Un legado tóxico

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Yale Daily News September 8, 2013 http://yaledailynews.com/magazine/2013/09/08/a-toxic-legacy/ UN LEGADO TÓXICO

Photo by Karen Tian.

Por: Jack Newsham Domingo, Septiembre 8 de 2013 El sol acababa de salir cuando la ceremonia de graduación empezó en el viejo campus universitario en una mañana húmeda de mayo de 1996. Mientras tanto, cerca de allí una gran manifestación de trabajadores en el New Haven Green llamaba la atención de algunos estudiantes y sus familias, con apenas el pequeño rumor que se sentía a través del corredor principal de Phelps. La banda de conciertos de Yale tocaba a Wagner y a Berlioz mientras los graduados salían por las puertas del Viejo Campus. Antes de que los estudiantes regresaran a sus colegios y escuelas profesionales para recibir sus grados, el presidente de la Universidad, Richard Levin, otorgó ocho diplomas honoríficos a artistas, doctores e innovadores seleccionados entre cientos de candidatos. Entre ellos se encontraba Stephan Schmidheiny. “Usted ha ayudado a crear una visión probable de una economía global basada en la sostenibilidad, en un desarrollo ecológicamente sano”, leía Levin, de acuerdo con el texto ceremonial. Diecisiete años más tarde, durante el mes de junio, en un tribunal de Italia el ambiente era muy tenso cuando los jueces se presentaron ante la sala de


audiencias. Algunos asistentes llevaban notas de protesta pegadas a sus camisetas, mientras que otros se cubrían el cuerpo con banderas italianas como un símbolo de su exigencia de justicia. El ausente en este día, como lo había sido en cada una de las decenas de citaciones de la Corte antes de esta fecha, era Stephan Schmidheiny. “En nombre del pueblo italiano, el tribunal de apelaciones de Turín profiere su condena”; el presidente del tribunal de justicia leyó el veredicto: “Este tribunal declara al acusado, Stephan Schmidheiny, culpable.” Schmidheiny probablemente no sea un rostro familiar para la mayoría de los estudiantes de Yale. El hombre de negocios suizo ―de 48 años cuando caminaba por el escenario de Yale; hoy de 65― era ya bien conocido en el incipiente campo del desarrollo sostenible por sus operaciones forestales en América Latina y por la promoción de prácticas “eco-eficientes” en los negocios. Pero las búsquedas en archivos indicaron que sólo había visitado a Yale un par de ocasiones. “No es que él sea tímido, pero sin duda siempre ha sido de bajo perfil”, dijo Sean McKaughan, quien preside la junta directiva de la Fundación Avina, con sede en Panamá, un grupo fundado por Schmidheiny que financia proyectos de desarrollo sostenible en América Latina. Avina es uno de sus principales esfuerzos filantrópicos, y la dotación de mil millones de dólares que entregó en 2003 para apoyarlo, llevó a que Forbes lo declarara “el Bill Gates de Suiza.” El bajo perfil de Schmidheiny se elevó en 1992. Ese año, anticipándose a la “Cumbre de la Tierra” de las Naciones Unidas, que se celebraría en Río de Janeiro, en donde iba a ser el vocero de los negocios y la industria, Schmidheiny publicó «Cambiando el Rumbo», un libro en el que expuso su convicción de que las prácticas de negocios ambientalmente conscientes no sólo eran factibles, sino que también eran una oportunidad para el crecimiento y las ganancias. En las páginas finales del libro, presidentes y consejeros delegados de las mayores empresas del mundo firmaron una carta para anunciar su intención de “cambiar el rumbo hacia nuestro futuro común.” Empezó a ser visto como alguien que “había pasado de las palabras a la acción”, según William K. Reilly, quien encabezó la Agencia de Protección Ambiental. Más tarde, Reilly puso el nombre de Schmidheiny en consideración para un doctorado honoris causa cuando trabajaba en el Consejo Administrativo de Yale. “Es un hombre muy progresista, y en lo personal, es un hombre muy simpático”, dijo Reilly. Su libro Cambiando el Rumbo, añadió Reilly, es un documento clave, ampliamente citado en la apertura de la cumbre de la tierra celebrada en Río de Janeiro durante 1992. Por supuesto, lo que no declaraba el libro de Schmidheiny, sin embargo, era cómo había cambiado él personalmente.


Antes de destinar un billón de dólares para promover el desarrollo sostenible, antes de recibir el título honorífico de Yale, antes de hablar ante la ONU o de comprar su primera extensión de bosques, Schmidheiny dirigió el Grupo Eternit Suiza, uno de los mayores productores mundiales de asbesto cemento. Como lo dice el sistema de justicia italiano, cambiar de rumbo no ha sido suficiente. Como presidente del Grupo Eternit Suiza, Schmidheiny fue responsable de varias fábricas de asbesto cemento en el norte de Italia y en Suiza, desde 1976 hasta finales de 1980. En 2001, un fiscal italiano comenzó a investigar a Schmidheiny después de enterarse de la muerte de trabajadores italianos que laboraban para Eternit en Suiza. En 2009, Schmidheiny fue requerido para ser juzgado. Con el apoyo de sindicatos y activistas, la investigación pasó a centrarse en cuatro plantas de Eternit en Italia. Citando documentos e informes médicos internos de la empresa Eternit, la fiscalía alegó que Schmidheiny y otros ejecutivos sabían que respirar el asbesto podía conducir a la enfermedad y la muerte, pero minimizaron los riesgos ante el público y no protegieron a sus empleados. No es que sólo los trabajadores fueran perjudicados por el asbesto. Los estudios epidemiológicos hechos en Casale Monferrato, lugar en donde se concentró la mayor planta italiana de Eternit, mostraron que sus habitantes no tenían que trabajar en la planta para enfermarse. Incluso las esposas de algunos trabajadores del asbesto habían contraído enfermedades como el mesotelioma –un cáncer virtualmente intratable de la cavidad toráxica- simplemente por el hecho de lavar la ropa de sus maridos. Hoy en día, la gran mayoría de personas que mueren de cáncer en Casale Monferrato nunca trabajó con asbesto. Toda la ciudad fue contaminada En febrero de 2012, Schmidheiny y uno de los acusados, fueron condenados a 16 años de prisión y casi 90 millones de euros por daños ambientales y médicos. Sus crímenes, de acuerdo con lo encontrado por el tribunal, incluían el haber causado un “desastre intencional.” Un año después, en el mes de junio, un tribunal de apelaciones impuso millonarias multas adicionales, y agregó dos años a la sentencia de Schmidheiny. (El otro acusado murió antes de que el recurso de apelación cumpliera su trámite). Schmidheiny, por su parte, ha sostenido su inocencia y ha dicho que nunca irá a una prisión italiana. Mientras que no quiso hablar para este artículo, los comunicados de prensa emitidos por sus representantes se han referido a la sentencia como “totalmente incomprensible” y “escandalosa”, y su equipo de defensa ha anunciado que apelará el veredicto del máximo tribunal italiano.


Cambiar de rumbo Sin embargo, la historia del juicio contra Schmidheiny -y su filantropía, su carrera empresarial, y todo el resto- no es sólo acerca de lo que ocurrió en algunas fábricas en las décadas de 1970 y 1980. Tanto los defensores como los críticos de Schmidheiny están de acuerdo en que el juicio está cuestionando a toda una industria. Durante casi un siglo, el asbesto se podía encontrar en muchos productos. El fibroso mineral resultaba muy fácil de extraer de la mina y barato de procesar, y prestaba su ligereza y durabilidad a cientos de productos, incluyendo el cemento de Eternit. “Es un mineral maravilloso”, dijo Geoffrey McGovern, investigador del RAND que ha escrito sobre litigios alrededor del asbesto y su bancarrota en los Estados Unidos. “Se puede doblar, se puede tejer, se puede envolver alrededor de las cosas.” El único problema es que, con suficiente tiempo y exposición, el asbesto mata a la gente. Aunque el asbesto se usaba extensamente, muy pocos sabían sobre sus fatales consecuencias. Hoy en día, es ampliamente reconocido que la inhalación prolongada de asbesto puede provocar dolor y, a veces, enfermedades mortales como el cáncer de pulmón y el mesotelioma. En el mundo, alrededor de 100.000 personas mueren por estas enfermedades cada año. Según Schmidheiny, cuando él tomó las riendas del grupo Eternit Suiza en 1976, a los 29 años de edad, los ejecutivos de la compañía creían que el asbesto podía ser utilizado sin peligro. En 2008, en un artículo de la revista suiza Die Weltwoche, Schmidheiny recordó que su padre, quien le precedió como presidente del Grupo Eternit Suiza, estaba tan seguro de sí mismo, que maldijo a Irving Selikoff –el médico estadounidense cuyos estudios sobre las enfermedades producidas por el asbesto habían recibido la atención del mundo-, calificándolo como un charlatán. “En ese momento, no tenía ninguna intención de sustituir el asbesto en mi esfera de influencia”, dijo, según Die Weltwoche. Se dice que al final de su primer año como presidente ejecutivo estuvo convencido de que el uso del asbesto era insostenible. Anunció entonces que Eternit intentaría desarrollar una fibra de sustitución del asbesto para su uso en la aleación con el cemento. Al mismo tiempo que Schmidheiny decía esto, el Grupo Eternit Suiza invertía decenas de millones de dólares en el mejoramiento de la seguridad industrial en sus fábricas italianas. “Usted con apenas 29 años de edad, se aparece de repente ante la junta directiva diciendo que va a salir de la industria del asbesto”, dijo McKaughan. “Para muchos empresarios, la forma en que Stephan respondió fue entendida como un modelo de responsabilidad social.”


Según cuenta la historia, Schmidheiny logró reformar los métodos de producción de Eternit en la década de los 80. Mientras en la compañía siguió utilizando el asbesto, su uso se redujo siempre que fuera posible hacerlo. Pero entre el débil sector de la construcción en Italia, y la incapacidad de los nuevos productos libres de asbesto de Eternit para competir con los productos de asbesto más baratos, la compañía se desplomó en 1986. Mientras tanto, Schmidheiny se involucró en otras aventuras empresariales. Ya había comprado la primera extensión de bosques en Chile cuatro años antes, y comenzaba a construir una nueva compañía en torno a la silvicultura y los productos de madera. En 1984 creó FUNDES, una organización filantrópica para apoyar pequeñas empresas. Sirvió en varios consejos de administración a lo largo de la década de 1980, y a partir de 1988, inició la venta de las fábricas restantes del Grupo Eternit Suiza. En 2006, estableció un fondo para hacer los pagos de compensación a los trabajadores de Eternit enfermos por el asbesto. “Uno de sus mayores logros fue librar a la tradición familiar del asbesto”, dijo Reilly, el síndico de Yale. Y así Stephan Schmidheiny entró en una nueva fase de su existencia. Abrazando una preocupación de toda una vida por el medio ambiente, sirvió como consejero en la ONU al liderar las políticas de “eco-eficiencia”, y creando de esta manera la Fundación Avina. Intervino en ponencias con los industriales, los estudiantes, visitando a las universidades de Duke, Columbia y Harvard y, en algunas ocasiones, a Yale. Una victoria para las víctimas No obstante, dos tribunales de Turín declararon que Schmidheiny fue mucho más consciente del peligro del asbesto de lo que jamás quiso admitir. Alberto Ogge, el juez presidente del tribunal de apelación, incluso comparó la culpabilidad de Schmidheiny en la muerte de los trabajadores de Eternit, con la responsabilidad de Hitler en el Holocausto. En Gran Bretaña, el epidemiólogo Richard Doll “mostró una clara asociación [entre el asbesto y el cáncer de pulmón] en 1955”, dijo Benedetto Terracini, epidemiólogo de la Universidad de Turín que testificó para la fiscalía y contribuyó a realizar varios estudios en Casale Monferrato durante los años de 1980 a 1990. “Si quisiéramos fijar una fecha en la cual las personas de la industria del asbesto ya debían haber sabido lo que pasaba, yo diría que fue a principios de 1960”, dijo. La fiscalía afirmó que los registros internos de las fábricas contribuyeron a aclarar aún más las cosas. Y citando documentos que datan desde 1976, sobre una reunión de ejecutivos de empresas europeas del asbesto, incluido Schmidheiny, donde se reconoció que el cáncer de pulmón y el mesotelioma eran reconocidos a resultas de trabajar con el asbesto. “En la mayoría de los países europeos se deben adaptar las normas de seguridad industrial aparejadas con los conocimientos técnicos”, dijo Laurent Vogel, abogado


e investigador del Instituto Sindical Europeo, que ha escrito sobre el juicio. “El nivel de daño pudo haber sido reducido significativamente.” Barry Castleman, experto estadounidense en asbesto que testificó para la fiscalía italiana, dijo que las acciones de Schmidheiny no eran sólo ilegales bajo la ley italiana, sino moralmente ofensivas. “Ellos no tuvieron en cuenta el problema ni fueron capaces por lo menos de decir: “Mira, vamos a hacer que la ropa de trabajo se lave en la planta e implementaremos casilleros separados”. Aunque las empresas europeas de asbesto no estaban bajo la misma obligación legal de advertirles a sus empleados, como las empresas estadounidenses, dijo Castleman, todavía cargaban con una responsabilidad moral”. “Mantuvieron silencio porque ello abarataba los costos de producción y de esta manera nadie les hacía gastar dólares extras”, dijo. El juicio de Turín comenzó a finales de 2009. Durante los siguientes 26 meses, decenas de investigadores, políticos y ex trabajadores del asbesto subieron al estrado. Las conclusiones del juicio fueron transmitidas alrededor del mundo. Cuando se leyó el veredicto, los abogados de Schmidheiny hicieron muecas tomándose sus rostros a dos manos. Laurie Kazan-Allen, Cordinadora de la Secretaría Internacional para la Prohibición del Asbesto, estuvo entre los italianos y los activistas internacionales que animaron el veredicto. Durante el juicio, su grupo publicó un libro con artículos sobre diversos aspectos de la historia de Eternit y los daños causados al medio ambiente. El libro trae una ilustración de una hidra de siete cabezas con los ejecutivos de Eternit en lo alto de un globo terráqueo empapado de sangre. “Es inspirador, increíble, extraordinario”, dijo Laurie sobre el veredicto. “Al lado del Renacimiento, es una de las cosas más importantes que Italia ha hecho nunca.” Kazan-Allen agregó que otros fiscales habían estado observando de cerca el juicio de Turín. Ella imagina que los otros productores de asbesto también. “Tendrían que ser sordos, mudos y ciegos para no estar preocupados”, dijo. Un extraño veredicto En el otro lado de la sala del juicio, los defensores de Schmidheiny hablaban de forma diferente y con un escalofriante efecto. Las columnas y los editoriales en los periódicos suizos declararon que Italia era un país cuya calificación de la inversión entraba en riesgo y consideraron el veredicto como una “guerra de clases.” Para los defensores de Schmidheiny, con el juicio se trató de convertir a un hombre en el chivo expiatorio por los pecados de toda una industria, muchos de cuyos titanes están ya muertos. Una carta abierta firmada por más de 100


empresarios latinoamericanos califica las actuaciones en Italia como las de un “juicio político equivocado.” “La mayoría de los países donde se prohíbe el uso industrial del asbesto han encontrado soluciones para hacer frente a las víctimas”, escribió Peter Schurmann, portavoz de Schmidheiny, en un correo electrónico. “Los Estados han puesto en marcha programas para compensar a las personas afectadas y para eliminar de forma segura el asbesto. Italia es el único país que trata de resolver la tragedia con una demanda criminal.” De hecho, una de las mayores razones por las que el veredicto ha perturbado a muchos es la franca extrañeza del ordenamiento jurídico italiano. Para empezar, Schmidheiny fue juzgado in absentia, una rareza en la mayor parte de Europa, que es ilegal en la mayoría de casos en los Estados Unidos. Luego, está el hecho de que Schmidheiny fue juzgado ante un tribunal penal por algo que la justicia estadounidense resuelve hoy en día con pagos negociados, o, con menor frecuencia, mediante una demanda. “La manera europea de pensar en estas cosas es fundamentalmente diferente de la ley americana”, dijo McGovern, el académico de RAND. A excepción de un único proceso federal contra los ejecutivos del asbesto que terminó en un veredicto de no-culpable, dijo McGovern, “en el ámbito del asbesto es meramente un caso civil por daños monetarios y perjuicios”. El sistema estadounidense para procesar las demandas por asbesto puede ser singularmente eficiente; sin embargo, en Italia, “básicamente, no hay cobertura legal, no hay manera de obtener una indemnización de la propia empresa por una enfermedad relacionada con el asbesto”, según Giovanni Comandè, profesor de derecho comparado en la Scuola Superiore Sant'Anna. En Italia no existe un precedente para el enjuiciamiento de los fabricantes de asbesto, dijo Vogel, quien agregó que los fiscales italianos han presentado decenas de casos en contra de ellos –una variedad de veredictos, ninguno de los cuales se parecen al emitido en Turín- desde la década de 1980. Sin embargo, dijo, la presión pública y política jugó un papel importante. “En la mayoría de países europeos habría sido posible procesar a los gerentes y propietarios de Eternit “, dijo Vogel. “El punto es que no hay voluntad por parte de los funcionarios del ministerio público.” Una cuestión de honor Ahora, un grupo italiano de abogados está pidiendo a la universidad de Yale revocar el doctorado honoris causa concedido a Schmidheiny. La Asociación de Familiares de Víctimas del Asbesto (AFeVA), una organización fundada por habitantes de Casale Monferrato y por trabajadores sindicalizados de Eternit, ha comenzado a circular una petición en la que declara que “no hay honor” en la conducta del señor Stephan Schmidheiny.


La Universidad de Yale nunca ha despojado a ningún beneficiario de un título honorífico, y pocas universidades lo han hecho. Desde 2007, tres universidades que otorgaron grados los revocaron: en 1980 fue revocado el de Robert Mugabe, líder dictatorial de Zimbabwe; con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Brown y la Universidad de Pensilvania revocaron los títulos otorgados al Kaiser. El año pasado, los administradores de la Universidad de Tufts despojaron a Lance Armstrong de su diploma de honor después de que el siete veces ganador del Tour de Francia fue hallado culpable de utilizar sustancias dopantes. Yale, hasta el momento, mantiene en firme su decisión “La decisión de conceder este título honorífico fue tomada por un comité que considera al Sr. Schmidheiny como un filántropo que utiliza su riqueza para financiar el desarrollo sostenible en América Latina y otros lugares, y como un pionero que defiende a nivel internacional los cambios que las empresas deben implementar para desarrollar la sostenibilidad ambiental, así como un hombre de negocios que heredó y desmanteló las relaciones comerciales que su familia mantuvo con el uso industrial del asbesto durante décadas”, dijo en un correo electrónico Tom Conroy, el portavoz de la Universidad. Al referirse a la apelación pendiente, agregó: “Yale no cree que el proceso judicial en curso en Italia proporcione motivos para reconsiderar la valoración adelantada por el comité en 1996”. Aunque pocos profesores o miembros del comité de grados honorarios recuerdan a Schmidheiny, delegan en la Universidad los comentarios sobre esta materia; Reilly dice que el título concedido está completamente justificado. “Él es un hombre reflexivo, inteligente, muy dueño de sí mismo” continúa Reilly. “Un hombre de Estado, no un delincuente.” Después de haber viajado a Italia varias veces y haber sido testigo de quemas abiertas y generalizadas de basuraun delito en Italia- estas permanecen en la impunidad -afirma Reilly- lo que lo lleva a ser poco “admirador del desempeño ambiental italiano”, y agregó que era profundamente escéptico sobre los cargos formulados contra Schmidheiny. “Yo soy un abogado estadounidense. Me gustaría ver si esas acusaciones se sostienen en pie bajo el escrutinio de la jurisprudencia americana”, dijo Reilly. “La primera reacción sobre una determinación de la justicia italiana por responsabilidad penal frente a algo que pasó hace 20 o 30 años, es que ello nunca podría ser la base para tomar una decisión de revocatoria.” Por su parte, Schmidheiny se ha retirado, y dicen los que lo conocen que da por seguro que el veredicto será revocado por la Corte Suprema de Italia, o por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Aunque ambos tribunales decidieran mantener en firme el actual veredicto, se cree que los largos periodos que se toman estos casos significa que no se conocerán sus resultados definitivos hasta que pasen muchos años. “El señor Schmidheiny está haciendo bien en disfrutar de la vida como un jubilado”, dijo su representante en un correo electrónico. “Alguna vez dijo que no


le gusta estar en el escenario, sino que prefiere estar sentado en mitad de la audiencia, desde donde se puede apreciar el teatro del mundo, aplaudir a los actores, o salir en el interludio.” Pero para los acusadores de Stephan Schmidheiny, el espectáculo no ha terminado y aún le queda un papel por representar.

Traducción: Laurent Céspedes Revisión final: Guillermo Villamizar


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