SEMANA PARROQUIAL DE PASTORAL SOCIAL 2015
Misericordia de Dios como estilo de vida (MV,13) “Obras de Misericordia Espirituales”
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PRESENTACIÓN “ Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre… Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret…. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona [1] revela la misericordia de Dios.“ (cfr. MV, 1). El Papa Francisco, ha expresado que es su “vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las Obras de Misericordia Corporales y Espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (MV, 15). La Comisión Diocesana de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Guadalajara, siguiendo este deseo del Santo Padre y en consonancia con el VI Plan Diocesano de Pastoral, que nos invita a “Propiciar el encuentro personal con Cristo vivo…” (1a línea de acción) y a “Asumir el compromiso de solidaridad y salida a las periferias…” (5ª línea de acción), ha elegido reflexionar durante este año en las Obras Espirituales y el siguiente, las Corporales, para tal motivo, ha preparado el presente subsidio para la realización de la SEMANA PARROQUIAL DE PASTORAL SOCIAL 2015, entre los días 28 de septiembre y el 23 de octubre, según convenga a cada comunidad, concluyendo los trabajos con la Jornada Diocesana de Pastoral Social el día 24 de octubre, con la participación de representantes de las diferentes secciones de esta Comisión y de los responsables de la Pastoral Social Territorial (Parroquias, Decanatos y Vicarías Episcopales, tanto sacerdotes como laicos). El estudio y comprensión de este material, en clave de Doctrina Social de la Iglesia y Pastoral Social, sin duda, serán una oportunidad para mejorar entre los agentes el ministerio de la caridad. El tema general propuesto para la reflexión de este año es “La Misericordia de Dios como estilo de vida” (MV,13) ha sido desarrollado por miembros de la Comisión a través de los siguientes temas: 1) 2) 3) 4) 5) 6) 7)
Dar consejo al que lo necesita: Sr. Cura Juan Carlos Viteri Salinas Enseñar al que no sabe: Sr. Cura Francisco de Asis de la Rosa Patrón Corregir al que yerra: Pbro. Lic. Ernesto Hinojosa Dávalos Consolar al triste: Pbro. Silvio Marinelli Zucalli Perdonar las ofensas: Mons. Carlos Lara López Soportar con paciencia los defectos del prójimo: Sr. Cura Engelberto Polino Sánchez Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos: Sr. Pbro. Francisco Javier Huerta Orozco.
El método que seguimos, es el utilizado tanto en el Documento de Aparecida, como en la Encíclica “Laudato Si”: 1) Ver con los ojos del Padre, 2) Juzgar con los criterios del Hijo y 3) Actuar bajo los impulsos del Espíritu Santo, añadiendo a cada tema, la Oración inicial, el Objetivo y una breve Celebración del amor de Dios. Este subsidio se añade a los que la Comisión ha elaborado en años anteriores, para la realización de las Semanas Parroquiales de Pastoral Social, con el fin de ofrecer contenidos que favorezcan la formación integral y permanente de los agentes (Cfr. PDP, 3ª línea de acción), pero también para que este próximo Año Jubilar, nos ilumine, anime y fortalezca en nuestro estilo de vida, que habrá de ser el de la caridad. Sr. Cura Engelberto Polino Sánchez, Coordinador de la Comisión Diocesana de Pastoral Social 3
ÍNDICE Págs. Presentación
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1.- Dar consejo al que lo necesita, Sr. Cura Juan Carlos Viteri Salinas
5 - 11
2.- Enseñar al que no sabe, Sr. Cura Francisco de Asis de la Rosa Patrón
12 - 17
3.- Corregir al que yerra, Pbro. Lic. Ernesto Hinojosa Dávalos
18 - 21
4.- Consolar al triste, Pbro. Silvio Marinelli Zucalli
22 - 27
5.- Perdonar las ofensas, Mons. Carlos Lara López
28 - 32
6.- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo, Sr. Cura Engelberto Polino Sánchez
33 - 38
7.- Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos, Sr. Pbro. Francisco Javier Huerta Orozco
39 - 46
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TEMA 1 DAR CONSEJO AL QUE LO NECESITA
Oración inicial ¡Ven, Espíritu Divino! El himno más antiguo al Espíritu Santo Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
Objetivo del tema: Transitar del concepto a la práctica de “dar buen consejo al que lo necesita” mediante la vivencia consciente y de manera ordinaria en nuestra vida, para sintonizar, en este año jubilar, con la Iglesia universal. I) VER CON LOS OJOS DEL PADRE LOS SABIOS CONSEJOS Una pareja de recién casados eran muy pobres y vivían de los favores de las gentes de un pequeño pueblo. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa:"Querida voy a irme de nuestra casa por un tiempo, buscaré un empleo y trabajaré hasta que haya ganado el suficiente dinero como para regresar y poder darte una vida más cómoda y digna.
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No sé cuánto tiempo voy a estar lejos de ti, solo te pido una cosa, que me esperes y me seas fiel. Por mi parte, yo prometo serte fiel. Así, que el joven camino varios días, hasta que al fin encontró un hacendado que estaba necesitando un ayudante para su hacienda. El joven se ofreció para trabajar y fue aceptado. Pero decidió hacer un pacto con su jefe: Déjeme trabajar por un tiempo y cuando crea que es tiempo de irme, usted me liberará de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario, quiero que lo ingrese en una cuenta de ahorro hasta el día en que me vaya. Entonces en ese momento usted me dará el dinero que yo haya ganado. Se pusieron de acuerdo y aquel joven trabajo durante veinte años, sin vacaciones, ni descanso. Transcurrido ese tiempo se acercó a su patrón y le dijo: Jefe, ya es hora de regresar a mi casa, quiero que me entregue mis ahorros, saldré mañana muy temprano. El patrón estuvo de acuerdo, pero antes de cumplir con su parte del pacto, le hizo una propuesta: Yo puedo darte tu dinero y tú te vas, o puedo darte tres consejos y no te doy el dinero y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta. Él pensó durante dos días, con muchas dudas porque se trataba de mucho dinero, pero como respetaba a su patrón y lo consideraba un gran sabio y sabía que lo amaba como a su propio hijo, finalmente no dudo y le dijo: "Quiero los tres consejos". El patrón le recordó: "Si te doy los consejos, no te doy el dinero.". Si, si, lo sé, pero quiero los consejos. El patrón entonces le aconsejo: 1. “Nunca tomes atajos en tu vida”. Los caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida. 2. “Nunca seas curioso de aquello que represente el mal”. La curiosidad por el mal puede ser fatal. 3. “Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor”. Puede que te arrepientas toda la vida. Después de darle los consejos el patrón le dijo al joven: “Aquí tienes tres panes”, dos para comer durante el viaje y el tercero es para comerlo con tu esposa cuando llegues a tu casa. Después de veinte años fuera de su casa, el hombre comenzó el largo recorrido para regresar con su familia. Cuando había realizado el primer día de viaje, encontró una persona, después de saludarlo le pregunto adónde iba. Él le respondió: Voy a un pueblecito muy distante que queda a más de veinte días de caminata por este camino. El hombre le dijo entonces: Este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegaras en pocos días. El se puso contento y comenzó a caminar por el atajo, pero de pronto se acordó del primer consejo. “Nunca tomes atajos en tu vida”. Caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida. Entonces salió de aquel atajo y volvió a seguir su camino. Dos días después se enteró que otros viajeros que habían tomado el atajo habían sido asaltados, golpeados y les robaron todo lo que tenían. Ese atajo conducía a una emboscada. Después de algunos días de viaje, ya muy cansado, encontró un pequeño hotel y pensó en pasar allí la noche. Era ya muy tarde y al llamar una mujer le abrió la puerta y le atendió. Después de tomar un baño se acostó a dormir. Pero de madrugada se despertó asustado al escuchar un grito aterrador. Se dirigió hasta la puerta para ir al lugar de donde procedía el grito, pero cuando estaba 6
abriendo la puerta, se acordó del segundo consejo. “Nunca seas curioso de aquello que represente el mal”. La curiosidad por el mal puede ser fatal. Así que regresó y se acostó a dormir. Al amanecer, después de desayunar, el dueño de la posada le pregunto si no había escuchado un grito y él le contesto que si lo había escuchado. El dueño le pregunto: si no había sentido curiosidad y él le contesto que no. A lo que el dueño les respondió: Usted ha tenido suerte en salir vivo de aquí, pues en las noches nos acecha una mujer con crisis de locura, que grita horriblemente y cuando el huésped sale a enterarse de lo qué está pasando, lo mata y luego desaparece. El joven siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, cuando ya atardecía, vio entre los árboles el humo que salía de la chimenea de su pequeña casa. Se acercó y vio entre los arbustos la silueta de su esposa. Aunque estaba anocheciendo, se dio cuenta de que ella no estaba sola. Se acercó un poco más y vio que ella tenía sobre su regazo la cabeza de un hombre al que acariciaba los cabellos. Cuando vio aquella escena, su corazón se llenó de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad. Respiro profundo, apresuro sus pasos, cuando de pronto recordó el tercer consejo. “Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor”. Puede que te arrepientas toda la vida. Entonces se paró y reflexiono, decidió dormir ahí mismo aquella noche y al día siguiente tomar una decisión. Después de haber descansado, decidió volver con su patrón, pero antes quería decirle a su esposa que él siempre le había sido fiel. Se dirigió a la casa. Cuando su esposa abrió la puerta y lo reconoció, lo abrazó fuertemente, pero él con lágrimas en los ojos, le reprochó que no le hubiera sido fiel y que lo hubiera traicionado con otro hombre. Ella sorprendida le respondió: Yo jamás te traicioné, te fui fiel durante todos estos veinte años. Y entonces, le pregunto: ¿quién es ese hombre que acariciabas ayer por la tarde? Y ella le contesto: Aquel hombre es nuestro hijo. Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Entonces el marido entró, abrazo a su hijo y les contó toda su historia, mientras la esposa preparaba la cena. Finalmente se sentaron a comer el último pan, tal como le había encargado el patrón. Después de dar gracias por los alimentos, partió el pan y al abrirlo, se encontró con todo el dinero que había ganado durante los veinte años que trabajo para su patrón. Para profundizar: ¿Qué principios orientan tu vida en la toma de decisiones? Las corazonadas, es decir, la sensación o el presentimiento que tiene una persona de que una cosa va a ocurrir sin tener pruebas; el dinero ganado honestamente con integridad y profesionalismo; las pasiones desbordadas que tendrán que lamentarse por la falta de sensatez. O los sabios consejos que Dios, te quiere dar a través de alguien que te ama y quiere lo mejor para ti.
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II) JUZGAR CON LOS CRITERIOS DEL HIJO Leamos muy despacio el texto de San Mateo 7, 1-14 1. No juzguen a los demás y no serán juzgados ustedes.2. Porque de la misma manera que ustedes juzguen, así serán juzgados, y la misma medida que ustedes usen para los demás, será usada para ustedes. 3. ¿Qué pasa? Ves la pelusa en el ojo de tu hermano, ¿y no te das cuenta del tronco que hay en el tuyo?4. ¿Y dices a tu hermano: Déjame sacarte esa pelusa del ojo, teniendo tú un tronco en el tuyo?5.Hipócrita, saca primero el tronco que tienes en tu ojo y así verás mejor para sacar la pelusa del ojo de tu hermano. 6. No den lo que es santo a los perros, ni echen sus perlas a los cerdos, pues podrían pisotearlas y después se volverían contra ustedes para destrozarlos.7. Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta.8. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y se abrirá la puerta al que llama.9. ¿Acaso alguno de ustedes daría a su hijo una piedra cuando le pide pan?10. ¿O le daría una culebra cuando le pide un pescado?11. Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡con cuánta mayor razón el Padre de ustedes, que está en el Cielo, dará cosas buenas a los que se las pidan! 12. Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas.13. Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él.14. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! y qué pocos son los que lo encuentran.
Para meditar
La enseñanza de Jesús en el Sermón de la Montaña nos ha llevado a examinar los valores del Reino que inspiran el comportamiento de un discípulo del Señor al interior de sus relaciones con los demás (Mateo 5,21-48). Puesto que ante todo se trata de reflejar con “buenas obras” (5,16) el rostro amoroso del Padre celestial en la vida de sus hijos, la enseñanza versó luego en cómo cultivar la relación con el Padre Dios (6,1-18). De la relación con los hermanos y con Dios, y del aprendizaje de la justicia del Reino, se pasó a la relación con los bienes de la tierra (6,19-34).De esta forma ya se han abordado los puntos esenciales para una vida del discipulado. Sin embargo, quedan todavía por examinar tres criterios del comportamiento cristiano en la vida cotidiana. Estos son: (1) el juicio (7,1-4); (2) la reciprocidad (7,12) y (3) el discernimiento (7,13-27). Éstos terminan con el enunciado de una regla general (7,12). El primer punto: el juicio (7,1-4). La relación con el prójimo significa también la relación con sus fallas. La tendencia de uno –habitualmente- es insistir en las fallas de los demás y a condenar con dureza. Es fácil criticar al otro y llamar la atención sobre sus debilidades. Jesús muestra cuán equivocados estamos cuando hacemos esto. Cuando se habla de otra persona eventualmente se percibe poco amor, malicia e inclusive alegría porque a la otra persona le fue mal. Con cuánta presunción y soberbia se juzgan los errores de los 8
otros, sean pequeños o grandes, reales o suposiciones. Esto puede suceder tanto a nivel de nuestro pensamiento, como también en medio de conversaciones. Aquí se recuerda cómo nuestros juicios sobre los otros no se quedan sin efecto: con la condena de los otros, nos condenamos a nosotros mismos. Dios está detrás, a la defensa del agredido con nuestras conversaciones: “Dios os juzgará”. Lo que hagamos con los otros, lo hacemos con Dios; de esta forma indicamos la manera como queremos ser tratados por Él. Ya Jesús había dicho: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (5,7); “Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (6,12). En consecuencia, no podemos esperar la bondad, la comprensión, el perdón y la misericordia de Dios, si rechazamos a nuestro prójimo con juicios sin amor, sin ninguna consideración ni comprensión. No debemos cerrar los ojos frente a los errores o debilidades de los otros, lo que se nos pide es que los valoremos objetivamente, es decir, sin complacernos en ello, con libertad interior, con misericordia, sabiendo que también nosotros necesitamos de la comprensión del prójimo y de Dios. Es verdad que los defectos de los demás son mucho más evidentes y fastidiosos que los nuestros. Podemos ser muy sensibles en lo que nos toca a nosotros y más bien fríos con relación a los otros. Con la imagen de “la viga y la paja”, Jesús nos llama la atención sobre el peligro de aplicarle a la gente unos criterios de valoración que no tienen objetividad. Para que la haya se requiere: (1) No dejarse guiar por la impresión del momento. (2) No precipitarse para criticar y corregir. (3) Mirarnos primero a nosotros mismos. (4) Descubrir nuestras faltas sin disminuirlas ni excusarlas. (5) Entonces sí, de manera ponderada, llamarle la atención al otro y ayudarle en su crecimiento personal. (6) Esta corrección fraterna no olvidará la enseñanza de Mateo 18,15-17. (7) Hacerle sentir al otro que lo que se le dice es porque se le quiere mucho. La enseñanza sobre la objetividad en los juicios, inspirada en la imagen de la paja y la viga, nos hace caer en cuenta que no es correcto disminuir nuestras fallas y agigantar las de los otros, y más bien emprender el servicio de la corrección fraterna por el camino justo. Nunca hay que hablar de los errores de los demás por simple diversión o por deseo de armar escándalo. Recordemos: ¡Ante todo la misericordia! El segundo punto: La reciprocidad. El v.12 presenta la llamada “regla de oro”: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas”. Se trata del principio de la reciprocidad: que cada uno busque el interés del otro como si fuese el propio interés. Este principio sintetiza toda la enseñanza del Sermón de la Montaña sobre la Justicia del Reino: Jesús le da un espíritu nuevo a la antigua doctrina. El Antiguo Testamento se hace realidad en la Palabra y en la praxis de Jesús y de la comunidad de sus seguidores. Recordemos: ¡Ante todo la misericordia! 9
El tercer punto: el discernimiento: El Sermón de la Montaña no solamente da enseñanzas. Al final también da criterios de discernimiento para que evaluemos si hemos entrado realmente en su espíritu y su acción. La gran sección de Mateo 7,13-27 se refiere a estos criterios: (1) Cuando la opción se hace “difícil” o no (7,13-14); (2) Cuando se dan “frutos” o no (7,15-20); (3) Cuando las palabras se ponen en “practica” o no (7,21-27). El primer criterio de discernimiento: cuando la opción supone dolorosas renuncias (7,13-14).Toda evaluación requiere recordar el objetivo que se pretende. El objetivo de las enseñanzas del Sermón de la Montaña aquí viene recordado: “Entrar en el Reino” (ver 5,3.10.20). Lo correcto es entrar por “la entrada estrecha” (7,13). Si queremos entrar en la vida, no podemos dejarnos llevar por los criterios de acción de la masa, sino que debemos seguir una vía fatigosa. En todo el Sermón de la montaña Jesús describe el camino que conduce a la vida, a la vida eterna, que se logra con la entrada en el Reino de Dios. Ahora deja claro que este camino no es largo y cómodo, sino fatigante y estrecho; es necesario afrontarlo con dificultad. Jesús agrega que este camino no lo toma la mayor parte de la gente: “y pocos son los que lo encuentran” (7,14). Pero la elección que se tome es decisiva: están en juego la vida eterna o la ruina eterna. Quien quiera entrar en la vida eterna tendrá que asumir las dolorosas renuncias que implica –sabiendo que cuando se elige algo también se deja de lado algo- y no dejarse convencer por el resto de la gente. Para un discípulo de Jesús el comportamiento de la masa no es criterio de acción. Un discípulo siempre camina en “contracorriente”. En 1903 León XIII incluyó la invocación «Madre del Buen Consejo» en la letanía lauretana. El culto a la Virgen con el título de Madre del Buen Consejo, difundido hoy por el mundo entero, tiene su origen en la ciudad de Genazzano, situada a las puertas de Roma, donde tiene un célebre santuario. El 25 de abril de 1467 un fresco que representaba a la Virgen con el Niño que abraza a la Madre, «apareció de modo admirable» sobre una pared de la iglesia agustina que se encontraba en restauración. Inmediatamente la iglesia se convirtió en meta de peregrinaciones y la imagen estática de la Virgen del Buen Consejo se difundió por el mundo entero. Con razón honramos a María con el título del Buen Consejo, ya que ella es Madre de Cristo, «el Consejero admirable» (Is 9, 5), vivió bajo la guía del Espíritu de consejo y acogió íntimamente el eterno Consejo de recapitular todas las cosas en Cristo (cf. Ef 1, 10). Al honrar a la Virgen del Buen Consejo queremos implorar de Dios el don del consejo, «para que nos haga conocer lo que agrada a Dios, y nos guíe en las peripecias de la vida». Patrona de la familia agustiniana Recordemos: ¡Ante todo la misericordia!
III) ACTUAR BAJO LOS IMPULSOS DEL ESPÍRITU SANTO 1) Dar buen consejo al que lo necesita. Aquí es bueno destacar que el consejo debe ser ofrecido, no forzado. Y, la mayoría de las veces es preferible esperar que el consejo sea requerido.
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2) Dar buen consejo al que lo necesita. Quien pretenda dar un buen consejo debe, primeramente, estar en sintonía con Dios. Sólo así su consejo podrá ser bueno. No se trata de dar opiniones personales, sino de proponer los criterios evangélicos. 3) Dar buen consejo al que lo necesita. Grave es la responsabilidad de saber aconsejar que tienen los sacerdotes, padres de familia, padrinos, maestros y un largo elenco de profesionales en asesoría y consejería en aspectos de religión, moral y buenas costumbres. Para profundizar ¿Tienes responsabilidad de bien aconsejar? ¿A quién? Menciona cinco características cuando das buen consejo. ¿En qué notas que sabes recibir buen consejo? IV) CELEBRAR EL AMOR DE DIOS. Disponer un altar familiar donde esté una imagen de Ntra. Sra. del Buen Consejo, el cirio y la Sagrada Escritura. El coordinador dirigirá la siguiente oración y posteriormente invitará a los asistentes para que expresen alguna súplica y concluyan con la consagración a la Virgen María. Oración final ORACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DEL BUEN CONSEJO
Madre del Buen Consejo dirige tu maternal mirada sobre nosotros. Deseamos imitarte y seguirte para aprender a tratar y amar a Jesús, Señor de nuestra existencia. El será nuestro tesoro, que mostraremos con gozo a la humanidad. Por eso te necesitamos: “Ven con nosotros”, guíanos, Tú, Madre del Buen Consejo y acompáñanos en la búsqueda de aquello que Tu Hijo ha pensado hoy para cada uno de nosotros. Preséntanos a Jesús, enséñanos a escucharle y a servirle donde Él nos necesite. Recuérdanos el consejo que diste en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”. Por eso Madre sé tú: • La inspiración de nuestros pensamientos. • La guía de nuestros pasos. • La maestra de nuestra disponibilidad. • La Madre y consejera de nuestra perseverancia. IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DEL BUEN CONSEJO
SR. CURA JUAN CARLOS VITERI SALINAS
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TEMA 2 ENSEÑAR AL QUE NO SABE Oración inicial Se sugiere proclamar el salmo 118, 129-136 R. Ilumínanos Señor con tu Palabra Tus preceptos son admirables, por eso los guarda mi alma; la explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes; abro la boca y respiro ansiando tus mandamientos. R. Ilumínanos Señor con tu Palabra Vuélvete a mí y ten misericordia como es tu norma con los que aman tu nombre; asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine; líbrame de la opresión de los hombres, y guardaré tus decretos. R. Ilumínanos Señor con tu Palabra Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus leyes; arroyos de lágrimas bajan de mis ojos por los que no cumplen tu voluntad. R. Ilumínanos Señor con tu Palabra
Objetivo: Profundizar acerca de la obra de misericordia espiritual ENSEÑAR AL QUE NO SABE, para motivar al compromiso personal y comunitario.
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Introducción Para iniciar la reflexión contaré una experiencia personal. Recién ordenado fui enviado a una parroquia en la sierra y la primera semana en aquel lugar me invitaron a celebrar la Eucaristía en un rancho, invitación que acepté con gusto. Pregunté al sacristán si sabía llegar al lugar y me respondió que sí. Le comenté a quien me invitó que avisara a las personas que la misa sería el lunes a medio día. Llegado el día, el sacristán y yo, nos aprestamos a salir. El camino fue una parte con la camioneta de la parroquia y otra parte a pie. Comenzamos con la idea de que habríamos de caminar un par de horas, pero perdimos el camino, o más bien, el sacristán no conocía el camino, y caminamos y caminamos durante 7 horas, sin agua ni alimentos, pues se supone que deberíamos abastecernos en el rancho. Ya al caer la tarde, un hombre que regresaba de sus parcelas me identificó, me saludo y me dijo: “buenas tardes Padre, ¿qué anda haciendo por estos rumbos?”, le comenté que andaba buscando un rancho al que tenía que ir a celebrar la Eucaristía. Me miro con un cierto aire de risa y me dijo: “Padre ¿sabe dónde queda el rancho?” y con humildad le tuve que decir que no, y entonces me dijo un refrán que no he olvidado: Padre, “el que no sabe es como el que no ve”. Quisiera proponer mi reflexión desde esta perspectiva, es decir, “no saber” limita tanto como no ver, por lo tanto la obra de misericordia que estamos reflexionando tiene una gran amplitud, se trata de ayudar a otro a lograr VER con los “ojos de la inteligencia” y que esto le permita vivir con la dignidad que Dios quiere para él. I) VER CON LOS OJOS DEL PADRE Para intentar acercarnos a la gran diversidad de situaciones de ignorancia que se presentan en la realidad, propongo utilizar el esquema que el Papa Francisco utilizó para describir las situaciones de miseria en el mensaje de cuaresma del año 2014. El Papa distingue entre miseria y pobreza y se refiere a la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual. De igual modo, se puede decir que hay una ignorancia material, una ignorancia moral y una ignorancia espiritual. La ignorancia material es la que representa la falta de conocimiento básico necesario para interactuar con el mundo de hoy. Por ejemplo, saber leer, escribir, hacer uso de la tecnología, y todos aquellos conocimientos que generalmente se aprenden en las instituciones educativas a nivel básico. La ignorancia moral se refiere a la falta de conocimientos que le permitan a una persona orientar los pensamientos, los sentimientos, las decisiones y las acciones de su vida para llegar, cada vez más, a ser plenamente humano. Por ejemplo, un código de conducta, principios, valores, entre otros y que generalmente se reciben en la familia, en la sociedad y en la Iglesia. La ignorancia espiritual consiste en desconocer la dimensión espiritual o vida interior que cada uno posee y la manera de hacerla crecer. Por ejemplo, reconocer que soy más que mi cuerpo y poseo un alma, que mi existencia no termina con la muerte física, que mi vida tiene un sentido y una razón y los medios para desarrollar la vida espiritual. Este conocimiento se recibe ordinariamente en la familia y en grupo religioso al que cada persona pertenece; para nosotros es la Iglesia como Pueblo de Dios.
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Por lo que hemos señalado, nos damos cuenta que la obra de caridad espiritual de “enseñar al que no sabe” o al ignorante, no se limita a la transmisión de conocimientos solamente, sino que va más allá, nos exige colaborar en la instrucción básica, en la formación moral y en el crecimiento espiritual de toda persona. Para la reflexión, en este momento se sugiere preguntar a los participantes si conocen algún caso de estos tipos de ignorancia y qué consecuencias tienen para las personas que los padecen. Hay que motivarlos a participar e indicarles que se evite decir nombres. II) JUZGAR CON LOS CRITERIOS DEL HIJO Enseñar acción fundamental de la tarea evangelizadora Queda claro que enseñar al que no sabe es una de las tareas preferidas de Jesús. El Evangelio está lleno de pasajes en los que Jesús aparece enseñando a las multitudes, a los discípulos, a sus apóstoles, a los doctores de la ley, escribas y fariseos. Además, el Evangelio señala los lugares, en el camino, en la sinagoga, en la montaña, en lo privado a sus apóstoles, en las plazas, en el templo. En el momento de enviar a sus apóstoles antes de la ascensión Jesús los envía con la tarea de enseñar a todos los pueblos a cumplir lo que Jesús les había mandado (cf. Mt 28, 20). Por lo tanto no es difícil reconocer que la tarea de enseñar es parte fundamental del Reino de Dios. También el Antiguo Testamento presenta la acción de enseñar como parte importante de la presencia de Dios en su pueblo. Muestra de esto es el texto del profeta Ezequiel en el que Dios le recuerda el deber de transmitir su palabra al malvado para que se corrija: “A ti, Hijo de hombre, te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: ¡Malvado, eres reo de muerte!, y tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, y él no cambia de conducta, él morirá por su culpa, y tú salvaras la vida” (33, 7-9). Esta misma afirmación se expresa en la Doctrina Social de la Iglesia que señala como uno de los derechos fundamentales de todo ser humano el derecho a la educación y, además, indica la responsabilidad de los padres de familia y de la sociedad de asegurar la educación adecuada a las nuevas generaciones (cf CDSI 155.157) y a todos aquellos que no han tenido la oportunidad de recibirla. Educar, una responsabilidad social Las ciencias de la educación nos ayudan a comprender el significado y la complejidad de la acción educativa. Para acercarnos al término educación es necesario tener en cuenta las dos palabras griegas que están en su raíz. Por una parte educare que hace referencia a cultivar o ayudar en la crianza a una persona en 14
edad de formación y educere que se refiere al desarrollo interior de la persona. En ambos términos se trata de una intervención para promover al ser humano. En el primero de los casos se refiere más a los aspectos orgánicos (crianza, custodia, asistencia, atención, nutrición, higiene) y en el segundo caso a los aspectos más interiores (imaginación, observación, intelecto, razón, sentido crítico, emotividad, relacionalidad, expresividad, operatividad, espiritualidad). El uso histórico del término pone en evidencia, además, la multiplicidad de la palabra educación considerada como sinónimo de desarrollo, crecimiento, formación, socialización, inculturación, instrucción, enseñanza, adiestramiento, actualización; y también recuerda ambientes institucionales particulares como la familia, la escuela, las iglesias, los grupos, las asociaciones, los movimientos, que realizan, cada uno de diversa forma, tareas educativas. Se debe también señalar, el carácter pluridimensional de la educación en el cual se vinculan el desarrollo físico-biológico, madurez psicológica, formación cultural, crecimiento moral, madurez religiosa, inserción ambiental, participación histórica, etc., en la perspectiva de una educación integral de la persona, coherente con la existencia histórica comunitaria. Se puede entonces afirmar que se realizan actos propiamente educativos cuando se ayuda a crecer en “humanidad”, cuando se interviene en el “fundamento de la persona”, cuando se hacen acciones para desarrollar el proceso de iniciación de un ser humano en el actuar libre y responsable, éticamente válido y operativamente capaz. No podemos terminar esta breve reflexión acerca de la educación, sin recordar la responsabilidad social que todos tenemos de colaborar en la tarea educativa. Se puede afirmar que cada uno de nosotros somos educadores, aun sin saberlo o incluso sin desearlo. Nadie puede no educar, pues nuestra influencia, sea esta positiva o negativa, ante las personas que nos rodean, es ya un acto educativo. Es necesario, por tanto, ser conscientes de esta responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos de colaborar en la educación de los demás y de cómo, esta responsabilidad social, se enriquece con la vida de fe que nos pide vivir la obra de caridad: “ENSEÑAR AL QUE NO SABE” III) ACTUAR BAJO LOS IMPULSOS DEL ESPÍRITU SANTO Reconocer que la educación es parte fundamental de la tarea evangelizadora y que es una responsabilidad social, es decir que corresponde a todos, nos exige pasar a acciones concretas. La obra de misericordia de enseñar al que no sabe se puede vivir y poner en práctica en los siguientes ámbitos. La coherencia de vida, lenguaje privilegiado de evangelización Podemos fácilmente caer en el peligro de pensar que el testimonio de vida es solamente una cuestión de virtud espiritual, olvidando la fuerte carga educativa que tiene la coherencia de vida. En un mundo que poco quiere escuchar palabras, un estilo de vida coherente con la fe, se convierte en un lenguaje significativo para el anuncio del Evangelio.
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La familia, espacio privilegiado para la evangelización Es en la familia en donde la mayoría de las personas recibimos las enseñanzas necesarias para la vida y, con ellas, el primer anuncio del Evangelio. Es indispensable, por lo tanto, tomar conciencia del papel educativo que tiene la familia. Es importante el testimonio que cada miembro da, de manera especial, del estilo de vida cristiano que se va formando. Podemos decir que, de la misma manera que nos formamos ciudadanos en la familia, nos formamos cristianos. Como decía la Beata Teresa de Calcuta: “No te preocupes porque tus hijos no te escuchan. Te observan todo el día”. La Iglesia, comunidad evangelizadora Como afirma el Beato Pablo VI en la Evangelii nuntiandi: “la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia;…. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”. Pero este primado de la evangelización no debe ser entendido como exaltación de un momento particular de la acción eclesial (la función profética) respecto a los otros. La evangelización tiene aquí un sentido global, casi omnicomprensivo, como anuncio y testimonio del Evangelio dados por la Iglesia, con todo lo que ella dice, hace y es, a través de la totalidad de sus funciones. Colaborar en la tarea de la evangelización que consiste, en parte, en predicar y enseñar la Palabra de Dios, constituye un modo específico de Enseñar al que no sabe. La participación social, lenguaje actual de evangelización Son muchos los modos y los espacios en los que podemos realizar la acción evangelizadora a través de la práctica esta obra de misericordia de enseñar al que no sabe. IV) CELEBRAR EL AMOR DE DIOS Propongo hacer una oración comunitaria en tres momentos. En el primer momento se invita a que delante de Dios reconozca sus descuidos en la tarea de anunciar el Evangelio a través de la educación. Es decir, cuando nuestro testimonio de vida, o nuestra vida en familia o nuestra participación en la Iglesia no ha colaborado a enseñar al que no sabe. Después de un momento de silencio se canta un canto penitencial. En un segundo momento agradecemos a Dios que nos ha ido acompañando a lo largo de nuestro crecimiento a través de tantos educadores (papás, parientes, catequistas, sacerdotes, maestros). Se invita a todos a que en silencio recuerden a todas estas personas y se termina este momento con la siguiente plegaria: 16
Te damos gracias Señor por todos los beneficios que hemos recibido de tu bondad a Ti que vives y reinas por lo siglos de los siglos. Amén Finalmente se hace una oración por los gobernantes y quienes son responsables de la educación en nuestra patria, para que iluminados por el Espíritu de Dios, cumplan eficazmente su tarea. Se culmina la celebración con la oración del Padre Nuestro.
SR. CURA FRANCISCO DE ASIS DE LA ROSA PATRÓN
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TEMA 3 CORREGIR AL QUE YERRA Oración inicial Encomendarse al Espíritu Santo. Santiago 5,19-20 “Si alguno de ustedes hermanos míos, se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados”. Objetivo del tema Recordar que la corrección fraterna es un deber evangélico y forma parte de nuestra conversión personal y social, para llevarnos al compromiso de corregir todo aquello que provoca condiciones contrarias a la dignidad de hijos de Dios. I) VER CON LOS OJOS DEL PADRE Las obras de la misericordia son un llamado a la conversión personal y social. Como seres humanos perfectibles, cometemos errores. En la antropología cristiana, la naturaleza del hombre ha sido tocada sensiblemente por el pecado. Iluminado por la gracia de Dios, la persona está llamada a corregir su conducta y propiciar condiciones de vida acordes a su dignidad de hijo de Dios. Por lo tanto, no se trata sólo de corregir individualmente a quien se equivoca sino también mirar más allá, a las condiciones de la vida ordinaria que urgen ser corregidas para beneficio de todos; en otras palabras, se trata de considerar: la calidad de vida de las personas, su adaptación al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua (LS 150). Como sociedad debemos corregir todo aquello que nos hace estar en condiciones menos humanas, sean por carencias materiales de los que están privados del mínimo vital como de las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo (cfr PP 21). Las consecuencias del pecado personal, alimentan las estructuras de pecado que esclavizan al hombre y están opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo. San Juan Pablo II menciona dos características imperantes que absolutizan la actitud destructiva de la persona: el afán de ganancia exclusiva y la sed de poder con la intención de imponer a los demás la propia voluntad (SRS 37). Esta actitud hace que la persona no considere al otro como su semejante, sino como un objeto al que puede utilizar y descartar. El pecado, es decir la ruptura con Dios y el rompimiento con la figura del padre y del hermano en comunión, lleva a la cultura de la esclavitud (Gn 9,25-27) y mete a la humanidad a sufrir sus consecuencias que se perpetúan de generación en generación: rechazo del otro, maltrato de las
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personas, violación de la dignidad y de los derechos fundamentales, la institucionalización de la desigualdad (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2015). Como comunidad de cristianos, el Evangelio nos llama a resistir a la cultura del descarte, oponernos a la visión que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo (EG 55). Anestesiados por la cultura del bienestar y del confort ignoramos la condición de infinidad de hermanos que se encuentran en situaciones de exclusión o peor aún, pasamos ante ellos en completa indiferencia (EG 54). El papa Francisco en numerosas ocasiones y documentos ha señalado la necesidad de corregir aquellos aspectos de la vida ordinaria que nos llevan a una condición indigna de los hijos de Dios. Entre ellas señalamos las siguientes: La corrupción: El corrupto irrita a Dios y hace pecar al pueblo. Cuando uno entra en el camino de la corrupción quita la vida, usurpa y se vende. La persona se convierte en una mercancía porque se compra y se vende. El corrupto escandaliza a la sociedad, al pueblo de Dios porque explotan a los que no pueden defenderse, los esclavizan. El corrupto se vende para hacer el mal aunque aparentemente él no lo sepa. El precio de la corrupción lo pagan los pobres. Que no mueran con el corazón corrupto (Francisco, Homilía 17/06/2014). La violencia: Las causas de la violencia deben buscarse en el sistema social y económico que es injusto en su raíz (EG 59). Múltiples violencias que afligen a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes (Francisco a los Obispos de la CEM, Visita Ad Limina (19/05/2014). Reconocernos como hermanos es reconocer la paternidad de Dios. La exclusión: Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil. Con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive. Los excluidos no son explotados sino desechos, sobrantes (EG 54). El llamado es por tanto, a la cultura de la solidaridad. II) JUZGAR CON LOS CRITERIOS DEL HIJO Corregir al hermano que se equivoca es un deber evangélico. Corregirlo a tiempo contribuye a su salvación. “Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano” (Mt 18,15-17). Corregir implica humildad y la intención de salvar al que yerra. No se trata de compararse con quien se equivoca sino de acercarlo a la verdad, considerando que no se corrige cualquier error sino el pecado. “Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tu puedes ser tentado” (Gal 6,1).
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Quien corrige está llamado a la conversión: “cómo vas a decir a tu hermano: ¿‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? (Mt 7,4). Quien corrige debe estar atento a los propios errores y pronto para enmendarse, “escucha el consejo, acoge la corrección para llegar, por fin, a ser sabio” (Pro 19,20). Ahora bien, corregir al pecador implica un compromiso con la Verdad y con el deseo sincero de cambiar el mundo (EG 183), corrigiendo todas aquellas estructuras e instituciones que han sido invadidas por el pecado. Es necesario, con la propia intervención, sanear los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos y de la relación de cada persona consigo misma (LS 141). El pecado tiene consecuencias negativas en la calidad de vida de la persona y de la sociedad. El cristiano está llamado a transformar su realidad buscando las condiciones de la vida social que le ayuden a vivir según su dignidad (GS 26). El discípulo de Cristo no puede acostumbrarse a convivir con el pecado, es decir, con la maldad. Su amor a la Verdad lo ha de llevar a liberarse y ayudar a otros a liberarse de la opresión de las condiciones de pecado que se viven en los diferentes estratos de la vida social: el grupo social primario que es la familia, la comunidad local y la propia nación así como la vida internacional, debido a que cualquier daño que reciba alguno de estos niveles entraña efectos nocivos, como la perdida de la libertad, la injusticia y la violencia (LS 142). La corrección fraterna responde a nuestra condición de hijos de Dios, porque Dios es Padre de todos. Por tanto, la respuesta a la pregunta ¿Dónde está tu hermano? (Gn 4,9) implica la fraternidad como dimensión esencial del ser humano. Sin la fraternidad, es decir, sin el compromiso de sentirse responsable del otro, es imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014). III) ACTUAR BAJO LOS IMPULSOS DEL ESPÍRITU SANTO La fraternidad tiene necesidad de ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada en una sociedad que se hace cada vez más individualista cerrándose al amor del prójimo. El discípulo de Cristo en la Iglesia, mediante su conversión, muestra al mundo el modo de ver al prójimo reconociéndolo como un hermano o una hermana (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014). Interpelados por la sujeción que algunos de los cristianos tienen a diferentes pecados, debemos cuestionarnos personal y comunitariamente, qué hacemos o cómo reaccionamos en la vida ordinaria, ante los errores de los demás y los propios. Particularmente ante los errores de las personas que forman parte de las estructuras e instituciones que regulan la vida de la sociedad y que provocan condiciones de injusticia, pobreza y desigualdad. ¿Qué podemos hacer para corregirlos? Es necesario atender a todas aquellas actitudes causantes de conflictos en los diferentes ambientes que nos desenvolvemos ordinariamente. Cuidar el ambiente social o la ecología humana, es indispensable para el desarrollo integral de toda persona (LS 43). Cuestionarnos sobre la calidad de las relaciones en los ambientes familiar, laboral, escolar, vecinal, comunitario, etc., y analizar cómo podemos mejorarlas. 20
Si bien es cierto que no podemos corregir la situación de muchos hermanos que viven en condiciones de pobreza o exclusión, bien podemos ayudarlos a que su situación sea más digna y humana, el papa Francisco nos sugiere: “un saludo, un buenos días o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas con esta realidad” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2015). ¿Cómo podemos mejorar las condiciones de vida de los más desprotegidos de nuestra comunidad? Ante la propia dificultad y las que presenta el difícil deber evangélico de corregir al hermano que se equivoca, no podemos olvidar que el amor puede más (LS 149). IV) CELEBRAR EL AMOR DE DIOS Terminar con la siguiente oración a dos coros: Señor Jesucristo, camino, verdad y vida, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, enciende en nuestros corazones el amor al Padre que está en el cielo y la alegría de ser cristianos. Ven a nuestro encuentro y guía nuestros pasos para seguirte y amarte en la comunión de tu Iglesia, celebrando y viviendo el don de la Eucaristía, cargando con nuestra cruz, y urgidos por tu envío. Danos siempre el fuego de tu Santo Espíritu, que ilumine nuestras mentes y despierte entre nosotros el deseo de contemplarte, el amor a los hermanos, sobre todo a los afligidos, y el ardor por anunciarte al inicio de este siglo. Discípulos y misioneros tuyos, queremos remar mar adentro, para que nuestros pueblos tengan en ti vida abundante, y con solidaridad construyan la fraternidad y la paz. Señor Jesús, ¡Ven y envíanos! María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros. Amén. (De Benedicto XVI con ocasión para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano). PBRO. LIC. ERNESTO HINOJOSA DÀVALOS
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TEMA 4 CONSOLAR AL TRISTE Oración inicial: A la Virgen del Consuelo para aliviar penas y tristezas Santa Virgen del Consuelo de las almas afligidas, hoy que sangran mis heridas por mis faltas cometidas a ti elevo mi ruego. Líbrame de mis pesares que cargo sobre mis hombros que son muchos y que pesan Como duras rocas grandes. Afligido estoy Madre mía por no encontrar el remedio que pueda dar solución a mis penas y tristezas. Y a ti buscando el consuelo un alma desesperada esperando en mi desvelo que seas cobijo y amparo. Bajo tu manto me refugio, en tus manos me cobijo, y ante ti, arrodillado suplico tu gracia y favor. Santa Virgen del Consuelo, dame fuerza y valor.
Objetivo del tema: Reflexionar sobre el sufrimiento como parte de la vida del ser humano para motivarnos a ofrecer consuelo a quien lo necesita. I) VER CON LOS OJOS DEL PADRE El sufrimiento “llama” al consuelo Consolar a los afligidos es otra obra espiritual de misericordia. Es también una petición común que se nos dirige: “Por favor, unas palabras de consuelo”. 22
La Sagrada Escritura es un mensaje de consuelo, porque “cambia” la situación existencial de las personas. Particularmente significativa es la segunda parte del Libro de Isaías (capítulos 40-55) que algunos autores titula “Libro del Consuelo”, porque así empieza: “Consuelen, consuelen a mi pueblo” (Is 40, 1). El consuelo es necesario porque existe el sufrimiento, que no podemos banalizar o suavizar. Podemos tener la impresión que la tradición cristiana en algunos períodos históricos haya invitado a amar el sufrimiento y el dolor; en realidad el mensaje evangélico es muy distante de esta perspectiva. Jesús nos ha salvado y redimido “con su amor”, más con su cruz y su sufrimiento: es su amor que nos salva. También el lenguaje tiene su importancia para no caer en una visión dolorista que atribuye más importancia al sufrimiento que al amor de Jesús. Hace 1,500 años San Agustín nos recordaba, con mucha lucidez, que Jesús no nos ha salvado con su sangre, sino con el amor que en la sangre se revela. El centro de la vida cristiana no es el dolor o el sufrimiento, sino el amor. Jesús no nos dijo: “Sufran como yo he sufrido”, sino: “Ámense como yo los he amado”. Y la cercanía llena de afecto y respeto es fuente de consuelo. ¿Cómo consolar? Los estudios y reflexiones sobre el acompañamiento de personas que viven dificultades de todo tipo (enfermedad, duelo por la pérdida de un ser querido, falta de perspectivas en la existencia, envejecimiento caracterizado por soledad y abandono, dificultades relacionales y conflictos familiares, laborales o con los vecinos, etc.) se han multiplicado en las últimas décadas y nos sensibilizan a considerar el “consuelo” como algo difícil, que no puede limitarse a algunas frases de circunstancia o a palabras que – casi milagrosamente – modifican la situación existencial. Es común escuchar frases del tipo: “Verá… la medicina hace maravillas: dentro de poco se aliviará”; “Hay gente que la quiere mucho, estoy seguro”; “No se preocupe tanto; ¡todo se arreglará!”; “Usted está solamente pasando por momentos difíciles. Tenga fe. Estas situaciones terminan siempre arreglándose”; “Quizás usted esté atravesando por un período difícil, que puede ser una gracia de Dios para usted”; “Es una dura prueba, pero estoy seguro que usted encontrará la solución justa en su corazón”; “No hay mal que por bien no venga”. Estas frases – que quieren ser de consuelo – en realidad manifiestan poca sensibilidad y respeto a la persona que sufre. El estilo “consolador” tiende a “suavizar”, “minimizar” la situación de sufrimiento y de preocupación. Podríamos cuestionarnos sobre la licitud de esta conducta y preguntarnos: “¿Es correcto que, frente a un problema que causa dolor, yo suavice y minimice?”, “¿Quién me da la autoridad para hacerlo?”… Ciertamente, la intención es buena: dar ánimo, levantar, alentar, sosegar… sin embargo, esta actitud manifiesta rasgos de poca disponibilidad al respeto de la persona. A menudo este estilo se manifiesta a través de formas impersonales y frases hechas. Aparentemente la situación está mejorando: quien escucha trata de consolar, quien habla tiene la impresión de ser comprendido, animado, sólo que, después, se encontrará nuevamente con sus problemas, sus dificultades, los que no ha afrontado realmente. Podríamos decir que es un consuelo 23
“barato”, que no ayuda, que deja las situaciones como en un principio, funcionando como un placebo en presencia de una enfermedad verdadera y difícil. En algunos casos, el consuelo raya en una forma de adivinación del futuro, prometiendo o dando por sentado que será color rosa: “Verá que todo se arreglará”. Otras veces presenta rasgos mágicos o una creencia ingenua en Dios que debería resolver todos los problemas, con sólo tener fe; algunas afirmaciones – que se presentan como inspiradas por una profunda religiosidad – en realidad presentan una idea de un “dios” que se puede manipular y cambiar: “Tenga fe. No hay mal que por bien no venga”. El resultado es que el ayudado permanece en un estado de resignación o de espera confiada a que las cosas se modifiquen por sí solas, o con el paso del tiempo. Este estilo podría esconder -detrás de una máscara de interés y bondad- una realidad de frialdad y desinterés. El ayudante podría ponerse una máscara de bondad, simpatía, amistad y, sin embargo, no cultivar estas actitudes en su interior, ni presentar ningún deseo de ayudar verdaderamente a quien sufre. II) JUZGAR CON LOS CRITERIOS DEL HIJO Etapas para acompañar y ofrecer consuelo En realidad el verdadero consuelo es fruto de un trabajo de acompañamiento en el que podemos vislumbrar algunas etapas: Ante todo facilitar el desahogo emocional: la persona que sufre encuentra en nosotros – tal vez es la primera oportunidad – a alguien que escucha, permite manifestar sus miedos, dudas, enojos, culpas y vergüenzas, su angustia, impotencia y preocupación. El poder manifestar el sufrimiento es ya una forma de ayuda que da “consuelo”. Quien está marcado por el sufrimiento no se siente solo, puede experimentar la solidaridad de quien escucha con ternura, sin juzgar. Se trata de la benéfica experiencia de quien sabe que su desahogo es acogido con bondad. En la Sagrada Escritura – pensemos en los Salmos – a menudo el orante manifiesta sus sentimientos al Señor y a la comunidad; pensemos también en el hermoso episodio de Emaús (Lucas 24): Cleofás y su compañero/a encuentran en el Acompañante Anónimo (nosotros sabemos que es el Señor Resucitado) a alguien que los escucha y permite el desahogo. La narración de Emaús nos permite ver también otro paso en el proceso de acompañamiento y que puede ser fuente de verdadero “consuelo”: Jesús, el Señor Resucitado, los ayuda a ver las cosas con verdad, sin pensamientos equivocados, a leer la situación de otra manera. Como Judíos piadosos conocían – o pensaban conocer – la Sagrada Escritura; en realidad su percepción y comprensión está marcada por prejuicios, esquemas equivocados, “pre-comprensiones” que en vez de ayudarlos a percibir el misterio de la muerte de Jesús en su verdadero alcance, los hunde en un estado de depresión e impotencia. Jesús los ayuda (los “consuela”) abriendo su mente a nuevas perspectivas que ni siquiera habían imaginado. El acompañamiento es fuente de consuelo cuando ayuda a ver las cosas 24
con realismo, sin cultivar pensamientos mágicos o perspectivas que hunden en la desesperación. Un autor (J.A. Pagola) nos recuerda que: “El hombre doliente de hoy, necesita ser liberado de posturas de rebeldía que no hacen sino exasperar y deshumanizar su sufrimiento; posturas de ansiedad que destruyen su esperanza; posturas de aislamiento que lo repliegan estérilmente sobre sí mismo; posturas insanas de auto-compasión que le impiden crecer... Se puede ayudarle a sufrir de manera más humana”. Otro paso en el acompañamiento para ofrecer un “consuelo” realista y verdadero es facilitar el descubrimiento de nuevos recursos que permitan enfrentar las situaciones dolorosas con más herramientas y con la convicción que hay un camino abierto a nuevas posibilidades. Volvamos a la narración de los discípulos de Emaús: la “terapia de realismo” que Jesús Resucitado propone, les permite también darse cuenta de que hay “recursos” que no han desarrollado. No están solos: hay una comunidad en Jerusalén que los espera y a la que pueden ser útiles. El Señor continúa estando presente en la Eucaristía a pesar de que “desaparece” de su vista material. Su corazón “funciona bien”: se ha calentado escuchando a una persona amiga: bulle una nueva esperanza en ellos y una valentía que los pone en marcha – de noche – hacia lo desconocido y tal vez lo peligroso. Sí, descubrir nuevos recursos, o darse cuenta de que existen recursos no aprovechados, es fuente de consuelo y los discípulos de Jesús podemos ayudar en este descubrimiento. Es ayudar a tener un cierto “control” de la situación. El vivir situaciones en las que “no hay nada que hacer” es fuente de un sufrimiento añadido. Un buen acompañamiento permite darse cuenta de lo que “se puede” hacer, con realismo y sentido de responsabilidad con la convicción que siempre “se puede hacer algo” para mejorar la situación. También la capacidad de “crear” sentido a las situaciones difíciles y dolorosas que hemos elegido o que nos toca vivir y sufrir es “un recurso”. La situación en sus coordinadas externas no cambia – tal vez empeora – sin embargo el “cómo” la vivimos, interpretamos y enfrentamos cambia notablemente. Un buen acompañamiento permite a quien sufre “dar”, “crear”, “entregar” un nuevo sentido a lo que le toca vivir. Fundamentalmente el consuelo efectivo brota de la conciencia de ser “protagonistas” de nuestra historia y no víctimas o engranajes de una compleja maquinaria en la que estamos enredados. El consuelo de quien puede asumir su vida y decidir en libertad interior cómo vivirla. Ciertamente no se nos da la posibilidad de elegir muchas situaciones, pero sí, la posibilidad de decidir “cómo” enfrentar las situaciones. Es la más profunda y auténtica experiencia de libertad que se nos ofrece. Volviendo a Emaús: Jesús no les sugiere a los dos peregrinos qué deben hacer; los ha acompañado, ha permitido que sus corazones se “calentaran”. Ellos ahora ven con más realismo y esperanza su situación, están conscientes que el destino de Emaús es una huida cobarde. Jesús los deja libres, “desaparece de sus ojos”, están consolados y pueden – con libertad – tomar su decisión de reincorporarse a la comunidad de los discípulos del Resucitado.
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III) ACTUAR BAJO LOS IMPULSOS DEL ESPÍRITU SANTO Agentes de consuelo El verdadero consuelo se realiza en un acompañamiento, con las herramientas – frágiles y pobres – del diálogo. La misericordia de Dios (¿y la nuestra?) se manifiesta con estos rasgos. Dice González Faus: "El diálogo es el camino más directo para facilitar la liberación y el crecimiento personal y espiritual. Tal vez porque constituye un reflejo del ser de Dios. Dios es un diálogo eterno de amor. Y al dialogar a imagen y semejanza de Dios, se produce en los interlocutores un movimiento centrífugo de la libertad para amar, y en el diálogo de amor los hombres se realizan como imágenes e hijos de Dios". Consolar, más que una “modalidad” perseguida intencional y directamente, es el fruto de un acompañamiento. Cuando el interlocutor se sienta más fuerte y libre, en ese momento se sentirá, también, más aliviado y consolado. Como discípulos del Resucitado estamos invitados a ser personas de misericordia; llevando a cabo las diferentes formas de la misericordia ofreceremos también consuelo: un verdadero acompañamiento con el diálogo para buscar y encontrar caminos de vida, una cercanía que se hace “cuidado” (como nos recomienda Jesús en la narración del Buen Samaritano), ayudar a convivir con el sufrimiento que no se puede evitar y reforzar la confianza en el Señor que permite dar sentido a situaciones dolorosas. Dios entregó a su Hijo; tú, en cambio, ni siquiera das un pan al que se entregó por ti a la muerte. … No te pido nada costoso, sino tan sólo pan, cobijo, unas palabras de consuelo. Si, con todo, permaneces inflexible, que te mueva al menos el premio que tengo prometido: el reino de los cielos. ¿Es que ni eso tendrás en consideración?… intento atraerte hacia mí y hacerte benigno, por tu propia salvación. Vencido por tantos beneficios, suplico tu reciprocidad; no te lo exijo como el pago de una deuda, sino que te lo premio como una dádiva y, a cambio de tan poca cosa, te doy el reino. No te digo: «Remedia mi pobreza»; ni tampoco: «Dame riquezas, aunque por ti soy pobre», sino que te pido tan sólo pan, vestido, un poco de consuelo en mi necesidad. … Podría, ciertamente, premiarte sin necesidad de todo esto, pero quiero ser tu deudor, para que así esperes el premio con más confianza. (De San Juan Crisóstomo – Homilías sobre la Carta a los Romanos). IV) CELEBRAR EL AMOR DE DIOS El “Consolador” Podemos estar enfermos, agobiados o deprimidos, solos y como abandonados, sin recursos humanos y espirituales, en duelo, en pobreza extrema y falta de perspectivas para el futuro, en situaciones relacionales complejas y destructivas, sin sentido de vida, sin fe y un proyecto. Necesitamos a un Consolador. El Evangelio nos presenta al Espíritu Santo como el “Consolador”, el “Paráclito”, el “Abogado”, es decir como una “presencia amigable”, “protectora”, que “está a nuestro lado” en situaciones problemática. Sucumbiríamos si Alguien no nos ayudara.
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En nuestro apostolado o ministerio queremos “ayudar”, dar palabras de “consuelo”. El Consolador “visita a su pueblo”, seca las lágrimas, susurra en nuestro corazón: “tú eres hijos mío, muy amado”, nos libera y levanta para que retomemos nuestro camino; El Consolador nos ofrece pan de la vida para cruzar también el umbral de la muerte. Dios nos ofrece (todo es “gracia”, “don gratuito”) al Espíritu Santo para ser eficaces y fecundos. Por eso, “Bendito sea Dios, …, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios. …” (2 Cor 1, 3-5). Bendito sea Dios que con el don del Espíritu Santo nos transforma en “agentes de consuelo”. ¡Ven, Espíritu Divino! (Secuencia de Pentecostés) El himno más antiguo al Espíritu Santo Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
PBRO. SILVIO MARINELLI – ORDEN DE SAN CAMILO 27
TEMA 5 PERDONAR LAS OFENSAS Oración inicial Invoquemos la presencia de María en nuestra reunión de hoy, “dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús” (MV, 24): Dios te salve, Reina y Madre… Objetivo del tema Profundizar los conceptos de misericordia y perdón, para motivarnos a vivirlos y proyectarlos en la comunidad. I) VER CON LOS OJOS DEL PADRE Los hechos englobantes de los varios escenarios que nos presenta el VI Plan Diocesano de Pastoral nos describen una serie de acciones ofensivas, moralmente malas que causan daños objetivos: injusticias, corrupción, violencia, infidelidad, abortos, divorcios, clericalismo, etc. Todo esto contribuye sin duda a tejer redes de resentimientos, rencores, impotencias, que desembocan en venganzas, frustraciones y desesperanza. Y es que la reacción “natural” ante una ofensa intencional que me provoca daño, es la de corresponder, al menos con una acción semejante: “Quien me la hace me la paga” u “ojo por ojo, diente por diente”, decimos. Y con mucha frecuencia estas acciones aparentemente justas, terminan en venganzas que profundizan las heridas, no es gratuita la advertencia del pensador chino: “Antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas” (Confucio). Podemos preguntarnos: En mi familia, en mi comunidad, ¿qué acciones ofensivas, moralmente malas (intencionales) y que causan daños objetivos (reales), son más frecuentes? ¿Cuáles son las reacciones habituales que tenemos ante estas acciones: el resentimiento, la venganza, el perdón? Nuestra fe cristiana nos pide como respuesta a las ofensas, el perdón: “Perdonar al que nos ofende”, es una de las obras de misericordia espirituales, que se nos urge a realizar, porque al final de nuestra vida, también “se nos preguntará si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia” (Papa Francisco, Misericordiae Vultus, 15). II) JUZGAR CON LOS CRITERIOS DEL HIJO El perdón brota de la misericordia (MV, 2). La misericordia, de acuerdo con la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia es fidelidad, que en Dios no se acaba en un momento, no obstante la infidelidad del hombre. La fidelidad y la compasión son como el motor que mueve al corazón del ser humano a sentir ternura por la miseria propia y la del hermano, esa misma ternura amorosa que manifiesta Dios ante la miseria humana (L. Dufour). La misericordia “es la ley fundamental que habita 28
en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida” (MV.2). La misericordia es un sentimiento entrañable, amor fiel e invencible, más fuerte que el amor de madre (Jr 31,20; Sal 103, 13; Os 1,6s). El afecto fuerte y generoso del padre que está siempre dispuesto a la piedad, al perdón a la compasión y que usa la severidad sólo para corregir y convertir al rebelde. “La misericordia de Dios… revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor visceral. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (MV, 6). El libro del Éxodo nos dice que Dios es un «Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado» (Ex 34, 6-7). La misericordia de Dios dura en eterno (Jr 31,3). Pueden caer los montes, pero el afecto de Dios jamás se alejará de su pueblo, jamás vacilará su alianza de paz (Is 54,10). “Es precisamente así. La ira de Dios dura un instante, mientras que su misericordia dura eternamente” (MV, 21). El Nuevo Testamento nos confirma que, la Misericordia es absolutamente necesaria para ser seguidores de Jesús, porque el Señor no la recomienda o aconseja. El Señor la manda: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc, 6,36). La perfección de la vida cristiana se alcanza con la misericordia, que deberá practicarse sin distinción de personas, a semejanza del Padre celestial. Más aún, de acuerdo al Evangelio, “los pobres son los privilegiados de la misericordia divina” (MV, 15). Jesús anuncia la misericordia liberadora de Dios para con aquellos que encuentra en su camino, comenzando por los pobres, los marginados, los pecadores. En Jesús “todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (MV,8). Sin embargo, hoy encontramos en la sociedad actual varios estilos de vida que obstaculizan la práctica de esta virtud. En efecto, la sociedad hoy aparece tan necesitada de misericordia, y a la vez tan empeñada en expulsar de la vida y del corazón del hombre, la idea misma de benevolencia, de perdón y de humanidad. Algo que no es una novedad, o propio sólo de esta época, el hombre es siempre el mismo. Para Platón, por ejemplo, la misericordia es una debilidad (cf. La República, X). En la moral de Aristóteles la misericordia no es una virtud, sino una falta de virtud que se puede excusar sólo en los ancianos y en los niños (Etica Nicom.,2, 4). Los estoicos la consideraban una enfermedad del alma. Desde la mirada de fe, es necesario abrirse a la misericordia de Dios, porque éste es el primer paso de la conversión que lleva a vivir según los criterios de Cristo, entre ellos el perdón de las ofensas, y rechazar los criterios del mundo para contrarrestar las formas de vida cerradas a la misericordia y al perdón y que representan fuertes obstáculos para la paz (G. Morra). Así pues, es incapaz de perdón esa cultura materialista que nos envuelve en la espiral de guiarnos sólo por la ley del máximo beneficio, donde los vencedores son siempre los más fuertes. Esta “cultura del poder” está cerrada a la misericordia y justifica el descarte de los débiles porque parte de un concepto 29
equivocado del hombre: le falta la conciencia de la insuficiencia criatural del hombre y de sus obras. El hombre sólo puede ser misericordioso con el prójimo si experimenta la misericordia de Dios, y Dios puede ser misericordioso con el hombre que reconoce y experimenta la propia insuficiencia, la propia debilidad. Se revela también incapaz de misericordia una cultura del deseo, es decir, una sociedad con un estilo de vida guiado por la permisividad, en la que las personas absolutizan la libertad y tienen como objetivo de su existencia, la expresión máxima de sus posibilidades de vida. El hombre del deseo, es una persona que vive sin realizar opciones que lo comprometan a largo plazo, porque desea salvaguardar su propia libertad. La cultura del deseo es una cultura de lo provisional, lo pasajero y del narcisismo incapaz de continuidad, de compromiso gradual y de sacrificio. El deseo, por tanto, excluye la misericordia, que es don de sí al otro, precisamente sobre la base de la renuncia al deseo. No es casual que la cultura del deseo combata en favor de la legalización del aborto, por su uso generalizado y libre. La eliminación de una vida humana se justifica con la necesidad del deseo de poder continuar realizándose sin obstáculos o impedimentos. Otro obstáculo para la misericordia y el perdón y que actualmente está creciendo, es el convencimiento de que la “violencia justa” (de las víctimas) es el único camino que puede acabar con la “violencia injusta”, sin tomar en cuenta la experiencia de que a esta idea de justicia otras fuerzas negativas, como son el rencor, el odio e incluso la crueldad le han tomado la delantera (S. Juan Pablo II). El Papa Francisco nos enseña que perdonar las ofensas se vuelve “la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir” (MV, 9). Para lograr que el perdón sea auténtico, es necesario el reconocimiento de que existe una ofensa grave, algo moralmente malo, que causa o inflige un mal objetivo. Por lo tanto, perdonar no es ocultar la verdad, cerrar los ojos ante la realidad del mal sufrido. El perdón “no debe anular las exigencias de la justicia, ni mucho menos impedir el camino que conduce a la verdad: justicia y verdad representan, en cambio, los requisitos concretos de la reconciliación” (CDSI, 518). La misericordia y el perdón cristianos, no son mera filantropía, no son jamás solidaridad con el mal y con el error, no se trata de sentimentalismos populistas, sino sobreabundancia de la caridad, que reconoce la justicia y la verdad y las supera con un don más alto. “El verdadero perdón sólo puede brotar de la verdad. Pero debe ser más fuerte que la verdad. El perdón que nace del amor ha de dominar sobre las desilusiones que nos produce la realidad” (R. Guardini). La misericordia no está contra o sin la justicia, no está contra o sin la verdad, sino que está junto con y más allá de la verdad y de la justicia. Por eso también, el mismo mundo que desprecia la verdad y la justicia es incapaz de misericordia y de perdón. La misericordia de Dios no oscurece la verdad, ni destruye la justicia, identificando al delincuente con el justo, pero “si Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón” (MV, 21). 30
Perdonar es un acto límite muy difícil que no consiste solamente en renunciar al castigo, necesita también generosidad y bondad y comporta una disemetría esencial: en lugar del mal por el mal, respondo a éste con el bien (M. Crespo). No se trata de olvidar o simplemente de no devolver mal por mal, sino de vencer el mal con el bien (cf. Rm, 12, 14- 4 21). Perdonar es algo muy difícil “y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices... (y) Jesús ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe (MV, 9). III) ACTUAR BAJO LOS IMPULSOS DEL ESPÍRITU SANTO El Papa Francisco quiere una Iglesia empeñada en la nueva evangelización, nuestra Iglesia diocesana acogiendo ese llamado tiene como objetivo diocesano, impulsar la nueva evangelización, por eso “el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral… donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre” (MV,12). La Iglesia hoy, ante tantos estilos y formas de vida incapaces de misericordia, debe continuar proclamando la infinita bondad de Dios, su acción en el mundo de hoy debe ser una pastoral de la misericordia, porque toda la misión reivindicada por Jesús está dominada por una intención misericordiosa (J. Galot): “Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo” (MV, 9). Las acciones de la pastoral social, para que sirvan a la nueva evangelización deben guiarse por la misericordia esa “ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida” ¿Así las realizamos?.¿Qué hacer para que como comunidad parroquial demos testimonio –y testimonio alegre– de misericordia? Además de “dar de comer a hambriento, de beber al sediento…” ¿sabemos perdonar? ¿Existe en mi comunidad parroquial alguna situación que la divida, impidiéndole trabajar por el bien común, y que necesite de misericordia y perdón? Una última consideración de la Bula Misericordiae Vultus, el Papa nos recuerda que para ser capaces de misericordia, y por lo tanto también de perdonar, debemos, “en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida” (MV, 13). Esta meta requiere esfuerzo, sacrificio, compromiso, y –como peregrinación– tiene sus etapas, una de ellas es aprender a perdonar (cf. MV, 14). Esto, pienso que es importante tenerlo en cuenta en el compromiso de los fieles cristianos laicos, empeñados en mejorar las estructuras sociales en que están inmersos, ya que sólo quien ha experimentado personalmente el perdón fruto del amor misericordioso de Dios, es capaz de ser auténticamente libre, feliz y en paz permanente; de mirar a los demás con benevolencia y tratarlos con paciencia y comprensión. “El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con 31
esperanza” (MV, 10), y sólo quien tiene esperanza es capaz de comprometerse en la consecución del bien común. Además, si bien es cierto que la conversión y el perdón son opciones libres y personales, motivadas y sostenidas por la gracia de Dios, tienen una evidente dimensión social. Si queremos cambiar las estructuras sociales debemos cambiar el corazón, de allí el apremiante llamado que el Papa hace a todos, particularmente a los criminales: Que “la palabra del perdón pueda llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguno indiferente… Pienso en modo particular a los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien, os pido cambiar de vida”. (MV, 19). Oración final Dios mío, cuando en el camino hacia Ti, ya no tengo provisiones, a Ti me dirijo; cuando la culpa me hace temer el castigo, la esperanza me ofrece amparo contra la venganza; cuando el error me entrega a tu tormento, la fe me anuncia tu recompensa; cuando me dejo vencer por el sueño de la debilidad, tus beneficios y tu generosidad me despiertan; cuando la desobediencia y la rebeldía me alejan de Ti, tu perdón y tu consentimiento me reconducen a tu amistad. Amén (Oración musulmana tomada del libro: Orar por el mundo y con el mundo, de Virginia Isingini, mmx). Dirijamos ahora nuestra oración al Padre que está en los cielos y que quiere que todos lleguemos al conocimiento de la verdad y a la experiencia de su perdón: Padre nuestro…
MONS. DR. CARLOS LARA LÒPEZ
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TEMA 6 SUFRIR CON PACIENCIA LOS DEFECTOS DEL PRÓJIMO Oración inicial: 1) Lectura Bíblica: (Rm. 15, 1-6) Vivir para Bendecir a Tu Hermano. "Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí. Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo". 2) Compartir: Se puede motivar a los participantes para que compartan sobre la lectura bíblica, alguna idea que les haya llamado la atención o una reflexión sobre la misma. Una vez que hayan compartido 2 o 3 personas, se puede hacer la siguiente oración. 3) Oración: Haz señor, que tu gracia haga posible lo que según mi naturaleza aparece como imposible. Que se me vuelva amable y deseable el poder sufrir contrariedades por tu amor. Porque sufrir penas y padecer molestias por amor a ti es muy saludable y provechoso para mi alma. "Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su cuerpo, pues es la iglesia". (Colosenses 1,24). Objetivo del tema: Tomar conciencia de que “soportar los defectos del prójimo”, fortalece la vivencia del amor paciente en quien los sufre y puede motivar la conversión y el crecimiento en quien los tiene. Notas pedagógicas: Se recomienda tener copias fotostáticas suficientes de la lectura bíblica y oración inicial, de las preguntas que aparecen en el actuar y de la oración final. En la exposición aprovechar el material visual de apoyo, que preparó la Comisión Diocesana de Pastoral Social para la impartición de estos temas. I) VER CON LOS OJOS DEL PADRE: Con frecuencia descubrimos a personas que nos “caen mal” o que no aceptamos porque “no actúan de acuerdo a nuestra forma de pensar” o porque mediante sus defectos “nos van causando dificultades y molestias” o porque directamente “nos hacen daño”. 33
Conviene que el expositor comparta alguna experiencia personal de alguien que le ha resultado molesto o también puede motivar a que algunos de los asistentes compartan experiencias de personas que les caen mal o les han provocado algún sufrimiento o daño, y ¿cómo han manejado la situación? (Se recomienda que al contar las experiencias, de preferencia, se evite mencionar nombres). Después de escuchar algunas experiencias de la realidad, según lo permita el tiempo asignado para este momento, se puede continuar con la iluminación siguiente. II) JUZGAR CON LOS CRITERIOS DEL HIJO: 1) Introducción: Quiero iniciar este momento iluminativo con las palabras de Mons. Pérez González que hablando de este tema, en una Revista Misionera, nos recuerda que “en las relaciones humanas una de las cosas que más cuesta es soportar o sobrellevar los defectos de nuestros prójimos. La sexta obra de misericordia nos invita a tener paciencia y nos corrige cuando tenemos “atravesados” a aquellos que nos “caen mal”, o a quienes vemos con muchos defectos. La paciencia es la virtud que nos lleva a soportar sin tristeza de espíritu ni abatimiento de corazón los padecimientos físicos y morales; nos ayuda a mirar a los demás con corazón amplio y, aun cuando veamos sus defectos, hemos de poner empeño para soportarlos con un corazón misericordioso. Sufrir con paciencia los defectos de los demás es un camino seguro hacia la paz. Este modo de proceder es la de aquellos que apuestan por la santidad” (Mons. Francisco Pérez González, Director Nacional de OMP – España. Revista Misioneros Tercer Milenio, junio de 2010). Para tener presentes fundamentos que nos motiven a vivir esta sexta obra de misericordia, como nos invita el Papa Francisco en este Año de la Misericordia, quiero hacer un breve recorrido presentando algunos textos que nos ayuden a profundizar en el conocimiento de Dios Amor, que mueve su corazón y se compadece de nuestra miseria, para que también nosotros seamos una viva manifestación de la misericordia de Dios, con nuestros hermanos. 2) La intercesión de Moisés por su pueblo (Ex 32, 7-14). El libro del Éxodo manifiesta como Dios al igual que Moisés van soportando al Pueblo de Israel que es un “pueblo de cabeza dura” (Ex 32, 9), un pueblo que a pesar de que ha experimentado múltiples manifestaciones de la presencia de Dios, él se revela, cambia a Dios por un becerro de oro y realiza acciones que molestan y desesperan. A veces es Dios el que interviene y calma a Moisés, otras, es Moisés el que busca tranquilizar a Dios: “Señor, ¿por qué vas a arder de enojo contra tu pueblo, el que tú mismo sacaste de Egipto con gran despliegue de poder? ¿Cómo vas a dejar que digan los egipcios: Dios los sacó con la mala intención de matarlos en las montañas, para borrarlos de la superficie de la tierra? Deja ya de arder de enojo; renuncia a la idea de hacer daño a tu pueblo… El Señor renunció a la idea que había expresado de hacer daño a su pueblo” (Ex 32, 11-14). El Papa Benedicto XVI, comentando este texto ofrece una hermosa catequesis donde refiere como: “Moisés, con su oración, se hace intérprete de una doble inquietud, preocupado por el destino de su pueblo, y al mismo tiempo preocupado por el honor que se debe al Señor, por la verdad de su nombre. El intercesor, de hecho, quiere que el pueblo de Israel se salve, porque es el rebaño que le ha sido confiado, 34
pero también para que en esa salvación se manifieste la verdadera realidad de Dios. Amor a los hermanos y amor a Dios se compenetran en la oración de intercesión, son inseparables. El intercesor no presenta excusas para el pecado de su gente, no enumera presuntos méritos ni del pueblo ni suyos, sino que apela a la gratuidad de Dios… Moisés pide a Dios que se muestre más fuerte incluso que el pecado y la muerte, y con su oración provoca este revelarse divino. El intercesor, mediador de vida, se solidariza con el pueblo… Se hace intercesor por su pueblo y se ofrece a sí mismo —«o me borras»—. Los Padres de la Iglesia vieron una prefiguración de Cristo, que en la alta cima de la cruz realmente está delante de Dios, no sólo como amigo sino como Hijo. Y no sólo se ofrece —«o me borras»—, sino que con el corazón traspasado se deja borrar, se convierte, como dice san Pablo mismo, en pecado, lleva sobre sí nuestros pecados para salvarnos a nosotros; su intercesión no sólo es solidaridad, sino identificación con nosotros: nos lleva a todos en su cuerpo. Y así toda su existencia de hombre y de Hijo es un grito al corazón de Dios, es perdón, pero perdón que transforma y renueva… Y nos invita a entrar en esta identidad suya, haciéndonos un cuerpo, un espíritu con él, porque desde la alta cima de la cruz él no ha traído nuevas leyes, tablas de piedra, sino que se trajo a sí mismo, trajo su cuerpo y su sangre, como nueva alianza. Así nos hace consanguíneos con él, un cuerpo con él, identificados con él” (Benedicto XVI, Audiencia General en la Plaza de San Pedro, miércoles 1 de junio de 2011). 3) Jesús se identifica aún con aquellos que nos parecen insignificantes. Los judíos defendían que la salvación llegaba con el cumplimiento escrupuloso de la Ley, por ello habían hecho gran cantidad de normas y preceptos que lo único que logró fue alejarlos cada vez más, del mandamiento más importante: la vivencia del amor. Jesús con su encarnación viene a enseñarnos que él se identifica y está presente en el prójimo. Es tanto el amor con el que Dios nos creó que al encarnarse en Jesús, ha querido hacernos partícipes de su divinidad y también compartir nuestra misma condición humana. “En Cristo, Dios ha venido realmente al mundo, ha entrado en nuestra historia, ha puesto su morada entre nosotros” (Benedicto XVI). También nos enseña, que ha asumido nuestra carne y que padece en el prójimo el bien o el mal que le hacemos. Entonces dirá el rey a los de su derecha: ´Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento… sediento… era forastero… estuve desnudo… enfermo… encarcelado y me atendieron… Cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Cfr. Mt 25,31-46). 4) “Ustedes han oído que se dijo, pero yo les digo” (Mt 5, 38-48). La “Ley del Talión” estaba presente en la vida cotidiana del pueblo judío: “Ojo por ojo y diente por diente”. Era una ley, no de venganza, sino para frenar la violencia, pues el castigo nunca debía sobrepasar la ofensa. Jesús no viene a abolir la ley, sino a llevarla a pleno cumplimiento (Cfr. Mt 5,17), por eso dará una Nueva Enseñanza para la vivencia de la justicia: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ustedes no entrarán en el Reino de los Cielos” (Mt. 5,20). Jesús propone la no violencia ante las actitudes de venganza. Invita a sus seguidores a participar en la construcción del Reino de Dios, que es un reino de paz y de justicia, promueve la vivencia del amor al 35
prójimo, nos anima a tratar al otro como nos guste que nos traten y a no vivir como paganos, sino imitando al Padre celestial que es bondadoso y compasivo con todos: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Si alguien te pone pleito para quitarte la capa, déjale también la camisa. Si alguien te obliga a llevarle la carga un kilómetro, llévasela dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no le vuelvas la espalda. Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo.” Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto”. (Mt 5, 38-48). 5) No juzgar a otros. Jesús defendió a la pecadora que estaba a punto de morir apedreada diciéndoles: “Quien esté exento de pecado que tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Jesús nos recuerda que nosotros no nos corresponde el papel de jueces para con nuestros prójimos, ya que es una acción que le corresponde únicamente a Dios. Quién se convierte en juez del otro es porque de entrada piensa que es mejor que el otro: “No juzguen a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los condenará a ustedes. Perdonen, y Dios los perdonará. Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Con la misma medida con que ustedes den a otros, Dios les devolverá a ustedes” (Lc 27-37). Es muy fácil ver la “paja” en el ojo del otro y muy difícil ver la “viga” en el nuestro. Contribuimos en la construcción del Reino de Dios cuando somos capaces de disimular los defectos de nuestro hermano (Cfr. Lc 6, 41-42). 6) San Pablo y la invitación a soportarnos mutuamente. El Apóstol San Pablo nos invita a tener consideración con los hermanos que no están fuertes en la fe o en la virtud, teniendo en cuenta como modelo a Jesús. En la carta que dirige a los romanos le recuerda a los cristianos: “Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí” (Rm. 15, 1-6). Por tanto el que se considere fuerte respecto a su hermano está llamado a usar esa fuerza para servirlo en Cristo, a agradar a su prójimo en lo que es bueno, para su edificación. San Pablo señala el camino a la verdadera felicidad y cumplimiento en la vida, quita los ojos de ti mismo, empieza a edificar a otros y te hallarás edificado a ti mismo. Muy a menudo los cristianos destruyen a los demás con facilidad en lugar de edificarlos; esta es una estrategia clásica de Satanás en contra de la Iglesia la cual debe ser resistida. Esta misma idea aparece en otros escritos del Apóstol: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados; Con toda humildad y mansedumbre, con paciencia soportando los unos a los otros en amor; Solícitos a guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef 4:1-16). “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Flp 2:3-4). 36
Dios así lo ha dispuesto en este mundo para que "llevemos los unos las cargas de los otros" (Gál.6,2). Porque todos tenemos defectos. Todos llevamos nuestra carga. Nadie hay sin defectos, nadie se basta a sí mismo. Nadie sabe todo lo que necesita. Por eso debemos todos sobrellevarnos mutuamente, consolarnos, ayudarnos, instruirnos y aconsejarnos. 7) Algunos medios para poder vivir la sexta obra de misericordia espiritual. Ejercitar la virtud de la paciencia. Nunca se ve más claro el grado de virtud que cuando llega la adversidad. Lo que no podemos corregir en nosotros mismos o en los otros, es necesario aguantarlo con paciencia hasta que Dios disponga otra cosa. "La tribulación produce paciencia; la paciencia produce virtud firme; la virtud firme produce esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Romanos 5). Hacer oración. El Señor Jesús, nos invita a que oremos sin desfallecer, de manera insistente, confiados en que conseguiremos lo que le pedimos. La oración es importante para solicitar a Dios la paciencia necesaria para tratar con caridad al prójimo y también para pedir la conversión de la otra persona. Después de haber invitado fraternalmente al hermano al cambio y crecimiento, conviene encomendarle el asunto a Dios para que se haga su voluntad en todo, y sea honrado en todos sus seguidores, pues El sabe perfectamente sacar bienes de los males. Leer la Palabra de Dios. La lectura, reflexión y vivencia de la Palabra de Dios es el fundamento de nuestra fe. Es ahí donde encontramos la luz para descubrir la voluntad de Dios, que en la oración del Padre nuestro le pedimos: “Hágase tu voluntad”. Es la Palabra guía para nuestro caminar en el proceso de santidad a la que Jesús nos invita: “Sean misericordiosos, sean santos, sean perfectos como nuestro Padre Celestial” (Cfr Mt 5, 48). Es la Palabra de Dios fuente de conversión y entrega. Acudir a los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía. El Sacramento de la Reconciliación será de gran ayuda para quien quiera vivir esta obra de misericordia espiritual, ya que el ponernos en contacto con nuestros propios pecados y acudir a la misericordia de Dios, nos hace más sensibles con el hermano que también por sus limitaciones cae en imprudencias y en pecado. El Sacramento de la Eucaristía, “fuente y culmen de la vida cristiana”, es un medio extraordinario en el impulso del ejercicio de las obras de misericordia, ya que al ser alimentados con el Cuerpo y la Sangre del Señor, quedamos unidos a Cristo e invitados a manifestar siempre la solidaridad y comunión con el hermano, pues Jesucristo da la fuerza, para soportar con paciencia y disimular los defectos del prójimo. 8) Conclusión. Quiero cerrar este momento de reflexión acudiendo de nuevo a Mons. Pérez que afirma que: “quien sufre con paciencia los defectos del prójimo no es un masoquista como, a veces, se ha dicho. Se pone cara 37
a la verdad y la defiende con toda su alma. No se asocia a la mentira ni justifica el pecado, la corrupción y la violencia. No se apropia de que él es mejor que los demás. La paciencia que soporta y sufre los defectos de los demás es fruto de la presencia del Espíritu de Dios. La auténtica caridad es sobrellevar y disculpar los defectos de los demás. Si este modo de proceder falla, se cae en la grave depreciación de la dignidad humana, el ser humano que molesta se convierte en un enemigo irrecuperable”. (Mons. Francisco Pérez González, Director Nacional de OMP – España. Revista Misioneros Tercer Milenio, junio de 2010). La paciencia ante los defectos ajenos es virtud y es una obra de misericordia, sin embargo, hay un consejo muy útil: “cuando el soportar esos defectos causa más daño que bien, con mucha caridad y suavidad, debe hacerse la advertencia”. III) ACTUAR BAJO LOS IMPULSOS DEL ESPIRITU SANTO: Conviene que cada uno de los participantes después de haber participado en esta reflexión sea motivado para que se lleve un compromiso de vida que favorezca el ejercicio de esta sexta obra de misericordia. Preguntas: (Se pueden compartir verbalmente o entregar estas preguntas escritas para que las contesten de manera privada). ¿Qué idea de las expuestas te llamó más la atención? ¿Qué enseñanza práctica descubres? ¿Qué compromiso de vida te llevas de esta reflexión? IV) CELEBRAR EL AMOR DE DIOS: Oración al Señor de la paciencia y la humildad. Jesucristo, que dijiste "aprendan de mí que soy paciente y humilde de corazón" (Mt. 11,29). Concédeme la PACIENCIA suficiente para soportar las largas esperas, para adaptarme a los imprevistos, para tolerar lo que me da fastidio, para convivir con mis límites. Cristo, concédeme la PACIENCIA necesaria para dialogar con quien es insensible, para preservar ante las frustraciones, para afrontar la adversidad para creer en lo que es posible. Cristo, concédeme la PACIENCIA indispensable para apreciar las cosas sencillas, para asumir el desafío de cada día, para poseer un corazón servicial y para confiar en tu providencia. CRISTO de la PACIENCIA, que se cumpla en mí tu promesa: Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia" (Mt. 13,4). SR. CURA ENGELBERTO POLINO SÁNCHEZ
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TEMA 7 ROGAR A DIOS POR LOS VIVOS Y POR LOS DIFUNTOS Objetivo: Fomentar el gusto por la oración en el seno de la familia, mediante los valores humanos y cristianos para que la luz de la fe ilumine los acontecimientos cotidianos de nuestra vida y el misterio de la muerte en su justa dimensión. Oración Frente a una imagen de la Sagrada Familia, rezar un Ave María y la siguiente jaculatoria: María, Esposa y Madre del hogar de Nazareth, protege a nuestras familias. Rezar otra Ave María y la siguiente jaculatoria: Sagrada Familia de Nazareth, comunión de amor de Jesús, María y José, modelo e ideal de toda familia cristiana, a ti confiamos nuestra familia. Se concluye: Todo por Jesús, todo por María, todo por ti, Oh Patriarca San José, tal será mi consigna en la vida y en la muerte, amén. O bien, María, Madre de Gracia, Madre de misericordia, en la vida y en la muerte, ampáranos, Gran Señora… I) VER CON LOS OJOS DEL PADRE ¿Qué es la oración? “Es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”. “Es hablar con Dios, como con un amigo para pedirle favores nuevos”. “Es tratar de amistad con quien sabemos nos ama”. Santa Teresa ¿Desde dónde hablamos cuando oramos, desde la altura de nuestro orgullo o nuestra propia voluntad o desde lo más profundo? (CIC 2559) Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios Vivo y Verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la actitud del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de acciones, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de toda la Historia de la Salvación. (CIC 2567). “Toda oración nace de un impulso interior, pero supone una moción del Espíritu de Jesús en nosotros…”
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Es preciso que sepamos encontrar cada día un espacio de tiempo para recogernos en diálogo personal con Dios. El Padre Larrañaga en un retiro a los sacerdotes decía: “Si salvas los ratos de oración, ellos te salvaran a ti”. Santa Teresa tiene frases muy duras que escribió en los tiempos difíciles de la Reforma, escribía: “No hace falta que nadie me lleve al infierno, si no rezo, yo misma me voy al Infierno”. San Agustín, decía: “Si yo no oro, soy un suicida, porque estoy matando mi alma”. San Alfonso, decía: “El que ora se salva; el que no ora, no se salva”.¨Las personas que oran irradian la paz¨ Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (I Timoteo 2,4)
UNA EMPANADA DE MANZANA Susy tiene apenas dos años y medio de edad, su abuelita, su mamá y sus hermanos han llegado puntualmente a la Eucaristía dominical. Al terminar la celebración, el párroco saluda, en la puerta a los fieles que poco a poco van saliendo del templo, Susy, por ser pequeña, jala un poco la casulla del sacerdote para llamar su atención, -qué pasa, pequeña, dijo él, a lo que responde de forma jovial: ya sé “lezar”, ¡qué bien festejó el sacerdote! Y siguió atendiendo a los a los adultos. Insistió la niña, -ya sé “¡lezar!” Preguntó el sacerdote: y, cuál te sabes? La niña se hincó, juntó sus manitas, entre cerró sus ojitos y de manera maravillosa, rezó el Padre Nuestro. El sacerdote, conmovido, la abrazó y cargando con la pequeña, se encaminó a la mesita de las empanadas y le preguntó: de ¿cuál te gusta, de… crema, piña, fresa, cajeta…, de manzana? De ¡manzana! Para el domingo siguiente, al término de la Misa, Susy buscó al sacerdote y, sonriendo dijo: -¡ya me sé “otla”! Y, otra empanada de manzana; al cabo de un mes, se aprendió el Credo. Cada semana, era la misma historia: ya me sé ¡”otla”! La mamá, la abuelita y el párroco le fueron enseñando distintos rezos. Preguntas para reflexionar: ¿Qué sería de la sociedad, si la familia acompañara lo que enseña con el testimonio de la vida? ¿Por qué no tomar a los niños en serio y motivarlos con pequeños incentivos? ¿Qué rezos y oraciones podemos compartir con nuestros hijos? El Papa Francisco, en su Decálogo para ser feliz, nos invita a participar de la Misa dominical en familia y jugar con los hijos, ¿por qué no tomar esto como un compromiso en nuestra familia? ¿Qué te dicen las siguientes expresiones, qué sabes de ellas? “Familia que reza unida, permanece unida”. “Donde hay paz, hay amor, donde hay amor esta Dios y donde esta Dios no falta nada”.
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“Ora a tu Dios, si lo tienes, pero no lo hagas infantilmente, pidiéndole que venga en tu auxilio con un milagro, resolviéndote como a un niño los problemas. Pídele creyendo que no viene como un hada, desde afuera, sino que te sostiene desde dentro, para que te juegues con responsabilidad ante la vida…”(René J. Trossero). El final de la vida humana suscita problemáticas y también gran variedad de situaciones, el final de la vida, queramos o no, nos afecta inevitablemente a todos. El gran optimismo surgido con el enorme progreso y la capacidad de la técnica y la medicina, no ha impedido que surgieran nuevas enfermedades ni que nuestros esfuerzos no hayan obtenido el éxito esperado. Las personas siguen padeciendo accidentes, procesos degenerativos prolongados, enfermedades crónicas o dolorosas, seguimos sufriendo una gran soledad. La muerte sólo se puede posponer, no evitar. El gran impacto del cáncer nos lo está mostrando con suma claridad. Detrás de cada enfermedad lo que existe son personas concretas: vulnerables, frágiles e impotentes. FÁBULA DE LAS HORUGAS Había dos orugas, eran hermanas, ambas se disponían a iniciar el proceso de su transformación, elaborando su respectivo capullo; al cabo de un tiempo, una logró, con muchas dificultades, romper su capullo, transformada en una hermosísima mariposa, apenas salió de su prisión, inicia un vuelo, lleno de gracia y felicidad, está maravillada, atrás quedaron sus días de arrastrarse, de ver las cosas desde abajo, de moverse con dificultad, desde arriba, todo es diferente, ella es diferente, lo acaba de ver al volar sobre charco de agua, qué hermosos los colores de sus alas! De pronto, llega hasta ella un llanto desgarrador, guiándose por aquel llanto, descubre que quien llora es su hermana, la oruga, que aún no logra salir de su capullo, le pregunta, -¿por qué lloras? La oruga responde: -es que mi hermana se ¡murió! La mariposa repara: no, no me morí, me transformé, soy yo, tu ¡hermana! Ofendida, la oruga, insiste, - ¡no te burles de mi dolor, tú eres hermosa! Mi hermana era fea, era una oruga, como yo, pero se murió, ¡ya no está! La mariposa, con ternura, le insiste a su hermana, -mira, soy yo, y si tú no te desesperas, ¡te pasará como a mí! La fe nos dice que algo parecido sucede con nosotros al morir, mientras vivimos, estamos mirando las cosas desde abajo, limitados por nuestra fragilidad humana, el dolor que se experimenta al perder a un ser querido, nos hace rebelarnos contra Dios, nos enojamos con Él, lo culpamos, nos cuesta mucho entender y, sobre todo aceptar que eso nos pasará a todos, se nos olvida que la muerte no tiene la última palabra, que Cristo, al experimentarla en sí mismo, ilumina la nuestra y la llena de esperanza, pero tenemos que vivir el mandamiento del amor a través de las Obras de Misericordia.
II) JUZGAR CON LOS CRITERIOS DEL HIJO Decía san Agustín: “Dios que te creó sin ti, no te va a salvar sin ti”. El Segundo libro de los Macabeos 12,43-46.
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El texto nos ofrece, que hacia el año 150 a. C. ya se tenía la idea de la resurrección de los muertos, al menos, de los que habían fallecido piadosamente, y por lo tanto, hace pensar en un lugar donde estos están (Purgatorio), mientras se purifican de sus pecados, por eso la iniciativa de Judas, movido por la misericordia, no tan sólo se remite a sepultar a los caídos en combate, sino que realiza una colecta entre los sobrevivientes, 2,000 monedas de plata para ofrecer sacrificios de expiación para que Dios les perdone su pecado. Judas cree, no solo en la inmortalidad del alma, sino también en la resurrección de los cuerpos, nos dice el texto: “orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados es una acción santa y conveniente”. De esta manera, los vivos pueden interceder por los muertos a través de los sacrificios y de las oraciones, pues, aparece entre la muerte y la resurrección, un estado en el que Dios puede poner en funciones su misericordia. (cfr. comentario Antiguo Testamento, Casa de la Biblia). El mismo Jesús nos dice: “no pierdan la paz… crean en mí… en la casa de mi Padre hay muchas habitaciones… voy a prepararles un lugar…” Nos toca aprovechar lo ordinario de la vida, la presencia de la enfermedad y los funerales, para evangelizar, para sensibilizar a los fieles para rezar por los vivos y por los difuntos y para practicar los pasos del duelo, como dijera el Beato Papa Paulo VI: “que nada que sea humano me sea indiferente”. Una melodía dice: “Qué poca cosa somos sin ternura”. III) ACTUAR BAJO LOS IMPULSOS DEL ESPÍRITU SANTO La Sagrada Escritura nos presenta una larga lista de personajes que se distinguieron por interceder por los demás: Abraham: Gen 18, 16-33; Moisés: Ex 14, 13ss; David: II Sam 24, 1-19; los profetas: I Re 17, 17; II Re 4, 32; Sal. 143, 7; I Sam 8, 21ss; Los Apóstoles: Act 3, 1-26; I Tim 2, 1-7; María: Jn 2, 1-12; El mismo Jesús Jn 17; Los santos y santas de la caridad, los mártires mexicanos, etc. Jesús se retiraba a orar Jesús no olvidó nunca su experiencia del Jordán. En medio de su intensa actividad de profeta itinerante cuidó siempre su comunicación con Dios en el silencio y la soledad. Las fuentes cristianas han conservado el recuerdo de una costumbre que causó honda impresión: Jesús se solía retirar a orar. No se contenta con rezar en los tiempos prescritos para todo judío piadoso, sino que busca personalmente el encuentro íntimo y silencioso con su Padre. Esta experiencia, repetida y siempre nueva, no es una obligación añadida a su trabajo diario. Es el encuentro que anhela su corazón de Hijo, la fuente de la que necesita beber para alimentar su ser. Jesús nació de un pueblo que sabía rezar. En Israel no se vivía la crisis religiosa que se observa en otros pueblos del Imperio. No se escuchaban burlas hacia quienes dirigían sus plegarias a Dios; nadie hacía parodia de la oración.
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Los paganos rezan a sus dioses, pero no saben en quién confían; por si a caso, levantan altares a todos, incluso a los <<dioses desconocidos>>; intentan utilizar a las diferentes divinidades pronunciando nombres mágicos; tratan de <<cansar>> a los dioses con sus rezos hasta arrancarles sus favores; si no lo consiguen, llegan a amenazarlos o despreciarlos. La atmósfera que Jesús respira en Israel es muy diferente. Todo judío piadoso comienza y termina el día confesando a Dios y bendiciendo su nombre. Lo dice el historiador judío Flavio Josefo: <<Dos veces al día, al comenzar la jornada y cuando se acerca la hora del sueño, hay que evocar delante de Dios, en actitud de acción de gracias, el recuerdo de los gestos que hizo Dios desde la salida de Egipto>>. Esta oración de la mañana y de la noche es una costumbre consolidada ya en tiempos de Jesús, tanto en Palestina como en la diáspora judía. Todos los varones se sienten obligados a practicarla a partir de los trece años. Probablemente, Jesús no pasa un solo día de su vida sin hacer oración de la mañana al salir el sol y la oración de la noche antes de ir a dormir. Tanto la oración del amanecer como la del anochecer, comenzaba con la recitación del Shemá, que no es propiamente una oración, sino una confesión de fe. Curiosamente, el orante no se dirige a Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Guarda en tu corazón estas palabras que hoy te digo…>>. ¿Cómo escucha Jesús cada mañana y cada noche esta llamada insistente a amar a Dios con todo el corazón y todas las fuerzas? Al parecer, la lleva profundamente grabada en su interior, pues durante el día recuerda y en alguna ocasión la cita explícitamente. Al Shemá le seguía una oración formada por dieciocho bendiciones (Shemoné esré). Todos los días la repetía Jesús dos veces. Algunas de las bendiciones tuvieron sin duda un eco muy hondo en su corazón. ¿Qué siente este profeta que, durante la jornada va a comer con pecadores e indeseables, al pronunciar esta bendición conmovedora: <<Perdónanos, Padre nuestro, pues hemos pecado contra ti. Borra y aleja nuestro pecado delante de tus ojos, pues tu misericordia es grande. Bendito seas, Señor, que abundas en el perdón>>? ¿Con qué confianza y gozo pronuncia esta otra bendición que lo invita desde la mañana a sanar heridas y curar enfermos: <<Cúranos, Señor, Dios nuestro, de todas las heridas de nuestro corazón. Aleja de nosotros la tristeza y las lágrimas. Apresúrate a curar nuestras heridas. Bendito seas, que curas a los enfermos de tu pueblo>>? ¿Qué se despertaba en su corazón cuando repetía dos veces al día estas palabras: <<Reina tú solo sobre nosotros. Bendito eres, Señor, que amas la justicia>>? ¿Qué sentía al invocarlo así: <<Escucha, Señor, Dios nuestro, la voz de nuestra oración. Muéstranos tu misericordia, pues tú eres un Dios bueno y misericordioso. Bendito seas, Señor, que escuchas la oración>>?. Jesús no se contenta con cumplir rutinariamente la práctica general. A veces se levanta muy de madrugada y se va a un lugar solitario a orar ya antes del amanecer; otras veces, al terminar el día, se despide de todos y prolonga la oración del atardecer durante gran parte de la noche. Esta oración de Jesús no consiste en pronunciar verbalmente los rezos prescritos. Es una oración sin palabras, de
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carácter más bien contemplativo, donde lo esencial es el encuentro íntimo con Dios. Es lo que busca Jesús en esa atmósfera de silencio y soledad. Es poco lo que sabemos sobre la postura exterior que adopta Jesús al orar. Casi siempre ora de pie, como todo judío piadoso, en actitud serena y confiada ante Dios, pero las fuentes nos dicen que la noche que pasó en Getsemaní, la víspera de su ejecución, ora <<postrado en tierra>>, en un gesto de abatimiento, pero también de sumisión total al Padre. Jesús se expresa ante Dios con total sinceridad y transparencia, incluso con su cuerpo. Al parecer, tenía la costumbre de orar <<elevando sus ojos al cielo>>, algo que no era frecuente en su tiempo, pues los judíos oraban de ordinario dirigiendo su mirada hacia el templo de Jerusalén, donde según la fe de Israel, habita la Shekiná, es decir, la presencia de Dios entre los hombres. Al elevar su mirada hacia el cielo, Jesús orientaba su corazón no hacia el Dios del templo, sino hacia el Padre bueno de todos. Curiosamente, en la Misná se dice que la mirada al cielo debe ir acompañada de la aceptación del reino de Dios: quien levanta sus ojos al cielo ha de orientar su corazón a acoger las exigencias del reino. Jesús alimenta su vida diaria en esta oración contemplativa saliendo muy de mañana a un lugar retirado o pasando gran parte de la noche a solas con su Padre. Pero las fuentes dejan entrever que también durante su jornada de actividad seguía viviendo en comunión con él. Se nos dice que, en cierta ocasión, al descubrir que los más letrados y entendidos se cerraban al mensaje del reino, mientras los más pequeños e ignorantes lo acogían con fe sencilla, de lo más hondo de su ser brotó una bendición gozosa al Padre. Jesús se alegra de que Dios sea tan bueno con los pequeños. No hay por qué esperar a la noche para bendecirlo. Allí mismo, en medio de la gente, proclama ante todos su alabanza a Dios: <<Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos y las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien>>. Jesús sabe bendecir a Dios en cualquier momento del día. Le sale con toda espontaneidad esa típica oración judía de <<bendición>> que no es propiamente una acción de gracias por un favor recibido, sino un grito del corazón hacia aquel que es la fuente de todo lo bueno. Al <<bendecir>>, el creyente judío orienta todo hacia Dios y remite las cosas a su bondad original. Jesús ora también al curar a los enfermos. Lo trasluce su gesto de imponer sobre ellos las manos para bendecirlos en nombre de Dios y envolverlos con su misericordia. Mientras sus manos bendicen a los que se sienten malditos y transmiten fuerza y aliento a quienes viven sufriendo, su corazón se eleva a Dios para comunicar a los enfermos la vida que él mismo recibe del Padre. Repite el mismo gesto con los niños. Hay ocasiones en que Jesús <<los abraza y los bendice imponiéndoles las manos>>. Los pequeños deben sentir antes que nadie la caricia de Dios. Mientras los bendice, pide al Padre lo mejor para ellos. La oración de Jesús posee rasgos inconfundibles. Es una oración sencilla, <<en lo secreto>>, sin grandes gestos no palabras solemnes, sin quedarse en apariencia, sin utilizarla para alimentar el narcisismo o el autoengaño. Jesús se pone ante Dios, no ante los demás. No hay que orar en las plazas para que nos vea la gente: <<Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto>>. Es, al mismo tiempo, una oración espontánea y natural; le nace sin esfuerzo
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ni técnicas especiales; brota de la profundidad de su ser; no es algo añadido o postizo, sino expresión humilde y sincera de lo que vive. Su oración no es tampoco un rezo mecánico ni una repetición casi mágica de palabras. No hay que multiplicar fórmulas, como hacen los paganos hasta <<cansar>> a los dioses, creyendo que así serán escuchados. Basta con presentarse ante Dios como hijos necesitados: <<Ya sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis>>. Su oración es confianza absoluta en Dios. La oración de Jesús solo se entiende en el horizonte del reino de Dios. Más allá de las oraciones habituales prescritas por la piedad judía, Jesús busca el encuentro con Dios para acoger su reino y hacerlo realidad entre los hombres. Su oración en Getsemaní representa, sin duda, el testimonio más dramático de su búsqueda de la voluntad de Dios, incluso en el momento de la crisis total de sentido. Su confianza en el Padre es firme en medio de la angustia. Su deseo está claro: que Dios haga llegar el reino sin necesidad de tanto sufrimiento. Su decisión de obediencia filial es también clara y definitiva: << Abbá, Padre, todo es posible para ti. Aparta de mí esta copa de amargura. Paro no se haga como yo quiero, si no como quieres tú>>. No podemos afirmar cosas que no quiere Dios, no se nos está permitido dar recetas baratas: “Es que Dios así lo quiere”; “Es que esa es tu cruz”; “Es que ya le hacía falta a Dios, por eso lo recogió”, etc. Nos toca, como a los personajes de la Sagrada Escritura, como los santos y santas de la caridad, como los hombres y mujeres de buen corazón, iluminar, acompañar y consolar con nuestra oración todos los momentos de la vida del ser humano, sobre todo, cuando el dolor se hace presente. IV) CELEBRAR EL AMOR DE DIOS: (Disponer de un Crucifijo y de un cirio) -Por el amor y la alegría que irradió su mirada, R. Concédeles contemplar tu rostro… -Por el dolor y las lágrimas que oscurecieron sus ojos. R. -Por haber creído en Ti sin haberte visto. R. Te pedimos, Señor, que tus siervos que han muerto ya para este mundo, vivan ahora para ti, y que tu amor misericordioso borre los pecados que cometieron por su fragilidad humana. Por Jesucristo, Nuestro Señor, Amén. Oh Patriarca Santo, dichoso Varón, Escribe mi nombre en tu corazón. No me desampares Patriarca José, En la hora terrible de mi muerte, amén.
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Oración de la noche: Señor, gracias por este día que termina; gracias por esta noche que llega; que ella arrulle el sueño de los hombres que duermen, que arrulle a mis seres queridos y me acune a mí hasta mañana. En este día que acaba, hay hombres que han sufrido; si es posible, Señor, cúralos o, al menos, amengua su dolor y sus penas. Haz que alguna cosa llegue a mitigar sus tristezas, haz que alguien acuda en su ayuda, que le sea bienhechora esta noche. En este día que acaba, yo no he sido el que debiera haber sido. Hazme mejor; menos duro con los demás, más paciente, más fuerte y exigente para conmigo, más sincero en mis palabras, más activo en mi trabajo, más obediente y, también, de mejor humor, para que mañana sea un día más hermoso y más grande. Gracias por este día que termina; gracias por esta noche que llega amén. El Padre Nuestro (al revés) Hijo mío que estás en el mundo. Tú eres mi gloria y en ti está mi Reino. Tú eres mi voluntad y mi querer. Te sostengo y mantengo cada día. Te perdono siempre Para que sepas perdonar a los demás. No temas: yo te libraré de todo mal Y de tus dudas y tentaciones. Amén
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