El dia que me volvi fuerte (en pandemia)

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EL DÍA EN QUE ME V LVÍ FUERTE !

(EN PANDEMIA)

UN DIÁLOGO INTERCULTURAL ENTRE CHILE Y ECUADOR


Equipo de producción: Elena Herrera Arqueros, Directora y productora ejecutiva / Isabel Rodríguez, Coordinadora / Alexa Habana, tallerista de narración / Paola Vásquez y David Carrera, talleristas de cómic / Diagramador y diseñador: Salfate producciones / Todos los derechos son reservados. Ecuador- 2021.


EL DÍA EN QUE ME V LVÍ FUERTE !

(EN PANDEMIA)

UN DIÁLOGO INTERCULTURAL ENTRE CHILE Y ECUADOR Autores: Ecuador: Inayu, Mía, Elina, Doménica, Sebastián. Chile: Lienan, Samary, Koyael, Libko, Gerardo.


Presentación Elena Herrera Arqueros

Directora y productora ejecutiva Guagua Cine Prix Jeunesse, Ecuador

Guagua Cine Prix Jeunesse, en su décimo aniversario, ha considerado fundamental incluir en su agenda, como actividad destacada, el proyecto Storytelling Club en Ecuador, como una herramienta para promover la resiliencia y la confianza en niños, niñas y adolescentes en situaciones de vida difíciles. La pandemia ha golpeado a las familias del mundo, sin distinción, y los niños no han sido ajenos a este fenómeno; sin embargo, su capacidad de resiliencia les ha permitido sobrellevar las dificultades, a pesar de las circunstancias, e incluso, de convertirse en soporte emocional de sus familias; por ello, el proceso del Storytelling Club les da la oportunidad de reconocerse en esa capacidad y de exteriorizarla a través del relato y del cómic. En los talleres del Storytelling Club, participaron niños, niñas y adolescentes de varias regiones del Ecuador (Amazonía, Sierra y Costa) y del pueblo Mapuche, de Chile, logrando un diálogo intercultural entre dos países hermanos. Estos talleres, además, permitieron que los niños reconocieran su capacidad creativa, su particular forma de ver el mundo y de resolver sus conflictos. En este proceso, cabe destacar, el acompañamiento de docentes, tutores y de la familia de los niños. Con este proyecto, hemos logrado que, a través del arte, entendido como ente liberador, se realice un aporte a la formación académica de los niños, a través del lenguaje, la oralidad, la escritura y el dibujo.


Índice

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Presentación Índice Dedicatoria Reseña Cómic Mi hermano Ian Cómic Cuarentena en el campo Cómic El legado de Aurelio Romero Cómic El valor de la familia Cómic Más allá de la pandemia Cómic Lo aprendido en la pandemia Cómic Cachorros en cuarentena Cómic Plantando árboles en el campo Cómic Cuarentena en el maizal Cómic por unas latas de pintura


Reseña Enrique Novas V. Coordinador cultural Asociación Humboldt / Goethe-Zentrum

Es emocionante ver la evolución que ha tenido el proyecto Guagua Cine – Prix Jeunesse durante sus diez años de existencia. Durante los ocho primeros años, siempre nos llenó de alegría y satisfacción, a todos quienes de una u otra forma estuvimos involucrados en el proyecto, ver el efecto positivo de las muestras de la Maleta Prix Jeunesse y las discusiones siguientes en el criterio del público infantil y adolescente, y constatar los constantes esfuerzos de Elena Herrera Arqueros, por abrir nuevos espacios y llegar a lugares y grupos humanos que nunca habían tenido la oportunidad de ampliar su horizonte audiovisual más allá de lo que la televisión local podía ofrecerles, sin siquiera pensar en poder cuestionar aquello. Pero también para Guagua Cine – Prix Jeunesse, llegó el día, o más bien el año, en que se sintió, se volvió más fuerte aún. El reto de llevar el contenido y la misión de la Maleta Prix Jeunesse a lxs niñxs y adolescentes en las circunstancias impuestas por la pandemia no solo se cumplió mediante el uso de las ahora consabidas herramientas tecnológicas, sino que fue aprovechado exhaustivamente para llegar a confines antes no imaginados en el campo de acción del Guagua Cine, que creíamos tan limitado a las distancias físicamente salvables, a la cinta, a la pantalla, a las actividades de papel y lápiz, a la sala de cine, al contexto cultural del grupo social físicamente presente, al niño. Ahora, en pandemia, el Guagua Cine ecuatoriano no solo es de colegios de Quito, Guayaquil o Cuenca, de comunidades quichuas


(kichwas) o peninsulares, es también mapuche, chiapaneco, bogotano, migrante y mucho más… No solo es audiovisual, es asimismo diálogo con el/la cineasta o protagonista, es rap, videoclip, historia, cuento… ¡cómic! Si bien los cómics que presenta la antología “El día en que me volví fuerte (en pandemia)” me conmueven hondamente con sus historias plasmadas en cautivantes relatos y bellos dibujos, nada me llega tanto como los testimonios: “Aprendo cada día […]”, “Aprendí a compartir, a tolerar y a respetar […]”, “Este terrible acontecimiento nos enseñó […]”, “Contento y orgulloso por lo aprendido, […]” y muchos otros más, tanto expresos como implícitos, que reflejan la madurez con que estxs niñxs valoran la dura experiencia de la pandemia y que demuestran que se volvieron mucho más fuertes que muchos de nosotros, los cronológicamente adultos. ¡Gracias, niñxs, gracias, Guagua Cine, por hacernos dirigir nuestras miradas por encima de aquello que perdimos hacia lo tanto que ganamos!


Dedicatoria

A todos los niños, niñas y adolescentes del mundo, que en esta pandemia han sufrido pérdidas irreparables.


Mi hermano Ian Autor: Sebastián Patiño Coello Pseudónimo: Hormiga Edad: 15 años Cuenca, Ecuador.

EL DÍA EN QUE ME V LVÍ TE ! ER FU (EN PANDEMIA)

Ian tiene 3 años, es mi hermano menor. Me gusta llamarle Pequeña Hormiga porque es muy valiente y persistente. Desde que me enteré que mi mami estaba embarazada, sentí mucha emoción por conocer a mi pequeño hermano. Cuando nació, todo era felicidad, yo disfrutaba de las cosas que él hacía, y lo veía crecer como todos los bebés. Sin embargo, cuando tenía dos años, dejó de hablar y de comer. Lloraba todas las madrugadas y no sabíamos qué le pasaba. Los médicos decían que estaba bien, pero no nos dejaba dormir. Durante la pandemia, cuando lo llevamos al pediatra, él observó cómo Ian ordenaba las pinturas y empezó a hacerle preguntas a mi mamá: si dormía bien, si era selectivo con la comida, si caminaba en puntillas, si le asustaban los ruidos, entre otras cosas. Luego le dijo: parece que tiene ásperger, pero es temprano para un diagnóstico. Mi mamá regresó a casa, preocupada por lo que le había comentado el doctor. Yo no sabía qué sentir, no entendía lo que pasaba porque no conocía y no había escuchado hablar de ásperger o autismo. Por lo que había visto en películas, y lo que había investigado, sabía que los autistas eran muy buenos en determinadas áreas, como el deporte, las matemáticas, o las ciencias. Me pareció muy interesante lo que descubrí, para mí era genial porque tendría un hermano genio… ja,ja,ja… pero no sabía todo lo que nos esperaba… Desde pequeño, él tenía comportamientos muy avanzados para su corta edad: era ordenado, obediente, no le gustaba estar sucio o que algo estuviera en desorden. Yo decía: qué niño tan organizado, y me sentía orgulloso de mi hermano que, a pesar de ser tan pequeño, cumplía muy bien las reglas de la casa. No obstante, había cosas que me preocupaban, como que: no hablaba, el ruido le molestaba mucho, no le gustaba que le tocaran, tampoco le gustaba estar con mucha gente, no le gustaba el agua, hasta la lluvia le molestaba cuando le caía en la cabeza; se desesperaba y agitaba los brazos porque no podía comunicarse, solo comía fruta y todos nos preocupábamos porque pensábamos que se enfermaría. Diciembre del 2020 fue un mes muy estresante porque había días enteros en los que lloraba sin parar. Ya nadie quería cuidarlo, y todos decían que actuaba así porque era muy mimado. Era tan fuerte su intolerancia a los ruidos que, en Navidad, cuando escuchó los juegos pirotécnicos, se tapó los oídos y fue a esconderse debajo de la cama. Al principio, me provocó risas, parecía una gracia más de un niño pequeño, pero no era así, él estaba completamente asustado, se veían en sus ojitos el temor y la incertidumbre. Mi mamá consultó nuevamente con el pediatra, quien le recomendó no demorar con el diagnóstico. Le hicieron estudios y así fue como en dos meses lo diagnosticaron con autismo grado 2.


Cuando mi mamá comentó que Ian tenía autismo, supe que necesitábamos escucharlo y observarlo más, para apoyarle en el desarrollo de sus capacidades. Me sorprende muchísimo las habilidades que tiene, porque es muy inteligente: arma rompecabezas con mucha rapidez, sabe respetar y los médicos siempre le dicen que es un niño con gran inteligencia, y le felicitan por los logros conseguidos. Al inicio, me asombraba que muchas personas dijeran que, por tener autismo, mi hermano tenía discapacidad. Me entristecía que mi abuelita llorara porque pensaba que mi hermanito estaba enfermo. En una conversación con la familia, una psicóloga nos explicó que las personas con autismo ven el mundo de otra manera, lo perciben diferente, y que debemos dar gracias porque hemos sido bendecidos con la oportunidad de tener a alguien que nos enseñe a mirar el mundo y la vida, de otro modo. A partir de ese momento, la frustración, el enojo y la incertidumbre que había en el ambiente, fueron desapareciendo. Ian ha sorprendido a todos, ya habla, gracias a las terapias, no muy bien, todavía, pero ya se comunica mejor. También logró escribir, venciendo la incomodidad que le provocaba su sensibilidad sensorial, que hacía que no le gustara ni tocar los lápices, las pinturas, e incluso, la cuchara. Ahora come solo y me siento muy contento porque cada logro suyo es mío también. A veces, cuando tiene sus crisis, solo observamos e intentamos ver más allá de lo evidente, porque lo que le molesta no siempre es lo obvio, sino cosas que jamás hubiésemos imaginado que le pudieran incomodar a alguien. Aprendo cada día de él. Es un niño muy dulce, cariñoso, muy responsable, respetuoso y constante. Yo cuento esta historia para que todos sepan lo que en realidad es el autismo. Quiero que entiendan que no es una enfermedad, sino una condición, y que los autistas se merecen un trato igual que los demás, ya que son personas a las que simplemente no les agradan algunas cosas, y es normal. Ellos se merecen un trato justo y respetuoso.









Cuarentena en el campo Autor: Koyael LLaupe Alcáman Pseudónimo: Koya Edad: 12 años Temuco, Chile

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Era el inicio de la pandemia por Covid-19 y faltaba un día para la primera cuarentena que se decretaba en Temuco. Mis padres habían decidido que nos enviarían al campo, a la casa de mi tía, porque ahí estaríamos más seguros y con mayor libertad. Temuco estaba con presencia de militares por todas partes y eso a mi abuelita le provocaba mucho temor, más que el Covid. Le recordaba todo lo ocurrido durante el golpe militar de 1973, cuando ella vivía en Santiago. Sus temores aumentaban porque a mi hermano mayor, durante las revueltas de octubre del 2019, por el estallido social en Chile, los carabineros se lo llevaron detenido y le quebraron el teléfono, le rompieron algunas memorias de su cámara, ya que él estaba documentando lo sucedido. Mi abuelita se sentía temerosa por todo eso. Mi nombre es Koyael, estaba listo para ir al campo, puesto que ahí estaban mis primos, ellos son mis mejores amigos y son geniales. En el viaje me acompañaban mis hermanas, Janka y Sayen, y mi abuela Teresa. Subí al auto con mi mochila y mis cosas. Esperamos, como tres minutos, a mi abuela, que aun no estaba lista, y cuando por fin subió, partimos. Llegamos a Vilcun, un pueblo que queda muy cerca del Volcán Llaima, y mi mamá volvió a Temuco. Mi abuelita empezó a sentirse tranquila, aunque igual sentía miedo porque mi mamá debía volver para seguir trabajando, a ella le dejaban transitar con la credencial del trabajo. Cuando mi abuela acomodó sus cosas, salimos a recolectar moras, que luego ella convirtió en frascos y frascos de mermelada. Durante mi estadía tuvimos que organizarnos, los quehaceres de la casa eran distribuidos diariamente entre todos y quedaban escritos por mi tía en una pizarra. Aprendí a cocinar y a organizar el tiempo de estudio y entrenamiento, teníamos rutinas de ejercicios diarios y salíamos a trotar para mantenernos fuertes. Jugaba afuera de la casa con mis primos, pero al mediodía, cuando había mewlen (remolinos de viento) mi abuela decía: tienen que entrar porque pueden hacer txafentu (significa que cuando te toca un remolino de viento, aunque sea chiquito, puede provocarte una enfermedad de tipo espiritual). Entonces, cuando había viento con tierra, corríamos a casa y no nos cruzábamos en su camino. La abuela tampoco nos dejaba salir cuando caía la noche. Vivimos casi un mes en casa de mi tía. Mamá y papá nos habían dicho que solo estaríamos unas dos semanas, pero cada vez alargaban más la cuarentena y mi mamá no nos podía llevar de vuelta. Los militares seguían en todos lados para hacer cumplir la cuarentena. Entonces comencé a echar mucho de menos a mi mamá y ella salió a buscarme, con su credencial del trabajo. Pasó por cuatro puntos de control. Cuando llegó, ya era hora del toque de queda y se quedó conmigo. Esa tarde conversamos mucho, mi abuela recordó la época de cuando mi mamá


era pequeña y vivían en el campo. También hablaron de las shumpall (sirenas). Cuentan que, si dejas a tu bebé solo, cerca del mar o del río, las shumpall se lo llevan. Así también les dicen a mis hermanas porque nadan muy rápido y compiten. Donde vivía antes mi mami, los viejitos decían que había shumpall. Aprendí a compartir, a tolerar y a respetar reglas distintas a las de mi hogar. Mis tíos nos cuidaron con mucho amor, y cocinamos cosas muy ricas que disfrutábamos después de hacer ejercicios; hasta que volví a Temuco porque comenzaron las clases virtuales y la señal en el campo era muy mala. Entonces, mi mamá salía a trotar con nosotros, con un permiso para salida de menores de edad, y así podíamos escapar del encierro. Ahora, por fin, Temuco lleva un mes fuera de cuarentena, ya que seguimos el plan de protección, paso a paso. Ya podré volver a la piscina y entrenar junto a mis hermanas.









El legado de Aurelio Romero Autor: Doménica Pseudónimo: Chiky Edad: 13 años Latacunga, Ecuador.

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Estábamos en pandemia, nos encontrábamos en una casa de campo junto a mi abuelita, mi tía, mi prima, y mi hermano. Entre todos cuidábamos de mi bisabuelito, Aurelio Romero, ya que lo queríamos mucho. Él era bajito, tenía canas, le gustaba su bigote, su piel era color canela, usaba leva (chaqueta), y un sombrero. Nos contaba muchas historias; la de cuando trabajaba para su teniente José María, era su favorita. Le gustaba comer habas crudas, máchica, queso, tostado, arveja cruda, papas tostadas con maíz, chuchuca (choclo tostado, seco y molido), entre otras cosas. Disfrutaba del sol todas las mañanas, jugaba con sus pequeños bisnietos, nos decía: “mis guaguas”, y su sonrisa era única. Era una persona maravillosa, que siempre velaba por el bienestar de la familia. Un día, se enfermó. Todos nos preocupamos y llamamos a uno de los nietos, que era el encargado de administrar su dinero, entonces lo llevaron donde el doctor. En el camino hacia la clínica, empeoró, pero alcanzaron a llegar a tiempo. Allí le inyectaron una medicina y lo examinaron, el doctor dijo que había tenido un derrame cerebral. Después de la consulta, volvió a casa. Al día siguiente lo visitó un sacerdote, rezaron juntos y después de dos semanas, se recuperó. Pasaron cinco meses y todo iba bien, incluso, ayudaba a desgranar habas y choclo, pero en el último mes tuvo otro derrame cerebral. Ya no comía mucho y le dábamos de comer porque no podía sostener el plato, llegó a utilizar pañal. Su salud empeoró cada vez más. El doctor acudió a la casa para examinarlo y nos dio un terrible pronóstico: le quedaban cuatro días de vida. Nosotros, como familia, le solicitamos al médico que le pusiera un suero con vitaminas para prolongar su vida. Lamentablemente, el jueves 27 de junio del 2021, sobre las 10:03 de la mañana, mi tía, que se encontraba en un cuarto junto al de mi bisabuelito, escuchó un quejido desesperante, al acudir para verificar qué pasaba, se dio cuenta de que era su último respiro. Este terrible acontecimiento nos enseñó, como familia, a vivir de los bonitos recuerdos y lindas enseñanzas que nos dejó mi bisabuelito, Aurelio Romero.











El valor de la familia Autora: Samary Denisse Ahinoe Abello Curinao Pseudónimo: Isnaemsary Edad: 12 años Dehuepille, Padre las casas, Chile

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La pandemia por Covid-19 nos ha golpeado a todos. Cuando mi familia y yo empezamos a tener dolor de cabeza, pensé: ojalá que no nos enfermemos, porque si nos enfermamos no podremos estar en familia, compartir, conocer, y no podremos pasar más tiempo con mi prima hermana; tampoco sabía cómo lo enfrentaríamos entre familia si nos daba a todos. Pasamos dos días enteros con mascarilla en casa, me incomodaba un poco, pero tenía que cuidarme. Mi padre no se sentía bien, pensó que tenía solo un resfriado mal cuidado, que se recuperaría estando en la casa, con remedios caseros. Durante la noche, desperté por un ruido, me dio miedo… Luego me di cuenta de que eran mis padres. Mi mamá me dijo que mi papá ya no podía soportar lo que sentía, que era raro que un resfriado durara tanto. Tuvo que llevarlo al consultorio más cercano. Esa misma noche, nos dieron la noticia de que mi padre estaba contagiado de Covid-19. No lo creíamos. Reforzamos los cuidados y las medidas de protección. Al siguiente día fue peor, se le apretó el pecho, comía y vomitaba todo, hasta el agua que bebía, se sentía muy débil. Yo estaba triste por él, por no poder ayudar en algo para aliviarle el malestar. Mi mamá lo llevó a una clínica, ya que estaba muy pálido, delgado, y deliraba. Él decía que no aguantaría más y se despedía de nosotros, por eso no dudamos en gastar dinero por su salud, yendo en contra de su opinión, pues no quería ir. Luego de unas horas en la clínica se fue poniendo mejor, agarró color y fue un alivio para mí y para todos. Los síntomas que yo sentí fueron: dolor de cabeza, dolor de garganta, dolor muscular, no podía comer, y no tenía gusto, sentía demasiado cansancio. En cambio, mi hermana Dayana, solo sintió dolor muscular en las rodillas y se ponía unas hojas medicinales (Kalanchoe), que eran para el cáncer, las calentaba y le calmaban el dolor. Pienso que no le dio tan fuerte porque es la más delgada de la familia y tiene mejores defensas, nunca se resfriaba, ni se resfrió con el virus. Pasé varias semanas preocupada, porque mi mamá y mis tíos también quedaron internados en la clínica, a causa del Covid-19. A ellos les dio más fuerte, con neumonía. Mi hermana y yo nos quedamos en casa, ordenando y desinfectando todo para que cuando ellos volvieran, estuvieran bien. Llamábamos a la clínica cada vez que podíamos, para saber cómo estaban. Me sentía sola, quería hablar con mis padres, saber de ellos, y verlos pronto, estuvimos varios días solas. También extrañaba a mis dos primas hermanas, Inés y Andrea. Ya han pasado casi tres meses desde ese episodio, mi familia y yo estamos bien, en general. Se vacunaron todos, solo falto yo. Están trabajando de nuevo y cuidándose para no volver a enfermar.


Cuando acabó la cuarentena, vino el cumpleaños de mi papá, en julio, y él no quería celebrarlo porque decía que vendría mucha gente y sería mucho gasto, pero igual se lo hicimos en la casa, tomando todas las medidas de protección. Reunimos a todos sus hermanos, y algunos sobrinos, para que vieran su pronta recuperación. Fue un reencuentro grande, hacía tiempo que no veía a mis tíos y tías. Todos se abrazaban y contaban sus vivencias, fue algo muy lindo después de tal tragedia. De esta experiencia, aprendí a valorar más a mi familia y familiares cercanos, ya que compartir y tener salud es lo primordial. Antes de todo esto, no conversaba mucho con mi papá, y durante ese tiempo, cuando lo vi mal, no me podía imaginar estar sin él. Cuando estaban en la clínica los extrañé mucho. Uno puede pelear con sus padres en casa, pero cuando no están, hacen mucha falta. La familia terminó más unida, siempre pendiente, por más distancia o discrepancia que haya. También aprendí a cocinar y conocí para qué se usan las plantitas medicinales que tenemos en casa, como el Eucalipto, Natre, Maque, Canelo, entre otras.















Más allá de la pandemia Autor: Inayu Alessandro Viteri García Pseudónimo: Adamay Edad: 7 años El Puyo, Amazonia, Ecuador

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Era el tiempo de la pandemia. No se podía salir de casa. Inayu recibía clases por computadora. Le hubiera gustado más ir a la escuela y conocer a sus amigos personalmente, pero no pudo. Y así empezó el año escolar. Inayu tiene el pelo lacio y se viste de ciclista, con camiseta roja, casco y lentes. Los ojos de Inayu son de color chocolate y le gustan mucho, pero si quieres saber de qué humor está, tienes que mirar su boca. Inayu no podía hacer amigos porque solo los veía a través de la pantalla. Ahora, con la vacuna, ya podremos salir y él podrá volver a la escuela, y jugar con sus amigos en el recreo. Inayu, durante la pandemia, aprendió a sumar, restar, escribir y leer, gracias a las clases virtuales.




Lo aprendido en la pandemia Autor: Gerardo Torres Millanao Pseudónimo: Rogelio Edad: 12 años Temuco, Chile

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Un día de invierno, durante la pandemia, dormía relajadamente hasta que mis padres me fueron a despertar. Todavía con sueño, me levanté de la cama y salí de la habitación, malhumorado. A causa de una visita de mis padres al médico, y el trabajo de aquel día, debí cambiar mis actividades y estas me iban a sorprender. Mi madre dijo: Juan, ¿podrías cuidar a tus hermanos? Somnoliento todavía, respondí que sí. Cerca del mediodía surgió un problema: mis hermanos empezaron a tener hambre y yo no sabía cocinar. De pronto, se me ocurrió una idea: podía buscar una receta en el celular. La encontré en Youtube. Intenté hacer tallarines, pero no pude. Busqué otra, con arroz, y lo intenté hasta que me salió bien. Por fin, pude darles de comer y me sentí feliz por haber aprendido algo nuevo. Una vez satisfechos, se llenaron de energía, jugaron mucho e hicieron desorden. Entonces, les dije que, si no se portaban bien, le daría las quejas a mamá y a papá y los iban a retar. Me hicieron caso y la tarde pasó tranquila hasta que volvieron nuestros padres. Al ver lo bien que había cuidado de mis hermanos, se alegraron y me felicitaron. Contento y orgulloso por lo aprendido, pero agotado, me volví a dormir.





Cachorros en cuarentena Autora: Mía Calle Rodríguez Pseudónimo: Nari Edad: 8 años Malchinguí, Pichincha, Ecuador

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A causa de la pandemia, mi familia y yo nos vinimos a vivir a Malchinguí, un pueblito pequeño, en el campo. Hace pocos meses, una perrita llegó a mi casa, llevaba una cuerda atada al cuello. Tiene manchas café y la mayor parte de su cuerpo es peludo. Mi mamá la llamó Pirulais. No sabíamos si estaba preñada. Durante algunos días desapareció, hasta que empezó a llover muy duro. Mi madre y mi hermano la encontraron en una cuevita y escucharon un ruido extraño, eran los cachorritos. Yo tenía muchas ganas de ver a un cachorrito bebé. Después de ese día lluvioso, mi padre los intentó sacar; mi hermano, que tiene cinco años, también lo intentó, pero tampoco pudo; yo lo intenté y lo logré, ¡saqué a los cinco perritos! Me sentí muy alegre y sorprendida por lo que pasó y por haberlos salvado. Ahora ya están más grandes, saben caminar y ya tienen dientes. Tres de ellos son de color café: a una la llamamos Canela porque es de un café muy oscuro; a otro le pusimos Churón, porque se parece a otra perrita que tuvimos, que se llamaba Manzana; y al otro le pusimos Dormilón, porque casi siempre se duerme en los brazos. Las otras dos son de color negrito y se llaman: Carbona y Grinchi. Muy pronto estarán listos para encontrar hogares de adopción responsable.







Plantando árboles en el campo Autor: Lienan Melin Curaqueo Pseudónimo: Antü (Sol) Edad: 10 años Temuco, Lof Ralipütxa, Chile

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Mi nombre es Lienan Melin, vivo en Temuco, Chile. Un día, durante la pandemia, escuché que mi papá, Miguel, (yo le digo chacha, como un diminutivo de chaw, o chacha, que, en mi lengua originaria, mapuzugun, significa papá), iba a viajar porque debía supervisar la construcción de nuestra casa en el campo (lof Ralipütxa). Yo quise acompañarle porque me gusta el campo, y grité: ¡yo quiero ir! Mi mamá, Jeannette, al principio no me dejaba, pero después conversaron y me dio permiso. En mi casa se quedaron mis dos hermanas. Llegando al campo, fuimos a dejar las cosas, luego mi chacha me dijo: vamos donde tus tíos (pu malle). Mis tíos viven al lado de la casa actual de mi chacha, pero decidimos hacer otra en el alto y queda a unos 70 metros más arriba. Saludamos a mis dos tíos, un primo y mi abuelo (laku). Al otro día, fuimos a la construcción. El maestro nos mostró los avances, dijo que todo iba bien. No necesitaba ayuda, así que mi papá me dijo: —Vamos a plantar los árboles que trajimos. —Ya, pero primero veamos dónde los vamos a plantar —contesté. —No, mejor vamos a buscar los árboles primero —dijo, y fuimos por ellos. Para mí es muy importante plantar árboles nativos porque ayudan a proteger y mantener el agua, y sirven de medicina. Mi experiencia fue maravillosa, ya que también aprendí a podar las copas de los árboles para que sean más fuertes. Al otro día, mi papá me llevó a la txawün (reunión de la comunidad) en el lof Ralipütxa, allí conversó con los peñi (hermanos) y lamgen (hermanas). Me sentí útil porque ayudé y también presté mucha atención a todo lo que decían. Cuando regresamos a la ciudad de Temuco, con mi mamá y mis dos hermanas, mi chacha y yo contamos todo lo que habíamos hecho durante nuestra estancia en el campo, sentados a la mesa, en familia, mientras tomábamos once (la última comida antes de dormir). Este fue uno de los viajes más significativos para mí, porque trabajamos la tierra y supervisamos el inicio de la construcción de nuestra nueva casa, en la que viviremos en el lof. Además, me sentí muy útil y orgulloso de participar de la reunión de mi lof, donde soy el Choyke (representa la danza de un ave). Así como esta experiencia, estoy siempre volviendo al lof porque creo que ahí está nuestro futuro como mapuches.









Cuarentena en el maizal Autora: Elina Pseudónimo: Jerci Edad: 17 años Guayaquil, Ecuador

EL DÍA EN QUE ME V LVÍ TE ! ER FU (EN PANDEMIA)

Soy Elina, tengo 17 años, pero cuando inició la pandemia tenía 16. Estaba esperando el inicio de clases, súper nerviosa, como siempre, cuando nos dieron la noticia de que entraríamos en estado de cuarentena, por la enfermedad del Covid-19. Todos teníamos miedo, ya que es algo que no conocíamos y existían varias teorías al respecto. Entonces, llamé a mi mamá, hablamos de la situación sin saber qué haríamos, pues ella trabaja en Santa Elena y vivía sola. Me comentó que su pareja, Eduardo, le sugirió que viviéramos juntos para cuidarnos entre los tres. Ella aceptó. Su trabajo, como el de muchos, se transformó en teletrabajo, así podía pasar más tiempo en casa. A mí no me agradó mucho la idea, ya que no había convivido tanto con la pareja de mi mamá, sin embargo, acepté que fueran por mí, y me despedí de mi papá. Los primeros días, mi mamá, o Eduardo, cocinaron porque estaban libres, pero apenas empezaron a trabajar desde casa, me tocó cocinar a mí. Hasta entonces, apenas sabía cocinar para una sola persona, así que le pedía mucha ayuda a mi mamá. Ella me fue indicando lo que tenía que hacer, las medidas que debía utilizar, que debía estar pendiente de la comida para que no se me fuera a quemar. Yo hacía todo con cuidado, pero, aun así, varias veces se me quemó la comida, o quedaba insípida, o tenía mucha sal. Fui aprendiendo con el tiempo, aún sigo aprendiendo, la verdad. Han pasado muchas cosas desde que comenzó la pandemia, aprendí lo que es el trabajo duro, lo que es apoyar más a la familia. Incluso, tuve que trabajar en el campo una vez, ya que la pareja de mi mamá tiene un terreno donde cultiva choclo, verde, yuca, zapallo y otras cositas más, y como no tenía quien le ayudara a cosechar, lo hicimos entre todos. Mi abuela Gabriela y Richard, el señor que trabaja allí, se nos unieron. Fue un trabajo muy difícil, ya que nunca lo había hecho, me dolía todo el cuerpo y me picaba la piel por la pelusa del choclo, al día siguiente de la cosecha me dolían hasta las uñas. Me gustó, porque me sentí útil, pero fue agotador. Fue agradable colaborar en familia. Durante la cosecha, hacía bromas con mi mamá y le decía que estábamos haciendo mucho ejercicio, ya que ambas somos muy flojas. Cuando llegó el momento de subir los sacos de choclo al camión, lo hicieron entre Eduardo, Richard y el chofer. Una vez listo, pensamos qué hacer con el choclo, aparte de venderlo. Decidimos hacer humitas y torta. Ayudé con la preparación. Primero teníamos que desgranar y moler el choclo. Lo hicimos todo bajo pedido, para no perder material. Mi abuela, la señora Magali (una vecina) y yo, nos quedamos hasta tarde, entre conversas y risas para terminarlo todo. Trabajando de esta forma, viendo de cerca el esfuerzo y el compromiso, es como mejor se valora el trabajo de las personas que cultivan, cosechan y preparan esas comidas que tanto nos gustan.







Por unas latas de pintura Autor: Juan Libko Pereira Pseudónimo: Agua Limpia Edad: 18 años Santa Bárbara VIII región, Chile

EL DÍA EN QUE ME V LVÍ TE ! ER FU (EN PANDEMIA)

Una tarde de verano, durante el período de pandemia, participé con unos amigos en una marcha a favor de la nueva Constitución de Chile. Todos fuimos con mascarillas, alcohol y gel. Durante el recorrido, nos pusimos a crear un poco de arte en una pared. Sacamos las latas de pintura y comenzamos. “Tac, tac, tac, tac”, “shhh, shhh” sonaban las latas. Después nos incorporamos a la marcha, y cayó la noche. La manifestación se puso más violenta. Empezaron las barricadas y los policías comenzaron a agredir a la gente. Nosotros seguimos rayando las paredes, la adrenalina era mucha, pero agradable. Cuando estábamos terminando el mural, escuchamos: “cuak, cuak”, era la sirena de los policías. Echamos a correr. Dos amigos y yo, fuimos alcanzados y llevados a la comisaría más cercana. Nos pusieron en un calabozo por cuatro horas. Un policía se nos acercó y nos dijo: ¿lo arreglamos a las buenas, o a las malas?, podemos llevarlos al juzgado y hacer los papeles, tendrían que pagar una multa, o tal vez vayan un tiempo a la cárcel… o lo arreglamos a nuestra manera… Mis amigos y yo nos miramos y elegimos la segunda opción. De pronto, sentí una patada en la espalda y caí al suelo, me pegaron hasta cansarse. Vi a mis amigos y también les pegaban. Nos tiraron baldes de agua helada y luego nos soltaron. Una vez libres, regresamos cada uno a su casa, llenos de moretones y golpes por todo el cuerpo, menos en la cara, donde no nos hicieron ni un rasguño. Sin importar la experiencia que vivimos, seguimos decorando las calles por las noches, expresando nuestra opinión, sin miedo a que nos callen. Esa experiencia nos hizo más fuertes, no nos detendremos por la represión policial.







EL DÍA EN QUE ME V LVÍ RTE ! E U F (EN PANDEMIA)

EL DÍA EN QUE ME V LVÍ RTE ! E U F (EN PANDEMIA)

Elena Herrera Arqueros (1964, Chile, Ecuador). Es directora, fundadora y productora ejecutiva de PETISA PRODUCCIONES, y de Guagua Cine Prix Jeunesse, proyectos en los que ha desarrollado, por más de quince años, programas educativos dirigidos al público infantil. Desde la creación, gestión y producción de contenidos audiovisuales y digitales, ha fomentado la creatividad y el arte en los niños de diversas comunidades, como medio de expresión y superación en momentos de vulnerabilidad y crisis. Esta entrega del Storytelling Club, Guagua Cine Prix Jeunesse, 2021, es un proyecto que se ha enfocado en la resiliencia de los niños durante esta época de pandemia. Mediante relatos escritos e ilustrados en cómics, los participantes pudieron plasmar sus vivencias y aprendizajes, además de participar de un diálogo intercultural con niños de diferentes regiones del Ecuador, y del pueblo Mapuche, en Chile.


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