La vieja iglesia de mi abuelita por Bill Hall
C
uando viajamos fuera del continente americano, la definición de “viejo” toma un significado totalmente diferente. En la parte del oeste canadiense donde vivo, cuando encuentras un edificio que fue construido hace más de cien años, puedes decir que tal edificio es “viejo”. No es así en Inglaterra, donde “viejo” puede referirse a estructuras construidas hace más de mil años. Recientemente estuve en Inglaterra y tuve la oportunidad de visitar la aldea de Shurdington cerca de la ciudad de Cheltenham. Shurdington fue el hogar de mi abuelita Evelyn antes que ella emigrara a Canadá alrededor del año 1900. Fue tan emocionante para mí el caminar por la misma vereda donde ella caminó cuando era niña. De hecho, tuve la oportunidad de visitar la casita en Primrose donde ella nació y creció. Pero quizás el evento más destacado durante mi visita ocurrió dentro de la iglesia de la aldea donde mi abuelita asistía cuando era niña, la misma iglesia a la que asisten mis familiares ingleses hoy en día. Uno puede ver como las cosas no han cambiado mucho en la iglesia de San Pablo en Shurdington desde los tiempos de mi abuelita. La iglesia fue construida durante el siglo XIII sobre los cimientos de otra iglesia que a su vez fue construida alrededor del año 900. Mientras me mostraba su interior, mi primo señaló una placa cerca de la entrada, la cual nombra a todos los pastores de la iglesia desde su fundación hasta el día de hoy. Apenas puedo imaginarme a alguien comentando: “¿Recuerdas al Reverendo Smith? ¡Sus sermones eran bastante aburridos en 1493!”
La iglesia de San Pablo. Shurdington, Gloucestershire, Inglaterra.
Fue conmovedor el sentarme en la misma banca donde mis antepasados pudieron haberse sentado cualquier domingo por la mañana o durante la misa vespertina. Esto me llevó a preguntarme sobre aquellos que vinieron antes de mí, cuyos cuerpos están ahora sepultados en las tumbas alrededor de la iglesia. ¿Qué tipo de vida llevaron estos creyentes? ¿Qué tipo de esperanzas tuvieron para sus familias? ¿Cuántos amigos tuvieron? ¿Qué tipo de trabajo hacían? ¿Hasta qué edad vivieron? Y lo más importante: ¿cómo se relacionaban con Dios y cómo era su vida de fe en Él? ¡Si tan sólo estas paredes de piedra pudieran hablar, estoy seguro que revelarían detalles tan interesantes sobre la historia de mi familia!
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Odisea Cristiana | Número 36
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Aunque como cristianos tenemos una relación personal con Dios, todos pertenecemos a la comunidad de fe a la cual Jesús nos ha traído. “En aquel día ustedes se darán cuenta de que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí, y yo en ustedes” (Juan 14:20). Ninguno de nosotros está nunca solo; somos uno con Dios y somos uno los unos con los otros (Juan 17:22-23). La comunidad de fe a la cual hemos sido integrados es mucho más grande que la congregación donde nos reunimos. Tal comunidad, además de ser global, también se expande a lo largo de las arenas del tiempo. El estar en la iglesia de mi abuelita esa mañana me recordó las palabras que se encuentran en el libro de Hebreos: “Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del POR EL AMOR DE DIOS
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pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebreos 12:12). Se nos ha dado la bienvenida a la comunión de fe eterna creada por el gran Dios de amor; hemos sido incluidos en la gran nube de testigos del gozo eterno al ser parte del único Cuerpo de Cristo formado por el Espíritu Santo. Estamos unidos por la misma fe con todos aquellos que han pasado antes de nosotros, quienes son parte de nosotros hoy en día, y quienes estarán juntos con nosotros para siempre y por toda la eternidad.
por Rick Shallenberger
La teología del vaso medio lleno
ú conoces el viejo proverbio de ver el mismo vaso ya sea medio vacío o medio lleno. La idea es que si eres optimista, verás un vaso medio lleno, pero si eres pesimista, verás un vaso medio vacío. Yo tiendo a ser el tipo de persona que ve un vaso medio lleno. Pero no siempre fui de esta manera, especialmente cuando se trataba de mi vida espiritual. Cuando era más joven, me inclinaba a ver mi vida con Dios como un vaso medio vacío. No importaba lo que hiciera, o que tan bueno intentaba ser, nada era suficiente. Siempre me sentía condenado ya que sabía que era un pecador. Mi perspectiva era simple: Dios era bueno y santo; los seres humanos éramos malos. Memoricé unas cuantas escrituras que me recordaban que nadie es bueno, que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, que el corazón humano es desesperadamente malvado, etcétera. Estos versículos, separados del resto de la Biblia, formaban mi razonamiento sobre Dios, sobre Jesús, y sobre mí mismo. Yo creía que, debido a nuestra naturaleza pecaminosa, Dios Padre le había dado la espalda a la humanidad, y que el Hijo había tenido que renunciar a su igualdad con el Padre para restituir esa relación. Jesús vino a la tierra y vivió una vida perfecta, solamente para morir en una cruz y así pagar la condena de mis pecados. Sabía que lo único que yo podía hacer era pasar el resto de mi vida haciendo el bien y que nunca podría pagarle a Jesús por el sacrificio que hizo por mí.
16 O d i s e a C r i s t i a n a | N ú m e r o 3 6
Mi enfoque del vaso medio vacío me mantenía centrado en la penosa situación humana: el fracaso de la humanidad. De pronto un día, mientras leía el libro de Romanos, Dios comenzó a abrir mis ojos a su amor y su gracia. Comencé entonces a ver el vaso medio lleno, no medio vacío. Por primera vez vi que la Biblia se enfoca en la salvación, la redención y la liberación, no en el pecado y la debilidad. Los grandes temas de la Biblia no se centran en la debilidad humana, sino en el amor y fidelidad inmutables de Dios para redimir y liberar. Dios quitó mi mente y mi enfoque de mí mismo y los puso en Cristo. El vaso entonces se convirtió en un vaso medio lleno cuando comencé a ver lo que Cristo me había dado: perdón, aceptación, amor, adopción e inclusión. Ver a Cristo en el centro de todo incrementó mi fe en el Dios que nos da la dádiva de la salvación simplemente porque nos ama. Mi vaso bíblico, teológico y espiritual ahora está medio lleno. Como pastor, me regocijo cuando veo cómo los vasos de otras personas se convierten en vasos medio llenos cuando comienzan a ver cómo la palabra de Dios no es condenación sino una constante afirmación de su amor, aceptación e inclusión. Con la certidumbre de la fidelidad de Dios hacia nosotros demostrada por Cristo, testificada en las escrituras, y administrada por el Espíritu Santo, ¡ansío el día cuando el Cristo ascendido reaparezca, y entonces todos finalmente veremos nuestros vasos ya no como vasos medio vacíos o medio llenos, sino totalmente llenos!
Comunión Internacional de la Gracia