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Acompañar el final de la vida
Hno. José Luis Fonseca
SUPERIOR PROVINCIAL
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Deberíamos ser capaces entre todos de construir este momento tan crucial para las personas en un espacio de ternura
En esta ocasión quiero reflexionar sobre un tema que considero crucial y que en este momento social y político que nos toca vivir ha adquirido una gran actualidad. Pero más allá de todo ello resulta evidente que se sitúa como un aspecto trascendental en la vida de las personas. Sabemos ya desde que nacemos, que nuestra existencia es un proceso de crecimiento y búsqueda de plenitud que nunca llegamos a alcanzar en nuestro peregrinar marcado por la inmanencia y limitación de nuestra naturaleza mortal. Quienes sentimos haber recibido el don de la fe, creemos que esa plenitud se halla envuelta en misterio; nuestras capacidades humanas no dan para leer lo trascendente, pero la búsqueda y la insatisfacción permanente en el recorrido nos dice que, para nuestra realización plena como personas, ha de existir algo más. En este camino hay dos elementos esenciales que son el inicio, el nacimiento, que está lleno de ternura y acogida con el gran gozo de unos padres que llenan de vida “su vida y la vida” del recién nacido. Por tanto parecería lógico que al final de la misma, debiera existir ese mismo espacio de ternura y acogida de la persona así como el acompañamiento al final de la misma. Pero desgraciadamente no es así. El inicio está lleno de fe, esperanza y confianza porque un nuevo ser, con un nuevo proyecto, viene a enriquecer nuestra familia, nuestras relaciones humanas y nuestra sociedad. Sin embargo, al final de la vida, aunque se dan muchas circunstancias diferentes -no en todas, gracias a Dios-, sí que hay con frecuencia mucha ausencia de ternura, mucha angustia y mucho miedo a lo desconocido. Mucha inquietud y desconcierto y, bajo mi punto de vista, una profunda soledad. De ahí que hoy en día existen muchos programas y proyectos de Cuidados Paliativos pero que deben fomentarse mucho más dada la demanda social. Servicios que desde la legislación de los responsables sociales y políticos han de ser, técnica y profesionalmente, los más adecuados en el tratamiento de los síntomas de la enfermedad y el control del dolor que provoca. Para ello resulta imprescindible un adecuado equipo de profesionales que sepan acompañar el sufrimiento para buscar en el enfermo y su familia un final reconciliado con su propia trayectoria vital y con una serena paz de relaciones humanas y espirituales con sus seres queridos. Los Hermanos de San Juan de Dios creemos firmemente en que estas unidades, si están bien constituidas, constituyen un verdadero apoyo a las personas enfermas y a sus familias. Ofrecen la posibilidad de hacer de este momento de tanto sufrimiento emocional, una experiencia vital inolvidable para el que se queda haciendo el duelo por el ser querido que se marcha. Y, al mismo tiempo, y para cuantos participan del inmenso de la fe en el Resucitado, convertir ese momento en un modo de planificar la propia trayectoria vital antes de pasar a otro plano de la existencia junto a Dios. Un plano que no podemos explicar ya que nos desborda al hallarse más allá de la racionalidad, un plano en el que se ubica el misterio del amor de Dios a la humanidad. Deberíamos ser capaces entre todos de construir este momento tan crucial para las personas, bañado en un ambiente y clima de tantos y tan variados sentimientos, en un espacio de ternura,
de relaciones personales profundas, de espacios de despedidas serenas vividos con sentido y valor. Ello nos debería posibilitar un gozo profundo por el hecho de haber sabido estar y acompañar en esos momentos, cosa no siempre fácil. En realidad, nuestra trayectoria de Hospitalidad ha de ser saber acompañar en los procesos vitales de las personas, en los diversos momentos de salud y enfermedad y con una mayor intensidad y esmero, si cabe, al inicio y al final de sus vidas. Que el Dios del Amor y de la Vida y San Juan de Dios nos ayuden a saber hacer un camino de HOSPITALI- DAD, con letras mayúsculas. Porque es un camino que abarca a toda la persona y a todas las personas en todas sus circunstancias de sufrimiento, ya sea físico o espiritual. Una Hospitalidad que sabe acompañar con una solidaridad profunda, y con ello colabora en la creación de sociedad nueva, mucho más rica en valores humanos, en fraternidad y en libertad. Una sociedad abierta también para muchos, desde la fe, a una esperanza de plenitud junto a Dios tras el paso por esta vida.