Ovejas desparejas
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Estimado lector,
Gracias a personas como tú lo que empezó en un papel, se convierte con esta edición, en nuestra primera trilogía de Cuentos de Mediación. Conseguimos así cumplir el sueño de llegar a miles de manos, a través de los creativos relatos de los autores de esta tercera entrega, en los que las historias nos acercan a mundos diferentes y maravillosos, tanto como cada uno de nosotros. A través de los personajes de esta colección, disfrutaremos de divertidos enredos, muy ligados a situaciones cotidianas, en los que el diálogo y la búsqueda por entender al otro serán claves para resolverlos. Todos los mediadores que formamos parte de esta iniciativa creemos en la importancia de que niños y jóvenes desarrolléis vuestra capacidad para afrontar con empatía y cariño los problemas con otros, ahora y en el futuro. Por ello, una de nuestras líneas más intensas de trabajo sigue siendo dar a conocer la Mediación profesional, como una forma pacífica y colaborativa de solución de conflictos y como una herramienta que fomenta en vosotros, las nuevas generaciones, la elección de respuestas constructivas y positivas. Nos hace felices pensar que serán leídos o contados, solos o en familia, convertidos en teatro en las escuelas… pues en vuestras manos alcanzan verdaderamente su valor. Por tanto, es nuestro mayor anhelo que en cualquier situación se disfruten y aporten un granito de arena hacia el camino de la paz y la convivencia de todos.
Los autores de Cuentos de Mediación III
Depósito Legal: M-16767-2018
Índice Ovejas desparejas .......................................................................... 7 Eclipse .......................................................................................... 11 Y el león se fue ............................................................................... 14 La Luna y el Sol se han enfadado ................................................... 19 La evolución de los más pequeños ................................................ 25 Les taules de llum .......................................................................... 29 Dª Martina y don Delfín ................................................................. 36 Mariano un hombre bueno y la “pelea de gallos” ........................ 41 Brillar por completo ....................................................................... 47 La felicidad de ser escuchado ........................................................ 50 El tió ............................................................................................... 55 Rates i dracs. La llegenda de Bubònica .......................................... 59 ¡Hola! ............................................................................................. 67
Ovejas desparejas
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Ovejas desparejas Liliana Ayestarán Massari
ALMA (7 AÑOS)
a partir de 6 años
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n una gran granja llamada Serenidad, vivía feliz un rebaño de ovejas. Entre ellas había una que se llamaba Dorotea, que era la más popular. Tenía muchísimos amigos, y juntos realizaban entretenidos juegos. A veces cometía alguna travesura, pero todas eran inocentes y divertidas. Entre sus amigos estaba Toni, un corderito gruñón que se enfadaba con facilidad. Era su mejor amigo y ella lo aceptaba así, porque sabía que detrás de sus enojos pasajeros había un gran corazón, y eso le bastaba. Un día llegaron nuevas ovejas a la granja. Estas ovejas provenían de un lugar muy lejano: su lana era más blanca y enrulada. También tenían diferentes formas de divertirse, de comer y de andar. Entre ellas
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se encontraba Candi, una oveja muy traviesa que pronto no tardó en meterse en líos y discutir con Dorotea. El granjero, que se llamaba Nito, estaba muy contento con la llegada de las nuevas ovejitas. Sin embargo, no sucedía lo mismo con las que ya vivían en la granja. Ellas, como Dorotea, se sintieron un poco incómodas, ya que estaban acostumbradas a pastar, comer y jugar siempre con el mismo rebaño y así había sido siempre desde que Dorotea recordaba. De pronto, Nito comenzó a notar que su tranquila granja se había convertido en un torbellino. Dorotea y su amigo Toni estaban todo el tiempo enfadados y se enfrentaban continuamente con Candi, la nueva ovejita. Después de transcurrida una semana la convivencia entre ambos rebaños se hacía imposible. La Granja Serenidad se había convertido en una tormenta. Una tarde Nito, muy preocupado por la situación de su granja, recordó que su antiguo maestro siempre solucionaba los conflictos en su escuela rural. Fue a visitarlo y se encontró con un anciano risueño muy dispuesto a ayudarlo. Tenía un gran sentido del humor y se alegró mucho de ver a su antiguo alumno. Lo invitó a sentarse y le convidó a un rico pastel de fresas. Mientras disfrutaban de la merienda el anciano le confesó que tenía una fórmula mágica que solucionaba todos los conflictos y que desde hacía años venía aplicándola. Nito dudaba de lo que el anciano le decía, pero como no tenía ninguna otra solución en mente, se dijo para sí mismo que no perdería nada en intentar la “fórmula mágica” con sus rebaños. Entonces ambos se dirigieron a la granja de la Serenidad perdida. Al día siguiente, muy temprano, el anciano se dirigió al rebaño de Dorotea y Toni, y permaneció allí por más de dos horas. Les pidió que diseñaran un sombrero, y les dijo que regresaría al día siguiente. Luego, el anciano, fue a encontrarse con el rebaño de las ovejas nuevas, donde se encontraba Candi, y les pidió lo mismo. Ambos rebaños no entendían el porqué de tal pedido. ¿Por qué querría el anciano que cada rebaño diseñara un sombrero? Dorotea y Toni bus-
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caron florecillas para decorar el sombrero, y todos participaron para hacer un coqueto sombrero. Lo mismo sucedió en el otro rebaño; estaban todas las ovejitas muy animadas diseñando su sombrero, especialmente Candi que dejó de hacer travesuras para coser y coser. Luego, el anciano, escuchó atentamente a ambos rebaños y descubrió muchas cosas. Cosas que sólo se pueden conocer aprendiendo a escuchar. Por ejemplo, el rebaño antiguo, al que pertenecían Dorotea y Toni, temía perder el cariño de su dueño, así como sus comodidades, ante la llegada del nuevo rebaño. Y esté último temía no ser aceptado y no adaptarse, y además las ovejitas nuevas echaban de menos su tierra. Ambos rebaños confundían temor y enfado. El anciano maestro descubrió sus temores e inseguridades y deseaba ayudarlas a que no compitieran entre sí y aprendieran a colaborar entre ellas, y así reducir esos temores. El anciano sabía que podría ayudar a solucionarlo con la ayuda de su fórmula mágica. Reunió entonces a todas las ovejitas de la granja, las nuevas y las antiguas, las colocó en círculo y preguntó a continuación a cada una de ellas qué es lo que querían y cómo les gustaría que fuera la vida en la granja. Finalizada la ronda, escribió todo lo que las ovejitas dijeron en una pizarra negra. Al leer en voz alta lo escrito en la pizarra, todas descubrieron con asombro que ambos rebaños tenían muchas cosas, deseos y gustos en común. Más allá de sus diferencias, ambos grupos de ovejitas querían vivir felices en la granja y decidieron que tratarían de convivir con mayor armonía, aunque al corderito Toni le resultaría difícil dejar de enfadarse y a la ovejita Candi dejar de hacer sus travesuras. Al atardecer los rebaños le enseñaron al anciano dos hermosos sombreros, uno de cada rebaño, y todas estaban muy orgullosas de sus sombreros. Los habían decorado con mucho esmero y cariño, pero lo más importante era que cada rebaño había colaborado para realizarlo. El anciano maestro felicitó a ambos rebaños y elogió sus respectivos sombreros. Posteriormente cada rebaño regaló al otro el som-
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brero que habían realizado. Estaban regalando algo hermoso y a su vez estaban recibiendo algo de igual belleza. En ese clima de cordialidad, las ovejitas le preguntaron al anciano maestro por qué tuvieron que diseñar un sombrero. Dorotea, como todas, no comprendía el sentido del sombrero, aunque le resultó muy divertido hacerlo. El anciano maestro les dijo: “Lo he hecho para que recordéis que el sombrero es como la paz, como la armonía, y así como se ha diseñado un sombrero se puede diseñar y crear la paz. Entonces, cuando tengáis un problema, diseñad soluciones como diseñáis sombreros y, mejor aún, compartidlas con el otro. La paz es este sombrero que estamos dispuestos a dar al otro”. Antes de despedirse, Nito, el dueño de la granja, sintió curiosidad de saber cuál era la fórmula mágica, y se lo preguntó antes de que su anciano maestro se marchara. El maestro contestó amablemente: “Diseñar sombreros, y estar dispuesto a obsequiárselos al otro.” Sonrió y se despidió, colocándose su antiguo sombrero de paja azul. Y, colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
Eclipse
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ALEJANDRO CARRIL CASADO (7 AÑOS)
Eclipse Carlos Ferrod y colectivo Secomedia
a partir de 8 años
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uenta un curioso mito griego que Gea, diosa del planeta Tierra, creó una isla donde ocultar todos sus secretos; la guardó con tanto celo que incluso impidió que cualquier haz de luz llegara hasta ella. Helios, dios del Sol, cada día surcaba el cielo sobrevolando el planeta en su carro tirado por alados caballos de fuego. Ardía en curiosidad por saber qué había en esa oscura región donde, cada vez que inten-
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taba proyectar sus rayos, Gea se lo impedía. En una ocasión, pidió a la Noche que le prestase su capa y, oculto bajo ella, Helios descendió a la misteriosa isla en su carruaje. Gea no tardó en enterarse y furiosa ordenó a los colosales titanes que golpearan la superficie para provocar un terremoto. Los llameantes caballos de Helios, asustados, corrieron despavoridos haciendo que el dios Sol perdiera las riendas, desencadenando así un enorme incendio que asoló el lugar. La isla quedó reducida a cenizas y el mejor corcel de Helios acabó malherido. Planeta y Estrella se alejaron, la Tierra quedó privada de la luz y el calor del Sol y Helios vagó solitario por el cosmos. Selene, la Luna, preocupada por ambos, los invitó a reunirse en un lugar donde poder hablar e intentar resolver entre ellos el gran conflicto que tenían. La diosa lunar, varias veces tuvo que mediar entre ambos. En los momentos más tensos, Helios ardía en un fuego intenso y salvaje, provocando grandes lluvias de ceniza; por su parte Gea, hacía eructar a los volcanes, desbordaba los ríos y desplomaba las montañas. Selene les escuchó atentamente y les ayudó a comunicarse, impidiendo acusaciones de culpas mutuas y que expresaran directamente sus sentimientos. Varios encuentros tuvieron que producirse para poder solucionar el asunto. Helios y Gea asistieron, sabiendo interiormente, que se necesitaban el uno al otro. Gea entendió que la intromisión de Helios fue por inocente curiosidad y el dios comprendió que Gea buscaba un lugar de intimidad, pues se sentía, como planeta, observada continuamente por mortales, dioses y estrellas. El caballo fue finalmente sanado por un cereal curativo, que la misma
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Gea cultivó. Helios, proporcionó a la diosa un lugar profundo e inaccesible donde guardar sus secretos, inundado, a su vez, por el ardiente fuego del Sol. Lo llamaron el Centro de la Tierra. Desde entonces, y en honor a esta mediación propuesta por Selene; cada ciertos años, la naturaleza nos regala el mágico fenómeno del eclipse solar (alineación de Sol, Luna y Tierra). Lo que nos recuerda, que algunos conflictos, incluso aquellos de dimensiones cósmicas, pueden llegar a resolverse. Y si os preguntáis por el eclipse lunar, donde Selene desaparece durante la noche (debido a que nuestro planeta se coloca frente al Sol), es ya otro mito… Un romántico secreto entre Gea y Helios escondido, tal vez, en el Centro de la Tierra. Y, colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
PAULA ALONSO RODRIGUEZ (10 AÑOS)
Y el león se fue Cuando las arañas unen sus telas, pueden amarrar a un león Proverbio etíope
Josep Redorta y Karina Sotelo
a partir de 6 años
EL EXTRAÑO LUGAR DONDE PASÓ TODO
S
ucedió en África, un continente lleno de misterio, donde habitan animales exóticos y donde la mayoría de niños que viven allí tienen la piel de color oscuro. En aquellos territorios inundados de luz, ríos, desiertos, zonas verdes y cabañas de paja y barro, suceden historias muy curiosas. Y así me lo contaron a mí:
Y el león se fue
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Érase una vez una niña llamada BUANA. Tenía casi diez años. Sus cabellos eran rizados, su cara entre redonda y achatada, pero por encima de todo destacaba su sonrisa. Su escuela estaba lejos. Tenía que andar cada día una hora para llegar. Sus padres estaban pensando que, cuando pudieran, le comprarían una bicicleta. BUANA tenía muchos amigos en la escuela, ya que era muy alegre y sociable y casi nunca se enfadaba con nadie. Su mejor amigo se llamaba BUBÚ. Era más alto que ella y un par de años mayor. Siempre hablaban de sus cosas y cuando estaban juntos se sentían felices. EL TERRIBLE SUCESO QUE SORPRENDIÓ A BUANA Un día normal, cuando los rayos del sol aparecían en el horizonte, BUANA se dirigía a la escuela. El camino era llano pero, al girar una larga curva, se internaba en una zona bastante densa de la selva africana. Esta parte del paseo le encantaba, porque se encontraba con pájaros que trinaban, con bonobos que saltaban de liana en liana y con una multitud de animales de diversos tamaños, formas y colores, que cuando se les veía juntos parecían formar un arcoíris. BUANA transitaba como siempre por aquel bosque que no era muy grande y en cuya salida, al poco rato, encontraba su escuela. Pero aquel día pasó algo extraño. Las aves no cantaban y no se veía ningún animal por tierra. Casi no había ruido, con excepción del viento que movía las hojas de los árboles. Nunca había sentido temor al pasar por allí, pero aquel día se asustó. ¿Qué estaba pasando? Estaba intrigada. De pronto oyó un fuerte rugido. BUANA no se engañaba: era un león. Y podía estar hambriento, pensó. Primero se quedó paralizada, pero casi inmediatamente y rogando no encontrarse de frente con él, empezó a caminar más deprisa hacia la escuela.
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En cuanto llegó a su clase le explicó a BUBÚ lo sucedido y le dijo que ya no podrían verse más. Tenía mucho miedo de volver a pasar por el bosque. BUBÚ, EL AMIGO DE LAS ARAÑAS BUBÚ era muy amigo de todos los animales y, después de haber participado en el programa de mediación educativa del barco del río Kasai, había adquirido una habilidad especial para comunicarse con ellos y ayudarles a conseguir lo que quería cada uno sin interferir en las necesidades de los demás. Pero un león era una situación demasiado complicada para él. Con quien mejor se llevaba era con las arañas. Tenía en su cabaña un grupo bastante grande de una peculiar especie, la Anelosimus Eximius, conocidas como arañas sociales porque trabajan juntas para construir y mantener enormes redes. BUBÚ las trataba muy bien y las dejaba correr por toda su habitación. Nunca pisaba ninguna. Había una que era su preferida, KALINDA. Siempre estaba en el centro de su telaraña, casi a la altura de los ojos de BUBÚ. Si él tenía algún problema se lo contaba y parecía que ella lo comprendía. Aquel día, BUBÚ estaba muy preocupado por BUANA -no podía ni imaginar que no se vieran más- y también por los animales del bosque, que ya no se sentían seguros allí. No sabía qué hacer, pero no se iba a quedar de brazos cruzados, porque había aprendido que cuando surge un problema hay que intentar resolverlo cuanto antes; si no, puede crecer y hacerse tan grande y pesado como el elefante BONGO, que le cruza el río en su lomo cada día para poder llegar a la escuela. Confiando en su creatividad, se detuvo a observar la telaraña. Son de un hilo muy fuerte. Entonces pensó, ¿podrían aquellas arañas tejer una tan grande que cubriera al león, para poder hablar con él, sin temerle, de igual a igual? Era un pensamiento raro. Pero, ¿por qué no? Los humanos construyen redes sociales y utilizan la mediación
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comunitaria para resolver sus conflictos. El bosque era su comunidad. Y FUERON A POR EL LEÓN Aunque parezca imposible, KALINDA había leído los pensamientos de BUBÚ y entendido el mensaje. Habló con otras arañas y fue entonces cuando miles de ellas se pusieron de acuerdo para tejer y unir fuertes telarañas y enredar al león mientras dormía. Cuando el león abrió los ojos y se vio casi inmovilizado, rugió aún más fuerte e intentó zamparse a las arañas de un bocado. BUBÚ le calmó utilizando un tono de voz suave, una mirada generosa y comprensiva y una escucha atenta y empática, tal como le enseñaron los mediadores del barco. De una forma muy particular, dialogaron. BUBÚ le explicó que su presencia tenía atemorizados a los animales del bosque y a su amiga. El león, que se llamaba KIBUR, contó que estaba herido en una pata, por lo que buscó refugio en el bosque y que no quería asustar ni mucho menos dañar a nadie. Las arañas le dijeron que tampoco pretendían hacerle daño. Se propusieron a pensar juntos en una solución. Las arañas tejerían una tela a modo de vendaje para curar la pierna del felino y aliviar su dolor. El león seguiría su camino, con la promesa de visitarles de vez en cuando – sin rugir- para saber si necesitaban algo. No solo fue un éxito el acuerdo al que llegaron. También fue una gran idea pensar que, como entre las arañas sociales, en todas las comunidades, la unión hace la fuerza.
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Cuando BUBÚ se lo contó a BUANA, se puso tan contenta que le dio hasta diez besos. Y el león se fue, saltando a la pata coja… también de alegría. Y, colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
La luna y el sol se han enfadado
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La Luna y el Sol se han enfadado Charo Lara
a partir de 4 años
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rase una vez dos amigos. Uno se llamaba Sol y la otra Luna. ¿Tal vez los conocéis? ¿Los habéis visto alguna vez?
Cada día por la mañana, el Sol se despertaba y muy despacito iba subiendo hacia el cielo, con aquellos colores rojos y naranjas tan bonitos. Le gustaba mucho su trabajo, porque desde arriba podía verlo todo: las casas, las montañas, las personas, los animales y las flores. Cuando llegaba el atardecer, la Luna se despertaba y muy despacito subía, oscureciendo el cielo y la Tierra.
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Como eran muy amigos, cuando la Luna y el Sol se encontraban, se saludaban muy contentos de volverse a ver: - ¡Buenos días Luna! ¿cómo ha ido la noche? ¿han descansado bien todos los niños de la Tierra? ¿Y las hormigas y los conejos, han vuelto a su escondrijo? - ¡Buenas noches Sol! ¿cómo ha ido el día? ¿han ido los niños a la escuela y han jugado mucho? ¿han crecido las manzanas del huerto del señor Tomás? Y así, siempre que uno subía, el otro bajaba. De esta manera había orden sobre la Tierra. Como antes no había relojes, las personas y los animales sabían que era la hora de despertarse o de ir a dormir, de comer o cenar, de jugar o trabajar, según si en el cielo veían a la Luna o al Sol, o si uno de los dos se estaba escondiendo. El Sol daba calor a la Tierra a lo largo del día y esto ayudaba a incubar los huevos para que nacieran los pollitos... y también para que se abrieran las flores. Por la noche, cuando salía la Luna, refrescaba y, gracias a esto, la fruta maduraba sin quemarse por el calor continuo del Sol. El gallo, que era el gran despertador, sabía que tenía que hacer un gran “kikirikiiiii” para que todos se despertasen cuando la Luna se iba a dormir y se despertaba el Sol. De la misma manera, cuando se despertaba la Luna y oscurecía, todos sabían que era la hora de volver a casa para dormir. Todo funcionaba así de bien hasta que una tarde, cuando el Sol se iba a dormir, se enfadó con la Luna porque llegaba tarde. A partir de ese día, todo cambió. La Luna y el Sol ya no se turnaban, sino que cada uno subía y bajaba cuando quería; a veces juntos, para pelearse, o ninguno de los dos.
La Luna y el Sol se han enfadado
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Esta discusión provocó muchos problemas. Uno de ellos fue que la gente enfermó. Las personas no podían dormir por los cambios de luz; otras veces pasaban frío porque el Sol no quería levantarse y no calentaba la Tierra. Los animales tenían mucha hambre, porque las frutas y las verduras no podían crecer por falta de Sol y de lluvia, o se estropeaban porque hacía mucha calor o mucho frío. ¡Qué locura! Y como tenían frío y calor, y estaban tristes y cansados, y tenían hambre, todo a la vez, estaban de malhumor, no tenían paciencia y se peleaban mucho. Nadie era feliz, hasta que un día o una noche, ¡quién sabe!, gritaron muy fuerte: ¡¡¡BASTAAAAAA!!! Se hizo un gran silencio. Y todos los que vivían en el planeta, animales, personas, plantas…. pidieron a la Tierra que hablara con el Sol y la Luna para que pusiera paz entre ellos porque si no se marcharían a vivir a otro planeta. ¿Sabéis que es un MEDIADOR? Es alguien que ayuda a dos personas que piensan diferente a hablar sin pelearse para que encuentren una solución a su problema y no se vuelvan a pelear. La Tierra fue escogida por sus habitantes para ser la mediadora entre el Sol y la Luna. La Tierra habló con los dos y pidió que cada uno se pusiera a un lado. La Tierra pidió que, primero uno y después el otro, explicaran por qué se habían enfadado, sin interrupciones ni faltar al respeto. Los dos recordaron cuando eran amigos, y cuando se saludaban y jugaban al escondite, y cuando hacían bromas con la Tierra poniéndose en medio en fila provocando eclipses. Y entonces se dieron cuenta
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que cuando trabajaban juntos como un equipo todo iba mejor y eran mucho más felices. Entonces pidieron disculpas y prometieron que volvería el orden. En aquel mismo momento, la Luna subió al cielo y el Sol se fue a dormir para que se hiciera de noche y todos pudieran descansar. Al cabo de pocos días, las flores volvieron a florecer, las personas y los animales volvieron a sonreír y todo volvió a ser como antes. Y, colorín colorado, en este cuento se ha mediado. LA LLUNA I EL SOL S’HAN ENFADAT Vet aquí una vegada dos amics. Un es deia SOL i l’altra LLUNA. Què potser els coneixeu? Què els heu vist alguna vegada? Cada dia pel dematí, el Sol es despertava i molt a poc a poc, anava pujant cap al cel, amb aquells colors vermells i taronges tan bonics. Li agradava molt la seva feina, perquè des de dalt de tot, podia veure moltes coses: les cases, les muntanyes, les persones, els animals i les flors. Cada vespre la Lluna es despertava i molt a poc a poc, pujava ben amunt, enfosquint el cel i la Terra. Com que eren molt amics, quan la Lluna i el Sol es trobaven, es saludaven molt contents: - Bon dia Lluna: com ha anat la nit? Han descansat bé tots els nens de la Terra? I les formigues i els conills han tornat al seu amagatall? - Bona nit Sol: com ha anat el dia? Han anat els nens a l’escola i han jugat molt? Han crescut les pomes de l’hort del senyor Tomàs? I així, sempre que un pujava al cel, l’altre baixava. D’aquesta manera, hi havia ordre sobre la Terra.
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Com abans no hi havien rellotges, la gent i els animals sabien que era l’hora de despertar-se o anar a dormir, de dinar o sopar, de jugar o treballar, segons si al cel veien la Lluna o el Sol o si algun dels dos s’estava amagant. El Sol, al llarg del dia donava escalfor a la Terra i això ajudava a incubar els ous perquè naixessin els pollets, i a madurar els fruits per poder menjar bona fruita. Per la nit, quan sortia la Lluna, feia més fresqueta i gràcies a això, la collita madurava sense cremar-se per la escalfor continua del Sol. El gall que era el gran despertador sabia que havia de fer un gran “kikirikiiiiiiiiiii” perquè tothom es despertés quan s’aixecava el Sol. De la mateixa manera, quan despertava la Lluna i es feia fosc, tothom sabia que era l’hora de tornar cap a casa per dormir. Tot funcionava així de bé fins que una tarda quan el Sol se n’anava a dormir es va enfadar amb la Lluna perquè arribava tard. A partir d’aquell moment tot va canviar. La Lluna i el Sol ja no es tornaven sinó que cadascú pujava i baixava quan volia, de vegades junts per discutir-se o cap d’ells. Aquesta discussió va provocar molts problemes. Un d’ell, va ser que la gent i els animals es van posar malalts. No podien dormir pels canvis de llum, altres vegades passaven fred perquè el Sol no volia sortir i no escalfava la Terra. Els animals tenien molta gana perquè les fruites i les verdures no podien créixer per falta de Sol i de pluja o es cremaven per massa calor o massa fred. Quina bogeria!! I com que teníem fred i calor, i estaven tristos i cansats, i tenien gana, i tot a la vegada, estaven de mal humor, no tenien paciència i es barallaven a tota hora. Ningú era feliç. Fins que un dia o una nit, vet a saber, vam cridar molt fort: PROOOOOUUUUUUUUUUU!!!!. Es va fer un gran silenci.
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I tots els que vivien a la Terra, animals, persones, plantes,.... li van demanar a la Terra, que si us plau, parlés amb el Sol i la Lluna, que posés pau en la seva baralla perquè sinó haurien de marxar a viure a un altre planeta. Sabeu què es un MEDIADOR? Es algú que ajuda a dos persones que pensen diferent, a parlar sense barallar-se perquè trobin una solució al seu problema i no es tornin a barallar més. La Terra va ser escollida per tots els seus habitants per ser la mediadora entre el Sol i la Lluna. La Terra va parlar amb tots dos. Va fer que cadascú es posés a una banda. La Terra va demanar que primer un i després l’altra, expliqués perquè s’havia enfadat, sense interrompre ni faltar el respecte. Tots dos van recordar quan eren amics i es saludaven quan es trobaven i jugaven a amagar, i feien bromes a la Terra posant-se enmig en fila i fent eclipsis. I es van adonar que quan treballaven junts com un equip, tot anava millor i tothom era feliç. Llavors vam demanar disculpes i prometre que tornaria l’ordre. En aquell mateix moment, la Lluna va pujar al cel i el Sol es va anar a dormir, perquè tornés la nit i tothom pogués descansar. En pocs dies, les flors van tornar a florir, les persones i els animals van tornar a ser feliços, perquè tot tornava a ser com abans. I catatric-catatrac en aquest conte s’ha mediat
La evolucion de los mas pequeños
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JULIA CONDE Y MANUEL UTRERA
La evolución de los más pequeños Manuel Utrera y Julia Conde
a partir de 6 años
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ace mucho, mucho tiempo, antes de que las plantas y los dinosaurios existieran, vivían en la tierra unos seres muy muy pequeñitos llamados prots. Los prots eran tan sencillos que solo podían nadar y vivir en arenas, barro, charcos y grietas, porque para ellos el aire ¡era letal! También existían otros seres más chiquititos todavía, los condrios.
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Eran simpáticos, pero muuuuy holgazanes. Se pasaban el día quietos, esperando a que les llegara su comida. Tanto era así, que llegó un momento en el que solo se alimentaban de aire y tierra, y se dejaban caer por cualquier lado donde el viento o el agua los llevase. Los prots, que eran muy activos, solo veían a los condrios de lejos. Les tenían algo de envidia, porque podían ver el mundo y viajar, mientras que ellos estaban obligados a estar siempre en sitios sucios y reducidos, donde no llegara el oxígeno. Pero lo que más les molestaba era su pachorra. Todo el día tumbados... ¡Con la cantidad de cosas que había que ver! Los condrios, por su parte, también tenían envidia de los prots, tan ágiles, grandes y fuertes ¡Quién tuviera ese cuerpo para poder nadar! -soñaba un condrito sentado en una roca, mientras miraba a los prots nadando y jugando. De repente, una ola de agua de un manantial burbujeante, movida por un fuerte viento, arrastró al condrio hasta la charca de los prots. El medio burbujeante permitió que por primera vez ambos seres se juntasen. El condrio se incorporó con dificultad, y en ese instante apareció ¡Un increíble Prot! - Menudo bicho tan grande -pensó - ¡Hola!... ¡Hoooooooolaaaaaa! El prot siempre había visto a los condrios de lejos, pensando que eran más grandes, pero ni siquiera fue capaz de oírle. Creyó que era comida y se lo zampó de un bocado. Pero comérselo fue como comerse una piedra, era duro de digerir, así que se le quedó flotando dentro. El líquido parecía estar especialmente hecho para el condrio: podía nadar y flotar... aunque, asustado empezó a gritar -oye, ¡oyeeee!, ¡déjame salir! - Pero nada ocurría. Mientras seguía flotando, chocó de repente con algo tan duro como él. - Gagin ñegem- Dijo la forma con la que se había chocado.
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- Soy un condrio y acabas de comerme, ¡déjame salir! - ¡Gagin ñegem! - dijo la forma otra vez. - ¿Qué? No te entiendo. La forma empezó a decirlo aún más fuerte, pensando que el condrio le entendería mejor, pero lo único que consiguió fue asustarle. - ¡Socorrooooo! ¡Que alguien me ayude! - Empezó a gritar con mucho miedo mientras intentaba salir. Hasta que… - ¿Un momento, qué es esto? En la membrana del prot, a la luz de sol, brillaba algo parecido a un extraño abecedario, y debajo su significado. Intentó traducir lo que la cosa no paraba de repetir “gagin ñegem”. Tras darle muchas vueltas descubrió que significaba “buenos días”. - Vaya, no me estaba diciendo nada malo, solo me estaba saludando - El condrio entonces gritó ¡Gagin ñegem! A lo que la forma respondió: - Gagin ñegem, ¿groquen malu caken? - A ver qué significa… ¡ah, ya sé!, significa “buenos días ¿cómo estás?” Qué bien, ¡ya le entiendo! Poco a poco empezaron a comunicarse, al principio hablaban despacito y luego más fluido. La forma, le contó que ella era el núcleo del prot y le hacía moverse y relacionarse con el resto de los de su especie. También le contó que ese alfabeto estaba allí desde que nació, nunca lo había entendido bien y pocos prots lo tenían. Es como si estuvieran destinados a encontrarse. Empezó a contarle cómo vivían, que siempre habían querido salir a la superficie, pero no podían respirar el aire. El condrito le contó que lo que más le gustaba de los prots, era su capacidad de nadar y desplazarse, ya que ellos lo hacían
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muy mal y les costaba encontrar comida. Cuanto más sabían el uno del otro, más querían conocerse, estar juntos y aprender las cosas que el otro hacía. Pues la vida era difícil sin poder nadar o respirar oxígeno. Entonces, el condrio se percató de que debajo del alfabeto, había una inscripción que decía “las ideas de uno son grandes, pero la ideas de muchos son imparables”, y dijo: - Podríamos proponer ideas, y quizás hallemos algo que nos ayude a ambos. Las primeras fueron muy disparatadas, las últimas no tanto. Hasta que el núcleo del prot dio con una que a ambos les gustó. - ¿Por qué no te quedas aquí conmigo?, al ser más grande y poder nadar, me desplazo mejor, y puedo conseguir más alimento. Mientras tanto, tú me ayudarás a respirar para poder viajar por el mundo. - ¡Qué idea tan fantástica, siempre he querido un compañero de aventuras! - Dijo el condrito. Pasaron los días y los meses y cada vez más parejas de prots y condrios se unían para ver el mundo juntos. A partir de esos nuevos y curiosos seres, tras muchos años de evolución (en los que se fueron mezclando con otras tribus, incluidas unas de color verde… ¡pero eso ya es otra historia!), aparecieron plantas, hongos y animales, y con ellos nosotros. Tantas nuevas formas de vida, variadas y complejas, existen debido a la simbiosis entre condrios y prots. Gracias a que supieron comunicarse asertivamente, empatizar con el otro y escucharse de forma activa, llegaron a ese pacto maravilloso que nos regaló nuestra existencia. Y colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
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MAR FERROL FLIX
Les taules de llum Mar Ferrol Flix
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a partir de 8 años
m fascinava contemplar les bombolles de sabó que feia la mare per distreure’m durant els meus banys dels vespres. M’encantava allargar el dit i que espeteguessin a l’aire. Els ulls verdosos de la mare s’il·luminaven mentre la meva germana bessona, la Mariona, reia i reia. Les dues ens miràvem amb complicitat perquè sabíem perfectament que després li tocaria a ella.
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A la guarderia ens van repartir en classes distintes i quan sortíem al pati aprofitàvem per jugar plegades amb la resta de nens de la classe. A l’escola, les coses van començar a ser diferents. Vaig passar moments complicats, sobretot quan sortia a la pissarra per escriure el dictat. La mà em tremolava i la traça de la meva lletra es convertia en un tobogan: invertia les síl·labes, feia faltes d’ortografia, no entenia els contextos... Els pares em van portar a molts especialistes per intentar tractar-me el problema que tenia, que segons m’havien diagnosticat es deia dislèxia. Així, el que havien de ser uns mesos es va allargar uns anys. El meu catorzè aniversari va ser clamorós, els pares ens van preparar una festa sorpresa amb tots els amics. No faltava res: la música, els regals, el pastís, l’indret... A l’endemà, ens vam adonar que encara quedava un regal per obrir, i tot i que jo estava segura que es tractava del regal que m’havia portat la Jana, la Mariona deia que era seu. Ens vam discutir tant que al final em va donar un cop de puny. No era la primera vegada que ens discutíem però aquesta vegada havia estat molt diferent. Tot va canviar... Ens vam deixar de parlar i si ho fèiem era per retreure’ns coses. A casa es van esborrar les rialles. L’ambient era diferent. Ara qualsevol cosa de l’altra ens molestava i els pares estaven molt angoixats perquè no sabien com podien redreçar la situació. Un dia, em vaig trobar al sofà asseguda una senyora a qui la mare ens va presentar com una antiga coneguda seva, de quan les dues varen estudiar el màster en gestió de conflictes. La Rosalia, que era el seu nom, era mediadora i havia vingut per ajudar-nos. La mediadora ens va convidar a asseure a la nostra taula de llum, que era rodona i de color rosa, un lloc on havia passat moments màgics jugant amb la Mariona. La meva mirada encuriosida i, fins i tot, desconfiada, feia que no em
Les taules de llum
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perdés cap gest. No entenia com una desconeguda podia ajudar-me a arreglar el problema que tenia amb la Mariona. El discurs de la dona, molt ordenat, va començar amb una breu explicació del què havia vingut a fer i de quin seria el seu paper, alhora que ressaltava el nostre rol com a protagonistes del procés ja que, segons ens va dir, érem nosaltres qui hauríem de resoldre el conflicte creat i trobar solucions. D’aquesta manera vaig començar jo a explicar la meva història. La Mariona era dolenta i egoista i, a més, en l’últim aniversari m’havia pegat. Mentre jo parlava, la Mariona intentava replicar-me, però sense èxit, ja que la Rosalia li recordava la necessitat de respectar els torns de paraula. Ara bé, en arribar el seu torn, va explicar que els pares sempre estaven pendents de mi i que jo era una mimada. No m’ho podia creure! Com podia dir això? Ella! La preferida! La que tenia una lletra preciosa! La mediadora ens va anar preguntant indistintament a les dues fins avançar a d’altres preguntes més profundes com el sentiment que ens generava la manera de comportar-se de l’altra o de quina manera ens afectava. Certament és que quan la mediadora repetia part de les nostres respostes o les resumia, anava veient les coses des d’una altra perspectiva. La Mariona tenia la creença que els pares em preferien a mi perquè prioritzaven sempre les meves necessitats a les seves. La veritat és que mai m’hagués imaginat que ella es pensés que la meva dislèxia era motiu de privilegi, ans al contrari, jo em pensava que ella era la favorita ja que sempre ho feia tot bé i ningú havia de corregir-la. Es va fer un silenci. El cor se’m va encongir. La tensió interior es va anar esvaint...
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Quan la mediadora em va preguntar a mi, vaig explicar que sempre m’havia sentit inferior a la Mariona. Ella era perfecta. Jo, en canvi, ho feia tot malament. A més, mentre els altres nens, com la Mariona, estaven jugant, jo havia de fer visites continuades al psicòleg per tractar la meva dislèxia. Així, lluny de passar-m’ho bé com es pensava ella, cada vegada em sentia més diferent a la resta, diferent a la Mariona i, sobretot, sola. La meva germana es va quedar de pedra. Mica en mica, les pupil•les se li van fer petites i, sense saber ben bé en quin moment, les nostres mirades avergonyides es van començar a creuar enmig d’un sentiment envoltat de comprensió i d’afecte. Ella es pensava que tothom em tractava amb preferència però mai es va posar en el meu lloc. Per la meva banda, vaig entendre la seva actitud i per què, a poc a poc, s’havia anat distanciant de mi. Aquesta competència continuada a la qual ens sotmetíem les dues estava basada en una posició creada sobre un pensament equívoc. Recordaré tota la vida aquell moment. Em vaig sentir legitimada i reconeguda. Les dues ens vàrem abraçar i no vam deixar de plorar fins que la mediadora va fer entrar els pares i els va fer participar de tot plegat. Quina emoció! Aquell moment va ser únic, com única és la relació que tinc amb la Mariona. L’episodi dels catorze anys va marcar la meva carrera professional. A vegades només cal trobar un espai adient, una taula de llum, en què qualcú, totalment neutral i imparcial, tingui l’habilitat d’ajudar a les persones a deslligar els nusos que mantenen l’ombra del neguit com una trava perquè les solucions als conflictes aflueixin de forma natural. I catatric-catatrac en aquest conte s’ha mediat
Las mesas de luz
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Me fascinaba contemplar las pompas de jabón que hacía mi madre para distraerme durante mis baños de las noches. Me encantaba alargar el dedo y que estallaran en el aire. Los ojos verdosos de mi madre se iluminaban mientras Mariona, mi hermana gemela, reía y reía. Las dos nos mirábamos con complicidad porque sabíamos perfectamente que después le tocaría a ella. En la guardería nos repartieron en clases distintas y cuando salíamos al patio, aprovechábamos para jugar juntas con el resto de los niños de la clase. En la escuela, las cosas empezaron a ser diferentes. Pasé momentos complicados, sobre todo cuando salía a la pizarra para escribir el dictado. La mano me temblaba y el rastro de mi letra se convertía en un tobogán: invertía las sílabas, hacía faltas de ortografía, no entendía los contextos... Mis padres me llevaron a muchos especialistas para intentar tratar el problema que tenía, que según me habían diagnosticado, se denominaba dislexia. Así, lo que tenían que ser unos meses, se alargó unos años. Mi decimocuarto aniversario fue clamoroso, mis padres nos prepararon una fiesta sorpresa con todos los amigos. No faltaba nada: la música, los regalos, el pastel, el lugar... Al día siguiente, nos dimos cuenta de que todavía quedaba un regalo por abrir, y aunque yo estaba segura de que se trataba del regalo que me había traído Jana, Mariona decía que era suyo. Discutimos tanto que al final me dio un puñetazo. No era la primera vez que discutíamos, pero esta vez fue muy diferente. Todo cambió... Nos dejamos de hablar y, si lo hacíamos, era para reprocharnos cosas. En casa se borraron las risas. El ambiente era diferente. Ahora cualquier cosa de la otra nos molestaba y nuestros padres estaban muy angustiados porque no sabían cómo podían enderezar la situación. Un día, me encontré en el sofá sentada a una señora que mi madre nos
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presentó como una antigua conocida suya, de cuando las dos estudiaron el máster en gestión de conflictos. Rosalía, que era su nombre, era mediadora y había venido para ayudarnos. La mediadora nos invitó a sentarnos en nuestra mesa de luz, que era redonda y de color rosa, un lugar donde había pasado momentos mágicos jugando con Mariona. Mi mirada interesada e, incluso, desconfiada, hacía que no me perdiera ningún gesto. No entendía cómo una desconocida podía ayudarme a arreglar el problema que tenía con Mariona. El discurso de la mujer, muy ordenado, empezó con una breve explicación de lo que había venido a hacer y de cuál sería su papel, a la vez que resaltaba nuestro rol como protagonistas del proceso, ya que, según nos dijo, éramos nosotras quienes tendríamos que resolver el conflicto creado y encontrar soluciones. De esta manera empecé yo a explicar mi historia. Mariona era mala y egoísta y, además, en nuestro último cumpleaños, me había pegado. Mientras yo hablaba, Mariona intentaba replicarme, pero sin éxito, ya que Rosalía le recordaba la necesidad de respetar los turnos de palabra. Ahora bien, al llegar su turno, explicó que nuestros padres siempre estaban pendientes de mí y que yo era una mimada. ¡No me lo podía creer! ¿Cómo podía decir eso? ¡Ella! ¡La predilecta! ¡La que tenía una letra preciosa! La mediadora nos fue preguntando indistintamente a las dos hasta avanzar a otras preguntas más profundas, como el sentimiento que nos generaba la manera de comportarse de la otra, o de qué manera nos afectaba. Cierto es que, cuando la mediadora repetía parte de nuestras respuestas o las resumía, iba viendo las cosas desde otra perspectiva. Mariona tenía la creencia de que mis padres me preferían a mí porque priorizaban siempre mis necesidades a las suyas. La verdad es que nunca me hubiera imaginado que ella se pensara que mi dislexia era motivo de
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privilegio, sino todo lo contrario, yo pensaba que ella era la favorita ya que siempre lo hacía todo bien y nadie tenía que corregirla. Se hizo un silencio. El corazón se me encogió. La tensión interior se fue desvaneciendo... Cuando la mediadora me preguntó a mí, expliqué que siempre me había sentido inferior a Mariona. Ella era perfecta. Yo, en cambio, lo hacía todo mal. Además, mientras los otros niños, como Mariona, estaban jugando, yo tenía que hacer visitas continuadas al psicólogo para tratar mi dislexia. Así, lejos de pasármelo bien como se pensaba ella, cada vez me sentía más diferente al resto, diferente a Mariona y, sobre todo, sola. Mi hermana se quedó de piedra. Poco a poco, las pupilas se le hicieron pequeñas y, sin saber exactamente en qué momento, nuestras miradas avergonzadas se empezaron a cruzar en medio de un sentimiento rodeado de comprensión y de afecto. Ella pensaba que todo el mundo me trataba con preferencia pero nunca se puso en mi lugar. Por mi parte, entendí su actitud y por qué, poco a poco, se había ido distanciando de mí. Esta competencia continuada, a la cual nos sometíamos las dos, estaba basada en una posición creada sobre un pensamiento equívoco. Recordaré toda la vida aquel momento. Me sentí legitimada y reconocida. Las dos nos abrazamos y no dejamos de llorar hasta que la mediadora hizo entrar a mis padres y les hizo participar de todo. ¡Qué emoción! Aquel momento fue único, como única es la relación que tengo con Mariona. El episodio de los catorce años marcó mi carrera profesional. A veces solo hay que encontrar un espacio adecuado, una mesa de luz, en la que alguien, totalmente neutral e imparcial, tenga la habilidad de ayudar a las personas a desatar los nudos que mantienen la sombra de la desazón como un obstáculo para que las soluciones a los conflictos afluyan de forma natural. Y colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
VICTOR MENCIA ALMANSA
Doña Martina y don Delfín Víctor Mencía Almansa
E
a partir de 6 años
n un remoto lugar de la selva, serpenteaba gozoso un acaudalado río. Dicen quienes lo recuerdan que no hubo amistad más bonita y sincera, que sembró abundancia y prosperidad.
Ese día amaneció soleado y radiante, coincidiendo Doña Martina Pescadora y Don Delfín de Río. Ella, era una preciosa ave de vivos colores azulados, verdoso y anaranjado, que frecuentaba las riberas del río para pescar. Él era un bonito y hacendoso delfín de río, que
Dª Martina y don Delfín
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pertenecía a una comunidad de delfines de río de larga tradición. Su adaptación consistía en que eran de menor tamaño que los del océano. Enseguida entablaron una interesante conversación, en la que se vieron absortos. - ¡Hola me llamo Don Delfín de Río, pero puedes llamarme Don Delfín! - ¡Hola soy Doña Martina Pescadora, pero me gusta que me llamen Doña Martina! Desde entonces empezaron una bonita amistad coincidiendo frecuentemente en esa margen del río, para contarse los detalles más minúsculos de su día a día. Cierto día, ninguno de los habitantes de aquella selva fue capaz de predecir el drama que se avecinaba. Como si de una tormenta tropical que aparece sin avisar se tratase, de repente toda la superficie del río se empezó a cubrir de un espeso y verde manto vegetal. No era otra cosa que interminables tallos de hiedra venenosa trepadora, que habitualmente se encontraban adheridos a los troncos de los árboles. Pero en esa ocasión yacían en el agua, acechando por cubrir toda la superficie del río. - ¡Esto no puede estar sucediendo! - dijo Doña Martina - ¡Si esto sigue así, no podré alimentar a mis pequeños! – añadió. Efectivamente, en apenas unos días, la superficie entera del río estaba totalmente cubierta de esa espesa y verde hiedra. Don Delfín volvió al lugar donde se habían conocido, para intentar encontrarse con Doña Martina. Allí se vieron…, hablaron largo y tendido…, y recordaron que en esos casos de extrema dificultad, la “Ley de la Selva” mandaba hacer lo que Doña Escorpiona dictase. ¡No había otra alternativa!
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Doña Escorpiona, pese a su tenebroso aspecto, era un gentil ser. Provenía de una especie que había mutado por una larga historia…, y en lugar de veneno producía telaraña. Eso le valía el respeto de toda la comunidad que, en casos de dificultad, le otorgaban el derecho a decidir lo que había que hacer. Las decisiones las tomaba junto con el Consejo de las Arañas, que era una congregación de tres arañas gigantes peludas. Doña Martina y Don Delfín transmitieron a Doña Escorpiona que el problema era, que al no poder penetrar los rayos del sol en las aguas y estar prácticamente estancadas, terminarían pudriéndose; desapareciendo todos los animales que allí habitaban. En definitiva… ¡podría ser un caos total! - ¡Hemos investigado…! Resulta que una civilización avanzada ha talado una enorme superficie de árboles de nuestra selva, seguramente para fabricar enseres que utilizan en sus moradas. O como en otra ocasión, que construyeron un enorme camino donde echaron el negro petróleo, que dividió la selva en zona norte y zona sur. Finalmente quitaron las hiedras, que ayudaban a los árboles a retener mejor la humedad…, y las arrojaron al río - dijeron Doña Martina y Don Delfín, muy tristes y apurados. - Si esta situación empeora…, el alimento y protección de nuestros pequeños correría un serio peligro. ¡Y no queremos pensar que además…, nosotros tendríamos que dejar de vernos! ¡A todos los compañeros de nuestra selva, podría ocurrirles algo parecido! – añadieron. Después de mucho conversar, Doña Escorpiona les transmitió calma y les dijo que en pocos días sabrían la DECISIÓN, en cuanto ella lo tratase con el Consejo de las Arañas. La situación se volvió desesperada y el tiempo pasaba… Cierto día, viendo que no llegaba la DECISIÓN de Doña Escorpiona,
Dª Martina y don Delfín
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Doña Martina y Don Delfín se cruzaron con Don Tortuga, quien los escuchó muy gustoso. Éste era un habitante de la selva de carácter sosegado y asertivo, que había superado muchas calamidades, tanto en períodos de sequías como de inundaciones, logrando siempre adaptarse y aprendiendo mucho de las virtudes de cada comunidad con las que había tratado. - ¡Aprendamos la lección de Doña Caña de Bambú que se inclina para dejar pasar el vendaval, mientras que Don Roble, tan fuerte y recio, terminó quebrándose! - recordó Don Tortuga. Les sugirió que planteasen ellos mismos una solución. Y que, si lo hacían estando de acuerdo, seguramente Doña Escorpiona y el Consejo de las Arañas, que eran tan sabios, lo darían por bueno. Y así lo hicieron, Doña Martina y Don Delfín plantearon a Doña Escorpiona solucionar el problema por ellos mismos. Tras ver la solución con buenos ojos, Doña Escorpiona les respondió: - ¡Intentadlo, mientras llega la DECISIÓN! Entonces Doña Martina y Don Delfín reflexionaron con las demás comunidades de la selva, y trazaron un PLAN que pusieron en práctica. ¡Fue un rotundo éxito! Consiguieron liberar las aguas estancadas de hiedras venenosas, ya infestadas de serpientes. En pocos días el agua corrió río abajo, purificándose y volviéndose otra vez cristalina. Después de aquello no solo volvieron a retomar las bonitas conversaciones Doña Martina y Don Delfín, sino que también muchas comunidades de habitantes de la selva entablaron bonitas amistades, que duran hasta nuestros días. Para cuando la situación se había resuelto, aún no había llegado la DECISIÓN de Doña Escorpiona.
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Cuentos de mediación
Entonces, todos decidieron reescribir “La Ley de la Selva”. Primero reconocieron la gran labor que hacían Doña Escorpiona y el Consejo de las Arañas. Añadiendo la posibilidad de contar con miembros bien preparados como Don Tortuga, que facilitasen a los afectados acordar sus propias soluciones. Ésto valió el agradecimiento de Doña Escorpiona y el Consejo de las Arañas, por reducirles la carga de trabajo. Además, reconocieron la valiosa labor de Don Tortuga y de todos aquellos que, con su implicación, salvaron el río. ¡¡¡Desde entonces toda la comunidad de la selva, vivió en ARMONÍA y PROSPERIDAD!!! Y colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
Mariano un hombre bueno y la “pelea de gallos”
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JORGE CHANA (13AÑOS)
Mariano un hombre bueno y la “pelea de gallos” María del Mar Oriol
a partir de 6 años
- Abuelo, ¿hoy que toca? - Pan con chocolate. - Umm, ¡mi preferido! - Y, ¿cómo te ha ido en el cole? - Bien, abuelo, pocos deberes y estudiar lengua, que tengo control el lunes. ¿Hoy nos podemos quedar un poquito más en el parque? Porfa, porfa.
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- Bueno, ya veremos. Sonrientes y a grandes zancadas, Kike, de ocho años, y su abuelo Mariano, se disponen a dar el paseo diario camino del cole al parque. El médico le ha dicho al anciano, que es bueno andar y tomar el aire todos los días. Desde que Mariano, recién jubilado, se quedó viudo le cuesta salir. Por fin, pasado un tiempo, lo hace con ilusión recogiendo a su nieto y acudiendo al parque del barrio en el que hay unas estupendas pistas de baloncesto. Mariano de joven jugaba a este deporte y era muy bueno. El parque del barrio es un lugar concurrido y bonito, rodeado de un seto con flores y muchos árboles como almendros y plátanos de sombra. En el centro destaca una fuente y alrededor muchos bancos donde las mamás, papás y los abuelos se sientan a charlar. En un lateral se encuentra la zona estrella, los columpios, y pegada a la zona infantil, rodeada de una malla alta para que no se pierdan los balones, la pista de baloncesto. Mientras Kike brinca por los columpios Mariano se recrea viendo cómo hacen los chicos deporte. Esta tarde hay más gente de lo normal. En un extremo de la cancha de baloncesto, un grupo de chavales, al tiempo de pasarse la bola, canturrean algo como cantado y hablado. Mariano no entiende mucho, pero le suena que es lo que llaman rap, y le gusta. En sus letras cuentan cosas que les preocupan, y ríen y juegan. Uno de los chicos rapea unos versos: “Tiro la bola pensando en el mundo qué me está tocando, no me mires tú, ¿qué te has creído? como yo seguro te encuentras dolido. Si te pica te rascas como dice mi abuela, cada palo del barco, que aguante su vela”.
Mariano un hombre bueno y la “pelea de gallos”
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Entre risas siguen el juego, sin embargo, otros chavales del fondo de la cancha no parecen divertirse con el tema. En un instante uno de ellos, Arturo, que parece el líder del grupo, se acerca y les increpa: - Eh, ¡pringaos! Ya somos muchos gallos en este corral. A ver si aprendéis a rapear y a tirar la bola, jajaja, aquí no hay sitio para todos. El grupo se vuelve hacia él y uno de ellos, Nacho, le contesta bastante airado. - ¿A quién llamas pringao? Esto es de todos y hacemos lo que nos sale de las narices. La cosa va subiendo de tono y comienzan los insultos y pequeños empujones, que no hacen presagiar nada bueno. Al instante Mariano reacciona y se introduce en el campo de juego situándose en medio de los grupos de chavales. En un segundo le coge el balón a uno de ellos y lo tira desde una buena distancia metiéndolo en el aro. - ¡Triple! – grita un chaval – ¡Vaya, abuelo, estás en forma! Jajaja – ríen todos. - Gracias, he jugado mucho a esto en mi vida, aparte de otras cosas a las que me he dedicado, como a ser mediador ayudando a las personas que tienen un problema a comunicarse bien y encontrar una solución. - Suena interesante, abuelo, aunque no parece fácil eso de mediar – comenta Arturo. - Lo cierto es que me preparé mucho para ello – explica Mariano. –Si no os importa, ¿me podéis contar qué sucede? – les pregunta. - Nada, estos “listos”, que se creen que el campo es suyo – contesta Nacho. Los otros chavales replican al instante.
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- Estamos antes que vosotros, así que puerta y largo de aquí- Me gusta ver cómo jugáis y cantáis todos, resulta divertido- comenta sereno Mariano. Kike, algo asustado por el alboroto, se acerca. - ¿Qué ocurre, abuelo? - Tranquilo, Kike, a estos jóvenes les gustan dos cosas muy interesantes: El rap y el baloncesto, y buscan la forma de disfrutar todos con ellas, me recuerda a eso que llaman “peleas de gallos”. - ¿Peleas de gallos, abuelo? – pregunta Kike extrañado. - Sí cariño, si no me equivoco cantan rap improvisando rimas unos y otros e intercambian un pequeño duelo musical. - ¡Qué chulo, abuelo! – exclama el chico emocionado. Los chavales escuchaban en silencio. Mariano los mira y les propone: - Seguro que se os ocurre algo para poder disfrutar juntos de este espacio y de las cosas que más os gustan. ¿Creéis que podéis conseguirlo y salir todos ganando? Tras un largo silencio, de pronto, uno de ellos grita animado. - Venga, tíos, una pelea de gallos mañana aquí. La panda comenta unos minutos y finalmente acepta el reto con gusto y añaden: - Vale, pero luego nos echamos un partido. Los grupos de chavales se miran de nuevo, comentan y aceptan la proposición. Mariano asiste atento y sonriente al reto negociado. Al día siguiente, puntuales, Kike y Mariano, acuden curiosos. La “pe-
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lea de gallos” y el partido son todo un éxito, los chavales disfrutan riendo y jugando. Cuando todo acaba Mariano les felicita. - Enhorabuena, chicos, en lugar de pelar y dañaros, habéis sido inteligentes encontrando una solución que ha sido buena para todos. - Muchas gracias a ti, Mariano, nos ayudaste a ver las cosas de otra forma. –replica Arturo, uno de los chavales que habían participado en la “pelea de gallos” – ¡Qué trabajo más bueno has tenido y vemos que sigues haciéndolo!, nos tienes que contar más cosas sobre la mediación. - ¡Será un placer, cuando queráis! –responde satisfecho, Mariano. - Abuelo, ¡estas rimas van por ti! – exclama Nacho. “Jugamos, reímos y nos divertimos y a veces perdemos el norte o peor. Suerte que tenemos cerca un amigo, Mariano, hombre bueno, señor mediador. Gracias por hacernos pensar un momento, gracias por hacernos ver otra visión. Gracias, buen Mariano, juntos es más fácil. Gracias, hombre bueno, gracias mediador.” Kike y Mariano sonríen satisfechos, y el nieto mirando a su abuelo, le abraza y le susurra cariñoso al oído -Te quiero mucho, abuelo, ¡eres un hombre bueno! Y, colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
ARIADNA TORNES (11 años) Titulo ilustración: “Cor amb esquerdes”
Brillar por Completo Loli Farias Escudero
a partir de 8 años
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n un precioso y pequeño pueblo a medio camino entre la ciudad y la montaña, vivían dos hermanas, Marina de diez años y Mar de ocho. Eran la comidilla de sus amigos porque vivían en dos casas, una semana en casa de su mamá y la siguiente, en casa de su papá. Cuando sus amiguitos querían ir a visitarlas, tenían que preguntar dónde les tocaba esa semana. A veces, hasta ellas mismas al salir del colegio tenían que recordar a qué casa tenían que ir. -Menos mal- les decían -, al menos vuestros papás viven en el mismo pueblo. Desde que sus papás se separaron, Marina y Mar andaban un poco tristes y despistadas. Incluso en el colegio lo habían notado sus profesores. Eran frecuentes las reuniones con sus padres para hablar sobre qué podían hacer para que las niñas no bajaran el rendimiento escolar.- ¡Los profes siempre pensando en las notas!- pensaban ellas.
Las dos hermanas sabían bien por qué estaban así. El problema era que sus papás discutían mucho. Ya lo hacían antes de vivir en casas separadas y ese fue el motivo, según les contaron, por el que habían decidido separarse. Les explicaron que viviendo en casas diferentes no discutirían y así todos estarían más tranquilos. Pero no fue así. También les contaron que como los dos las querían mucho, vivirían a partes iguales con los dos. Eso sí lo cumplieron. Ellas no creían que las quisieran mucho porque igualmente siempre acababan gritándose y, muchas veces, ellas estaban en el centro de sus discusiones; y ya estaban cansadas. Así que decidieron buscar ayuda para sus papás. Se armaron de valor y un día a la hora del patio le preguntaron a su “seño” si podían hablar con ella en privado. En su cole, hacían una actividad que les parecía muy interesante llamada “talleres de mediación escolar” y consistían en que cuando dos o más niñas y niños
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Cuentos de mediación
se peleaban o discutían mucho, una persona a la que llamaban “la mediadora”, les ayudaba para que se entendieran y se trataran con más respeto. En esos talleres hacían sentar en círculo a todos los que se habían peleado y explicaban uno por uno y sin interrupciones su versión sobre lo que había pasado. La mediadora, cuando todos habían terminado de hablar iba preguntando: - ¿Y tú, cómo te sentiste haciendo o diciendo eso? - o - Ah... ¿y has pensado cómo te hubieras sentido tú o cómo habrías reaccionado si te lo hicieran o dijeran a ti?- Y sorprendentemente, esos niños y niñas dejaban de llevarse tan mal. Lo sabían bien porque esos talleres ayudaron a que algunas de sus amigas se llevaran mejor y ahora pueden quedar todas juntas. La mediadora de su cole, era educadora social, llevaba unos años trabajando allí y se ocupaba de los problemas de los alumnos y de algunas familias. Así que, le pidieron a su “seño” hacer un taller de mediación con sus papás y con ellas, para poder explicarles lo mal que se sentían cuando sus padres se ponían a discutir. La petición le pareció muy interesante y a la mediadora también. Así que propusieron a sus papás una reunión para hacer una mediación. Ellos se quedaron muy sorprendidos ante la propuesta, sobre todo porque no sabían que algo así se podía hacer. -¿Mediación?, ¿eso qué es? - Les preguntaron sus papás. Y ellas les explicaron lo de los talleres, los círculos y lo de que sus amigas ya no discutían. Sus papás entendieron que quizás tenían un problema de comunicación con sus hijas y dijeron que sí a la reunión. La mediadora decidió utilizar la misma técnica que con los niños y los sentó a los cuatro en círculo y les fue dando la palabra. Marina y Mar estaban maravilladas, ¡sus papás sentados juntos, hablando y sin discutir! Cuando todos terminaron de hablar, la mediadora comenzó con sus preguntas: -Ah... Entonces, ¿esto? y ¿lo otro?, ah... ¿Y si...? Marina, que ya sabéis que era la mayor y era muy lista y educada, pidió la palabra y les dijo a sus papás: -Mamá, papá, hasta donde yo
Brillar por completo
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sé, los hijos estamos hechos de la mitad de un papá y de la mitad de una mamá. Entonces, cuando papá habla mal de mamá y discute con ella, lo hace también con mi mitad que es de mamá. Y cuando mamá habla mal de papá y discute con él, lo hace también con mi mitad que es de papá. Por eso ni Mar ni yo estamos bien. Si mi papá habla mal de mi mamá y piensa que es una berenjena, yo soy medio berenjena y si mi mamá habla mal de mi papá y piensa que es una calabaza hueca, yo soy también medio calabaza hueca. Y no me gusta ser ninguna de las cosas que os decís. A Mar y a mí, nos gustaría mucho que os dijerais las cosas bonitas que nosotras vemos en vosotros. Así, si os veis el uno al otro como una estrella que brilla, nosotras brillaremos por completo. Marina terminó de hablar y todos se quedaron callados durante un buen rato. Desde aquella reunión, es verdad que sus papás, algunas veces aún discuten. Pero nunca más se volvieron a decir cosas feas el uno al otro. Marina y Mar brillaron como solo lo hacen las estrellas en una noche sin luna. Y colorín, colorado, en este cuento se ha mediado.
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MARTA MARTINEZ (8 años)
La felicidad de ser escuchado Esther Martínez
a partir de 6 años
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rase una vez, un niño que se llamaba Dylan, que estaba jugando en el columpio del patio de su casa. Observando a su alrededor, se encontró a un pequeño caracol. El pequeño caracol, que se llamaba Peter, iba un poco perdido; iba buscando algo, por lo que se movía de un lado a otro, pero parecía que no lo encontraba.
Dylan, pensó en ayudarle: - ¿Qué haces, te puedo ayudar?, ¿Qué buscas? - Peter respondió: - Estoy intentando buscarme un sitio donde vivir, en el que tenga comida y esté cómodo. Dylan sin entender por qué hacía eso, le ofreció que se quedara en el patio de su casa. Peter regaló una sonrisa a Dylan como agradecimiento.
Al pasar unas horas, Dylan todavía notaba que el pequeño caracol no estaba contento, entonces le preguntó: - ¿Peter dónde está tú familia? - Peter respondió cabizbajo - me he alejado de ellos, porque mi madre no me hace mucho caso, sólo a mi hermano… y yo pues, me siento triste, y mi hermano me hace mucho rabiar, mi mamá eso no lo ve. Dylan se quedó observándole, sin saber qué hacer. Al rato dijo -Mi hermano también me hace rabiar, pero mi mamá siempre dice que como es mayor, le gusta jugar conmigo y en el fondo está muy feliz de que este siempre en casa. Además, mi mamá, se preocupa mucho por nosotros. Después, comenzaron a jugar con unas pelotas pequeñas que botaban mucho. Ambos se reían muchísimo pues a Peter se le escapaban e iba a por todas, una y otra vez. Cuando caía el atardecer, Dylan encontró a otro caracol más mayor que Peter que venía deslizándose rápidamente y, de repente se escuchó un grito hacia él –¡Jovencito! ¿Has visto a mi hijo? Estoy muy preocupada por él, a esta hora siempre está en casa… Dylan preguntó - ¿Peter? - a lo que el caracol más mayor, que resultó ser la madre de Peter, respondió - ¡SÍ! ¿Dónde está? Dylan le preguntó - ¿Para qué lo busca? La madre respondió indignada - Es mi hijo, es muy pequeño y a estas horas ya debería estar con su familia. ¿Si tú no estuvieras en tu casa a estas horas, cómo crees que estaría tu madre? Dylan se quedó pensando en su mamá, y en todo lo que se preocupaba por él, ya que le preparaba siempre el desayuno, comidas, cenas, le llevaba al cole, al parque, le compraba la ropa, los colores para el colegio ... Dylan sonrió, y señaló el lugar donde estaba Peter.
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La madre se deslizó gritando - ¡Jovencito, me tenías muy preocupada! ¿Es que no piensas volver a casa?, tu hermano está buscándote como un loco por todas las calles. Dylan estaba observando todo. Él entendía todo lo que hace una mamá por un hijo, pero también entendía a su amigo Peter, ya que él a veces también se sentía así. Se acercó a ambos, y escuchó lo que Peter, con lágrimas en los ojos, decía - No quiero volver, me siento triste, Raúl siempre me está haciendo rabiar y rompiendo mis cosas. Además, tú no me haces caso a mí y solo quieres a tu hijo Raúl porque es tu favorito. La madre, muy triste, lo miró y le dijo que eso no era verdad, que ella, quería a los dos por igual porque eran sus hijos, y que su hermano también lo quería mucho, que no pensara esas tonterías. Dylan, preguntó a Peter en voz alta. - ¿Qué se debería cambiar para que tú te sintieras mejor? Peter respondió, que le gustaría que su hermano no le hiciera tanto rabiar, y que su mamá también le escuchara más, y que cuando estuviese enfadado, no le dijeran que era por una tontería porque, añadió - Yo le doy mucha importancia a mis cosas y no me gusta que digas eso. Su madre se quedó pensativa, y asintió con la cabeza ya que entendía lo que quería decir su hijo pequeño, después añadió - Si no le he dado importancia es porque no quiero que os enfadéis por tonterías y evitar una pelea mayor. Ella también dijo, que los hijos para los padres son el mejor regalo, y entonces Dylan se preguntó si sería mejor regalo que una merienda de tarta de chocolate y después chuches. Peter también entendió lo que decía su madre, y reconoció que en realidad, su mamá, siempre le cuidaba mucho, pero que a él le gustaba que su mamá le prestara atención cuando discutía con su hermano, y también contarle cómo
La felicidad de ser escuchado
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se sentía. Como ni a Peter ni a su mamá les gustaba esta situación, y ambos querían solucionarlo para que no volviese a pasar, juntos y con la ayuda de Dylan, se pusieron a pensar en diferentes situaciones, en las que todos se sintieran contentos, y así no volviera a repetirse. Ambos querían llegar a un acuerdo. Mamá caracol dijo, -Yo propongo que cuando haya una discusión entre los dos hermanos, vayáis a hablar los tres, Peter, Raúl y Dylan sobre lo que ha pasado y los dos hermanos expliquen “cómo ha sido, cómo se sienten y por qué han actuado así”. Peter sonrió con mucha fuerza. La madre sonrió y añadió -Raúl estaba muy preocupado y solo quería que volvieras a casa, porque solo quiere jugar contigo, que siempre que no estás en casa, solo pregunta por ti. Ayer, cuando estabas en el parque con tus amigos, estaba todo el rato preguntándome -“¿cuánto queda para ir a por Peter al parque? ¿Por qué no vamos ya?, se está haciendo de noche”-, ¡y sólo eran las cinco y media de la tarde! Dylan, Peter, y mamá caracol, no paraban de reírse. Mamá caracol y Peter no paraban de abrazarse. Dylan les dijo que volviesen si se sintieran de nuevo así, que lo iban a poder solucionar entre todos, ya que “siempre que te sientes escuchado y valorado, te sientes mejor”. Y colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
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INES PADILLA ARIZA
El Tió
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El Tió Arturo Román Soler
a partir de 6 años
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acía meses que echaba de menos a mamá. A pesar de su corta edad, Juan recordaba que cuando sus madres vivían juntas, el enfado y el enojo estaban demasiado presentes en sus vidas. De nada servían los esfuerzos que habían hecho Lola y Bea para evitar que su hijo Juanico (como le llamaban cariñosamente), se enterase que las cosas iban mal. Ni tan siquiera aquellas sonrisas forzadas, con ojos humedecidos después de cada discusión, conseguían disimularlo. Lo que poco después aconteció fue lo que definitivamente entristeció a Juan. Fue un sábado por la mañana que Lola anunció que las dos tenían que comunicarle una cosa, mientras Bea trajinaba en un tenso silencio maletas, bolsos y recuerdos que hasta entonces habían compartido en un armario del dormitorio. -Lola y yo hemos decidido dejar de vivir juntas- sentenció Bea. Juan no escuchó nada más del largo discurso donde le aseguraban, entre otras cosas, que nada iba a cambiar, que ambas le querían mucho, que... las siguientes palabras fueron silenciadas por el pulso acelerado acompañado por un rubor en sus mejillas, y unas ganas de vomitar. La cabeza le iba a explotar y las lágrimas se aferraban a sus párpados. Sólo pudo responder con suficiente entereza una única palabra: -ValeSimple y llanamente. Fue la palabra que alteró el futuro de Juanico. No sabía cómo funcionaba el mundo sin sus madres, ambas, juntas, perfectas, que desde siempre habían estado allí cada día. Un abismo
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se abrió y el mundo dejó de ser un sitio seguro. Se sucedieron los días y las semanas. Y, a pesar de sus promesas, empezaron a entrar en su vida palabras como abogados, jueces, sentencias, convenios, custodias, que le asustaban porque siempre iban unidas a su nombre. Eran palabras hechizadas. Al pronunciarlas producían a veces gritos, otras lágrimas acompañadas en ocasiones de amenazas o de silencios glaciares. No se atrevía a preguntar, pero veía que ellas tampoco estaban felices. Nadie le explicaba qué tenía que ver él con todo aquello. Ni qué tenía que ver con las llamadas telefónicas que se interrumpían bruscamente mientras Bea o Lola sentenciaban. - ¡Juan también es hijo mío! Estaba hecho un lío. Quizás, algo había hecho mal. Él sólo quería que volviesen a estar juntos los tres, aunque se peleasen, porque ahora seguían peleándose, pero separadas. Por eso sus madres le hicieron un calendario en rojo y azul, pero casi nunca coincidía con el de su amigo Eduardo. ¡Era un rollo cuando se descuidaba en llevarse los deberes o cuando se ponía enfermo! ¡Y encima desde hacía un tiempo una mochila iba siempre enganchada a él!. Las fiestas eran medio fiestas; todo se hacía más difícil para él. Notaba que algunos de sus comentarios no eran del gusto de alguna de sus mamás, y decidió dejar de explicar sus emociones. Empezó a sentirse más triste, a hablar menos y, a veces, se le escapaba el pipí por la noche. Fue en Nochevieja, cuando estaba con Bea y sus primos; “cagaban el Tió”, tal y como mandaba la tradición catalana. Dar golpes a un tronco para que soltase regalos para los niños. Era misterioso y divertido. Pero ese tronco mágico, además de golosinas, regaló para Juanico un trozo de tristeza que se le quedó enganchada. La fiesta fue estupenda y la cena exquisita. Era la hora de irse a dormir y, con el calor de las sábanas y la compañía de una mamá, volvió a notar que el calor se transformó en lágrimas.
El Tió
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- ¿Por qué lloras? - No lo sé. Me siento muy contento, pero a la vez triste y no quieroque te enfades porque también a veces quiero a Lola. Bea lo miró pensativa, y se contagió de las lágrimas de su hijo. Después de abrazarlo en silencio, le dijo:- Creo que el Tió también nos ha hecho un regalo a Lola y a mí. Sin saber por qué, Juan sintió que estas palabras también eran mágicas, y decidió no preguntar. Más tranquilo se puso a dormir, dibujando una sonrisa en su rostro mientras se oían villancicos en la calle. Días después apareció una nueva palabra mágica en su vida “mediación”, que como una esponja absorbió gritos, amenazas y tristeza. Lola le descubrió que éste fue el regalo del Tió. Irían a mediación. Él no entendió muy bien qué era pero parecía bueno. Algunas semanas después se reunieron Bea y Lola con él y le explicaron algunas decisiones que habían tomado con ese Papa Noel llamado mediador. Aunque Juan no hubiera visto a este Rey Mágico llamado mediador, estaba seguro que existía y, parecía que lo que hacia también era mágico. Estaban más tranquilas. Juanico pudo escucharlas sin calor en sus mejillas. Pudo opinar e incluso pudo acordar algún cambio respecto a las clases de música que haría. Con el mismo misterio con el que los Reyes Magos entran en las casas, Bea y Lola quedaban con los mediadores y confeccionaron una especie de Carta donde iban escribiendo qué quería cada una y se iban poniendo de acuerdo en todos los asuntos que les habían hecho gritar. Al final quedó una sola carta, que ellas llamaban “acuerdo”. !También era mágico! Consiguió traerles la tranquilidad a los tres. Poco después y cuando parecía que iban a enfadarse por cualquier tema, o tenían opiniones contradictorias, pronunciaban “acuerdo” y todo quedaba claro y en paz.
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Después de aquellas Navidades, vinieron muchos días, vacaciones y más Navidades. Les pasaba lo que les pasa a todas las familias (a veces se enfadaban, a veces reían, a veces pactaban…) pero sin la sensación de que algo estaba totalmente roto. Juan podía sentir, hablar y opinar sin medir sus palabras. Se sentía liberado. Él seguía teniendo que ir de una casa a otra, pero parece que cuando se hacía sin pena ya no era tan difícil, y la mochila pesaba muchísimo menos. Juanico está seguro de que la magia existe, pero en verdad de lo que se dio cuenta fue que sus madres sí eran mágicas, porque habían conseguido traerle aquello que él no sabía nombrar pero que tanto necesitaba: poder seguir queriéndolas sin tener que elegir. Y colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
Rates i dracs : la llegenda de Bubònica
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ELADI GINER (6 años)
Rates i dracs: la llegenda de Bubònica Laura Piñana
C
a partir de 6 años
onta una llegenda que fa molts anys, a una petita muntanya del Maestrat hi havia un gran forat que arribava fins l’altra part del nostre planeta. Diuen que allí mateix vivia l’ultim Drac del mon. Un Drac molt bo que podia parlar i entendre els idiomes de la gent i dels animals, i ajudava a tots a resoldre problemes i conflictes. S’anomenava Bobalar. Prop d’aquella muntanya hi havia un poblet: Benicarló. Era petit amb un Mercat on els veïns es trobaven tots els dies per a comprar, xarrar i escoltar al pregoner que els informava de totes les notícies del poble. En una petita casa abandonada al costat del Mercat vivia una fa-
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mília de rates. No tenien amics, ni diners, ni treball. Ni tan sols tenien nom. Quan tancaven el Mercat, Mamà Rata i Papà Rata es colaven entre els barrots per trobar alguna fruita o verdura que menjar. Un dia, de sobte el pregoner va arribar corrent al Mercat: - “ Marxeu! Marxeu tots a casa! La Pesta Bubònica ha arribat al poble! “- cridava. - “ És una malaltia molt perillosa i la gent està emmalaltint i està morint! Marxeeeeuuuu...! Aneu amb compte amb les rates, que tenen la culpa d’aquesta desgràcia! Demà ens reunirem amb el Drac Bobalar perquè ajudi...!.” La filla de Mamà i Papà Rata que era l’única dels tres que entenia l’idioma de les persones va anar espantada a avisar als seus pares: - “ No et preocupis filleta “- li va dir la Mare. - “ nosaltres som Rates bones i tot segur que els podem explicar que no tenim res a veure amb aquest problema.” I Papà Rata va decidir: - “ Demà anirem a la reunió per parlar amb el Drac Bobalar i que ell els ho expliqui a la gent del poble.” Al dia següent, tots els benicarlandos i benicarlandes es van reunir al Mercat per decidir què fer amb la Pesta Bubònica, la malaltia que s’havia endut la pau i la tranquil•litat del poble. En arribar el Drac Bobalar, Mamà i Papà Rata van sortir de casa cap al mercat, però en quant unes persones es van adonar de la presència de les dos rates van començar els crits: - “ Dos rates! A per elles! No volem Pesta Bubònica al poble! I en mig de l’agavellat rebombori, Mamà i Papà Rata van haver d’esquivar trepitjades, granerades, puntades de peus i tot tipus de violència, fins que el Drac els va protegir amb una de les seves ales i va dir: - “ Si no tenim la seguretat de que la culpa es de les rates, per què les
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ataqueu? Tot segur que els ha resultat difícil vindre amb tot el que es diu d’elles.” Tot el poble va callar i el Drac va prosseguir: - “Ara que les dos parts del conflicte son aquí, el més convenient es que cada una tingui un responsable que representarà a la seva part, i demà em reuniré amb tots dos per començar a treballar amb el conflicte.” A més, donaré unes normes importants per tal que puguem parlar en harmonia i arribar a una solució bona per a tots.” Així doncs, els veïns per una banda, i la família Rata per l’altra, van triar a un responsable per a la propera reunió. Al dia següent al vespre, el Drac Bobalar va tornar al mercat a reunir-se amb Tico i amb Papà Rata, que van ser els triats per representar les seves parts. El Drac Bobalar va iniciar la reunió presentant-se i demanant a Tico i a Papà Rata que es presentessin, i a continuació va donar unes ordres que tots havien de complir: - “Aquesta reunió es voluntària i per tant tots estem ací per poder solucionar el conflicte. Parlarem per torns, i tant Tico com Papà Rata tindran el mateix temps per explicar les seves preocupacions. Hem d’escoltar be i respectar els torns de paraula. Estarà prohibit cridar fort o faltar a ningú. Una vegada acabat, quedarem de nou demà per cercar la millor solució per tots. Després d’aquelles paraules la reunió va continuar amb molt bon ambient: tots tres escoltaven, deixaven parlar, respectaven els torns de paraula i ningú va alçar la veu. I així va ser com van poder arribar al fons del problema i van trobar les eines per a solucionar-ho tot. Les rates no eren el problema, sinó que hi havia una tercera part. Sense saber res cap de les Rates, uns horribles paràsits es servien d’elles per a transmetre la malaltia.
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Així doncs, el Drac Bobalar va anar fins al Regne dels paràsits, a prop d’un riu sec, i amb el foc de la seva boca va derrotar-los, i es va solucionar el conflicte. Aquell dia per la nit, el poble de Benicarló era una gran festa. Tots estaven contents celebrant la victòria. La família Rata també hi era, per fi totes tres integrades amb els veïns del poble. Estaven contentes d’haver trobat amics que les valoraven tal com eren. Quan la filla Rata va anar a agrair al Drac Bobalar el seu treball, els ulls dels dos es van il.·luminar amb cors d’estima. I així es van enamorar. D’aquell amor va nàixer la seva filla, una barreja de Drac i de Rata, i la van anomenar Bubònica per ser la causa per la que es van conèixer i a més perquè, si us fixeu en el nom, té amagada un altra paraula molt especial: Bonica . Conta la llegenda que una tardor va arribar una gran pluja. Va ploure tant que la cova del Drac Bobalar es va convertir en una basseta. També conten que, de vegades, Bubònica surt d’entre les aigües. Diuen que l’han vist en molts llocs del nostre país, perquè quan sap que algú la necessita, va ràpidament al lloc del conflicte i ajuda a que les parts arribin a la millor solució. Així doncs, si un dia tens un conflicte, pensa en Bubònica, perquè tot segur et guiarà per poder solucionar-ho amb la paraula, l’enteniment i sense cap tipus de violència. I catatric-catatrac en aquest conte s’ha mediat
Ratas y dragones: la leyenda de Bubónica
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RATAS Y DRAGONES: LA LEYENDA DE BUBÓNICA Cuenta una leyenda que hace muchos años, en una pequeña montaña del Maestrat había un gran agujero que llegaba hasta el otro lado de nuestro planeta. Decían que allí mismo vivía el último Dragón del mundo. Un Dragón muy bueno que podía hablar y entender los idiomas de la gente y de los animales, y ayudaba a todos a resolver problemas y conflictos. Se llamaba Bobalar. Cerca de aquella montaña había un pueblecito: Benicarló. Era pequeño y con un mercado donde los vecinos se encontraban cada día para comprar, hablar y escuchar al pregonero que les informaba de todas las noticias del pueblo. En una pequeña casa abandonada al lado del mercado vivía una familia de ratas. No tenían amigos, ni dinero ni trabajo. Ni siquiera tenían nombre. Cuando se cerraba el mercado, Mamá Rata y Papá Rata se colaban entre los barrotes para buscar alguna fruta o verdura que comer. Un día, de repente el pregonero llegó corriendo al mercado: - ¡Marchad, marchad todos a casa! ¡La Peste Bubónica ha llegado al pueblo! - gritaba.- Es una enfermedad muy peligrosa y la gente está enfermando y está muriendo! ¡Marchaaaaaadddddd! ¡Tened cuidado con las ratas, que tienen la culpa de esta desgracia! Mañana nos reuniremos con el Dragón Bobalar para que nos ayude... La hija de Mamá y Papá Rata, que era la única de los tres que comprendía el idioma de las personas, fue espantada a avisar a sus padres: - No te preocupes hijita- le dijo su madre -. Nosotras somos ratas buenas y seguro que les podemos explicar que no tenemos nada que ver con este problema.
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Y Papá Rata decidió: - Mañana iremos a la reunión para hablar con el Dragón Bobalar y que él se lo explique a la gente del pueblo. Al día siguiente, todos los benicarleses y benicarlesas se reunieron en el mercado para decidir qué hacer con la Peste Bubónica, la enfermedad que se había llevado la paz y la tranquilidad del pueblo. Al llegar el Dragón Bobalar, Mamá y Papá Rata salieron de casa hacia el mercado, pero cuando algunas personas se dieron cuenta de la presencia de las dos ratas comenzaron a gritar: - ¡Dos ratas! ¡A por ellas! ¡No queremos Peste Bubónica en el pueblo!. Y en medio de este barullo, Mamá y Papá Rata tuvieron que esquivar pisotones, escobazos, patadas y todo tipo de violencia, hasta que el dragón les protegió con una de sus alas y dijo: -Si no tenemos la seguridad de que la culpa es de las ratas, ¿por qué las atacáis?. Seguro que les ha sido difícil venir con todo lo que se dice de ellas. Todo el pueblo se calló y el dragón prosiguió: - Ahora que las dos partes del conflicto están aquí, lo más conveniente es que cada una tenga un responsable que les represente, y mañana me reuniré con los dos para empezar a trabajar en el conflicto. Además, daré unas normas importantes para que podamos hablar en armonía y llegar a una solución para todos. Así pues, los vecinos por un lado, y la familia rata por el otro, escogieron un responsable para la siguiente reunión. Al día siguiente por la tarde, el Dragón Bobalar fue al mercado a encontrarse con Tico y con Papá Rata para que se presentaran y, a continuación, dio unas órdenes que todos debían de cumplir:
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- Esta reunión es voluntaria y por tanto todos estamos aquí para solucionar el conflicto. Hablaremos por turnos, y tanto Tico como Papá Rata tendrán el mismo tiempo para explicar sus preocupaciones. Hemos de escuchar bien y respetar los turnos de palabra. Está prohibido gritar o faltar el respeto a ninguno. Una vez terminada, quedaremos de nuevo mañana para buscar la mejor solución para todos. Después de aquellas palabras la reunión continuó con muy buen ambiente: los tres escuchaban, dejaban hablar, respetaban los turnos de palabras y ninguno elevaba la voz. Y así fue como pudieron llegar al fondo del problema y encontrar las herramientas para solucionarlo todo. Las ratas no eran el problema, sino que había una tercera parte. Sin saber nada las ratas, unos horribles parásitos las usaban para transmitir la enfermedad. Así pues, el Dragón Bobalar fue hasta el reino de los parásitos, cerca de un río seco, y con el fuego de su boca los derrotó, y se solucionó el conflicto. Ese día por la noche, el pueblo de Benicarló era una gran fiesta. Todos estaban contentos celebrando la victoria. La familia rata también estaba celebrándolo, al fin las tres ratas integradas con los vecinos del pueblo. Estaban contentas de haber encontrado amigos que las valoraban tal como eran. Cuando la hija rata fue a agradecer al Dragón Bobalar su trabajo, los ojos de los dos se iluminaron con el corazón de cariño. Y así se enamoraron. De ese amor nació su hija, una mezcla de dragón y rata, y la llamaron Bubónica por ser ésta la causa por la que se conocieron y además porque, si os fijáis en el nombre, tiene escondida otra palabra muy especial: Bonita. Cuenta la leyenda que un otoño llegó una gran lluvia. Llovió tanto que la cueva del Dragón Bobalar se convirtió en un gran charco. También cuentan que a veces Bubónica sale de entre las aguas. Dicen que la han visto en muchos lugares de nuestro país, porque sabe cuando
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Cuentos de mediación
alguien la necesita, y va rápidamente al lugar del conflicto y ayuda a que las partes lleguen a la mejor solución. Así que, si un día tienes un conflicto, piensa en Bubónica, porque seguro que te guiará para poder solucionarlo con la palabra, el entendimiento y sin ningún tipo de violencia. Y colorín colorado, en este cuento se ha mediado.
¡HOLA!
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ANA TEODORA IONASANU
¡Hola! Elena Ionasanu
a partir de 6 años
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on las doce y ya se me ha hecho tarde. Ayer fue un día terrible para Barcelona, con nevadas, mucho frío, cosas muy poco habituales para la gente que vive aquí. Cuando me desperté por la mañana, el parque que hay detrás de mi casa estaba todo blanco, brillante y grandes copos de nieve caían del cielo como estrellas blancas. Mi hijo pequeño se despertó, miró por la ventana y empezó gritar: - Mamá, mira, ¡son palomitas! - No, hijo mío, ¡son copos de nieve!
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¡Hola!
Tiene cinco años y todavía no ha visto copos así de grandes, fuimos el año pasado a La Molina, pero no nevaba y la danza que hacían estas enormes palomitas para él es algo maravilloso. - ¡Vamos a salir, por favor! Está muy claro que no me pude resistir, me puse el abrigo, los guantes y salimos a jugar en el parque. Pero hoy es diferente, ya no queda nada del frio de ayer, es el primer día de marzo y el aire tiene olor a primavera. Salgo con prisa del edificio a buscar a David en el cole. Este bloque de pisos es muy feo, los vecinos no se ponen nunca de acuerdo para renovar la fachada. Paso por delante del bar que hay en la esquina de mi calle. Aquí se juntan los jubilados del barrio y del bar, se oyen muchas voces nerviosas. La gente está mirando la gran pantalla que hay colgada en la pared, parece que hay algún partido de futbol, pero me acuerdo que hoy pasa algo en el Parlamento, una sesión de investidura o algo así, no entiendo mucho de política, pero veo a la gente nerviosa, ansiosa, desconfiada. En la esquina, el basurero que siempre está por aquí a estas horas recoge algo del suelo, la gente no para de dejar las bolsas delante de los contenedores. Mi hijo le saluda siempre que lo ve trabajando en la calle. -Qué trabajo más duro- pienso, y cruzo corriendo la calle. Doblo la esquina y casi estoy. Delante del colegio hay un parque muy bonito, un parque jardín con muchos árboles frutales. En un banco veo sentada a una chica joven, tiene unas trenzas muy graciosas, hacia arriba, pero está triste. En la mano tiene una rosa roja y veo que está arrancándole los pétalos. ¡Ah!, ahora lo entiendo, su novio está sentado en el banco que hay delante de ella y finge estar mirando no sé qué en el lado contrario. Bueno, estoy llegando. - Hola, mamá- suena como una campana la voz de mi hijo.
¡Hola!
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- Hola, amor mío, ¡vámonos a casa a comer! - Por favor, un minutito, ¡un minutito! - No, hoy no, papá vendrá también a comer a casa. Vámonos. Por un instante veo su cara poniéndose triste pero dura menos de un segundo porque David es un niño muy alegre y nunca encuentra ni un solo motivo para enfadarse. Nos dirigimos hacia el cruce para ir a casa, pero David está mirando algo en el cerezo que hay delante del colegio. Pero, anda, que tenemos prisa, papá vendrá. No acabo de repetir la misma frase cuando David irrumpe con alegría: - ¡Hola, florecita! No tengo más remedio y levanto la cabeza, es verdad, el árbol empieza florecer y veo unas tímidas flores blancas saliendo de las ramas frágiles y delicadas del cerezo. - Hola, florecita - repito también. David sigue: - ¡Hooola, hola, Lupita! - Pero ¿a quién saludas? - A la chica que hay sentada en el banco. Es la Lupita, de los Lunnis, ¿no la conoces? - Ah, la Lupita. Venga, vámonos. Ahora lo entiendo, veo al novio de la chica riéndose a carcajadas, ella también se ríe y recoge los pétalos que acaba de romper. El chico se acerca a ella, le dice algo, y los veo abrazándose. - Bueno, adiós Lupita, vámonos hijo, seguramente papá nos está esperando. Y sin más cojo su mano, cruzamos la calle, pero David saluda a otra persona que camina con su mascota por la acera.
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¡Hola!
- ¡Hola, perrito! Ya ni intento explicarle que a los perros no hace falta saludar, mi hijo siempre lo hace. Ya casi estamos. - ¡Hola, Paquito! - Hola chico - responde el basurero - Buenos días, señora. ¿Qué tal? No le hago mucho caso, ni siquiera sé cómo se llama de verdad, David le llama un día Paquito, otro Pedrito, otro Pablito, solo veo al David corriendo, le encanta su camión de trabajo, pero después de las nevadas de ayer el asfalto está mojado y resbala. Se cae al suelo, no me da tiempo sujetarlo. - Ay, hijo, ¿te has hecho daño? Le ayudo a levantarse, tiene la chaqueta sucia de barro, las manos negras, su cara también, parece haber salido de una mina de carbón. - ¡Pero que sucio estas, vámonos de una vez a casa! - ¿Quiere una toallita, señora? Pero ya no le oigo a este Pedrito, Pablito, como se llamara, ducharé a David en casa, casi estamos. Le cojo otra vez la mano, hacemos apenas unos pasos y se suelta, corriendo hacia el bar. - No entres, para, ¡David! Ya estoy cansada - voy tras él. Del bar se escuchan voces nerviosas, todos hablan a la vez, parece una colmena con miles de abejas. David entra y desde la puerta saluda como siempre: - ¡Hola, abuelitos pequeñitos! No veo que pasa en el bar, pero el ruido ha parado y después de un segundo de silencio una risa total bombardea la calle. Nadie sabe de dónde habrá surgido este niño tan sucio y feo, pero su rostro hace
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tanta gracia que no hay quien pare la risa de esta gente tan enfadada con los políticos, la economía, las pensiones y la vida. Lo que si oigo es la cascada de “holas” y la risa de estas personas felices que se dan la mano, se abrazan para despedirse antes de ir a sus casas para comer o se quedan a tomar una copa más y comentar las últimas noticias como buenos amigos de toda la vida que son. Estamos delante de nuestra casa. David camina a mi lado - ¡Hola, casita! - digo yo. - Pero, mamá, vámonos, date prisa, ¡papá nos está esperando! Y colorín colorado, en este cuento se ha mediado.