LA
UN RUSO EN PUERTO RiCO Por ANA ROQUE DE DUPREY
AZUL
Scts
Ano 2.
San Juan, P. R., Enero 18, 1919.
No. 5.
LA NOVELA AZUL REVISTA SEMANAL LITERARIA
Todos los sábados una importante novela inédita. Otrector, J. Giménez Liaño.
Administrador; A. Giménez Aguayo.
COLABORADORES:
Fernández Juncos, La Hija del Caribe, Timothee^
Lefebre, Cristóbal Real,de Diego, López Merjeliza, de Castro, Vida! Cardona, González García, Rodríguez González, Ana Roqué de Duprey, etc. Precios de suscripción: San Juan 20 cts., Isla 25 cts. Pago anticipadoi Oficina; José Julián Acosta 3, San Juan, P. R. ••('
Dr. R. Bernabé OCULISTA
San Francisco 72.
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San Juan, P. R.
El próximo Sábado, LA MALA EDUCACION, Novela Realista por
PEDRO C. TIMOTHEE. Standard Printing Works. San José 23. Tel. 424. Box 100.
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P7
A^A ROQUE Es mvjer de ilustraciéB y la. Ciencia Sideral estudió con vocación^
posée riqueza mental^ y sensibie corazón!!
San Juan,P. R.,1919.
Pomo haberse podido copiar de la fotograiía aue
pamema, por ser muy artigo»,ros rewos otS dos a omitir Cid,che,Je h Sra. Rogaé. pvblicaSo
en su lugar una ilustración de este cuento. 1
V Ü'a-
Concurso de Aplicación e Inteligencia de LA NOVELA AZUL
Escuela Román Baldoríoty de Castro.
Voto por la alumna Firma
Un Ruso en Puerto Rico — O —
Treinta Años Atrás CUENTO PUERTORRIQUEÑO POR
Ana Roqué de Duprey
ON los hijos de esta hermosa tierra de Puerto Ricomn}' dados a correr mundo,
y cual descendientes en línea recta del ilustre manchego que inmortalizó Cer vantes, siempre fué su norte el andar a
guisa de correrías y aventuras de todo género.
Por eso desde las risueñas costas de esta islita
repleta de gente, pues su población es densísima, han salido en todos tiempos millares de puertorri-
queños que andan esparcidos por todos los ámbi tos del planeta.
Algunos han retornado a la tierra aportando el caudal de conocimientos adquiridos en sus via
jes, otros no han vuelto más.| Pero el relato algunas veces exagerado de los
que regresaban, volvió el seso al campesino Juan López, vecino de Voladoras, ti cual aunque no ha-
bia recibido apenas instrucción, era muy listo; y como le soplase la fortuna mandándole Dios un
buen piquito en la lotería, allá para el año déla tormenta de San Narciso, y siendo como el ánima sola, pues no tenía arientes ni parientes a quien dejar por detrís, tomó boleta una mañana de
Abril, en una barca alemana que cargaba mieles en el Duerto de Aguadilla, dejando para siempre los risueños campos de la Moca que le habían vis to nacer.
L'egó nuestro Juan a Noruega, arremillándose de frío, y como aquel país no acabase de agra darle, pasó a San Petersburgo, doqde el amor, el entrometido de siempre, le hizo establecerse allí. Este Juan de mis pecados, como todos los Jua nes que he conocido, era impresionable y enamora dizo, como puertorriqueño al fin; y habiéndose hospedado en un mesón en las riberas del Neva, sintió tan violento amor por una rusa celestial; o
lo que es lo mismo, de rubios cabellos y ojos azu les, que le recordaban a nuestro moqueño el puro cielo de Puerto Rico, la cual tuvo la habilidad de
retenerlo a su lado, así es que permaneció toda la vida cosido a las faldas de la deliciosa hija del Norte, como el Hércules de la historia a los pies de Onfala
Bien es verdad que nuestro Juan aunque de raza blanca, era moreno como un árabe, y con
unos hermosos ojos negros de largas pestañas, que fueron los que trastornaron la chaveta de la hija del mesonero de las riberas del Neva.
Juancho se casó con Frida, y por aquello de los contrastes, o de que las cualidades contrapues tas se atraen, ellos se amaron siempre hasta el de
lirio, y de aquel amor, nació luego un niño medio ruso, medio puertorriqueño, a quien llamaron Pe dro, en memoria del ilustre Czar que engrandeció la Rusia.
Pero antes de relatar la vidade nuestro Pedro,
tenemos que retroceder un poco en nuestra narra ción.
Juancho, como le llamaban los vecinos de Vo-
ladoras, allá en la ,<Moca, era el gran tocador de cuatro, cuyo instrumento llevó consigo al marchar
a Europa, y con él hacía las delicias de los parro quianos del mesón de su suegro; de aquellos osos vestidos de pieles que se pirraban por oir, maltraducidos a su lengua bárbara, los dulces cantos del país del sol.
Al casarse con Frida había pensado nuestro moqueño o mocoso, como les llamara un día el
General Baldrich a los habitantes de la oMca, que no parecía bien que una rusa tan ideal, llevase
el prosaico y vulgarísimo apellido de López.
¡Quémal sonoba eso!
¿Qtié querría decir López? Cualquier cosa! Adivinara Dios de donde vino el primer hijo de Lo pe, o cual fué el primero! ¡Si habrá López en Es paña! ¡Y en Puerto Rico? En la Moca sin ir más
lejos, conocía él lo menos siete familias López, los López de la altura, los de la bajura etc., etc. y nin guna se daban sangre.
En Aguadilla, Gabriel López,Bernardo López Juan Angel López, Ciriaco y Pantaleón López, una comparsa de López. Y en Mayaguez en Pon-
cc, etc. etc. la mar de López, aunque seguramente
esos serían otros López, pero de todos modos había para desesperarse. Pero el astuto jíbaro de Voladoras encontró
medio de obviar esa vulgaridad de tener un apelli do tan cornún, un puertorriqueño enrusado y cu bierto de pieles, que pronto sería dueño del her moso mesón de su suegro, y se hizo llamar Juan Roustoff, apellido que pronunciado por él, que ja más pudo hablar claro el ruso, sonaba cómo un fotutazo.
Andando los tiempos Juan Roustoff tuvo de su
querida Frida el tierno vástago de que ya hemos hecho mención.
Este rusito, oriundo de esta isla del cordero en cuanto cumplió veinte y cuatro años, se le vino a las mientes el dar un paseo por la bella tierra de su padre, para admirar aquellas hermosas noches
de luna, aquel cielo tan azul, como los ojos de su
madre, aquellos días de brillaute sol y atmósfera diáfana como un ensueño de amor.
Y sobre todo, aquella campiña siempre Yei'de cubierta de rojas amapolas o graciosas cambuste-
ras, que con tanto entusiasmo le describía junto al hogar, en las largas noches de invierno, el ruso puertorriqueño Juan Roustofí.
Algunas veces a estas poéticas descripciones, que eran como recuerdos evocados del ayer risue ño de su vida, acompañaba los melancólicos can
tares de esta tierra, e improvisaba décimas en la hermosa lengua nativa, que tanto Frida como su hijo comprendían perfectamente.
Y es que Juancho en medio de las neblinas del Norte, no había podido olvidar nunca a Puerto
Rico, ni sus amores con Monsita la_ jibarita más guapa de Voladoras, que todavía inspiraba res quemores a la bella Frida.
¡Nada se olvida de la tierra ausente!
¡Cuántas veces al atragantarse uno y otro día con carne de rengífero, venían a sus mientes los
sancochitos que le aderezara su madre cuando vi vía, con malangos, batatas, carne de cerdo y ña me mapueyl
Y aquellos plátanos de la Moca que, aunque
/ipatos, y como dedos de fraile, se dejaban comer asados con café puya y almojábanas de maíz, que era para chuparse los dedos! ., ¡Ah dulces recuerdos de la tierra patria.. ¡Co mo venían con su acariciador encanto a turbar al
gunas veces la paz y la dicha de aquel puertorii-
queño desterrado entre los hielos, y que ya jamas
volvería a aspirar la perfumada brisa de esta heimosa Borinquén!
.,
Las entusiastas descripciones de su padre so liviantaron la cabeza del joven Pedro, y con vanas cartas de recomendación que aquel le eritregara
para algunos de sus antiguos conocidos de Moca América en un bergantín goleta danés. , „ , , . Llegó el hijo de Frida a las riberas del Cu ebrinas, una bellísima mañana de Junio,cuando el mar
y Aguadilla, emprendió el joven ruso su viaje para
aguadillano como un inmenso espejo azul,retrata ba en su brufaida superficie, que solo una suave
brisa hacía rizar, las caprichosas y vagabundas
nubes de su hermoso cielo; y los palmares del rt ■ suev meciendo sus gigantescos abanicos, con mur-
muílo dulce y monótono, y los jilgueros, pitirres,
euainambís y ruiseñores, llenaban el espacio de
armonías, entonando sus melodiosos cantos en las espesas copas de los mangos,/guanábanos, níspe ros y flambollanes de los jardines de la poblaGion. lOué tierra eneantadora!
^
Bien le decía su padre. Todolepareciabrinan-
te con aquel sol de fuego, y aquel cielo tan diatano
^an<t ^'Sorprendido y lleno de admiración aquel ruso Quería, puertorriquenizarse, al revés de su pa dre que se enrasó para toda la vida, contemplaba, antes de desembarcar, el grandioso panorama que
nresenta la hermosa rada que Colón visitó por vez nrimera, limitada por los cabos de Bonnquen y San Francisco, y aquella pintoresca población si
tuada en la falda de una montaña siempre verde
V cubierta constantemente de flores, cual la diosa
déla Eterna Juventud.
.. ,
«Esa es la montaña de Jaicoa,—se decia el
j-uso —Aquel el Cerro de las Animas, con sus pin torescas quintas. Allá abajo debe de estar el Gjo de A°'aa artificial esa maravilla de la naturaleza, con su cascada y sus encantadores jardines. Más allá distingo las abruptas rompientes del
Canto de las Piedras, donde se bañaba mi padre cuando niño; yo también me bañaré. ^ Acá en medio del mar,'contemplaba el Desecheo enorme roca pelada que parece flotar sobre
la espuma, como una ballena gigantesca que temase el sol.
.
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tOh, patria hermosa de mi padre, cuan bella
eres', y cuanto te ama ya mi corazón!
Pedro no cabía en sí de alegría al ver la reali
zación de su sueño.
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Allí estaba Puerto Rico considerado por alguno como la antesala de América; pues todo en ella
es coquetón y gracioso, dejando adirinar ya las grandezas del Nuevo Mundo.
Nuestra isla era corno se la había descrito su padre, un país hermosísimo, soberbiamente ilumi nado por el sol.
* haber visitado lo días más en notable de Aguadilla, y permanecer algunos ella, em prendió su marcha a la Moca, pues deseaba ver cuanto antes el pueblo de su padre, y la casita escondida en la sierra en donde se había deslizado la inrancia de Juancho López el actual mesonero de las riberas del Neva.
Torneó en alquiler un caballo con banastillas, y acompañado de sn negrito listo que se había ofrecido a servirle de guía, llamado por apodo Cala-
mocha, salló de Aguadilla nuestro ruso, un do mingo tempranito, después de tomar media copa de brandy y un soberbio tazón de café prieto, con alrnojabanas y queso fresco, cuyo desayuno le pa reció delicioso.
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Caiamocha tarnbién trinco su poquito, y en
gullo algunas almojábanas, con lo que, alegre co
mo unas pascuas, arregló el equipaje de su amo en
ai grandes a,giiaderas de su jaco, y siguió cabal gando al lado del ruso, pitando una danza puer torriqueña.
^ Caiamocha unque muchacho ladino y bien wucado, y más negro una multa cangrejera. Témala habilidad de saber pitar de un modo ad mirable, todo lo que oía en los muchos pianos que
con tanta maestría pulsan las bellasaguadillanas; pero con el traguito que le había dado el ruso, aquella tHañana estaba más cantador o pitador que nunca.
Aguadilla por el Camino Nueve o
calle del Progreso, y pronto llegaron ala Victoria, hacienda que se halla muy cerca de la Villa, y cuyo pintoresco camino está sembrado, auno y otro
lado de gigantescos sauces, a través de los cuales
se distinguen extensas vegas, plantadas de la rica gramínea que cimbrea sus largas guajanas como
blancos penachos de plumas; mientras que sus ho-
jas cortantes como una espada, forman oleaje mo vidas por la brisa, como si fuera un inmenso mar verde o amarillento según hi estación. Más adelante encontraron al Cidebrinas de
cristalinas aguas, serpeando entre palmares, y en seguida presentóse el camino bifurcado. Entonces el ruso, que no hubía cesado de reir-
se de los chistes de Calamocha, le dijo: —Diga Ud. Calamocha, cual de esos dos cami nos coger nosotros?
—Tome a la izquierda, niño, pues el de la dere cha va a la villa de Aguada. —Oh, yo saber que es Aguada. Ese ser el anti gua villa de Sotomayor. El negrito, que no sabía historia, no comprendió lo que quería decir el ruso.
AI cabo de una hora llegaron a la Moca, y co mo Calamocha se adelantara a tomar informes
acerca de uno de los señores i)ara ciuien el ruso lle vaba una carta, Pedro que no sabía por donde to mar, se entró inavertidamente por los corrriles de unas casas, que estaban al descubierto, 3' una maritornes que no le había visto, le arrojó un cu
bo de agua de fregar que le puso como una sopa. Montando en cólera, Pedro al verse bautizado con agua tan mal oliente, gritó en un cha pureado español a la fregona: —Mal rrayo parta a tí, brrvja, que cnsapara mí sin consideración.
Asomándose a la ventana la fámula dijo al ver la figura extravagante del ruso montado en banastillas:
—¡Rola! mira como se desplica el nnisMl ¿Qué pensará ese siniquitate? ¿Quien le mandó a Ud. síñd Aoraóre a meterse en este corral? Fuera, fue ra de aquí, que este no es camino. —Ud. ser un arpía una braja . —¿De veras? Ud. si que debede estar durmién
dose a causa de alguna turca que ha cojío per áhi y por eso se zampa donde no debe. Lárguese, musiá, váyese con su mae que le consuele. —lid. ser un diablo cochino. 9
Ib.-i a seguir í'cclro insultando a la fregona cuando llegó Calainocha el iiue le dijo; —Véngase, niño, Don Saluitiano está en su ca sa, avance antes ciue saiga para la Hacienda. —Bien, ya vamos Calainocha, perro antes yo
querer saber que decir a mi esa brru...ja. —No le h iga in ¡Idito el caso, niño, que esa
gente tiene poca lacha y seguirá diciendo tonte rías hasta mañana
Véngase de seguíV/ito que D.
Salustiano vá a salir.
—¿Como presentar yo sucio, Calaraocha? —Naita que le hace eso, D. Salustio es muy
campechano. Si Ud. quiere, yo llegaré alante y le diré lo que a pasao] allí mismo se puede Ud. cam biar de ropa.
—Anda, ve, haz lo que quieras, pues yo estar borracho con este olor de d/aa£»/o que llevo encima, Don Salustiano que era muy hospitalario, co mo lo son todos los puertorriqueños, auncjue no
conocía al ruso, ni podía imaginarse cpúen pudie ra ser, lo recibió cariñosamente y después de to mar la carta que le diera Pedro, lo llevó a una ha
bitación para que cambiase de ropa. Calamocha subió el equipaje y sacó un traje completo. Mientras se cambiaba, decía el ruso a Calamo cha aún Heno dé ira:
—Rsta mujer animal de esta tierra ser muy suberranamente cochino.
—No se acuerde más de eso, niño, son percan ees de la vida.
—¿Se puede pasar? dijo don Salustiano. ¿Como no poder pasar? Adelante.
¿Conque eres el hijo de Juancho López? mu chacho, díjole el viejo abrazándole.
—Yo hijo de Juancho López? No señor, mi pa dre llamarse Juan Roustoff. —Si, ya se ciue así se hace llamar por allá, pe
ro aquí su nombre era Juancho López, hijo de mi compae Cico López, y de mi comae Maruca, la jembra más guapa de toa la Moca. E' me dice que está casi rico en San Petersbur10
go y que tú te has enipeñnoan venir a dar un pasto por la tierra de tu padre. Pues mira, chico, yo fui compañero de corre rías de Juancho, aunque el era más nuevo que yo,
y siempre le quise mucho, lo mismo que a sus pa dres que fueron los padrinos de mi hija mayor, Q. E. P. D. que 3'a está en el Cementerio Y puesto qne tu eres su hijo, esta es tu casa, dispon de ella y de nojotros. Aquí te quedas mien tras estés en la Moca, y ahora dame otro abra
zo y déjame llamar a chntw, mi mujer, y a mi hija Churunga que es un pimpollito, j'a verás. El jíbaro que había pronunciado este largo discurso sin escupir, salió de la habitación dicien do a veces:
—Chana, Churunga, vengan acá, que af]uí es
tá el nieto de mi Compae Cica y de mi Comae Ma raca.
A los gritos de don Salusliano ficudieron las mujeres medio azoradas, más al vtrChurunga que se trataba de un joven, corrió para el tocador a
ponerse tiza para parecer más blanca y a arreglar se el cerquillo.
Era Churunga una rubita peli colorada bas tante guapita, aunque afeaban su blanco cutis al gunas pecas
Desde el primer instante en que conoció a Pe dro, le pareció bastante aceptable a pesar de su tiesura y de su hablar chapurreado, pero su fama de rico borraba aquellos defectillos. Asi es que como aquel se quedara en su casa por unos días, Churunga no perdió ocasión de de
mostrarle que no era indiferente a los ojillos des pestañados de aquel hijo de los hielos. La hija de don Salustiano hacía tiempo esta ba en amores con Tunito el hijo del Sacristán, que era un mozuelo feúcho y contraecho; pues tenía un pies más largo que otro, un brazo idem y un hom bro más alto que su compañero, 3' cuando andaba parecía que se iba descuadernando. Pero eran tan pocos los representantes del se xo feo que por aquel entonces había en el pueblo 11
(ie los Pagatli y Miranda, que Tuiiito era casi el ídolo de las chicas que se lo disputaban y hasta
pclotereaban por él En mala hora se dibujó en el horizonte moque
ro o moqaeao interesante figura del hijo de Juancho, pues de los pocos balcones y desde las muchas ventanas de aquel poblado, le enviaban
las bellas, tantas miraditas tiernas que si hubie ran sido saetas, más que maltrecho hubiera que dado el hijo de Frida.
No hay que decir que Tunido fué relegado por tirias y troyanas a segundo término. Bastante que lo comprendía el sin ventura,
pues su linda Churunga no se asomaba ya a la ventana para verlo pasar, y las otras, le daban más vueltas de ojos
Cabizbajo se encontraba el mozo pensando en que quizás se vería en el trance, si Churunga per sistía en no hacerle caso, de amolar el mocho pa ra sacarle los hígados al maldecido musiú. Por su parte don Salustiano se desvivía por
hacerle agradable al hijo de Juancho, la estancia en su casa.
Algunas veces lo llevaba a recorrer los barrios de Volodoras, Capá y otros, cuyos solícitos cam pesinos brindaban a Pedro sendos tazones de café prieto que acababan por darle dolor de estómago o traguitos de Cañete viejo, cjue tampoco le hacían mucha gracia; pero que,amable y atento, ai ver la buena voluntad con que lo obsequiaban, les hacía muchísimas cortesías diciéndoles:
—¡Oh! gracias, gracias, señorres, Uds. ser muy amables...
Al domingo siguiente improvisaron en casa de don Salustio un bailecito de guayo (1) y como ya pedro había hecho amistad con casi todas las mu
chachas, estuvo muy obsequioso con ellas; princi palmente con una trigueña de ojos muy negros llamada Cachita, que era la polla más linda y gra ciosa del jardín moqueño. (!) Música de cuerda; tiple y cuatro acompañados de güiro. 12
La bella Cachita que se pasaba de lista, como casi todas las puertorriqueñas de los campos; mi raba al ruso con ojos lánguido,, haciéndole mil monerías con el abanico, cuyos coqueteos quema ban la sangre a Churunga que la observaba la cual sentía por la primera vez en su vida el cruel tormento de los celos
El ruso sin darse cuenta de la tempestad que sus obsequios causaban en el alma de la hija de don Salustio, no podía separarse un momento de Cachita, a quien decía: —Yo estar loco, señorrita, Ud. tener mi cabe za trastornada con esos ojos tan sátiros Entretanto, Tunito se frotaba las manos de gusto al comprender los tormentos de su infiel pro metida, y se vengaba, haciendo de oso al lado de una joven guapota, llamada Monsa que había si do su novia en tiempo atrás. Churunga bien comprendía el juego del tunan te, pero no le hacía maldito el caso, y por fin logró bailar con su huésped al que le dijo:
—Parece que está Vd. muy enamorado de Ca chita.
—Enamorado no, perro si me gustaC. mucho esa chica, ser bonita.
La pelicolorada se mordió los labios. —No sabe usted con quien está tratando,—le
dijo despechada:—esa es una coqueta, una lengüi larga
—No,eso deber ser así, ser exagerrado. Esa chica parecer muy amable. — Porque Ud. no la conoce.
— Podrá ser, perro gustara mi mucho Cachita. Se terminó el son, y don Salustiano llevó a su
hija al piano para que tocara la «Borinqueña», ese himno puertorriqueño que tan hondamente con mueve las fibras del alma de los que han nacido en esta bella esmeralda del Atlántico.
Cachita, por no ser menos ejecutó luego con admirable maestría el seis de Andino. Otras chi cas lucieron también su habilidad en el maravillo
so instrumento de Litz, hasta que ya a la madru13
gdda las tnamás medio soñolientas dieron la señal de partir. Indudablemente el ^uaíeqnito de easa de don Salustiano había resultado delicioso.
Aquella noche trabó amistad Pedro con un jo ven de Aguadilla, llamado Toñito González, hijo de un acaudalado detallista, tunante él, calaverón
él y muj' dado a correr aventuras por aquellos campos de Dios. Simpatizaron tanto los dos jóvenes, que que
daron convenidos en irse a la Furnia a pasar las fiestas de San Juan.
Era la antevíspera del Bautista el día destina
do para la marcha a la jurisdicción de Las Marías, y tanto Cachita como Churunga veían llegar con pena la partida del ruso; pues cada una por su parte hacían sus castillos y veían en lontananza un porvenir brillante al otro lado de los mares.
La mañana amaneció lluviosa y desapasible, cosa rara en esa época; pero abrigados con sus in;permeables y paraguas, y acompañados de Calamocha, empezaron nuestros amigos a subir y ba jar cuestas, agarrados de las crines del caballo pa ra no caerse y muy divertido Pedro con las cuchu fletas y dicharachos de Toñito, que era el joven más amable que había tratado. Llegaron a la Furnia y encontraron hospedaje en casa de un conocido de nuestro aguadillano, el cual les proporcionó un catre para los dos, y un
buen plato de arroz con frijoles y carne de cerdo, con mucho achiote, que les pareció excelentísimo, tal era el hambre que tenían. Quedóse Calamocha al cuidado de las maletas y de los caballos, y salieron ellos a dar una vueltecita a pie por aquellos andurriales Con gran contento de Antoñito se enteraron
de que en casa del Comisario tenían la gran jara na aquella noche.
Se encaminaron, pues a casa de don Serapio, al que encontraron prendiendo las candilejas y 14
arr.f^lando el salón de baile, que era un almacén
bajo de techo 3' atestado de mazorcas de maiz col gadas de los travesanos que sujetaban el cielo raso.
Ya anochecía, 3^ las gallinas trepaban a los pa los buscando el dormidero, cuando empezaron a
llegar las damas de los contornos,que eran precio sas jibaritas, con sus trajes de muselina o percal de colores chillones, y sus amapolas o clavellinas prendidas coquetamente en la cabeza. Toñito que conocía a todo el mundo por aquel lugar, se acercó a una chica vivaracha y agracia da y le dijo:
—¡Hola Julia! ¿Como está mi conipae Manuelito?
—Yo no se por donde anda, si lo topa por ahí pregánteselo usted a él. — Parece que te molestas ¿es que estáis de mo
nos? y a mi que me habían dicho que te casabas. —¡Que vá! ni pensarlo por ahora. —Ya se que mientras el Cojo no muera, el hijo
no atrapará el lío que el viejo tiene debajo de la almohada.
—Asina será. Hasta luego Toñito.
Volviéndose al ruso, no bien hubo penetrado la muchacha en el salón, díjole a su amigo. Esa es Julita la hija de Mariana la hermana del dueño de la casa donde estamos y señalándole
otra preciosa morena de andar sabroso añadió: —Aquí viene la reina de estos valles ¡Qué pre
ciosa chica! ¿eh? Mírala, Pedro, es un pimpollo furniero, lástima que sea Cachucha la novia de Bombotó.
—¿Que querer decir Bombotól —Cualquier cosa, 3'^a habrás notado que aquí
a pocas personas llaman por su nombre. Creo que se llama Simón, y le apodan Bombotó porque es regordete.
—Esa chica gustar mocho a mi, ser bonita. —Pues cuidado con el novio que esundomador
de caballos que tiene muy malas pulgas. 15
—¿Quien ser aquel vieja tan perlgilada que ve nir allá.
—Esa es la esposa del Comisario. Ahora ve rás—dijo Toñito acercándose a ella: —¡Doña Merencia! ¿Como está usted hoííjhre? Siempre tan guapa y tan elegante. Va usted a ser la polla más remonuna del baile. —¡Vaya que eres chancero, Toñito!—decía re meneándose la Comisaria,—esas son ganas de conbersal, ya yo estoy vieja. —¡Qué vieja! está usted hecha un pimpollo to davía. Se me olvidaba, tengo el gusto de presen tarle a mi amigo Pedro Calabaza. —¡Yo! ¿yo ser calabaza? —¡Calle!—Luego dirigiéndose a la señoi a añadió. —Mi amigo es extrangero, pero hijo de un pai sano mío, y ha venidoa PuertoRicoadarnn paseo. —¡Ya, ya! ¿Y se amaña mucho por aquí? —Ya lo creo como que le gusta mucho Pto. Ri co, y mucho más las puertorriqueñas.
—Muy cierto, señora, muy cierto lo que decir el señor.
En eso llegaron cuatro chicas de bracete y To ñito cerrándoles el paso les dijo: —¡Cuanto bueno tenemos por aquí! Mereja, Lina, Chepita y Filo, cuatro pimpollos de estos campos de Furnia. Llegando aquí se acabó toda la gracia de Puerto Rico. Mereja, contigo voy a bailar el primer son. • —El primero no pué ser, porque lo vo}' a bai lar con Manche) pero si usted quiere la caena, dende luego.
—¡Qué desgraciado soy, mujer, que me dejastes a mi plantao, por bailar con ese Monche, más feo que una noche oscura! —Calle, Toñito, dijo, Chepita, que Mereja y Monche son novios dende el Carnaval.
—¡Caracoles! que noticíame dás! Y yo que pensaba hablarle a seña Trina para que me la die ra para casarme.
—¡Embustero!-lc dijo Lina,-Vd8. los mozos de levita no se casan con las jíbaras como nojotras. 16
—¿Qué estás clicienclo tú, cara de pitijajal
¿Por qué no nos hemos de casarnosotroscon Vds? — Porque no. Nojotras sernos pobres, y los ricos no vienen más c]ue a divertirse con nojotras. —Estás tú muy equivocada, Pilona, y 3'a que
Mereja no me quiere, tu vas a ser mi dama esta noche.
—No queremos cuentas con Vd. jablaor,—dije ron las muchachas riéndose y volviéndoles las es paldas penetraron en el salón.
—¿Qué qucrerdecir pitijaj'a?—preguntó el ruso. —Esa es una fruta de este país muy colorada y como esa muchacha lleva la cara llena de berme
llón, por eso le dije así. Su nombre es picahaHa; pero los jíbaros le dicen pitijalla. —-Comprrendo, coraprrendo, ser bonitas esas chicas.
—Estoy mirando, Pedro, que a ti te gustan todas.
—Allá en Petersburgo yo estar trabajando y no me ocupar mucho de mujeres, perro en esta tie rra de mi padre las mujeres tener los ojos muy bo nitos.
Empezaban a templar los instrumentos y los jóvenes entraban a elegir pareja. El ruso tomó a Cachucha, cuyo novio estaba ausente y Toñito bailó con Pilona. Animadísimo estuvo el jaleo hasta más déla
media noche, pues los vaporcsdel Carabanchel que allí se tomaba se fueron subiendo a la cabeza 3' ya
se oía alguno que otro altercado que arreglaba enseguida don Serapio cuidadándose de que en su casa no se armase escándalo.
Hasta el ruso se bamboleaba de un lado para
otro arrastrando a su predilecta Cachucha que fué su pareja casi toda la noche. —Mi gustar mocho tus ojos. Cachucha, le de cía al oído cuando bailaba como Dios le daba a
entender los sones campesinos.
—Ud. es muy tuno, bay!—le decía ella riéndose de gusto al verse obsequiada por aquel extrangero tan amable. 17
P,oiiil)o'ó, el novio de Cachucha, había tenido
qne ir a Las Alarías y debía regresar aquella no che, así es que al ver al ruso tan entusiasmado y a la muchacha tan risueña, todos comprendían que aquello no pararía en bien si llegaba a venir el otro. Por otra [jarte, el novio de Mereja ya le iban
em)jachando las asiduidades de Toñitoque noquería dejarla ni a sol ni a sombra y como ya tuviese caliente los cascos con tanto anís escarchado y
tanta ginebra, andaba buscando una estaca para darle cua tro estacazos a aquel desvaneció del pueblo Dos o tres veces ya había cjuerido Monchc ar-
mar camorra con Toñito, pero este, que apenas tomaba nada, era cinizás el único que estaba en su cabal juicio y evitaba prudentemente la cuestión,
porque no acabase el baile como el rosario de la aurora.
Cada vez que Toñito iba por aquellos barrios, enamoraba a Alcreja cpie era la muchacha que más le gustaba, y aunque su intención era pasar el rato y divertirse, no dejaban de molestarle ya las inconveniencias de Monche, al que tenía ganas de sentar la mano.
El novio de Mereja no era muy valiente que digamos, pero los celos exasperan, y el pobre mo zo estaba quemado con los galanteos del carilim pio enlevitao; así es que escondiendo su estaca por dentro de los calzones, se acercó a su rival que bai
laba muy gustosamente con la bella Mereja y le pidió una punta. —Con esta son cuatro que te he cedido,—Mon che díjole González con cortesía,—pero a la cuarta va la vencida,- es la última que te cedo. —Ni vá a haber porqué concederme otra,—dí jole el jíbaro malhumorado. T >ñito aparentó no haberle oído,pero en cuan to acabó el merengue, pues se bailaba una danza, se acercó al joven a reclamarle su pareja. —No me dá la gana de dársela: esta es mi no
via y con ella quiero bailar. Pero ten en cuenta, Monche, que esas no son 18
.
las leyes del baile. Y tú no me faltes porque te doy una lección de crianza.
¿Qué me importan a mi sus lecciones ni Ud? ¡Váyasc a toos los demonios!
Mo había acabado eljíljaro de pronunciar esas palabras, cuando estaba tendido'en el suelo del bofetón, sin que le valiese ni la estaca.
Armóse el escándalo consiguiente. Moncheque-
dó atolondrado del golpe, y sus amigos se lo lle varon casi arrastrando.
Las mujeres, entre ellas Mereja, armaron la gran algarabía y el comisario se vió bien apurado para restablecer el órden.
—Déjenme que le escocote decía Monche tra tando de desasirse de las manos de sus íimigos. —Déjate de histerias, 3' ten prudencia le acon sejaban los otros.
Por fin se restableció la calma, y aunque Me reja toda llorosa no quiso volver a bailar, Toñito tomó otra chica 3' siguió la animación.
Pero faltaba la segunda parte, porque el ruso se divertía en extremo, y 3'a casisal:»ía bailar, pues Cachucha se había propuesto dejarle maestro, y tanto Pedro como la muchacha se encontraban en
extremo dichosos, bailando sones 3- más sones, sin contar con la huéspeda. Bombotó había llegado
de su viaje, y el enconado Monche que lo estaba esperando en el batey para referirle lo que pasaba,
lo exasperó de tal modo, que el domador, conside rado por todos como el gallito del barrio, no se anduvo con chiquitas y se proporcionó un buen garrote, con el que se propuso acabar la función. Cuatro o cinco amigos se les reunieron 3' lo menos que podían pensar el ¡descuidado Toñito y
el amartelado ruso es que se les preparase una ba talla campal.
Bombotó quería ver bien y cerciorarse de las
infidelidades de Cachucha, así es que protejido por la oscuridad pudo ver ciertamente al ruso hacién
dole carantoñas a la muchacha, 3'a ella, la muy tunante, pelada de la risa con el musiú.
—Mírala, Monche, si me dan ganas de torcer19
le el moño! ¡Qué voltear de ojos! ¡Qué de monerías le hace con el abanico!¡Mal rayo parta a esa sin servir!... ^ Y Monche, aún más compungido, veía que el
elegante Toñito había vuelto a hacerle la rueda a Mereja, que ya no lloraba, muy al contrario, se reía, cuando él muy disimuladamente le daba pe llizcos en sus robustos brazos.
—¡Burr!—bramaba el jíbaro ciego de ira.—¡Ah hijo de tu mae, como me la vas a pagar! En esto tocaron un seis bombeado. Adelantóse Antoñito y dijo con mucha gracia
nna ingeniosa bomba que hizo reir a todas las muchachas.
Pilona, que era su pareja, le contestó. Siguió el baile. , —Bomba por el ruso, dijeron algunos. — Perro, señorres, no saber yo decir bombas.
—Si, que la diga, que la diga, gritaban las mu chachas.
—¡Valerrae Dios! pues si yo no saber bombas. —Cualquier cosa; cualquier cosa—insistió Ca chucha.
—Vd. querer que yo decir cualquier cosa? Pues yo decir que Vd gustar mucho a mí, pues ser Vd muy lindo,—dijo Pedro, enviándole un beso en la punta de los dedos. Cachucha se puso roja como la amapola que llevaba prendida en su negro cabello y todas las muchachas lanzaron la carcajada, envidiosas qui zás de las distinciones de que era objeto Jsu com pañera
No bien había acabado el ruso de pronunciar la última palabra, cuando entraron por la venta na, como una avalancha Monche y Bombotó. Todos se sobresaltaron.
Toñito los vió venir y recibió el estacazo de Monche con una sonrisa burlona, y como era tan listo evadió el golpe dando media vuelta, arrimán
dole al mismo tiempo al burlado mozo tan tremen
da puñada que le hizo saltar dos dientes. El estacazo desviado de Monche fué a caer en 20
el moño de la esposa del Comisario la que a causa
del susto y del golpe, ca3^ó al suelo con el mal dan do terribles gritos.
El raso que no conocía a Bombotó y que esta ba extasiado mirando los ojos de Cachucha, hu biera recibido el tremendo garrotazo si la muchácha, al ver el ademán de su novio, no le hubiese dado un oportuno tirón, que el infeliz ruso, que no
podía comprender lo que pasaba,cayó rcdondoentre los pies de una vieja, que empezó también a chillar como energúmena.
Los amigos de Bombotó, cumpliendo lo con venido, habían entrado a estacazo limpio.con las candilejas, y muy pronto quedó todo a obscuras. Gracias a esa circunstancia, puede decirse, fué que el ruso salió vivo de manos dej terrible domador.
El zipizape tué fenomenal. Alli no se oía niás que el tic eac de los palos jlos gritos de las muje res que se refugiaban debajo de las sillas, rnientras que Mereja sentía que la estrujaban y pellizcaban y era que el muy tuno de Toñito aprovechaba aquella ocasión.
_
...
A todo esto el ruso halaba a la triste vieja por
las piernas, hasta queaquella armándosede valor,
pudo darle un puuntapié que lo apartó de allí. Comprendiendo el muy ladino que si andaba de pié, le alcanzarían los palos, se arrastraba ^ gatas por entre las mujeres, estrujando a unas y agarrando a otras. Al fin pudo dar con una puerta y aunque
che estaba como boca de lobo, viéndose ya libre de la follisca, andando en cuclillas para no ser vis
to y arrimándose a la pared, fué dejándose ir ha^ ta la casa del Comisario, cuya puerta encontró abierta, y se coló por ella como Pedro por su casa.
¡Cual no fué su sorpresa al encontrarse con
Antoñito que delante de una olla de pasteles, se disponía a engullir muy campechanamente.
—¡Hola! compañero,—díjole alegremente el aguadillano.—Conque también lograstes salir sano y salvo de aquella Babilonia?
—¡Magnífico! no te creía tan listo, jiero voy 21
viendo que eres un excelente compañero de aven turas.
Parece que doña Merencia tenía estos cerníca
los en caponera para cenar. ¡Vaya! ¡que gracioso está esto! que nosotros les espabilemos los paste les, mientras ellos se dan sendos garrotazos. Toma, atrácate pronto que tenemos que bus car nuestros caballos para irnos corriendito al pueblo, pues esta gente en cuanto nos echen de menos, nos buscan para escabecharnos. —¿Y Calamocha? ¿donde estar Calamocha?— decía el ruso con la boca llena.
—Ese tunante estará durmiendo la turca por algún rincón. —¿Y nos vamos a marchar sin Calamocha?
—Pues es claro. Tenemos que ponernos en
salvo. Ese bombotó es el mismo demonio y tu te pusistes a enamorarle la novia...
Salieron nuestros amigos por la otra puerta
de la casa, cuando sintieron pasar la pareja de la guardia civil que acudía a las voces del Comisario que pedía auxilio.
Toñito se dirigió al lugar donde habían dejado los caballos, pero se encontraron con que sus ene migos los habían desatado para que las bestias cojieran el campo, y ellos se quedaran a pie. —Vamos a casa de ese Dadiel donde nos hospe damos—dijo Pedro.
—Dios nos libre de eso, pues allá es donde pri mero nos habrán ido a buscar para apalearnos. —¿Y qué hacer entonces?
—No te desesperes, Pedro, internémonos por estos cañaverales.
Al cabo de un rato de marcha, chupando hojas de caña, dijo el ruso:
—Yo cortar mi cara con estos diablos de hojas. —¡Chito! no hables, que pueden oírnos. —Bueno, callaré, perro yo estar todo cortado. Salieron por fin a un claro
Ya amanecía y a la indecisa luz del crepósculo divisaron un bohío en una hondonada.
Llegaron a él; era un rancho abandonado. 22
—-;Donde estarrenios?—dijo Pedro. —No lo sé pero no debe distar mucho el pueblo de acjuí. En eso oyeron relinchar un caballo. —Nos salvamos amigo, eso era lo que necesitá bamos.
—Perro, donde estar ese eaballo?
—Aguarda, ya lo diviso. Allá abajo lo veo, apresuremos el paso.
Pudieron cojer el animal, pero era un ñocho flaco y viejo, lleno de arestín, afortunadamenta tenía una soga.
—Montemos los dos en él y ahorítita estamos en Las Marías.
—Ese caballo no poder con los dos, él se morir en el camino. —No lo creas, de todos modos no tenemos otra
cosa: a.sí ha}' c]ue apechugar con el flocho. Acomodáronse como pudieron ambos en el maltrecho animalejo y a los dos minutos habían logrado salir al camino. Tocaban el Avemaria en la iglesia parroquial cuando los dos trasnochadores llegaban sucios, rotos y cariacontecidos al pueblo.
Nuevo contratiempo:allí tampoco habíafonda. de pusieron a dar volteretas por la población como don Quijote cuando fué al Toboso sin saber donde encontrar el castillo de su adorada Dulci
nea, hasta que por fin llegaron a una panadería. Entraron y comieron pan caliente. Los panaderos le informaron había un bode
gón que hospedaba a los quincalleros, árabesy demás gente ambulante cjue pasaban por allí, por lo que se dirigieron a casa de siñó Nicolás. Este buen hombre los recibió con mil amores y les proporcionó dos catres chincheros, que les pa recieron a nuestros amigos los más cómodos le chos que hubieran tenido en su vida. A los pocos minutos roncaban como dos liro nes, mientras que Calamocha, pasando una borra chera fenomenal, lo hacía en el pesebre de la casa del Comisario.
23
Era ya muy entrada la mañana, cuando la criada del figón se atrevió a penetrar en la alcoba de tos durmientes y a grandes voces les dijo; —Señoritos, señoritos: ¿No quieren Vda. almorzar?
—Yo fui quien encontré los pasteles,—decía Antoñito en sueños.
—¿Qué pasteles?—dijo la muchacha creyendo que el jiuésped pedía pasteles.—No tenemos paste
les, pero hay bisteque con papas, mondongo y asaurá.
—¡Qué!¡Qué!—decía Antoñito abriendo los ojos y volviéndolos a cerrar, pues estaba más dormido que despierto.—No, Bombotó no puede venir. Siña Mérencia, Mereja...! Bah, dejcnme dormir, yo no quiero pasteles.
La muchacha, viendo que no había medio de despertar a aquel, empezóa dar sacudidasal otro. —Alevántese, musiú que ya son las diez y ya es horá de almorzar.
—Perro, perro... yo estar enamorrado de Vd. —¿De mí?—decía la maritornes con extrañeza! —^¿Yd. enamorado de mi? Eso no pué ser.¡Visnch Santísima! pues si Vd. no me conoce. —Perro, perro —Parece que llama un perro! y toda azorada
miraba para todos lados por si los musiús habían traído perro. —No han traío ná ¡condenaos! deben estar
soñando, y ni un cañón de veinte y cuatro los des pierta.
Que venga don Nicolás a llamar a esos sangrú goldos, que lo que es yo...—dijo saliendo y cerran do la puerta. A eso dé las dos de la tarde llegaron dos guar dias al bodegón y dijeron a siño Nicolás. —¿Por casualidad, señor, habrá Vd. visto por aquí a un joven llamado Antoñito González que andaba acompañado de un extranjero? —¡Qáé!¿han matado a alguno esos jóvenes?— dijo el bodegonero abriendo los ojos.
—No, pero han armado la garata hache, allá 24
en la Furnia, en casa del Comisario y como han salido algunos con la cabeza rajada, se hadado parte y tienen que ir a declarar. Quizás si los meten en chirona también, pues ya trajimos a Bombotó, a Monche, el hijo de Siño Alejo el Guary a Celestino y Francisco que son los que están más heridos. —Hasta la Siña Merencia tocó parte—dijo rien do el otro guardia—pues le tumbaron el moño pos tizo y le magullaron una oreja de un estacazo. —¿Y por qué fué la cuestión? —Nosotros aún no nos hemos enterado bien,
pero ya se sabe que todas esas garatas dé baile son por mor de las faldas.
—Yo a decir verdad—dijo el dueño del friqui tín—tengo desde esta mañanitita, hospedaos aquí dos jóvenes que muy bien pueden ser esos que Vds. están buscando. Pero desde que llegaron están dorm/o como muertos y no han altnorzao entoavía. —Esos deben ser los perillanes. Traían un ne grito que está con sus caballos y equipajes en casa de ño Daniel, el pulpero de Furnia. Las bestias se encontraron esgaritás esta ma-
, ñaña y la negra Sotera que vive más abajo en la Quebrada, dice que le han robao un jaco viejo que tenía pastando por allí. —Pues son ellos,porque venían montadosen pe. lo los dos en un flocho q.no podía máscon su alma, — Pronto, Siñó Nico dígale a esos señores, qu i venimos a buscarlos de parte del Juez. Subió el viejo pausadamente la escalera y en'
tró en la habitación de los durmientes,a losqueyu no le costó gran trabajo despertar, pues había: descansado bastante de las trapisondas de la noche
I .
Ya más despejados, díjoles el bodegonero. —¿Es usted don Antonio González? —Servidor de usted.
—Parece han tenido Vds.una cuestión esta nohce'
—Es deciiq la han tenido con nosotros;—se apre ; auró a replicar el aguadillano. ,
—Pues en buen lío se han metido. Pm la puei'í , ta están dos guardias que vienen a buscarlos d;í parte del Juez. 25
—¿A nosotros?—dijeron aun tiempo los dos amigos, y nñadió el ruso;
—¿Qué tener el juef que ver con nosotros? —Yo no sé, [)ero p.'irece q. ha habido heridos en casa del comisai io, y ha n traido muchísimos presos. —Nosotros no haber herido a nadie.
—Eso se lo dtsplicará Vd al Juez, pero antes , de dirse, les voy a mandar subir el almuerzo. —Si, eso enseguida, pues lo que es yo.me mue ro de hambre
—Yo también morir de jambre, perro eso del
juef rompe mi cabeza,—dijo l'edro dándose un ma notón en la frente.
—No tengas cuidado por eso, Pedro, déjame a
mi defenderme y ya verás como salirhos bien^ Pero nuestro Antoñito olvidaba los trámi'^es que seguía aquí un juicio y como_ este era el año 1888 la curia se tomaba mucho tiempo para acla rar cualquier punto.
Los pobres inocentes muchachos Francisco y Celestino que en nada se habían mezclado, fueron los que pagaron la patena con varios rajazos de cabeza, sobre todo, Celestino estaba en estado grave.
Tres largos meses pasaron nuestros consabi dos amigos en la cárcel de Vlayagüezcon los otros
alborotadores y en ese tiempo hechó el ruso^ más
maldiciones a los jueces y curiales que guamás tie
ne la Moca.
.
,. . -
El padre de Antoñito y don Salustiano hicie ron muchísimas gestiones para conseguir la excar celación de los presos, pero esto no podía tener lu
gar hasta que Celestino no estuviese radicalmente curado.
Tres siglos le parecieron a Pedro aquellos^ meses de reclusión, y en la soledad de su calabozo re flexionó bien, que estaba gmejor en su país al '^do de su madrecita y trabajando al lado de su padre lo que le era más beneficioso que anudar a guisa de aventuras que solo disgustos podían acstrrcaile. Cuando salió de la prisión,luego de sobreseída la causa, se separó del calaverón de Antomto y
después de pasar unos días en la Moca, al lado del 26
excelente don Síilustiano y de la sin pai'Churunga,
la que, ooiiYencida que el ruso quería volver ¡célibe
a su patria, liabía tortnalizado sus amores con el
interesante Tunito."partió para Aguadilla. Antes de marchar Pedro para Rusia, quiso co
nocer lo más notable de Puerto Rico, por lo, que
aún permaneció algunos meses admirando los pre ciosísimos paisajes de nuestras montañas, reco rriendo el resto de la isla, así como visitando nues
tras principales poblaciones, encontrando mucha ignorancia aunque despejada inteligencia en nues tros campesinos y bastante cultura éntrela clase distinguida de los poblados.
Tuvo ocasión de tratar jóvene.s muy apreciables que le brindaron ñna amistad y sobie todo
puertorriqueñas de ojos hermosos, negros como la noche, que más de una vez hicieron latir su cora-^ zón, haciéndole titubear en sus propósitos de mar charse a sus estepas o quedarse aphitavndo en Puerto Rico.
Pero las cartas de su padre, 3' sobre todo, las de su madre, le decidieron por fin a dejar esta pre ciosa tierra puertorriqueña, llevando en su alma, un recuerdo imborrablé de su cielo hermosísimo, de sus argentadas noches de luna, de sus campos siempre risueños y, sobre todo, de sus hijas tan
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