Vida consagrada y nueva evangelización
Castellón, 21.IV.2012 Mª Consolación Isart Cruzadas de Santa María
I. Introducción “Al menos cinco veces: con los arrianos y los albigenses, con el escepticismo humanista, después con Voltaire y después con Darwin, la fe fue aparentemente arrojada a los perros. Pero en todos estos casos fueron los perros los que perecieron” (genial resumen de la Historia en el último cap. de El hombre eterno). La observación de Chesterton no tiene réplica. El famoso escritor inglés no da su opinión, constata sólo los hechos. Comenta cómo la fe sobrevive a cuantos la dan por muerta una y otra vez: “se la imaginó por fin desaparecida tras el terremoto de la Revolución Francesa. La ciencia pretendió obviarla, pero aún estaba allí” […] quienes la daban por muerta “estarán al acecho para proclamar sus yerros y tropiezos, pero no esperarán ya su desaparición”. Esto es así, pero ¿ayudamos todos, con entusiasmo y constancia a que la fe se siga transmitiendo de generación en generación? Pablo VI recordaba: “no sería inútil que cada cristiano examinase en profundidad, en la oración este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no les anunciamos el Evangelio; pero, ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo o por vergüenza… omitimos anunciarlo?” (Evangelii nuntiandi). La transmisión de la fe –lo sabemos- no es una acción especializada encomendada a unos cuantos profesionales; es, más bien, la experiencia de cada cristiano. Seguramente todos nos sentimos preocupados ante la situación de muchos de nuestros contemporáneos –jóvenes sobre todo-, que se alejan de forma alarmante de la Iglesia; y, casi con seguridad, también muchos realizamos en seguida juicios sobre el tiempo que nos ha tocado vivir y nos gustaría encontrar cuanto antes las medidas adecuadas para lograr frutos inmediatos y paliar, al menos, tantas consecuencias negativas. Impresiona, por ello mucho más, leer textos de Benedicto XVI, de hace 40 años, donde ya preveía con total lucidez la situación de emergencia actual y señalaba incluso el posible camino a seguir: “me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia de culto político, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente, ya no será más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de
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nuevo y se hará visible a los hombres como la patria que les da la vida y esperanza más allá de la muerte” (Ratzinger, “Bajo qué aspecto se presentará la Iglesia del año 2000”). En Japón –una de las llamadas sociedades más “avanzadas”-, ante los cambios vertiginosos y turbulentos de los últimos años, están surgiendo nuevos grupos sociales, en muchos sentidos alarmantes. Son los cosplay (costume role play), los herbívoros, los hikikomori y los sotokomori. Los sociólogos que estudian este nuevo fenómeno reconocen que en el origen se encuentra la nula tolerancia al sufrimiento, la pérdida profunda de valores religiosos y humanos y, sobre todo, la falta de vida familiar. El alto nivel tecnológico y económico, el consumo sin sentido de esta primera potencia mundial ha conducido al vacío más absoluto, al absurdo1. Es un panorama aún lejano entre nosotros, pero no podemos olvidar que existe. En España, de 100 niños que nacen, 80 reciben el bautismo, 60 la comunión, 20 la confirmación y sólo 8 perseveran en su vida cristiana en la Iglesia. Está claro que algo falla en nuestro trabajo de iniciación cristiana porque el índice de perseverancia es muy bajo. Es verdad. Hoy no se da un movimiento masivo de vuelta a la fe…; sería sin duda crear falsas expectativas pensar que la fe va a volver a ser un gran fenómeno de masas […], pero yo creo que algo está germinando en silencio, que la Iglesia se está de nuevo acercando a los paganos y repitiendo, en este sentido, aquella experiencia que tuvo el Señor con sus discípulos, cuando dijo: “nunca he visto fe como esta en Israel”. El Señor confiaba en la fe que brotaba de un mundo paganizado […] El cristianismo es siempre como el grano de mostaza y, precisamente, por eso, vuelve a rejuvenecer (cf. J. Ratzinger, La sal de la tierra, pp. 252-257). Pedimos quizá reformas inmediatas y, sin embargo, el Papa prefiere soluciones que nos parecen lentas, pero que a la larga son las verdaderamente eficaces. El cambio no llega por medio de grandes convulsiones revolucionarias, ni por planes muy inteligentes, sino que sucede desde dentro, de forma lenta, gracias a la paciencia y el amor. “Al Papa no le importan tanto algunas reformas concretas, le importa que el fundamento y el corazón de la fe cristiana vuelvan a resplandecer” (Koch). “De los fracasos, con todo -nos dice el Santo Padre-, no se producen necesariamente nuevas perspectivas positivas…; lo que surge es cansancio en las almas, agotamiento…, desesperanza […] pero es verdad que también puede ofrecer al hombre otra posibilidad: la de sentirse atraído por la fuerza y el vigor del 1
Está claro que no hay ya una cultura masculina en Japón. Su cultura reciente ha abocado de algún modo a ello: reconstrucción en 20 años, tras la II Guerra Mundial, refugio en el trabajo frente a la familia, crisis de los noventa, negación de la infancia (muchos de estos grupos favorecen el abuso infantil), Se da una rebelión silenciosa contra la competitividad propia del país (desde las guarderías); abunda la poligamia; es una sociedad sin rumbo, de anomia.
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cristianismo. Entonces se produciría una regeneración. Todo esto no brota por necesidad natural” (J. Ratzinger, La sal de la tierra, p. 253). Ésta es nuestra tarea, difícil, pero apasionante. Es cierto, pero tampoco podemos dudar que se está dando una lenta vuelta a Dios. El Anuario Pontificio entregado al Papa hace sólo un mes recogía que en el 2010 había aumentado el número de católicos en 15 millones de personas (sobre todo en Asia y África, los continentes más jóvenes), hasta alcanzar 1.196 millones. Desde el año 2000, el número de sacerdotes mantiene una tendencia creciente. Son datos reales. Otro dato: son cada vez más los pensadores agnósticos que reconocen que una vida sin Dios no tiene ningún sentido (Juan Bautista Metz, en Münster: “el verdadero problema de nuestro tiempo es la ausencia de Dios”). ¿Por qué ahora? El concepto de nueva evangelización lo acuña J.P. II en Haití (9.III.1983), con motivo del V centenario de la evangelización de América. Precisa ya entonces que tiene que ser: “nueva por su ardor, sus métodos y su expresión”. Todos lo recordamos. A tal concepto se recurre para indicar el esfuerzo de renovación que la Iglesia quiere hacer para estar a la altura de los desafíos actuales (Liniamenta, n. 5, XIII Asamblea Gral. de Obispos). La nueva evangelización es una actitud, un estilo audaz. Es la capacidad del cristianismo de saber leer y descifrar los nuevos escenarios que en las últimas décadas han surgido en la historia humana, para habitarlos y transformarlos en lugares de testimonio y de anuncio del Evangelio” (id. n.6). Se ha concluido un ciclo evangelizador y es preciso comenzar una nueva etapa histórica con el ardor y la eficacia de los primeros siglos. Así ocurre sobre todo con relación a la primera evangelización de Iberoamérica llevada a cabo por misioneros españoles y portugueses y en la realizada en Europa por san Cirilo y san Metodio. El Papa convocaba con urgencia a esta nueva evangelización porque la unidad cultural de Europa y de Occidente se ha fragmentado; vivimos en una cultura que no está hecha por hombres cristianos y por eso mismo ya no responde a las necesidades de la vida cristiana. Por ello, todos los que vivimos en ella somos arrastrados casi sin darnos cuenta a formas de vida incompatibles con nuestra fe cristiana. Vivimos de algún modo dislocados, espiritualmente descoyuntados. Por una parte, creemos en Dios y queremos vivir conforme a nuestra fe, pero, por otra, vivimos en una cultura nueva, sometidos a nuevas formas de vida que han nacido de visiones ateas de la realidad y poco a poco se han ido imponiendo por la fuerza que tiene la cultura. “Las características de un modo secularizado de entender la vida dejan sus huellas en el comportamiento cotidiano de muchos cristianos, que se muestran frecuentemente [..] condicionados por la cultura de la imagen, con sus modelos e impulsos contradictorios. La mentalidad hedonista y consumista
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predominante conduce a los cristianos hacia una superficialidad y un egocentrismo que no es fácil de contrastar (id.). La nueva evangelización deriva de la situación de este hombre moderno, que se va alejando poco a poco de Dios por el relativismo, el racionalismo y una visión utilitarista del mundo. Todo esto nos va configurando hasta el punto de que muchos pueden pensar que Dios no existe o, si existe, no les sirve para nada. Hace 50 ó 60 años había muchos valores en la propia sociedad que favorecían el acercamiento a Dios. Hoy los valores de la Iglesia y las ideas del mundo moderno cada vez se distancian más. Todo apunta a que la transmisión de la fe no se va a realizar por vía sociológica. El hacerse cristiano requiere cada vez más de posibilitar un encuentro que no nace ya por herencia. Hasta hace muy poco todos éramos católicos por tradición cultural; hoy esa tradición parece que se ha roto: los niños no saben rezar, los universitarios no han recibido los primeros sacramentos, ni han tenido la más mínima formación religiosa; no saben que es posible un encuentro personal con Cristo, con un Dios personal que nos ama infinitamente y nos perdona. El fenómeno nuevo del alejamiento de la fe se manifiesta sobre todo en las culturas impregnadas del Evangelio casi desde sus orígenes. Hoy se da:
Una pérdida preocupante del sentido de lo sagrado Se duda de un Dios creador y Padre providente Se duda de Cristo como único salvador (Dominus Iesus) Se duda de una ley moral natural
Parece que el hombre quiere ser el único artífice de su naturaleza y su destino, interpretarse sin Dios, sin otra salvación que su bienestar en este mundo, fruto exclusivo de su propio esfuerzo; pronto, en cambio, privado del fundamento esencial, se da cuenta del desierto interior que nace de todo ello. “La vida humana no se puede realizar por sí misma. La pregunta fundamental de todo hombre es: ¿cómo se lleva a cabo este proyecto?, ¿cómo se aprende el arte de vivir?, ¿cuál es el camino que lleva a la felicidad? Evangelizar quiere decir mostrar ese camino, enseñar el arte de vivir. La pobreza más profunda es la incapacidad de la alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida. Hace falta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona” (J. Ratzinger, Nueva evangelización, Congreso de catequistas en Roma, 2000). Nueva evangelización no quiere decir atraer de forma inmediata, con los métodos más refinados, a las grandes masas alejadas de la Iglesia. Ni mucho menos. Significa, sobre todo, no contentarse con lo que somos, ser conscientes de que todos estamos llamados a la misión. Las grandes realidades tienen siempre inicios humildes. La acción de Dios en la historia suele ser esta. “No por ser grande te elegí; al contrario, eres el más pequeño de los pueblos; te elegí porque te
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amo…”, dice Dios al pueblo de Israel. Así expresa la paradoja fundamental de la historia de la salvación; Dios no cuenta nunca con grandes números; el poder exterior no es signo de su presencia. Un antiguo proverbio dice: “el éxito no es un nombre de Dios” (id.). Nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer, para volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El mayor daño a la Iglesia no lo hacen los “contrarios” desde fuera, sino ¡¡¡los cristianos mediocres!!! (cf. J. Ratzinger, Friburgo, Vigilia de oración, 24.09.2011). No conocemos el futuro, pero lo cierto es que depende de nosotros, de cada uno, ¡¡¡de mí!!! Ejemplo del P. Ayala. Hay que pasar de iglesias evangelizadas a iglesias evangelizadoras, pues la fe crece en la medida en que la comunicamos. Hablar de nueva evangelización no significa tener que elaborar una única fórmula igual para todas las circunstancias, pero lo que sí necesitamos todos es un fuerte impulso misionero. Es natural que nuestra primera reacción sea el miedo […]; pero es necesario observar estos fenómenos sabiendo superar el nivel emotivo de juicio defensivo y de miedo para comprender de forma objetiva los signos de lo nuevo, junto a los desafíos y las fragilidades, y ser capaces, en medio de ellos, de crear las condiciones para que se realice el encuentro entre los hombres y Jesucristo (cf. (Liniamenta, n. 7 y 11). Nueva evangelización: nueva vida consagrada, nuevos cristianos, nueva sociedad, nueva cultura. Un programa para años. A nosotros nos toca iniciarlo; al menos, poner bien los fundamentos. Seguramente, no veremos resultados en nuestra generación, no importa; tampoco los vieron los cristianos de los siglos II, VI o VII y, sin embargo, viviendo y muriendo por su fe, crearon una sociedad nueva que ha llegado hasta nuestros días. Nuestra empresa no es menos exigente. A tener en cuenta
Es importante que seamos conscientes de las dimensiones de la empresa que se nos está encomendando; se nos pide poner los fundamentos de otra nueva época, en la que la fe arraigue en el corazón de los hombres y sea capaz de regenerar una nueva sociedad. Nos dirigimos a personas que vienen del cristianismo en su mayoría; disfrutan de la herencia cristiana de siglos y no sienten la necesidad de la fe (la han dejado como un vestido viejo). Requiere que nos centremos en lo esencial; es preciso el seguimiento de Cristo, la entrega radical de los evangelizadores, viviendo la fe de modo martirial y con la ilusión de lo nuevo y verdadero. Con medios estrictamente religiosos; desde nuestra propia debilidad, pues la fuerza está en el anuncio que hacemos. Ej. de san Pablo (los judíos piden señales, los griegos sabiduría…, 1Co 1,21-25).
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Con la participación de todos los cristianos: obispos, sacerdotes, religiosos, laicos (“los religiosos deben estar hoy como antes en la vanguardia de la evangelización, con todo el potencial de su consagración al Reino y toda la generosidad y creatividad de sus carismas” (J.P. II, Carta XV Asamblea Gral. de religiosos, Brasil).
Método 1. Conversión personal. La palabra griega “metanoia” significa cambiar de mentalidad, poner en tela de juicio el propio modo de vivir y… el común modo de vivir, dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida, no juzgar conforme las opiniones corrientes. Significa también salir de la propia autosuficiencia, aceptar nuestra indigencia, la necesidad que tenemos de los demás y de Dios. Una vida sin conversión es una autojustificación (“yo no soy peor que los demás”). Lo mismo que en la economía no basta con aplicar políticas adecuadas, en la crisis de valores mucho menos; se necesita un cambio total de la persona humana, pues nos encontramos ante una profunda crisis moral (cf. Marcello Pera). 2. Experiencia profunda de Dios. Jesús predicaba de día y oraba de noche. Jesús debía ganar de Dios a sus discípulos. Sólo así se ganan las almas. No las ganamos nosotros, las obtenemos de Dios para Dios. Todos los métodos son ineficaces si no están fundados en la oración. El activismo y la simple formación intelectual no son de ninguna manera suficientes (“cristiano que no ora es un cristiano en riesgo”, J. P. II). “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o por una idea, sino por el encuentro personal con un acontecimiento, con una Persona…” (J. Ratzinger, Deus caritas est, n. 1). Hablar de Dios y hablar con Dios deben ir siempre juntos. 3. Importancia de la cruz. Jesús predicaba de día, oraba de noche, pero, además, todo su camino fue un subir hacia Jerusalén, hacia la cruz (cf. Lc). Jesús no redimió el mundo con hermosas palabras, sino con su pasión y muerte. Sólo la pasión da fuerza a su palabra. En nuestra vida pasa lo mismo. Todo parto implica sufrimiento (en la vida física y espiritual); sólo se salvan almas en la medida que uno está crucificado. No podemos dar vida a otros sin dar nuestra vida. Quien omite la cruz, priva al cristianismo de su esencia. Con Cristo en la cruz el sufrimiento se transforma en alegría: “miremos al Crucificado y todo se nos hará poco”. El mal no tiene nunca la última palabra (en nuestra vida, todo es penúltimo). La misericordia de Dios es el límite al mal de hombre. 4. Comunidad de vida. “Es necesario tener un entorno cristiano; no se puede ser cristiano aisladamente. Ser cristiano significa formar parte de una comunidad en camino… Sólo así la Iglesia puede vivir en una
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sociedad descristianizada. No existe un ámbito cristiano en la sociedad, por eso los cristianos tienen que apoyarse mutuamente. Esto explica la aparición de los Movimientos…, que ofrecen precisamente eso que se está buscando: una vida en común. Tampoco en los primeros siglos se daba este entorno cristiano, por eso la Iglesia debe crear sus propias células donde los cristianos puedan ayudarse haciendo experimentable la gran vitalidad de la iglesia en un espacio más personal” (J. Ratzinger, La sal de la tierra, p. 288). Exigencias en la vida consagrada El proyecto nos desborda. Los resultados tienen que ser fruto de un gran esfuerzo de unidad, coordinación y perseverancia. No podemos ser aventureros ni dejarnos dominar por la impaciencia de quien quiere ver los resultados en seguida. La gente de cierta edad no podrá cambiar mucho en su estilo de vida cristiana. Hay que admitir que es así y no gastar fuerzas en vano; hay que trabajar con ellos como hasta ahora y no abandonarlos por querer construir una nueva comunidad ideal que no pasa de ser un grupo de amigos con muy poca incidencia cristiana en sus ambientes. El éxito o fracaso de esta llamada de los Papas dependerá en buena parte de que nosotros la entendamos bien y nos entreguemos a ella en sintonía y obediencia a lo que la Iglesia reclama de nuestra vida consagrada. “Los santos fundadores son la respuesta de Dios a una situación histórica concreta. Dios suele responder a las exigencias de cada tiempo con un nuevo carisma. “Son una nueva interpretación de la Revelación”, decía Von Balthasar. Fray Luis conoció a la M. Teresa a través de sus obras y de sus hijas. Hoy conocen a nuestros fundadores gracias a cada uno de nosotros. De cara a la evangelización, en sintonía con el carisma primitivo, el Concilio señaló la importancia de volver a las fuentes evangélicas -la imitación de Cristo como norma suprema de vida- y la inspiración original de los fundadores (de algún modo es lo mismo). Reclamaba la vuelta a las fuentes evitando tres posibles tentaciones: 1. Descansar en la nostalgia por el pasado: se añoran situaciones que no pueden volver. 2. Correr hacia el futuro de forma precipitada. Se produce una refundación pretenciosa rechazando el carisma original y volviendo a “fundar” según lo que se cree las exigencias del momento. ¡Pero no se puede suplantar al que Dios eligió como instrumento! Quien “traduce” mucho al fundador lo traiciona. 3. Anclarse en la mediocridad pasiva. Se pacta con el aburguesamiento: “la cultura secularizada ha penetrado en no pocos consagrados […], se
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experimenta hoy la insidia de la mediocridad, del aburguesamiento” (Benedicto XVI). ¿Cuál es, pues, la solución? La fidelidad creativa (Vita consecrata): es decir, “reproducir con valor la audacia, la creatividad de los fundadores […], perseverar en el mismo camino de santidad […], cultivando una fidelidad creativa, en plena docilidad a las inspiraciones de Dios y al discernimiento de la Iglesia”. El Concilio habla de renovación no de reforma; volver al Evangelio, a la secuela e imitatio de Cristo; volver al carisma primitivo del fundador, adaptado a los obligados cambios de los tiempos, con el discernimiento seguro de la Iglesia, pues es la mejor manera de conocer que vamos guiados por el Espíritu Santo. Los consagrados, liberados de las ataduras de la secularidad, ganamos en disponibilidad para ir donde haga falta, para dedicarnos a lo más importante. Quienes vivimos de verdad la opción radical por el Señor vivimos también a las puertas del más allá, estamos en este mundo, pero mirando siempre a las realidades celestes; tenemos que ser expertos en humanidad y… en divinidad por nuestro continuo contacto con el Señor resucitado. Si la evangelización debe centrarse en ayudar a los demás a conocer a Dios y creer en Él, ¿quién mejor para enseñarlo que los que le hemos elegido en nuestras vidas como al Amor de los amores? Seremos fecundos, en primer lugar, si somos auténticos. La vida consagrada es en sí misma manifestación visible de la gracia de Dios en el mundo. Nuestra simple presencia, si es incisiva, ya es una invitación a reconocer al Señor, una llamada a la fe. Lo primero que nos pide la Iglesia es que vivamos con coherencia nuestros compromisos con humildad y fidelidad en lo cotidiano, sin buscar resultados inmediatos ni dejarnos influir por las modas y sus cambios (siempre perniciosos pues nos sacan de lo esencial). Sólo si vivimos el carisma fundacional somos fecundos en la Iglesia. Es precisa la renovación, pero tiene que nacer de dentro, del esfuerzo personal por volver a la inspiración original del fundador en todos los aspectos de la vida. Ha de llevarnos a una vida interior más intensa, a una mayor pobreza, a vivir con un corazón más libre de afectos humanos, a una mayor disponibilidad.
Mantener una vida cristiana intensa: oración personal, piedad mariana, confesión frecuente, obediencia incondicional, práctica de los E.E. Son instrumentos, es cierto, pero son necesarios para vivir con gozo una entrega definitiva al Señor.
Perder el miedo a no ser modernos, no dejarnos obsesionar por la última moda (cuidado con la esclavitud de la moda). Una buena formación es la mejor ayuda para discernir lo que de verdad vale la pena en el pensamiento actual y lo que pasará sin dejar ninguna huella.” No se trata de anunciar sólo una palabra de consuelo, sino una que interpela, que llama a la conversión (Benedicto XVI, Verbum Domini, 93).
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Sentir con toda la Iglesia el peso y la responsabilidad de la misión, el dolor por el alejamiento de la fe de tantos hermanos nuestros. La gravedad de la tarea encomendada no debe llevarnos a multiplicar actividades por el mero hecho de “hacer más cosas”; ante todo, ha de servirnos para caer en la cuenta de lo importante que es hacer bien lo que tenemos que hacer, pues, si esto funciona, no hay duda de que surgirá efecto en los que nos vean (ej. de tantas comunidades con muchas vocaciones).
Hay que descubrir las actividades apostólicas que con más claridad vayan ordenadas a profundizar y consolidar la fe. De todos modos, ninguna comunidad debe alejarse del carisma primitivo para atender esta nueva situación. Se trata de cada una recupere la profundidad de su vocación, pues siempre será la mejor aportación a la nueva evangelización que nos pide la Iglesia. El testimonio será siempre el primer motor de todo apostolado, no podemos olvidarlo. Un testimonio que ha de ser gozoso para ser creíble.
Es importante señalar además que las obras de cada Institución son también de la Iglesia y no sería conveniente renunciar a algunas sin contar con el criterio del obispo del lugar. Me refiero en especial a los centros educativos que muchas Instituciones tienen a su cargo. “Las instituciones educativas juegan un papel fundamental en la misión de evangelizar” (Liniamenta, n. 20). El Papa se refiere de forma constante en sus últimos mensajes a lo que ha dado en llamar “emergencia educativa”, aludiendo a las dificultades cada vez mayores que encuentra toda acción educativa en la actualidad, no sólo la cristiana. Es más arduo cada vez transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y del recto comportamiento. La Iglesia posee una rica tradición, en este sentido, un tesoro histórico de recursos pedagógicos, reflexión e investigación, de instituciones y personas capaces de ofrecer una presencia significativa en el mundo de la escuela y la educación (cf. id). El trabajo de tantos excelentes educadores durante siglos en los colegios religiosos ha dado mucho fruto en los jóvenes que se han ido formando en ellos; cuando, por falta de miembros la Institución, se propone el cierre de la guardería, del colegio, de la Universidad, ¿pensamos con el criterio sólo de nuestra Institución o vemos el interés general de la Iglesia en este momento? Si nuestras obras son de la Iglesia, habría que ponerlas o dejarlas según también sus criterios. Dada las dificultades actuales para ejercer cierto influjo en la sociedad y transmitir el mensaje cristiano en su pureza, parece que no es oportuno renunciar a los centros educativos religiosos, donde se presenta con atractivo la exigencia y radicalidad el mensaje cristiano. Quizá valga la pena preguntarse si nuestros alumnos se diferencian mucho de los de centros estatales, a la hora de divertirse, de gastar el dinero, de utilizar el tiempo libre, de preocuparse por los que tienen menos. ¿Educamos
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verdaderos cristianos para el día de mañana? Ésta sí tiene que ser nuestra preocupación constante porque la tarea primordial de la Iglesia es educar en la fe, en el seguimiento de Cristo y en el testimonio ayudando a los alumnos a entrar en una relación viva con Dios. En definitiva, trabajar en lo que el Papa define como “ecología humana”: “es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible” (id. n. 21).
Fomentar y cuidar las vocaciones a la vida consagrada es quizá la mejor aportación que podemos hacer a la nueva evangelización, pues supone adelantar el vigor y la fuerza apostólica necesaria para la Iglesia del mañana. ¡No da lo mismo una vocación que otra! No podemos dejar que se pierdan tantas llamadas de Dios, pues no hay una falta de llamadas, sino de respuestas. Es tarea primordial de los consagrados ayudar a los jóvenes a descubrir qué quiere Dios de sus vidas y saber acompañarles. La mayor participación actual de los laicos en muchas tareas eclesiales no significa que sean menos necesarios los consagrados. Más bien, sucede todo lo contrario, pues sin vida consagrada fervorosa y entregada no surgen los seglares entusiastas que la nueva evangelización necesita. Una comunidad que vive con intensidad y coherencia la fe ofrece en seguida como fruto primero una granada cosecha de vocaciones a la consagración. Si esto no se da, tenemos que pensar que algo anda mal en nuestras familias cristianas, en nuestras comunidades, en nuestras parroquias. La escasez de vocaciones que sufrimos en la actualidad, además de una prueba, denuncia deficiencias profundas en nuestros apostolados y quizá también en nuestra consagración.
Conclusiones ¿Solución? Minorías creativas “El destino de una sociedad depende siempre de minorías creativas” (Toynbee). Los cristianos deberían concebirse como tal minoría creativa, afirma el Santo Padre, y contribuir a que Europa recobre de nuevo lo mejor de su herencia y estar, así, al servicio de la humanidad” (J. Ratzinger, Europa, sus fundamentos espirituales ayer, hoy y mañana, Senado de Italia, 13.05.2004). Desde su primera conferencia sobre el tema de Europa, el Papa lleva repitiendo lo mismo, la importancia de las minorías creativas. Estamos llamados a ser apóstoles de apóstoles; no podemos conformarnos con formar cristianos buenos, familias buenas, profesionales buenos; tenemos que formar apóstoles. Fue el empeño del P. Morales toda la vida, consciente de que sólo cuando uno da testimonio de su fe afianza la propia. Nuevos apóstoles que se caractericen por su:
Coherencia de vida. “La fe implica un testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con Él… Como es un acto de libertad, exige también responsabilidad social de lo que se cree” (Benedicto XVI, Porta fidei). Sólo a través de hombres que hayan sido tocados por
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Dios, Dios puede volver a ser creíble entre los hombres: el mundo no necesita maestros, sino testigos. Ser cristiano implica: serlo, mostrarlo y decirlo (J.P. II).
Santidad personal. Los grandes evangelizadores han sido los santos. Son también los grandes reformadores de la sociedad. Maestros con la palabra y testigos con el ejemplo, en cada generación nacen nuevos santos que responden a los signos de los tiempos con renovada creatividad. “Necesitamos hombres cautivados por el cristianismo, que lo vivan con dicha y esperanza […] los santos han sido los grandes reformadores de la Iglesia […] sólo tenemos que recordar a Benito, que a finales de la Edad Antigua –en una tiempo de profunda decadencia moral y espiritual- creó un estilo de vida que hizo que el cristianismo superara la época de las invasiones bárbaras. O pensemos en san Francisco y en Domingo que desencadenaron una auténtica movilización de masas con los nuevos bríos de un movimiento evangélico que vivía la pobreza del Evangelio, su sencillez y su alegría. O recordemos el siglo XXV. El Concilio de Trento fue muy importante, pero su eficacia en la reforma católica se debe a grandes santos como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Carlos Borromeo y otros muchos… Las reformas tampoco ahora llegarán por medio de asambleas […], las reformas vendrán por personalidades sólidamente convincentes” (J. Ratzinger, La sal de la tierra). Está claro que con posturas light no se convierte nadie.
Amor a la Virgen y alegría. Lo uno porque van siempre unidos. L alegría llena toda la vida del Dios con nosotros: “alégrate, llena de gracia”; “feliz, tú, porque has creído”; “os anuncio una gran alegría”, etc. Al lado de la Virgen es fácil comprender que con el Evangelio se nos ha entregado una perla preciosa, tan valiosa que no podemos guardarla para nosotros mismos, sino que debemos invitar a todos los que nos encontremos por el camino.
Nueva evangelización no significa nuevo evangelio, sino respuestas adecuadas a los signos de los tiempos, a las necesidades del hombre actual. Un reto urgente, pero que nos sobrepasa. “¿Será usted católico, verdad?”, preguntaba un joven alemán a otro español, Tomás Morales, con el que coincidió en un viaje en tren a través de los Alpes bávaros? “Sí”, respondió Tomás, “¿y usted?”, añadió. “Pues yo me he convertido al catolicismo hace 15 días. En el protestantismo echaba de menos una Madre”. Ella, Estrella de la nueva evangelización realizará de nuevo el portento de la evangelización de América: “Guadalupe fue la puerta gracias a la cual los indios comprendieron que ésa no era la religión de los conquistadores, sino la religión de la madre bondadosa y del Dios que padeció por nosotros. María se convirtió realmente en la puerta hacia Cristo; también es válido en la actualidad” (Ratzinger, Dios y el mundo, pág. 434).
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Bibliografía
Liniamenta, Sínodo de los Obispos. XIII Asamblea Gral. Ordinaria. La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Alburquerque, E., Emergencia educativa, Editorial CCS, Madrid, 2011. Morales, T., S.I., Tesoro escondido, Cruzada de Santa María, Madrid, 1983. Ratzinger, J., Ser cristiano en la era neopagana, Ediciones Encuentro, Madrid, 2008 (6ª ed.).
Informe sobre la fe, Madrid, 2005 (2ª ed.) La sal de la tierra, Ediciones Palabra, Madrid, 2005 (7ª ed.). Dios y el mundo, Debolsillo, Barcelona, 2005. Sebastián Aguilar, F., Nueva evangelización, Ediciones Encuentro, Madrid, 1991
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