sócrates, se lla maba así propio; « ciudadano del mundo.» Gran falta hace en la Edad Moderna un pueblo como el

pueblo Griego, de quien decia Cicerón que liabia civilizado las naciones , enseñándoles la dulzura y la humanidad.

Entre todos los pueblos de la Grecia eran los Atenienses los que tenían más elevada idea de G) Laurent.—Btudes sur 1' hlstoire del' humanité.


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las i'elacioiies internacionales. Los poetas son los

profetas de la humanidad: importa, pues, huscar eri sus obras el sentimiento nacional. «El extran

jero, dice Homero, es como un hermano para todo hombre que siente en su alma la más liérera

compasión.» «Yo no he olvidado, dice Sofócles en el Edipo, que en mi infancia estaba en una tierra extranjera, y que errante, fuera de mi pátna, corrí los mayores peligTOs: por eso no rechaza

ré jamas al que pide hospitalidad.» La relig-iou sancionó las relaciones á que habian dado lu gar la necesidad ó la conmiseración. Homero re

pite muchas veces, que los extrajeros y los pobres vienen de Júpiter.» Los dioses vengaban la vio lación de la hospitalidad. Tenía ésta la fuerza de los lazos de la familia: los deberes y los deiec ios que creaba eran hereditarios como los que nacen

de la sangre. Preciso es que el poder de estas relaciones haya sido muy grande, pues o que

bastaba recordarlas para hacer caer las amas de manos de ios combatientes. Glauco y Di m des se adelantan en medio de los dos ej rci os

ardiendo en deseos de combatir; cuando están cerca uno de otro, el Griego dice al Tioyano que áun no le ha visto en los combates: le pregunta cuál es su pátria.» Por qué, responde Glauco, me


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pi-eg-untas cuál es mi oríg*en ? El nacimientó de los hombres es como el de las hojas. El viento extiende las hojas sobre la tierra; pero el bosque fecundo, produce otras nuevas cuando lleg'a la primavera: así nacen y se exting-uen las razas humanas. Sin embarg-o, si quieres saber mi oríg^en y el de mis padres, escúchame. « La nai-ra-

cion de Glauco enseña á Diómedes que sus abue

los han estado unidos por los saqtos lazos de la hospitalidad; lleno de aleg-ría, clava su lanza en tierra y dirig-e á su adversarlo estas dulces pala

bras: «Así, pues, yo soy para tí en Arg-os un hués ped querido,como tú lo sei'ás para mí en la Licia cuando yo .vaya á esos pueblos. Evitémos que ■ nuestras lanzas se encuentren aún en la pelea..... Cambiémos nuestras armas para que todos sepan cuánto honrauios la hospitalidad que en otro tiempo unia á nuestros padres.» Los dos á estas palabras, se lanzan de sus carros, se dan la mano y se juran una fé con.stante.»

Pero estos débiles testimonios que la remota antig-üedad nos ofrece, no son otra cosa que los

borradores de una idea que áun distaba mucho de su cabal desarrollo. Existen g-randes contra

dicciones en la vida de las viejas sociedades. Ve mos por un lado esta g-randiosa concepción de la


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hospitalidad, que hasta en el primitivo Oriente se nos presenta con seductores caractéres,. y vemos

por otra parte un absoluto desconocimiento délos derechos del extranjero. Mientras unos pueblos

se. perdian en el seno de la bai'bárie, otros pue blos cultivaban los gérmenes de las ideas. Y esto

provenía de que unos pueblos se aislaban de los otros, y cada uno vivia para sí sólo. Habla pue blos artistas como el griego, guerreros como el

persa, comerciantes como el fenicio, religiosos como el judío; pero todos ellos vivian en el egoís

mo y no alcanzaban á ver más allá de su familia, de su ciudad, de su tribu, de su nación. La mis

ma Roma, con ser la más-humanitaria de las ciu dades antiguas, sólo supo hacer el mundo Ro mano.

Era necesario que una revolución en el órden

moral, un g-ran acontecimiento que habla de cambiar la faz del mundo antiguo, una voz sali da de un rincón del Asia para despertar á los

pueblos de su horrible sueño , ensanchase los re ducidos límites de la pátria hablando á los hom

bres del reino de Dios.¡Qué gran triunfo para las ideas de universalidad! Ya la pátria del hombie no es la aldea, no es la provincia, no es la na

ción, no es, ni siquiera el planeta: ¡es el infinito'


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«Id á enseñar á las g-entes,» decía Jesús á sus

discípulos, y éstos iban de pueblo en pueblo reci biendo la hospitalidad, ó mejor dicho , tomándo

sela ellos mismos. El Imesped tenía en Oriente g-ran autoridad y era superior al dueño de la casa, al cual inspiraba la confianza más absoluta, y esa predicación á domicilio, en el seno del ho

gar doméstico, era excelente para la propaganda de nuevas doctifinas, sirviendo de pag'o ab bene ficio que se recibía, y provocada por la política y las buenas relaciones, facilitaba la emisión de las ideas y la conversión de las familias. Sin la hos

pitalidad de Oriente, la rápida propaganda del cristianismo sería un hecho incomprensible, y Jesús, que tenía g'rande apego á las viejas cos tumbres, aconsejaba á sus discípulos no abrigadsen escrúpulo en utilizar aquel antiguo derecho

público» (1). Véase, pues, la hospitalidad prestan do eficaz ayuda al progreso moral del Cristianis

mo. La gran fuerza de éste depende, en primer término, de su espíritu cosmopolita; así se com prende cómo por úna especie de destino excepcio nal se presenta todavía el cristianismo puro al cabo de diez y ocho sig-los, con elmarácter de una (1) Uenan.—Viede Je.sus.


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relig-ioQ universal y eterna, y es porque,en efeeto, merced á su espíritu cosmopolita, la religión de . Jesús contiene en sí el gérmen de la religión de finitiva. «El reino de Dios tal como nosotros lo concebimos, difiere notableme ite de la aparición sobrenatural sobre las nubes que los primeros

cristianos esperaban; pero el sentimiento que Je sús introdujo en el mundo, es el nuestro, y su

perfecto idealismo la más elevada norma de la vida pura'y virtuosa. Jesús creó el cielo de las almas puras, ese refugio donde se halla lo que en vano se busca en la tierra; creó la pureza absolu

ta, la total absolución de la mancilla del mundo, y, por último, la libertad que las sociedades ex cluyen de su seno, como un imposible, y que no tiene entera amplitud sino en el dominio de la

idea. Creó, sobre todo, la solidaridad humana, h anunciando la pátria universal. Para los que sej refugian en ese ideal reino de Dios, Jesús es to davía el gran maestro» (1).

No pretendo yo expresar que Jesús predicase .abiertamente el cosniopolitismo tal como lo ex

puso en el ocaso del pasado siglo el revoluciona rio Anacarsis Cloots. Tal idea no podia entrar en ti) Reuan.—Vía do Jesús.


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la mente de los pueblos antigmos; pero al oponer Jesús al politeísmo el dogma de la unidad divina, principio grande y fecundo, cuyas consecuencias bastaban para regenerar al hombre, hizo derivar inmediatamente de aquel dogma el de la unidad humana: del de la unidad humana, el de la fra ternidad y la solidaridad universal: del de la fra ternidad y la solidaridad, la igmaldad absoluta de

todos los que componen la humanidad en el tiem po y en el espacio. Si no hay más que un Dios y

de él somos hechura, tenemos todos un-Padre, somos todos hermanos, constituimos "todos con

él una familia: hé aquí el principio fundamental del cosmopolitismo.

Pero cayó sobre el mundo, con todo su séquito

de horrores, la noche temerosa de la Edad Media, ahogando en ñor aquellas manifestaciones con

que la antigüedad emancipada de la barbárie pol la virtud del Cristianismo, había llenado el mun do interior de la conciencia. «Hasta la legislación

romana que en un principio favorecía la desigual dad de clases, y luégo, al sentir la influencia vi

vificadora del cristianismo, se habia hecho igua litaria, concediendo á todos los subditos del im

perio, los derechos políticos y sociales que habian

sido patrimonio de un sólo pueblo, minando por


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su base la esclavitud y preparando el camino que

liabia de dirigirnos al reinado de la fraternidad

y de la justicia, se apartó entónces de sus nobles fines, sancionando la creación de un poder inde pendiente dentro del Estado y acogiendo bajo su sombra á la Igiesia para llenarla de privilegios de que tan justamente acababa de despojar á los que los hablan poseído durantemuchos siglos»(1). ¿Cómo buscar la idea cosmopolita, bija de la igualdad, en una época en que la igualdad era imposible? La invasión de los bárbaros y su influencia en la vida social constituían un gran

progreso en el órden moral y político; ellos po seían nuevos elementos que el cristianismo debía

aprovechar y aprovechó en efecto: ellos conser varon con tenaz empeño los hábitos de indepen dencia que hablan traído de sus bosques: «Ten dieron casi constantemente á la igualdad que ya

en su país nativo constituía uno de sus más vi vos y poderosos sentimientos, y el cristianismo fortificándoles en ellos, les hizo por mucho tiem

po refractarios á toda clase de desigualdades; - pero no pudo a) fin, impedir que del seno de esos mismos pueblos surgiera el feudalismo y con él U) Pí Margall.—Estudios sobre la Edad Media.


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ya que no la esclavitud, la más oprobiosa servi

dumbre» (I). Ya no hay pátria para los pobres siervos del terruño. La pátria es el patrimonio del

señor feudal y del clero, cómplice suyo. ¿Cómo fundar una pátria, cuando no es dado fundar una familia? El señor feudal, usando del bárbaro de

recho da

robará á la esposa del infeliz

aldeano las primicias del cuerpo y la arrancará liiégo sus hijos para llevarlos á la g-leba. No es posible, no, amar el suelo donde se ha nacido

cuando ese suelo está humedecido con sang-re y lleva impresa la huella de las cadenas del es clavo.

Será necesario para que la dig-nidad humana

recobre sus fueros, para que la idea de pátria crezca y se desarrolle, que venga el siglo décimo octavo con sus luminosas ideas, la Revolución

del 89 con sus tremendas enseñanzas, y por lilti'mo, la Revolución de 1848, con un ideal más hu mano, con un espíritu esencialmente cosmopoli ta, á domiciliar definitivamente sobre la faz de

la tierra los principios de libei-tad, igualdad y fraternidad. El ferro-canfil llevando de una ciu-

,dad á otra la industria y el comercio; el telégrafo ,U) Pí Margall.—Estudios sobro la Ednd Media,


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acortando las distancias; el vapor domeñando los

mares ; el trabajo, en una palabra, modificando hasta la g-eog-rafía de los continentes, han unido ya á los pueblos por los lazos de los intereses materiales; no de otra suerte se unirán éstos por los intereses morales,cuando los exclusivismos de

pátria, nacionalidad y raza hayan pasado á la esféra de las aberraciones humanas. Del adelanta miento de la raza eslava, la raza cosmopolita por

excelencia, depende en primer término la victo ria de este ideal bendito.

Y ¿qué es la pátria. Señores, qué es la nacio nalidad? ¿Qué elementos las forman? Tso deben ser ciertamente ni la identidad de lengua, ni la di-

'ferencia de razas, ni las fronteras naturales. Paia los alemanes no circunscriben la pátria ni las montañas ni los rios: para ellos la patria se ex tiende á toda la tierra en que se habla el idioma

de Goethe. Juzg'ando por este criterio están in completas la Alemania y la Italia; le faltan á ésta parte del Tirol, la costa de Dalmacia y el cantón del Tesino: le faltan á aquélla los cantones

de Herna, Basilea y Zurich; los ducados de Saisburgo, Estiria y Carniola, el margraviato de Moravia y parte de Silesia. El Austria, casi podría formar parte de Alemania. -Tuzg-ando con aquel


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criterio,Portugal estaria justamente separado de España, y Cataluña, Valencia, las Islas Baleares, y sobre todo, las provincias vascas, cuya lengua no tiene afinidad alguna con las del resto de Eu

ropa , deberían constituir naciones independien tes con igual derecho que Irlanda y Escocia,

viniendo, en cambio, toda la América del Sud y gran parte de la del Centro á formar parte de la Nación Española. Si á las fronteras naturales se atiende, siendo

éstas las montañas, los mares y los rios, la cordi llera Ibérica deberia dividir la Península en dos naciones; una á Oriente, otra á Occidente. Las

cuencas del Ebro, del Jücar y del Segura podrian constituir dentro de la España oriental hasta tres naciones; y^con'arreglo á este principio, para que Francia g-anase sus fronteras naturales, deberia tomar una buena parte de Alemania, toda la Bél gica y la mitad de Holanda.

Si se considera la diferencia de razas, tropeza

ríamos desde el primer momento con un grave obstáculo. Ninguna raza se conserva pui*a. «Des

pués de las invasiones de tantas y tan aparta das gentes, ya de Asia, ya de Africa, como han venido á.establecex-se en Europa después de tan

tas irrupciones de los mismos pueblos europeos


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del Norte sotre los del Mediodía, hállanse todas las razas confundidas y mezcladas. Según el cri

terio de razas, habríamos de formar una nación

del pequeño grupo vasco, otra del grupo albanés, otra de los eslavos del Báltico, y en cambio, abra zar en otra todos los demás pueblos eslavos, y en

otra todos los latinos con inclusión de parte de la Gran Bretaña. Circula sangre germana por

casi todos los pueblos latinos. Los mongoles que

constituyen nó ya una raza, sino una especie, tie nen hoy mismo sus ramificaciones en los finlan deses y los lapones de Rusia, en los magyares de Hungría v en los osmanlies turcos. Al Norte de Prusia viven juntas, y áun mezcladas , la raza germánica y la raza eslava; en Escocia, los sajo nes, variedad de la raza g'ermánica y los celtas que lo son de la raza itálica» (1). No, no es po

sible fundar sobre tan deleznables bases un edi

ficio permanente. Esta división en razas peca de falsa en sus fundamentos y de atentatoria á la unidad humana en sus consecuencias. NnJiM

más que una raza; la raza humana. No es dado al hombre desunir lo que Dios ha unido.

¿Qué sigmifican, si no, esasigrandes conquistas (1) Pí Marg-all.—Las Nacionalidades.


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del espíritu humano; esas frecuentes apoteosis del trabajo; esa unión de los hombres de todos . los pueblos en presencia de las maravillas de la

ciencia y de la industria, qué sig-nífican y qué son sino como los preludios inciertos que anun cian las g-randes síntesis de la nueva sociedad? O las Exposiciones universales que con tanta fre cuencia se repiten en nuestros dias, no son nada, ó hay que juzg-arias entrando en éllas con estas esperanzas sociales. Todos recordáis^ si habéis

concurrido á la última Exposición de París, aque lla calle que se titulaba «De las Naciones»; era un^ pequeño mundo visto en mínima escala. Era la

calle de una g-ran ciudad del porvenir cuando lle-

g-ue la época de ía fraternidad" humana y la idea de la pátria haya desaparecido. Y desaparecerá, seg'uramente. Nosotros, creyentes en el prog-reso, reanimamos la fé en presencia de estas g-randes conquistas del trabajo; de esas conquistas sin

song-re que enseñan al hombre á creer, á sufrir, á esperar; que ensanchando el dominio de la in

teligencia, ensanchan también los horizontes de lá verdad, y haciéndonos cruzar en alas de una ansiedad nunca agotada y nunca satisfecha el campo de lo infinito, nos hacen ver á nosotros, hombres del siglo xix, viajeros extraviados en un


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desierto sin odsis, náufrag'os en un Océano sin límites, la huella luminosa de los que nos prece

dieron en el trabajo y ántes que nosotros arriba ron al codiciado puerto, y para daimos aliento en la lucha y fé en el triunfo, dejaron g-rabada con caractéres inmortales en el umbral de la Historia

la sublime y consoladora palabra: ¡ Adelante! Yo recuerdo, Señores, haber presenciado he chos que, dejando en mi espíritu honda impre sión, hánme afirmado más y más en esta idea de

buscar una pátria común. Hace tres años lleg'ó á esta córte, con objeto de ultimar arduos asuntos de Estado, una Embajada del imperio de Marrue cos. Aún recuerdan nuestras damas baber visto en la bulliciosa calle de Alcalá, la tarde en que

tuvo efecto la g'ran revista militar con que les

obsequiára el Rey Alfonso, á aquellos sesudos di plomáticos de tez azabachada, que envueltos en blanquísimos turbantes que caían sobre el lomo

del inquieto potro de pura raza árabe, servían de blancy), á pesar de ser neg-ros, á las miradas de las bellas, recibiendo con la más fria indiferencia aquellos homenajes, como si en su pecho guarda

sen la congoja de implacable recuerdo, ó en sus almas la nostalgia de un eden perdido. Termina

da y cumplida la misión que á esta córte les tra-


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jera^ ántes de restituirse á la suya, visitaron várias ciudades de la Península, deteúiéndose al-

g-unos dias á las márg-enes del Darro y del Genil, donde se alza con sus floridos cármenes y sus al menadas torres la g-entil Granada. El paraíso que su fe religiosa les hace ver en el porvenir, ellos lo encuentran en el pasado. Allí está, allí se le vanta como-surgido de mágica evocación el por tentoso alcázar de la raza Athamaride, monu mento,de un arte precoz y brillante, y vestigio de una civilización injustamente desdeñada. La empinada Ararat que se eleva coronada de nieves

eternas más allá de las nubes y cuya espalda me ridional es la Alpujarra, maravilla de la natura

leza, donde anida al lado de los pájaros roqueros y como en desnudas colmenas, un enjambre de pueblos que conservan aún en su fisonomía ras

gos de la raza muzárabe: allí se muestran, inju riadas por el tiempo, las ruinas del palacio Albaicin, el viejo rival de la Alhambi-a, en cuyo recinto el artero Zagal urdia las acechanzas y concerta ba los planes que iban á herir directamente á Albohacen ó á su hijo Boabdil é indirectamente el corazón de aquel reino agonizante, no tan destro

zado, empero, por la desunión de los sarracenos, como lo fué después de la conquista por el fana-


29

tismo de los cristianos; los blancos minaretes donde el muezzin llamaba á los fieles al templo; las innumerables ruinas, impreg-nadas de vaga

poesía que se ven por doquiera; los huertos y los campos cultivados todavía según las tradiciones

agrarias, que nos dejó aquel pueblo, á la vez agricultor y artista; el ruido de las fuentes y de las cascadas, que semeja un eco de lejanas tier ras soñadas en la mente; el sol del cielo granadi

no que quema el rostro como el sol del Africa; el aire que huele á los aromas del paraíso mahome tano y que mueve las hojas de los naranjos plan tados quizá por alguna reina mora en el patio de Alcazaba, en el campo de Ababul ó en los jardi nes de Generalife, deleitoso parque de alamedas frondosas, surcado por mil arroyos, por el que discurrían al caer de la tarde, suspirando elegías ó cantando á la «nueva Armenia,» poetas de apa

sionado númen que nos han dejado en la litera

tura aljamiada, tesoro preciadísimo olvidado aca so por nosotros, pero nunca por el Arabe y ménos por aquellos enviados del Imperio de Marruecos, que extranjeros hoy en la tierra de sus abuelos, al visitar la antigua ciudad de Granada, después

de traspasar el umbral de la gran puerta Judiciaria que dá acceso á la Alhambra, arrodilláron-


- . 30 se en el patio de los Leones y besando con su boca y reg-ando con sus lágrimas el pavimento, halla

ban en el fatalismo de su religión reparador con suelo para decir ó balbucear esta frase que en

cierra una g-ran resignación al par que una gran enseñanza: ¡Bendecido sea Alá que así da la pátria como la quita!! (Aplausos.) ¿Cuál es la pátria de aquellos hombres? ¿Cuál es la pátria del Alsaciano y del Lorenés, alema nes hoypor las contingencias de la política, como

lo hablan sido ántes, franceses siempre por el corazón y la inteligencia y el carácter, que apénas recuerda el primero que en Estrasburgo se

inventó la Imprenta, porque el autor de este pro digio era un aleman, miéntras el segundo re cuerda con orgullo que la pequeña aldea de Domremy es la cuna de la g'ran heroína legendaria?

¿Cuál es la pátria del mísero judío, perseguido siempre, sin detenerse nunca, por camino de abrojos, con la pleg'aria de Moisés en el lábio, el báculo del peregrino en la mano y el estigma en la frente, condenado á alzar la vista á un cielo que no es el suyo, después de haber dado con su antigua ley y con sus viejos ritos, base y funda mento á otras religiones nuevas que, como el

héroe mitológico, han devorado á su hija? ¿Cuál


31

es la pátrla del Polaco, opreso, mutilado y exan güe, que ha visto al ruso y al austríaco agarrar

se, cual rapaces buitres, al cadáver de su nacio nalidad y anidar á la orilla izquierda del Wartha las águilas prusianas y su antigua capital, Posen, como botiu de guerra, en mano de los soldados

de Alejandro II ? Si la patria fuese como pretende álguien, el mezquino terruño donde por un ca pricho del acaso se-nace, la roca hospitalaria que receje nuestra primera lágrima, el florido valle donde hemos visto la luz de la primera alborada;, si la pátria fuese exclusivamente ésto y sobre esta

concepción de la pátria producto del sentimiento, no se elevase otra concepción más alta, producto del raciocinio, no habría llanto bastante en el

corazón de los buenos para sentir ei infortunio del judío arrojado de su sinagoga, del Polaco es clavo, del Lorenés cobijado cada día bajo los pliegues de distinta bandera.

Un niño, de raza opuesta á la nuestra, de pa drees austríacos que emigran á España durante breve tiempo, nace en la villa de Madrid y es llevado á los pocos meses á Viena, siendo espa ñol por ciego azar de la fortuna, austríaco por la ley y la naturaleza, pues que en la tierra de sus

padres se formarán su inteligencia y su corazón


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y allí recibirá esas primeras impresiones que son como los hilos misteriosos con que se teje luég-o la urdimbre de la vida. Este niño, al pisar el um bral de la adolescencia, sentirá por su suelo na-, tal viva simpatía y deseará, tal vez, AÚsitar algmn

dia los lugares, siempre risueños, en que se me ció su cuna: pero, ¿ podrá exigirsele en rigor de justicia, que profese profundo amor al país des conocido en que naciera? Ciertamente que no. La pátria la forman las ideas, los sentimientos y las •costumbres. Allí donde el cerebro haya recibido i

las primeras ideas y el corazón se haya abierto como la ñor al contacto del rocío, al primer amor y nuestros sueños se hayan realizado y nuestras

lágrimas se hayan confundido con las de otro sér que llore con nosotros, allí estará siempre, superior á la pátria del cuerpo, la pátria del es

píritu, inmutable y eterna, que nadie podrá arre batarnos, porque la llevarémos siempre concen trada en el pecho, formada con ese conjunto de recuei'dos, de afectos y desesperanzas. , ■ El hombre tiene el derecho de elegir un sepul■ ero y el deber de aceptar una cuna. Náufrago arrojado al tempestuoso golfo de la vida, equi voca á veces la playa. Viajero que vaga al azar, se detiene allí donde le sorprende el viento del,


33

desierto, feliz si le da abrig-o un oásis, infortuna

do si le cubre la abrasada arena, pero siempre resig-nado porque la cieg-a fatalidad le ha ordenado que se deteng-a. El hombre al nacer á la vida, se

equivoca á veces en el espacio y en el tiempo. Nace á veces en un sig-lo cuyos errores desdeña,

ó en un país cuyas costumbres maldice. Byron será siempre extranjero en Ing-laterra y íleine en Alemania, y Alfieri en Italia, y Pouchkine en Ru

sia. Extranjeros en la pátria, extemporáneos en el tiempo, como á hijos espúreos, su sociedad les

ai'roja de su seno y van errantes de pueblo enpueblo hasta encontrar alg-uno cuya civilización les es más g-i-ata, y donde quisieran haber nacido, ó mueren,olvidados ó maldecidos en su suelo

natal, hasta que los siglos en su ascensión pro gresiva les dan la razón. El porvenir era su pá tria y el porvenir les acoge. El desdichado israe

lita, extranjero en todos los ámbitos del orbe, se refugia en su religión y en su raza, y crea una pátria inmaterial en su corazón y en su con ciencia.

¡La pátria! En las horas temerosas del destier ro, en esas lai'gas noches en que el proscripto cree sentir en cada ruido del viento el eco de la

campana de su aldea y en cada estrella del cielo


'34

la mirada melancólica de algún sér que desde lé3os le busca, y en cada aroma del campo el in cienso de las ñores que le reg-aló siendo niño, su amorosa madre, seríala existencia del pobre des terrado tormentosa ag-onia, si no considerase que aquellas piedras que pisa diariamente con su cansada planta y aquel rio extranj'ero, cuyas aguas no calman nunca su abrasadora sed, y aquel horizonte lej'ano que contempla todos los

dias con distraídos ojos, llegarán á ser, por la fuerza de la costumbre, objetos tan caros á su corazón como los otros que evoca,su memoria: si

no considerase que aquel sol que le alumbra en su destierro es el mismo sol que alumbra á todos los pueblos y aquella tierra que cubra mañana

sus despojos la misma arcilla que calentará en otra región los huesos de los suyos, y aquel Dios que invoca en sus oraciones el mismo Dios de su

pátria, omqipotentey justo, para quien todos los hombres son iguales. ¡Con estas ideas se han llevado á cabo en la

historia humana épicas acciones! ¡Que gran re cuerdo el de los puritanos! Pretenden devolver á la Iglesia su prístina pui-eza y al Evang-elio su sana doctrina, y la tiranía de un monarca que

une el poder espiritual al temporal y la intole-


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rancia de los obispos, g-anosos de privileg-ios, los arroja de supátria y van á pedir un refugio á la libre Holanda. Pero allí no se habla el idioma de lapátria y es necesario partir presto á tierras in-

g-lesas, á tierras distantes, donde se pueda esta blecer, al abrig'o de las persecuciones, una ciudad de hermanos para bendecir á Dios en el santua rio de la conciencia y en el altar de la natura

leza; y aquellos hombres justos, aquellos fug-itivos que buscan un pedazo de tierra donde doblar

la rodilla, con esa fé exaltada por la persecución y el martirio que les dá valor para arrostrar se renos las tempestades que el porvenir les reserva, con esa perseverancia y esa ,energ-ía nacidas de

su confianza en Dios y de la santidad de su causa, venden sus bienes para adquirir provisiones é instrumentos de labranza, se reúnen en la ba

hía de Plimouth, y después de un ayuno solem ne y de oir con la rodilla puesta en la arena, el sermón de despedida predicado por anciano pas tor, se abrazan todos, desde el magnate hasta

el labrieg-o, y con el himno á Jehová en la boca y la Biblia en la mano, suben reposadamente al buque, al que han bautizado con nombre elocuen

te y poético «La flor de Mayo», que refléjala es peranza de que se hallan poseídos en aquel su-


36

premo instante, en aquella hora decisiva qu& compendia para ellos toda una larg-a vida de tra bajo y de lucha, consagrada por entero al triunfa

de un ideal que van á realizar muy pronto sobre el ñ'ágil leño del destrozado buque, redactando entre la inmensidad del cielo y la inmensidad del Océano, un acta memorable en los fastos de

América, por la cual oblíganse á fundar á las márgenes del Hudson una pátria nueva,formada con aquel conjunto de recuerdos y de esperanzas, de ideales y de' presentimientos, que lleva cada uno en su propio corazón y á establecer bajo la advocación del muy temido rey Jacobo, una colonia basada en la libertad religiosa, único origen de la libertad política desarrollada más tarde con vigoroso impulso en aquellas mismas aterradoas soledades, inmenso y magestuoso templo consagrado por la inspiración y la fé de los puritanos para rendir fervoroso culto á Aquél que relampagueó en el Sinaí y sacó á los Judíos de la servidumbre de Egipto y guió la nave de los emig-rados á seguro puerto, á tra vés de las borrascas de un mar desconocido y extendió su manto protector sobx*e el naciente

pueblo, ungido con el óleo santo de la libertad que viene del cielo y devuelto al cielo como el


37

Incienso de expontáneo holocausto. {Aplausos.) . ¡Quién había de decir entónces á.los piadosos fundadores de la democracia americana que an

dando el tiempo sería reemplazada con la políti

ca del egoísmo su doctrina de paz, de amor y caridad ! ; Quién habia de decir al honrado Was hington que aquellas colonias que con hercúleo brazo arrancára él del dominio.metropolitano, al convertirse en Estados independientes, merced al auxilio prestado por ge.nerosas naciones europeas, lanzarían al mundo con odiosa ingratitud el in

sensato principio; «América para los america nos! » Esta funesta política de Monroe hubiese ofrecido la cicuta á aquel que se decía «ciudadano del mundo.» Esos políticos que así reniegan de la tradición puritana, encastillados en su egoís mo patriotero, aislados como la tortuga en su concha, no saben entender que sóbrelos exclusi vismos de localidad y áun sobre los parentescos de raza, hay en el hombre un noble anhelo, una aspiración universal quu tiende á buscar en la humanidad una grande, libre y eterna pátria que nunca falta al proscripto, ni al que va de pueblo en pueblo, maldecido por todos los suyos: aspira-

don nobilísima de nuestro gran siglo; aspiración nobilísima que tiende á hacer del planeta, no un


38

lug'ar de tránsito, no una estación en el viaje de la vida, sino la ciudad eterna, i'egáon de herma nos, donde la humana familia, unida de Oriente-

á Occidente, con idénticas vicisitudes, con ig*uales desasosiégaos, con las mismas alternativas de esperanza y desaliento, pueda realizar en exis

tencia inacabable sus altos y misteriosos destinos

á través del tiempo y del espacio. Atrás esa polí tica medrosa, absorvente y reaccionaria, encami' nada á aislar dos continentes que deben herma

narse, jpara realizar de común acuerdo, la g'ran

obla de la solidaridad humana. Atrás esa políti ca suspicaz y eg-oista que hoy se opone con cri minal empeño á la empresa civilizadora del istmode Panauiá y mañana se opondrá á los más nobles

designios de la ciencia, entorpeciendo el curso del piegreso, infringiendo esa ley universal de la vida que nos enseña que «todo el mundo es pátria»y olvidando que la América, auxiliada en la epo peya de su Independencia por el -v'alor latino, no ha sido creada para el dominio exclusivo de los

americanos, si no para el trabajo jigantesco de todos los hombres.

-;s , Yo nací, como en nido de aniores, en lejana 'ciudad, arrullada en su inocente sueño por el aleteo de las templadas brisas del trópico, besada


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en su pié por las cerúleas ondas del mar de las Antillas, y en mi voluntario ostracismo recuerdo con amor y ti'isteza, aquella tierra prometida en mis recuerdos, aquél eden perdido en mis

esperanzas; pero el amor profundo que á mi ciudad natal profeso, no me hará olvidar nunca

lo que debo á mi provincia, á cuyo suelo están como ag-arradas las raíces de mi vida, y cuyo recuerdo cada dia más punzante, es balsamo de las heridas por la distancia abiertas. Y este amor

que consag-ro á la provincia donde he nacido, no me hará olvidar nunca la g:loria y la ventura de

ser hijo de esta heróica é inmortal nación espa ñola, grande en el pasado, como lo será, sin du

da, en el porvenir, más adorada por mí cuanto más combatida de la ,suerte, que ha librado á

Europa del dominio africano en las Navas de Tolosa, y del yugo musulmán en las aguas de Le

pante, que ha descubierto y civilizado un mundo, y enterrado'con Cervántes la caballería feudal y resucitado el arte helénico con Murillo, y anun

ciado el arte naturalista con Velazquez y Ribe

ra; pero este culto que en el fondo de mi concien cia rendiré siempre á la nación española, no

amenguará jamas el otro culto, no ménos fer viente, consagrado á mi raza, á la raza latina.


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que nos ha dado con la Revolución francesa un

nuevo Evang-elio y á la raza g-ermánica que nos ha dado con la reforma y con la imprenta el libré exámen y con la paz de Wephalia la libertad relig-iosa, y á la raza ária que nos ha dado el Dere cho, y á la raza semítica que nos lia dado la reli gión, el arte y la filosofía; y á lag-ran raza africa na, dormida hasta el presente bajo la férrea loza

de la servidumbre, pero que despertará como Lá zaro, á los conjuros del porvenir; y estos ideales

de pátria, de familia, de nacionalidad y de raza, deben, ámi juicio, ceder el paso al ideal dala

humanidad, pátria legitima del hombre, impei*ceptible átomo en este mezquino y org-uUoso pla neta que rueda en el vacío, al compás de esas miríadas de mundos, semejantes á islas de luz que nos acompañan desde léjos en nuestra carre

ta poi lo infinito, habitados quizá por g'eneracio-

nes más felices que las nuestras, y que también

obedecen con nosotros á la ley del prog-reso y á la vocación de lo creado, en el crecimiento de suvida sobre el cosmos y de su conciencia en lo in finito.

Permitidme, Señores, rematar este trabajo con palabras,que por no ser mías, serán acog-idas por vosotros con mayor ag-rado; Rabiando de la es-


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cuela filosófica que Sauz del Rio importó en Es paña, el primer orador de nuestro siglo, el hom bre más querido en otro tiempo de la democracia española, cuando áun no habia caido sobre su

alma soñadora la negra sombra del arrepenti miento y del desengaño, escribía lo siguiente: «Este ideal, nacido de la ciencia, encarnado por sucesivos progresos en la realidad, norma de vida, devolverá á cada hombre su sacerdocio en el universo y su relación íntima con Dios: con

gregará y reunirá las familias humanas en aso ciaciones fundamentales que centupliquen las fuerzas del trabajo,los rendimientos del comercio, las maravillas de la industria, las esperanzas de la religión, las visiones del arte, las ideas de la ciencia. Contará la humanidad con todos su hi

jos, libres, iguales, hermanos, y cada hombre sentirá en su persona y en su conciencia la vida,

el aliento, el espíritu de la humanidad; todas las naciones conservarán el carácter propio, la inde pendiente personalidad formada por la natui'ale-

za y por la historia, y todas se juntarán en el plan divino del derecho, en la armonía de la jus ticia, en el seguro de las instituciones democrá ticas, concurriendo á formar la federación uni

versal; las razas, todas perfectibles, llamadas por


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la Yoz de la razón y reunidas por los prog-resos de la industria que acerca los continentes y domeña los mares, entrarán en la nueva ciudad de Dios;

disolvei'ánse los eg-ércitos de la. g-uerra y se ar marán eg'ércitos de trabajadores que conjuren los males y que preparen el planeta á ser el santua rio de la nueva humanidad; y el edén perdido se habrá encontrado al término de nuestro viaje, siendo cada hombre el compendio de la humani dad, cada planeta el compendió del universo, y la humanidad y el universo i*eunidos por la ciencia en amor inmortal, un santuario como los cielos

infinitos, del Eterno y déla divina Providencia.» Yo no creo, no he creido nunca en el prog-reso'

del hombre, pero creo, creeré siempre en el pro greso de la humanidad; y así como juzg'O con el Castelar de ayer y contra el Castelar de hoy

[grandes aiúausos é interrugídones) que el pensa miento de una religión para todos no es una uto pia, juzgo también que el pensamiento de una pá-

tria universal no es una quimera. Llegarán,á más

andar, los dias anunciados por Anacarsis Clootz, en que el hombre no sea extranjero para el hom bre, y en que la palabra « bárbaro » con que la antigüedad designaba á los vencidos, quede borra da para siempre del idioma de los pueblos mtder-


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nos. El patriotismo es una idea: el cosmopolitis

mo un;/eiitimí'éuto. Cuando el mundo se rija por ideas como espera Heg-el y la humanidad sea

nuestra pátria y el planeta nuestra cuua^ podrémos exclamar con el júbilo del que trás largo viaje descansa: >■ iLa.^MtriaJia muerto: bendita sea la 'patria!" {Aplan-sosi)-

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