La fe en el Amor de Dios

Page 1

LA �E EN EL AMOR DE DIOS por

UNA HERMANA DE lA PROVIDEHCIA (Casa Madre VERTIDO

-

.\lontreal,

AL

Canadá)

CASTELLANO

por

MARIA DE

ECI l:\RRI

3." EDICION

EDITORIAL :\1·osToL\J>o

n1: 1.A

\' Pl.'1Zl¡ w :z, 28 1956

PHRNS.\, S. A. -

M adriu


Nihil obstat: A111110 R. YALDIVIEISO. Co1.wr. Imprímase: .JosÉ M.ª. Oh. Aux. y

Vic. Gen.

Madrid, 19 de mayo de 1956.

IMPICESO

.'�1·lc1:i:imwi; Cráfieas.

Av.

Dr.

E.'>

ESl'AÑ \

lt'1·1lcrirn

Ruido.

184. Madrid


ALGUNOS

JUICIOS CRITICOS

((Como toda obra que habla del Amor I>iviuo, ésta una nota del gran concierto u11ivcrsal que debe llenar de g-ozo a la Humanidad. Dicho�a el alma que loma parte en este concierto.))�Su Eminencia el Car­ denal Villcneuve, O. M. /., Arzobispo de Québec. es

<<Este libro convertirá a pecadores v hará de ello� i-;antoS.ll-5. E. Mgr. /. R. Crimont, S. /., Vic. Apost. de Alaska. "Sólidas bases tcolóii;icas, unc1on, aplicaciones práe­ t icas. hacen de este libro una ohra vcnladcramcn.c notablc.ll-�S. E. Ml!,r. Martiu lajccmr.�sr, O. M. /._ /"icario Apost. de Keett•attin. «Además del Evanµ;elio. C\isll'r1 otra� pa!!1!1a 111:-i· piradas: muchas de LA FE E.'.V EL ;\ �mR DI·: Dios per· fenecen a esta clase de pá�inas.... Esta notahlc obr.'l es la mc.ior, a juicio nuestro, que :-;e ha escrito en d Canadá por 11na religiosa, des<le 1:1 vencrahlc M l\h­ ría <le la Encarnación.))-H. Coutur<'. O. P. «LA FI� EN EL AMOR OE Dros es una obni maestra. preciso dar a conocer e�te monumcn''' df' amor. Por exigencias de apo:;;tolado, es necesario hacerlo >i H. legras, .;;accrdote. Universidad de Otawa. Es

.

. . .

.


del Niño Jesús. La doctrina tere�ia11a c:-;tá e11 a inter­ pretada y justificada maravillosamentc.)1 Fr. P(•dro Cormicr, O. F. ;w. «Este libro nos arrebata desde sus primeros capí­ tulos por la suavidad de la unción y la fuerza de convicción que lo penetra todo él. Hay en s11s pági­ nas con qué orientar toda una vida. -.�--S. D. J. Ri Deber de Montreal, 21 diciembre 1934-. Del Carmelo de Lisicux. nSu libro ha sobrepasado mu•stra esr1eran:a. /_o encontramos exquisito, una verdadera obra maestra. Verdaderamente, nuestra Santa le ha revelculo a us­ ted los secretos de su Caminito, ·y usted Ita tcr1ido el talento de sacarlos a la luz. Hacemos nuestro el deseo del mwy reverendo P. ;f mhrosio: que este 'l'O­ lumen se traduzca en torlas las lenf!,uas y se rc¡>arta con profusión.» 9 diciemhre 1934.


PRÓLOGO liEL MUY HEVEHENIJO P . ..\\WH.OSIO, CUSTOl>lO l'H01 L\UAL DE LOS

FRANCISCANOS

CA�AlJ\

DE

El 12 de scpticmhrc de 1930, cuanclo se me 1..:11tre­ el texto ori�inal del A pvstolado or:ulto de las <d· mas escogidas, al felicitar a la autora. le decía: «Ahora escriba usted un volumen sobre la fe en el amor do Dios.)) Aquel suE'ño se ha convertido en hermo.;;a rea·. lid ad. Atención delicada de la autora: Mt> ruega prolo��uc el libro. Un pensamiento me tranquiliza: este volu­ men no necesita presentación. El Apmtolmlo ocdto de las almas C8<'0{!.idas y Un alma dP. .rncerdo!c'', tfos 11hras excelentes de la misma autora, rccrm1ie11da11 I ,.\ FE EN EL AMOR DE Dms v le asec¡uran la mas cordial bienvenida. <•También hoy a i11te11áón rue.8/ra, almas peqU<'::l­ tas ---dice la a u Lora-, vue/1'0 a cow·r la pluma.)) Este prólogo se dirig-c a�imi�mo :.1 diclrns alma�. A vnF.· 11tras, pues, tcng-o el honor y el ¡.!;OZO de ofrecer este libro de oro. Sí, libro de oro c.-.. tanto 1�ur el asunto de que trata como por el manantial de q uc brota. Puedo decir de LA FE EN EL AMOR DE Dms io que t:k 1111 eélcbre sermón escribió Luis Vcul1ot: <cTodo Pn d es bueno, exquisito, sabroso, original. cálido, per­ fumado )) Cuando lo hayáis re:corri<lo. diréis: u Rara µ,cl

·

.

.

.


10

!'RÓT.OCO

·

, pagm:is mal; sen t.1c1 as. mas 11 , ena�. rnHs 1-ne 1 CH , lo <>traventf's. '' Estas n�ginas. CTUe se rlirían firmaclas nor 11n doctor en Tcolngía-tan exacta y nredc;a � b dor­ trina de ella�-�. tiPnrn d raro v precioso nrivilegio de rc;t¡¡r pc:;r.ritas en unn lern:�ua que todos pucden compren­ der . . . Tal ha sido la prPocupación rlP. la autora: 11Mc rontento con nresenf((r el aspecto Írrmrnm.entr nrártico, 1' ('.-;to en un lenf!,ua;e muy senril!n. nf alrrmre de to­ doui E.::ta sencillez v clnridad. imlllrlnhleincnte. suponen en l:t autora una maestría nerfor!a en d :isunto. v rnvelan <Tllf' est:i'1 pfürina!'I>. lnr�amP"'ltf" meditadas al pie 1lPÍ ta hcrná<'ulo. h:-m s1<lo vivi1las. ¡Por 1.�:';o ::;on trm nriif'ficas. tnn docucntcs ! Parece como 11uc Dios se f1a inclinaflo amorosn­ nwntc sohrc la :mtora v le lrn conrnnir:tdo s11s m�s ,1l11lrcs s""rl'tM. La :"lllfor:t se- rln rucnta cfo dlo. En Sii a\!radecimiento, nf'vuelvc a Dio<; to<lo el mérito V toíl:i la �doria.... «Esta obra es ohm de Dios nn.te � que mia��me cscrihfa la autora--. 8i no fuese lWfl <'s1wcie de arro{!,anr1:a esr>iriturrl, mr (1.frererfo a derir O!IP cs por entero obra del orim('r Antor ffr todo hien: rle tal manem ltr e.-r:nrrimcnlado .rn asistf'nria fmio r'1:1•nsas formas en el cur8n de mi trafmfo. ·l Descfo rl primer rapítulo se sornr<"ndc 1mo. <licien­ ,fo: No (Jcscn enno"Pf va sino flcl amor de Dios p::ira 1:nn nosotros; oialá pueda vo conocer y comprender rlc> lleno su lon¡;itwl . .m anrhura sn altura 1' profun­ d;J.ad. Los capÍh1lo� si�uicntcs r�ron<lcn plenamrnt<' n rste d�co v a esta ornciún. La autorn soñó con hacer pasar ant(' nuestra.� mi radas, a manera de encantadora proce!iÍÓn, los carac­ teres divinos 'Y las pruebas indiscutibles de este amor. Puedo asegurar que lo ha conseguido maravillosamen· te, Vemos avanzar estos caracteres y estas prue· vez

'

,

·


l1

has en un orden perfecto, como un ejfrcito a!inea<lo en batalla. Estos mensajeros de la Luz. esto� cantores del Amor, conscientes de su divina misión y satisfe­ chos de su hermoso atavío literario, se ofrecen <t. nu es­ tra contemplación, y esta contemplac:1'.ón-son palabras de la autora-es agradable al corazón y persua!iiva al espíritu. De hecho, al ler.r estas pá�inas. ¡cuántos lec­ tores, atónitos de verse tan amados de Dios y confu­ sos de no haber creído más pronto en su amor, harán suva esta humilde confesión de San Agustín: «¡Se­ íío-r, qué tarde te conocí. )> La influencia de Ll FE EN EL A�OR OF Oros sohr<' las virtudes teologales, y por ellao; sobre 1as vi rtu­ des morales, es manifiesta, Sf' la siente viva, irresis­ t ihlc, necesaria... Con tanta suavidad como f i rrneza. la autora nos hace llegar a esta cc.nclusión: Sin lo /e en l'l amor de Dios hacia nosotrn.�. las virtu<lf"A"' no hrillarían con to<lo su esplendor, Y ninguna vir­ tud lrnmana podría rendir todo su valer y todél. �u medida. Os compadeceréis de las almas qHc sólo df·­ hilmente creen e-n el amor de Dios hacia ellas, y. enviando al alma convencida de este amor, la m¡­ raréis como 11n alma privilegiada. El Padre Faher justifica esta quejé:'. v esta enví­ d ia: ((Es extremadamente di fieil-según él-el per­ suadir a otro, o penmadirse uno a sí mismo. de que Oios nos ama. Pero tan pronto como esta ronvic­ ción penetra en nuestro espíritu, se opera en fl un:1 rcw1lnción completa: es como una nueva convcrFión. Y es un p:ran día. un día de r:risis en nuc�tra vida, aquel en el que el conocimiento del amor de Dios hacia nosotros pasa al estado de convicción expe­ rimental.)• Y añade con cierta mclancol ía: <r Pero un p;ran número de hombres bajan a la tumba sin haber comprendido de un modo práctico el amor tan gran. .

-


12

l'ROf.CH;o

de que Dios ticn� hacia ellos. Hubo siempre csl' rn­ cío en sus corazones; v sin duda estarían nu'ís alto<.; en el Cielo si hubiesen- conocido en la tierrn lo que luego el Cielo les ha revelado.)) (El Creador y la crea­ tura.)) Cada capítulo, a manera de 1·0111Jusión, ter­ mina con afectos v una oración. El nenst'lmicnto es feliz, pues responde a una necesidad real del ·�n­ razón. La oración, aunque variada� es en el fondo l'íiem­ pre la misma: «Señor� creo en tu amor, pero no eren suficientemente; creo demasiado poco; aumenta mi fe » Cosa extraña, y, sin cmbar�o, perfectamente ave­ rig-uada: muy pocas almas piden a Dios el '1on de la je en su amor. Esta i�nornncia o este olvido tie­ ne consecuencias las más �raves. Al no solicitar esta fe, no la tienen, al menos en un grado convencido. v, como lo hace notar el Padre Faher. en ella" existi;á siempre este vacío y no llegadin a la cumhrc fle la 1 ierfecci ón. En vuestro nombre. alma:" pr.qurfüta�. af!raílezco a la autora el que atraiga YUCRtra atenciún sobre cst(: punto importante v ofrezca a vuestra picdacl una fúr­ mula de oración nue Tcaliza tonas las condiciones. los n/ectos cleberían neccsariamenh• .--xprcs<i r los ��entimicntos que estas pá�.dnas hicie5en nacer o <lc:;;pcr tasen en el fondo de los corazones. Por eso correspon­ den a diversos estados de alma. Unas veces es un pe­ sar vivo v amar�o de haber creído tan tarde en el amor de Di os : otras, e1 alnrn. ron fusa. lrnmilJ�:h. pide pcrdún a Dios de hahcrle hecho la _grave injnrict de dudar de su amor Aquí e� un grito de a�rade­ cimiento al Dios que tanto nos ha :-imad·>: allí es el entusiasmo del alma, que después de haber dudado. cree. al fin. en el amor de Dios. Estos afectos v ora­ don.�s podrían formar por sí. ellos solos un rico y pía. . .

.

.

.


13

PHÓLOCO

doso devocionario. Hay

él µ..ira todas las al.mas: ha y luces para todas las tinieblas, calor para todas las frialdades, láp;rimas para todas las faltas� consuelos para Lodos los dolores. Basta con esto, almas pequeñitas, y aún sobra, para haceros abrir este hermoso libro y recorrer con avidez sus páginas. Escritas para vosotras por un alma que os arna, os reservan luces muv yjvas y alegrías muy dulces ... ;, «Os lo diré!-me escribía lé!. autora-. Desde que tomé a mi cargo el dar a conocer el amor de Dio_-; a las almas pequeíl.itas, he recibido más luz sobre la secreta armonw del plan divir1ú que durante todo el resto de mi vida. De tal manera. que si� por lu'.pó­ tesis, este Libro no hubiera de publicarse jamás� no la­ mentaría del tiempo que he gastarlo en escribirle ¡Qué conmovido .se siente mi corazón al pensar en esto l ¡Y cómo veo en ello el deseo increíble que abrasa el Corazón de Dios de dar a conocer al mundo .su amor! n Almas pequeñitas (!), leed estas pá�inas, y de se­ guro no podréis dejar de creer en el amor de Dios ha­ eia vosotras. ¿Cómo no creen en él, cuando Aquel que os ama es el Amor mismo? <cAun cuando Dios quisie­ ra renunciar a este amor-leeréis-, sería incapaz de ello. ¡Pedid al f ue{{o que no caliente> al sol que no alumbre! No, Dios no es libre para amar; es indepen· diente en todo, de todo, excepto de su amor J de las cosas que su amor demanda.)) en

-.

. . .

. . .

( l) Almns pequeñas: la autora se dirige constantemente las almas que caminan '°' la perfección por la infancia es­ piritual, según la doctrina de Sanla Teresa del Niño Jesús. Por eso las llama almas pequeñas, como si dijéramos, almas infantiles, almas-nil¡as; que nosotros, a veces, traducimos al­ mas humildes, almas peque1ii1as. (\'t!ase la autora, pág. 19.J a


14

¡Lástima que no esté este libro entre la:; manos los pecadores más endurecidos!.' Conociéndose tan amados, \'olverían a Dios con el alma deshecha de do­ lor, y no le ofenderían más. Para creerlo así, tengo como garantía las palabras de nuestro Señor: No saben lo que se hacen San Pablo me lo asegura: Si lo hu­ bieran conocido, no hubiesen cruci./frado al Señor de la de

. . .

gloria.

¡Lástima que este libro no caiga en manos de tan­ ahnas a qu ienes la duda tortura y el miedo paraii­ za ! Llo ra rían de gozo. Tranquilas y libres volarían por la senda de los mandamientos de Dios. ¡Ojalá penetre este libro en los cuartos de los enfer­ mos y abran sus páginas luminosas y perfumadas de amor ante sus ojos llenos de lágrimas! El Cielo baja­ ría a sus corazon es y sus sufrimientos se verían conso­ lados. Convencidas de que Dios las ama, las almas sa­ ludarían el sufrimiento como un regio regalo. ; Acaso no se estremecerían de placer ante el pensamiento de que si ellas sufren más que otras, es porque Dios guarda

tas

,

para ellas sus predilecciones? Quisiera yo ver este l ibro sabio, de un profesional, de

el despacho de un hombre de nego­ cios. Con su lectura, esos hombres se tornarían pen­ sativos y acabarían por hacer esta confee.ión: <<Sa­ ber que Dios nos ama es verdaderamente la cíen­ cia de las ciencias, la profesión de las profesiones, e] negocio de los negocios; fuera de ello, todo es va· nidad y aflicción de espíritu.» Y, cerrando el libro, sentirían ese deshacerse su corazón, de que habla San­ ta Teresa, al pe_nsar que Dios los ama tanto y que Lo han comprendido tan poco y tan mal hasta ese día.» (Dedicatoria.)

en

un

A los jóvenes (a ellos y a ellas) deseo un contacto íntimo con este libro. ¡Cuántas vocaciones se deci­ dirían! Su fe en el amor de Dios, esta «Victoria que


PRÓLOGO

15

li1t vencido al mundo>>, acabaría con tantas vacilaciotantas cobardías, tantos cálculo�, humanos... Co1111ciéndose amados de Dios, en la edad en que el co­ rnzím tiene mayor necesidad de amar, estos jóvenes :-1mían cavaces de todos los sacrificios, renovarían d gesto sublime de la virgen romana Inés. Ante eJ lribunal conducen a la joven. Le ponen delante, de un lado, el anillo de oro de ricos esponsales; del otrc. la c5pada desnuda del verdugo. ¡Es preciso elegir ! Inés mira uno y otra. Y sonríe . . . Y acordándose que Dios la ama: Amo Christum!, dice: ¡Amo a Cristo: \ Anizan, Hacia El). ¡Qué impresiones tan fuertes prodm:iría este libro 1:11 los paganos! Ese Dios que tanto ama�se dirían-, ;,no es reall,!lente el verdadero Dios? Al lado de este 1 >íos-Amor, sus dioses palidecerían con palidez de muerte; sólo parecerían fantasmas despreciables. .A.l J Hos-Amor harían el homenaje de sus vidas, y la Iglesia vería surgir en tierras infieles una rica y a hundante cosecha de almas cristianas. Lleno de Espíritu de Dios y de savia evangéljca, este libro está llamado a hacer un bien inmenso. Si se diesen las gentes el placer de leerlo y, sobre todo, de meditarlo, revolucionaria al mundo y renovaría la faz de la tierra. Esta es mi convicción. Ella me ins­ pira el deseo de que este libro sea traducido en todas las lenguas, que se propague en todos los paÍ�e5, que penetre en todos los hogares, que �ea el libro de ca· 11cs,

Lecera de todas las almas ... Este deseo, que concebirán conm\go todos los lec· lores de LA FE EN EL AMOR DE Dms, re:.µunde a un anhelo harto legítimo de la autora. He aquí �n qué delicados tér minos se expresa en la Dedicaturia: c1El asunto que he me asusta. Mi él. Tanto, que

de tratar me atrae. y al mismo tiempo alma está suavemente ohsesionad.:i, por en estos mome11to.s diría voluntariameri·


:•/ !f,fllll ·I ¡1tÍstol. illt'flfm:. de ('(J.'//c11er los /)('ll­ .wmlvs tfll<' <'11 él /Pr111rr1tolJ11f/: 11.'li am111cio /( v angclio� 110 t'.\ para mi ohjl'lv de gloria. ¡mes la el nt•cesidad de luu·<•1!0 me inuunbe. » ( l Cor.: 9, 16.) J'\/ecesúiwl imperiosa '.Y .rnave a la vez. ptu�slu que el pen.mmicnfo !tahitzwl del a.mor rle Dios deM�onocido atormentaría el cora;;Ún con un marlirio profundo :Y secreto, si no se hallas<' alivio en el a¡wstdwlo. >' Este alivio la autora Líen� dercd10 a conseguirlo. Con Ja publicación t<111 oport1111 a de este Jihro ha lle­ vado a cabo un apostolado. y un apostolado fecun­ do v duradero. más alm de lo fJllC ella puede creer. le como

samit•11lu'>

FR. AM BRO"i JO, o. !-'. M. Monasterio <le los Frall\'Í�canos. ()111'•h('c, 2·l dr· junio de 19.ll.


DEDICATORIA l>c nuevo pensando en vosotrns, almas pequeñitas 1 ), tomo la pluma. En el Apostolado oculto de las almas escogidas, que acogisteis con un tan piadoso en· l 11siasmo, hice alusión, rozándolo sencillamente, al .1s11nto que constituirá la materia de este nuevo tra­ l 1;1 jo: LA FE EN EL AMOR DE DIOS. Esta virtud ha de caracterizar a las almas hunul­ ' li ·s; a eHas, pues, conviene dedicar el presente volu1111 •11. Seguramente que también las ahna� grandes po· 1lri111 leerlo con provecho, pero a condición de 'JllC no l ialen de discutir o disputar ni quieran sutilizar <le111asiado. Hay que ser del linaje de los pequeños para rnmprender verdaderamente los secreto:- del amor de 1

1 • i os.

Para acercarse a esta •1111· a cualquiera otra,

verdad espléndida, quizá más se ha de llegar con !oda el 11 l111a y no con pretensiones de intelectual. Nadie eE· ¡wn� irnllar aquí eruditas disertaciones, ni tampoco dP.· 1 i11iciones teológ-icas puramente especulativas. �c¡.;uramente las almas pequeííitas no piensan en

ra

1.1111nmientos de apologética frente a una verdad que di11·•�tamente se dirige a su corazón. Un célebre escri· 101 fHtrcce haberlas señalado con el dedo cuando d�­ • m: ccPluguiera a Dios que iamás lrnhiésemos •�nielo •11·1·1•sida<l <le razonamientos v crue conociéramo.;, tnda� l 11

El �e-111ido de

e'"'ta

palabra, v�a'-C'

en

la pá�. 1�.


JJEDICATOlllA

la,; t;osas por i11sli11lo � por sentimiento. Pero la \itl· luralcza nos ha rehusado este Lien. Y lic aquí por qui:� aquellos a quienes Dios otorga Ja religi{m por rne· dio <lcl pcusamicnlo son tan dichosos v están tan Je. . �ítimamPnte persuadidos.11 ;, Q uiere esto decir que la Je en el u111or de Dios sea puro negocio de :sentimiento o vnna metáfora de devoción? Nada de esto; no desdeña ni !a� µruf'­ bas ni los razonamientos; en seguida lo vamos 'l ver. Además, esta fe está enraizada en los dogmas centra· les del cristianismo, en la doctrina trndicional <le lus Apóstoles y en los más magníficos pasajes del Eva11 gelio, fuentes autorizadas de la_;:; cuales en nada �e a¡-.artará el presente estudio. Pero digámoslo muy alto: esta virtud es un don gratuito. Para recibirla hay que disponerse. Ahora bien: la mejor preparación para las gracias divinas es la humildad de corazón y e-le espíritu. La lectura de un libro no es sino un medio secundario, de suyo meficaz. Ha de ir acompañada de humildad, que abra vaso a la gracia y le sirva de vehículo. Os invito, pues, almas pequeñitas y almas grand�s, a abrir estas páginas sin prejuicios ni descofianzas, como aconseja el autor de la Imitación: \\Con el mis· mo gusto hemos de leer los libros sencillos y piadosos que los profundos y sublimes. No te mueva la autorÍ· dad del que escribe, si tiene mucha o l>oca ciencia: más convídete a leer el amor de la pura verdad.ii (L. I..

c.

4,, 1.)

Sindo mi intención la de dar a cada uno <le los capítulos el carácter de una conversación� me ha pa· recido bien, en varios pasa j es, servirme del len�uaje directo, que tanto favorece el contacto de un 1ima con otra, tan fecundo en el orden espiritual. DP. c�ta suerte sentiréis más fácilmente, bajo las pala bias, i<i sinceridad del espírilu y que «ele In atnmdarH:ia del


ilUHO.TOlctA

l'J

l1al1la la Luca)>. Las impcrlcceioncs del l�stil.l parcl'crán sino efecto v �eiiul del cordial �1han­ d111111 q1w ntradcriza la intimidad fraterna. No se 1Jre1t-11d1· ;¡q11i lralar a f on do un asunto tal comü la /� ru ,.¡ , , , , , ,, , de Dio.� . .Me contento cm1 prc�entar el asp�c111 l1a1wanll'11lc práctico, y esto en un lcng-uaje muy ··1·1ll' i l l 11. al <1kance de todos ... . \11 os 1wultaré, almas pequeñitas, que aun desde , .,, , , . p1111lo de vista la tarea que emprendo se me 1111·-.1·11 l a ,.,·izada de dificultades, y necc�sito, para en­ l 11·�·.a 111w serenamente a ella, poner mi entera confian111 1•11 .. :\q11cl que puede hacer, PC!r el poder que ohra 1·11 11c1sotrns� infinitamente más de lo que pecLmns e 111111)' i l l i l l l l O S ) ) (Efes., .�, 20). P111 e 11 ra parte, el asunto me atrae. Y <il mismo 1Iem­ I '" 1111· asusta. Mi alma esl;Í suavemente obsesionada p111 d: la11to, que en estos momentos diría yo volun 11111¡111w11tc como el gran Apóstol, incapaz de coutener ¡, ·� 1w11sam i cntos santos que en él fermentaban: ,,s¡ a11111 . .. i11 el Evangelio, no es para mí objeto de gl0ria. •o11111 que la necesidad me incumhe)> ( 1 (;or., 9. 161. \, c·1·.-;idatl imperiosa y suave a la vez, puesto que d l "'''�a111it·11lo habitual del amor de Dios desconocid11 .iln11111·11tar í a el corazón con un martirio profundo \. , ., 1 d11 si no se hallase alivio en el apostolado . . \lh11ie11 pudría pensar que al dcdil'.étr este libro .1 La-. 11 l i11as pequeñitas restrinjo ddi berad<tmcntc a una • .11t·go1ía mínima Je lcclorcs �u lectura hienhcd10Lt. '� .. , . ., lal, ciertamente, mi intencifm. \ 1111· todo, es necesario precisar la siirnificaciún d{·l lc·1111i11u almas pequeñita;). No cnlcrH.lernos por t<1les ia:o11111;1s iustiutivamente piadosas ni las novi�ias que e111· 1'11·111lc·11 la vida espiritual, con un crucifijo lleno ele 111,,,1� c·11trc las manos . . . Gran riesgo de equirocari'e • " ' 11· q11iP11 sr fía d" palahrns o de apari<'tH'ial'. •

111.111'111

1111

11-.

·

·


20

ütOlCATORIA

;, Qué es ser peqnetio en el orden sobrenaluralt Se­ gún Santa Teresa del Niño Jegús,._ «es reconocer ser nada, no descorazonarse por sus falfas, jamás atribuir­ se a sí misma las virtudes que practica, como si fue­ se capaz de algo, sino reconocer que todo viene de Uios y quedar hasta la audacia confiados en su bon­ dad de Padre.» Para decirlo en dos palabras: un alma pequeñita es aquella cuya vida interior oscila constantemente entre Jos polos: completa desconfianza de sí misma y abso­ luta confianza en Dios. Esto supuesto, ]as almas µequeñitas son bastante numerosas, gracias a Dios, para snti�facer las más vas­ tas ambiciones apostólicas de este tihro. que a ellas va destinado. Esto supuesto, además, <tfü! posible per· manecer pequeño aun en los cargos más elevados y hasta la extrema vej ez» (Santa Teresa <lel Niño Jesús). Las almas pequeñitas se encuentran, pues: en todas las condiciones y en todas las edades de la vida, en medio del mundo y tras los muros de un convento, entre los sabios como entre los ignorantes. .A. tod3.s ellas, sin distinción, ofrezco estas humildes páginas. La �ran Madre Teresa de Jesús, que gustaba de los buenos libros como se gusta y se quiere a los buenos amigos, sacaba de su lectura un gran temor de ofen­ der a Dios, no por un sentimiento servil de terror, sino por una preocupación constante de no desagra­ dar al Amado... ce Mi corazón,._.-;dice, al hablar del fru­ to de sus lecturas- se deshacía ante el pensamiento de que respondía yo tan mal a un tal amor.)> i Ojalá podáis, hermanas mías, al cerrar este libro, experimentar este dolor de corazón de que habla la gran Reformadora del Carmelo ante el pensamiento de que Dios os ama tanto y que vosotras, hasta hoy, lo habéis comprendido tan poco y tan mal. Pero como en esta materia un rayo de lo alto es


Ol:L>H.:A'J'UUIA

21

1111'1s rfit·az que todas las lecturas v todos lo:; razona111i1·11t11s. implorad para vm;otras y para mí las luce8 d1·I Espíritu que escrutan las profundidC!.des de Dios 1 1 (.'or.. 2. 10) 'Y que hacen elocuente la lengua de /,,, 11iíios (Sal. 10, 21). j (.)1w María, la Madre del Amor Hennoso: San l11a 1 1. <"I discípulo creyente en el amor: Santa Teresa dr·I Niíío Jesús, la pequeña victima del amor. se di�111·11 lw11drcir estas páginas v h.r.cerlas producir fru­ ,.,� d<· vida para la eternidad! ftro,,idcncia-Casa Madre, Mon.treal. 17 ma1'o 19°4


C

l. .\

\PJTt;l.O l'H�LIMIN·\H

e 1 E t\ ( : 1 ..\

s O B H I•: I•; M 1 !\; E f'i 'J' 1·.

El csp1ntu l111ma110 está naturalmente <lvido de :-;a­ '1cr; husca ince.;;anlcrncnte la verdad en torio� los do­ minios. ,\pcr1<1s adquiere un conocimietJto. i11rnc:<liata­ mentc anhela sahcr más todavía. El estu<Jio. hs inves­ tigaci1111cs científicas más ardua!:'. no enrrvan su es­ fuerzo; no hacen sino aguijoneélr es:1 hambre ins:1cia­ lilc qnc le atormenta. Pocas inteli�cncias hav que. tar­ de o temprnno. no ex peri menten la comC'ZÓn rlP que ha b lamos. Las alrrn1s pequeñitas. cuyas ambiciones hu­ manas son más bien modestas, tampono estiin e:\cnht'i de ello. La más admirahlc de todas. S:mta Teresa dc1 �\! iiw Jesús, lué presa, en su a<lolesccnc:ia, de an deseo 1'.\:lre111ttdo de .�aher. De su misma pluma hrot(1 esta 1·1111 ícsiún: <e No co11tc11l á n d ome·�cscri L c en la J/i slo­ ria de un alma-�con las lecciones de mi maestra, me a1,Jiquf yo snla a eicncias cspednles. v por este me­ dio adquirí mayores conocimientos en sí>lo al;.runos rnc­ �cs, que durante t()dos mis años de· estudio. i> Pero Ja �anta hahía leído la Imitación de .lesucristo. Había encontrado en i�l <'Sic .iuicioso consejo dd <rntor des­ conocido: ((No tengm; deseo demasiado de sahN. 11nn¡uc en dlo se halla grande eslnrho v engaiío" ( L l. ('. 2). y así. lC'l'l'lilla Sil 1·011 f i d <'lll'Ía C'llll 1111a l'OIH:l11si4'111


d i g 1 1 a de

notéula :

ce ¡ Ah ! , ;, aq uella ansia de saber van i dad y aflicción de espí ritu ? ,> Guia­ da po r d mismo principio, exdamaha Li n d ía ante 1 1 1 w l 1 i hl i olcca r i camente prov ista : « ¡ Qué aburrida es­ l u 1 í a s i h u biera leído todos es os lih rn� ! )) N ut•slra q uerida Santa hab ía com prrndido la vacui­ d ; 1 d de la c ienci a por l a ciencia. Sa bía que 1<m e i or es 1 •l rústico hum i lde, c¡ ue a Dios si r ve. q ue el s oberbio l i lús o fo q u e , dejando de c o noce rse. c o nsidera el c ur· !'lo de l os cielosil ( Kempis. l. 1 , e. 2 1 . Llegó, por tanto, 1 1 1 1 0 desear ya s in o la ciencia del am or, y para p o . scl'rla a fondo, ningún sacrifi c i o le pareció demasiad o 110

na ,

se r

acaso.

pc • 1 1 os o . Esta ciencia del a m o r, ;, no es, a ca � o , t a mb i én el 1"1 1 1 i co tesoro que am biciona un a l m a peq uciíita ? ¿No 1 · ..¡ �; u pcri or a to das las otras? ;, Qué importa? despuéo;; d e todo, que u n o sepa discurr i r sa biamente sobre los ��neros y las especies, que esté otro perfectamente a d i estrado en las artes o muy al corriente de las c ues-

1 i ones soci ales. econ óm icas � históricas ? To d o e!l o de nada sirve para la eterni dad . . . Y no es qu� se halla de censurar a los que e<;tu d ian estas cosas . Ning una c i en ­ ci a e s mal a en sí : muchas hay q ue son de u n a uti l i ­ dad indi scuti ble. Pero� a parte de la exagerada i m por­ t a nc i a q ue se les pres t a , hay much as cienci a � profan as 'l ll C son vanas o peligr osas, p o r q u e absorben al hom· brc. !)<>r en tero . con detr i mento del n cµ:oc i o de su sal­ vac1 0n. Sin l a cari da d . nada vale p a ra la v ida eterna . « La c ienc i a , a u n la de las c osas cl i Y i n as. no es frurtu osa � i n o por s u uni ón con el a m o r de Dj os. )) Tal es ]a en · :-1eiiaP:,;a q ue el Pad re Et ern o d aha a S a n t a Ca tali n a de Sena ( Düíl. . T. c. 06 1 . ;, Qué pro vecho reporta a l h o m bre d e toda-.;; l a s fati · g a s q ue se lomu. d e todas las p reoc u pa c i ones que se busca p a ra a rranca r a la '\l"atu ralcza s u s sec rct qs mfü;;


21

<.:A l'ÍTlJ l.0

l'ltH I M I N A H

sutiles, s 1 con ello n o aprende a recon oce r a Dios en sus obras y a servi rle mej or? ¡ Pobres sabios los q u e en nuestros día s han llegado a explicárselo tod o-;aun las cosas de orden sobrenatural- por me<lio de la cien­ cia, de la que han hecho su d i o s ! ;, No os agrada más, almas pequeñitas , la sencillez ingenua de un San Félix de Cantali ci0 . • 1 u e se regodea ­ ba en decir : ((No c onozco sino sei s letra� : cinco r o ­ jas y u n a blan ca. Las cinco rojas son las Jlagas d e nuestro Señ o r � la blan ca. es l a Ma d re d e Di os. ·,1 Y así, cuando se . le preguntaba si sahía leer : <<No-con­ testaba...---. , n o s é sin o seis letras. )) ¡ El h umilde herma­ ro, el aman te apasi o nado ele Cristo en la cruz y de la Vir�en María, sabía más flUC el sabio orgulloso mu� discurre profundamente sobre los misterios de J a Na­ turaleza o de la gracia ! << ¡ Desgraciada, pues---d iremos con B ossuet-, des­ e-raciada la ciencia que n o se c o nvi erte en amor ! ' )) Por tanto, el fin de todo estudio, de toda lectura, ha de ser enseñarnos a amar a Dios, a amarle más ca da día. Lej os de nosotros los libr o s q u e sólo t i endan a d a r pábulo a la curiosidad del espíritu , sin ali m entar el corazón . Y he aquí q ue yo os presen to , alm as peq ueñ itas, u n libro cuya finalidad exclusiva es l a d e haccroi; pen e­ t rar más adelante en la ciencia del amor . No husquéi !" en él otra cosa . Si después de h aberlo recorr i d o lent<i y seriamente, c o n este fin, podéi s decir plen amen te convencidos : « Dios mío, creo y creeré siem pre q u e m e amáis)) , habréis d ad o el gra n paso en v1;csl ra a s · censi ón espi ritual . La j ornada más laboriosa del ca ­ mino está hecha : sól o os queda ten der vi gorosamente el vuelo hacia las ci mas radiantes que s e i r á n d i bu ­ j ando ante vuestras mi radas atón itas . . . ¡ Creer e n el amor es ya amar ! En efecto, nuestro a mor a Dios dcpc11 clc en µ;ran .

.

.


2:}

del conocimi ento q ue tenemos de su a m o r hacia n osotros. Es pues, necesario poseer, al menos en cier ­ t o �rad o , que pueda crecer sin cesar, la fe en el amor d t' Dios, para ponerse en marcha hacia las cumbres de lct Montaña del Amor Es ésta una pro visi ón i ndis­ pa rle

. . .

¡ •e nsa ble para e l camin o . La ciencia sublime en que pretend éis grad".Jaros, fe1 Í < :cs almas peq ueñitas e x i ge un curso preparato'ri o l i ien seguido, y , me atrevo a decirlo. estrj ctamente obli­ �atorio : es la previa adquisición de u na fe sól i da en . . t am or q u e Dios os tiene. « Aq uel que qu iere construi r u na torre--d i ce nues1 ro Señor en s u Evangelio-, se sienta primero y cal1:ula los gastos q u e son necesarios, a vc1 si tendrá con r r ué llevar a término la obra, no i;; e a q u e des pués de h aber echado los cimientos n o pueda acabarla. y t o d os los que la vean se burlen de él� d icien d o . ce Este h ombre empezó a edificar y n o pudo term i n a n>

( Le., 14. 28). Proyectáis

construir el edificio de vuestra san t i fi c a ­ ción sobre u n plan determi n ado, el cual n o e s para vosotras, almas pequeñ i tas, s i n o el del san to abando· no, la con/ianza y el am o r . Ahora bien : si queréi s l legar hasta el fin, s i n desfall ecim ientos ni retrocesos. en esta gran labor, ved pri meramente en qué estado ns halláis con relaci ón a la fe en el amor de Dios . En un momento de entus i asmo v fervor podéis e r cer fácil la práctica de estas tres virtudes, sobre las c u ales des­ can s a la doctrin a de l a i n fanc i a es p i ri tual. Pero hien pronto suq?;irán a c o ntecim ientos. difi cultades, tinic­ hlas, q ue pondr á n a prueba su s olid ez. S i vues t ros sen · timientos de confian za v de aband ono n o están apo­ yados sobre la roca sólida de la Je e n el a m o r de Dios, no resistirán mucho tiempo. Ante los ri�o res aparen ­ tes e incompren�i hles de la man o d ivina, frente a ci·· cunfitan ci;:\s que n o al canza a expl icar el sentido común .


2(i

C Al' ÍTli l .O

1 ' 1 1 1 : 1 . l �l l N \ H

crcréis que todo se h a perdido. Dios qu iera q u e en se­ m � j a n tes momentos n o miréis hacia atrás, olvidan d o el ideal superior q u e anterior mente habíais acariciado. Hav muchas almas peq ueñ itas que aspiran a la santi· dad de Santa Teresa del Niño J esú s ; pero no son tan­ t a s las que lo consiguen, y en casi tod os los casos de fracaso se puede aseg!!rar q u e huho falta de .fe en el a m o r de Dios. Si esta virt u d no cla fi rmeza a les ci ­ m ientos, el edi fici o esp i r i tual se vienD ahaj o ante el vendaval d e la pru eb a . Y les a c a ece lo que a aq uel i mprudente c o n structor de que }i ab! a el Evan geli o : el dem onio, que lo ve, comienza a hacer donai re, di cien­ do : ((Esta alma empez ó a edificar y n o pud o acabar. )) Aprended cuánto os ama Dios, almas de hucna vol un­ tad ; e s la ci en c i a primord i al q ue haht?is de adquirir ; todo lo demás se os dará por añadidura . Y n o cre á i s que exagero l n i m porta nc i a de m i asunto. E l in comparable S a n Pablo, (f u e n o ahrigaha pre j uicios . comprendía tan nerfectan1entc el val o r de esta ciencia, q ue l a i mplora ba de Di os i nsistentem en ­ te en la oración en favor de los primeros cri sti anos. los cuales deseaban 11con oci era n J a longitu d. la anchu ­ r a . la altu ra y profundi ílad d.-�I a m o r de Cristml . Y para descubrirle su altísi m o va lc>r la llamaha cienda .•·obreem in enle, a ií a d iencl o m 1 e �i Herra sen a poseerla . le� llf'naría de toda la plenitud de nios ( Efc8 �. 1 8. 1 9) ( u. . •

( ] ) "A fin de que sc<Íi.1· ca¡iarcs de r·om 1u-cndcr c o n todo.\ los .mntos, <¡ué cosa s''ª la rmd1ura y longitu d r profundidwl y alt(•;;a ( rlrl misterio), y dt• 1 · 111w c e r , rnsa qu.e .m brepuja todo c011 ndmic•11 !0, fo caridad de: Cristo, :mperior a toda con r:ie11 da" ( E fesio.", ;�, 1 8- 1 9. Versión Bover) . No habla, pues, Sa11 Pablo de u n a c i Pn d u s U J l<'rÍor ( sohreeminen te), si n o ele l a r ( <>.nhn·1• rn i n1·n t P) a t oda cien ci : i . c aridad d e \.ris t o , Ht pnio ' /\' , ,¡,,¡ !·:.


l.A

C I E N r.I A

� O l : l l l': F M I N E !\ T E

Vá c i l e s com p ren der hasta q uó punto el p: ra n J\ pós­ l o l t en ía razón. Si la cienci a su peri or es aq u elJ a q u e V « ' m á s le j os y m á s claro, q ue abraza m av o r n ú mero . i , � verdades y las más elevadas, y i untamente con t ·s l o e;; de u s o práctico para la eternidad. ;, q u é cien­ c ·i a podrá com pararse con la del amor de Dios? E.:,• e a m o r� en efecto. es la causa pri maria y universal de l od o cuan to exi ste � él ex plica todos los em�m a s de la n aturaleza . de la gra c i a y de la �lori a. v es, en 1 · i crlo m o d o, la clave de la bóveda de tod o CI orden :->4 >hrcn a t u ral. El Espíritu Santo la llama n o sólo c i e nc i a . s i n o (< Sa ­ bi duría d i � n a de ser honrada1l . « Aq uellos a (1 u iencs s e dcscubre-- a ice--. la am a n l uego que la ven � y re­ con ocen s u s maravillasn ( Eccli., 1, 1 4-15). Y verda deramente e s así, q u e cuando un . alma ha l h� !!a d o a descub ri r el amor d e Dios e n todas l a s c os a s , la� m aravillas más altas n o le cau san extrañeza ; s e h alla como en s u p r o p i a casa en el mundo sobren ,1 t u ral ; los mister i os divinos le entreabren sus m á s m a ­ ravi llosos sec retos ; s e siente con stantemente admfra<la. y s i n em ban?;o. el obj eto de . s u a d m i ración le parece cada vez más sencillo. En el océan o sin l ím i tes del amor de Dios de1ici osam ente se s u m cn!c. saborea ndo la al eµ:ría de saber y senti r fl l l C este a m o r le p<'r lcnccc q u e es su b i en . s ! J ri crueza, rle q u e n a d i e l a pnd rá dcs­ po r nr.

La fe e n el mn o r de D i os comunica esos oios ilu­ minad°o s del corazón. de q u e h é! bla el A nóstol . ( R/es . . l. 1 8 ) para pen etrar e l senti do ele l a E-,cri t u rn . · .\ .,. í � o rn o q uic n h a a p rend i d o a leer puede, por medi o d e l a lectura. adq ui ri r m u l t i t u d d e n u evos c o n ocim ientos, así tamb ién el alma que c ree en el amor d e D i o s com­ prende fá cilmen te las verdades reli gi osas más eleva­ das. La doctrina cristiana no es ya pa ra el la 1 1 n c o n ­ rP.pto frío q u e n o h abla sino a la razón :, adq u i erf' m1 ··


C.: A l'lT lJ LO

28

l'H t l. L\'ll i\ A H

suave atractivo y u n a fuerz;a persuasiv a de c o nv1cc w 1 1 . q ue determina la voluntad hacia el bien . El Evangelio, ese i n menso fresco cu y a es plénd i <l a b ell ez a desconocen las al mas vulgares, aparece c o m o una s oberan a obra de arte baj o el pr i sma de) a m o r di­ vino, r¡ ue lo inspira y lo penetra. Sus men o res deta­ lles adq uieren entonces un sentid o rel evan te y ahrrn luminosas perspecti vas s ob re todos l os mi ste ri os d c-1 dogma catól ico. La fe en el a m o r <le D i o!' com u n i ca al espíritu pers picaci a de lince pa ra descuhr i r en Jas fó r­ mulas de la sagrada l i t u rg i a lu ces sef:retas q u e rev e ­ lan cada vez me.i or las profun d i d ades i nsondables de este amor divino, ob_j eto de nuestra fe. ¡ Oh divi n a ciencia, que abres tan dilatad os l1 orizontes a l a i n tel i ­ g-encia humana l , ; quién no querrá poseerte? Un san to se ha dicho, es un hombre que tiene u n a i dea fi j a . En efecto, ;, no s e ha vi�to a menud0 q ue bas ta un solo principio sob renatu ral hi en eom prcn <l i d o y llevado hasta sus últimas consecuenci a s pa ra eleva r a un a l m a hasta la cumbre de la san tida d '? R eparnd en aq u ella naturaleza �encrosa, q ue hasta ahora ve�e ­ taha en la mediocridad : h o y s e detiene �ntc u n a v e r ­ d a d religiosa q u e se f!podera de su corazón y lo c n 1 1 mu eve v l o avasalla. Desde este momento l a tom. 1 como idea directora de su vida, y per�i :;u e c on con :-; . tanci a el i d eal de san6 dad q ue 1le t>l b s t� de� prernl(-. �sta alma ha de_j ado de se r vu lga r : no se det('n <l r i va hasta haber escalado las cumhrc�. He aqu í una hermosa págin a de u n a u t o r con tem ­ poráneo ( ] ) q ue con fi rma y a poya esta ve rdad : ,

«Un alma convencida de que su Dios la a m a. c 1 1 1 1 1 su deber entero . D ícese q u e 1\rn Gonzaga se convi rti ó movida por este solo pcnsa m i rn ·

1>le perfectamente � ))

F. J\ 1 1 iz;1 11 :

l/fwirr f.(


29

¡ Tanto amó Dios al mundo ! Prueba evidente q ue Ana había com pren d i d o el alcance d e esta verdad. N ingún alma pu ede com pren derlo si n lle�-.u a ser

lo:

santa.

»Ante el tri bunal roman o llevan a }a j ovencita Inés. Le presentan, por un a pa rte, el anillo de oro de ricos espon sa l es ; por otra, la espada desn uda del ver· dugo. Es preciso elegi r. Inés m i ra lo uno " lo otro . . . S onríe . . . , y, a cord ándose q u e €'s amada d e Di os . . , A m o Ch ristum!, dij o ( Amo a Cristo). )) ¿, Véis a hora es os dos n i ñ os camino de Granada ? V a n los dos, el h erm anito la h ermana mav or, que tie­ ne un os ci nco o seis años . . . -.-;, Adónde vais solos? _____. V amos a Africa. -¿Y qué v á is a hacer e n Afri ca ? Teresa, rad i ante : -A m ori r por D i os-d ice. E l alma de Teresa había ya sen t i d o el amor divj n o . > l Heparad en tod o s l o s s a n tos : buscad e l secreto de su celo y de su fidel i dad . . . Helo aq u í : e::;taban con­ venci d os de que D i o s les am a . . . ¡ Y en retorno le ama ron !

»Si creéi s firmemente en el amor que Dios os ti en e. el dolor y la mue rte os parecerán delicadezas del Co­ razón d ivino, q u e quiere acerca ros a Sí. Con esta con ­ vicción profun da, y a n o diréis : « Dichosos los ricos . . . , dich osos J os q ue se encumbran, los que triunfan. )) Di ­ réis� sencillamente : « Dichosos los que se unen a D i os, aunq u e sea por la expi ación doloro�a o por las lágri ­ mas d el aban don o . Desde el d-ía en rrue tengá i s est a conv icción. con oceréis la malicia del pecado. el va­ lor inestimabJe de las contra riedades y la futi lid ,Hl de las cosas del mundo . . . » Ya lo véis . . Pa ra comprenderlo t o d n bastn cs l 1H ciertos de que Dios nos ama. Para saber hien n o f•s precis o s a ber tanto . . . N o� N o ; d e j ad a u11 lado i:a n ta :-. verd a d es . . . l! na verdad fon damental y ava ,:a]Ld r 1 ra .


C A P ÍTULO P ll l·: Ll '\·l l t. AH

n El v crJad c ro cam i n o pa ra :-;ant i fü�a r u n alm a, • l l l l i ­ llena de crímenes h orri b les y d e i nci i -' naci ones más horri bles, aún, hclo aquí : en aquel la i n teligenci a verted, ahrasadora, es ta verdad única <le q ue Di os la ama ; cuan do esta verdad haya penetrado y transformad o aquel espíritu, y de él desbordánd ose a s u corazón ; cuando, en fin h�tya pasado h i r v i ente a las ohras exteriores, aquella alma i n flamada, divi­ n i zada, será el alma de u n santo. >> AJmas pcu uefii t as, ;, p o r q ué no hacéi s d e la ,le en el am or de Dios la idea fl'..ia de v uestra vi d :t ? ;. Por qué11 0 c onsagr á i s a esta cien c1:a sob reeminen.te tod o s vues ­ tros cu i da dos, todo vuestro estud i o , todas v ue�trus pre ­ ferencias'? j Dí�nese el Espíritu Santo inspiraros el de­ seo v h a cer eficaz vu est ra buena vol u nta d hasta lo­ µ-ra r] o ! q ue estuviera

A F E C TO S Y

OH •\ C I Ú :\

llem c aq u í q u e me presen t o a V 0 1' , j oh J es ú s ! . v o , a l m a peq ueñita, i�nornn k y déhiL para solici t ar mi ad­ misi (m e n la escuel a d e v uest ro Corazón a do rable. Si os d ignáis admitirme, se ré u n a alumna dócil y g{'· n er os a .

V os <l i i istéis a vuestra c o n fülcn te Santa M a rga rita María : « Quiero da rte a leer el Libro de /a, Vida: d on­ d e se contiene J a ciencia del amor. » ¡ Oh , q u é .feli z sería y o , amado Salvador mío, si oy ese ffltas mismas pa]abras de vuestros sacratísimos lahi os '. Todas lns ci enc ias h umanas me parecen viles y desp redablc ; des p u és q u e v u estr a gracia me ha revelad o el va] o r de l a cienciu dd am or, c o nten i da e n e l lihro d e la Vida. q u e es vuestro ad orable Corazón . Que vuest ro d ivino Es p í r i t u , dedo de la diestra del Padre y a u t o r de t o d a san t i ficación, vuelva por s í mism o n n t e m i s


l.�

' 1 1 . 1\ 1 : 1

\

� 1 1 1 : 1< 1-: F.\'ll \ J·'. 1\ f l•.

31

; t l t -1 1 l os s u :-; pág i nas m i steriosas. l!:nt m wcs com · 1 • 1 1 · 1 1 d 1 · 1 1·· l a i 11 L t·1 1 s i d ad d 1� Ja hog u era de a mo r q ue por 1 1 1 1 r-.i • 1 · 1 1 1 1 smnc. V u estro Corazón y el mío = e a h rnsarán ' 1 1 1 1 1 1 1 1 a l lmna ard i ente y celest ial. Volará al .:;acri flcio ' ¡ i l 11 1 l µ,¡ 1 1 1 c f o sobre las al a s del am o r . Senti rá la n ec e 11 1 1 l1 1 c l ele c o n sagrarse por tod os los meJ i os pos ible" a l . 1 sa l v 1w i ún de las almas. Sólo vivi rá para pro c u ra r ' 1 1 1 •sl ra ,!.doria. a u 1 1 a costa de s u com od i d a d y <l e s u 1 q 1 1·1

d l 'l'4f ' i l l l "' º · " l .a c i e n c ia

del a mo r- lo d ip;o con San l a Teresa del N i 1·1 1 1 J esús-� : esta pal abra s u ena d u icernente en e] 1 1 í 1 l o 1 l e m i alma . . . Nada deseo sino es ta c i en cia . Por c · l l u . 1 · 11 •m<lo hubi ere dado todas mis riq uezas .. c o m o 1 1 1 l•:s posa de los Cantares, pen sa re n o lr n her dado 1 1 ; i d a . . . ¡ Tan claramen te comprendo q u e sól o el a m o r , . .., . . a pa z de hacernos agra dables a Di os, q u e este am o r , . .., .. 1 único bien que a mbici ono ! )> ¡ Señor Jesús ! ', aceptadme y ponedme en la última l i la de vu estras discí pulas, pue.,to q ue soy la m á s p1�q ueña y l a más ignorante d e todas . . . Pero q ue oiga vo vuestra Voz divi na, que da a mi corazón dulces l ecci ones de amor, y h a1?;a rápidos µro!!rel" o� con un maes t ro como Vos . . . ¡ To d a la glo ria de ello será p a ra V os, mi adorado Maestro ! Y to do!:; los esco�idos, ·� o­ cios los :í ngelcs del Cielo, os feli c i tarán p o r hal ,cr ·i. c­ n i d o t a n to PX i to e n u n caso t a n deses 1 w ra<lo romo era <'I m ío .


PRIM ERA EXCELEN CI AS D E

LA

DE

PA RTE FE

EN

EL

A MOR

DIOS

CAPITULO PRI MERO LA FE F. N F. L AMOH. DE

DIOS

Y L A FE EN LO S M I S T E R I O S

La excelencia de u n a virtu d s e mide por la rela­ ción que tiene con Dios y por la eficacia de los so­ c o r r o s que n os. presta para alcanza r nuestro últim o fin . Juzguem os, pues, de la excelencia <le la fe en el amor de Dios, fijando sus ínti mas relaciones con bs tres virtudes teologales, q ue son com o el alma de la religión, y cuva heroicidad constituye-seg ún el j uici o oficial de la Iglesia.----'l a santidad auténtica de sus

hij os. La fe

en el amor de Dios n o es específicamente distinta de la fe teologal, cuy o �ermen recibimos en el bautismo. Es m ás bien la floraci ón, l a última perfecció:n de ella. Creer las verdades reveladas v enseñadas por la IJ:1;lesia es cosa i n d i spensable ; sin esh fe no somos ni siq uiera cristi an os. Pero no bai;;t a . La virtud teolo­ gal de la fe no es de orden purnmente intelectual . Para q ue llegue a ser el principio <le nuestra j ustifi­ caci ón, es preciso que sea u n movimiento inicial de


1 \ 11

l.N 1:1.

-\ 1\1 0 1 1

l l t:

1 t 11 l.i c•I 11 1 1 1 1 1 1 h a cia Di os. 1 111 1 n . . ! � 1 1 1 1 1 A 1 11'1s l o l-��

U IO S Y EN

l . O S .\1 1 :-''J' EH I O ."

�,'\

« C reyen d o de corazón-de·

c o m o i;; r

llega

a

la justicia ))

1 /111111 1 0, I OJ. ;, C ,t 1 1 1 • ,. j µ 1 1 i fi ca esta palabra si n o q ue l..t le, a d lie· 11 1 1 1 1 1 d1• l a i n tel i gencia imperada por Ja volu n t ad , re· 1 1 1 par l Í l ' Í p a c i lm ac L i va del cornzún ? La intel i 1 1 11 1 1 1 11 1(1• 111 · i11 1 1 1 1 l o es todo en n osotros ; 1 1 i s i •1 u iera es l o rn e1 1 1 1 t l 1• 1 1 0:-1ol ros. N uest ra rmis p ret: i os<1 j o va es el c o 1 1w 1 1 1 , 111 \ ol 1 1 1 1 tml. En n i ngu n a parte de la .Escritura • t • lc•1• • 1 1 1 1 · D i o s haya d icho : « l>ame t u i nteligencia i> ; 1 11• 1 0 � ¡ i-c encuentra esta dulcísima pahbrn : ((Hj j o 1 1 1 1 1 1 , d 1 1 1 1 1c t u corazómi ( Pro v . , 23, 26) ( ll . A l i u rn b ien : el ofici o propi o d e ia / e e n el amor , , ,. 1 · 1 1 t rq i;a r a Dios, al creer las verdades religiosas, 1 1 1 i 1 1 l 1· l i gcnt·ia y el corazón. Su finalidad es la de . 1 ,, 1 ·g 1 m 1 r al a lma <( la plen a convicci ón de fe)) ' por la · · 1 1 a l . a l deci r de San Pabl o. e. n os llC'i.rnmos .:1 Dios . •

co1 1

s i ncero corazórrn

( Hebr.,

· 1 0, 22 ) .

( : reo en los m i sterios de l a rel i �i ón : e:-ta es la en de la iBteli gencia. Creo en el a m o r que ha i ns· p i rndo est os m i s t eri os, como J a causa produce el efoc· 1 o : esta es la en trc�a del corazón . Por tanto, para q u e v u est ra fe sea completa y os haga agra d a hles al Señor, ha de rem ontarse al pri n ci p i o de todo :; los m isterios, d e todas las verd ades d o,gmá ti cas : el amor divino. E l amor de D i os para c o n n osotros e:;; la raíz ocuha i l r todas sus ohras, el su elo misteri oso donde germ i ­ n a n , c o m o en magn ífica íloración i todos s u s q uereres, r o d a s sus exigencias sob re ca da uno de nos otros . El a m o r , des p ués de habernos crea ilo , obró la En­ carnación , i�spi ró la vida oculta en 1\!azaret, alimen · 1

rc�a

j 1) .. / ; nrn<', hijo, tu corn:-.<Ín , 1· tus e jos o bsen�·n mi8 r"G· m inos:' E l sentido lit eral d e est e ver¡;; o 1 " : "Pre,;ta . h ijo. a i c · r 1 < " Í c� 11 a m il' pala bra&, y m ira q u e g n a :·rl1•c; l o s r · 1 1 1 1 s....ios q 1 w 1 1• d o y "" . /\ . del /·,' .


34

J > A n T E 1 . -CA I'.

1

tó el celo de n u estro Salvador amad ísimo en su vida pública, sostuvo s u valor du ra n t e la Pasión, inventó la Eucar istía p:tra com u n i carnol'i a n osotr o s las gra­ cias de la H edenci ún y perpetuar su presencia entre los hombres. El c ri �t i a n o que con oce el amor de Dios para con su cri a t u ra c ree con faci l i d ad, n o obs­ tante las apariencias. l\o siem pre com prende, como el niño no comprende a su m a d re c u a n do le clice q ue una estreHa es más gran de q ue u n a casa ; pero acepta tranqu ilo y seguro lo q u e l a fe le ensl� íi a . rf pitiéndo­ se a sí m i smo : << Creo en e l amoL q ue ha podido, q ue ha debido obrar esta maravilla. )> Ante el racionalismo pr otes t a n te. •.f u e n i ega la pre­ sencia real de Cristo en la Euc;:i r i s l í a , un céleb re es­ critor exclamaba : << ¡ Q ué o d i osa es seme j antt. nece­ dad ! Si Jes ucristo es Di os, ;, q u é d i ficultad hay en ello ? » Basta, en efecto, poners e de a c u erdo con el sen ­ tido común y con la raz ó n , p a r a hallar natural que al amor divino� e n S lL'> man i festac i oues, aveutaj e al amor humano y n o se detenga ante nin�ún lím ite, p ues­ t o q ue lo impo� ible n o existe pa ra el. Oi�amos a Ross u et celebra r, c o n s u gen i o habi tual, la excelencia de la fe en el am o r : ,, � ¡ el hom bre -.dice-, que es p u ra flaq ueza, i n ten ta lo i m pos ible para satisfacer su am or , D i os ;, n o e i ecu l <1 rá nada extraordinario para sttisfacer d s u y o '? l>i).!e1m os, pues , como su prem a razón en todos los m i � t er i os : ¡ tan l o amó Dios al m u ml o ! Esta es ia doctr i n a Jd '\' bcs!r-o. y el discípulo amado la hahía aprnn d i do perfec:tamen� te. En s u tiempo, Cer i n to, h e re j e, n o q uería creer q ue Dios hu biera podido hacerse h om hr<> y ofrec�rse c o m o víctima de los pecadores. ;, Qué le contestó el Apósto] ­ virgen, el Profeta d el i\J u ev o Testamen to, el ág-u i la, el teólogo por excelenc i a, aquel s�nto a n c i an 0 q 1 : e n o tenía fuerza sin o para pred i c a r l a caridad? ; \)ué res­ pondió al here j e? ;.Qué- sím hol o, cr 1 1 ¡; n u eva con fesi ón ,


a l a herej ía n a c i en te? F:scudiad y adm i ­ l 'ws1 1 L ros l:rcemos- J i j o-y confesam os el am or 1 1 1 1 1 · 1 > i 1 1s 1 1 os l i ene. >1 Crea 111os , . p u es, con :;an J uan. en 1 • 1 1 1 1 1 1 1 1 1 q u e D i os n os tiene, y la fe nos parecerú .su.a­ , , . . �i fu l onw m os por este lado tan em ocionante.

1 11 · r• . o p wm 1� 1 l 111

'"·

. .

.

1 1 1 1 s a m a ! He aq u í la gran verd;id q u e con­ ()uien la comprende n e, tar1 1 1 1 1 1 1 1 · 1 1 comrrenderlo todo . Tod o en la religión pa1 1 · 1 1 · 1 1 1 a r a villosamen te razon able a la inteligencia que 111 • l i a penetrado <le es t a verdad , u saber : q ue U i us 1111111 l a n t u a s u po bre criatura, q ue se incli na hacia 1 • l l H pa ra tomarla y elevarla hacin Sí y cstn�charla tier1 1 1 1 • 1 1 1 1� so bre su Corazón de Padre. Cierto q ue los rni s ­ l 1 · 1 i 1 1:-; 1 1 0 de j an de s e r m i s t e r i os ; pero se le presentau 1 · 1 1 1 1 1 1 1 verdades i n falibles. de los cuales. sin entender f ' I 1 ·1'11 1 10, c onoce el porq �é : porq ue su 'credo d es can­ " H 1'1 1 hre la fe en el amor d i vin o . El oLj e t o integral d e la fe es Dios. Ahora bien : (. 1 1 0 e s , en cierto &enli do, pecar contra la fe el forjar­ '- t ' u n J > i os a su m a n e r a , un Dios q u e no es el del Evan­ µ,1• l i o, q ue nos le presenta todo bueno v amante? El 1 1 1 1 1 a q ue n o cree o que cree tibi.tmcnle en e l amor d i v i no, n o puede tener sjno una fe enclenq ue y enfer 1 1 1 i :1.a . fy D i os a qu:cn adora se parece a l e.e Jo5 j an ­ ¡ 1 > 1 1 1s

l

1 1 • 1 1 1 • l uda:-; las demás.

.

.,

, · 1 1 i Lt s . L o s j ansenistas i mag i n a r o n ,

<lefor1 1 1 1 ·s c ru c i f i j os, representaci ún gen u inamente exacta de s u :-; pensami entos mezq u i n os : el Salvador tenía las ma1 1 os da vat1as en ia cr u z perpendi cularmente sobre la 1 · ¡ d 1eza. µara ab1·azar con ellas el menor n úmero posi­ l 1 l e de a lmas, y s us oj os parecían rehu i r la mirada de la t ierra. Horri h!.e concepto del Dios q u l' tan tierna1 1 1 c n te ama a s u s criaturas y q ue qu iere la salvación de i odos los lw111J.1 r es l l Tim., ,;¿, 4°}. ¡ Ni nguna hare j ía, quizá, en tmfo la h i::;toria de la en

el ecto,

unos


i ' A ll'l' E

t.

f:.U

J

I g les i a ha l u�c l i o t a n t o d añ o a las a l mas ! ; N inguua ha sido tan i n j urio:sa para Di os ! Nada hi ere tan al vivo et co razón de n u e s t r o Pa­ d re celestial como el ver descon ocida su bond ad y � u amor. Prueba de ello tenemos e n la severi dad con lJ UC f ué tratado el si ervo malo del Evangel io, depoi:;itario de talen to q1•e había reci bido de su amo. Oigámosle d a r c uenta de su depósito : « Señor�dice-, h e a q u í t u ta lento. q ue he gua rd a d o en u n pañuelo, pues tenía m ied o de ti, q u e eres hom bre severo y que q u iere5 recoger lo que no depositaste y se�ar lo :n1e no sem ­ b raste. 1> El rey le contestó : « Por tu boca misma te condeno, siervo malo. >> Y dij o a los q u e estaban pre­ sentes : « Q u i tadle el talen to y dadle al que tiene diez . ;> •< Señor-le replicaron-, ya tiene die.z. •\ �( Yo os d igo --repuso el rey-que al que ya tiene le sení dado y se h a rá rico ; pero al q u e n o tiene, se le quita rá aún lo q u e tiene. ii Parábola m i stf'r i osa, _ cuyo senti do prác­ tico µara n osotras, a lmas peq u eñ i tas, es ciertamen te éste : la i dea q ue nos form a m o s de D i o� Jei:ermina su nctitud para con n osotros. De n u estros pr1J p i os pensa ­ m i entos sale la fórmula de n uest ra 5entencia . Ved aquella alm a q u e n o cree en el am o1 de Di os. Tiene e n s u trato con E l el corazón en cogido, tímido. abatido, q u e le presta el aspecto de esclavo más bien q ue la li ber tad d e h ij o . En las prácti cas donde tan tos otros encuentran su anch u ra de corazón v �ozo, eHa a r rastra :;; e rvi lmente el yugo del S.�ñ or, que le pe!=;a tanto más cuanto n in g-una alegría �spiritual viene a aligerarle su carga . . . El temo r q ue la opri m e al pensa r en la muerte y el j ui d o es para ella el ca5ti go de la in j uria que hace a Dios n egándose a creer en su ter­ n u ra. ;. Cómo lrn hrá de recompensarla ·v coronarla de amor si ella n o qu iso creer en el amor? M i rad aque · Has otras que han con oc i d o este amor. han conta­ do con él y se han entre g a d o a sus llam a s tan apa-


1 ' F t: 1-: N •: 1 . ,\ M OJI IH:

UJllS

y

EN

r.ns

l\l l S T E H I OS

37

1 • l l 1l1·"· Pmrnn los días en aleg-rc seguridad, y des1 11 11•114 c ll' l iaher vivido en la opulenc i a de u n a paz \' 1 11' 1 1 1 1 �ozo que n a d a pudo ar rebatarle5, verii n u n 1 l i . i 1 · 1 1 11 1 1 , l i rse en su favor este oráculo de la v er­ . l 1 1 d : « A l que tiene se le dará , )> A Jas almtis q u e t u ­ ,. i 1 · 1t 111 fo en e l amor se les dará l a plena po-;esi ón del 1 1 1 1 1 1 1 r. Esta virtu d de la fe puede ella �ola estahlecer 1•1 1 1 l ' I ' , . , ¿¡Jma V Dio!' el contacto espiri t u al que es la ' i 1 l a 1 1 1 i �m a del culto interi or a que Dios tiene derech o.. I C 1•1 "1 1 1 dad aquí, alm as peq ueií.itas, aq u ella mu i er del E \' 1 1 1 1 ¡.i;d i o aue, mezclada entre una mud1edumb1=e c o m ­ nada y padeciendo u na enfermedad i ncu rnhle, s e <lecfa i t 1 I C ' l' i n rm ent e : « Si lol:!rara vo tocar lí n i camen te la l' i 1 1 1 h r i a de la vest i d u ra de Jesús, q u eda ría c u rarl a . n Con " " Í<· p recisamente Je tocó y obtuvo el mil a g ro. Y Jesús 1 ·0 1 1 1 H"ic1Hlo q ue hahfa salido virtu d de EL se volvi ó : " ; ( ) 1 1 i{m me ha tocado? )), di.j u. Y como todo5 Ee ex 1 · 1 1:-a han. Pedro y sus com pañe ro s le d i ieros : ((l\fa cstro. l . i 1 1 1 11ch cfl urnbre por t od� s pa rtes te opri me v estrecha. ¡ \ p reg untas quién me ha tocado? » ccAl:ruien me ha l c wa<lo-insi!;tió Jesús-· . pues Yo he sen tido que ha ... a l i d o virtu d de Mí '' ( Me . . S . 28-31 l. !-:'.'Ita insistencia del 'Maestro, que por entonces fu¡, 1 1 1 1 cni�ma para s u s discípulos, n osotros la c o m p re n ­ d c · m os, entendemos la lección tan im portante que en1 · i 1· r ra . Entre much a � almas q11e sP acercan a JeslÍ s, : � · 1 1 1 , acaso. m u chas las q ue le tocan ? Heparad en aq uella concurrencia de fieles i1 ue asi ">­ l c • 1 1 a misa, o q u e s e api ñan al pie de 11na custodia . . . ¡ ( :u ii n tas veces podría c o n tod o dPrecho dec i r nues1 ro dulcísimo R edentor : « Este nuehlo mP J� ,mra c o n l 1 1 s labi o�, pero s u corazón ec;; t á le i ns d� Mfr ! Leí en mi nl.ñ ez u na graci os a leyenda que me im1 1 rrs i o n ó profu n c hm,..n te. En1 c:;P, u n r a v o dt> sol fJUC habiendo penetrado por la vidriera de un a igles ia. ov•) una voz que gemía suavemente : cq Siempre !;Olo ! 1» El


l ' : H tT E

:111

1.-

í: A I' .

]

r.a y o e le �·ol p ú sost! a aca r 1 < ' 1 ar u n a s t ras o t ra la s esta· t u as del s a n t ua r i o. con el fi n de · eon sola rlm • crc vcml o q u e l a oucj a proven ía de ellas. Pno l a voz seg-uii{ m u r­ m u ra n d o : a ¡ S i cm prc solo ! » Echó de ve r q ue l a voz salía del sagrario, v fuf a hes a r cariñosc; mentc J a pri s i ón del d ivino Ca utivo. Pero en van o La mi.;; ma q ueja reson ó e n el s i lencio del J ugar santo : « ¡ S iem pre solo ! )> Y el ray]to de sol se puso mu y triste Mas a p o c o he aquí q u e l a i �lcsia se llenó de hombres y rn u ­ j c r cl' S e cantaron h erm osos cánticos. l.os h ombre<: e 'l ­ t a han d i stra ídos . l a s mu i eres cuchicheab an v l1 a c ía n g-al a de s u s pl umas v atav íos Y Jesú s volvió a dec i r : " ¡ S i empre solo ! )) Termin ada la <·erem o n i a � e1 1tró u n pobre n i ñ o. :. e a r rodil1ó a n te e l alt;u y d e s 1 ¡ cornzi'lll sali ó u n ray o q ue iha a d a r e n el sap:ra rio. F. i rayo d<' sol n o ovó m á s . . . ¡ Com pren d ía que JesÚ5 n o esta ha v a solo ! Levcncfo sí. pero c u á n verda<lera, ¡ a v ! . a! ma peq u eñ i ta que l ees estas líneas : en m ed i o <h �ult it u ­ dcs q u e rodean a Jesús si n pen s a r en E l , sf.. aq u d n i ii o c á n d i d o y piadoso q u e le acompaña, q u e vc rcb<lc rn ­ rn e n tc le c o n m u eve c o n la fe viva y el am o r. G ran pa r ­ l e d e J o s crist iarws t ratan a J esús c C \ m o a u n s e r va !-!· o y a h�;i racto, a n t e el c u al se p ros tern a n fría men te, cm�1 1 1 a n t e 1 1 n a rcl i m 1 i a ;, Por n uii así'? Po npc n o t i enen fo v i ii,-o rw•a. No saben que Je.:;Ús Ies a m a . o nl m en o " i •m1 á s piensan e n ello. \i a d i e les h:l h <l h Lulo de ·:·� ! < · a moL q u e s e d i ri �c J Jerso n a l mtm l c a e a cl a u n o 1 l c d l o .: . l o s i n vita v q u i e re lb rles l a fel ici da d v la vi . l a . Ha n oído i n culcar a l i i 1 1 L'aclamen t c la fo Pll l a l ll"f'Sen c i a real : pero rui <la más. Pa rci·en i g n o r a r q u e el m 1 c m o ra C ' I d sa g ra rio t i en e 1 1 1 1 Corazón pal p i t ante d e t e r n u ra Y u n os brazos que: se abren para est rech ar él los lwmbres en u n nhra zo 1 n e f 'l b!e. ;, Cóm o q u ed-is íf tl � vnyan a l 1 a h l a r c o n .Tcs ú � r o m o s e va a c o n v e rs a r c'on 11 11 a m i ­ go? S o n para E l insensi bles ; t o d a s u rel igión se re.

.

.

.

. .

. . .

.

.

. •

.

. .

_

.

.

.


1

.\ l' I•:

l·: N

E l . .\ M O H I H: D lO S Y EN T.O� '1 1 STERIOS

39

1 1 1 1 1 ·1 · . i 1 1 rú d i e a s Pxterinrcs, que e j ecutan mal 1) hi en . 1 1 1 1 p1 l l ' a 'I v t �< ·cs c o m o u n a ca r�a m ole.;; ta . . . � Y q ue hava 1 1 d l l u ic •!'\ de c r i s l ianos q u e viven así en u n a religión • 1 1 1 1 • 1 · "' a m or ! Y 11 0 PS 11 11e n o lefü �an corazón capaz de 1 1 1 1 1 1 1 1· S i n o q u P s u fe es super fi ci al. no ptnetra en 1 1 1 q 1 1 1 · · l t a v clr tmí s ín ti m o. más p ro fu n d o v esencial en 1 > i u "' : s i l a m o r l i a d a los h om hres. Sól(\ con pensar en 1•11 1 1 1 . l os san tos sentían estremecerse el r o razón v los 1 1 i u·• s 1 · les arrasahan de J á oTima s . j D� o3 m í n . qt;é m ­ i " "' ' : 1 1 1 1 c·11 1 <' o s t ra t a el m u n d o ! \J u es p o.., i hle fJ U e un al ma perr u eñ 1 ta . deseosa d� .. 1 1 1 1 1 i f i C "a rse pnr el a m o r. desconozca el a m o r del Pa­ , l n · C 'clest i n l . Pero tal vez acaece que se forma de • 1 1 1 1 1 c o n cepto harto confuso. v <'n fo v i da prácti ca 1 · l l'< T H �'rd n <l e e¡;:tc a m o r no la impff siona ; lo cu al , • .,. 1 1 a ra t>l1<1 ve-rda<lt"ra desgracia . · H '"· n1f•l va!"f'. P l l f' ., , a 1 ·ulti var ffta vi rtud de la. Je , . , , el a m o r df' Dios. a im i tación de r n modelo, Santa T« ' wc;; a dPl �i ñ o J esús. e n cy u i e n fl,)reci ó m a�n ífica ­ " 1 1 ' 11 f P . u Oh

.J esús m ío- -- ilccía la :imahl e s a n t3- . parér.en o ouedes col m a r n n al m a de m á s a m or del • 1 1 1 <' h .· -1s <'nl nv v l o la m í a . i1 Herm o�o acto de fe es •'·..:l p. No tP.nrnrnos e m e esff� fn era �e hwar en n u estros l a h i os : JeslÍs recibi rá c onsuelo v !d oria si se lo l"<'Jlel i m os con los .;; p n t i m i entos <lé h u m i lde e:ratitud o u e i n 1 1 1Hl n h a n <'� c·n rn zfm Of' Teres a . A crucHa a]m;i Y i nú n n l ,, ndrm os <l<>ci r 1 r u e reci hía r..:on t i r111 a mrnte los r ; 1 \ OS d rl h f'Ttll n'.U) sol dP fo fp pn r:f (1 r/ l fJ /" Je nio � . � l l n l v e ., "' " ed ins:ihil 1fot ní s cfr. bs o-.:; c 1 1 ras n u h('S d e h 1 Pn h c i 6 n o de l a d 1 1 da. sen tíase t ra�tm nada hasta las l l f" t\ ÍU n d i d a des O<' s u s e r. Ella. m i e lla maha n su s p f' · ni/los s u s neque1ias alr�rfos : f'l l a . q u e ¿., las h u m i1 1,,Timu ' s extcriorc -; se lo:an tn lH1 nuís furta!er;du : ell 'l . 1 1 1 1 r éll' P r l '."! ha las m orded 1 1 ra8 del frío hasta morir de Pila.�. n o pod ía soportar sin íntim� cfos fallecimiento el 1 1 1 1 · r111 0


·10

l'A lt·n:

1

C i\ l'.

J

ecl i 1 1sc de �"te sol i n : c r i o r n u e t a n c1a ram e1 1 le le m a ­ n i festaba el a m o r d e D i os. Todas las otra5 pruebas la dei ahan seren n ; ésta la ent1 istecía. Nos lo con fiesa sen c i llam ente en dos ocas i ones diversas. en q ue quiso desC'ubrir el d oloroso -estado de s u al m a . << Estaba y o c i erto d ía�scrihe -·extremadam entc p robada, casi t ri ste. co n u n a tin iebla t;il. que n o ·"ª " lúa. y a s r: e ra am ada de Dios. >> En otra ocasión . e n el lecho de mm�rte, (( fué presa d e u n a verdadera an ­ ¡.rnstia. v sus t i n i ehlas a u m enta ron )) . ; Oué acaec ía en su alrua? No lo pregu n té i s : el hermoso !'ol de s u .fe rn el a m o r J1 ,t bfa pad ecido ecl i pse. <cNo sé r¡ ué v o z n 1 aldita-esc r i f · e l a san ta�me decía : :< ; Estás .'>egu ra ,¡ ,, 8er amada de Dios ? ;. Ha ven ; ! l o "E1 a d ecírtel o ? ¡ N o f,erá, dertamente, l a op i n ión el e algunas criat• i r a " q u ien l e j u�lifi caní dela nte de E l ? >• ; Nn e� v erda d ci u e "e Cl' h a de vr r 1 111 r .'HT U Í la ª "l u ­ c · i a . v l a ha hi li d a d i n fe rnal del Mal i gn o ? Sahc has t a q ué punto Teresa crt>e e n el a m o r . l e s u D i os ; s;¡ l ic q ué se�u r i clad l ;m i nc o n t ra..,taht t� c o m 1 1 1 1 i 1 · a :1 s 1 1 a l ma e 8 t a fe ; a aq uel balua rte, pues. di ri¡!?:c s u s haterías, p u e5 eon o cc nerfcd amente fJ l l C si lo!!ra � rr ebata rle "' " tc­ � o ro. h a hrá ga n a d o l a v i d o riR. Pero D i os. q u e vela ha �; · i bre !' U am a d a . le <levolvi i'1 la p a z . <l i s uonien<lo q ue ;.i q ueJla m i s 1r n1 n oche le en t re !!: a �en 1 1 n hillelí to en el 1 · u al :m segu 1 1 d a m adr��-- - Pa u l i na-le reco rdaba ]()s nr i ­ v i le!.Yi ns q u e J esús h a h í a otorg-ado a su n ! m a . y le :l''if'­ '.!U raha q u e FTa a m o,fa i11 t ensam en u n o r Dios . I .<1 Íf' en el ;.{nlnr <le Di os es nece�a r i a para :'la a rl o ­ r :wi ón en P.s p í ri t u . v P.n verdad )) que: reclama el Pa ­ c1re cPlestial. Encontrém osla como en el mmto <le p a r ­ t i da <le la vi da perfecta, y n o s la volveremos a en c o n ­ t ra r en s u m á s alta cu mhre. En e11a coi nciden amhoc:; ( · x l re!ll o s de lfl s;n 1t i d 1 d . o:: w pri ncipios m á� h umil dt>S v su última rerfección . Mei or aún compren deremos su excelencj a y s u nece·


l . .\ F E El\ E l . ,\ VI O R U I·:

lllOS

., ¡ d a d l ' t 1 a 1 1 d o h it_vamos v i sto la i nfluencia q u e >1 1 1 h rn la:-; ol rai-; d os vi rturle5 teol ogalP.s, de que 1 1 1 l'Ú 1 �1 1 ]m; capitnl os :- i �u i entes . A FECTOS

Y

'1· 1

Y EN 1 . 0 ..; M l :s H: R t OS

ejerce se

t ra-

ORAC. IÓN

¡ ( H 1 D i os mío ! , largo tiem po bus qué la causa de 1 · � 1 1 1 l<! l l �uidez de que adolece mi vida es1)i ritual, v 1 1 ic p regunté por qué, a pesar de mi buena volunta d, q u e m e pa recía si ncera, mi alma pennaneda estaci o1 1 a r i a en el camino de la oerfección . Gracias a la luz q 1 1 c al presente me c oncede vuestra hon dad., con ozco, . i l l' i n , lo que falta al con j unto de m i s esfuerzo� ; un p 1 1 1 1 t o de a poyo sól ido, i nc onmovible : la fe en vuestro ; ( 1 1 1 4 1 1' .

e s la base i nsus! i t u i hle de toda la vid a cr i .-;t i a Aquella fe que i ncli na la inte l igenci a a creer v ues1 ra palabra y vuestras d ivi nas enseñanzas. la ten go, S eñ o r. Y la más leve ten laeión que q u is i era h acerla va1 · i lar me parcee r ía pel i g rosa . Sería para m í �ran csc rú ¡mlo el e n t retener � n el pen ­ o.; ; i 111 ie1 1 t o la m e n o r d wfa sobr� la verdad de los Jn Í l" · l 1 • ri 1 1s q ue n o s propone l a fe . ¿ De dónde proviene, pue�, n h f> ios mío, q u e conceda tan poca importancia a la fo q u e me ped ís cuando se tra ta de v u estro amor? Es que 1 1 0 adv ierto q ue v u es tro a m o r p a ra con Jos hombres es P I ma v or <le tod os los mi sterio�, el q ue en principio l n s encierra todos. Echo en olvido que al robustecer 1 1 1 i fe en este m isteri o fortalezco al provi<' tiempo los l ' Í micntos d e mi v i d a c r i st i ana. y a se g u r o a mis rela­ ( ' i ones con Vos u n vigor inc reí b l e. ¡ Oh Pad re mío celestial ! , os prometo desde hoy, : · 1 i : 1 tando r o n vuest ra g-racia, trnb a j ar ah i n cadRmente p o r ado uiri r esta v i rtud cuya necesid ad me h acéis co­ n ocer. Como S a n ta Teresa del Niño Jesús, me esforza-

La fe

11a.


.i2

l'A H T E l .

1 : i\ l'.

2

ré por v 1 v 1 r ba j o los ra y os hien h echores de es te h e r ­ sol d e la f e e n v ufstro amor. M i ú nico te­ mor, m i ú n ica ne n a será si vi era '1 m ortürna rse s u a pa ­ ci ble cla r i dad ¿m mi alm a . ;, Qué l c11tac i ón p o d r á per j u d i ca r me si c reo e n V ues ­ tro a m o r h a c i a m í ? ;, Qué prueba podrá tu rbarme si la rcc i h o com o un presente c o n que me b ri n d a vues ­ tro amor? ¡ D i os m ío y Pad re mío ! . sólo u n a cos:-t temo : olvi dar la bondad d e vu estro Corazón, y con eHa obli �aros a tratarme severamente, con forme a las ideas in j usta s que m e h u b iere for i ado de V os , Po r tanto, pued a yo siempre re pet i r con vuestro 1 l i scípu ln amad o : Nosotros ten emos conocido y creído el a m o r q u e Dios nos tiene ( 1 ]ri . . 4., 1 6 ) . moso

CAP ITULO 2 J.A

FE

EN

EL A M OR DE DT O S

Y

LA

E S f> lo' H \ :'J Z ,\

La rs pr.ranza es u na vi rl u d teol n¡_!;al H fl ll P n o!' han� dcsr,a r a Tlios como n uest ro Bien s u n n� m o . v cspc · ra r c n n f i rme con fianza. por ra zú n de b hnn dad y cld

poder rl i vino. la bienaven t u ra nza etern a y l os med i os llegar a ell a n ( Ta n q u erev ) . Para entender los esl rcch os v í n rnlos rrue ex i Ften P l l · tre l a fe e n el a m o r d e Di os v l a f'spera n za . cstud iem o:' pri m e ro el ofici o que ¡;sla desem peña en la vida c r i s· Lia n a . Co11 fc.. c m o:'l de g rado que m uclrns almas de';eo· n occn l a i m po r t a n c i a de ffita virt u d . Pn�te.-.: tar. d 0 a s J )Í· rar a u n a Jl l fH' de D i os c· n tera rn cn te des i ntere�ado, de"-· cu id an a p rovech a r los teso ros q u e encierra esta virt u d pa ra adela n t a r c 11 l a v i d a sohrPn a t u ra l . n o s i n grny,� per i u i c i o para la p i ed a d . Cierto q u e para u n <l i m a fervorosa tl U C aspi ra. l' O ­ m o. Santa Teresa del Niíi o Jesú s. a senir a lesús únipa ra


1.A

FJ·: E.' \

LL

.UI O l l

DE

ll l O S

,. E N

J.A

E :-o. l ' E l: A N /.

\

• i3

·a111 c ·11 tc />Uff/ U<' fo a m a y purr¡ ue q u iere salvarle almas, I n:-; l l l o t i vos d e la es p e ra n za son dt: orden infe rior, más 1 1 0 po r e s o han de se r ex:clu í dos de su programa cs pi · 1 i l 1 1 <i l . Desp ués d e la car i d a d . q u e o cu pa el p r i mer l u ­ " : t r t • 1 1 la est i ma v e n la práctica de l a 1wrfocc i ón: Ja c · .; 1 l l ' r : 1 1 1 z a clehc s er u n resorte pod eroso de la volun tad ' 1 · i 1� n :cr f;o h re el corazón un irresi sti h1c ntrac i i v o. i\J o lo d u den las a lmas q ue aspi ren a la pcr fecc i !i n : r · I a m o r p u ro de Dios en esta v ida n o f;xdun· en m a 1 1 ( ' ra :d :'!:tma ia recompen s a , tan to más c u a � t o q ue b rc ·1 · n m pcnsa q ue esperamos es prcci .,arnentc la poscsi ú n d 1 · l m ismo Di os, obj eto d e l a ca ridtuf . La vi r t u d de ] a esperanza es ohliu-a t o r i a en t od os 1 1 1 � g ra d os de la v i da es Diri t u aL v no lene.no,, dered• 1 i d u ra nte nuestra vi d a en 'la t i e rra . a ren unciar .:.:onsci c H ­ l c v voluntariamente a n u es t ras es pe ra n z a s de u n a ete r ­ •

felici dad. Di os" q ue ha p u esto e n el fo n d o del c1 J l"¡lz1í n h u ma n o 1 1 n deseo irrc�ist i hle d e fel i c i d a d, se d i gna tener c11 1 · 1 1 e n t a C:'itc deseo ¿¡ ) señ a l a rn os lns me• l i ns 1 >a r a i r ; 1 !-: l . En rcc o m p c n sn <I(• todas l a s nla m i d a<les 1 l d d es l i <' · 1 ro y cl r• todas. las luchas q u e i m po n l�ll l a fi d C'l i d a d a l , f t • l i c r r l a p rád i ca d e lu v i r t u d . n os ucnn i t c n trnÍ :'i l 1 i ('n n os o frcec E l m i smo el e f:'lesti a l e... fu<'rzo de la es peranza . S i n d 1 1 d a . po rq 1 1 c se presc i n d e d e m as i a d o L:í c i l mc n · t e. e n algu n os s i �t c m:.1 s a d : 1 < 1 l es tle �s 1>i r i f 1 1 ; d i d a cL d e < ·< a v i r t u d . es po r ! o q ue s e ven f i1 l l ti l f' 11 l m a�. <l es 1 m .:.,, de �ctw r c J � o� p r i 1 1 1 i p i ns, d esa l P.n t ri rsc ·m te la�• di ficu 1t a clcs co n q ue f ro p ieza n e n el cjcrcicio del hien, y des­ p ués de lwlwr pu est o la m a n o f'n et a rado v0ker ] no;; 1 1 i os atní.s. Son rn 1 m e rnso,-; l os �ti- r m t' l l <" :-' de vir t u d n u e P O He ­ •. · 1 ' ! ¡ � 1 w1 � '1 I n m a d u rez fe.cm l íla del sac rifi c i o . po r· q ue csln :'- almns n o a l i entan b el".pe rn 11za en la'.� ¡ n' < nn c ­ s a s divi nas rl e fel ic i d a d q ue lt>s está reservada:;. na


l'.\ llT E f _ - <: A l '.

2

11 Muchos a�pi ran a la pe rfección-escri be el Padre Faher-, pero poros la alcanzan . Y en la rn avoría de los cas os, lo que i m pide el éxito es la falta rlc confian­ z a en Dios. >) Suponed u n alma fervorosa q ue, tocada de la gral'i a, se determi na de ver a s a traba j ar en su santificación person al. Emprende su tare1:l c o n µ;candes deseos, con alegre en tusiasmo. Mas he aq uí q ue p ronto su rgen las d i fic ultades : el amor propio es t enaz eu s u s preten ­ siones : las sensualidad ex1;z;e lo su y o ; de to dos lados se le ofrecen bienes i nmed i atos q ue no son s i e m p re com pati hles c o n la perfecci ón a q u e a s o ira . Ha de es­ tar con t i n u a m en te con eT a rm a al hrazo p a ra rep r i mir los insti ntos rle la N atu raleza, resi stir a las s u g·esti o­ n es d el orgullo v a los !';oces de los hen r i d o s ;1 ue la so licitan . Si es todavía débil y poco a g uerr i d o rn f''>l r g:énero de com bates, necesita, p a ra persevern r v t ri u n ­ far. firme confianza en D i os y se,gu ri d a rl 1fo .J éxi to. N o :; e teme el trabaj o n i el sacri fi c i o cuan do s e con oce su fec u n dida d . J ,a pri va c i ó n de l os h i en es te rr en a les y de l os placeres pasa_j cros se h ace pos i hle v a u n fáci l s i se ve en ella el camin o se� u ro para J legar a una fe1 icidad superi or a todo lo q u e se puede C')n cehi r. Rien lo sa bía Jesús cuando daba com ien zü a su �n­ :-;eñ arnr.a pron unci ando las och o B ienaventura n zas, 'lllC n o s o n sino otros tan tos llamami entos a la espera u za del rei n o de los Cielos. «Los pobres, los pací ficos; los misericord i osos v los perse�mi dos soi s felice.5 . , , decía. Pero ;. c1)mo lo s o n . s i n n es c o n J a es per<rn z a . y p o r ­ q ue en ella cnc uen lran Lm m o t i v o act ual de felicidad? Pues ¡_ q ué? La es pera nza ;. n o es a c:1 s o u n a felici ­ dad presente q u e es ¡lera u n a felicidad fut u ra '.' He aq u í la razón porq u e t o d os Jos d i scíp ulos d P esta virt u d son person a s alegres y e-: fo rzadas. En el fondo mismo de sus renunciam i en tos sahorean el pla cer d el esfuerzo


1.A l�F. EN El.

AMOR DE DIOS

Y EN

LA E S PER AN Z A

45

q u n P�t á �c;i;uro del éxito, y q u e ele esa ce rt i dumbre c ·o h ra va] or para persevera r. N o nos cbmos l 1nstai 1 temcn lc c u e n t a <lel valor de < 'H l a espera n za a rd i en te y gozosa q u e en n uestra vida 1 •ot i d iana d e fi delidad a Dios h a de contrar restar to· d os los sae ri ficios y todos los ren unciam i entos. Ella 1 ·:-; la q ue n os hace v i v i r en una atmósfera de dilatación y g-ozo es p i ri tual, porque conta�i a con su aleg ría c o ­ m u n i cativa a n uest ra sensi b i li <laCI , t:rn fú ci lm ente c o · ha rde ante el esfuerzo y l a fati ga. Si la práctica de esta vi rtud fuese de u n valor in ­ s i gnificante en la vida cristiana, ;, por qué nuestro a madísimo Salvad or, en el cu rso de su pre d icación evangélica. llamó tantas veces la atención de sus oyentes sobre el reino de los Cielos? ;_ Por qué tantas parábolas a fin de excitar en las ávidas m u chedumbres el deseo de los bienes celestiales ? Ninguna . comparaci ón le pa rece clemasiado vulgar o demasi ado atrevida para levantar los es p íritus a contempfar la grandeza de l os bi en es eternos prome­ t i d os a los leales : un regio festín, una fiesta nupcial, un esplénd i d o banquete, una perla escondida , en un a palabra, la posesión de un g-ozo que n o se puede perder. Sien do el Ciel o la res pue<;' a a tod as n'.1 estra s aspi ­ rac i on es lPgítimas, el alma q ue descu ida el ej ercici o de la vi rtud de la es peranza se p r i va de un po deroso resorte de la vi d a espi ritu al v ele un e i erd c i o excelP,n · te para h onrar la bondad V el .� oder de D i os, qu e son los motivos de la esperanza cristian a . ;. Qué estímulo más poderoso pa ra l a es per anza q ue la fe en el amor de D i os? Un a l ma q u e cree incontras­ tablemente e n el a m o r de Dios e ;; u n alma perfecta en la es p eranza ; a sabe r : q ue no sc'1lo es pera la hiena ven· turanza eterna y los med i os pa ra l l eg-a r a ell a, sino


l 1 A R'l' t l .·

CA I '.

2

lleva e" t a co n v icc i ó n hast a la fil i a l c o 1 1 fiamm, )' pron t 1 1 su hi rá---�i n o h a s ubi(lo y. a - � l ia sia la � '. 1 1 1 H l 1 n ben d i ta del sa n t o abandono. La fo en el a mor de D ' o:; es el m á s �;ó} i d o a 1 w y o d ·. • la cs pen• n za cmmcl o ha llegado a 5U plf'na floració n . Decidme, almas fcrvorosai:;., s i n o l o cs p e n1 i s tod o tlf' u n a 1 1crs o n a q ue sabéi s q ue os a m a . V u e s t rn con fi a n ­ z a e n ella tiene a u d ac i as q u e desca nsan sohre eo;te con venci m iento : 1< Me a m a demasi a d o nara rehus : n mc alg-o : nada h a v q ue n o q u i era h acer n 3 ra o hl i�1ume. pa ra hacerme clichosa. iJ Seme j ante ro mren c 1 m i ento rm �­ d e ta l ver ªbocar a u n a decepci ón cuan d o 5 e con fía P- n c r i aturas tan tornad izas en s u s afectos. Per o c n :m ­ cl o n o s f i am os Je D i os, nuestro Pad re del Cielo, n u n c a pecará p o r exceso n i q uedará fallido {:n s u ob i e!o : lleg:a hasta hacer mifo gros. A esta confianza. a,poy ada en la fo de su amor. Dio:o n o rehusa nada : nada puede contra ella el i nfierrw � con ella, el alma puede at ravesar las µruehas rrH'l s pe­ n osas sin desfallecer. Más, reµi fámoslo, µara q ue n u estra cs ocra n z a i eo­ lo�al alcunee esta cumbre. neces ita m os conocer hiPn el. Corazfm de Aquel en q u ien n os fi amos, y estar :;c­ µ- u ros de El y de su tierno a m o r . Esrlerar en Dios cu ando todo n os suc<'dc hi en, cu a n ­ d o la virtud es rela t i vamen te fií c i l nada se o pone a n u estros in tentos . a n uestros piad o sos p ro y ectos y '.l n uestros santos deseos. es m u v natural : h asta las al· ma'> vulga res son ca pac es de ell o. Prro hav e n ]a v i d a hora s ler r : bl'. mente pd igrosas pa ra el ej ercicio de f a es p e ra nza cri sti ana, horas sombrías v ck.>lorosas, r n q ue el alma enlen chrceida apcnus a d v i erte los m o t i ­ vos q ue t i ene !Ja ra fi a rse d e Di os y ah:rndonarse a :,: a vol u nta d . � u e la pone en la cruz. Pa rece haber ¡Jenli d o p o r enton ce� la-, noci o nes cla­ ra i;; de la v i <l a cgpi r ituaL que h asta aquell n lw ra la h a -


l.A

l·' E

1-: l'i

El.

AMOR

DF. DIO!-;

l 1 i 11 1 1 '41 ·� 1 1 ra mrn1 l<> rruiad o

Y E�

LA •: S P EH A N :t. i\

'i7

en su cam i no h a ci a el Ciclo. l<I l 1 1 1 1 i z o 1 1 l c se osc 1ut•ce, los pasos em p i eza n a vacilar, l1�I i d1 ·1 1 I t a n a r d i entemente acariciado y persc�uido pa· 1 1 ·1 ·t · i 1 1 at '( ' ( s i hk. el Cielo m i s m o está como cerrado 1 911 111 :• i cm p rc ;. Qué hacer en es te estado? ;, Razonar ? ; 1\ 1';,!, l l lllenla r ? ¡ El esp íritu no es � ..\ para oír nada ! Un •. 0 1 1 1 rr n w d io q ueda : refugiarse en la fe en el amor de l > i m . \' 1 1 0 salir de esta fortaleza i n ex1lu ;rna ble hasta q 1 1 1 ' h a v a pas a d o la tor m en ta y el C i elo se ln ya se1 1•11ado. \i o 1-1 i rvcn silogismos µar� q ue renazca la confianza • 11 1 1 1 1 alm a d esam parada. a Cuando yo s.n fr a , c u a n d o v a n ada pueda compren der la acc i ón d i vin a , v 1 1 1 l r i s t eza haya invadido mi es p í r i t u des ma yado, co ­ l 1 1< ·a j unto :t mí, S e ñ o r, u n án �el q u e con v m: ami ­ J.t H . victo riosamente r•ersuasi va, m u r m u re a m i oíd o : Si .mpieses cu.ánto te ama, ¡ qué die/tosa seria., ! No q u iera escuchar sino esta palahra con soladora de mi s u fr i miento. la cual bastará para <levolverm e la paz v la es peran.za en Ti . )) Tal era la ple!!'a ria de un al­ ma fervi ente. u q u ien el Es píritu S: mto hahía revela­ do el poder de la fe en el a m or de Di oc: . i Q u é conten t a , quP. activa e n su i ra h a j G de a�cen­ s i ón espi ri t u a l v i ve el alma cuan n c nosre la ale!!re C 'c r t idumbre <l e fJ UC el Cielo se ahri rá pron to p�ra ella . v q u e R l l salvación es q u er i cfa v anrnara ra por "' am o r de nios ! ' Parece que por anti cipado ya en l a tierra aquel Padre am oroso derrama sobre ella l a s aleg res primici as de l a d i ch a n uc Je nrepara . Y n o es, ciertam ente. que · le falten traba j os que s u frir v tentaciones q u e combat i r : el sufri miento y e1 combate son pan de cada <l ía. Pero si la espe­ ranza del C ielo y la confianza en la divi na gracia no dcs t ru ven el d ol o r. l o vencen y fo dom i n a n , co mo dom i n a la rrnreoln la frente ensangrentada del már­ t i r. . . .

,


i•A llT I·: ! .

f: .\ 1'. 2

Ten g-o a la v i s t a la c arla de un alma fervo rosa fi rm emen te andada en la dulce vi rtu d de fa es pe­ ranza, porq u e está m u y pers uadida del am or de J e­ s ú s hacia eJ la. En ferma� agohiada de pen as m ora ­ les, tra za estas líneas : « Como verá usted , n o cs t o v aún m n r i lnmda, 1 mes ­ lo q u e mane_j o el lápiz. si' b i en c�cri bo desde la c ama ; pero me encuentro tan h i en sobre este aitar hlanco, sin flores ni luces . q u e n o ten g o prisa por ba j ar de él. ; F.n íJUé lugar lia de pc nerse un al ma hos t ia sino sobre el altar'? A v eces tiene q u e dej ar este puesto, cuando ha de clar.;;; e a la'> almas v dejar­ se comer por el prój imo tan amado, q u e reclama su ahn c�ación Mas, al cabo. e s t o no es sino de paso. La vocación de un alma hostia p,s la inmolaci ó n . Y como yo quiero y debo ser hostia de alabanza, can tan do, trato de dejarme inm olar por las mano� de mi divino Sacerdote Jes\uo; . i Oh. q ué:· envidiable es mi suerte ! A veces, la poh re natu raleza i ntenta ofuscar a m i vista la belleza sobren a t u ral de esta inmolac i ón ; mas n o consigue sino d u pl icar mi mé­ r i t o al multi plicar mis actos de fe e n e l a m o r de A quel que de esta suert e m e inmola. Conozco el Corazón de m i d i vino Sacctdote, a d i v ino s u ternu ra hacia mí en los golpes con q ue , su m a n o me hiere. Por es o , sin resistirm e, le de j o con t i n u a r c o n su po­ bre hostia la misa q u e h a em peza rl o , v q ue v ue l ve a c o m enzar a cada i n sta n t e a u n � i n p repararla y sin llegar n unca al lte Mis8a esl. i> Más tarde, la mi sma alma, habla n d o de s u µro­ pia exper ienci a, contaba así, al sa!ir <le la prueba� los dichosos frutos de su fe con fiada : « No c o n ozco nada m á s provcd1 0sc._> a u n al ma cuan d o est á luch an d o c o n pe�1as í n t irnai;; . com o la fe ciega, t en az, en el amor de .J e:-; ú s nara c o n ell a . U n a vez q ue m e JH�rs1 1 a d í d e esi c a m o r, m n g u 1 1 a . . .


1 �

Fh

J ,\

J·: I .

A M ll l{ D �: 0 10 -;

Y

F.N

L A E S PER A N Z A

119

p i 1 1 1 ' l u1 I ta :� i d o ca paz de t u rhar mi paz. El a mig o, 1 • l 1 •1 · l i va 1 1 1 1 · 1 1 t l ' . 1 1 0 puede q u e rer sino el bien de s u 1 1 1 1 1 i ll " · 4 : 1 1 , d q 1 1 i c ra q ue sea s u m a ncr� de ohrar, n o t i 1 • 1 1 1 · 1 1 1 1 0 i 1 1 tcn l o q ue el intc rf�s Je s u amigo. La po 1 q ue s e e1 1n1entran en el servicio de Dios , , 1 " '" " d µ. 1 1 1 1 : 1� :tl11 1 as q u e, a pesar de � u :-. <2 :r a l idc� deseos. 1 1 1 · 1 1 1 1 a 1 1 1 ·1 T t 1 m ed i ocres, es porq u e les falta la fe en , 1 n 1 1 1 1 1 r de .l e!' Ú s. y, p o r tan to , !es falta la confian 1. 1 1 , :• ha 1 1 d orw. Com o q u iera q u P n o co m pren den e : 1 1 1 1 1 d o de obrar del _,\ maJ o pa ra c on ellas , 1l u dan de l < I lo cree n tod o per d i d o y se dejan abati r, e n vez 1 1 1 · 1 •:-; pc rn r en paz, con valo r y s u m isión, el d escn1 1 1 1 , . de los ac o n tec.: i m icntos y el res u l t a d o bienhe­ ' 1 1 1 1 1 de las o perac i ones cruc i flcantes ne Ja �racia . . . )l l .a confianza de 1as al mas fc ryoroi:;as q �w c reen 1 · 1 1 d amor, cs. p u es, s u pcrj or a la esp�rnnza . Las p 1 1 · la posee n expe r i men t a n rn orden .'.l :'U sal vación 1 1 1 1 a c i er t a c ct l m � i nteri or q ue se aseme j a de lej os

la ce r t i d u m bre. Ell a es, ha hta n d o ;�on propiedad, t r n f a la fuerza de los peq u eñ u el o::;, c o m o e s t oda :m r i q ueza . . . O íd a San t a Teresa del N i íio .fes1Ts : ((Los n i íí o;;; no s1' con den <' 1 1 . . . . nu ha Y i u icio rmra ellos. o ._ ¡ lo hay, será de u n a ex trem a dulz u ra . . )\ Esta audaz con fi a n za n o tien e i : a tla d �, p res u ntu o ­ :-; a cuan do Y a acom pañada del c:;fu erzo i w r:'-onal q ue D i os n ecesar i a mente exige pa ra sahrarnos . . . � :1 gra· ci a. que j amcís n os niega� no s u pri mf.� n ue;;t ra acti ­ vi d a d : la provoca, la es ti mula� la h ace efica z con t a l q u e n osotros c o o pere m o s a ell a �cnerúsamente. Pero hay q u e a dvert ir q ue ]a firmeza d� nuestr.:l confianza no estr iba en n uestras vir�udcs. en nues ­ t ros mér i tos o en n u est ro va lor p.?-rs c naL por gra n ­ des q ue se les s uponp; a : est r i b a en el a m or qlt r' Dfos n o s tienf'. La herenc i a que L1 eternicLid n o s n re para es el am o r quien nos la d ará . F i ém on os de EL mas obrem os� sin embar�o, corno si n uec;: : · .1 '1-Hlvacifm dea

·


.)O

l•A RT t l . - r. A P .

2

lJendiesc

solamente de n osotros. F--t a co n d u cta n os iará c o n ser va r u n pru dente eq u i l i bri o e n t re el d es· aliento y la presu n c i ón, <los excesos o pu estos a la verdadera con fi a n za . Almas hum i l des q u e s i n ce ramente dcsPá i s ser s a n · t a s , poneos en µ;ua rd ia, sobre todo. co n t ra el des· aliento. No d i µ:á i s : (( ;, Para q u é '? ¡ No adelant o nada � . N o veo el resu ltado d e mis es f u c rz o s : mis resolu · se vienen aha j o ; me pa rece 1.; u e e n vez d e adelantar retroced o ; ca d a d ía dl'!"c u bro e n m í :nue­ vos defectos y m a y ores m i se r ias . J amás lle g a r é a la meta . » ¡ Qué l e j os está Pste len �tr n j c de la umfianza que hemos <.le tener en J esús y en el no<ler de s 1 1 gracia ! ; Y cuán bien s e echa de ver en {:! el {!;rnn defecto de · vuest ra v i ch i n trri o r : la fa it a de fe en l amor q u e Jesús os tiene ! ¡ � ¡ con ociera i s el a r ­ diente deseo q ue t iene de santi ficaros, de ahrasaros en su ilu ro amor, n o os senti ríais tan pronto can ­ sadas d e com hati r v d e sufri r ! Com ¡ ·rc n d eríais q u f' la santi dad n o e s obra de u n 1Ha , v· espera ría is la hora de Di os. ; Es q ue q u eré i i:; :'ier san tas p <ir a :saber­ lo v para saborea ros c o n ell o 't ;, O es para dar gusto a Jesús pa ra l o q ue h a bi-is <'mpren dido este g-ran traba j o? En este caso, teneos p o r d i elwsas, porque vuestros esfuerzos, a u n<¡ue a pa n · n tt-men te in fr u c· tuosos, le corn melan y le p;l ori fi can . . . «Pero es que n o siento. n o creo q ue Je�ú ,.., cst¡. contento de m í . )) ¡ Me j or ! DespuPs de haberlo he­ cho todo para conte n t a r a .Jesús, �.cepta r esta pena interio r de no saher si está conten to, es u n t ri unfo del puro amor . _ . ¡ Qué pena · que aún n o hayamos llegado a ello ! Sea fo que fuere, d esalenta rse, ¡ j amás ! . . Cuando ruj a la tempestad e n v uestra alm a . .'.urojnd el an · cla en la tierra firme ele la fe en el a m o r de Dios . Es El mi sm o. sahed lo. qu ien a � í ns �n t rep:[t a m e r ·

ciones

e

,

.


1 \

H.

l . \ El.

l •t • d i l 1 · l a s o l a s. 1 1 1 1 1 1 1 1 • o:• a l i < t c ' N

A Yl l l ll 110

IH:

!)JO S

pa ra q u e

) os

L�

l.\

E S l ' F l l ·\ \ /. :\

:)}

a n eg u e! ! . s i n o para

<m i moso d e c o n Íl.;.tnza cic­ Jlll \ d P sa n t o a ba n d o n o . « Aun cuando me m a ten , ' ' " l 'l' l : n/· Pl l E l )•. dec í a Santa Teresa dd N i1'l o .k­ I ') ) en • 1 1 .. . l 1 � w i . . n d o s u y a u n a palahrn e le J oh 1 .l J m o ra ­ y cos ísi f os t ien frim su oces r t -a ele o t 1 u•1 1 1 1 1 1 1 1 1111 hando· a berla a h a Í '. rc•c fHt eio i C smo i m l• · � 1 · 1 1 q u e el 1 1 1 1 d n . 1 )1 ·s p 1 : (•s de h a l lf' r un d í.' t rn�ado H !o.-; san i os o l 1 · I f : i . . l o si n s e r escucli ada. n o se desale1 1LÚ t�n m a · 1 1 1 · 1 n a l g u n a . a pc;;; a r d e q �c a c: r,ntinuaci(•11 de es · ' ' ' " ..; 1'1 pl icas s i n t i ó a uec c n t a rse �us su f! � m i t>n t os. , , f ,� 1 1 i . . n · n vc t lw st a dún dc llega m i espera n z a ,, , di j o . . ·\ 1 ·< 1 cr·e t a m b i í�n q iw D i os t a l vez qmerc ,_, v e r l � a s t ·l . ! 1 1 1 1 1 ! 1 · l l ea-a n u est ra fe en su a n w n> . Pero eso n o � l i : w 1 · 1 le:-1;a r s u ..-oc o rro y pa rece dei arnos l'u frir a H u i . i s c u an do le i nvocamos. N o perdam o� , a ¡ P:-<ll' de 1 11do. la ealma ; esperemos con tra tnda cs pC'n.1 rn a . J a1 1 ia s s í' r <I

en van o .

u 11

adn

h a d i c h o con razón : « La h o ra d c�c�pera da es h o ra <le D i os . . . n As í es ; pern con lal q ue n o� vol� ' � 1 1 1 1 0 10o a El con una con fi a nza c i ega .,. t a n t o mav o r n 1 a 1 1 t o m ás s e es fu ma n lo.s soco rro ..; h mlli:m os. ¡ Cmí . 1 1 ... d u d a ble es p a ra el alm a e l luch a r al g-u nas veces 1 ·1 1 s i t uaci o n es a paren tem rm i f. sin s a lida. d u n rlc en · 1 · 1 u·11 ln-1 tan hermosa oc.'."! s i ón de eleva r hast a el he­ r o í s m o la vi rtu d teologal ele Ja esperanza ! No h a y \ i d a de santo d on d e n o h a v a algú n c i •- ·m plo d e 1 ·� 1 0 . D i os s e sient e t a n h onra rl o con u n ...; o l n ad o d 1 · he roica con fianza puri fic:Hl o '1e toda escor i a h u · 1 1 1 a 11a, q u e , a· n u est ra m :rn er a de deci r. s i c11te como "'t': Teto placer en poner a :-.;us am i gos e n l<i ner.C's i d ad ! IP n o con t a r s i n o c o n a solo, privá n d o les de tod o : 1 p o v o de la tferra, pa ra forza rles a vvlvcr Ú 11 ÍC'a · • n f'n tc s m• espePmzas e n el SD c o r r o dd Ciel o _ ;, Quién n o ve cu á n i n d i spen sabl� cs. e n �emejan­ l <·� c i reu n stanci a s, u n a fo inexpnµ:na blC" e n e l a m o r Se

111


:i2

PART}: T.

rAP.

2

de U i os'! Sólo ella puede el eva r hasta el Cielo la esperan za. Pero la fe en el amor como toda v i rtud cristiana, nece· sita un continuo e j ercicio p a J'a fot talecerse y cre­ cer. Habitu émonos, pues, a hacer actos de ella a propósi to de todo y aun sin propósito . Fielmente practicada, aun en los menores ocñ!=;i ottes, adquirirá tal fuerza, q u e en las ocasiones pelif!;rosas será ca· paz de levantar alegremente ha�ta el C i elo n uestra confianza en Dios. ¡ Fian:;e del amor ! ¡ Esperarlo todo del amor ! ¡ Que hermoso secreto de paz y de santo g o z o ! · Es éste un paraíso anticipado en q u e se pue.1le permanecer sin morir ; algo le falt a aq u í aha j o, nero esto q ue le falta el alma está segura q u e lo recibirá allá arri· ba, porque Di os, de q uien lo es pera, es u n Padre de quien se sabe amada, u n Padre cuvo corazón anhe­ la darle mucho más de lo q ue ell a de.sf'.a reci hir. Lo que le falta en espera d e aquel <lía n o le causa in quietud ni preocupaci ón : vive resuelt 1unente d i ­ c h o s a con s u esperanza. Sin d uda que este alm a puede uadecer muchos traba j os : m ás en el fo ndo m i sm o de ?a adver�idad permanece invencible en su fidelidad v pac ienci a . Ved el ej empl o de los m á rti res. C o m ú nmente los ll amados héroes de la fe ; pero s o n lam hién héroes de la es­ peranza. En la época san grienta de la� nrimeras per­ secuciones de la Iglesia, toda la v i da de los fieles era u na aspi raci ón nostálgica h acia la felicidad del m<is all á . La e8pcranza cierta de los bienes eternos les h acia despreciar soberanamente los bienes ter renos v correr al enc uen tro de los s u plicios v de la m u er ­ te con u rut ale�ría q ue asomhra ha a los verdu�os . Sigu i en <l o en pos d el santo diácon o Esteban, el aban ­ derado d e esta �l o ri osa falan ge, to dos vieron el Cie­ lo ahi ertn y a Jesús a la d i rstra de] Padre, rl ispues-

santa virtud de l a no se jm provisa :

. . .

. .


f . ,\

n; t:N l·: L

A l\t o ll DE D I O S

rlos.

�uestro

y

E:'<

53

J.¡\ E S l ' rn A N Z A

Di os y la es pe· 1 1 1 1 1 w df' los bienes eternos nos hacen preci osos los t 1 n l 11i i o� de esta vi da)) , decía al j uez el sold ado má r­ t l i V íd or. Y como los pa�anos s e bu rl a�en 'de que ¡ , , ,. l ' l' i !-11 i a n o<:. pusiesen su esperan za en bi enes de que 1 1 i 1 1 1.1, 1 1 1 rn prueba tenían, replicó c o n nobleza : « Hasta 1 1 1 1/, 1 1 1 1 n t n estamos seguros de J o que es peramos, lo 1 • 1 · l 1 1 1 11'· i :-; de v er por el �ozo con que soportam o� lo� to

..

u

1 ·1 1 ru n a

«

amor

a

1 1 p l i 1 · i 1 1..; . ))

\ q u i n ce sidos d e distanci a. el lengu a i c de los 1 1 1 ! Í I 1 i n�..; de Cristo no ha v!f n::i. do. Después de Víc­ ' " " d1� 1)lu�s de Esteban . despu�s d e aquella nuhc 1 l1 • l c��t i gos que derramaron su s a n gre en testimonio 1 l 1 • � 1 1 fp v de su espera nza, ved aouí más cercano ,, 1 1 n:-: o t ros el mR rtir an gelical del Tonauin . Teófa1 1 • 1 Vi·n a rd : un alma rehosan k de .'! ozo. Cu a n do l i 1 1 ho 1le d e j ar a los suyos para embarcarse hacia l 1 • j a 1 1 a s t i erras. los consuela rer.ordá ndole� la eterna 1 1 • 1 1 1 1 i ú n en el Cielo. « No nos volveremos a ve r so.hrc ¡ , , 1 i c r rn . pero al cab o ;, qué importa ? Más p ro n to o , . . ,·, ._ l a rde no!' volveremos a ver en el Cielo . . . ¡ Pa­ ' i 1 •1 w i a v valor ! . . . Pronto lle�aremos allá . ¡ Arriha 1o1 i 1•111 prc los corazones ! Subam os con vuel<J rápido 1 · 1 1 1 1 1 1 1 a ves de paso, y muy pronto llega remos al 1 · ¡ pfo . . . Allí nos en contra remo-;. all í i unlos s e r e m o s í. . l i l 'e:-> . . . 1 1 ¡ Y qué delici osa¡;; palabras 1>one la sa n ta • · -. pt'l'a n z a en los lab ios de este anóstol vir!!i n a l la ' i s pe ra m i sma d e su marti ri o ! . . . Ei;; c uchcm�:.. algu1 1 : 1 s 1lc sus- n ota s encantadoras, r¡ue conm u even y ha1 · 1 · 1 1 l l o rar . . . ( '. u a n d o el nrefecto cruel le ob jeta q u e la fo] icidad ' 11 · la otra vida es incierta. mientras q m, la rle este 1 1 1 1 1 1 1 d o es seg u ro . Teófano . responde : «Yo. p o r m i p11 rte. �ran man d a rín , nada encuen t ro e n l a tierra 1 1 1 w me haga feliz. Las riquezas desnicrtan la envi­ d i a y' acarrean preocupaciones : l'l'3 rihwN<:-S de .IQ� ' -

• .

-

.

f

-

-


.-, I·

l'.\ l{T I� l .

L \ I '. 2

�·en t i d o�1 c 1 1 � t 1 1 d ra 1 1 l l l l a p u rc i ú n d e en fenned a J e::;. M i es d em a s i a d o grande : 1w d.1 de l o q ue en la t ie r ra l l aman fel ici dad puede ,-.; :1 t isfacerlc. » Las c a r ­ • a �. q u e. r>n c�rrad o e n c� t rcch a . j m 1 la. escri i 1c a s u fa­ m i l ia. son h i m n os de <...>s pe ra nza , q u e pr i m en_. ha <"an ­ tado e 1 1 a lta v o z en la cárcel d e l m :rn .Jarín. don d e sr le o ÍH m od u la r a men udo el lV!a un i/ica ! y o t ro s cá n ­ t i c o '> piad osos. t, J\; o s i ento pe rde r Ja v i da de csl('. tnll !Hlo- - escri he a s 1 1 h crin a n a l\fo l 11 1 1 i a - - · . l\ I i cornzór. t i ene sed de las <1 !.!;u a :o: de la v i da eterna. Mi destierro va a t e r ­ mina�· ; y a toco el u mhral <fo fa ve rdadera pal ria � la tierra hu vc. el C it>lo l"C en t reabre V o v a en trar en la mansiún de l os h i en avcnturado� : v o y a \' t>: l' bel l ezas q u e el o i o d el h om bre n o h a v i sti; jamás. a escuch a r a nn u n í a s q u e el o ído i amás o v ó� a go ­ zar de dichas q u e el co razón j a más � u s tc'l . 1.> Otrn v e z vu dvc sohre el mism o asu n t o. a u nq ue d e otrn forrn a : " De u n d ía t H1 r:1 o t ro c .; pcro la sen te n c i a . O u i zú m a ií a1 1.1 m e IJevará 1 1 a ! a 11 1 ucrtc. ¡ �'l 1 1Ni (' d i chosa ! . ;. n o es ci erto? i M u e r te deseada q u e n m ­ ducc a l a vi d a ! Segú n toclas l a s p rol iahi l i cl a dPs. m ., corta r:t n la ca hcza : i g- n n rn i n i a glorios a . • ¡ u e p o r pre­ m i o rec i h i r.l el f. i elo. ' ' ¡ Y q 1 1 Í� dC'spcd irlas m á s corrnwved o ras de s u obis­ po v de s u s compañeros '. . . . ¡ Qué adm i rnhlc a parece este m á rti r j oven. de t re i n t a v u n a ñ ns. p o r el en ­ t u s i asm o C O l l till e cs pern l a ll l l l e r l c � u Cu a n d o m i c ·.t · hcza ca i � a ha i o el hacha . del vcrcl m? :n. ¡ oh l\fa d re Inmac u l a d a ! . rcci h i d a vucst ro i n li t i l s Í tffVO c o nw u n rac i m o de u v a ya mad uro c o rta d n d e! 8 ::f fm � c11 lo � co •11 0 u n a r o s a corlada en o l >se1ru i o vuestro No t cn d n'· s i 11 0 i n din a r hu m i ldcm rn l <• la cabeza ha i o d h a e l w v a l p u n t o m e en c on t r;-i r{� f'n JHcsen 1 · i : t d e m i Seií n r J es ú s. a q u ic1 1 d i n'· : " Heme aq u í . Se ñ o r : ar p 1 Í est c'1 v u es t ro má rt i r. 1i P rrs1•1 1 t a ré m1 J li.ll· c o razón

.

.

·

.

.

.


l.A

n:

Er\

EL

A'.\I U H

llE

IJlO.'S

)'

E !ll L \ E ::> l ' HB '.\ Z \

55

ma a � u estra Seño ra. v le d i ré : <( ; Salve. oh "\fadre, oh Maestra, oh Rei na.- sa lve ! )> , e · i ré a ocu par mi puesto ha i o la bandera de los .1 ue m ur i eron por el n om bre de .l es ús. v en tonaré el ll nsmma eterno ! » Pero ; cufü es. bienaventur a d o TcM.m n. el secreto d e tu al�u:re seren idad en el fon d o de un vro] on­ · ga d o cautiveri o v ante la pers pect i va rlP u n a m uer­ t e sa ngrienta ? Cla ramen te n o s lo cn st· ÍÍ a"ile : ,, Mi es­ ¡ ;era n za en la g raci a del Salva d o r v en la p rotec­ ci ón de mi Mad re Tnma<.;ula<la f'S lo •1 u e me d a a u ­ dacia, estan do tod a v í a e n la a rena d e l combate µ a ra enton a r el ca nto del tri un fo corn o si ya 11111-- i e�c sido ( · oronado ven ced or. )) ¡ Oh : ;m n t a es p e r:m i a . fu ndada en la fe e n el ·a m o r de Dios, t ú for mas hfroes ! No m e ex traña q u e al i r a la mut>rte Teúfa n o se p resen tase m1te los es pectad ores extremadam ente go­ M1s o . No me extraña que su a l ma, radiante v p u ra, e i crc i esc tan poderoso alract i vn sobre la de �anta Teresa del N i ñ o Jesús . . . M u y cap.11. de com pren der sem e j a n tes a f �entos e ra ell a . l a santa a q u i en Je�­ dc su i 1 1 fa n c i a Dios hahia dado ,, e¡!.1tridad de qu.e iría u n día leios del paí.� tenebroso en <¡u e hahía na cido, 1' .'i entía en su corazón, fJ Or s u.s aspiraciones íntimas 'Y profurulas. q ue ot ra tiara . ot ra región m á .� lwlla le serviría u n dúi de m o rada per11 1 aru' n te. Asom hra también el com p r oha r en e�ta .d m a de �anta Teresa. tan n ohlemen te p rendada del a m o r 1 1 1 1 ro . h a �ta q u (· p u n t o el per1 s a 111 i e n l o de1 C: e l n des­ ª r rolló e 1 1 ell a la fo rtaleza y J a v i rt u d . En s u a ulo­ hi ografía l1c <mota do t reinta v u n pasa j e� en l os ! f l l ft cla r a m e n te a l 1 1 d 1' a fa feli cid ad celest ial y a p<i PI :1lC'n ta rsP lo-.: i"om hates c o n t r a la N n t u r a l e7.a. v a na ra h usea r d u l n� desc a n s o al co ra zó n . f ati ga<l<� d� las cos a s d C' aq u í aha i o, v a pa ra 1 · o n s i clt"ra r · el f. iel o c o m o hi et e rn a f' i t a fa m i l i a r. d o n d<· rncont ra rá en D i os a l o � s e res lf LH�ri do:;; ,


l'A R T I-:

!}(¡

l.

C A P.

2

No dml a mo� en presentar la �igu i cn le co nfiden c i a . l a santa 1 1 i zo c- n cierta ocasión a u na n ovi c i a : << Hay en sex ta un versículo que todos los d ías p ro ­ n uncio de m a b ga n a , v e s éste : « In d i n é m i cora­ zón a o bservar tus precentos por a m or a la reco m ­ pern; a )) ( 8alm. 1 1 8� 1 1 2 ). Tntrn-iormente añ ado al p u n ­ t o : J esús m ío. b i en s :l hes q 1 1 e n o os 'S i rvo por l a re ­ q ue

compensa,

si n o

ú n i camen te porque

os

<l m o

y

para

salva r alm a s. » N o lny e n f P, to l a men or v i�lumhrc <l e q u i eti<• m o . Teresa no preten d í a con esto desdeñar l os hienei;; etern os prometidos a la fidel i d a <l . :.;in o más h i en <,n­ scñar a las almas fervorosas q ue en todas sus :t c ­ c i ones v sacrificios deben preferi r el m o ' ivo del am o r al de la esperanza eJ,?; o ís t a de cualqu ier re(;om pensa q ue no sea solo Dios . De no ser así� m al se explicaría que llamase mar­ tirio a la terrible ten tación que le aeomct i ó en las últimas h oras de su v i da tan corta. ten taci ón per ­ si stente contra la /e en la existencia riel Cielo . El combate se presentaba sohrc el te rren o <le la fe" pero su sufrimiento íntimo le n a cía de q u e a la v e z era un golpe terri ble asesta d o a 1 él v i rt u d de la es pe ­ ra nza. «El Señor me envía c4a cruz tau pe:;a<la en d . momento en r¡ue puedo soportarlu - - a fi rma ella-- ; en otra ocasión b ien e re n q u e me huh ier: 1 1 1 n�ei1 1 i ta d o e n el desaliento. Ah ora ·sólo m e p rnd t wr J a ¡_;ena de tles¡w iarme de toda sa.tis/acdim natu ral nu1nrlo a.�pi · ro a la patria celestial. ) 1 Pa ra r a strea r alg- 11 n t a n t o el to rm en to f! l l f; e�t a tcn ­ t a e i ú n le causaba, hay r¡ u e con ocer Ja i m pnrtancin que Ja vi rtud de la esper:rnza o c u p a P n Ja v i d a i 1 � te­ rior de Santa Teresa de) Ni ñ o J�c;Ú s . Desde s u tiern a infa n c i a . el pen sam iPnto (l pl f: i f'l o l e era delici oso como ]o ded a ra elJ a al h a blar de s u c? l'a n nrueha . T<1n d e1 i ri osn. q 1 1 � n f o Ptl:i <l df· trr� <l !W!" ;1 1 1P.:o:.tr.1


l.A

FE 1-:N E l .

\MOR

11 1·: n ro s

y

l·: N L\ t:S l' E ! ( :\ l\ Z A

57

íutu ra s a n t i ta. p redestinada, desea ha la muerte a ]os más amaba en la tierra, a fin de que se fue.sen p ronto al Cielo. Tod o menos q u ietista fué 5j em pre la amable San ­ t a T e r e s a del Ni ñ o Jesús . Y si enseñ a a vivir úmca· mente del amor de Dios. con no m en os elocuencia c·n :o:cña que la es peranza d e la felici dad eterna ayu · c la poderosam ente al p ro�reso dP1 alma en los cami· 1 1 0 � de la perfecciún . Aprovechemos dili gen temente 1 as enerzfa ¡; q ue la c ·� pcra nza com unica para la práct i ca del santo re­ n u nciamiento. Recordemos q ue el mori r a sí mismo v al amor propi o es u n a vida má s elevada y más hdla aquí en la ti erra y a la vez un ensavo de la vida verda d era, de la vida eterna. Despojado de este atrac ­ t i vo, el servici o de Dios ca rece <le u n carácter que l e es propio, y pierde su verdadera :fisonomía . No se le mutila de esta suerte sin g ran per i uici o de las almas. Dios ha tenido a bien. en el ürden sohrcna ­ t u ral, uni r de tal suerte nuestro provecho a su �!loria, 11ue n o e s posi ble. sin peli�c de errar. pretender lo u n o sin lo otro. No temamos. pues, estimul a rnos al hicn con la ale�re perspectiva de la eterna recomJJensa. (flle n o es otra que la completa satisfacción del amor. Cierto que l a caridad divi n a . a med i da q ue c rece en el alm a, t i en de a domi n a r sohre toda� las demá!.; virtudes. A sí, en las personas q ue han hecho gran ­ d es pro�resos en la vida es piritual, ia esperanza pier­ d e influencia en cuanto es mot ivo de oli rar, fk'ro con serva toda su energía v aun la acrecienta por ra ­ zón de los aumen t os de l a car i d a d . Al sobreven ir las d uras pruebas q ue d e fin i t i v a mente hacen entrar en la vía unitiva, el alma no se en cuen t ra deopreven ida, y puede atravesar, sin flaquea r, los tra n ces de decai­ rri ieritq TT1orn 1 oc q u r, fo v i rl � tfp, Sant� TcrfSa d�l , 1 11n


1 ' A H 'l' l·: 1 . -

t: .\ I ' .

2

N i fi o .l cs ús n os ofrece u n e j em plo entre olros m u ­ ch os. ;, Cu á l es, en sem ej a n les lanres. la m ás sc� u r a ga­ rantía de la victoria? La fe en e1 < � m o r de D i o;,, Mientras q u ed e en el a lma u n a cen tel! a de fe en el a m o r de Dios. la virt u d de la es peranza es t á s e ­ g u ra . Pue ;;ta el alm a frente a l pav o r o � o problema de lU predestinaci ón, lo res olverá por s í misma c u n 1 ..: n a sep cillez asom b r osa . ¡ Esperan za, pues ! ' Confianza. v con fianza i l i m 1 t 1 da en D i os. q u e es Pad re y n os a m a . «Ta 1 1 l o _,;e oh­ tiene de El cuanto se espera )) ! gust aba de repetir Santa Teresa del N i ñ o Jesús, tomándolo de Sm 1 Juan de la Cruz. la med i d a de vues t ra con fi anz;a . almas hum ildes, será la de vuestra g eneros i d a d y l a de vuestros progres os. ¡ Atreveos a esperarlo todo de Jes ú s. q u e os ama tan to ! . . A huena dicha ten d ri· si l o '! ro convence ­ ros m á s profun.-l amentc de este tun o r·. ' l l H ' es la ú n i ­ ca reali d a d de l a v i d a . C o n dlo t�n t. i cn d n hahrr h ed10 una obra de capi tal i m po rt a n c i a pa ra vuestu, bien espi rituaL v a u n para v u � t ra fd i c i dad e n la tierra. La fe en el a m o r <fo D i os es el ma v n r consuelo :-iq u í aha j o � vald r ía la pen a d e v i v i r, a u n rn a n <l o n o fue­ ra m a s q u e para e x p e r i m en t a r <. U !l; delicias. .

.

.

A F E C: T O S

Y

ORACHJ1\

En o t ro t i empo. D i os m ío, m e li -;01i i ca lia <le p u · pa ra c o n V os u n a co n fianza acen d ra d a . F.ra esto e n la pri mavera de mi vida '��piri t u a l . lh. j o p l cálido sol de v u es t ra s d i v in a s con .,olac i o n es. m i ,t i m a s e abría c o mo espontáneam en te hac i a e l Ciel o : hi vi rtu d t e n ía p ·ua m í c1H·antos. po rq ue v u e t ra g ni ­ c i a sens i ble com m1 ica ha a su e j ercic i o u n a suavi i'íecr

·


LA

FE

t.: !\ E l .

A M O R D.t IJ JO :-.

Y

¡.;�

LA

b:O.

Pt: H A N Z A

.)9

dad enteramente celestial. Todo mi h o r i zo11te se ilu­ minaba enton ces con los fu egos cent elleantes d·� b l:'} pera nza. Me par€c í a q ue n a d a ven dría a detener _j a ­ más m i i mpulso h acia Vos, y q u e c o n toda segur i ­ dad escalaría las cimas de la Montaiia dei Amo r d i ­ v i n o . Mas, ;, so hre q u é fun d amento � e aporn.ba mrue­ lla confianza? Con vergüenza lo con fiei;o ; mueho m á s q ue sobre vuestro Poder y Bondad. dcscansaha sobre mi feliz bienestar. sobre m is buen os deseos v l a embria�uez inconsci � n te de mis fcl cilcs v i ctor i a s e;;p i r i l u a k.>S. i A poyo delf'z n a hle, d e l cual finalmente me desen ga ñó vuestra � ra c i a , a costa de mil ex pe ­ r iencias de mi p ro p i a m i seria � de m i im potencia p a ra el bien� de m i incl inaci ón persi-,teute hac-ia el mal v de mi fra � i lidad e inconsta n c i a e n Hicstro l" C r · vicio ! i Cuántos ensay os in fructuo� os, c u ánta� caídas h u ­ m i llan tes. cuántas repetidas derrotas y cu á n t u vo lver a em pezar h a sido preciso pa ra c o n ven cer me q u e j a ­ má$ lle,garía al t� rm i no soñado, si n o lJO n Ía toda m i <'0 1 1 fi :m za sólo e n vuestra Bon dad v ;iran \] i scrico r ­ d i a ! Paréceme. Señor. haber finalmente compren d i ­ d o q u e la con fianza en m í m i s m o . en m is recu r1'o" persona l es y e n m i !' med ios de acci r.n e><; nreci samen­ ' c la enem iga j urada de la s a n t a cou fi an :ta P n \' º "' · Por lo cua l me considero dich osa al dcscu hri r e n mí n u evos defectos, al �entirse cada d ía ill<l!-0 d ;. h i l e i m ­ p 1 1tcntc pa ra q u � e::;tf" conoci m i cntn d e m í m i smo m e i m pu lse poderos:rn1e11tc a v o lver m e h a d a Vos. a n o contar más q u e con v u estra ¡.!rada v a �c� u ir adC'· !a nte c o n n u e v o valo r. a C u a n d o fla q ueo. en t o n ces :,o v h ! e rtc)i t 2 Cor. , l 2. HH. F.sta pala bra del ,\ pó..,toL ; Hl r t a n t o L i e m po en i gm á t i ca para m i �: o i os i n tf"'ri o rc=-. m e es al p resente lu m i nosa v con fo r t a n l c. C u a n d o me � ien to d�h i l y m i sc rn h l c . d t> "' C o n fío de m í m i sm o. desespero de m i:;; p ro p i a�, fu e r1.a�. v


60

PA RT E I.-CAl'.

2

con facilidad entro por el camino d� In hum i ldad. que atrae sobre mí vuestra gracia. Esta graci a m e levanta sobre mí misma, me ele va vi�orosa mente hast a Vos, Dios mío, que sois mi fuerza, mi miseri ­ cordia, mi refugio, siempre aco�edor. Allí me sien to protegido contra mí m i smo por vue:5trn amor pater­ nal . q ue n u n ca d uerm e Al1 í canto con el �almista : « N os habéis rodea do d e vuestro a m o r, Señor. c o rn o c o n u n cscudoii ( Sal. 5, 1 2 ). Y, sin perder de vü ;ta m i debilidad n a tiva. experimento en tal g:rado la se�uridad q u e me i n fun de la fe en v uestro amor, q ue desafío al m u ndo, al i nfiern o v a m i \"·orromp i ­ d a naturaleza ! ¡ Señor ! , ;, quién podrá da íí�ir a aq uel a q u ien v uestro amor protege? ;, q u é temor p uede asalta r a u n alma que se siente amada d'J Vos? E�ta alma n o t iene miedo de nada, porq ue s u eon fianza descansa sobre la bon dad si n lím i tes. sobre el poder i 1 1finito . Conoce su pequeñez y s u vileza ; mm;, rlei os de s e n ­ t i rse abatida, encuentra en dla el em puje vip;oroso q ue la arro j a resueltamen te y toda �ntern en vues t ros hrazos. con una confiamm i n d efect i ble . ¡ Jesús ! , ¡ Jesús ! . sea yo es ta alma nrofu n damente humilde e invenciblemente con fiada. Que la fe en vuestro a.m or me permita dec i ros desde ahora con e1 real salmista de Israel ( Sal. 4, S) : ((Vos ::;o lo, Seil or. m e infundís confianza. il Que es t a fe me ha¡rn sal 1 0 rr,a r v l)ronunciar c o n sincerida d absoluta d e cora ­ zón l� hermosa oración de v u estro sier vo, el hien ­ venturado Claudi o de la Colomhii�re. oracj ón con que q u iero h onraros en pr ueba de mi filfa} con fianza : « Di o s mío. estoy tan persuad ido de q u e vel á i s so­ bre aquellos e me espera n e n Vos, y qu e n o puede carecer de nada q u i en de Vos es pera todas las cosas, que he resuelto vivir de ahorn en adelante sin nin­ p;ún cu idf!OO V desr.a rg-a rme P. n Vo� <le tncfa F. mis . . .


J.A n: J:N .l':L

AMtJR

DE o t o s

\•

}; N LA l'. S l' l·: tl A N Z A

61

inq uietudes. Dcspój cnmc en i 1ucn hora los hom bres de los bienes y de la h onra ; prívenme Jas enferme­ dades de las fuerzas y de los medios de servi ros ; pierda yo mismo vuestra �racia por el peca do, pero jamás perderé l a esperanza ; an tes la conservaré has­ ta el postrer s u s p i r o de mi vida, y v a n o s serán los esfuerz os de to dos los demonio:5 para arrancármela. Esperen otros la dich a de s u s riqu ezas o <l e s u s talentos ; descansen e n ln inocencia de su vida, o en el ri gor de su pen itencia, o en la cuantía de s us limosnas, o en el fervor <le su oracj ón . En cuanto a mí, Señor� toda mi confianza estriba en la misma confianza. Semej ante confianza j amá8 ;:;al i ó fallida . Estoy, pu es, se�uro de que seré eternam ente bien­ aventurado, porque espero firmemente serlo, y po r ­ q ue sois Vos, Di os mío, de q u ien la es pero . Conozco, es verd ad , demasiado conozco que sol débil y tor­ nadizo ; sé cu ánto pueden las t.entacione,:; contra las virtudes más robustas ; he visto cae1 las estrellas del cielo y las columnas del firmamento : per o n�da de eso log-ra acobardarme. Mientras vo espere. estoy a salvo de tod a des�raci a ; y estoy cierto de q ue es­ peraré si empre, porque espero también este don de la es peranza invariable. En fin, ten�o p o r cierto que n unca será ex cesivo lo que espere de Vos, y que n o obtendré menos de Jo q u e hubiere es p era d o Por tanto, espero qm� me .;:; os­ tendréis en los riesgos más in mi n entes, y me de­ fen deréis contra los asaltos más furi osos, y haréis q l! e mi flaqueza triunfe de los m á � espantosos ene­ .

.

mu ros.

Espero que Vos me amaréis .�iempre v que yo os amaré sin i ntermisión . Y para Jleg;ar de un · vuelo con 1a esperanza hasta donde puede v debe llegar, os espero a Vos mismo, de Vos mismo, oh Cread o r mío, para el tiempo y la etcrni <lad. Am�n . 1)


62

C A P I T U LO :� LA

FE

EN EL A M OR D I·: ll l O !-i

Y

LA C A R l l> A I )

La fe, q ue e s e l com ienzo d e todo. t10 <wa ha mula . Es n·rer.:iso <t u e llegue al t f .r m i rw dd a m o r , o. pa ra ha blar com o el gran A póstol, q u e ohre por Ju rn ri­ dad ( Gál., .5, 6). As í tam bié·n la fo en el am o r tle Dios sería vana si no nos lleva io;c u a nuu· a Di oi-.. Pero preci samente su objeto e� prod 11 e i r f' l l el n l m a e l con t in u o acrecenta m i en t o ti•� l a rn ri c l a d . Porq rn' n o cree m o s en el amor fH>larnf>nlf' p 1 1 1 l a 'if'� u r i t la d q u e en gen d ra esta creen c i a , s i n o m ú s hi 1•n p1nu lle· �ar a amar a Aquel q ue t a n to a m a a su cr i H tu ra . Aq u í es donde la fe en el a m o r n l nm t.<l su p1t.•no valor y 1.>rod uce su más exq u is i t o fruto Pu ra C'�ti · maria en lo que m c rnce, a¡i;; e n term >s u r i nwrn mente la preem inencia de la c a r i dad sohrc t o d a!-' la:-i dcm <ll'i vi rtudes v el lugar capi tal ísi m o 'J U<' t i ene cu I n v i d a cristiana. De aq u í deduci rem os m á s fá c i l mente l u i m ­ p o rtanci a d e esta fe, q ue puede presta rn os t a n pmh"· ros os socorros para el ej ercicio de lu c1ui d a < I . La cari dad e s l a esencia misma de) crist i n n i smo . En n u estra santa reli gión, absol uta men te todo t i en ­ t l e a l a m o r y ti ene s u razón d e ser e n el a m or . :\ c­ t i vidad del espírit u , o bi en obra s extf'ri ore". <f U e n o lleven el corazón n i a m o r d e D i os, n o �c r ía n , rom o dice San Agustín, sino vac ío forqmlismo pi�d o�o que ha perd i d o s u fuerza san t i fica dora, aSJa ricncia � i n reali da d, Aor si n fruto . La d octrina d e 1n Iglesia e:;, en todo conforme c o n la de San Pablo. (J U e con dena como m er o formulismo toda reli gión (1 ue no lleva a la cari dad. « Si v o tuviera el don de nrofecía y co­ n oci era todos los misterios y poseye ra toda¡; las c i en­ l' i a s � si tuvi era tocia la fe lw .. ta trnshdar ]as m on ·


t.A

}' E F.N E l . ,.\ MOR

llF. ! H O S

Y J . A C A H llJ A l l

Ó�

y no ten go ca ri dad, nad':l ten go. Si d i stri hu : " r. ra todos m i s bi enes a los pohre�, s i cn t rC'µ:ase m 1 c u erpo a l a s l l am as, y n o len � n mri dad , t o d o eso de n a d a m e s i rve n 1 1 Cor .. J :t 2. :l 1. Por eso , el prece pt o d d am o� r es u n l R tod os J os demás : ,, Amarás a l Señ or tu D i os con tod o t u c o ­ razón, c o n ·toda tu alm a, c o n t o d a s tus fuerza s ; y a tu pró j imo c o m o a ti m i s m o . \) En este cl nhle man d a ­ m i e n t o s e ene i c r ra tocia la l e y -v l os 1•rofc:as 1 Mat. . 22, :16-31}. La ú n i ca manera <le ser v i r a Dios en ver d < Hl �on· ;.; Í slc en servi rle por amor. N ad i e .;:¡ e r á j a m ás cri s · r i a n o ferv o ro so si .se limita a h acer �stricta mente lo q u e es ele ohli µ;ac i ú n . est o es� a ev i t ar el pecado m orta l p o r tem o r al cas t i� o q ue comporta consigo. Y n o vaya m o s a c reer q ue la ohligac íón de a 'li a r a Dios s e lim i t a a un corto n ú mero de a lmas es� o ­ !!; i d as e n c e r r a d a � e n el cla ust ro t ' especial mente cfln ­ sa�ra<las a huenas o hras, y a en la vida rel; ¡i:i osa, ya fu �ra de ell a . El precepto de! u m o r se d i rige a la muchedumbre. a l p ueblo todo, .i l i . a m i · a la m a ­ d re de fam ilia l o m i s m o q u e a l a re1iúosét . al sim ­ ple fiel lo mismo q u e a l sacerdote, a todas las al· mas ; n o hay n i una sola q u e esté exenta de a. Que D ios no so lamente n o ,; haya permitido: .;ino q u e nos h a ya ohli�ado a am � rle, es cos a q u e arre · halaba la admiraci ón de San A �ust ín, d r. Santa Te­ resa de J esús. << Daría u n o l a v i d a p o r q ue l e fuese permi t i do amar a un D i os tan gran de, L a n ado rable, de tan ta hermosura, y he at1 u í q u e n o ya S'...' l� per­ m i te gratuitamente, si n o q u e a é>.llo se l e oh liga )) tañ as,

f

Mgr. Gay). ;, Qu� v a le

n u es t ro miserable amo r ? ; Y q u é puede de él repo r ta r D i os. i n fi n i ta mente d i c h oso por esen ­ cia? Es éste un m i steri o profundo, pero un m h ;teri o q ue n o n o s turba . cr Es el misterio del a m o r. y esto


PA R T E

1

·

f:A l'.

3

basta ; c reemos e1 1 él ; no q u i: r n:ra mus \.J UC fue�c más claro ; pues si bien de_; a muchas cos a s q ue la debilidad de nuestra v i s t a n o distingue, en cam ­ bio, nos calma como .una her mosa noch e de veranm>

( P. Faber).

;, Hay acaso e n el mu n d o algo máf'i d ulce que; sabei· el precio que Dios concede a n u es tro amor ? Ha�t,,. tal punto lo desea, que, en su pensamiento, todo el plan de la creación se ordena a este designio : pr o ­ ducir criaturas para pro digarles a m o r v recibir d e ellas amor . . Y si es.t as cri atu ras lle�an :i escapá rselr por el pecado, no pu d i endo resignarse u la i dea de per d er su amor, env ía s u p ropio Hii o con ofici o dP Redentor para reconquistar este amor. Encarnaci óti de Dios, humilla c iones y padecimientos de Dios, sa n ­ gre de Dios, mu erte de Dios ; he nquí el precio f r1· comprensible con q ue ha ten ido a bien comp ra 1 nuestro a m o r. De todo lo que h acemos, mula espera. n a d a recibe sino el amo r. Su deseo C !; exclusivo : amor, más amor, siempre amor ; eso es t o d o lo que pide. « Dios---- d ice San Juan de la Cr u z- nada p recia m de nada se si rve sino del amon' ( Cant .. estrofa 2T1 No es precis amente el rigor de la ·austeridad, la fidt� lidad e n el deber, la pacien ci a en la en fermedad, ]a!'> fatigas del celo apostólico lo que rec ompensa : ¡ es el amor !' Menos caso hace de nuestras o b ras que de nuestro amo r ; y nos lo pru eba hien con Ja libe­ ralidad con q ue - recompensa n u estras buenas ob ras . que no pasaron del deseo . De toda nuestra actividad interior y exterior, el a mo r es con l o que se queda ; en comparación de esta hambre que tiene de s u criatura tan amada. tod o lo demás no es sino aire y lodo.

·

Santa Teresa del N iño J esús comprendió perfec t a ­ mente esta verdad y la formuló e n u n a frase lapi-


L\ F E EN

EL Al\10R U I·: D IO S

\

l . .'\ l : A R WAD

(j.)

d a ria : (< El amo1· es lo único q ue cuent a )) , resvonde a s u herma na, q u e ! e pide u n a paia hrn tic despe­ d i da la v í s pera de f ll m u c rle . Heco j amos r sl a p':tla­ bra <le l uz, evi dentemen te dictada piH" el Esp íritu Santo, y ala bem os a n u estro Padre celes t ial p o r ha­ ber simpli fic<l do p ara las a lmas peq ueñas l os c a mi ­ nos de la más alta perfecci ó n . n i d i érd oles solamen ­ te una cosa t a n fácil y s u ave c c. m o ¡ amor ! Pero si el prece pt o del a m or tiene una extensión lan u n iversal, si g;oz:.i de semej ante s u premuc í a , D i os lia debido hac�rlo posi ble y a un rela tivamente Íáci l pa ra su pobrecilla cri atu ra, p u es siem pre propor­ c i o na la eficaci a . de los medios a l a i mportancia del fi n . Y, en efecto, así lo ha hech o. Primeramente, ha depositado en rmestra.5 almas, por el bautismo, una aptitud esen�ial para la vida de amor a Dios. El movimiento pri mordi al Je la gra­ cia santi ficante, si se puede decir así. es de hacer que el alma obr e por a m o r. A �ta fuerza vital se agrega otra : el i m pulso person al d a d o al aÍma por el Espíritu Santo que en ella habi ta. Este Espíri tu es el Amor e n persona, y como Jro bierna nuestras potencias y envuelve al alma y la pcnelra, no pue­ de hacerlo s i n o en orden al amor. Ce aquí pr ovien e q u e la vida de amor a Dios c o r rc wonde perfecta­ mente a las a ptitudes interi ores de todo hautizado. ¡ q ué desgrac iado e s q u ien no lo en tiende, y se pe r ­ s u ade que es imposi ble servi r a Dios qu ien está en ­ red ado en los negocios del mundo ! Conocer a Dios, amarle con todo el corazón , n o súlo p o r gra titud a sus beneficios, s ; no a u n por ser El q uien es, i n fi n i tamente bueno e i n finitamente ama­ ble, ofrecerle por amor las a<.:cionCb y fa tigas, estos son los actos de la vida de amor pro oiamente d i cha Tocia alma en estado de graci a e s · ca paz de ella. Nr se requ i ere devoci ón excesiva o es pi ritualidad extra ·


PA R ' U: l - -f: A P .

3

ordinaria ; basta sencillamente practicar c•>H pctfcc· ción el primer mandami ento . D ios n o ha dad o, pues, con la gracia santificante la a ptitud fund_a mental para amarle. Esta aptitud hay que ej ercitarla. Y en ello i nterviene también nuestro Padre celes t i al , y l o h ace con una benigni­ dad caDaz de enternecern os hasta las lágrimas. An­ ._ tes de deci rte : « Amam e » , empieza por decirte : aTe amo. » Esta palabra tan tierna nos la repite de mil maneras, por to d as las v oces d e la Naturaleza y por todas la_s maravillosas i n dustri�s de la gracia . De la verdad que encíerra esta palabra n os da prue­ bas tan múltiples y tan evidentes, q ue su número y

magnificencia s er í a n ca paces de c a n sar nuestra aten · ción y fatigar n u es t r os espíritu si estuviese menos

distraído. cc Si quieres ser ama d o, a ma > ' , había di cho el poeta­ .filós ofo de la anti�üedad, formulando u n a lev uni­ versa l del corazón humano. A esta ley, q ue El mis­ mo había establecido, DioE se di�ó suietarse el pri­ me ro . Pues quería ser amado de nosotros, t. qué hizo? Nos amó. j Tratando de conq ui star nuestros coraz o n es, bien sabe el camino Aq uel que los ha m odel ad o ! Con oce el valor y la eficacia de los med i o s pa ra lograrlo. No usa con su c r i atura tan amaua otro lengua je sino el del amor : lenguaje uni ver�a l q ue toJos entien ­ den ; el parvulito lo con oce sin haberle. a pren dido j amás. Vedle en s u cun a : se estrem ece de gozo cuan ­ do su mirada se cru za con la de su madre, llena <le ternura. Verdad es que todo era necesario por nuestra !Jar­ te. Somos tan f!roseros, tan enlo d a dos estam os en la materia, que nuestro amor para con Dios, Ser i n ­ visible, había necesariamente d e en c o n t ra r d i ficulta­

des q u e no halla el

amor

humano.


L <\ �·E F.N F.L AMOR D E

0 1 05

Y J.A t:: A R I D A O

fi7

En el t rato con n u est ros semejantes, los sentidos favorecen los i nsti ntos <lcl c o raz ón . A des pertar el amor contri huven las m i stcr i oi:;as atracciones de la mfrada, la belleza de las form as � ci intercam bi o de regalos. Todo cs le cleme11 lo sensible falta en el ,, r. den sob ren atu ral. El c o n oc i m i en to q ue Dios n os da de Sí mismo aquí abaj o no es la visión beatífica. Nuestros o j os no ven !" U rostro ; n uestros oídos n o oy en s u voz ; nuestras m a nos n o l e pa�pan, pue� t o q u e escapa, por su m i s m a natu raleza, a toda inves· tigaci ón de los senti dos . Por otra parte, c u a nd o se trata de Dios, j s om os tan temerosos, tan descon fiados ! Triste es deci rlo, p ero el hecho e s dem asiado cier � o : nosotros, qm.: a la menor demostración de a fecto que n os hacen las criaturas les entregamos tan facilmeu te n ues t r o co· razón, guardamos frente a frente de nuestro Pa<lre celesti al una actitud de desconfianza hostil, como si hubi era peligro en ser engañados o de s a lir per­ diend o en el intercambio d e n u estro amor con el s u y o . ¡Qué mezquinos som o s al medi r al Infinito c o n nuestras peq ueñeces ! Pero Dios nos conoce : tiene pieda d de nuestra miseria y se digna ponerse a n u estro a lca nce, man· teniendo sin cesar alerta nuestro amor c o n la dulce rec u esta del suy o. j Tanto miedo t en í a de que aca ­ b á semos por olv i dar su amor ! Diríase que su cons­ tante preocupaci ón era ponerlo i ncesa ntemente ante n uestros oj o s Su mano creadora sembró aquí aba j o no pocas flores, hizo br otar luces suavísimas y derramó mu· chos placeres ; su Corazún paternal n os prodigó los bienes de la N a tu r alez a y de Ja p;racia con u n a } i . heralida<l increíble ; per o todo� estos dones sólo se o n l en a n a darn oP. a c o n ocf'r el m ayor de todos : ¡ su .


l'A lt'J'J.:

68

amor !

in ten tu .

3

1·· -r A I '.

Tuda la polít ica d i v i n a

se

en dereza

est e

a

« Lo princi pal q u e deseo d a r a conocer.---.d eda J e ­ su con fidente Sor Ben igna C o nsolata- -, es q u e s o y todo amor . ¡ Oh, si los h om hre.s supiesen cuá nto los amo v cómo goza m i Corazón cuando creen en mi amor 1 Pero c reen dema siad o poco. dem asi a d o poco Tienen u n a i<lea harto mezquine de la bon ­ dad d e D ios, de s u m i sericord ia, d e s u amor Mi ­ den a D i os por las criaturas, v Di os n o ti ene lím i ­ tes, su bondad es sin término >> ¡ Qué b i en n os conoce el Divino Maestro l Sahe bien que si la convicci ón del amor q ue nos tiene lle�a por fin a apoderarse de n uestro espíritu, tod o se ha ;i;anado, n o s ha heri d o el corazón. N ad i e puede permanecer indiferente ante este pens:tmient o : « Dios me ama, Jesús me ama. >) Seme j ante persuasión exalta las cner2ía8 y com u ­ nica u n valor para tri unfar de n uestra mala natu­ raleza ; e j erce �obre el espíritu más pod�rosa acc1on q ue tod�s los razonamientos, y más d eci sivo influ_j o sobre las 1>rescri pei ones d e l a ley . La fe en el amo r de Dios es. pues. !a condi c i ón previa de nuestro a m o r hacia El ; determina su i n ­ tensidad y s u gener osidad � Tan p ro n t o como el co­ razón está t ocad o con este resplandor, se transforma . No han faltado a menudo algun as alm as que, es ­ calan do penosa mente los escarpados s ender os de la perfecci ón , descubrieron tal vez en un recod o J rl camino u n ma ravilloso horizonte q ue d e pronto s e abría a n t e sus o j os. U n nuevo m u ndo s e revel ó en ­ tonces a sus a t ó n i tas mi rad as. La santidad se les p resen tó con si ngular atracti vo y �encillez. Baj o la in fluencia de este pan ora ma, vol v i e ro n a emprender la suhida. más fáci l ya. con el corazón de fiesta y con la esperan za ci erta ll� alcanza r su i n te n t o . ;, Qu� sús a

.

.

.

.

.

.

. . .

·


LA 1'" E EN t : L A MOJI

DE D I O !S

69

Y J.,\ C'\ R l l';\ I)

h a h ía� p u es, suced i do? Aq uel <l ía·---rncmo.rahle en sus v i d as-Jesús les dió a con ocer cuá!1 1o ] w;; ama ba, y este conocimiento les prestó alas. V edlas : y a n o c a ­ m inan, vuelan por los h ermosos senderos del am o r y del sacrifici o. Ya pasó, para n o volver, aq uel tiem­ po en que, se i?; Ún frase de la Imitación, ponían « su de v o ción en los libros, en las estampas o en otros si�nos exteriores, y vincu laban su piedad a numero­

sas oraci ones vocales, y aprisi onaban su vida en una red d e prácticas molestas y sin fervor . Hel a s bmi;ar a velas dcspleg-a d as por el océano del a mor. Saben q u e son amadas de Dios : ¡ qué vi�óroso i mpulso i m ­ prime esta fe a s u vi d a espiritual ! Ella es l a q u e a h o ra en fervoriza tod os los e j ercicios <l e p i e d a d , d e s uerte q u e pueden decir con el salmista : (• He h a 11ado m i corazón para ora r. 1 1 El corazón lleva la mejor J>arte en el trato con Dios ; y en las acci ones exteriores se rezuma el fervor del n uevo es píri t u ; c1 t raha io, la abnegación , las l uch as para conq uistf' r la

virtud, los sacri fici os

ra n y

y

paJrc i m i cntos se transfigu ­

son va para ellas si no ocasi ones arcl ientc­ rncnte deseadas pa ra demos trar su am o r . S i n duna. ,

no

el conoci m i ento del amor de D i os pa ra c o n nosnt ro;-' es el fJUC ha de despertar el fervor. La memoria asidua d el a m o r d i v i n o rn a rav i l l o�a ­ mente desarrolla en el alm a la v i rt u c l teolo�al de l a cari dad . Con esta mem o r i a n o liav pc] i g ro de ahu ­ r r i miento : cuanto más s e le c0n tcnmla. m a v orcs maravillas se descubren en él. La admiraci ón ñ o l'c r ·ansa jamás. ¡ Quién puede i <J cta rsc de haher agota ­ d o todas las riquezas de J o infin i t o ? « Por toda una eterni dad pofl rfamos es ta r absortos ce Di os en la contemplación de estas tres pahbras : me am a )> ; y au nque tuviér am os para escudr i ñarlas la pen etraci ón de los sera fines, n o hallar íamos fon ­ OQ a �ste abismo de t()dQ füen ' v si se n o s cotl(·�· '

.

.

.

.

- -

--

.

.

'

,.


· 1 · A 1rn;

70

1 - - CA i '.

3

d iese el m i snw corazón de l a V i rgen sacra t 1s1 1na. toda s u �ratitud no bastaría pa ra bendec i r :i D i o� por h a bernos concedido decirlas c o n toda verd a d !)

( Mgr. Gav). Sin emba r�o, los

tesoros que va m o s Jescu hrien d o estimulan e l deseo de con ocer m á s a fon d o �le a m or ; cuanto más se bebe de es ta a g u a , má8 sed de ella se tiene. Y en esta ambici ón insac iable del cora ­ zón, q ue desea siempre más de lo qu-e posee, be µ;us­ ta un cierto placer secreto q u e pa rece ver d a d eramen ­ te i n efable . Los santos, corn o ofu scados, desl umbrados por b luz del am o r, exclamaban frecu entemen t e, a la m a ­ n era que Angela de FoHgn o : (( ¡ Ay ! _ cuan d o ve o el amor con que Dios me ha amado" mi amor hacia El n o me parece sin o una i nsulsa burla, una �hom i ­ nahle mentira.» Recor<lemos el m o mento solemne d e la conversi (m clcfi n itiva de Teresa rle Jesús, al fi j a r ca�11 al m P11 ! (' l a m i rada en u n a im a �en d e C r i st o <lol i en l c v c u ­ bierto d e lla�as. Bastó aouella m i rada pa ra q u e b l' a n ta conoci ese la �ravedaCl del pecado v , sohre todo . el amor. el amor q u e s e dignó a cepta r seme jante s u ­ plicio. A l punto s e si nti ó a rrnhRta<la, con verti da, \ r·avó deshech a en lá�rimas a los pies de s u a d o r a ­ ble ven ced or. Más tarde. h a hl a n d o por prop i a ex ¡ K> ricncia, dii o a sus h i j as : « Si u n a v1�z l H> l" h ac<> d Señ or merced q iw se nos im pr i m a en el c o raz (rn este amor. sern os h a todo fii 1 · i L y ohniremos m u y e n breve v m u v s i n t raha j o » ( Vida. c �w . 22. n Ún • . ·1 1. L Veam os tam bién a Sa n Pahl o <' n el ca m i n o <le Da­ masc o . Allí el amor de Jesús le' cs nera , le derri ha . se revela a �l con u n a amo rosa o u e i a : <e Saulo. S1111 l o, ; por q n � m e pe rsi gnes ? )1 « ; Qui r.n s o i s vos. S<' ­ ñor? )) << Yo soy }e81Í s. a quien peri;;: i !! uc� con tu sa­ ña. » Esta palabra fué un golpe irresisti ble que hizo ·

.

,


Li\ FE FN EL AMOR TlF. DIOS Y l.A C A R I D A D

71

blanco en m ed i o del corazón. Pablo s e siente abr u m ad o por l a antítesis : persigue con su odi o a Aq uel que le persi gue con s u amoT . ;, Cómo res isti r �nte tamaña revelaci ó n? Duro por dPm ás sería para el perseJlui dor revolverse contr:i ,..¡ agu i i ón de aqu el am or que le abru ma ; h el o , pues. v a vencido. con ­ quistad o para siempre por e1 Di vine• R o b a d or de corazones : cc Señor. ¿ qué quieres q u e hae;a? ;i De u n vuelo, en u n instante, el A nóstol se eleva has ta la per­ fecci ón . El amor que acaba de derribarle lo ha me­ dido Sa u lo con u n a de aquellas miradas que pene­ tran hasta lo jnfinito. Ni ngún otro a m o r tiene y a valor ante s u s o i os. Cami n a por los derroter os de la vida rep iti en do la palaóra arrollad ora : « Cri sto me amó y se- entrei?;Ó por mí. n Y el sentimiento que n a ce de esta convi cción es su amor_ amor a rdiente. �rn r.roso, apasi ona.lo. Tod os lo� sacri fici os le p a recen fár,ile�. La '5nli­ citud. las fati gas, los suplicios. apenas n ued en apa ­ ci�uar su sed de sufri m i ento. En Cesare..'l, el profeta Agabo le predice la cá rcel y las cadenas. Los fieles, arrasados de lá gri mas los o i os. aui eren d isuadirle fTue no vaya a Jerusalén . rr ;, Por qué lloráis así y me destrozá is el corazón ?�les dice�. Presto estoy. no sólo para Jlevar Padcn as. sino mua mor i r por el n om ­ bre <lel Señ or Jes1í s . 11 En Fili ppos l e azotan con vergaj os : encadenado v cubi erto de sa n !He. canta . Tal r.f'rtcza tiPne d e que e.. amad o P•'.\r Cri�t0 o uc h ace loen ra s de �oz o al p<'n sa rlo. « Est ás loco. Pablo ___,J e d ice el preferto Fcsto-- ; tus mur.h as lectu ras t e h a n sorbi d o el i n i{'.i m1 ( A ctos. 26. 24.). No son lo s li hros los rrue le hac..-n Of"svari ar al Anóstol : r;; a le de si norq u e ha conoci clo p] a m o r de Cristo v h a He­ g-arl o a !" ma r sohre toda m ed i d a . lmsta la l oí'11 Ta . . Esta fe en el a m o r d e Dios fu p maravillosa en Santa Teresa d el Niñ o Jesús. Basta abrir su auto­

-


72

l' AHTF.

1 --CA I'. 3

bio11;rafía nara descu brir en elln. en cada pagm a , como un filón d e oro a flor <le tierra , laa huellas i n · delebles de esta virtud, sobre l a cual puso el fu n ­ damento de su vi d a espi r itual . Si nuestra amad ísi ma santa h a llegado a ser el modelo por excelencia de la infancia espiritual� es por a u e posevó en un �rado perfecto la fe en el amo r de Dios. Este Dios Todopoderoso fué !i!iem p re para ell a, sin perder por eso nada de su �rande1:a , el D i os todo amante, el Padre bondad osísim o que, i n ­ clinado haci a su cri aturita, la rodea de carici as y la llama su hi Uta. ;_ Sería realmente posible hacerse niñ a pequeña parn con Dios sin cgtar persuadida de ser arnada de El ? Ci erto que n o . Reparad en un n iñ o ah.qnoonado a sí mismo.' aue n o cuenta con el amor de s u padre, ni s abe au·e puede ven i r en su avuda. proveerle de todas la s cosas y hacerle. en fin. d ichoso : estil conden ado a la im p otenci a v a todos lrn:; peli�ros, pues si ti ene h ambre, si padece alJ?;ún mal. si siente rniedo, n o sabe a quién volver loi:; o i os y en qu ién huscar amparo. No fué éste P-1 caso de nuestra santa . Con cm j os .-le áe:uila » escudriñó las profu n d i d ades del amor de

D i os. v su n o arrebatar v saborear este amor. Viit en el Pad re CelPi;;t i Ql un ahismo sin fondo de bonda<l " tern ura i n d ecible, que se lletraba 11 ell a l1 aciendo <lerroche rlc u n a m or orevi sor. libera l v e n extre'11 o misericordioso. j Al conocer este amor auedó conau i"'­ tada suave, pero i rresistiblemen te, para una vi da tmh de ::l mor ! ' cc El amor-di ce-,---n o se paga sin o c · m amor.iJ De r1 0nde naturalmente �e si e-11e que. si n tién dose ama ­ da hasta lo infinito , la ardiente Teres8 dejase csc11 ·

de su cm:az(m este 2-rito ahras9 rlo : " : Jesús ! ¡ Quisiera amarlo tanto . . . , amarle com o jamé¡ ha sido

par


LA FE EN E l . AMOR DE D I O S

Y

l . i\ f : A R I O AD

73

amado ! l > Este ensueño & u v o s e transformó e n la es · pléndida realidad que sabemos. De s u fe e n el am o r nació un a m o r tan fuerte, tan generoso, tan casta­ mente a pasion ado, q ue es v quedará en la historia de la lales i a com o u n a de las más hermosas res ­ puestas d el corazón humano al Corazón de Di os. Sería p rec i so reprod uci r aq u í . ras !rn por ra sgo , toda su vida para demostrar esta verdad. Por aho­ ra no quiero detenerme sino ante el f!esto más ex­ oresivo que corona su vida. para hacer ''er q ue e�te gesto_... su ofrenda como v íctima de h9locausto al am or-es fruto bendito de su fe en el arrro.,r . La humi lde Teresita sondeó los a hism os de ter­ nl!_ra del Corazón divino ; contempló c o n admi ra­ ción las industrias maraviUosas que d Pad re Celes­ tial ej ecuta . para dar a conocer v nru d i gar s u amor a los hombres : vió sus audacias divi nas d escon oci ­

das, rechazadas, despreci adas . . . ¡ Qué martiri o vivir sobre la tierra de51mi·s de co· n ocer el amor de D i os v la in gratitt 1 d del hombre ! Teresa tiene por esto h eri do el corazón . Rusr,a re­ medio a su herida o . mej or <lich o, u n modo de consolar a su Pad re del Cielo Lo en cu entra, y con estas pala bras estampa sobre el pa pe] !os transpor­ tes de · s u alma : .

.

.

<íÜh divino Maestro mío. ; es que solamente tu j m1· t l cia recibe hostias en holo<1austo? ;. No las reclama también tu amor misericordioso. que nor todas par,

se se ve desconocido, rechaza d o ? Los cora zones a q u ienes desean prodi�arlo se vuelven hacia las cr.í u: tu ras en demanda de fel i ci d ad v de u n m iserable afecto que dura un instante, en vez de arroj arse eJl tus brazos y lan zarse a la delici osa hoguera de tu

amor infinito . . . » ¡ Oh Dios mío ! , ;, ese tu amor rechaia do se q ue­ dará encerrado en tu pecho? Paréceme que si en .

·


71

l'.\ RTE

I-C 4. P .

3

contrases almas que se ofreciesen como víctimas de howcausto a tu amor, las con sumirías rápi damente, y te sentirías dichoso de no tener que repri mir las llamas de ternura infin i t a que están encerradas

en Ti ! » Si tu j usticia desea s atisfacerse, aunq ue sólo se extien de a la tierra, ¡ cu ánt o m :ls desea tu amor mi· sericordioso abrasar l as almas, puesto que tu mi ­ sericordia se eleva hasta los Cielos ! i Oh Jesús ! , sea vo esta dichosa vícti ma ; c ons u m e esta insignificante hostia con el fu e� o de tu d i vi n o amor ! '> El hecho se ha consumad o . Teresa se ofreció, y las esclu s as divinas del amor, abriéndose sobre su alma, hicieron descender un di luvio de fuego. que la consumió ránidamente. i Creyó en el amor de Dios, y esto fué l o · que la h i:T.o s !1bir tan alto en la caridad !

Alm as neq ueñas fJ Ue leéis e!;tas páginas, ;.q ueréis alcanzar el i deal de vuestra vida de amor divino? Creed vosotras también en el am or rle vuestro Pa­ dre del Cielo, y en vez de volveros h acia la criatura ccpara mendigar de ella la d icha por medi o de un mi­ serable afecto, que d u ra un instante. Brro j aos en lo8 brazos de este Padre tan bueno, y lanzaos a Ja deli­ ciosa hoguera de su amor i n finito ii . *

*

*

La virtud teoloJZ;al de la cari d a d tiene doble ob­ y el próiimo. Acabamos de ver la e<:>troch a relación que existe entre nuestra fe en el amor de Dios y n uestro amor para con Dio'5 . Veamos ahora cuá n preciosos auxilios puede prestar esta misma fe a nuestra caridad fratern a. virtud indispensable para la salvaci ón, y puesta por el Salvador como distin­ tivo de los que le siguen : ((En esto conocerán todos

jeto : Dios


J , ¡\ n; 1; N

EL ,\MUft

1n: U I O S

y

LI\

( ,\ ll i l M . IJ

75

sois mis disc ípulos, si os amáis los unos a los otros» ( luan, 1 3 , 35). Cuando el Apóstol San Juan n os invita a amar a Dios, nos ofrece un mot i vo dig­ n o de n otarse : « Amémosle---d icer---, porque El prime­ ro nos amó » ( 1 luan, 4, 19), dándonos a entender q ue el pensamiento del amor proveniente de Dios ha de bastar p a ra despertar el n uestro. Tratándose del prój imo, el Apóstol de la san ta dilección no echa mano de otro aq�ument9 diferen ­ te : ce Si D i o s r.os amó tanto--escribe a los primeros fieles-, también nosotros debemos ama rn os los u n o s a los o t r o s )) ( 1 luan, 4, 11). La caridad fraterna, en efecto, no será una virtud teolo¡i;al s i n o estuviere vivificada por u n motivo s o ­ brenatural. Cu an d o amamos al pr ó j imo únicamente por él mismo o por otra cu alq uier cono;; i deraci ón hu­ mana, semejante amor n o es sino una falsificación, una cari catura de la verdadera caridad. He aquí por qué nuestro divino Maestro nos en ­ carece el amor a los próiimos, n o por las b uen a s cua ­ li dades que puedan tener, o por su valer personal, lo que n o solamente rebaj aría n u estra cari dad, rele­ !!ct ndoJa al ínfimo lugar de u n a virtud puramente natural. pero la trocaría en muchos caso::; en una atracciOn moral mente reprobable. Nos manda, pues, amarlos. riorque El mi smo los ama. «"Amaos como Yo os he amado)) ( Juan. 15. 1 2). En aquel pasaie del E vang el i o donde exig-e de sus di scípulos la cari dad más difícil. la que se e j ercit a con los enem ip;os, a] e�a l os m otivoE:, con sin igual clarida d : re R o gad por los que oi:: maltra tan V os per­ siguen, a fin de q u e seáis hi j os de vuestro Pa d re que está en los Ci el o s . el cual hac e salir su sol s o b re ' buenos y malos v envía su lluvia �obre iustos y pe­ cadores)) ( Mat., 5, 44). Por todo lo cual se echa de ver que Jesús no tom a de los hombres 1 sino de Dios, q ue


PA llT E

76

1

- C 1\I' ,

3

la razón defini t i va del a m o r q u e delienh1s tenernos. Porque el Padre ama a los hom br�s-... se;tn buenos o m alos-.. y porque amándolos com o El. somos hij os suvos ; he aquí la r a zón por q ué debemos amar al

pró j imo.

La caridad fraterna tiene, pues, por principio el a t odos los hombres. Cad a me ro aean es oh jeto del am or eterno -q ue arde en el Corazón de Dios ; es u n punto d e la creación donde aquel amor s e manifiesta a r d iente y tiernamente, como en ninguna otra cria­ tura. Esta es la razón p o r u u é debo amarle : n o n o r lo que ella es e n sí, n i siquiera uor lo q u e es para mí, sino por razón de lo q ue es para Dios ( 1 ). No nace de la t i erra el amor que os ten �o, · her­ manos míos, ni en ella encuentra mi caridad su ener­ l!Ía, siempre actu ante v si empre disnuesta al sacri fi­ C'io � p a ra ell o he tenido que subi r al Cielo y busca . ros en Dios. La corr iente de fratP.rn al amor que cir­ cula entre nosotros pasa a través del ·Corazón de Dios. ;. Con océi s ahora, almas humildes. cuá n t ') i m ­ norta l a fe en el am o r d e Dios pa ra el e j ercici o de la caridad con el prú i imo? Pues si estoy convencida oue el Padre celestial ama a todai:; s u cri aturas si n excepción ; si sf., que para las más débiles. las ID H ., nobres, las más desprovistas d e rcc u rs o 5 , v aun rlc v i rtud. tiene más tierna compasibn v más misericor­ d i osa providenci a , . ;. por qué n o querré v o demm1tra r ¿:¡_ todas. y m á � particularmente a la�' men os atra· v entes. �ine;ular benevolencia v cordial cari dad ? ¡ Ah, sí ! . bien lo entien d o : nn ra am a r de estn su erte a c i erta<; person as. ne ::rsi to creet que Dios am o r de Dios, que abraza u na de las pérs onas q ue

O)

mot ivo

El

y

herrn�mos,

a mo r a u t> D i m t it>ne a l o s ho mhres es tambi�n el el modelo d �l amor quP cl Pht>mo!'l tener a nue-'ftro¡;


... .. l 1

las ama. Y cuanto más vi va sea mi fe en aquel más espléndida será mi caridad en a hncga ­ eión y ale:?; re sacri fici o y en �cn eroso perdón . E l verdadero amor al pró j imo e s s i em p re, a la v,,ez, am or de Dios ; ambas man ifest aci ones n o son sinó reflej os di ferentes cle u n a m i sma t endenc i a fondamental : el �mor de Dios. ¡ Qué clarivi dentes fu er o n los snntos en esta ma­ teri a ! Si amaron tanto a los prb j im os. n o fué por­ q ue vieran en ellos seres perfectos o valores defini ­ tivos, a los cuales fuera j u sto sacri fic:1t rlo todo. Ellos , me j or que nadi e , podían descu brir, en la mayoría de los h ombres, la pequeñez, la insüm ifica ncia, la ma la fé, la i n i ustic ia, la ambición e11:o ísta ; y a u n de parte de ell os padecieron a veces crueh1ente en sus bienes, en su reputac ión . l. Cómo, D U ffi , llega ron a amarlo s , a perdonarlos, a hacerlf:".s bien . aun a cos ­ ta de s u repos o, de su salud, de sus intereses, de s u vi d a ? Porqu e en ellos vieron hi j os del Pad re celes­ tial, redimidos y hermanos o� Cristo Jesús, templos del Esp íritu Santo . De todo lo que personalmente pod ía molesta rlos y h erirlos en la conducta de su s sem ej antes, n o conserva ba n s i n o un sentim iento de t i ern a compasión : r e Di os los a m a , tiene piedad de amor,

debilidades, traba j a inces a n tem ente. nor h acerl o.; huen os. fel ices ; ha hecho to<l o lo posible para atraer ­ lo s a Sí ; su g-racia t i ende incansablemente a hacer ele ellos otr os tantos escogid os. » ;,q u ién poclrá m o s ­ trarse duro. i rascible, rencoroso. con el urói imo. si vive de la fe en el amor que Dios le tiene? Las personas q ueri das de n u estros ami gos. se nos h acen fáci lmente si m páti cal'i. Sól o por esta razón a orovechamos con �usto la o casión de serleR agrada­ bles y útiles, sabien d o q u e con eJlo c ontentamol'i a nuestros ami 1?:os. Esta con d i c i ón del corazón humano la q u i s o aprovechar nuei;; t ro d i vi n e S a l va d o r en el sus


PA R T E

78

J--C A.P.

orden sohrenatural. No sólo se complac� de vernos e j ercitar la caridad para con los que le 8on q ueri d os, que son todos los hombres, sea n quienes fueren, s i n o d e tal suerte s e i d entific a con ellos, q u e n uestra C • Hl · d u ela , benévola u hostil, con nuestros h ermanos, le toca directamente. « Lo q u e hicierei s al menor de los míos->dice- -. lo tomaré c omo h echo a Mí mismo»

< Mat., 25, 40). . ; Cuál no será para con n osotros el am o r de · nues­ tro"" dulcísimo Salvador, cuando lle�a a este exceso de condescendencia ? Necesario es meditar detenida­ mente estas divin as palabras para darse cuenta de todo el amor que. encierran . Como �i <lijera : « No

podéis verme personalmente ; os es imposible pres­ tarme servicio� obligarme c o n cualquier obseq u i o, pues por esencia soy infin itamente rico, infinitamen­ te feliz. Esto coloca a vuestro a m o r en una cruel incertidumbre, en cuanto a su entera sinceridad . j .Es tan necesario dar prueba de él sacri fic á n d ose por la persona amada !.' Mas he aqu í di sipados vuestros te­ m o res ; comprendo la an s ie da d de v u estros corazo ­ nes, y he determinado encarnarme en cierto modo en cad a uno de mis discípulos, vuestros herman os, i d enti ficándome con ellos de tal suerte a u e al hon­ rarlos, al servirlos, m e s i r vá i s v m e ho11réis a Mí. »

adelante ya podemos gaber con cer­ Jesús : nuestra ca1 i d a rl con el p ró­ j imo es el termómetro de nuestra caridad para c on Di o s . A sí lo declara, sin rodeos, el Apóstol San J ua n : « N a d i e ha visto a Dios-dice- ; si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros, y su amor en nosotros es perfecto» ( 1 luan, 4, 1 2). U n corazón noble suele sentir m á s lo� . ultrajes y daños que se hacen a sus amigos que l os que a úl d i rectamente se infieren . Tal es l n. d el i cada cond i ­ De ahora

en

teza s i amamos

ciún

d el

amor

a

ciue

Di os n o!=\ ti f'nc. P.'.l rece ofon der�e


f.A rt.

F.N F.J. A M O R lll�

OJOS

Y U

r.ARtnAOi

79

más por el daño que se hace a i- u s h i i os que por los ultrajes que di rectamente le atañ en . Vedlo si no : Apenas se arrepi ente un blasfemo de su culpa, jn­ mediatamente le concede el perdón, sin e){ igir que sus labios impíos le devuelvan, con una sum a ade­ cuada de alabanzas, la gloria que le han arrebata­ do. Mas si se trata del pró.i imo agravi ado en su. re­ putación o en sus bienes, muéstrase D!os severo y exiJ.{e estrictamente, para otorgar �u uerdón divino, la reparación del per j ui c i o causado. ¡ Tan lej os llega su solicitud paternal para con ei hi l o de su ternura ! Sí ; Dios desea tanto n u estra felici dad, a u n aqu í abaj o, que ha obligado a sus hi j os a que se hagan mutuamente felices, dándoles con n o to r ia insistencia el dulce precepto d e la caridad fraterna . Y precisa­ mente al ej ercicio de esta virtud ha vinculado sus p romesas ele fu�ura inmortalidad . Según frase de Je­ sús, «el que se ab sten ga de j uzgar no será j uzgado ; con la medida que cada uno midjere será medidm> . Y el veredicto final del Juez s u p rem o será una sen­ tenc i a de justificación v de llamamiento a la bien­ aventuranza eterna, fundado en el ejercicio de la ca­ ri dad para con el prójimo : (<Venid, benditos de mi Padre, a poseer el r e i n o que os está preparado desde el princi pio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer ; tuve sed y me disteis de beber ; estuve sin albergue v me recogistei s ; desnud o y me vestisteis ; en ferm o y me visitasteis ; en la cárcel y vinisteis a M í En venl a d os d igo, todas ias veces que h ic i stei s esto con el m ás r>f'q ueño de entre mis hermanos, a Mí lo hicisteis )) < Mat 2:1. 40). Réstame decir unas palabra s de la Je en el am or el e Dios que supo n e el ej erci c i o del celo. la más ex­ celente actuación de la caridad frn tern a . . . Y para ello apelo a vuestra p r o p i a experiencia. alm2s humil­ clcs y escogi das, ele vida ocu lta . . . ;, f>ónne encontrá is . . .

..


80

esa p;cncrosi<lad que os hace ofrecer sin medida, por el bien de )as almas, todos los valores espirituales vinculados a vuestras ob ras y a vuestros sacrificios'? ¿ Q ué pensamiento os empuja hacia los ca m pos del apostolado, donde sembráis inca·nsahlcmentt> h bue­ na semilla de vuestros esfuerzos, vuestras luchas. vuestras fatigas, vuestros sufrimientos, sin jamás pen­ sar en el �ozo de ver la recolección ele la cosecha? Lo sé: conocéis cuánto ama Jesús a las .1tmas . . . Habéis contemplado a Jesús derramando por ellas su san· e;re y abriéndoles sus brazos; y este amor de Jesús a los homhres constituye para vosotras un llamamiento apremiante, irresistible. El es el que os alienta y sos­ tiene en el e j ercicio del celo. Almas humildes, cuanto más crevereis en este amor � tnnto más generoso, .ies­ interesado y fecundo será vuestro apostolado. Cuando el apóstol abandona su familia, su uatria. todo cuanto de más querido tiene en el mundo pa ra abrazar una vida penosa para la naturaleza en tierra extranjera; cuand o el sacerdote de nuestras aldeas o de nuestras ciudades consagra su tiempo, su libe-r· tad, sus fue rz as, al provecho espiritual de su grey; cuando Ja hermana de la Caridad va a cumplir su deber de solicitud y de abnegación al lado de los desgraciados; cuando la religiosa de enseñanza con­ sume lentamente su vida en una labor sin g]oria, con las alumnas que le han confiado; cuando la vir­ gen dei claustro se entrega a ;i.usteridades conti­ nuas por la salvación de los pecadore�, todo r.Ho es efecto maravilloso de la fe en el amor de Dios a los hombres. Todos cuantos ele estD werte se :rn­ crifican saben que las alma" de rns hermanos han c osta d o la san�re de Cristo, v a la r.ontinua traen en su. memoria las pal a bras del gran Aoóstol: «Cns­ to las amó y se _entrego por ellas.» ¡El eiemplo del Salva<lor Jesús los arrebata por el sendero (fp la ah-


Y.A F& EN EL AMOR Dl: DIOS Y LA C:ARIDAD

81

llegación, y es el resorte poderoso del apostolado! ¡Dios mío, vuestro amor para con nosotros exce­ de todo cuanto podemos soñar o concebir! Ese amor es motivo soberano de nuestra fe, apoyo inexpugna­ ble de nuestra esperanza, manantial ina�otable de nuestra caridad uara con Vos y para con el prójimo. ¡Quién me diera hablar tan acertadamente de vues­ tro amor, y demostrar con tanta unción y verdad sus maravillosas atracciones, que mis hermanas, las almas humildes, inclinadas sobre este insondable abis­ mo y arrebatadas por un delicioso vértigo, no pudie­ nm menos que precipitarse y i:;erderse en sus miste riosas pl'ofundidades ! AFECTOS

Y ORACIOS

¡Oh Maestro adorado!, cuando

vuestra

un

alma formada

escuela llega a comprender lo que es vuestro amor, acaba por no poder pediros otra cosa al�una. En esta situaci_ón se encuentra mi alma. Lo veo, Señor: todo el negocio de la felicidad, en esta vida v en la otra, es nego c i o de amor. Mas este ne­ �ocio se ha de tratar entre Vos y yo. El amo:- r'e la� criaturas-.-por opul en to que parezca el festín con que nos brinda-no hast a a hartar mi corazón� cuyos de­ seos son infinitos. Busquen otros en los afectos hu­ manos la satisfacción de esta imperios:1 necesidad de amar y ser amado que les atormenta; Por lo que a mí toca, ¡oh Jesús!, de Vos solo de3eo ser amada, a Vos solo deseo amar. S ólo en amaros se encuentra la ha rtura de mi corazón. Mi vida espiritual se simplifica, ahora aue la veo como el eiercicio práctico, solamente del precepto llel amor. Y a no más sutilezas, no m:ls complicacio11es. Conozco que el amor basta y suJJle por todo; en


l'AHTF.

82

I -CAP.

3

el cumplimiento de todos los preceptos, la per· fección de todos los deberes para ccn V os y para con el próiimo. Su efecto inmediato e infalible es unirme a V os, que es el fin de toda la vida cristiana. Sólo el amor me ha de llevar a la santidad. Este culto de amor en que habéis querido resu· mir todas mis obligaciones para con V os, ¡qué bien responde, Dios mío, a las inclinaciones de mi cora­ zón! Por una parte, glorifica vuestra bondad de Pa­ dre, y por otra, llena mi alma de gozo y ie comu· nica gran prontitud para el bien. Cierto es que la afectuosa familiaridad que supone y me perroJte te­ ner con Vos no disminuye la reverencia que expe· rimento an te vuestra Majestad infini�a. El amor ver­ da d ero es siempre respetuoso. Pero sentir, ¡oh Dios mío! , que me amáis y que deseáis ser amado por mí; creer que en este mutuo 'intercambio de amor es

--tan desproporcionado--encontráis vuestra gloria como yo encuentro mi dicha, esto es lo que me arr e · bata de 1!0ZO y me hace rebosar de gratitud . . ¡Qué Padre sois, Dios mío, para vuestras criaturas!'. Ser amado de V os, ¿,no es un honor insiA"ne, una gracia inapreciable, una alegría sin i�ual? Y poder ama· ros a V os, tan grande, tan perfecto; a V os, que no necesitáis de nada . . . , ;,no es el calmo de la felici­ dad? ¡Oh Dios mío!, después de esto no me queda qué desear; el corazón está lleno; ésta es la paz, la libertad, el Cielo. Mas ya lo entiendo, Señor: mi amor hacia V os no se ha de limitar a las efusiones del corazón... «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése me ama», dijiste en el Evangelio. Estas palabras son dulces a mis oídos y me infun.

den seguridad. Porque si mi amor hubiera de ser un simple sentimiento, me tendría por muy desgra­ ciada, pues mi corazón está tan a menudo seco, y mi

sensibilidad

es

a

veres

tan difícil de

conmover·


l.A n: EN EL AMOR D.t i>!OS Y L\ C.\JtlDAll

83

se, cuando se trata de cosas sobrenaturales. Mas con saber que la sustancia del amor está tuda entera en la obediencia ele vuestros divinos quereres, me tran­ quilizo, pues me creo siempre dispuesto a probáros­ lo con las obras. Gracias, Dios m í o, por haher hecho depender mi amor para con Vos de la buena volun­ tad, no de la sensibilidad. Con esto la ilusión se hace imposible. Si obedezco a v ues tras leyes, si cumplo vuestras ador�ble.s disposiciones, la sinceridad de mi amor no es dudosa . Entre todos vuestros mandamien­ Los sé de uno, ¡oh Jesús mío!, que llamasteis espe­ cialmente vuestro, insistentemente intimado y repeti­ do por Vos como una obligaciún tan grave a todos nosotros, a quienes concierne, nos va en él la vida o la mue r te eternas. Este precepto es el de la caridad para con el prójimo. Me ordenáis amar a mi próji­ mo como Vos mismo lo habéis amado. ¡Oh Jesús mío!, os diré, haciendo mías las palabras de Teresi­ ta, sé que no ordenáis nada imposible: conoc�is me­ jor que yo mi flaqueza y mi imperfección; sabéis bien qúe jamás Hegaría a amar a mis hermanos como Vos los amáis, si Vos mismo, ¡oh divino Salvador mío! , no los amaseis también en mí, a través de mí. Y µorque queréis concederme esta gracia, por eso m"' imponéis el mandamiento nuevo. ¡Oh, cuánto amor le teng o ! , puesto que él me certifica q ue vuestra vo­ luntad es amar en mí a todos aquellos a quienes me mandáis amar. Concededme, Jesús mío, esta verdadera carid�ld, .. que consiste en sopo r tar todos los defectos del prÓ· j imo, en no extrañarse de sus debilidades, en edifi­ rnrse de sus menores virtudes». Y si a veces hallo 1lifir-ultades en el ej ercicio de Ja caridad fraterna, dadme l a fuerza necesaria para vencer tan perfec­ tamente mi naturaleza y sus antipatías y rencores, q11� lle�uc a poder decir. respecto de la caridad, co-


rAH'tt.

1

t.-'P.

!\

mo Santa Teresa del Niño Jesús, mi amable mude· lo: «Mi morada está eternamente pacHicadl:t... He corrido por el camino de tus mandamientos ciesdc que dilataste mi corazón)) (Sal. 118-321. Y sólo i� ca• ridad puede dilatar mi corazón. ¡Oh ,f eSús ! , desde que su dulce llama le consume, cotro deli<!ioi:.am�nte p.or el camino de vuestro mandamiento nuevo, y quiero correr hasta el día bienaventurado en qu�, uniéndome al cortejo virginal, os sil:(a por los espa­ cios infinitos, cantando vuestro cántico nue1Jo. que h<:1 de ser del AMoR.


SEGUNDA PARTE EL

AMOR

DE

DIOS

CAPITULO PRIMER O SUS

CARACTERES

Después de haber asentado la excelencia de:: la Je el amor en sus relaciones con las virtudes teo­ lo�ales. vamos ahora, almas pequeñitas, a inclinar­ nos sobre ese abismo q ue es el amor de Dio�, con­ siderado en sí mismo y en sus grandiosas m<inifes­ taciones con respecto al hombre. Esta contempJa­ l'iÓn nos será dulce al corazón y persuasiva para el espíritu. Sin duda que siendo la fo una inclinación de la inteligencia a creer sólo por la autoridad <le la pa­ labra divina, podría bastar, para ejercitarla en nues· 1 ro asunto, saber que el amoI de Dios uara con nos­ otros forma parte de las verdades que el mismo Se­ iior se ha dignado revelar. Además, el misterio de 1�ste amor necesita menos que cualquier ph'!1, quizá, de razones y pruebas, pues se justifica por sí mismo: In fe que le otorgamos, como es principalmente obra de la presencia del Espíritu Santo en el alma, se j 11stifica de un modo superior a tndo razonamiento. �.. p�rece � la atracción mi�terio8a <me el instintq en


l'Alll'E JI,

86

natural ejerce entre

su

Ci\l'.

1

el corazón de la madre

y el de que tiene

niño. El niño no razona la cnnvicción m ad re : lo sabe, tiene intuición

de ser amado por su de ello.

Semejantemente, vosotras almas pequeñita�, sabéis hien que sois amadas por Dios.. aun cuanrlo

muy

· no penséis siempre en ello. ;<El F.spiritu Santo da testimonio a vuestro espíritu de que sois hijas de Dios)) ( Rom., 8, 16), y que Dios es para vo�otras Pa­ dre muv cariñoso. Podríais, por tanto. t'n rigor. pres­ cindir de las pruebas para creerlo. Pero es bueno <me la razón se apoye en ellas cuando los vientos d(l la tentacjón v de la duda soplan desde fuera. Ha aquí nor qué quiero hacer pasar ante vuestros o_jos. a modo de encantadora procesión, los cGracteres <li­ vinos y las pruebas innee;ahles de este amor de que sois objeto. <(No quiera Dios-.-escrihía San A�m,tín a Consencio-q · ue el creer nos impida el buscar y ha­ llar la razón de 1o que creemos, puesto que ni si· quiera podríamos creer si no fuésemos capaces de razonar. Con toda vuestra alma, buscafl para cn­ tender.)1

Por otra parte, aunque deb�mos suietarnos lrn­ mildemente a lo que nos en�eña la fe. no estamos ohli.irndos a aceptarla sin hacer invcnbrio de sus ri­ quezas. Y tratán dose de la,;; riquezas ciel .'.lmor di. vino, ;. qué inventario puede ocuparnos más ap;rnd:i· blemcntc? El que nosotrm; haremos.. alma� peque· ñitas, será forzosamente incompleto: con nalahr�ts humanas no se puede reconstituir el infinito. La mis­ ma eternidad no nos descubrirá el í1ltimo fondo del asunto que queremos tratar. ¡Quiera Dios, a lo me· nos, que lo poco que vo, como halhur.iendo, di�a m1uí. sea la chispa insi�nifi.cantc� que encieJida �-�n vucs-


87

sus CAllACn:tn:-s

lros corazones ,un vasto incendio de agradecido a vuestro Padre del Cielo ! *

*

amor

filial y

*

El primer carácter del amor que Dios nos tieno ser eterno y gratuito. Hay almas que no se osan creerse amadas de Dios� �o pretexto que no son dignas de ella; error tanto más suti] cuanto se disfraza con velo de humildad. Pero la humildad es hija de la luz, v esta tentación es hija de la ignorancia. Disipemos� pues, las tinie­ hlas de donde nace, y asentemos el alma en la ver­ dad. ;,Por qué nos ama Dios? ;,Será, acaso, porque lo merecemos? De ninguna manera. Demasiado lo c;a· hemos cuando ha jamos hasta el fondo de nuestro propio corazón. La increíble miseria rle nuestra na· turaleza, tan cobarde para combatir sus m al as incli­ naciones; la injuriosa tacañería con aue nos entre­ �amos a Dios; las �utilezas egoístas del amor pro­ pio, que vicia hasta nuestras buenas obras; la ruln­ rlad inconcebible de nuestras intenciones, de nuestros deseos, de nuestras ambiciones, todo ello unido, tal vez. a actos formal y gravemente culpables, c onstit u ­ vc un cuadro repugnante parn la santidad infinita ti{� Dios. Y. sin ernbarf!o, ¡nos ama! ;_Se en¡:rnñará. tal vez, sobre el valor exacto de nuestros méritos'? ;_Será su amor tan cicp;o que 11qwc a ofuscnr su �;a­ liiduría? Suponerlo sería una bla$Icrnia. El amor de Dios no puede seT sino infinitamente sabio y bien or· denado. Y pues en nosotros no halJa sino miseria, las razones que le mueven a amarnos las encuentra rlentro de Sí mismo. Esta es ln clave del cni12:ma. En efecto, el amor que Dios nos tiene forma par­ le ele su bondqd esencial; bondad que no es pn�es


PARTE 11.--l:AP.

l

cisamente uno de sus atributos, s i no más bien la na­ tural excelencia de su perfección esencial. Mucho errar ía. pues, quien buscase fuera d� Dios los mo­ tivos de la caridad que demuestra a su criatura. Prescindiendo de nuestros méritos, de nuestro va­ ler personal, Dios nos ama y nos ama como Dios. es decir, infinitamente. «El amor encuentra en sí mismo�dice monseñor Gay-las razones que le mue­ ven a obra r v comunicarse: ama lo que El ap or ta , no lo que halla; no le atrae la criatura, El mismo

quien se mueve hacia ella.)) ¡ Oué verdad ésta más tranquilizadora y apacible, y cómo nos desprende suavemente de la inquietud que podría ene;endrar en nosotros el pensamiento de nuestras faltas , de nues­ tras miserias!' Muy digna de lástima sería, sin duda. nuestra suer­ te, si el amor de Dios para con nosotros dependier" de nuestros méritos. i A cuántas dudas v. tal vez, a cuántos eclipses hubiéramos exvuesto ·este amor. se­ res tornadizos, caprichosos. débiles, que somos! Afor. tunadamente, no hav nada de esto. La raíz de su amor es tan inmutable como el mismo Dios. Pode· mos egtar tranquilos: j amás nos enl!;añará. Cada vez eme queramo!il. apoyarnos en El. cualquiera que sea el estado de nu�tra alma, allí estará El. siempre dispuesto a consolar nuestras penas, a reanimar nues­ tro valor, a perdonar nu estra s culpas, fi compartir es

alegrías. "Con amor etern o te amé11, dice el Señor a cada uno rle nosotros por boca de su profeta ( f erem., 3L �). Ahora bien: un amor q u e se adelanta a nuestra existencia nor toda una eternidad. no puede dejar de ser previsor v �ratuit.o. Lejos de haber podido nos· otros hacer al�o para merecerlo, nrecisamcnte a c.au­ SR de El y por F.I somos. J ,e debemos el ser y la vida. af.n �to el'ltá la carinacl-dicr d Apóstql S�n .Tu"n.- : nuestras


SUS CARACTERES

89

no en q ue nosotros hayamos amado a Dios, smo en que El primero nos amó)) (] In., 4, 10). Ouizá nos sintamos tentados a creer que una vez traídos a la existencia por obra de este amor mise· ricordioso, hemos podido adquirir derechos. Nada de eso. Cierto es que las buenas obras del alma ius­ ta son di�nas de mérito� pero lo son en virtud dP. una promesa benévola de parte de Dios. que, ha­ hla11do en puridad, no debe nada a su criatura y nodría e x i g ir de ella un servicio sin retribución. Siendo así aue nuestra correspondencia a la �racia tiene como fundamento radical una _gracia �ratuita, se puede con verdad decir que al coronar nuestros

méritos, Dios corona sus propios dones. Todoi pues, nos viene del amor etern o v previsor de Diosi v na­ die puede e;lo r iarse de crnm al�una que no haya reci­ hido de El. Aun los más µ:randes santos entrar.t de Heno en �ste orden de cos as Sin duda. correspondieron me­ ior que nosotrns al amor <livino. pero cuanlo dieron a Dios le rertenecía mucho más a El que a ellos mismos. Para tener eme ofrendar1e. tuvieron, como todos, que recurrir a las largu�zas de �u dh·ino Bien­ hechor. Si hic;eron alguna cosa por su gloria, fué norque El mismo les permitió-con una condescen­ dencia que nuestro espíritu !!fOi;;ero apena:; puede 1·011cebir-----'<.:olaborar con su propia acción, así como un buen padre acepta la ayuda de su hiiito, a costa (le aumentar su trabajo, µor haher de guiar aquella manecita inhábil. Cierto que nuestro Padrn celestial no nos echa en :'.ara el inmenso honor que nos hace oi;;ociándonos a 5'..lS obras. Leios de ello. su amor e8 tal, que: cuando parece que recibe algo de nosotros, toma de ahí oca· �ión para darnos más todavfa. No� deia Ja �rata .

!luio;i1)n

dR

er�Hr

q�!'� le

�omo�

p'alnwnfr útiles, y


PARn; 11.-CAP.

90

]

cuando tenemos la dicha de prestarle nuestros ser­ vicios o, al menos, de desear hacerlo, retrihuve con tanta ma�nificencia nuestros esfuerzos v hast.á nues­ tros buenos intentos, que apenas caemos en la cuen­ ta que El es el primer autor de ellos.

Y a veis, pues, ahora, almas tímidas v temerosas, cómo la fe en el a m or de Dios, lejos de ser presu­ mida, echa sus raíces en la tierra fecunda de la humildad.

Las consideraciones precedentes,

si,

por una parte,

despiertan sentimientos humildes, por otra nada tie­ nen que pueda turbar la serenidad Experiméntase en ellas una sensación de se�uridad que nos envuelve por todas partes cuando nos ponemos a reflexionar sobre ello. Que el amor de Dios tenga su funda­ mento en El v no en nosotro�. es una verdad que todo lo simplifica y tranquiliza nuestro espíritu. No nos excluirá fácilmente de su amor Aquel que nos amó desde toda la eternidad. aun antes de que fué­ semos cap,B:ces de reconocer rste amor v de agrade­ cérselo. ;Qui· digo excluirnos? Jamás lo hará, a no ser que libremente lo rechacemos nosotros-porque. desgraciadamente, podemos hacer]�. Y a�n enton­ ces, rechazado. despreciado, ultrajadn, no se retirará sino con pena, prestando mm el ofdo para ver si se le llama ... *

*

*

El amor clemo -r �rat11,ito que Tlins no<.; tiene po�ce otro carácter esencial, y es el estar sienwre activo. Lcv de amor es obrar. En el seno de la adorable Trinidad. su operación Ü1<:csante es la g-eneración eterna del Verbo y la producción del Espíritu San­ to. Y al expansionarse este amor al exterior sobre actilas criatura!'ii corn:;erva !'lll car;kter de perpetua '

rid&�


SUS CARACTERES

En todo instante, pues, el

91

de Dios se ocupa de nosotros, trabaja para nosotros. Después de ha­ bernos dado el ser y la vida, nos conserva la exis­ tencia. Autor de nuestra crea ci ón, continúa creán­ donos sin cesar, puesto que nuestra sub!;istencia no es sino una producción actual de nuestro ser, reno­ vado a cada instante. El amor de Dios nos sostiene, por decirlo así, por encima del abismo de la mtda, de donde nos ha s::wado, Y s! por un solo segundo retirase su mano, caeríamos al punto de nuevo en la nada. La misma creación material está toda ella sumer­ �i da en este océano de amor infinito. Si Dios re· tirara los torrentes que tan gratuitamente dnrama sobre ella, la veríamos in continenti transformarse en morada de desolación y de muerte. Esta acción incesante del amor divino es univer­ ·'ªl. generosa, tierna y desinteresada. Universal. Abraza todo c uanto existe. El salmista caarcteriza �uy bien este amor cuando lo comparó a] astro del día, que alél!,rase cual gigante para reco­ rrer el camino (Sal. 18. 5, 6). El sol, en efecto, re­ parte liberalmente sus rayos a toda criatura: acari· cia la flor del campo" lo mismo que irradia en la:: cimas de las montañas, sin que su prodigalidad 1o cmrobrezca j amás. Así es también el a m or de Dios para todos y cada uno de nosotros. <e¡ Oh Dios!, está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Vos habéi:; l1ccho al pequeño y al � rande y cuidáis de todos 11or igualn (1 L 25). Si el amor divino tiene prefo­ rcncias� son. ciertamente, para los peq ueños y dr'·. hiles. Aunque fueseis, almas pequeñas que me leeis en 1·:..;lc momento. la s últimas de las criaturas. colocu­ das en el ínfimo peldaño de la escala social. im­ pPrfoctas, �nfepn�s y fráJ?;ilcs� sabf,d y crei:-<l cp1(� amor


92

PARTE ll.-CAl'.

1

Dios os ama con amor inexplicable. Os ama con el mismo amor que a otros que son más elevados, más s a ntos, pues sien d o su amor simµle e infinito,· es in· divisible. Precisamente a causa de vuestra pequeñez, Dios os ama con mayor compasión v solicitud. ;,Aca· so una madre no tiene marcddas preferencias por el más debilucho y raquítico de sus hijos? Regoci· jaos, pues, de ser de condición humilde, pobre, d�s­ preciada. Con ello lo�ráis 11na semeianza más per­ fecta con Jesús, que quiso ser en la tierra el último <le los homhres, y vuestra condición .. envidiable os da derecho a ser más amadas de Dios. No lo dudéis jamás; creedlo sin razonar. La tendencia primor­ dial del a mo r divino es descender, bajar a prodigar­ se gratuitamente a cuanto hay de más bajo y· más humilde. Esta verdad confio�adora la había comprendirlo S'lnta Teresa del Niño Jesús. y la expresa así en la Historia de un alma: «Siendo propio del amor aha­ jarse, si todas las a1mas se pareciesen a las de los santos Doctores que han iluminado la falesia, parece que Dios l)O se abaiaría tanto al venir a ellas. Pero ha creado al niño, que nada sabe v sólo de j a esca­ par l i geros gritos; ha creado al uobre salvaje, que apenas cu�nta para guiarse con oálidos reflejos de la luz natural, v El se di1ma abajarse hasta seme.ia11tes corazones. Estas son las flores del campo, que le encantan por su sencillez; y con esta acción de aba i arse tanto, el Señor m ue stra su 2randeza infi­ nita. Así como el sol ilumina a la vez el cedro y la florecil1a, así también el Astro divino ilumin;' particularmente

cada

un<-1

de las

almas, grande o pe·

queña, v todo se convierte en bien de eUas . . . l' Es a¿1, en efecto, que el amor necesita aduar, mos­ trarse hacien<Jo el hien. El mayor placer que se le pue<le hacer rs propnrr�intrnrlP nr.asiones ele eilo. Por


�us r.AR ACTF.Jh:s

93

esto decía nuestra santita: «Cuanto más miserable uno, tanto más sirve para las operaciones de este Amor que consume.» ¡Cómo goza el Señor cuando encuentra un alma en que puede ejercer su acción bienhechora; un alma que le ofrece un vacío <JU*' llenar, deficiencias que suplir, fealdades que hermo­ sear, defectos que tránsfonnar ! (.Qué necesidad tie· ne El, riqueza i nnn ita , de nuestros pobres present�'( Sólo necesita vas os que llenar, y siente--alivio cuandc1 puede dar curso a su munificencia. Generosa como lo es, la acción del amor divino tiende infaliblemente a nuestra -felicidad, y �to ahtu· tnándonos, en cierto modo, con sus liberalidades. El amor vive de los presentes que hace. El que Dios nos tiene es ta,n pródigo, que únicamente la estuoenda re­ velación de la ete rn i dad logrará declarar la exten­ sión y el precio de sus dones. Dios, precisamente porque es Dios, no puede amar· nos éon amor limitado y finito. Si nos am_-:.-¡ y no po demos dudar de ello!-, ha cfo ser con todo el pe· der de su ser adorable. Y sus beneficios han de ser proporcionados a su amor, es decir, aue serán infi­ nitos en número y valor. Los bienes de la Naturaleza, los dones de la gracia. las recompensas de la gloria, son los tres dominios en que este amor generoso campea libremente. Contemplad este vasto universo, contemplad sus es

espectáculos magníficos, sus grandiosos panoramas, sus bellezas delicadas, y decíos: Todo esto es un presente del Amor. Calculad, pesad, si podéis, el número, la variedad ele los seres irracionales e inanimados que el Crea­ dor ha puesto a dis posición del hombre, v decío-;: Esta opulencia es obra del Amor. de un amor cuva l'aracterística es hacer más y siempre m<ls por la dicha dC'l ser amado.


CJ4

PARTI-: 11 --·CAP.

1 -

Examinad atentamente las cosas de vuestl'o uso desde la mañana h a sta la noche; veréis que cada una de ellas posee una suavidad, una riqueza, una dulzura superior a lo que estrictamente exige su uti· lidad esencial: todo ello es señal de tin amor que no se contenta, si no añade lo conveniente a lo necesa· no.

Y para que pudiésemos gozar de los J)lanes legÍ· timos que la creación nos ofrece, Dios ha adaptado nuestros sentido s a los diversos elementos de que elJa se compone. Los sen ti dos del cuerpo de tal manera se corresponden con la creación se11sible, que púeden disfrutar plenamente de su b ell ez a. y a la vez la inte­ li.u;encia puede descubrir la Idea divina que la infor­ ma, y el corazón llenarse de amor 8J:;radecido hacia el autor de estas maravillas. Si . del mund o de la Naturaleza pasamos al de la gracia, ¡cuánto más admirable aún se muestra la �enerosidad qel amor divino! Aquí los beneficios que dispensa son de un orden tan elevado, que para com­ prenderlos es preciso mi rar lo s con la luz de. lo alto Por medio de la g racia santificante. Dios nos hace participantes de su Naturaleza, enriquec� nuestra alma con misteriosos hábitos infusos, que operan en ella una nueva creación, :¡ le comunican el vrh·ilegio de la adopción divina. ;, CJuién podrá iamá:; formarse idea justa de aquel bien por excelencia que nos comunica el título de hijo de Dios, ·concedido a todo bauti1..ado?

Por él entra el alma en la familia divina, v puede pro· gresar a cada instante en la caridad v acrecentar in­ definidamente sus méritos. Le basta para ello corres­ f.)Qnder a las gracias a ctuales que se suceden con un encadenamiento v una contimidad maraviUosa. En efecto, cada una de nue�tra�: mortificRciones, aun las más insignificantes, una oración. un sencillo

suspiro del cora.zón lanzado lrncia e.l

Cielo, al punto


SUS C 4 R AC1' F.ff f:!'i

95

q ue se producen revisten nuestra alma de u na belle­ que antes n o tenía, la en riquecen con un nuevo gra­ do de gracia sant i fi cante, que da derecho a un nu evo grad o de gloria en el Cielo . Todo a delanto llevado a cabo de este modo atrae al alma nuevas graci as, que, correspondidas a s u vez, acrecientara de manera pro­ digiosa el tesoro es pi ritual de nuestra alma. Y lo que es más admirable : cada vez que P.�ta corre� ponde a una gracia, Dios se en trega a ella de un modo n uevo y misterioso, con una especi e de cont;icto personal, más íntim o, más real que antes . Y de estos actos mí­ nimos, oscuros y fáciles que pued en convertirse en ma­ ter ia de merecimientos, . n u es t ra vida ele tal modo está enramada, q ue basta hacer un gesto sencillo para for­

za

mar haces de ell os a todo lo largo ·del día. Porque Dios no mi ra la importan cia o la solemnidad de la a cci ó n , sin o la p ureza de i ntención con que ,,e ejecuta. �u amor es hasta tal punto liberal en la a!'�i.)n i n­ cesante que despliega pa ra santificarnos, que si logra­ ra mo3 , · arnos cuenta de ello, n o habría cumb re espi ­ ritual a la que no pudiésemos c onfiad amente as pira r. Si acertáramos a deJcubrir su acción en ,;ada circuns­ ta n cia de nuestra vi da, en cada paso de nuest ro cami 11 0 hacia el Cielo, combinando, cual artistu infinita­ mente sabio, todas las disposiciones ele �u gob iern o provi dencial para con nosotros, nuestra alm.'1. l'ie vería para siempre libre de l a pusilanimid a d que la impide tender el vuelo y progresar en la virtud. En cierto sen ­ ti do, es fácil hacerse santo en esta a tmúsfera tan pura, tan confortante, de la grac i a que nos envuelve por to­ das partes, y a la cual no podemos sustraernos si n o es por un acto formal de mala voluntad pervers:t . Si quisiéramos catalogar m i n u c i o s a mente los dones d i vi n os en el otden de la grac.i a, ser ía precbo recor­ dar las riquezas in ago tables de los Sacramentos. i:: fom­ pre a n u estra d i sposi c i ón ; el sacrificio del Calva rio,


l>ARtEI

1 1 .-CA P.

1

i ncesantemen te renovado en nuestros altai'eS� y al ...: u a l hasta u n i rnos para ren d i r a Dios, de manera adecuada, el cu lt o de adorac ión, de acc ión de �rad as, tle sa t i -; facción y de i mpet ración q ue le es debido : la presen ­ cia real v per manente de Jesús-Hostia entre nosotro� ; el a rrimo, el consuelo, la eficacia de la mediaci6n ma­ ternal de la Santísima V i rgen , q ue tan de corazón t o m a y con tan maternal solicitud nuestros intere:;es esp i r i ­ tuales y tem porales ; el socorro, las ]uce� que n os pr·J ­ porcion a la asistencia del á n�el de la �uarda, y tantos otros dones más cu ya s im.P.l e en u meración podrían He­ nar un volu men entero. El amor de Dios n o s previe­ ne, nos acompaña por doqu ier, n o s pers ij!ue cuand o intentamos escapar ; y. ;, habrá qu e deei rlo?r �estamos tan habituados a verle al servicio nuestro, q u e a penas ·

si

nos

damos cuenta de la inmensidad ele sus hene­

ficios ; a fuerza de h acerlos diari os v consta ntes, pa­ rece, ¡ oh Dios mío ! , que les quitá i s va lm . Mas no es esto todo : los bienes de la µ;rad a n o s on sino prepara ciones pa ra biene3 defi nitivos. El amor que Dios nos tiene no h allará p len o contento sino en la eternidad . Allí se expansionará a su gusto en la dis­ pensaci ón de las recompensas de la .�doria. «El üj o del hombre no vió i amás, ni oído escuehó, ni el coraz ón presintió lo q ue Dios reserva a s u s esco�;i do�. ;1 Goces purísimos esperan a nuestros senti dos elon fi cados ; las facultades del alma, sumergidas. en la luz d ivina, dis­ fr u t a rá n de delicias i ndéscriptibles t· inefahles, y � e abismarán e n una ale�ría indl1r.i ble. Tod o ello, sin embargo, no constituye la verdadera heat-itud . La esen ­ c i a de la felicidad de los bien aventurados es el ca ra a cara d ivin o . Ver a Dios tal cual es, entrar en la inti­ midad de su misterio eterno, admirar en una adora ­ ción radiante l as maravillas de la vida tr initaria .. par­ t i cipar de las alegrías que de ell a se derivan, saborear la dulzura de ser amad o de Dios, comuren c1er cuál -


:.;us C.ÁRAC.TER j.: s

verdaderamente es nuestro Padre, amarle sin m iedo desagrad arte jamás, ésta será h1 d ich a eterna. A seme j ante vocación nos ha predest i na d o el m n o r eterno. Mas, ; de qué modo est e am o r n o -; cond uce a nues­ t ro fin ? Del modo más tierno. Su s atenci ünes son <le­ l icadas y minuciosas como la s de u n a mad re para c o n �: u hij o . Todo cuanto h a y de dulzura, de previsión, de solicitud en el amor de u n a madre, n o e s sin o 1•ombra de lo q u e el amor de Dios encierra para con d(�

nosotros. No parece sino que cui da de n u estros intereses más que de lo s s u y os, y n o p o d emos d a r un paso en la v i d a si n en contrarle, si empre atento a nuestras nece­ sidades, com pasivo con nuestros d olores. Cuando n os presen ta sus dones, no es ni con altanería ni con fas1 u osidad. No hace ga1a de dej arnos sentir el precio de ellos, com o vemos en los grandes del m undo, que si tal vez quieren mostrarse bienhechores, per o es de isuerte q ue los favorecidos sientan bi en todo el peso d e la deuda que asumen para con sus bienhecho res. y que se mueva mucho r u i d o en derredor de sus a ct o s de generosidad. Dios, por el contrari o , parece que se esfuma entre sus dones. Le_j os de abru marno5 con una actitud de bienhechor exigente, nos atiende con ter­

n u ra inexplicable, nos concede

s us

n i n �i'm ser crea d o puede añad i r

cosa

�racias,

enj· uga

provee a nuestras nec�idades , fe. l i z, al parecer, de q ue consintamos en aceptar sus he· neficios. ¡ Oh Padre amante, Padre ] ibcral v tiern o , vuestra manera de obrar para con n osotros es tal, que casi pud iéramos decir nos dais oca�i ón para que sea­ m os ne �Ji�entes e ingratos ! Qué u tilidad reportáis Vos, Dios m ío. de amaros de esta suerte? Si consi dero que so is el Bi en sobe­ rano, que en Sí encierra todos los bienes, el Ser i nfi­ n ita mente dichoso que se basta a Sí mismo, y al que n u estras

lágrimas

v

alguna: he de


98

f> A R T F. n . - - t A r.

1

concluir q ue el amor con que envolvéis a vuestra pobre criatura es esencialmente desinteresado. Así, c ua ndo me amá is, D i os m í o , pretendéis 8er amado por mí, pero únicamente p orque sabéis que m.i amor hucia JI os Ita de hacerme dichoso. j Oh dulzura ! ¡ O h hlmdad ! El espíritu h uman o ha podido inventar nombres para to d as las es pecies de amor cap11ccs de hacer estremecer un co razón de carne ; pero ;, cómo llegará j a­ más a expresar el sentimiento del Corazón de D10s hacia s u criatura'? No le es pos ible, esto es evidente. Al llegar a este punto, el lengua j e h uman o desfallece. N o es decir nada el asimilar ese sentimiento al de .n uestros amores q ue se acaban. por vivos, ardientes, a pasionados q ue puedan ser. l\l o ten emos palabl'a para calificar un tal amor q ue emana de tan alto y baj a tan abaj o, un amor superi or con mucho a to d o lo q ue podemos concebir, por su elevación, su extensión, s u ternura, s u paciencia, su suavidad, su fideli d ad. l� o ; la tierra no nos ofrece térm in o s de comparación para que formemos de este amor una idea j usta. *

*

Este amor divino, qu e es nuestro, q u e no:s pertene­ ce, q ue constituye to d a nueatra segu ri dad e n este mun ­ do, posee ot_ro carácter sin el c u a l todos J o s q ue acaba­ mos de enumerar n o s dej arían, sin embargo� cierta i nquietu d ; este amor es inmutable. «En el princi pio, Señor-canta el salmista -, creas­ teis la tierra, y los Cielos son obra de vuestras ma­ nos. Ell os perecerán, pero Vos su bsistiréis ; se gasta· rán como un vestid o ; Vos los cambiaréis como se cambia un abrigo ; pero V os permanecéis el m1:s­ mo y vu estros años no fenecen » ( Sal. 1 0 1 . 26, 2 7 ) . Tal es, e n realidad, el carácter del amor que Di os n os tiene : inmutable como el mismo /Jws.


SUS CA R A C't F:fl t. S

Nuestra inteligencia apenas puede con cebir

u n amor está limitado por el tiempo.---..y , _por ende, es dern o-y que n o sabe de vici situdes.----o- y , por en de, < 'S i nmutable-. j Nuestros amo res son tan tornadizos, i an ca prichosos, tal limitados ! . . . Ap enas si Ja arni<stad 1 1 1 ú s súli<lamen te constituída puede re:;; i stir aquí abaj o 1 1 11a actitud d u d osa, una sospecha más o menos fun­ c l a<la. La q ue no descansa en D ios, más que ninguna 1 ·s e fímera. La indiferencia, la frialdad y a veces, hasta c · l desprecio, reemplazan con frecu encia los afectos que .., , . creyeron inexti ngui bles. El autor d e la Imitación n o s Jo advierte : ({El q ue l i o y �slá por ti, mañana podrá estar contra ti» ( li ­ l 1 ro 2 ca p. 1 ). ;, Quién no ha ex perimentado tan t r i l°' 1 1 · verda d ? Sólo el a m o r de D i os n o s e muda. As í c · ra ayer, así es hoy, así lo hallaremos m R ñ a u a ; siem 1 •re acogedor, tierno, solícito, d escos o Je hacernos l 1 i1·11. \J ada le hace retroceder : ni n uestras frialdades, 1 1 i nuestras indiferencias, ni siqu� era n ut'� lras i nfidc1 i c lades. Des pués de c om et id a u n a falta grave deci ­ m o s : e< D i os ya n o me a rna. )> Es falso . Ci �rlo que su : i 1 1 1 o r no reside va en el alma pecadora, p ues t o que . . 1 1a le ha forzado a reti rarse ; pero se ma ntiene por 1 · 1 w i ma de esta pobre alma, acechando, por dP-ci rlo así, ·· 1 1 primer movimiento de a rrepen timiento sincero para i 1 1 rnd i rla de nuevo. ( :ontemolad el sol al pleno m eLli odía : penetra en la l i a h itación donde os h all áis ; pero si ce rrá i s l:l s \•1 • 1 1 l : m a s , é l n o dej a po r eso de calen tar y alumbra r 1 · 1 1 1 1 1 0 lo ha c : a antes. ;, Es acaso culpa su y a si no pue ­ d e · p rodigaros sus r ay o s bienh echores? Así oc u rre 1 · 1 1 1 1 "l a m o r de Dios. No es él qu ien se m u d a ; som os 111 1sot ros los que nos mudamos, somos nosotros los q 1 w p o r el pecado le volvemos voluntariamente la es­ p1 1 l d a . Creer que este amor se ret i ra, nol'.i n ba ruJ ona, 111 1s n·lrnsa sus ben efici o3, es u n error monstrn'lso.

q ue

no


PARTE I L--C: A P

1 00

]

J amás s u cederá así con el amor de JJios ha· cri atu ra. Ella, sola ella, e s respoponsabJe do sus desgraci as, cuando lihremen te se coloca en un es­ tad o en el que el a m o r de Dios no p uede alcan zarla . Por tanto� s i se cond ena, es por haber posi tivamente rechaza d o el a m o r de D ios, q u e estaba H su lado, ofre . c.:iéndose a ella , previ n i én d o l a, persi �uiéndola h asta d momento final, en que, o bstinada en su negativa, ella misma se exclu v e volu ntariamente del reino ete r n o deJ amor d ivino. E� tonces, y sólo entonces, este amor des­ deñado cede el puesto a la .i usticia, que toma vengan· za d el µecado. Por tanto, sola el alma es la que se condena. ¡ No !

ci a

su

Dios,

e n efecto, no condena a nadie. El, q ue l o ha todo para salvarnos, hasta entregar a su Hijo a la m u e rt e d e cruz, n o puede men os de e j ercitar s u misericordia, toda s u gloria la pone en perdonar. El refulgente sol de su amor siempre está t.n el cenit , en el firmamento del mundo espi r itual ; para recibir su luz y su calor, le basta no más al alma colocarse baj o s u d ulce infl uenci a ; lo c ual si empre le es posi ­ ble med iante el auxilio de la grac i a, que Dios dis­ pen sa con una a b u ndancia conmovedora has'.a el ex­ ceso. No habrá en el infiern o un solo condenado q ue no se vea obligad o a decir : « Estoy aquí porque lo hP q uerido. » Y si hemos de c r ee r la doctrina de los san ­ tos, Di os no cas t i ga a los cond enados tanto cuanto me­ recen ; en consideración a su J-H j o, q u e derramó s u s angre por ellos, atenúa el ri g-or de la pena debida a s u rebel i ón, <le suerte que en el m ismo 1 uici ci q ue los condena encuentran vestigios de aq uel amor q ue ellos del iberadamente despreciaron.

hecho

El amo r de Dios pa ra con nosotros es inmutable, he aq uí su principal carácter que parti ­ cula rmen t� n os conven í a c cm ocer, a fi n C!e n o dudar

indefectible ;


S U S \. /\ R ACT E R ES

1 01

j a más de él, cualesq uiera que s e,a n n u ei-t ras •:ul pas. m iserias, nuetras pruebas. Somo"l �res tornadizos v fní�iles. Pasamo!' fáci l­ m en te de la tristeza a la ale�ría, del -fe rvor exultan­ te a la frialdad, a l a t i bieza deplorahle � de u n im­ pulso de �eneroso heroísmo, a u n trance de <lesfallc1 · i m iento moral, de cob ardía espi r i t u al inconcehi hle. Pa ra atravesar por todas esta!' vi d situdes- -de q u e l'Ólo los sa n tos consi�uen li berarse p o c o a poco--, ne­ cc� ita el alma u n apoyo sólido en q u e descan sar c o n t oda se!!ui dad . Este a p ovo siempre esh1 a nuestro al­ r · a n ce : es el amor inmutable de su Di (1s. Crcam oc; en El a pesar de todo, invoq uemos su ffrlel i dad ; jamás :-; e ra en vano. i Oh Señor. en fl l l é paz tan �erena v tr i u n fo nt0 deF­ ' ' ' l lH � :=t m os sobre la fe en vu estro amor na rn c o n no� o 1 r n s ! Fsta fe n o s conduce realmente al d intel dP,1 P::i­ rn íso y nos da desde aq u í aba_j o un anticipo de s u s goces y aleµ;r ías. Si los santos nos permitieran leer el fmrdo de S U R P<' l l samientos so h rc el am or de Dios Dara r. o n s u s cria 1 1 1 rn s. q u P- p á e- i n a s adm i rables nnr1 r íamo� :Hlm i rn r ! l\fa� ar¡u í sucede lo q u e su ele der·i rse : u ue ulo más ¡.; 1 1 hlime del hombre permanece siempre den t ro de f� . r 1 1 1 sm o )) . 1 • 1 1 f'!st ras

T , o s que. cautivados por la g-randPzP. de estf' a m o r , 1 1 : 1 1 1 intentado da r la a con ocer a los h omhrcs. han r e ­ ' r -c on ocido bi en nronto su im potencia v �e han doli ­ r l o de ell a, l a mentan d o haber profanado o . al menos, i l i s írazado el amor d ivi no con el velo de nalahras hu1 1 1 ¡ 1 1 1 as. tan escasas v tan fría s. Otros, acuciados por 1 1 1 1 : 1 !!racia irresistible v sucumb i en d o, por deci rlo así. 1 '1 1 1 1"� los abrazos inefa hl 8s ne la t enn. ra d ivin a, n os l rn 1 1 revelado en brote:; de fuego algu n o., scerc t o s <lo c•l'l l c amor que se les descubr ía. y sus acen tos son de


1 02

l'A R Tt; 1 1 .-CAP.

1

los q ue j amás se ol vidan u n a vez rruc se le!" J 1 a c�c u ­ cha d o : pen etra n h a sta la divi sión del alma. Y, sin em ba n.�o, todo cuanto se pued� saber aq u í en la ti erra del amor d e Dios para con el h onih rn es tá muy por d eb a i o de la realidad : n u est ros c o n ­ ceptos más magníficos son siemprt-"; índiu;nos d e El. D i �o más : aun en el Cielo. dc�pués de millones dtl añm transcurridos en escudriñar el a m or df:: nuestro Padre divino, n os sumergi remos m ás v más en aque] pi éla�o in menso de del i cias ina¡i:otahles, sin i arnás conseµ;u i r llegar a s u fi n. AF E C. TO S

Y

ORACIÓN

¡ Oh Dios mío, las l u ces que me dais s obre vues­ tro am or 8eme i an a una nueva revd a�ión : t a n tas son ]as realidades profundas que me descubren ! Es­ ta s realida des no ]as ignoraba yo del todo, pero esta­ ban confusamente º 'c u ras en mi espír itu, porque no me había vo deten i d o a considerarlas. Desde ahora quiero contemp!arb s a mi gusto y tomarlas por el asunto más halagüeño <le mitación. Cotnprender que vuestro am or es inconmrensible, por­ que es infinito. como lo soii:; V ns rn i �mo. ¡ oh Dios mío ! , ;, no es va penetrar rn íntirnc· secreto? ¡ Ah r , lo i:;é hien . Vuestro am or nos oculta aQu Í aba j o su s luces deg] umbradoras, porque no podríamos soportar sus ful­ p;or� sin morir ne gozo . . . Sin em hargo , me atrevo a supli caros, Padre mío muv amado. me tlescuhráis cada d ía más s u s divin os caracteres. a fi n de que, con oci én<l ole mei or. me in ­ flame en deseo <le amaros a mi vez en la medida n u e 'll e perm i .. a mi flaqueza, a l a m an na C 1 l m o Vo� -m e h a ­ béis am ado : e-enerosa y totalmen te, c o n nna fidelidad sin desfallecimiento y un olvido de mí misma, que en


S US CA R A CT ER E !3

103

el sufr i m i ento v la i n m olaci ón no me vermitan husrar si n o vuest ra gl ori a y la salvación de las llmas. La fe de vuestro amor etern o, actwmte, inmutahle. l1 a d e conducirme hast11 ello. C on el devoto San Ber­ n a rdo s i en to q u e puedo decir con sinceridad d e co­ ra zón : u ¡ La Inmensida<l me a m n ! ¡ J .a Eternidad me ama ! ¡ Dios, r.uvo grandeza no ti ene fi n. cuya sabidu­ ría no tiene límit�. Dios ama este montoncito de ce­ n i za v de nolvo ! Debo yo, pues , :'lmarle si n reserva. Aun cu an d o le diera mi c u erno tocio entero, mi alma < ' on todai:; su s potencias, sin qued3rme con nada, ;,lle. garía a �r e"te amor una respuesta equivalente al a m or de Di os? No.; j am ás nodré. Señ or, amaros como debo, como Vos merecP.i�. Pero acurlo a vuestro mismo amor pa. rn nue me disculpe ante la i usti cia !'ohre esh� deber ca ­ nital y me muestre los medios de conciliar ambas ('Oio:::ts.

Por lo q u p a m f toca. sólo pueclo rPdhir el hermo­ p r� nte de vuest ro amor. en el cnal est;\n encerra e l os todoc; lo� otros : lo recibo con humildl'ld y a�ra­ dr.c i miento. Ahora l o comnren d o : el or1wllo no está , . ,, creerse amado de V os. Señor. sino de creer qu.e uno " " " r ece vues ro amor. Reconozco q ue nada en m i atrae 1 1 i m otiva Vltestro amor. <me me previno desde la eter­ • i i nad. me 11:-.m Ó a la exi �tencfa V continúa SOSteni�n­ r f omf" en c a d a instan te. No es pc1raue vo s ea amable p n r lo q u e me am áic:;. sino nrecic:;amentP. nc,rnn e me a m 4is. mP. torno am :l hle a vuestrns mirndi:1s. ; Oh m i :s ­ l c ·ri n cl P bon � a d ! � oh condesctm d a i nc.rn d ita ! ' ¡ Y el e cuántos hienes m e en ri rruccf' vu estro a mor ! S i ,.m nre �ct1í a en m i nrnvech o. H e n o lle solicitud. n o r mi fP.} 1ci <l a d . clr.rram an cl o conti n u os b enPfi cios so h re 1 1 1 i vi d <l P,11 �1 tj emno n u a nreparnrme el uozo de ] a 1 ' 1 Prnid8d. E n este m i sm o m omen to. e n cualquier mo­ m en to de mi existencia. puedo pen sar y decir : « ¡ Dios �· q


r A H T t.:

104

l i -CA l'.

a m a ! >> ¡ Oué fortaleza en los combates, en las p ru c· ba s . en las ten taci ones, en los padecimien tos ! ¡ La fidelidad inmutable de vuest ro amor me ,;o n ­ m u eve v m e serena, o h Pa dre m ío del Ci eio ' i Qué tran quilidad p a ra mí el saber que no le dan a s c o m is flaquezas ni· mis miserias ! Si e s lan generoso en s u s perdones con l os pecadores end urecidos y con las almas �ravemen te culpables, i. cómo n o será com ­ pas i vo y tiern o con u n a alma pequ eñita, q ue, por p o b re e imperfecta que sea, siempre tien e hambre d e El desde lo ínti mo de su ser? Es ta necesi cfad de amor es la que me none en ]os la h i os la plegari a de uno de vuestros más fieles ser­ v i dores : « ¡ Oh Maestro, me ha�P.i� da<lo l o f1 U e m e oh liga ; dadme a h ora lo q u e puede hacerme p a 2 a r m i deu da ! N o !;OV digno de a m a r o s , pero V o s , Vos sois d i gn o de todo a m o r. Dadm e, pues. qu<' os a m e c o n u n anl.or inmensamente gran d e, nuesto q u e m e h ;:1 béis amado con a mo r inmenso. Qw� la meclida de m i a m o r se.:i F- i n medi<la : s u razón de ser, no tener razón )) ( Santo Tonuís de Villan ueva.) me

. . .

.

.

.

.

.

C A P ITULO 2 EL

·\ M O R m� m o s . � s u

PORQ ll f

S e ha dicho exactamente : e n el fondo rl c f <')(J a cuc�­ religiosa hay siempre un vorqué que n ingu na " '1 7.Ón resuelve. y al cua l responde sólo, pero a<lmi rn ­ h]emente, el Amor. La revelaci ón nos coloca en presencia de u n hecho d i vino. é�a es una vercfa d : n o res uelve el cómo, pero n os dice el porqué : ¡ D i os nos h a :i ma d o tan to 1 ;, Por qué n os h a creado? Porqu e n o s ama. ;. Por qué H e encarnó y murió en una cruz? Porque nos ama. t i ón


l� I. i\ M OH IJ E B l l IS

.

- !'\ ( I r o n Q l !

�:

10.:i

¡ Por qu� ha instituído la E u rn rist ía ? Porq ue n os a ma. ¿ Por q u é la Iglesia, los Sacramen tos v ta n t o s ot ros me­ d i o� de salvación, cuvo n ú mero v eficacia n o s persu a ­ den a ue neces ita el hombre tener una vol u n tad mu y c m 1;edernida " m u y perversa p a ra pe rderse? Todo nor­ ; ¡ uc

nos

ama.

Mas si m e pregu n ta res : « i, Por tJUP n o s a m r• Dios? '> , la cue.sti ón se hace práct icamente i n sol uble . f:l am or d e Dios a l hombre es el más <lesl umbrado r de los misterios : los explica tod os, p e ro �1 él m i smo ;, quién le explicará jamás? Hemos visto con anteri oridad que n o había que b u scar su razón de s e r e n nosotrofo. m i sm os, nue¡¡;to que a q uel amor n os previno desde la eternidad, y que-u n a vez tra ídos a la exi stencia-·, 1c j os de ha­ berlo merecido, hemos hecho todo cua n to podernos para hacernos i n d i gn os de él. Es. pues, en Dios m i sm o <londe hav q ue bu scar la solución del problema. El Apóst ol San .l uan. que en la últi ma Cena, recostado sohre el pecho ele Jesús, �scuch ó los latin os clel Corazón de Dios. d e r rama s o­ h re este m i ster i o u n a clari dad q ue satisface J a h umi l ­ d e sum i s i ón de n uestra fe v du lcemente sosiega n ues­ : ro corazfm . Y lo hace con tres breves pab hras, de u na sencillez i ncom na rahle y de u n alcance i nmenso, 1 · u ando exclama : i Dios e s am or ! ' Dios es amor. Esta es l a más exacta <leiinici ón d e] Ser d ivi no. que encierra todo u n m u n d o de prin­ r · i pi os , de chn de emana la pri mf;ra ra�ón de s1 1 con · d uda , tan tierna oara con nosotros. Dios es a m o r . Ahora hien : como exi ge el orden de l a l'i cosas q u e cada s er ohm se�ún su n a t u raleza , todo 1 · u anto D i os hace lo ha ce por amor. Tod o lo q ue des­ · · i cn d e d e El a n osotros procede necesariamen te de · 1 mor. Tod9s sus benefici os-comprendido el de la tri ­ l iulaci ón-·son presentes de amor. Tod os sus q uereres


1 06

PATl T E

U -C A P.

2

sobre nosotros--aun los que m ás cruci fican la natu ­ raleza-son efectos de su amor, que ti ende infalible­ men te a procurarse s u gl ori a p o r med i o d e nue5tra

eterna h i en aventu ran z a .

El am o r, si así se puede deci r, es la co nstitución intrínseca v etern a d e Di o s. su operaci ón n ecesari a, permaflP.nte, eter n a P or eso el gran Doctor del amo r cl i i o : Dios es amor, v no dil � : Dios ama : porque Dios 'Y A m or s e confund en . s on un m i smo nombrn que cl esi�a u n �ol o ser . Au n cuan d o D i os ouisi era no amarn os, sería in �apaz de ell o . ¡ Id a oed i r al fuego oue n o cali ente. al sol q u e n o luzca ! No : Dio� no es libre n a r n n o a mar ; d e todo es independ iente, a ex 1�epción de su amor y d e l a s cosas que e8te amor impone. Dios es a m o r . C u an d o el Apóstol San J u:m en u n­ ciaba est� verd ad suhlime. n o p o r ello descon ocía los dem ás a t ribu toi; d i v i n os. .O ue ría, sob re todo, e ns e ­ ñarnos q u e en Dios el A m o r l o es todo, o ue va delanto de todo, que orupa un si tio p reemi nente en la igual­ dad ah�olu ta de sus p er feccion�. Esto no da a en ­ tend e r lo q ue cm erem os dec i r , v las palabra� humanas aqu í, en vez de exnre sa r el nen samiento , lo oscu rc­ <"en ; todas la.� perfecciones d e Dios : etern idad. sa ­ b i d u r ía. verd a d , san tid a d. i nmutabil idad. no son real­ men te m á s o u e 1m A m or Pte rno. i:;ahio. verdadero, san · to, i n m • • t able. Su m i �m a i ustici a no es sino un nuev o haz de luz proyectad o s obre el A m or. Santa Teresa del Niño Jesú s , q ue llegó a pene­ trar tan aden tr o en el C o razón de Dios, lo entendía también así. «Todos l os atributos divinos-escribe­ me oa re cen ra d i a n tes d e amor ; fa misma j usticia, quizá más qne J os restantes, m C" parece esta r reves­ tida de amor. ¡ Qué dulce go�o llensar q u e el Señor es justo, es decir que se hace ca r g o de nuestra flaque· .

,


EL

AMOR

DE D IOS .-� U POI<

QU É

107

con oce perfectamente la fragili dad de n uestra naturaleza ! . . . » Sin duda, la infinidad de perfecciones di vinas ha­ ce imposible toda clasificación y compa ración entre ellas ; pero se puede afirmar q 11e en su s relaciones za, q ue

n osotros Dios p arece querer oonocn•rar to dos en el amor. No qui ere presentarse a nosotros s i n o bajo esta perfección única, en la cual n u estro corazón lo reconozca todo entero : el A mor. " Me llamas tu gran Di os, Tu Ma�strn, tu Señ or �decía Dios a l a venerable María de la Encarna­ ción�, y d i c es bien , pues lo soy . . . Pero soy tamhii-n r '.a ridad. Amor es mi nombre, y así es como q uiero Yo que me llames . Los hom bres me dan va1 i os nom­ bres, pero ninguno hay que me aA'rade más y que ex ­ prese mej or que éste lo que Yo sov con relación a ellos ii ( Escritos espirituales. Dom lam e( nág . ] 52). Así, p ues , Dios nos ama de..c;de toda la etern idad, porque es amor. Si m e decís : « ;, Como podía amar a u n ser que todav ía no existía? >> � os res1>0nderé que a n · t es de crearnos nu estro Padre del Cielo n o s acarici a ­ ha y a con todas las complacencias d e s u bienaven tu ­ ra da previsión. Teníamos ser en el pensamiento de D i os, v ;. o�é es el pensamiento de Dios sino su Ver­ l io eterno? Nos veía en su Verbo, nos amaba en El . Este m isterio de) amor eterno d{'! que s omos oh ­ ieto, el �ran Apóstol lo en señ aba a loe; primeros fi e­ l es cuando les decía , al hablar <l e Cristo Jesús : aEn PI nos efü6ó Dio<; mnr rrn te.� de . ln creació n del mu n ­ do, para o u e fuésem os santos e i rreprensible� ante EL v nos pred es tin ó en su rimor para ser sus h i j os a<lop­ t i vo<; p o r Jesucri sto» (Efesios. L 4, 5). He aqu í, p u es. una n ueva luz para n uestra intel i ­ a�n ci a : si el Pa dre n o s arn a , Ps porq u e nos v e e n s u Hi i o. Ni p o r l t n solo instante Di os n o � h:'l conceb i do , deseado, ama do, fuera de su Hij o. N i p o r un solo con

sus

atributos


l'.\ R T E

108

11

C..\ I'.

2

i n st a n le ta m poc< ' h a < · o n eehido y am adQ a s u H i j o s i n n osot ros, q u e s o m os s u s m i em h rns. Desde toda la et er­ n i d a d n os veía, n o s amaba en su V erbo, q u e engendra· ha y p redestinaba a �er « el primogénito entre much os

herm anos )) ( Rom 8, 29) ( 1). A�i. pues, en el pensam i en to del Pa d re somos un o con Cri sto. ¡ Verdad lumin osa, que n o s ah re h o rizon· tes i n fi nitos s o b r e el misteri o del a m or divi n o ! ;, Có­ m o . después ele esto, extrañarnos q u e Di os h a va sa­ crificado a �u Hij o para salvarnos. pues t o que en su pensam iento no nos separa i amás de El? ;, Podía con ­ �cn ti r en ver perderse a sus hi i os adopti vos, los h'Jr­ man os de su Hi j o amad ísimo? Amando infinitamente a este Hij o, q u i ere, por amor de El, nuestra salvaci ón. Nos ha identificad<' con .Te­ s í1s a fin de podernos amar con idéntico amor. Toda vez que la Humani dad ha si do rescatada por la san�re de Cristo, Dios no puede menos de tener 1•iedad de los J>0bres pecadores, que s on miembros il el C u er po místico de su Hii o ; miembros nm crtos , es verdad: pero si empre capaces aquí aba i o de volver a la vi da. Emnero. las alm as f ieles por las q u e ci rcula Ja vida d e Cristo están hash tal punto unidas a su d i vina Cahl'za. q ue Dios se ve com o naturalmente i ncliand o a colm a rlas de gracias, al im1 mlsn ele u n a. ternu ra <f u e n a c e de la q u e t i ene para eon su mis­ mo Hi j o. (( Cóm o a miemhros de Cristo, pues, miemhros pre· . •

( l ) Convif'nC' di:-t i n µ; u i r cuida<lo¡.;a mcn t r rl m islnio afln· rabie <le la Trin i rl a t l . H'gtÍ n f'l t' ual rl Pa¡fr(' tOf!o lo ve e n i; 1 1 Vrrho. n o :-;olo a l n:-; h n mhn•s, sino a to<las las cria t u ras t · x i:-tc n l es y posibl e�. 1 1 o rq u e to<fas so n remedoi; ele l a 1w r f1• t · ­ t · hín <l i v i n a . rfp} mistrrio r 1c_• la Enc a rn a r i ón y Redención, C' n ml f' D i u s i n e n r poní a I nd os l o s h o m bres en Cristo, formando 1fo los m ie mbro<; y s u c ah cza u n a sola perso na m íst ic a : el Cr isto perso n a l y R l l c uerpo místico.-N. áel E.


F.t.

A M l l l r l>E

D IO :-' .

·

�l f POR

QUl�

1 09

ü fu tu ros. v i vos o i nan imados, en formación esta d o ya p�rlecto, es com o Dios amu a todos los hom bre.'i, y L iende j n venci hlcmente a hacer les bien. · De suerte q ue al a m a rn os a los h ombres. qu (; formamm; eon n u e st ra cabeza u n solo cuerpo, es decir, el Cristo lota], es siempre a s u Hij o J esús a quien ama, favore­ ce y glo ri fica Ji ( Mgr. Gay ) . Por lo que a Jesús s e rcfie r.c, el m i steri o de s u a m o r para c o n n o sotros se i lu m ina de u n modo aná­ logo . A sus o j o s s o m os los hij os adoptivos de s u Pa­ (Jre. N o nos ve s i n o en el Pad re. Por tanto. n u estra redenci ón es un deber q ue Je im pone el a;nor que t iene a su Padre. N u es t r o rescate interesa a la vez al Padre y a los hi j os culpables. ;, Cómo había de ver J es ús perderse sus hermanos, los hi j os de su Pad re tan · am ado, v no querer sal­ varlos a cualqui er preci o? Hevestid o de su human i . dad como de u n instrumento eficaz de redención, vie. ne en socorro nuestro con toda la f u e rna de su amo r hacia el Padre. Jesús n os ama en su Padre, como el Padre nos ama en Jesús. ; P u ede haber un amor más g-ran de que el q ue forma así, entre Di os y noso�ros, u n víncl}lO tan estrecho, que nos sumerge en el océano, sin fondo y s i n orillas, del amor eterno entre el Padre y s u V e r. ho, en el Esp íritu Santo, que es el encuentro de s u m u tuo amor? « i Oh Tri nidad, oh poderosa y eterna Trini dad ! �-exclam aremos con S a n t a Catalina de Sena�. ¡ Oh d ulcísima e inefable Caridad ! , ;,q u ién no se inflama­ r á an te tal am o r? Estáis . Señor. tan í n timamente uni­ d o a vuestras cri a t u ras, q ue pa � ece tl U e n <J podéis vi­ vi r sin ellas Y, sin embargo. sois Dios : ninguna n e ­ cr.;; i d ad tenéi s d e n osotros . ¡ Oh Gra n deza eterna ! ¡ Grandeza de bondad ! Os habéis aba j ado, os habéis hech o peq ueño para hncer al h o m bre gra n de. A eu al-

scn t es o en

,

. . .


1 10

PARTE

I t--f: A l' .

2

lad o que me vuelva, no enrucn tro � i nc, abismo� de fuego de v uestra caridact.

quier

*

*

*

Las consideraciones que preceden esclarecen bastan­ temente el misteri o del a mor divino, aunq u e sin lo­ grar ex plicado. El último porqué del amor quedani µara s i em pre escondi d o en las profunrl idades i n acce­ sibles del C o razón d e Dios. Pero lo esenci al y lo

práctic o para n osotros no está ahí. De este tesoro i n ­ finito, e n e l cual están en cerrados todos los otros, hay que decir aquellas palabras q ue la gran Santa Teresa de J esús aplicaha a las gracias de la oraciún u N o te­ n em o s m ás q ue tomar lo q ue Dios nos da y alaha r a Aq uel q ue lo d a ; es evi dente q ue el Señor n o <f U ic­ rn de nosotros si no humildad y confusión , )) Básten os, pues, saber q ue el amor de Dj os es u n d o n µ;ratuito, y que l a primera correspondencia a q ue n o s obliga la gratitud es la de la fe en El. No dudamos que el Corazón de Di o� desea ardien­ temente hacem os creer en su amor, a j uzgai p o r las ind ustrias que p o n e en j uego con •�ste fi n . Seg-ún San Agus tín, toda Escritura tien e por o b j eto ayudar­ n os a descubri r la bondad d� n uestro Di os, y, por tanto, hacernos creer en el amor que nos tiene. La razón de ello es que la fe en el amor prod uce nec·csa riamentc el a m o r. Habiéndon os Dios amado. y deseando ser am a d o de nosotros, se sigue de cU¿ que la fe en su amor es el más eficaz medio de acre­ centar n uestra caridad. Esta fe presen ta las garantías scgurísimas de su origen divin o, puesto que f:s la m i s ­ ma Sabiduría i n finita l a que n o s invi tR a ej ercitarla Escuch emos a nu est ro d ivino Salvador la noche de la Cena e n la hora solemne de su s su prem a s expan ­ si ones : « Como mi Padre m e h a amado, Y o tqmbién ·


tL AMOR UE o t o s .

su

po¡;

Qtn'.:

111

he amado ; permaneced e n mi amo r .)> ¡ Permaneced en m i amor ! ;, Qué quiere decir esto ·1 Para pcrmane· cer en este amor, primeramente ha y q ue creer en él, y creer de tal s uerte, q ue esta fe � e convierta en alma de nuestra vida espiritual y despertador de nuestras

os

energías, fundamento de nuestra esperanza y sostén de nuestra flaqueza. Este es el deseo formal de J esús. Cuando se trata de otras vir tudes, n ue� tro buen Maestro las encarga a menudo c on en erg ía, pero no las impone como necesarias de un modo peJmanente, estable, definitivo . Pero cuando se t rata de la fe en su amor, emplea esta palabra : ¡ P crmaneced ! Quedaos e n ello. Haced de esta fe vuestra morad a habitual. Creed en mi a mor, hasta tal pu nto, q ue no ¡>odáis ya salir de él y os quedéis para siem pre ence rrados en él. Sea ésta vues tra habitación, el lugar de vuestro reposo . Permaneced en m i amor. ¡ Oh Señor, q ué deli ci osa es­ t a ncia nos abrís con es to ! ;, Quién no querrá aloj arse en ella, para allí vivir siempre cu paz, en abandono, en confianza y en amor? Permanecer en el a m o r es conocer el a m o r de Dios, creer en él y amarle en retorno ; es Ja vida eterna co­ menzada aquí aba j o. cc Esta es la vida etern a : co no­ ceros a Vos v a vuestro envi ado Jesucristo» ( S. Juan, 1 7, 3). Así lo afi rma solemnemen te el Salvador en la o ra c i ó n sacerdotal que dirige a su Padre la última n o­ che de su vida terrestre. Ahora bien no conoce verdadera men te a Dios v a J esús quien n o los conoce en su a rn or v n o ha p1;ne­ t r ado en lo íntimo del cora zón . ;, Acasc • se p uede de­ c i r c on verda d q ue se con oce a u n a persona sencilla­ mente porque se la ha encon trado, a ! _m q uc s ea repeti­ das veces, en c i er ta s reuniones donde 1a eti q u eta y f as < " on veniencias sociales imponen necesa riamen te cierta reser va en las ex pansi oues de la ami1Stad, y no per1 1 1 i ten fo rm a r s i n o u n a idea su perficü1l de aq uell os c o n


1 12 quienes �e codea u n o de este m odo tod os los días? � o, ciertamente. Mientras no se encuen tren dos personas en una entrev i sta ín t i ma, en q ue ei corazón se m a !1 i ­ fieste tal cual es, no es posi ble conocerse. As í también para conocer a Dios hay q ue conocer­ lo en su amor. El m ismo desea com u n i carnos esta cien­ cia divina, y nos la d a rá según la medida d e nuestros deseos. lo mi smo nos acaece con n uestros semej antes :

algu n o s. n o s manifiestan una mera simpatía, pero sin i nterés ; otros, una necesi dad de aproximación q u e n o s emocion a. Algunos dan muestras de querer conocer a fond o n u est ra vida y confiarnos la suya. Hay quien parece n o hartarse j amás de vernos y escucharnos. A estos diversos gr a d o s de amistad nosotros proporciona· mos nuestras confi dencias. A los pocos íntimos, que parecen no poder presci ndir de nuestra alma y de nuestro a fecto, n os entregamo s tota]mente con entera y a bsoluta fidelidad . De idénti co modo o bra D i os con las almas. Pre­ sentémosle, pues , corazones ávidos de 1Jenetrar los se­ cret�s del s u v o . Supliqu émosle nos descubra el sen· ti do de estas palabras misteri osas : Dios es amor. ¡ Hay tan tas almas que j amás piensan en h 1cerle se­ me_j ante p et ic i ón l ¡ Hay tantas que leen el Evangelio sin compren der todo el meollo de amor q ue se escon· de deba jo de las palabras de este libro divino r « ¡ Qué poco conoci dos son la Ltmdad v el amor mi­ sericordi oso d e Dios ! » , decía Santa Teresa del Niño Jesús. Ella roc i b i ó el encaq!;o de rnvelarlas a las al· mas peq ueñitas. Diri j ám onos, pues. a ell a para obtener tan d i v ina ciencia, y luego h agámonos con los me­ d i os que están a n u estro alcance para f)rogresar en

ella. Santa Ge:rtrudis oyó u n d ía a nue"tr n Señor que

la decía : an tes,

ccSi quieres s.ubi r hasta Mí, es preciso que discípula m ía , toq ues m i costado y m 1 io;

como


l� r . H 1 fl R IJ E o t o s.- -- s tJ

113

POR Ql'E

tnanos. » Entendi ó ella q ue tocarle el costado era con­

siderar su amor ; tocarle las man os era recordnr con agradecimiento cada una de las obras que por a m o r q u i so llevar a cabo. Almas h u mildes : contemplem o!-1 atentamen te a]

A mor en la ti erra, para prepa ra rrw-;

d u rante la etern idad.

EFECTO

Y

..-t

goza r

de {�}

ORA(;[ clN

Me he incli nad o, ¡ oh Di os mío ! , sobre un a bi1:1· , sobre el abjsmo de vuestr o a mor ; y a vista lle la insondable profu ndidad q u e se ha revelado <i mis o_j os deslumbrad os, no sé q u é tu rbaci ón i n teri o1 se ha apodera d o de m i alma ;, Será, Señor, que va ­ c ilo en creer ? ; O es q u e me asustan las ded uccione5 prácticas que se desprenden de la adhesi ón plena y entera a este mi sterio sublime? Con ozco q ue, en efec· t o , el conoc imien t o de u n am or seme j a nte no me de· j ará sosieg-o e n una v i d a mezq u i na de tibieza y cobar· d ía , si de él se µenelra íntimamen te mi corazón ; ten­ drá exigencias terri hles, tal vez, para mi eg o ísmo y vanidad . . . A la luz · de este amor me veré fo rzado a renun­ cia r. a muchas afi ciones a las que mi corazón se adh iert:! con !odas sus fuerzas, y mi escasa generosi­ da"d se verá forzada a acep tar n o p o �'.os sacr i ficios. ;. Será ésta la causa de la alarma profunda en q ue me pone la consi deración de vuestro infinito amor? Vos, Señor, lo sabéis mej or que v o ; Vos, que con o ­ céis todas las cosas. Mas se m e figura q ue por nhora es otro el m otivo que me conmueve. Permi tid, Señor, que os lo diga con efectuoso res ­ peto : es l o gratuito, lo inmenso� lo increíblemente des· mo

.

.

.

.

,

.

.


1 14

PARTE l r.-CAf'.

3

interesado de vuestro am o r, lo que me sumerge e n especi e de estupor. Tienen las ve rd a d es que me d<ils a comprender una gravedad tan s enc i ll a y tan subhme, que confunde la razón y a la vez aviva la fe. ¡ Oh Dios m ío ! V os, a quien nada falta para se r perfectamente d i c h oso, ;, es posi ble q u e améi s hasta este extremo a pobres y misera bles criaturas como nosotros ? Sí, así es. Dentro y fuera de mí, todo me lo asegura con indi scuti ble evidencia. Al crea rme, habéis puesto en el fondo de mi corazón un imperioso deseo : de ser amada, y únicamente vuestro amor �s ia res · puesta plena y gozosa a este deseo instintivo e irre­ si st i bl e que sube d esd e l as profundidades de mi ser. ¡ V os me amáis, Dios mío, mi Padre celesti al ! . Esta es la gran realidad capaz de col mar la necesidad de amor que me atormenta, realidad v no sueño q uimé­ rico, que por un momen to h alagaría la ima?;inaci ón pa ra resolverse en humo. Realidad sobre la cual � e ha de apoyar desde ahora toda la ordenaci ón de mi vida interior, v cuya luz h a de iluminar como u n n u e ­ v o sol todos l o s fundamentos de mi fe. M e mandáis, Señ or, q u e crea (·n vuestro amor, que en él per mR n ezca como en una fortaleza i nex pugnable en que hallaré la paz. �. Qué dificultad hav en el c u m ­ plimiento de este precepto ? La fe en vuestro amor, ¿ no es la más apacible de las vi rtudes? A pesar de las obligaciones q u e supone para u n alm a leal, siento que responde a mis lc�íti mas exi p;encias, y Q ue !:loe ad apta maravi llosamen te a las necesidades pro fu ndas de mi una

corazón.

Por lo cual, os . suplicaré con aquel personaj e del Evangelio que confesaba humildemente la i m per íec · r i (m d e su fe : (( Creo, Señ or, pern fo rtaleced mi fe ))

( Me., 9, 23.)

Y si la grandeza ele vuei:;tro amor m e

deslumbra, "i


AMOlt O E O I O S ,

'I U E !-- T f H

1

Cll f' A D O R

�l misteri o que encierra con funde mi razón, m e tor­ naré sencilla y peq ueña, como un a niiía ; ante él, sa­ borea ré el placer q ue se halla en adoraci ón humilde y sumisa a una verdad q u e descansa sobre vuestra pala­ bra y daré �raci as a vuestra Aratu ita miscric:nrd ia, re­ piti end o estas palabras del gran Após tol : <( ¡ Oh pro fundidad d e las riquezas y de la != a hi d u ría y ciencia de Dios ! ¡ Cuán inexcrutables �on sus j ui ci os e incomprensibles sus caminos ! Pues, ;, q uit-n c o ­ n oci ó el pensamien to del Señ o r, o quién fué s u con se­ jero? O ;, q u i én le di ó p r i mero, y en retom o s e le dará el pago ? De El, por El "r' para El son todas las cosas. j A El la gl oria p or los p.iglos ! Amén .11 ( Rom 11, :tl-36.) ·

.•

CAPITULO A MOR

DE

DIO S ,

:)

NUE S T R O

<:R E A DO R

Acabam os de con si dera r el a m o r d e Di os e n sí m i smo v e n s u s ca racteres esenci ales ; ah ora lo con­ tcmplar�mos en sus obra s ; lo recon ocerem os por la cl aridad d eslumbradora de sus efectos, p o r las ha­ zañas m agn íficas que realizó en favor del hom bre : neaci ón, justi ficación, en carn ación. redenci ón , Ew'.1 ri stía .

Pon�amos en este est u d i o toda nuestra alma. a u n 1 · 1 r nndo pudiera parecernos que nada n u evo aprende­ rrrnos co n ell o . Los Apóstoles se ima e. m ahan con ocer b i en a su divi n o Maestro d espués de tres años de inti­ m i dad con El, v . sin embargo, la noche de la Cen a .l e­ si'1s les h i zo este d i screto y afectuo"o reproche : « ;.Trm1 1 1 ti empo estoy con vosotros y n o me ccnocéi s? )> Te­ m a m os c on ocer un día, cuan d o ya no sea tiempo, rr u c 1 1 0 h abíamos con oc i d o al Amor de Dios. <• En el Cie-


i l ii lo- -Jecía

i•A nn:

n.

el bienaventura do Padre Eymard-senlirt:l· j unto a tanto amúr sin ha­

pesar de haber pasado bern os dignado mirarle. » mos

C A P.

.El amor creador es el primero en fecha en la hi�­ toria de las obras d ivinas en fav o r del hombre Pri ­ mero q u e Dios p u diera derramar e n nosotros s u s do­ n es, e r a preciso, ante todo, q u e n os crease. Dios nos Ita creado porque nos am a . Esta es la v.ri ­ mera verdad q u e quiero dej ar sentad a aqu í. Ciertas al­ mas ti en e n d i ficultad en entenderlo hi en, porque la fe nos d i ce ig-ualmentc q u e Dios lo hizo todo para Si. mism o, todo lo creó para s u gloria. Una y otra ver­ dad, lej os de contradeci rse, se completan admi rable­ mente : la una es el moti vo ; la otra, el fin de la crea ­ ción . Tra temos de dcmoslra rlo, si n perdernos en t· o m · plicaci ones sutiles. Cuando Dios lo hace todo para Si m i smo. n o es a la manera de u n déspota excesivamente avaro d e s u honor y ansi oso <le saca r d e s u s obras todo cuanto pue­ de sacar de ellas. D i os n o puede p roduci r cri aturas J)Or la utili dad o el p] acer que de eilas espera, pues n in­ guna criatura podría por sí misma a u mentar en lo más mínimo s u s riquezas. Miles de m i llares de universos� poblados de' seres raci on ales o i nconsdentes, no le harían ni más 1Jerfec to ni más d i ch os o . Si lo hubie­ ra querido, el espléndido aislam iento de su ..d ivina esenci a le hubiera sido tan glorioso como la c reación m isma . Si tuvo a bien decretar la creaci ón fué c o n absoluta lili e rtad de su beneplácito y m ovido por u n a i n comprensible y gratu i ta benevolencia. Dios no quiere goza r a solas. Ei es la Bondad esenci al. Y como Ja hondad tiene natu ral ten df.'ncia a c omun i ca rse, la suya experim enta u n a necesidad infi ­ n ita d e da rse N otém oslo, si n emli a r�. o : e'!ita neces i d a d n o es l a del i ndi�cnte que se v e fo rzado a sali r de s í para �mea r fuera lo q u e d en tro Je falta ; t' S J a n ecesidad


AMOR

DE. DI OS , N U E!,TH O C R V.A.nOR

117

tld q u e, sien d o i nmensamente rico y n o pudiendo ago­ l a r a solas su ri queza. quiere derrama r fo redundan­ ci a sobre los otros. ¡ En Di os, la r iqueza es el exceso dr. RU amor ! Cierto q ue este amor se derrama de una m a nera infi n ita entre la Santísi m a Trinida d en el in­ t erior mismo de la naturaleza d i vi n a ; ner o , a demái;; . 1 1 1 1 iere h acer de S í mismo u n a difusi ón l i b re. superero1r atoria, si se puede decir así. Para ello clecreta sac ar rl � l a na da seres ca paces d e r e cibirle. i Oh d iµ;ni d a d <lel h ombre ! Atomos insi�ifican tes que somos. tenc­ fll f lS l a m ism a raz ón el e ser q ne las divi n a s Pen;onas : drl Amor eterno hemos naci do (1 ). Más d i réis tal vez : el Amor d ivi no ouc n o s creó 1 1 a ra su !dori a. ; puede ser desi nteresad o. tal como n osotros lo concebimos, y tal corn o lo ex:le:e nue.c;tro 1 · • 1 razón p;:i rn moverse a gratitud? Ciertamente que sí � d a m o r de Dios nara con n osotros es desinteresado. p u esto oue no nodemos darJe nada em e n o hayamos recibi do de El . Pero no puede serlo a la man era del ·i r n cstro. v h e aou í por qué. Amor de1;1interesado es el m1e busca el bien sól o n n r am or del hiPn . Como cT -Bien q n e m otivR todo · 1 m or desinteresado está fuera de n osotros, tenemos • rn e prescindir de nosotros · mic;:mos. v Je nuestras a fi 1 · i on cs egoístas. s i querem os cruc nuestrf' am or sea .J . .sin tcresado. En Dios sucede todo lo contrar io : cuando a m a . h 1 1 sca, sin dmJa. el hien n o r PI hi �n : el bien <m e hay 1 · 1 1 amar y �n ,Jarse. Mas c o m o El es el Bien por esencia. no puede buscar n i n Jri'i n hicn fuera de Sí. ( 1) La per8on a clel Padre n o procene rle n adie ; la <l el 1 1 i jo nace d el Pa<lre po r vía <le i n tel i�cn c i a : la del E:-; níritu "' :1 1 1 l n prncr1lf' cl rl a m o r rJrl PmJ rp v 1lrl H i io : a mha!' <11' 1 1 11 1 1 11 1 1 '0 n c•cf'sa rio : f o ¡.; <· r i:1 1 1 1 ras r<'cilw� C'l c;: c r . po r 1 1 11 a c l o l il 11� . 1 ri 1 11p d(' la wl 1 1 11 t ¡1 1 l <I r Dio-.. "IV. dr·! /',',


PARTE 1 1 . - CA P.

1 18

J

Así, pu es , cuando El obra por amor del :Bicn --y, por tanto, de una manera desinteresada�-. se ve n ecesa­ ria mente obligado a o b r a r por am or de Sí m i s m·o, Bien sohcrnno. Si c re a seres por amor, no lo puede hacer t'ii n o ordenánd olo al Bien esencü1l ; y, o ha <le dej ar de s e r Dios, o h a de ser el fin último de sus cri atu ras. Mezquinas i n tel i genc i as las q u e n o entienden q u e dánrl ose Dios com o fin su premo a s u cri atura , n o p o · día h acerle mayor reµ;alo n i má s r ico d on : u j llamar­

la

una felici d ad más perfecta, ni darle nrueb '.l de ¡ Ay ! , la e scasa cosecha de gloria que re­ c o�e de nuestra ex i stencia va tan aconmañada de ul­ tra i es a su divi n a ma i esta d, q ue hav o u e reconocer que ell a sola no j ustificaría el hecho de n uestra c rea ­ c i ó n . Este hech o sol a m ente lo expli ca ei amor. Dios nos ha creado porque n os ama . (< Ahora bien, cuan do Dios n os ama-�dicc San Berna rdo--. n o es s i n o para ser amado. Pero si ama para ser a�ado, es p o rq u e f.H be que el amo r hace fel i ces a los q u e le aman . ¡ Oh dulzura ! j Oh gracia ! ¡ Oh fuerza del a

más

a m or.

amor !

l>

Veis. p u es, ah ora , almas peq ueñ i tas: d por q ué n u i ere Di os tener cri aturas, o u e es a fi n de poder derramar sobre el 1 a s los inefables teso ros de su ter ­ nura, de s u s complacen cias y de su gozo. Desea hi j os q u e allá en el C i el o le hfl gan eterna compañía . Si se p ro p o n e sacar ele ello s u �.d ori a-y la fo ª"'i n os l o enseñ a-. e s preten d i en d o 11 ue!:'tro nrovecho con un am o r pl enamente desinteresad o . Mi entr�s parece traba j a r para Sí m i smo, realmen te � raba j a por nues tra p ronia fel icidad . Tra t á n d ose de nosotros, en efecto, ; en qué s..; o n ­ Foi ste su :dori a sino en la manifestaci ón de s u bon dad v de su ti e rn o am or? Solamente ('On q ue consin l<1 m o s e n rec o n ocer su a m or v a c r, n t a r �u s h,._,n di ci os. se i 1 1 zga plcn mn cn tc� µ-] or i fi ca d o . Y ; q1 1 � d i fi r. u hn !I ' • �n -


A M O R JH: D I OS , N U E !STR O CR EADOK

1 19

rontrn m o s en ello ? ;_ Vamos a echar en cara a n uestro C:reador q ue ri oR haya impuesto la obl i�aci ñn ele ser felices s ometi en d o n u e�tra intel i ge nci a a J o Verdadero v nuestra volunta d al Bien, que e� precisamente la a s ­ pira ci ón ínti m a de nuestro SPT, creada pa ra ia verdad " ?. º . es d ec 1. r. para D 10s y el h Ien AsL pues. el celo de nuestro Creador nor l a glori � q u e espera de n osotros. en nada s e opone a la verdad a rri ba enunci ada. a saber : q u e Oios n o s ha cre �do p o r q u e n os ama. p u e sto q u e su gloria la pone en ma­ n i festarn os s u bondad. en comu ni carnos su amor, en rom partir con n osotros su propia bienaventuranza. So­ l am ente despurs de hah�r a f!ota d o en va n o los recur­ sos de su bon dad miser icordiom, y cuan d o Ja obstina­ ci ón del p e ca d o r sea definitiva . se resolver:i. con tra s 1 1 j n cliri ::ición. a obten er de su criatura rebelde �u glo · ri a� m ediante l a eie(:ución de su j u5ticia., vengad ora de su �mor desTJreci ado. Dios nos ha creado po raue n os a rn a . A cgta prime­ ra prnposición añadanios la segunda, n o men os con ­ m ove<:lol'a y ci erta : Dios nos ama por q ue nos ha '-'rendo. Por el solo hech o de h abem os creado. Di os p on P, �·1 a m o r en n osotros como el a rti sta en i::. n ohrtt . S 1mr,ned . almas pequeñas. un arti sta r nr n. h abiendo rri adurado en su espíritu d u nm te much o tiem po una nhra maestra . oesn11és d e h a her) a 1Jevad o IJOT Jargo t i em p o e n s u corazón . s a ca un día sn nensamiento · al e xteri or : esculpe u n a estatua magnífica. Ahí Ja tie­ n e. delél nte de s u s o i os. expresión exacta de sus sue­ lí os. i Cuánta com placenc i a n o pondrá en su obra � h i i a rle su pensamiento ! Si pudiera dar v i d a a su es­ t atua . si ella pud iese en l en rl rr m w <fehe a sn au tor todo 1 ·1 1anto es . ¡ q u é i nterca m h i o d� :-i rn n r v de �rn t i t u cl se l ' � l ·t hler.Prfa Pn tre fl ,, c1l a ! T 1 0 que no pu�de el artista h um a n o . Diol'! lo pued�.


1 20

P A lrI E 1 1 .- CA I'.

3

Desde siempre no� lleva en su Corazón, en s u pem;;a . miento divin o, e n s u Ve rbo, que conti ene todas fas p o ­ si bilidades de seres creados o creables. Nuestra crea ­ ción en el tiemno no es si no la e j ecución de s u sueño íntimo ; no es s i n o l a i rrad iación exteri or de s u nmor, cuyo ori g-en se n ienl e en la eternidad. Pero más dich o­ s o v más poderoso aue el escultor ante s u estatua iner­ te, nuestro ben dito Creador puede dar vid a a su ama­ (Ja criatu ra . Sc�ún el Gén.esü, esta vi<la. es deci r. el al m a . le fué infund i da al h ombre por ci �oplo de Di os, como por un susp iro de su pech o, (r c o n u n n m o r ta n tierno-escribe Bossuet-� q u e e s como si l a h ubient s aca do de su propi o CorazÓm> .

¡ Y vamos a extrañarn os. si en d o esto así. que el Ar­ divino ame s u obra ! El p]ac:::.- r e m e el escultor. o el ooeta, o el m úsi co experimentan en s u s creRciones a rtísticas procede de o u e en tod o ell o en cuentran al�o de si mism os . Ah o ra b i en : en cada una de s�1s criatu ­ ras Dios ha p u esto igualmente a l_go de Sí mismo. La más peq u eña hierbecilla es un a maravilla mi e m a n i · fiesta tu bondad. su ooder. s u sahl duría infinita . . . Por lo cual, see:ú n la palahra de la Esrri tu ra. << Dios am<1 todo lo que ha hecho )) ( 8nh . . l L 2S). Pero si las cosa s insensibles e in animadas son m ::J ­ nifestación d e su s divinos atributos. ; ouP. decir del h ombre, creado a su ;ma{!en 'Y seme fonza? Nuestr.::i. El lma le envía un reflc i o. em pequeñeci<lo, nero real. rle su propia espirituali dad e inm ortalidad. Es su obra bendita, su j oya preferi da. el obieto primord i al de su ti sta

am or.

La complacenci a del artistR (-TI s n " ohras n o es n ad a comparad a con la q u e D i os pone �n sus cri a ­ tHr:i.s. A <mé1. r. n r.fpr.to. p11P.de am a r much o lar:; c rea · ci ones d e su in o-�n i o v rle su : uf(" : ncro s u s ohrns <; J lhsÍ sh>n Í n 1lenrn dientcm C'Ti fC <fo S i l :rn l or, íflleífan f11rr;i <le: �1 . DiM. por Pl con tra ri o . :il nr� rn n s no TH)�


A M O R o t; D I O S ,

N ll l' !'i rn o

t H !-: A U O R

12 1

separa de S í. N os da u na v i<la propia, conforme a nuestra nat u raleza ; pero esta vi da no suhs islc n i obra

sino

en su

seno paternal. (( En El-dice el Apr1s t ol�te-

vida, m ovi mien to y sc ni ( .11.:t. , l7, 28). As í, p ues, Dios n o se con l�ntó con arroj arn os en plena existencia v abandonarnos l ueg o al azar <le fuer­ zas ciegas y fatales, o a los caprichos de los ac ontec i ­ mientos y de las cosas. Nos guard a para siempre en 1.ms brazos, cc má s cerca de su C o razón que el ni ñ o que 1 1 ern o s

duerme sobre el regazo de su madre. La m adre no tiene siem pre a su n iño, pero nosotros no podemos de.s­ prendern os j amás d e los brazos de Di cs . En los bra­ zos de Dios vivimos. en los brazos de Dios dorminos. Y cuando muramos, , n o ha ni el Señor, por decirlo así , sino pasarnos de un brazo a otro » ( Fr. María .Bernar­ d o , O. C. R.). Y si por un instante aflo i a s e su du Ice a brazo para entre�arnos a n uestros propios recurs os , cesaríamos d e ex isti r, volver ía mos a caer en la nada . Pa ra un alma peq ueñita que ama, nada más suave q u e este pensami ento : « No puedo hacer un solo mo ­ vimiento en el orden nat u ral o sob ren atural sin q u e Di os lo ha�a conmigo ; mi actividad necesita s u ince­ :-;antc colaboración. >> Si supiésemos c on q u e ternura - por el solo hecho de ser nuestro Creador-Di os nos envía a cada i n stante el i n flu j o v i tal que nos an i ma, n os conserva, n os Jlena de vida. n uest ra alma estaría c ! n u n a perpetua y alegre acción de gracias. J Cuán preci osa es esta abs oluta depen den cia e n q u e 1 1 os encontramos dela nte de Dios ! ' ¡ Cu á n to amor, n 1 á nta solicitud s upone por p � ute s u v a ! Verda dera ­ m ente que ( ( es d u l c e cosa ser cri atura. y hasta n u es 1 ra na·:la, todo n o s es qu eri d o cuando pensamos en D i os , pues es grandeza y no rcbai amiento el haber ·- i d o c rea d os por u n Ser tal corn o E l )) ( P. Fabc r ) , .

.

.


PARTE 1 1 .-CAI'.

1 22

3

Consi d erem os a h ora el amor de Dios haci<1. 1ws­ otros en la creac ión mater i al. Admirem os todo lo que El ha puesto de belleza, de ri qu �zas, de variedad en

va sto universo. Como una madre que prepara la c u n a del niño q u e li a de traer al mundo, nuestro Crea dor se ha compla­ c i d o en adornar dP, · magnificenci as l;:i, ti erra d on ele ha­ bía de colo<'ar al hombre y destin ada para ser el rei­ no de su Hiio. Desde lo más profundo del ahismo h asta l as cimas de las el evadas m ontañ as . Ja ti erra es un�. exposici ón i n acababJe rle o b ra s maestras aue la Sabi duría divi na h a con cebido v s u omnipoten cia efectuado en servi ci o este

del

amor.

Di os ha variado h 11sta lo infinito los dones de su mu nificencia, eli �ien<lo para cad a criatu ra lo que me­ i or le conven ía, dando al pái aro los espacios nara vo ­ lar, al Tlez la inmensa extensión de las aguas, llenando de hen di ciones torlo lo q u e respirn, !=e!!lÍn se expresan lo� Li bros Sa grados. Lm; ri cmezas que su mando ha acumulado e n el fon ­ <lo de 1 0 4' m.ares v en las entrañ as de la ti erra s on ta­ les eme i amác; el hombn� l o gra r á expl orarlas a fondo. Cua n to a la belleza rlr. que h a 'lllcrido R do rn a r su obra , es tan respl ander-ien te. <T u e el Creador mism o , contern nl á n d ol a desoué� d e haherla term inado, Sft aplaudj ó v se con P.:ratuló r.onsig:o mismo ; y el iz;ra n Apóstol en r. u entrn inexr.u sahles a los !!ran des fil6sofos p o r n o haber sabi do desc u bri r por ellos 11lg-\m rast ro de lRs bell ezas invisibles del C:read or. ¡ Oué nl acer adm i rar f o fl orecilla de l os campos! los verdes Rrboles. Jas on d u l a n tes praderas. las dorR0.as mieses ! ¡ Qué d u lzu ra escuc har el mu rmullo de l os mana n t i ales cristali n os. f'l de la hris!l n u e corre a ; Oué �moci o n es t nwés de las en ra madas temhl oros rl !ó; f ipspira el �spedáculo �ran d io so dd m ar i�mep�() y


AMOR DE DIOS, .N U ESTRO CREADOR

123

,le � u s orillas solea das. de los torren tes que rugen y <le los J?;laciales git?antec;cos que centellean en las cum­ hres rle las m ontañ a s ! Escenas de luees v <le crepúscu ­ los. h�llezas de noches �erena� v d ías tormentoao!". esplen cl ores de ll.uroras y de ooni entes. tollo está hecho nara el nl ncP,r de n uestro s o j os, pa ra la delect::i c1ón de n u es tros oídos. para el t?:OCe de n u es tras facultades . Aun'lue Dios ha hed1 0 torlac:. e.s as m ar·willai=; c om o j mi ; ando, per o n o lac; ha heGh o al a z a r . Ha puesto en Pll as, si a i:: í pm�de decirse. tocio su ornato v todo su Corazón . Pen saba en n os otros. en nuestra utilid1td, en nuestro e-oce. v �e sen tfa de ello mu v dichoso. Y este t ierno sP11 timi ento en El no fné transi tori o v pa�ó : es a rtual . Pues tod o �te univ�rso n o rl11ra. no subsi ste. s1no nor un a creaci ón continuad :J . El concurso oosi­ tivo de D i os es n ecesari o para q u e e! ser creado Sf' ma ntenga en la existenci a v ejecute un a acci ón c u al­ . cim era.

;\ l m a s peq ueñ itas, con•empJad el pá i aro qn e canta. la flor que se abre a los hesos del sol naciente, las estrellas que centellean, el hombre rr u e traba j a � pups hien : e s necesario aue Di os estP. alli 1Jara h ace r c a n ­ tar al pá i aro. c recer la flor, centellear la estrella. soste ­ n er la activi dad d el h ombre. En to d o lo \lll e vive, en todo l o que respi ra y se mu eve hay a}go d i vino. y esto d ivino n o e s otra cosa si n o Dios m i sm o . el A mor cu•a ­ rlor orolonp:ando su acción en cada i n stante de la d u ­ ración . ¡ Con qué o j os maravill ados contem plél la creac i fm material el alma peq u eñita q ue ha entendido esta ver· dad v vive de ell a ! To d o cuando admira en la Natu · raleza le pa rece c omo un signo s ens i b le baj o el cual Di os se ei;; c on de p a ra rpc o rda rle su a m n r v men d i '!: ::t r el s u v o . E n l a s o n d ulaciones d e l a hrisa. en l a s vi hra­ ;� 0m�s son oras Q Inm1n osas del flspac10 1 m lo:; c<'l n to " ..


PARTE 1 1 . - C A P

1 24

.

3

.

uí<lo d istin�uc las pa4ihras l len as do a m o r q ue su Pa d re celest i al le dit:e. La poesía que para ella ti enen l os matices del a rc u i r is o de las puestas del sol, e s la misma que sabo­ rearon. los santos : la poesía del divin o amor derrama· <lo en las criatu ras . Entiende a un San Fel i pe de Nc ri q u e j ánd ose a ]as florecitas porq u e clama n demasi ado fuerte la belJe­ z a V la bóndad de D i os V huyendo de c a e r en rxtasí s. Entiende a un S an Francisco de Asís� enamorado con frn terna] amor de todas las criat uras ; u n a M aría Mag­ dalena ele Pazzis, llorando de ternura ante un a hermo· sa fruta o una ]inda flor, v excl amando : «Mi Dios ha pensado desde la eterni dad en crear para mí esta f ruta, es t a flor, para d arme u na señal del a m o r que me tiene. )> Sí. todo lo entien de el alma pequeñita q ue tie­ ne fe en el amor de Dios cread or, y a u n ]e aca e c e e-x­ perimentar a su vez scntimicn�os análo gos, que ella expresa en un lcngua.i c de una sim plicidad encantado­ ra. Leed la página q ue si �ue : ((Hace u n rato estaba sola en la terraza . y h ablaba con m i Padre del Cielo. miran do d firmamento 1 impio, cua i a do de estrellas. La l u n a esta n oche es !lena. Su resplan dor no es desl mn hran te. com o el del sol : se la puede mirar d e frente. Y la contemplaba v o as!. con un gozo muy grande, porq u e m e parecía que mi Pa­ d re del Cielo me il uminaba c o n �u luz su ave. El, q ue tam hién resplandel'e en las estrellas Le adoraba en s u s obras. con el orgullo del niño q u e se felicita d e te· ner u n Padre tan poderoso v magn ífico. )) A u n c¡ u e nada con ozco del mun d o sideral , sé que está lleno de maravillas ; � que el n úmero de ]as es­ trellas es i ncale11l ahle, que la i nmensi dad de los espa· c i os en q u e se m u even l os aslrog ahruma d espíritu 111101nn o. v q u r j a m á � la 1·i c 1 1 c i a prnn1mci1rá la ú l tima ( lel pa .1 a ro,

su

. . .


ÁMíiR

J >alabra

side

Dt:

Dl f

�o hre el p oder

es ta a r mon í a

1�,

N l J E �T R n

C "l:>'. ..\ ü l l ll

m i s t e r i o s o y a l ract i w q u e

perfecta del rn o v i niÍ e!1 lo dr los

1 2:>

pre­

c u er­

celestes. >> El es p lend o r y la magni ficencia <l e este m u ndo si­ deral, del que mis oj os sólo admi ran u n pá lido refle­ j o , me sumer� ía en u n a espec ie ele n d m i raci ón lírica. I nmóvil y encantada, me p u se a alaba r a mi Pad re Dios. << p o r mis hermanas las estTel las, por mi herman a la l una )) , y le decía : - ¡ Pad re mío, cuán �rande y her­ moso habéis de ser para haber creado tales maravill ..1 s ! j Y pensar que para m í ha béi s hec h o todo esto ! S í. r · uan do encend íais esas estrellas de o ro en el cielo :!:iml, pensabais en m í, vuestra h i j i ta. en m Í i r¡ u e est a n oche, a d m i raría s u belleza y por ella os rendiría ala­ banzas ! ¡ Oh amor ! ))y com o h a blase así de mi Padre, me hizo o í r en d fon do del c o raz ón este lengua j e, �: i n ruido de pala ­ b ras : « To das estas maravillas n o son nada en comp a ración de tu alma peq u eñita, a quien yo amo y ella me ama . . . ¡ Miles de millares de astros resplandecien ­ t es n o valen l o que l a más peq ueñ a alma , creada a mi i magen, y r i ca con el tesoro <le mi gracia sant i fican ­ te ! » >1 Entonces me vi yo , h u mi l de y pobre c!i atura ele la t ierra, verd a dero á tomo, en presencia ele e�te vasto Univers o y de los espacios in mensos en que constan­ t em en te ruedan los cuer p os celestes, me vi en el fon d n d r� m i nada, ocupando l a aten dón privilegi a d a del Cn�· 1 d o r d e esa s maravillas� ob j eto de su t ern u ra , confi den ­ ! (� d e s u s secretos, d e los cuales he aq u í el m á s hermo­ :o:; o : c< Me eres tú má s q ueri d a y rn cÍs prec i osa que todo c �s l o, p o rque te hice h i ja m ía y v o soy tu Padre. Y :-; i en d o así, que _j amás podrá u n solo acto de amor !>rotar de estos m u ndos materiales, te he formado u n a i ntel igencia y u n corazón c a paces de c on c cerm e y a m a rme . . . Rea] men tc, para ti he cre:id o e:;; t as estrepos

·

.

.

.


. 1 "�b

1-IARtF. tJ. - C .\ f>. �

llas, esta lun a y ! od as las bellez a s de la Nat uraleza � pa ra ti, hi j a mía, para q u e ::;epas c u á n lo le amo y para q ue tú me di�as cuá nto m e amas. )> >> ¡ Oh a m o r ! ¡ Oh hermosura ! .' ¡ Oh c on d es cen den · cia ! N o se sa be y a qué deci r . . . Se sienten los oj os a rrasados en láJ?;rimas . . . , y es precis o ref'ist i r a esta emoc i ón, que sobrecoge, para no desfallecer de gozo . . . ¡ Oh Padre mío del Cielo ! » ((Biena vent ura dos los co razones pu ros, p u es el los verán a Dios . . . l> Lo verán en to d a s partes donde ei;tá, y las cosas creadas, aun las más comunes en aparien· cia, les presentarán u n a imagen conmoved o ra de su ternura. Santa Teresa d el N i ñ o Jesús, paseándose un día en el j ard ín, sostenjda p o r una de su� hermanas, se de­ t uvo a n t e el cuadro encantador de una 2:allinita blan. c a , que ten ía abri�ada bajo sus a l as su grac i osa fami ­ lia. Pronto sus oj os se llenaron de lágrimas, y, volvién-' d ose hacia s u querida con ductor a, le dijo : «No puedo seirn i r aquí por más tiempo ; entremos p ronto . . . >> Ya en su celda, ll o r ó l a.rgo rato, sin p o d er articular una sola palabra . . . Al fin , mirando a su hermana con ex · presi ón del t o d o celesti al, añadió : ((He pensa d o en n uest ro S eñ or, en la a p aci b le comparación q ue torn ó pfl ra hacernos cre e r en s u ternnra. Toda m i vida esto e s lo q u e ha hecho por mí : me ha abrigado enteramen ­ te ba j o s u s alas. No puedo expres ar lo que ha senti d o m i corazón . ¡ Ah ! Di os hace bien en ocultarse a mis m i ra d a s, en hacerme ver raramente. y como a travé3 de reias, los efectos d e su mi sericor d i a : siento q u e n o podría soportar l a d u lzura de ella •> ( Historia d e u n alma, cap. 1 2). Tal es la respuesta <l e a m o r q u e los �antu::; h an d a d o al Amor crea d o r : su pie ron leerlo en todas partes don · de está escrito. E s e l gran d es eo del Co raz ón de Di os. Su creación materi al le glori fi cH plen am ente, n o sólo


] 27

euando nos refiere sus grandezas, si no tam bién, y, so bre todo, cuando n os cuenta su amor. << Esposa m ía---- d ecía J esús a su confidente, sor Be­ n igna Consoiata�, te amo . . . ¡ Oh !, lee esta palabra : l e amo, escrita en el pan que comes , en el agua que bebes y en el lec ho donde descansas. \ porque te amo, por eso te he preparado el pan ; porque te am o, te doy d a g u a para beber ; porque t e amo, te he preparado la c a ma para dormir. En todo cuanto he puesto la mano, lee siempre : « ¡ Esp osa mía, te amo l 11 ¡ Almas pequeñ itas, esto es el a m o r creador ! i. Qué l i a remos ¡'J ara co rres p onderle'? AFECTOS

Y

ORACIÓN

¡ Qué maravilla para mi alma esta mi ra da de fe d i rigida sobre vuestras o b ras, Dios mío ! S i , es ver­ dad q u e está is presente en todas las cosas por me· d i o de vuestra acción, y que permaneciendo distinto <le la materi a, estáis tan íntimamente unid.:> a cada una de vuestras obras, q u e v u es t ra presencia en ellas cons­ ii t uy e el elemento i n d i s pen sable de s u vida y de su c:onservación. Entre Vos, ¡ oh Dios creador ! , y vues· tra criat ura se establece, pues, permanentemente una unión, un contacto real, q u e es la presen cia de vuestra in mens idad penet rándolo todo y alcanzan do hasta d menor átomo . Así todo lo q ue me rodea est á bi en hecho para h a bla rme de Vos y llevarme hacia Vos. ;, Cómo es, pues, que a menudo las cosas creadas, lej os de ayudarme en mi ascensión espiritual, me de. i i enen en el camino y me ale j an del término? Es por· que n o sé mirarlas en V o s ': u s a r de ellas ba i e la inílu­ cncia de vuestra gracia y según vuestros adora bles in. t en los . . . Mi n aturaleza caída s e busca a sí misma, y su propia sati sfacción sumergiéndoi:e en u n a satisfac ·


i 28

PÁ RTF.

J I.

l'At>.

4

ción ego ísta y r e f i r i en d o a ella sola 1os b ienes c reados. como si fuese s u único y último fin. ¡ Cuán j ngrata e i n s ensata so y cuand o me separo de Vo�. Di os mío •· n el u so de vuestros dones, descu idando elevar h asta Vo� m i homena je y robán doos la glo r i a q m� os es debida ! Ad miro a los santos que hallaron en las criaturas ta nto� medios efi c a ce s para eleva rse hasta V os. ¡, Cuá l es, pues, el sec reto d e esta prec i osa libertd de: corazún que les perm i ti ú �ustar lo cliv,:,w en todas las cosas y t ransformar en medios lo que para m i se nresenta como ohstá eulo ? No cabe la menor d u da : e] secreto se ha Ha e n la práctica de la m orti ficación. del ren u nciamiento, <lel olvi do de sí mism os . . . Si ll e.gar nn a ver a D i os e l l las criaturas, y a no usar de eHas sino i:;egú n el bene· plác ito d ivino, es porq ue se e j erci taron largamente en la prácti ca de] desprend i m i ento un i versal de todas las cosas. Desde que emprendieron el cam i n o de la per fec . c i ú n si.e: uieron en toda su amplitu d , el conse j o evan g é. lico : « S i algu no no ren u n c i a a todo, n o puede ser mi

discípulo )> í le., 14, �3). j Es ilusión preten der eleva rse de un ::;alto al u s o perfecto de las cosas c r ead a s , si previ amen te no se ha ej ercitado el d es p ren d i m i ento, que consiste en p reten · <ler, ante todo la doria de Dios ! ¡ Es ilusión preten· der d isfrutar si n peli�ro de los afectos h uma n os, quien s:empre dió rienda su elta a sus i ncli naci ones n a · turales , y negó a Dios ci ertos sacrificios del corazón, que la gracia exige a las almas llama das a la perfec· ción del �anto amor ! Ya lo sé, Señor, no me imnonéi s la obligaci ón de renunciar a todos los g o ces legíti m L'S de aquí a l n .i o ; pero n o era p o s i ble que Vos ir: stituv eseis un o r · d en de c os a s en el que Vos pasarais a segundo térm i · ' n o , posp ues o a vuestros don es. Cel •J so de poseer m i corazón , no admitís r i val q u e pueda disputaros el puesto. Por lo cual , he de desalo j aI de él todo afecto


E L A M Olt

uf.

11 1 0 :-' , �l l l l-'. S T R O l'A llR �·

desordenado a la criatu ra, y v i f!;ilar para no amar sino en Vos a todos los q ue a m o . Y, por lo mi sm o he de , p rivarme de ciertos placeres perm i t i d os �n el u s o de las cosas creadas, a fin de a<lq u i ri r la sa n ta libertad in­ terior, que es el triu nfo de la gracia so hre la naturale­ za v el medio seguro de encontraros a V os, Dios mío, en vuestros dones. Aspiro, Señor, al feliz estado en que el alma, des­ prendida de toda intención egoísta, li bre de las ser­ vidumbres de las cosas, conserva su paz íntima, ya cuando aparta de sí las satisfacciones permitidas de aue por amor quiere privarse, ya también cuando usa de ellas con agradecimiento y las reci be de vuestra mano fraternal. ¡ Oh santa libertad d el c orazón fili al, únicamente enamorado de s u Dios, tú eres la que me deparas la mortificación o el goce por el Amor. sin i runás esclavizarme ni a la una ni al otro ! D.adme, Se­ ñor, ·vuestro A mor y poned en mis labi os un c ánti co de alabanza a vista de vuestras maravillas. 1< ¡ Admirables, ¡ oh Dios ! , son las obras q ue habéis h echo ! ¡ Todo lo hicisteis c o n número, peso y m edida ! 1i CAPITIJLO 4 EL

AMOR

DE

DIO S ,

N U E S TRO

PADRF.

El hecho de nuestra creación nos constituye

en un

estado de depen dencia estrecha y rad ical para con Dios. Esta depen denci a, por honrosa q ue sea , implica sin embargo, por nuestra parte, una actitu d de pura sumisión y respetu osa servidumbre. Es claro que si nuestro Cread or se hubi era conten ­ tado con darnos la naturaleza raci onal, sin añadir la �racia i;; a ntificante, siempre hubiéramo:i quedad o re­ ducidos. c on respecto a El, a relaci ones de amo y es-


1 30

PARtE 1 1 .

- C AP.

·t

clav o . Hubiera pod i d o ser así. Dios pod ía I rata rn os desde muy alto, hacernos s enti r la d istanci a infinita que existe de El a nosotros, y reclamar con severidad ma j estuosa sus derechos de absoluto dominio sobre sus cr iaturas. Pero· no lo q u i so así. Se complació en amar­ nos c o m o un p a d r e ama a s u s hi_j os. Y he aquí el de­ s i gn i o inesperado, inaudito, pro d ig i oso, r1 uc ej ecutó para lograrlo : hizo al hombre hij o :l d op ti vo suyo, aña­ d ien d o a los d on e s naturales q u e le prod i 11;ara, el don sobrenatu ral de la �racia santificante. En el catálogo de las demostraciones del amor de D i os, el misterio de nuestra adopción divina es tan ele­ vado, que en el momento de penetrar en este amado y t remen do santuario para admi rar en él��au nq ue no sea sino con r á pi da ojeada�su traza maravillosa, se ex µerimenta la necesi dad de u n guía experto que se preste a instrui rnos en n uestra visj ta. Un minuto, p u es, <le recogimiento y de invocación al Espíritu Santo �­ taría muy en su punto para vosotras, almas pequeñitas q ue leéis esto, y para mí, que lo escribo. . «Hablad, Señor-di remos con e! piadoso a u tor de la 1 mitación-, habla d , que vuestra sierv:c:i. escucha ; ha ­ blad, V os, inspirado r y alumbrad or de tod os los pro­ íetas : ell os exponen Ja letra, má s V os descubrís e1 sentido ; predican m isterios, pero V os rompéis el sello que oc u lta su inteligencia ; obran µor de fuera sola­ mente, mas Vos alumbráis e instr u ís los c orazones. Ha­ bladme, no sea que lea yo sin fruto, si n o estoy encen­ <lido in tei-iormente )) ( Jmit., l. 3, c. 2). Recuerdo no haber compre11dido si ne. muy tarde la grandiosa rea l i d a d escondida en estas palabras : justi­

divinización, elevación al orden sob renatural, divina, c o sas todas q ue no son �ino u n a , b�j o diferentes asµeclos, y que y o prefi ero nom brai para

jicación, j t liactón

entenderme con las almas µeq ucñas,

Cün este

térm i n o


F.t i\\1 0R

Dli

1 31

[)J ( • S . " msrno PADRE

t a n con m o vedor : mlopción qu.c Dios !tace de fW 'i ­ otro� para que seamos sus hijos. El día que penetré el sen tido íntimo de este misteri o f ué para m í un dí a de emoci ón intensa v alegre. Com­ pren d í en tonces por q ué Teresi ta lloraba lle lernura y gratitu d , d an d o a Dios el nombre dulcísimo de Padre. :-iabía q ue este nombre no era únicamente una metáfo­

ra o una piadosa alegoría. sino realidad profunda v ci erta. El Apóstol San J ua n , extasiado ante el a mo r di­ v in o que en esta real idad se encierra, la a fi rmaba con

,.;anto entusiasmo. «Ved-decía a los pri meros fieles--, Ved cuán g- r and e es el amor que Dios n o s ha tenido. puesto que ha querido qu e n o súio sea m os llamados .;us h i j os, sino que, en efecto, lo seamos 1; ( 1 San Juan. ·�,

1 ).

Este sencillo enunciado ;, no d espierta en n uestro� "� p í ritu s la i mae;en <le Di os, siempre �men o. i nclina­ ' lo sobre las pobres pequeñas criaturas que bomos, y 1 1 rnrm u rando con inefable tern u ra : <<Sois v�rdad era­ rnente h i i os m íos, y o s ammi ? Así es, en efecto. Pero ¡r ca m o s como se real iza esta uroeza .:J iv i n a. \e cuánta c ·o n descendencia supone de parte de Dios. , La adopci ón no puede h acerse sino entre su j etos <le 1 1 1 1 a mism a naturaleza. Jamás se ha visto qu e un hom ­ b re haya d o ptado por hij o u n animal cualq uiera, o 1 1 1 1 a flor, o una Die<lra, puesto q u e estos seres son de 1 1 1 1 a natura leza diferente de la suva. Permitid me, almas peq ucfü1s, , ex.plic:ar mi pensa1 1 1 i cnto, de j ando a un lado el ]en�ma j e el flpleado por l a Teología, para servi rme de u na comparación qu<" p reste a esta verdad cuerpo palpa ble y colores visto­ ,.:os ;. Acaso el mi smo Jesús no habló a los hombres 1 1 sa nt l o asi d u a mente paráholas y seme janzas de la v i d a presente para Of'd ara r l a s verdades ,fo ordt>n 5 0 · l · n�natural ? El d i scí pulo n o p uedt� preten der su perar a ·

" " m a esi ro .


l• A 1ru:

l f.·

CA l'. 4

S u µungamo::; el c a s o h i potético de un hombre rico q u e ha J lega d o a encapricharse por un pá­ j aro domestic,ado. Vencido de la afici ón . helo aq uí que, en el exceso de su extraña locura, sueña con hacer <tl páj aro heredero de s u prop i a foJ i cidad v de su in­ mensa fortu.n.a. Le comunica su provecto y le presenta el testamento que lo instituye heredero de su� bienes. ; Cuál es la causa por q u e el p á j a ro, por tl omcstícado q ue esté, mira a su bienhech o r sin enten derle? Porque le faltan facultades humanas . Para hacer practicable tan i n sen sat o proyecto, sería preciso añadir a su vida animal, inteligencia , memoria y corazón humano. En­ lonces, sin perder su naturaleza propia, que le permita volar, pi cotear, cantar, aquel pa j arito así humanado podría conversar con su bienhechor, gozar de su com­ pañía, recibir sus confidencias, compartir s u felicidH<l v su fortuna � habm recibido una participación de la naturaleza humana. Semejante pái aro priviles;iado no existe. Pero exis­ te en el seno de la creación .!! n ser afortunado� en quien el C re a d or ha obrad o una maravilla análoga, digá ­ moslo mej or, una maravilla infinitamente más ele­ vada : es el hombre. y poderoso

,

Para adoptarnos

en

su

Hij o

único, para hacernos

comparti r por gracia la herenci a deb i da a ese Hij o por derecho de nacimi ento, necesari amente es preciso q ue Di os eleve n uestra naturaleza humana a su nivel ; en otros términos, es preciso que le d é una- partici­ pación de su naturaleza divina. Y esto es lo que hace al comuni carnos ei don sobrenatural de la �racia san­ tificante. Todos n osotros recibimos en el ba utismo ese inaudito presente del amor divi no. Desde aquel punto, el bautizado--a un conservan d o exteri ormente su natu ­ raleza propia-no es ya sencillamente una criatura ra­ cional, un ser puramente humano : se con v i erte en un !l> e r divin izado. capaz ele conocer a Dios v de amarle al


EL A M OR

DF: DIO� , N l l t: '-'1 RO l'A D R I·;

se c onoce a Sí mismo, v a pto para p;ozar de la herencia divina. Pero, ;. cuál es esa herencia. a la cual nos da dere­ cho nuestra adopción como hi jos del Pad re celestial ? Es Dios mismo. Dios contemplado y poseído en su esencia . Dios asociándonos a su pro}.lia íntim a beati tud durante la eternidad. Convenía, e n efecto. q ue el amor i n fi n ito se manifestase por un �on infinito . Cuan do el Señor pensó en grati ficar a Sil criatura de un modo proporcionad o a sil am or hacia ella , recorrió con su mirada el Universo : todas las cosas exi stentes v µosi­

estilo q ue El

hles

se

presentaron

a

su

pensamiento ; pero no hnHó

1 1 in�una que fuera capaz de satisfacerle. Entonces ex­ clamó, se�ún nos lo refieren los ii bros s a g ra d o s : e< Y o mismo, ¡ oh hombre ! Yo mismo seré tu recom pen sa 11 ( Gen. , 15, l ). ¡ Sí. Dios mismo se P.ntregará a gozar a los dichosos privile�iados de S il ternu ra ! ¡ T'.ll es n u estro prodi e:ioso destin o ! ' Y para que nos fuese posible aJ canzarlo. ved. alm as peq ueñita s , la exquisita delicadeza del camino 4 uc Dios

ha

escoe:ido : nos hace entrar

va.

desde la tierra.

on

familia, nos admite a su ho�a� " nos permite con­ versar familiarmente con El, como hi i os con su padre . La gracia santificante crea en t r e Dios v nosotros u n verdadero parentesco . La relaci ón n ueva de nuestra alma con El es más estrecha que todo lazo capaz de unir dos corazones humanos : es aún más real v má!' íuerte que el que une a un hi j o con s us oadres. " Por la �eneración humana. la n aturalezéi i nfunde él 1 n i ño un instinto que le atrae haci a sus pad re8 y le ha1 '.e presentir su cariño, a u n a ntes de m1 e sea capaz de 1 ·omprender los motivos de él. Un fen6mcnv anii l o�o 1!x iste en el orden subrenatural. Po1 el hauti smo, que ' �� un nuevo nacim i ento. J a gracia san tifi c:.inte crea en n osotros un instinto filial, que n os incita a considera:­ ª Dios como un Padre, a acudir a El en todas nuestras su


l "\llT E 1 1 . -( ' .\ I'.

1 :i-i

necesidades,

a

4

esperarlo to(l o de su

mano

prutoct ()ra .

El Apóstol lo afirmaba a los primeros cristianos : « He­ mos recibido el espíritu de adopci ón de hi j os, por el cual clamamos a D ios : ¡ Padre ! El mismo Espíritu <la testimonio a n u es tro espíritu de que somos hi j os de

Dios» ( Rom., 8, 15, 16). El carácter indeleble de esta augusta cuali dad per­ manece invisible a los o_i os mortales : pero nu estra di­ v i na adopción

está

registrada por

un

docu mento a u tén­

tico en las actas de la Iglesia. Y por esta inscri pci ón nuestra en el registru, estamos realmente catalogados entre los hi j os del Padre celest ial. ¿ Es posible que n uest r a alma, de s u y o tan pobre, tan débil, tan material, se avecine tan to a Dios y se hermosee con su . hermosura, que t en �a su lugar en el sen o de la Tri n i d a d adorable y q ue las tres divinas Personas se unan en u n acto de inefa b!� con descen den­ cia para velar sobre ella, para am arla, oara hacerla participar de su vida íntima·� Sí ; no es solamente po�i ble, sino absolutamente cierto. Sobre este d o�m a conmovedo r cstrj ba todo el Cristianismo. Dios es mi Padre y yo sov su hijo : ht· a q u í el ún ic o fundamento del orden sobrenatural. Todo lo demás descansa sobre esto como sobre su base. ¡ Qué hermosa reli�ión la nnestn�. ! Po r ella se ve q ue Dios prefiere n uestro a mo r a nuestra sujeci ó n . Se ve que la vi da cristiana no es únic :imente la ohl i ­ gada observancia d e una serie de prece 1Jtos rígidos, q ue no dei an lugar alguno pa ra la expansión v la al e · gría . Cierto a u e nos exige luchas, vi gorosas resisten ­ cias a las malas i n clinaciones, continuas mortificacio­ n es del corazón y d e la voluntad. Mas no e s eso lo ífll� la constituye esencialmente. Su quinta esenci & es un a act i v i dad alrn!TC v espontánea , e!' la ac-tt1 � ci f)n de esta .� rad a d e ado pción rec i b i d a en el bau tis mo, gracia q ue impulsa al alma a arro i arse con todo su ímpetu en


•: L A MOlt

llE

} ,l.)

11 1 0 � , l\ l_I E � f' B O rAUH�

Di os, de la num era que el ni ño se arro i a por i n sti n t o e n los brazos d e s tI padre. ; Ouién comprendió esto mejor que San ta Teresa del Niñ o Jesús? Ve rdadera mente, nCJ parece sino que Dios la ha presen tado a nuestro m u ndo actual nara recordarle este dog'lll a fundamental de la paternidad tlivina, que parec ía haber olvirlarlo . Nacion es entera s <le hijos d esnaturalizad os� de hij os pródi¡zos, buscan la felicidad fuera de la casa de su Padre celesti al : d i ­ s i pan locamente los bien es preciosos de la gracia� y no encuentran en sus extravíos sin o u n olacer ficticio. del que se cansan , se hastían pronto . La pequeña men sajera del Amor patern al de Di os IJega a tiempo para recordar a �tos vró di �os des�aciad os las dulzuras del li oJ?ar famili a r, del que se h an desterrad o, y la ter ­ n ura del Pa d re que los llora v siemore ios espera . Más de un alma, gan a d a por el irre�isti ble emoeño de tan dulce conqu istadora. ha experimentado e! dolor del arrepentim i ento fi lial, que hacía decir al nródi�o de ]a 1 1arábola : « Me levantaré e i ré a m i Padre)) ( Le 1 5. 18). . Puede a veces ser temerario i nterpretar los pensa­ m i entos de D ios � pero explicarlos pa rece fácil. tratán­ d ose del he cho pro d igi oso q ue ha nrf>sencia.cfo nues­ t ro sido en Santa Teresa del Ni ñ o Jesús. Esta humil· e le mon j a. muerta a l os vein•ict1 1 tro a ñ n:--. n o h izo nad a má s que lo que otras muchas relia-i osas sa ntas d e su 1� noca hicieron . si n o es q u e nuso en s u amor hacia Dios más confianza v más fi l i al term1 ra . Esta es su l 'aracterísti ca . Este es , además. el oh i eto prec iso de !'\ U misión : recordar a l o s h ombres qu e vean en Dios 1 1 11 verdadero Pa<l re v traten con El c o m r1 vHd3deros l 1 i j os. A hora bi�n : pa ra clem ogtra rn o s hasta la evi den ci a d deseo que D i os tiene de ser h onrado v servido de « �sta suerte, se ha complaci do en colmar de �racias. y ·

.•

'

.


1 : l(J

l'A U T E 1 1 . - - CA I ' .

11°

luego de gloria, a la humilde carmelita, q ue compren­ úió tan bien su corazón paterool. La hizo · t o d a bella con encantos naturales y sobrenaturales, y mostr:ln­ d ola a nuestro p o b re munrlo, que neeesitaba semej ante modelo, acreditó su misión con numerosos y auténti ­ cos milagros . Ha hecho de ella una santa mundial, a quien se invoca de un polo a otro, y como el a DÓstol universal de todos sus intereses aquí aha j o . . . Mani· fiestamente, el deseo de Dios es que las ::timas con ozca n s u amor paternal v respondan a él con amor v confian ­ za de hijas. Q u ier o pensar que Snnta Teresa del N i ñ o Jesús, cuando expresaba con transportes s u deseo de amar como nadie hasta entonce.� habúi amado, quer ía ya señalar el carácter dominante de su amor, que fué el espíritu filial. No ciertamente porque fuera exd u · sivo suyo, puesto que todos los 8antos, en general, lo h an poseído, pero que en en ella alcanza una perfección ra ra vez igualada . · Al llegar aquí no necesito hacer c itas. porq ue m e

d i rij o a una cate�orfa de almas que está n fam iliari ­ zadas con la vida y el espíritu <le s., n t a Teresa <lel Niño lesús. Sin embargo. experime.nto la necesida<l

de decir que fué en los Libros Santos. v . sohre todo, en el Evangeli o, de d onde la a d mi rahlc saa ta tomú s u fe en el amor. paterna/, de Di os. Bai o cada u n a de las palabras sagradas sentía latir el Corazón de Dios, su Padre v estos latidos le parecían llenos de compasiva ter . n ura , Reparad de qué ín dole son las ex pres ion�s de a m m q u e l e llaman más la atenci ón en cuanto 1hre las pá ­ ginas de las Sa�radas Escritu rai:; : 1< Aun cu ;:i n d o u n :• madre se olvidara de su hij o, Yo n o os olvi d a ré i a­ más. Como una madre acaric;ia a su hi i o, así Yo os consolaré ; os llevaré sobre m i seno, os aclom1cceré sobre mis rodill a s n ( Is., 66. 12-1 3). <• El Señ or es com­ pasivo y lleno de dulzura, len to en castig;ar y abun­

dante en

m iseri cord i a .

. .

»

( Sal. 102,

8).


F. I . A

1\10 11

IH: D I OS.

i\ I J l.: S TIW l'A U H E

1 3i

Y cuando escucha a Jesús hablar de Dios en el Evan­ �elio, repara que siempre le llama con el nom b re d e Padre : « El Padre Mi Padre . Vuestro Padre celes ­ tial . . . >> Lo compara a los padres de aquí ab a j o parn demostrar que la solicitud de éstos para con sus hi­ _j os n o es sino un a sombra de la que nuestro Padre del Cielo tien e por no¡mtros. Y por ellQ toda su doctrina espiritud está contenida en esta sf!ncilla frase : « Vivir c o mo hij a con Dios. » Qué satisfacción pa ra vosotras, almas µ e :1ueñit:· s . q ue pensáis y queréis seguir las huellas de Santa Tere­ sa del Niño J esús, le da daros cuenta ·� ue el princi1.1i o fu ndamental de su senda es el mismo q u e �irve de base al orden sabrenatural. Practicar, pues, la i n fancia e';­ pi ritual no es si no vivir íntegramente el Evangelio. ¡ Seguridad envi diable la de saberse er. tan buen ca ­ mino para llegar a Dios ! Por eso mismo m e extraña que haya aún entre los hij os de la Iglesia espíritus capaces de discuti r o poner en d u da el valo r intrínse­ co del método teresiano corrio me<l iC1 de adelantami en ­ t o es µirit ual. Que mudws no ex¡..> erinu�nte11 l<:i necesi ­ dad ni ·el atractivo d e hacer uso de él, se conc i he con l a ­ cil idad y no es censurable, dada la múltiple variedad d e caminos q u e se abren ante las almas para llegar a l a san · tidad. Pero q u e h a ya quienes se obstinen�a pesar dr. los actos reiterados de la Iglesia y las declaraci ones, na­ da equivocas, de los últimos Papas, en derezadas a #?:ene­ ralizar el cam in o de infanci a espiritual entre los fiele:-; de toda TULCión, edail, sexo v condiciones�n no ver en este camino sino u n sen ti mentalismo va�.o. una piedad de agua de rosas, eo;to es lo que un espíritu sencillo y recto no acierta a explicarse. Sin embarg-o. en p a rte me explico esta actitud ex­ traña . Y pues os h e prometi do-al comienzo de estas conversaciones-una sinceridad sin re5erva s, os diré sencillamente, almas peq ueñas, la que me p arece ser .

.

.

.

.


la c a u sa d e seme j ante mentali dad. No�otra�, que pre­ tendemos ser d i�ípulas de Santa Teresa del N i ño .J e ­ s ú s , ;, no somos, ac as o , en parte, rcsponsa}Jles de ell o ? Cierto e s que am amos a la queri da santita que nos p redica el amor, la confianza, la s en cill e-l . . . Estas vir­ tudes ta n bellas nos encantan en ella v estimulan nues­ tros viadosos deseos . . . Además, experimentamos sua­ ves alegrías en adorn ar su estatu a de flores, v desea­ mos . . . , ¡ y n o poco ! , tener a n te n uestras miradas su amable imagen, que nos sonríe v nos impulsa hacia el bien. Todo esto es excelente ; pero no basta. Es pre­ ciso enten der, juntamente con las lecci ones del amor v de confian za que nos da, las lecciones de sacrifici o, <le renunci amient o, de abnegaci ón perfer,ta de cr ue está llena su vida. Almas pequeñitas . ;. n o n os sucede a veces olvidar que la doctrina d e Santa Teresa del :1\Jiñn Jesús está compuesta por dos elcmen to5 i n seD<"lra bles : amor v sacrificio? A fuerza de insistir en el primero, quizá lleJramos a dejar en la sombra el segund o : v ba.i o l a han dera de una santa que d es d e la edad d e tres años 1 amás reh usó nada a D i M. preten demos nevar una vida muv duJce. de am or a Jesiís. pero sin gen erosi · dad. apartando i n sti ntivamente todo lo que n o s con· t raría. si eu iendo los caprich os ele n u estra voluntad v cultivan do el e�oísm o ba jo mil formas. Cierto q n e esa maner;¡ de obrn r n o es plenamente r.onsciente. Más por sutil que sea . n o eEcapa a la atP..n· ción d e 11n ohserva<l or oue exiµ:e� por lo menos. d en • contra r al�unos ras�os ele Teresa 1Jntrn armcllos que ha· cen profesi ón de imi tarla. Al no d escuhr i rlos, �onclu· ye-- ¡ naturalm ente ! � cr u e n n e8tro m P.todc. <le �antifi­ cación es hnrto mezqu ino. ¡ Por q u P. extrañarse que ei Camúr.úo de infancia espiritual sea sospechoso mua ciertos espíritus que no tienen n i tiemp o ni med i o"> ele enterarse de él, si no· ·


..: r .

·\ M 1.111

llE

o r o ;-; , N l l F S''' IW 1' \ 1 •1: 1-.

1 .1 9

p o r la vida y obras de los que lo practican y si guen ? ¡ Oh Teresa ! , tentada estoy de hacerte un amistoso

es

re proche .

Nos has mostrado la santi dad tan atrayen­ tan fáci l, has s3.bid o d isimular tan h i en t u heroísmo bajo tu habit ual sonrisa, y tus es­ ni na!' entre las rosas, q ue m ueho� no te han com pren d i ­ do. Y o misma m e he. dejado coger a menudo en este lazo delicioso de tus amables v i rtudes. "- he vacilado en seguirte al oír de tus lahi os palahras como �st:is : ((Cua n d o vislumbré la pedección , compren d í q u e par1 ser una santa era preciso sufrir mucho, buscar :siem­ pre lo más perfecto v olvidarse a sí misma. \) ¡ Qui�n me d ará segu irte por el estrech o ca m i n o de l os pe­ queños sacr i fi c i os ocultos, de la. fideU <lad a las � ns ­ piraci o nes de la �raci a, de la h u m ildad que quiere ser olvidada, de la incansa ble caridad fraterna ! Con ­ cédeme· a mí v a cuantos lean esta s págin as ia gracia de pa recerme a ti en estas aus teras y auti-nticas vi r­ tudes de los santos. Almas pequeñitas, esta dig resión m e ha parecido n ecesaria para non er las cosas en 8u punto. No os des­ corazone la dificultad de la Empresa rmc tan a pech o habéis tomado. El A mor ha de ocupar el mi mer lup:ar en v uestra vida espiritual . En él habé i s 1le p o n e r J o .; o j os y buscarl o s i n descarn;; o : M dará a vuestros sa crificios su val o r pri nci pal v a n n cierta sua vidad , <t l l f' hará que ,los busq uéis c o n ardor. T d al sacrificio por a mo r, v �abed que el � a c r i fi c i o p ractj rndo en lo!; por­ meno res de vuest ra v i d a, o val ientemente aceptado en l os acontecimientos providenc i ales , o!' �:on d n�irá a un a m o r que crecerá si n cesa!'. Y si en este sen dero ascen dente desfo l l ccC' a veces v uest ro valor, acorda os, os rm·i�o, fl l l P tenéi s en el e '. i elo un Pad re m u y t i erno q ue os a m a má..:; q u e nad i ¡; 1 1 � amó jamá:-. en el m u nd o ; un Padre ta n bueno que no ..

te y en a parjenci a

·


)-1{)

PARTE 1 1 .

CA i'.

-

·I

p id e smo inclinarse sobre v uestra pubrej¿a para en ri ­ q ueceros ; un Padre tan poderoso, 1 p.1e, si sois hum i l ­ d es y confiados., vuestras mismas faltas l e servirán d e

ocasión . p ara real izar en vuestra alma dócil l a obra dt: su gracia. «Ningún Pa d re es como Eh>. d ecía Tertuliano. Las criaturas que · son malos j uece8 d e los valmes espiri­

tuales, podrán a menudo mostrarse severas con vues ­ tra debilidad y censurar v u estr a conducta, que sigue siendo en ciertos aspectos necesariamen te imperfecta., a pesar de vuestra buena voluntacl . Pero vue�tro Padre celestial, que ve el fondo de vuestro� cora�ones, no dejará de conocer vuestras i n ten c i o nes v d efenderá vuestra causa como si fuera prnpiu. Podréis tomaros con El confianzas de hi.i os pequeñuelos, que en nada

disminuyen vuestro respeto . No temáis aparecer ante s u s

o j os tal

com n

sois, 5j n

disfraz : �ustad de recordarle v uestra ha i cza. q ue pa­ rece haber tan completamente olvidado ; <lesplega d an­ te su mirada compasiva vuestral' numerosas en fenne­ dad es : esta c onfesión consci�nte de vuestra miseri a le será tan agradable como la ad oración de su ma.ies­ tad, pues supone por parte v uestra un l'entirniento de confianza fili al v un a n eccio; i dad fle !', o c o r ro capaces de

Corazón . Ni más ni men os que los niñ os. tenéi s der�ho, des­ pués de vuestras faltas. de esconder el rostro- en el seno d e ese Padre tan tierno. para decirle con los ojos humedecidos en lágrimas : a ¡ Padre, he pecado contra Ti : perd1)n y misericordia ! °>> Santa Teresa la grande escrihc a sus hilas � << ; ,Pu ­ réceos ahora que será razón que, au nq u e diJ?amos vo­ calmente esta palabra : Padre nuestro, de i emos de en­ tender con el entendimiento. · pa ra que se haga pedazos nuestro corazón con ver tal amor? >> Más incompren­ sible aún sería nuestra ruindad si, después de haber conm over su

-


EL

A IVI O I!

UF.

D IO S , N I H : s ·1·1w P \ hltt

J .1. 1

s i do tan amados de Dios, fuéramos a regatearle, con vergonzosa mezquindad, cada óbolo del pobre tributo de amor 'l u c le dumos. (, Q ué pensaríamos de los hij os de una fami li a q ue encontrá semos discutiendo entre sí sobre lo que es ta ban a bsolutam ente obl1 gados a ha­ cer para con su padre? ¡ N o sea mo s tacaños c o n nuestro Padre celestial ! Pues hemos entrado en su fami lia por la a;racia de l::i adopción, ya no s omos s i ervos que trabaj an a j ornal. Somos h ij os que sólo por amor se han de gobernar. Los intereses de Dios, su gloria, su hermoso reinado en las almas, he aquí nuestra ambición. Como Santa Teresa del Niño J esús, démoslo todo con este fin, sin reflexión, sin condición, sin mirar hacia atrás� con su­ blime entrega. Y ¿ q ué? ;, Pensaremos que vamos a perder en este comercio desintercasdo? ;. Tent:mos mie­ do de arriesgar alguna cosa y pagar a Dios más caro · de lo q ue El vale? ;, Pretendemos ven der nue:)tros ser­ vicios en las mej ores condiciones posibles, como si el amo r de n uestro Pa d re ocultase algún lazo peligroso para la salvación y c on t ra rio a nuestrv verda dero bien ? j Do n osa precaución la que se pone en guar d ia contra el amor y prefiere proporcionarse reservas por mi ed o de ser cogida desprovista cu an d o llegue la última ho­ ra ! En v�rdad, ;,no será deshonrar a Dios el obrar de esta suerte ? Da pena pensar que almas pequeñitas --qu iero decir almas in tel igentes y gen erosas�ai gan e n este error sutil . . .

Si se encuentra alguna alma q ue usa de semejante� regateos contra su Pa d re del Cielo, es q ue no tienf' fe en su amor . . . Duda todavía del amor . . . No sabe que el secreto del verdadero ·goce y felicidad en este mundo es el verse despo j ada de todo para gloria de Dios. Y o no les di ría sino u n a pala bra : Sentid del Seiior

con

entraiias

de bondad ( Sab.,

l , l).


P A R T F. I r .

AFEC T O �

El q u e

es

hi j o de D i os

Y es

c. \ P .

1t

ORA CIÓN el

más fel i z <le los hij os.

Pero es preciso se tenga por tal y q ue conozca a s u Pa d re, sin lo cual n o puede dis fruta r •J e � u íel ir.·i tlml . U n h i j o de rey que igno rase la n o b leza de su origen no pod ría sen tirse orgulloso ,Je su n a cimiento. Yo, Di os mío, hace ti empo q ue s e q u e soi� mi Pa · d rc. Pero he de confesa r q u e no tomé siempre al p it� de la letra este n ombre ben d i to que tanto os ag-rad a . Por solo haberl o considerado a mi gusto, mi a l ma e x pe rimenta hoy u n sen timiento de dulzura q ue •rw arranca lá gr imas. ¡ Oh Padre m ío del C !do. 11 u é � ran ­

dt� es vuestro amor p a ra con mip;o ! Ca<fa vez q ue {le a me descubrís algo, mi pobre c o ra zón JJaJL>eC LO r ­ t ura. Porque q u er ía, desde luego, o freceros digno Te­ torn u <le tan to a m o r, y mi i mpotenci a para h a ce rl o

causa u n verdadero tormento. Sobre todo con ob ras, es c o n l o q ue se prueb a · ei amor, y yo no hago easi nada por Vos. Y lo poco {1 uc hago, atrae nuevas efusi ones de a m o r p o r par te v u es ­ tra, con 1 o c ual e n este interca m bi o siempre s o i s Vos quien decís la última palabra, y y o m e ve o o bligado a quedar en deuda con Vos. A pesar de ello, esta carga me es muy queri da. No me abruma ; me leva n ta, m e a�uijonea, hace saltar mi corazón hacia el vuestr o . Cuando p'ienso e n vuestro amor de Padre, Dios mío, en este a m o r al cual debi mi predestinación divi n a . mis deseos s e elevan a la altura del fin para el cu al me habéis adoptado por hij o ; puesto que he de ser u n predestinado, un santo del Cielo, no q u i er o con· tentarme con serviros escasamente ; toda mi vida ha d e ser una preparación para la vid a eterna . Todas m i s aspiraciones deben tender hacia l o alto, d e suerte que ni Jos pl acere8, ni los df>lores. ni las r>reo<>upaci one� me


terrenas pueda n retarda r m i v uelo hacia la ca5a de mi Padre, hacia nues tro hogar celestial. Príncipe real, destinado � ceñir una coron a impe­ recedera, a poseer un reino eterno, ;. me detendré en h i encs pereceder os, en placeres vulgares, en ambicio­ n es mediocres? ¡ N o ! P rotes to ante Vos, Padre mío, que todo mi deseo .e s vivir conforme a las o bliga ciones de mi nacimien to .di vino, c o m o verdade ro hijo de Dios. A un niño no se Je pi den �r andes cosa� ni hazañas di fíciles o deslumbradoras . No se Je pide sino cariño filial, q ue se manifiesta no sólo con palabras afectuo­ sas, sino con una obediencia de todos los instantes a las menores voluntades y deseos de su padre. Y o qui­ siera s e r para c o n V os, Dios mío, un niño dócil. Toda mi vida interior s e resumirá en cumplir con perjección vuestros menores deseos. En esto q uiero concentrar todas mis energías y todos mis cuidados. ¡ Señor ! , dadme a c ono c er los obs '.áculos que, de una mane ra más o menos consciente, opongo aún a la labor de vuestra gracia en m í. Y si soy negli�ente en apartar­ los, hac e dlo Vos m ismo, aun cuando ten�a que sufr ir mucho por ello. Esto y i-esuelto, oh Padre del Cielo . . . No quiero y a rehusaros nada . Me en trego sin reserva a vuestro ser ­ vicio, no con egoísm o mercenari o , sino cün entero desinterés para procurar vuestra gloria v saivaros al­ mas, Desde ahora vuestros i ntereses son lo!' mío� � los m íos, los "-u.estros. Nada pierdo al entregároslo todo. Nada poseo perfectamente, sino aquello q ue os doy si n reserva. Si me aconteci ere volver a tomar parte de mi ofrenda plena, des d e ah ora rep ruebo tan aborrecible latrocinio, y os r u ego , P:1dre rn ío� que volváis a tom a r posesi ón de lo que os pertenece. Para ejecutar este programa de piedad filial que vuest ro a mor patern a l me i m p o ne: c u en t o con v u es t ra


1 . 1. t

l•,\ 11'1' 1 : 1 1 .

1 ' .\ l'. :�

µ, racia. Me fío de solo Vos y desconfío de m.l mism o . ;, Acaso un hijo n o tiene derecho a contar con su padre par a un a empresa en que sólo pretende serví r s us intereses y da rl c gusto? ¡ V os, Padre mío del Cie· lo, me ay udaréis y podré con segura con fianza repetir este grito generoso de Teresa : « ¡ N o quiero ser santa a medias ; no me asusta s u frir por Di os ! »

CAPITULO 5 AMOR

DE

DIO S

EN

LA

ENCARNACIÓN

¡ La Encarnación ! He aquí el mi sterio que revela la bondad de Dios en lo q ue tiene de más profundo y más conmovedor. Desde cualquier aspecto q ue se estudie este misterio, aparece como una misión de amor confiada al Verbo por la adorable Trinidad, de­ se o s a de comuni carse el l a mi sma y uni rse es trecha·

men te con el hombre. El amor, en efecto, t i e n d e invenciblemente a la unión. Esta es su necesidad primordial . Ved cuá,n vio­ lento es a u n amigo vi vir: lej os de su amigo . Nada mortifi ca tanto a una madre como estar 1:1eparada de su hijo. El amor de Dios para con el h<-, mhre 0?.x pe­ rimenta esta tendencia con mucha may or fuerza de lo que podernos imaginar. Mas, ;, puede operarse una tal unión en tre el Creador y su cri atura ? Es tan grande la d istancia entre Dios v ella ! · El infinito los sepa ra. Para que dos seres puedan unirse, es preciso primera ­ mente un punto de semejanza. ;, Cuál es este punto de seme j <tnza, este encuen tro entre Dios y el hombre? Es la Encarnación . El Verbo eterno, tomando nuestra naturaleza, h a realiza do la a proximac ión n ecesa r i a para la un ión. ¡ Del n acimien to


A MO R O E D IO S EN

LA

F. N C A. lt :'I Af J Ó N

14.�

d e Jesús en Belén data la perfección del amor que existía ya entre Dios y nosotros ! Pero i qué anonadamiento in comprensibie del Crea· d or, descen d er de un mod o tan ina udito ha�ta s u criatura ! El alma que ha concebido alguna i d e a , aun­ que imperfecta, de la grandeza infinita de Dios, se hace cargo de el lo. Tomar carne humana tra reves­ ti rse de la forma de esclavo el qut: es Dueño de todas las cosa s , el e.spfondor de la gloria del Padre J la ima· gen de sustancia ; ;, no es una especie de anonada­ miento, por no decir como un oprobi o ? Considerábam os hace poco e l caso de u n hombre q ue, movido por un sen�i miento de amor i nconcebi­ ble, quisiera hacer compartir a un pá j aro algunas de las prerr ogativas de s u pro pia vida humana. ;.Qué d i ­ r ía m o s s i , prosiguiendo l a aleg oría, viéramo5 a este mismo h ombre llevar su amor hasta q uerer rebaj arse a la categoría del pá j aro, y asumir la n aturaleza de este ser in ferior, para hacerse seme j a n te a él y uni rse más íntimamente con él? SeJ;?;uramente exclamaríamos que era una locu ra, y tendríamos razón. Pues b i en : hasta un ser, ba i o ciertos aspectos poco su perior al pájaro, arrastró a Dios la locura de amor. S í : « Dios es g-ran d e---. d ice un autor es pil'ítual...-, pero tiene u n a debi lidad : es �abio, pero tiene un a locura . Esta debi lidad, esta l o c u r a- n o hago sino repetir las expresiones de San Pa bl o�es el a m or que n os tiene 11 ( P. Ach. Desurmont). « ¡ Amor c iego ! ¡ Amor loco ! -advi erte un s a b i o teólogo-·. Nada le de tiene. No tratéis de hacerle observaci ones, reproches ; no le ha­ bléis ni d e buen gusto, ni de med i da. ni de razón ; no enti enden ; El mismo se excusa de te d as s us a u ­ dacias dicien d o : ce ¡ Soy el Amor ! )) ( TJ1omassin, De lncarn. , 2). La distancia q ue s epara a l Jinmbre ;Jel pa _l a ro nos parece considerable ; pero no es n a da ::.i se la com-


146

l>A lt T E ti. - CA P.

S

para a la q ue ex i s te entre Dios y el hombre. En el primer caso se trata de dos seres i gualmente dota dos de naturaleza creada ; en el segundo, del Ser increado en presencia de la criaiura, del Infinito frente a la nada. ¡ Y decir que hay almas, oh Dios mío, que encuentran muy n at u ral q ue las hayáis amado hasta este extremo ! ¡ Ay ! , estamos tan familiarizados c on las grandes verdades de la fe, que no aceJtamos a reconocer los prodigios de tern ura· que suponen de parte de Dios. Los santos sí q ue saben comprenderlo, y se pas· man de ello . « ¡ Dios mío ! -exclamaba Santa Gertru­ dis-, ¿ qué se hizo d e vuestra sabiduría ? ; Qué pere­ �rino amor os hizo olvidaros a5Í de vuestra dign i ­ dad ? ; Qué embriaguez, si así se puede d ecir, os turba, para que vayáis a buscar hasta las fronteras de su bajeza una tan vil criatura y la unáis a Vos? ¡ Ah ! ,

,

queréis demostrar

en

vuestro

amor. »

a

todo hom bre cuánto tl,ebe

con.fiar

así . . . Para infundirnos confi anza en su podía inventar nada mej or que la Encarnación. San Agustín escribió esta insigne sen · tencia : cc ;, Por qué razón, sobre toda otra, se encarnó el Verbo, sino para manifestarnos el amo r que Dios nos tiene? » ( De cath. ruá., cap. :f.). Y San Bernardo completa el pensamiento del obispo de Hippona cuan · do exclama a su vez : ccEstoy persuadido q ue la prin­ cipal razón por la cual el Dios invisible ha querido manifestarse en la carne y conversar humanalmente con los hombres era precisamente por atraer, desde lnei?o, al amor saludable de 5U humanidad los afec­ tos de las almas que no sabían amar sino Ja carne, y conducir las así por grados al amor espir itual )) ( ean.· ., sermón 20, 6 ). Esto es, realmente, lo que nos enseíi.a Ja Tglesia en el prefacio de Navidad : Para que, conocfrndo a. f)io.�

Sí, esto

a m or,

es

Dios

no

-


A M O H JiE DIOS F.N

forma visible,

l . o\

J.:Nr.AR \' A r tÓ N

elevados por El al amor de las cosas invisible.s. De su erte que la Encamaci ón nos revela el amor de Dios, a fi n de atraer el nuestro, ena• morando nu estro corazón con los encantos Je su hu· Ni

seamos

Hl anidad.

Si un �tan rey, m u y aficion ado a uno de sus va· '-'all os, le envía , por un mensajero ricos presentes en t t�stimonio de su cari ño, h ace, sin duda, mucho para 1 • r obarle su afecto y proyocar el suy o. Pero mien�ras ' '° baje de su trono para ir en perso na a visitarle, 110 habrá plenamente satisfecho las exü:�encias oel

n mor.

En l a an ti�u a ley, el hombre d udab a que Di os pu­ d i era amarle. Se comprende . . . ¡ No había visto a Je­ -. 1.1 s ! Los profetas, los salmistas, mensait�ros divinos, h a hían hallado incomparables acen tos para expresar l ' l amor c on que Jehová distin�uía a Israel. Pero l a 1 1 1nyoría de los j u d íos oscilaban entre el temor del Eh·rno y la indiferen<1ia para con El, •mas veces tem­ l t la ndo al pie del Sina í ; a p o c o , fabricando un ídolo v

o freciéndole incienso.

Desde que Dios vino en persona a morar entre 1 1 r nrn tros, todo ha variado. En la escuela del Verbo

li:11carnado, los motivos para creer en el amor de Dios han hecho luminosos y concretos. «Desoués de ha­ l 11 · r, no pocas veces y de tantas maner as� hablad o 1•1 1 otros tiempos a nuestrgs padres por los profetas, Di os. en estos últimos tiempos, nos ha hahlado por 1'1 1 1 H i i o . . . > > ( Hebr., 1, l-2). ;, Y qué v iene a decirnos • ·� I « ' Hi io muv amado? Viene a decirnos que Di os 1 1 1 1!-I ama. Solamente para eso vin o . « De tal manera 1 1 1 1 amado Dios al mundo, que le dió su Hij o Uni ­ w··u i t o n ( !n., 3 , 1 6). ccHe Y..enido R pon er fuego e n 111 1 i crra-declara El mismo-. i. Y qué q uiero sin o q 1 1 1� arda? » ( Le., 1 2, 49). f .a ca ri d a d etern a que arde en el Co razón de Dios

Pin

·


l' A RT E

Í I . - d i'.

G

h a descendi do hasta noso � ros ; se ha m o ,,.trado en f o rma humana. Cuando queremos representárn osla, n o tenemos más q ue hacer s in o dirigir una mirada hacia Jesús : el am or de D ios por el hombre ¡ es �l ! ccSo­ lamente los cristianos-dice Bossuet-pueden gl oriar­ se de que su amor es un Di os . J> Y nosotros podemos añadir : un Di os hecho hombre, un Dios que tiern'� -cuerpo y alma como n osot r os , q u e compatte n uestra manera de sentir y de ama r ; u n Dios r¡ ue ha que­ rido gozar con nuestros goces, sufrir eón nuestra::, tristezas, conocer nuestras enfermedades ; e n uhá pa· labra, i vivir nuestra vida v morir nuestra muette !' ¡ Sí, Jesús fué u n o de noso tros ! Su vida oscura en Nazaret, las consecuencias humillantes de una familia pobre, las su i ecciones vulg-ares que lleva consigo el ejercicio de un oficio vil, d e todo ello hizo ex perien­ cia, com o los más humildes de entre nosotros. Los evangelistas n os cuentan el hambre que r:>xperimentó, la fatiga física y el hastío moral que tal vez le cau ­ saba la mala íe y la incredulidad de sus contemno ­ ráneos. Nos lo mu estran llenC\ de piedad para con los enfermos, conmovido ante las mu chedumbres que le seguían, llorando h asta romper en soll ozos. dice San Lucas ( 19, 41 ), al c o n s i d e r a r las calam idades q ue caerán so br e sus en emi �os. Is aías había dicho de El :

No acabará de romper la caricr. cascada. la mecha que aún humea ( 42, 3).

'V

no apagará

Por eso toma baj o s u protecc i ón a los débilP,8 v oprim id os, aco �e a los pecadores con u n a bondad conmoved ora , acaricia a los niños que le presentan para bendecirlos. Sobre la c r uz ru�a por s u s ver ­ dugos y toma su defensa : j Padre, perdónales , que no saben lo q ue hacen ! . . . H�Jsta el fi n, el Verbo En ­ ca rnado p e rm an ece fiel a s u pTo�rama de amor mi ­ sericordioso : e:"i l a te rn u ra d e Di os hecha palpable a

l os l1 ombres.


H9

Nuestro corazón no tiene excusa si dudH a ún del de Di os. Y si vacila en recon ocer un Pad re en su Creador, es que no ha penetrado el sen tid o del misteri o de la Encarnación. El Niño de Belén trae en s u s manecitas muchos títulos d e nobleza. Su naci­ m iento a la vida humana n o s confiere el derecho a trncer a la vida divina. A toá os los qu.e lo recibieron ,-declara San Juan�.dió el poder de s er hijos de Dios. Vino a ser el primogénito entre u na mu.ltitud de h ermanos. so b re los cuales exten derá en adelante la paternidad divina. Gracias a El, serem os por gracia lo que El es por naturakza : hij os del Padre celestial. J unto a la cuna d e Jesús tenemos derech o a ex· da mar con el Apóstol : Bendito sea Diú8� el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendi; o en Cristo r · o n toda bendición espiritual en los Cielos, según que n os eligió en El antes de Ta creación del m u n do . . . , predestinándonos a la adopción de hijos por Jesucris­ a mo r

to»

(Efes., I , 3, 4).

Almas pequeñas� que debéis comprender más que n a die los místicos atractivos del Pesebre. id a Jesús N iñ o oomo a un hermano que os ama. Id para apren ­ der de El hasta qué punto Dios es vue.c;; t ro Padre. He a q uí la ciencia en que debéis disti nauiros. Por eso l h mo tanta� veces vuestra atención hacia esta verdad . N o temáis-como lo ha c en a veces ciertas almas� p resentar la vida espiritual por lo q u e t i en e de mR·• 1 i c rna y más verdadera. ;, Acaso es culpa n u estra s i D i os h a querido q u e n u estra rel i gi ón sea amahle y a t rayente? ;_ Si ha querido que sea la refürión del Dios Pad re? « Hasta que n o se com pren de aue Dios ti cno 1 1a ra con n osotros corazón de Padre, hasta q u e n <J se lo confiamos todo a su amor, para el presente y para lo por venir, vivimos un Cristianismo t'?mpob recido, ¡wr "º decir encanijada. E;I f'spíri t u fi l i a J . q ue r.s J�


1 :íO

l ' i\ l l T E 1 1 .

C : A I'.

5

ver da dera pied ad , f01· nrn pa rle i n te�rantc de n u es! ra religión» ( Alf. Durand, S . J .). Por otro lado, si llegamos a comprender lo q ue e s ser hij o de Dios y las obligaciones que i m pone �ta a ug usta prerroga t iva , no es de temer que semej ante pen sam i ento enerve · n u estra acti v i dad y nos haga ha · ñarnos en agua de rosas . Jesús, nuestro Hermano mayor� vino a enseña m os c ómo deb e n v i v i r loa hij os del Padre celestial ; El es nucs' ro m od e lo p.:i ra t odos. Sus e j emplos y su d o ct rin a nos predi can el renun · ciamiento . Y D i os no reconocerá como hij os ver d a · cleros sin o a los q ue sean conformes a ese Hij o de r, u s eternas complacenci as. Mucho habría que decir so bre la importancia del Verbo En carnado en nu estra vi da sobren at u ral y sobre n uest ra i n corporación a El com o miembros del Cuerpo m ístico cuya cabeza es El. Me li mita ré a algunas con ­ siderac i on es que pongan de relieve l a riqueza del don q u e el a m o r n o s ha hecho en la pers ona de Jesús. El gran Apóstol, encargado, como él mismo lo ates­ t i g u a , de anunciar a las naciones e!"itas riquezas impo­ siblc's de rastrear ( Efes., 3, 8), n o vacilaba e n afirmar q u e al darnos su Hij o , Dios nos había ciado con El todas las cosas ( Rom. , 3, 32). ;, Qué n o� fa lta , en cfcc· to, ten ien d o se m e j a n t e Medi ador? ;, Queremos ofren dar a Dios nuestros deberes do una manera q ue sea d ign a de El? Aunq u e inn pace -; por nosotros mismos de h a cerlo, podern os por }e5Íls y con Jesús ofrecerle u n culto que res ponda a s u ma. jcstad infini ta. Es preciso h a her ex peri men ta rl o , a ciertas h o ra s de grac i a y de l n z i n teu-;a. d sen ti miento íntimo de la propia im potencia pa ra glorificar a Dios c o m o .El se merece, pa ra apreciar verdaderamente el don divino. ¡ Qué sosiego, entonces. al r:iocler apro· p i ar�� las adoraci on �s: h1s acciones de � r:tc i :i s. la� �·


]5]

ti sfacc i oncs , la ,i;; ala ban zas infi n itas de Jesús pa ra ofrecerlas a su Padre ! ;. Des eamos o 1tener algun a gracia? No hay más que estribar en los 111éritos de Cri sto v pedirla en nomb re suvo , y e s t em os scg;ur o s d e ser esc uc11 ados . El mismo -dice San Pa bJ o-no cesa de roga r por nosotros ( H e h r. , 7 . 2 5), 'Y siempr e es escurhado ( Hebr., 5, 7). ; Hemos ten i do la des�raci a de ofende r a nuestro Pa­ dre celesti al ? .T esú� ah o!!a por n o s otro s, m ostránd ole �·ms llagas, cuyas cicatrices ha Qu erido con�ervar en su estado de g-lo ri a . y ofrecién dole su sanp:re, ver ­ tida po r n osotros. Po�o ti e m po antes de su muerte. Santa Teresa d el Niñ o Jesú s recita ba sob un d ía su hrcvi ari o en 1n en fermería. De pronto se turhó y � u � o j os se IIenaron de U i grimas. Ento nces . llamando cer­ r-a de sí a u n a n ovic i a que es tah a pres�nte, !a mo stró �in deci rle u n a palabra. pero c o n inefable cx nr es i ón . este texto d e San .T u an : «Hi jitos mios. os escri bo e5tas c o s a s para qu e n o peq u éi s . . . Pero sí ale-un o p ec�re. acuérdese q u e ten em os iunto :ll PD d re un Med i a rl or. q ue es Jes ús)) ( l In .. 2 , J ). i. Nos sen t i m o s faltos de l uz. de sostén . de di rec­ < " i ó n ? Le ten em os a El . Ja luz del mundo, q u e da te c:: ­ r i m on i o de Ja verdad, y no engaña j amás a cmien de El �e fía . . . El solo puede sosten ern os nara ll evar l a 1 · ruz de c a d a día , pu es J a Hcvr\ prín;cro sohre su� c�paldas. v con toda razón <li j o n sus herm a n os en l a humani dad = «Ven i d a Mí vMotro� t0rlos l o s 11 uc l raha j á i s v c�táis ae-ohindos . . . VP-n i d v os �livi art� ll . No ten.f'm os u n r..o nti/ia in.capa::. de ca m f)adecerse dr •tu <'stras f/aqne::as : nara parrrrrsc a n osotros, la.'i lm exnrrimrn.tadn todas. men os el perado ( Hebreos. ·1.. 1 5). Rizo má� : n os clió el poder de satis facer 'V m e recer. "1 1 1 ,.._trn u n i ón con El n o r el r.�rado de �rncia comu1 1 ica a rníf<1 1 1 n n ele m;cstros � ctos, v mm a !1Uest:rq�


meno res sufri m i en to.;; , u n valor sobrenatural. que él � - ..:· cienta en noso tros la caridad divin :i . Yo he venido .......-.decía el Buen Pasto r.---p --. ara que mis ove;as ten({an vúla,, 'Y la TENG AN ABUNDANTEMENTE ( ln. , 1 0, 10). Sí ; desde la Encarnación la vida divina corre a torrentes . Si no la recibi m os abundantemente, la culpa no es de El, sino nuestra, q u e perm anecemos a distancia del

mananti al. Gran desgracia

nu es t ra es no conocer hastant�-y eso no explotarlas convenientementc---l- as rique­ zas que poseemos en Cfisto Jesús. B u s c am o s dentro de nosotros mismos rec u r s o s que no ten emos, y per • manecemos en la medi ocridad por no ntilizar nuestro

po r

Tesoro.

¡ Jesús es nuestro ! j Es nuestro bien, n uestra pro ­ piedad, nuestro todo ! El Padre n os lo ha dado para que se l o devolvamos en un acto de ofrenda filial.

nCon

artific i o suhlime--e scribe el Padre Plu5�, una man o , nos alar�a el Tesoro, Jo de_j a un instante entre nuestros hrazos v J u eirn. con la otra man o , n os lo reclama ; en ese ciclo ele la ofrenda reci be una ¡doria digna d e s u grandeza. La ofrenda diaria de Jesús al Padre debería ser l a �ran ofrenda cristiana, puesto que es el ejercici o de la refüdón por excelencia . . >, '<Gran cosa-decía la Mad re María de Jesús a sus hijas-sería. un corazón que n o cesa se de ofrecer a Jesús y de i nmolarse con El con una ·fide­ lidad in censante en to dos los sarri'ficios nequeños inspirad os p or la graci a . >> En suma : toda la vida espi r i tual se resume en la unión con Jesús. Si Dios n m arna, es porque n o s mira a través de su Hi i o , v el a m o r a u e le tiene se exti ende, por una efusión de su bon dad , hasta nos­ otros, que somos, no va el cortej o de h onor que acom­ paña a Jesús como Jefe y Cabeza de la human idad. ::;ino un a parte viva de su ur. miemhros de su Cuerpo un

Di os, con

.

-


m ístico animad os de su Espíritu. Aquí estriba el fun­ damento de nuestra confianza. · Cuanto más íntima sea nuestra unión c o n Jesús, más amados ser emos del Padre celestial. Así, pues, ¡ todo por Jesús, todo en Jesú s, todo con Jesús ! Es El el camino para ir al Padre. « Con Jesús�escribe Mgr. Gay-no queda ya pa ra n osotrns nin�ún deber incumpl i d o, ninguna pen a inconsola­

da , ning1ma i usti cia inacabada � por El, D ios es in­ finitamen te �!ori fica do, el h ombre e s plenan 1cn te ab­ suelto y salvado. » ¡ Oh mi Jesús y m i Todo ! •

*

*

Jesús enci erra en Sí todo bien, fürnta las Jihera­ lidades divinas. Pero aunque Al Amor infinito n o puede añadir nada a la riqueza del don que nos hace en la Encarnaci ón, si n embar�o . halló un me ­ dio de mani festarse más aun en la manera de ofre­ cérnoslo. ;, No vemos que entre amigos la delicadeza c o n que se acompaña un regal o .�onmueve a veces tanto como el mismo regalo'? ;. Habéis pensado alg una \'ez, alma s peq ueñas, en el refinamiento de ternura que Di os nos demuestra ofreciéndonos Jesús por mediación de María? Por las manos de una Madre.-----; ¡ y qué Madre ! -nos viene este hermoso presente de a m or En verdad que el Corazón de Dios com o que se ha fati g-ado en hallar invenciones ingeniosas para conmover nuestro con­ zón . Esta vez lo ha conseguido : no hav un verdade­ ro cristiano q ue no se i:;ienta em ociona do � mte el solo recuerdo de l as bondades de María. y q ue n o quede subyuga d o ., más tarde o m á s temprano, p o r el encanto soberano de esta Rein a misericordiosa . ¡ L� h a hechQ Oi Qs tan bella. t�m pu rn , tan atra .


1 54

P A RTI� n . - C A I'.

5

yente a n u est ra Madre del Cielo ! La ha crea do c ual un abismo sin fondo y sin orillas, para recibir IR efus ión total del Amor infinito y transmitirlo a nos­ otros. Somos tan ruines, que lo divtno todo puro nos

deslumbra, n os abruma ; sus beneficios prodigiosos nos s on incomportables de llc>var . . . Di os ]o sabe bien. Y para acostum b rarnos, en c i ert o m<>do, a las ma­ ravillas inconcebibles de s u ((amor excesivamente grande)) , lo h ace pasar por una aiatura humana como nosotros, por una criatura de nuestro linaje. El amor de Dios. al llegar a nosotros por el . corazón de la Santísjma Vi rgen, nos llep:a l!omo maternizado. ¡ Tien e un encanto y una dulzura especial ! ¡ Oh Pa dr e nuestro del C i elo, V os solo podíais in­ ventar este primor ; Vo s solo podíais inventar esh· modo aJJaci b] c de comunicamos a vu estras cr ia ' u­ ras ! . . . ¡ Sed para siempre bendito por ello ! Jesús, pues, no es nuestro, si n o después de haber

s i do pri mero de María . Digo más : no será comple­ a condición de sernos siem p rt' dado por Ella. El oficio que Ella ha cumpli do en la Encarnación, al d ar a Jesús al m undo, conti núa cumplién clolo · en cada alma. Tal es la disposici ón d el plan divino : disposi ción tan tierna como sabia , a la cual toda alma cristiana se siente feli z en adap­ tarse. j Si supiésemos hasta qué punto J a Santísi m a Vi rgen desea hacernos part íc ipes del d on divin o r Unicamente para eso los recibió Ella . El amor divin o de que estamos sed ien tos. Ella l<' bebió en s u manan tial el día bendito de la Anun ­ ciaci ón, v se ha converti d o en su Corazón en un amor desbordante, que n o busca si n o dcrranrn rse sobre n osotros., repa rtirlo con to dos : he aqu í su o fi ­ cio . . . Asumió tal d eb er en l a hora d e s u primer .Fiat, 'Y en su calidad de Madre lo r11 mplP. ¡ Y v o , su hija, fill�o fiwn1 de mí d f, f!OZO cuan d o pi�n so en to<ln�

tamente nuestro, sin o


AMOR DE PIOS EN l.A

F'.\i('ARi'liACIÚN

las ternuras, en to das las compasiones, en todas las prerrogativas a las cuales el título de hija me d a derecho! Realmente, nada hay que yo no pueda es­ perar de seme j ante mediación: Se ha dicho que un cor az ón de mad re es la obra maestra de Dios. ¡ Qué será, pues, el Corazón de María, «creado expresa v exclusivamente para amar con amor maternal el Verho Encarnado! 1> (P. B::rin­ .

vel.)

.

Jamás salió de manos del Creador un corazón má� rico de amor. He aquí un pensamiento que debe hacernos saltar de gozo: ¡este Corazón tan afectuo­ s o y tan puro. este Corazón exquisitamente delica­ do y generoso nos ama! Ningún derecho teníamos a pretender sus ternuras, que parecían reservarlas para solo Jesús... Mas es tan excesiva la genero­ sidad de nuestro Hermano mayor, que tiene a bien compartir con nosotros su tesoro. Reparemos en ello: el título de Madre que da­ mos a María no es puramente honorífico. Responde a un hecho vivido y encierra una realidad esplén­ dida. Al ser hecha Madre de Jesús. la Santísima Vir­ �en consintió por este mismo acto en ser la Madre de todos los que habían de formar parte de su Cuer­ .

.

.

.

.

po místico. En el día de la Anunciación, el Cristo total que Ella concibe no está dividido: no está separada la cabeza de su s miembros. Así. pues, desde el ins­ tante en que Jesús reposó Pn s11 seno virgina], to­ dos los cristianos, cfo los cw"Jes queda hecha espiri­ tualmente Marlrc, reposaron en su amor. Parn quitar­ nos toda duda sohrc esta matPrnidad de la gracia, Jesús quiso promulgarla v conro;agrarla solemnemen­ te desde lo alto de la cruz. ¡Este fné el don supremo lle su amor! Había lo­ �radQ qu� �u Parlr� se hid�ra nuestro Paon\ v quif'f) ·

.


PARTE Ir.-CAP.

5

i�ualmente que su Madre nos adoptara por ·hijo-;, estimando que no se habría <lado todo entero si se

la huhiesc reservado para El solo. ¡Conocía hieri cuán necesaria nos era María! Si pudiésemos saber· lo también nosotros! ¡Si nos fuera dado entender hasta qué punto María se interesa por nuestra sal­ vación, y de qué importancia es el lugar que ocupa en la o b ra de nuestra santificación! Repito. almas pequeñas, que no se trata aquí de una piadosa y dulce sensiblería, ni de una devoción enteramente librn. La Santísima Virgen pertenece de lleno al símbolo de nuestra fe. El culto que le es de­ bido implica al�ó más que una devocipn particular, v nuestro amor para con ella descansa en un sólido fun damento doctrinal. M aría desempeña un oficio {mi· co y trascendente cerca del Verbo Encarnado. y lo desemepeña en favor nues'ro. Mas lo que debe con­ mover, sobre todo nuestro corazón, es que ese oficio y las obligaciones que de él se derivan tienen poi principio su cualidad de Madre para �on nosotros. Todo cuanto el cora�ón de una madre concibe de más dulce, más fuerte, más desinteresado� todo cuan­ to su amor materno tiene de maraviHosamente apto para adivinar y comprender las dificultades Y las pe­ nas de su hijo. no es sino pálida imagen de las de­ licadezas del Corazón de la Vir�en para con nos­ otros. Me ama con el mismo amor que ama a Jesús. Ama a Jesús en mí. y a mí por Jesús. La vida de .Jesús en mi, Ella es quien la alimenta v fortalece. Dios la ha colocado en todos los caminos de la gra­ cia, cuyos desenvo1,·imicntos sucesivos han de cul­ minar en nuestra eterna bienaventuranza. ¡ Impo­ sible sustraerme a su acción maternal! Para María no envejezco jamás. soy siempre su hiio. amado sin <fo!=if<llh�cimifnto, Pit>n�e Y'l en C'llo fl rn1. mf' siPnt<t


AMc:lk i>E

Dios EN LA

F.NCAR:.IACIÓN

157

devoto o no, ahí está Ella siempre atenta a mis ne­ cesidades, el ojo avizor, el corazón alerta, ccpara per­ cibir en mí cu alquier languidez. cualquier deficiencia que podría acarrearme la ruina, si la intuición y la clarividencia avizora de la Madre de las almas no apartase semejante desgracia» lE. Roupain, S. J.). Toáas nuestras n ec esida des la conmueven, aun las de orden temporal. Bien se echó de ver en Caná. Pero nuestras necesidades espirituales excitan parti­ :::ularmente su compas i ó n y provocan su atención. La vista clara de nuestras mediocridades, de nuestra pe­ nuria, de nuestras tiebiezas e inconstancias en el bien, despiertan en s u corazón un ansia instintiva de acu­ dir en nuestro auxilio. i Si pudiéramos verla en tales casos, intercediendo por nosotros cerca de su Hijo '._� implorando las gracias que despierten nuestro fer­ vor! 1 Mas, ;, qué decir de la prontitud con que María se­ cunda los deseos de un ahna ferviente que aspira a vivir del amor a su Jesús? Soberanamente conocedora de los hermosos sec reto s de esta vida de amor, que Ella tan perfectamente viviera, la Sanlfainm Vir�e11 los comunica a las almas fervorosas. Y uno de los primeros que le revela es el del amor que le tiene

su Padre celestial. Conoce muy bien nuestra Ma d re la importancia de la fe en el amor que nos tiene nuestro Dios. Ella misma se nos presenta com o modelo incomparable en el misterio de la Encarnación. Venturosa Tú, que creíste, le dice su prima Isabel, inspirada en el Es­ píritu Santo. Lo que creyó, al recibir el mensa_je del An�el, es el cumplimiento del li!:ran misterio oculto

Dios desde el origen de los siglos (Efes., 3, 9), mis­ terio de sabiduría y de p o der pero, sobre todo, mis­ terio de amor. Siendo, como era, la Encarnación la en

,

primera revelación púlllica del

amor

de Dios para


1M

P,6,RTI·'.

Ir.

-f�ÁP.

S

con los hombres, convenía que fuera acogida coti 1lt1 acto de fe en el amor divino. En el mismo instante en que María queda constituída Madre de Jesús y Madre nuestra, es cuando hace profesión solemne de fe en el amor de Dios. ¡Oh Santísima Virgen, cuánto os amamos poi" ha­ ber dado tan ma�nífica contestación al corazón del Padre celestial! Representabais la Humanidad ente· ra. El negocio que se trat ab a entre Vo� y el Enviado -

divino no era de orden privado: nos concernía a todos. Erais nuestra representación cerca de Dios: gracias, �racias por haber cumplido tan bien con vuestro oficio. ¡La fe en el amor de que PJ5taba poseí· da en aquel momento vuestra alma compensaba ma�·

níficamente la dureza inconcebible con que nosotros respondemos a un amor tan liberal v tan tierno!' Comunicadme, Madre, esta virtud tan indispensa· ble. Que yo crea en el amor de Jesús, que yo crea en vuestro amor para conmigo. Con esta fe, la em­ presa de mi santificación será fácil v el éxito seguro. Cuéntase que San F ranc is co de Sales. siendo niño, se puso un día a saltar de gozo v a dar palmad a s

.

estoy !-esclamó�. Dios v mi Madre me aman mucho.» He aquí el clamor espontáneo de un alma que, bajo la influencia de una �rada es­ necial, llega a sentir interiormente con in efable de­ licia hasta qué punto es amada. no sólo de Jesú8, sino también de su Madre del Cielo. Sólo quien ha vivido tan deliciosos momentos puede comprender toda su suavidad. Si un ángel, si un serafín viniera a decirme que me ama, ¡qué �ozo ! Pero nosotros gozamos de una dicha meior: la Reina df" los án­ �eles, la Madre de mi Dios, me arna. Y su amo r no se reduce a un mero sentimiento: e� de nnn eficacia indestructible. El amor de las madre� para cüll sus hijos, por ce

¡_Qué

contento


gi·ande que sea, es a cada paso impotente para sa­ tisfacer los anhelos de felicidad que desean para sus hijos.· El amor de María puede obtener todas las gracias necesarias para mi verdadero bien en el tiem­ po y en la e�emidad. La Santísima V irgcn posee para con Dios junto al trono de Dios un poder de in­ tercesión ilimitado. En las bodas de Caná, su oración adelantó la hora del primer milagro de Jesús. Y el efecto de este mi­ lagro, co mo lo atestigua el Evangelio, fué aumen­ tar la fe de los discípulos. Si yo pido a María la Je en el amor de Dios, Ella hará, si es preciso, mila­ gros para obtenérmela. Si no tengo esta virtud o si es aún demasiado vacilante mi alma, ;.no será) tal vez, porque me he olvidado de pedirla a mi Madre del C iel o ? La confianza me es difícil; el menor des­ cala bro me abate; las pruebas interiores me turban y las contrariedades exteriores me irritan. Luego co­ mienzo a desconfiar de todo y de mí mismo. Paré­ ceme que Dios me mira con cólera y con desprecio, v como no conozco las vías dolorosas por las cuales hace pasar a sus escogidos, dudo de El v no creo en su amor. ;,De dónde proviene todo e s to sino de mi fal­ ta de fe en su fidelidad, que jamás en.gaña? Esta deficiencia de mi vida espiritual únicamente la puede remediar la Santísima V ir gen. J ré., pues, a Ella, plenamente confiado. Le daré el �usto de reme­ diarme . ¡Qué ale�ría para Ella el trabaiar en hacer· me conforme a su Hijo Jesú � ! Con mucha más v�r­ dad que el gran Apóstol, puede Ella decir a todos los cristianos: Hijitos míos, por los que siento de nuevo lo.s dolores del parto hasta que Cristo se /or· me en vosotros ( Gál., 4, 19). Formar en nosotros a Jesús hasta la plenitud de su edad perfecta, es decir, hacernos lle�ar a la san­ tidad, tal es el deseo más intenso de la Santísima


i6ó

1>\f{TE

IT.-r.AP.

J

Virgen. ;. Qué alma pequeñita no querrá entregarse, abandonarse a Ella para dejarla realizar esta grande obra?

AFEC'tOS Y

ORACIÓN

¡Oh Maria, dulce Madre del Cielo, á vuestros pie.¡ exhala mi alma los sentimientos que la oprimen! Los grandes misterios de amor que acabo de con· .

.

.

templar me conmueven y a la vez me deslumbran. Comprendo, siento que me abruman. Mi fflpiritu pre· siente su belleza, pero no es capaz d� abarcarla. J\ l descubrir tal a.mor, que con nueva luz se revela a mis ojos. quisiera, ¡oh Madre!, poder abarcar su inmensidad y saborear su dulzura y entregarme tan por completo a él, que me consumiera toda entera. A Vos, Madre mía, confío este deseo. Me amáis: lo sé, lo creo. Y tenéis todo poder so bre el Cora­ zón de Dios. Podéis, pues, alcanzarme la hartura de esta hambre y de esta sed de amor que me atormen­ ta. Yo soy demasiado pequeña para lle1?;ar hasta el Manantial de las aguas vivas. Soy demasiado i�no­ rante acerca de los medios que he de tomar para po­ der llel!:ar a EL Per o soy vuestra hija. Cierro los ojos y os alargo la mano. Conducidme :tila, hacia donde tienden mis más caros anhelos: Jlevadme a Jesús, unidme a Jesús. No es éste, acaso, vuestro oficio, vuestra propia misión? ¡Oh, la un ióP con J esí1s ! ¿Quién me dará llep;ar a ella si no sois Vos, Madre. amadísima? Os contemplo en este momento en Belén. ¿Dónde está mi Jesús, mi divino Hermanito, Aquel que m1 Padre del Cielo me da como presen te vara probarme que me ama, que es mi verdadero Padre v que yo soy su verdadera l1i ja? ;, Dónde está el Tesoro de mi .

.

.


AMOR DE DIOS EN L.\

161

&NCARNACIÓN 1

vid.a para que yo lo tome en mis hra7.os, lo estreche contra mi corazón v ! o .hese con mis labios, t em blo ­ rosos <le emoción y respetuosa ternura? ¡Ah! Lo veo sobre vuestras .rodillas, dul<'e Madre... Os per­ tenece propiamente: ese Hijo del Padre eterno se ha tornado Hijo vuestro. Tenéis derecho a disponer de El. ;.A qui�nes lo daréis, pues, si no es a loi;; que os lo reclaman, a !oJ que os tienden sus brazos supli­ cantes para recibirlo, a los que, faltos de El, tienen hambre de El? Vedme, Madre, a vuestros uies, el alma anhelante de deseos y ansiosa tfo forvor. Acordaos que si Jesús os pertenece, es para qu<:. lo entreguéis a las alma s . Os lo suplico, ¡ dádmelo ! O más bien, Madre dulcísima, tomadme también en vuestros brazos, debaj o de vuestro manto virginal. Quede yo envuelta con él al amparo de vuestra ter­ nura maternal v vigilante solicitud. Porque yo tam· bién soy hiio vuestro, hijo vuestro muv pequeño ... Jesús así lo ha querido: no puede guardar nada para Sí solo, y por eso me ha llamado a eompartir vues­ tro amor maternal. No quiere que me separéis de El en vuestro corazón de Madre . . . , ¡no lo permite e) exceso de su amor! Vedlo� Madre� me tiende ·sus bracitos, me sonríe... El también de3ea estreeharme contra su Corazón. ;, Y qué no haréis, oh Santísima Virgen, para satisfacer el deseo de vuestro Jesús? Mas. . . os comprendo. Pon�o mis ojos, oscurecidos por las lágrimas, en vuestros o j os, tan dulces v tan profundos . ... Y adivino que hay que cumplir ciertas condiciones. Para apropiarme este Teso.ro� que en el Fondo me pertenece ya; par a gozar de El a mi gusto y unirme íntimamente a El, es preciso que yo me ase­ meje a -El. Es preciso que sea yo pequeña, humilae y suave; que me desprenda de mí misma, que entre en las profundidades de la simpl:cidad infantil, c1ond·�


162

l>AR'lk JI.

C.AI'.

;} A

el amor propio, tan aborrecible,.

muere de inantción. ¡Y yo lo quiero, lo quiero!' . Esto me llevará lejos, quizá Me impondrá sacri­ ficios, rcn unciaFJ, esfuerzos continuos... ¡Ha y tanta diferencia entre vuestro �iiío d i vin o y vo ! Los án­ geles que le contemplan tan dulce, tan humilde, tan pobre, tan .'ienciliwnente entre{!,ado a todos los que­ reres de su Pa.dre, v me ven a mí; tan orgulloso, tan colérico, tan ape�ado a unas cosas y a otras, sobre todo tan apegado a mi voluntad propia, tan rebelde a la santa disciplina de la obediencia y del renuncia­ miento; los ángeles se asombran de que teng-amos un mismo Padre y una misma Madre; no compren­ den que seamos de la m isma familia Mas es ne­ cesario que cese el contraste. Y cesará, Madre, si po­ néis en ello la mano. Me entrego a Vos para ello, aunque soy cobarde... ¡Curad me de esta inerci.:i.1 que teme el esfuerzo y desea los éxitos fáciles de una piedad sin renunciamiento ! ¡Ay. �ólo conozco la ge­ nerosidad en las palabras! �Ved, Madre amantísima , que lloro a vuestras plantas, con los brazos extendidos hacia vuestro Niño. mi Hermano mavor ! . . El es el Amor. v al Amor me dirijo para lle�ar a la Unión Estoy ·resuelta, Virgen Santísima; me entrego a Vos para que me moldeeis a seme j anza de Jesús, mi divino Modelo . ¡ Conver­ tirme en otro Jesús, éste es mi ideal! Pertene7.co a la familia divina ·por la gracia de mi bautismo; pero me siento en ella como extraño, �orno se sentiría un pequeñuelo mendigo recogido en la calle e introducido por adopción en una real fa­ milia. El pobre' niño no conoce ni las costumbres, ni los usos. ni la cortesía de la casa en rrue entra. Mas. oor d icha su)'n. encuentra allá una madre tierna " huena. que, desde lue�o. le acaricia y lo estrecha con­ tra su corazón. La presenta a su pi:ldre <Hlnptivo, .!o .

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

'


Jr;3 pone

gua je nuevo

en

relación con sus hermanos, le enseña el len­

y los modales que ha de usar en este ambiente, para él. ¡Oh Santísima V ir�en ! , la Madre sois V os, y el niño harapiento v sucio, de una ignorancia inconcebible, soy yo . . . Haceame entrar de lleno en la intimidad de la Familia divina, de que la gracia

me ha hecho miembro. Enseñadme a ohrar �on Dio.� como c.:011 un Padre que me ama . . . Descubridme los tesoros y las virtudes de mi Hermano mavor, a· fin de que yo me aseme j e a El. f'ormadme al uso de m1 nueva familia. De aquí en adelante, oh María, quiero deberos ca­ da uno de mis pro¡:?;resos en el Amor. Y deseo que al lle�ar al Cielo v d u ra n te toda la eternidad los án­ geles y los santos reconozcan en !TIÍ alma �!orificada una obra primorosa de vuestra misericordia, un triun­ fo de vuestro amor maternal pan. con uno de vues­ tros hijos que plenamente se ha entregado a Vos para mejnr 5er poseído por }e5tÍs. ¡Bendecirán al Señor por ello, v vo cantaré eternamente vuestra� liondades. a�radeeierido a Jesfüi. que i11e haya dado ta 1 Mad rr como V os!

CAPITULO 6 AMOR m:

JESÚS

EN

I.A.

REDF.NC.IÓN

En la providencia actual del �lan divino�en que el JJecado vino a turbar con su horrible fealdad la 'lrmonía de la creación-, el Verbo no es l'micamen­ te mediador de relil{ión; es. esencialmente. mediador de redención� El Hi j o de Dio.:' fué dado al mundo como Salvador. La plenitud de �racia que recibe des­ de el momento de la Encarnación tiende directamente


PAHTF. IJ.-

164

CAP.

6

a hacerle ejecutar el oficio de Salvador, e inclina a ello todo su Ser. Desde su entrada en el mundo, Jesús asume lás responsabilidades terribles de cabeza de un lina j e caí­ do: Ni quisistei.� sacrifidos ni o/ rendas, mas me disteis un cilerpo a propósito; no aceptasteis holo­ caus/Jo ni sacrificio pür el pecado; entonct1s dije: He aquí que vengo, oh Dios mío, para hacer vuestra 1.JO· !untad. (Hebr., 10, .5-7.) No e.5 negocio baladí el que a Dios impasible le hizo devestirse de la inferioridad sublime de nuestra sensibilidad... No es asunto de nonada que Dios haya tomado ojos capaces de lle­ narse de lá�rimas; un rostro impresionable a la mor­ dedura del dolor; un cuerpo sujeto a padecimientos, un coraz ó n cuva deli cadeza exquisita puede experi­ mentar todo género de tristeza¡-; v de ane;ustias, de una gravedad desconocida para nosotros. Jesús ¡ es Rey!, pero Rey rechazado, Rey doliente, Rey cuyo cetro es una cruz y su corona una guirnal­ da de espinas. La liturgia de Navidad nos lo muestra, desde su nacimiento, ((llevando sobre su hombro el signo de su principadon (Is., 9, 6). j La locura de la cuna, del pesebre, es preparación para la del Calva· rio! Locura de amor, sin duda, la de la Pasión, Jesús hubiera podido salvar al mundo ofrel'iendo a su Pa­ dre tan súlo un suspiro de su Corazón, una oraciún de sus labios, una mirada de sus ojos. Pero vemos que efürn libremente los padecimientos. las afrentas, la muerte ignominiosa y sangrienta de la cruz ... ;, Cuál es, pues. este misterio? Es que nos ama, y el amo'r no se queda a medio camino. Nos ama, y po­ dría temer que, salvándonos a poca costa suya, pu­ siéramos en duda la inmensidad de su amor ( l ). ·

- ( l}

llay

tanta�

riqurzas enrf•rradas

en

<'flt1•

misterio r!t- la


AMOR

u�;

JESlJS

F.N J..\

•m·:D�:Nr.l<lN

16.'i

Propio es del amor, cuando es puro v fuerte, hacer más de lo debido, e j ecutar sublimes hazañas. Y pues .:;e trata del amor de Dios, su medida ha de ser sobre toda medida. .lesús. pues, al pagar nuestro regcatc, lo quiere pagar con usura. Quiere anc�ar el pecado en un diluvio de expiación. Quiere devolver a su Pa­ dre tal gloria, que se haga obediente hasta la muer­ te de cruz. Quiere abrir para los hombres un manan­ tial de gracias tan abundante. derramando sobre ellos .;;u san!!re divina, que habremos de decir con toda verdad, con San Francisco de Sales: «El estado de la rrJención va�e cien veces más que el de la inocen­

crn

.

.

.

»

La lidesia llama al misterio de la cruz 11b ohra por r�xct.�encia de lá piedad divina)) (primeras Vi's¡>eras de la Exaltación). Porque en ella el amor alcanza unos límites que son verdadero exc(:so. Est:-i palabra 1•xcesu es la misma que. según el evangelista, cm­ nle(, Jesús en el Tabor nara indicar su Pasión cuan­ do conversaba con MoisP.s v Elías (Le 9. 31). Y San Pablo. a su vez. nos habla del exceso de amor que Dio.;. nos mostró cuando quiso eme, nor la muerfC"\ .c;;u Hiio nos devolviese Ja vida (Efes., 2, 4). La Creación es una obra de amor maternal. pn:­ veniente v �atuita. La Encarnación refuerza. a su "CZ- la idea primera rrue. tenemos de esk amor. La Redención es una J)rtteba irre5istih1e. una revelación �11--rema que ponP. e1 colmo a 1as liheralidades de Dios para con el hombre. Las tres divinas Personas rivaJizan en PStos tres momentos de piedarl nara con nosotros. En la Crea­ �1ón. Dios nos llamó de las profundidades de l a nada .•

Redención, que es impo.sible enumerarlas todaf-1. El capítulo presente sólo considera en la Pasión el amor de Dios para con el hombre, pensamiento dominante de este libro.


l'AB'll·: ([.-·- -CAi'.

6

al ser. En la Hdención nos llama de un uhi�mo mu­ abismo del pecado. 1'.:os amú cuando aún no éramos. Nos arna cuando nos ha­ bíamos hecho enemigos suyos. Y este anior llega has­ ta preferirnos en cierto modo a la vida de su mismo Hijo. El Apóstol de las �entes lo expresa en este arran­ <JUe de entusiasmo, en que vibra toda su alma: «Dio� a su p rop io Hiio no perdonó; antes lo entregó por

cho más profundo, el

todos nosotros1> (Rom., B, 32). El Espíritu Santo, cuyo nombre propio es Amor, desempeña también un oficio en esta obra que con­ f'uma nuestra re�eneración. Contribuvó a darnos a Je­ sús en la Eucaristía, realizando la unión del Verbo con la Humanidad en el seno virp;inal <le Mnría. Ter­ mina de dárnosla en el misterio de la cruz, del cual es el principio. Es El quien inspirá e impulsa a nues­ tro dulce Salvador en esta sublime oblación que es el término de todo.., sus trabaj os, así como es El

quien, en el curso de su vida mortal, animaba cada uno de sus ac�os. San PahlP nos ln declara exprc­ Ramcnte: ccPor el Espíritu Santo. C ri sto se ofreció a Sí mismo inmaculado a Dios)) ( H ebr., 9, U.). ¡,Y qué decir (lel amor de Jesús mismo? Toda su vida conver¡i;e hacia la cruz... Niñito en Belén, ya tendía l1acia ella los brazos. Adolesc�ntc. se,)?,uÍa riéndola v la saludaba de lejos con transµortes de amor. Una piadosa leyenda lo muestra fabricando una cruz y extendiéndo-�e sobre ella como para ensa \Tar su oficio <le Redentor. Mas. ;_ oué vale esta pia­ dosa fir.ción al todo de la realidad? ;,No es, acaso. un verdadero ensa vu ele! Calvarro a<lUel traba_jo o s­ curo de Na7..aret, aquella fatiga diaria. aquellas per­ las que caen <1e la frente del iov�n carpintero de Nazaret? P1H'S b vida del mini!"'.terio núblico, en lu­ cha con las hostilidades. abiertas o solapadas. de las autoridades de la nación, con las envidias oscuras ·


AMOIC

llE J 1.:�{rc;

EN LA

HF.OENCIC>N

167

de sus compatriotas, con los partidos dominados por eJ orgullo o la vulgaridad, ;,no está a cada paso se­ ña1ada con el sello de la cruz? Sí; toda la carrera del Salvador fué un continuo caminar hacia el Gól­ gota... Día tras día va cumpliendo su destino de víctima, hasta la hora del consummalu.m est Cons­ hmtemente Beva ante sus ojoa aque11a visión im­ placable: está inscrita por el Amor en el fondo de .

.

.

Corazón. Y esta inmolación que ha de salvarnos, Jesús la quiere con entera aceptación: v a ella tiend� con todo el peso de su amor a su Padre v a nosotros. J ,a Barna su hora, y como si le pareciese que tar­ daba demasiado en Uegar, se le llVe un día lanzar esta extrnña exclamación: Con bantr'.c;mo de sangre he de ser hantiza-lo. 'Y ¡qué angustias las mías hasta '/UP se cumpla! n (Le., 12. 50). Hel a lleg-�da va esta hora tan deseada... ¡Con ·mé iúbilo interior la a c og-e Jesús!' Cuando. al salir oel Cenáculo. V al encuentro de los espantosos tor­ mentos que le a�tiardan. v que El conoce hasta el último pormenor. su alma santísima se siente domi­ nada por un solo sentimiento: el amor. Amor a su Padre, cuva gloria va a reparar y cuva iusticia quic· re �atisfacer: amor por nosotros. cuvos pecados ha tomado sobre Si. v va a devolvernos el bien precio­ so de la !!racia pNdida. a cerrar el infierno v abrir­ nos el f'.ielo... 1cOuien hubiera podid<· Jef'r entonces en su Corazón. lrnhicsc visto. con letras de fue�o. esta palabra. reveladora del misterio: A mor. Sí, el .1mor ec; el que. como un sacrificador. conduce esta ino�ente víctima al altan1 ( l). ¡Jesús nunca hubiera ;u

(1) .J. Chauvin, s. s. Santí1:.imo Sacrementn.

s.

La Pa,.icín mecli1acla

n

los pies

del


PAUTE 11.·

·

CAL'

(1

si<Jo víctima del pecado s1 primeramente no huhiesc sido víctima del Amor! Y tiene empeño en que se sepa . . . Sobre ello llami'i la atención de sus Apóstoles en la noche de la Cena . . . Nadie tiene mayor amor que éste de dar la vida por sus amigos (In. 15, 13). El va a dar la suya... ¡y con cuánta prodigall­ dad ! Sin duda que es el curso de su vida mortal, Tc3ús manifiesta su amor a los hombres... Todo el Evane:elio no es más que la historia de este amor, cantado en nuestro len gua j e humano. A cada pá_gi­ n a se encuentran en él palabras de una ternura ex­ quisita: Venid a Mí todos los qne padecéis, Yo os ali­ viaré. Yo soy el buen Pastor. . . Y o conozco a m Í8 ove­ ias . . . Sí� conoce bien a sus amadas ovejas .. fas llama por su nombre. y si una de ellas falta. la busca a costa de mil fatiga�. la v u el ve al redil sobre sus hom­ bros. en tanto que su Corazón salta d e gozo... Cuan­ do presencia al�ún gran <lolor o u nH extrema mise­ ria, se conmuc\'e, se estremece en su interior y 110-ra. Unas veces, como en la paráhola del hijo pródi�o, se compara a un padre cuya ternura no reconoce lí­ mites; otras es una madre <1uc cobija a los polluelos hajo sus alas.. Y en la última Cena. iqu� expansio­ nes más íntimas ! . . . Hiiitos míos .... os he dicho todos mis secretos, porque ya no sois mis siervos, s ino mis amigos. . . Os orepo,ro mi reino... Como m1: Padre me ha ama,do. asi Yo os amo; permaneced en mi amor . . . ; Pueden darse acentos más tiernos. má:ot suaves? . Y. sin embargo, Jesús no está satisfecho . . . No lo estará hasta verse sumergido en cuerpo y alma <'n las humillaciones v tormentm de �u PAsi.ón... Allí, va no son centellas <le amor las aue hrotan de su Corazón abrasado. i Este horno divino arroia llama­ radas de volcán en· incandescencia: no puede conte· ner el fuego que encierra.


AMOR

l> E

JESÚS

EN

LA

R F.IH:N CIÓN

l '1 9

Acerqu ém onos pa ra ahrasarnos en él . . . Y d igam os el ?;ran Ap óstol : ¡ Cristo nos amó 'V' se entregó nor nosotros ! ( Efes ., 5. 2 ) . La victoria de la c r uz ..;o­ h re el pe�ado e s el triunfo supremo del Amor. So­ bre el Calva rio. el amor apa rece tan de-.bordado� tan pródi,go de sí mismo, que pa rece absorber todas las .'ltn c;; r-erfecci onc� v su i etarlas a su imperio. All í la i nbid uría. la j usticia. la omni potencia. están al ser­ vici o de la Cari dad infinita. ce El sacri ficio de Jesús ;;; obre la cruz fué u n verd adero holocausto�ice San ­ to Tomás de Aqu i n o-. en que el fue1ro material fué ·• ustituído n o r el fuego tamb i. é n con sum i d or de la <'aridad. >> Todos los clavos del m u n d o no hubieran nod i d o su i etar al i n fame patíhulo a n u estro amado Sahador � ¡ n o ]n su j etara el lazo poderoso de s u :t m o r a los h om bres. Nn prc�cn do ah ora. a l m a s pequeñ i tas. reconsti t u i r la dolorosa histo ria del Calva ri o. M i s palabra n o lend rían n i luz n i calo r proporci on a<lns a la i;; a n ­ •ffien ta rca]icJa ,L « Si al gu i cn�rlec í11 1 :1 h i t>naventura­ ,Ja Am �ela de Fofümo- --me ('on t a re Ja Pas ión t::tl como fué. v o Je resnnn d eria : Tú. tÍl mismo has pasado nor P.llo. n Sólo os invito a tom a r el cru cifi in. a con · l emolarle a menu d o v po r J a rgf\ ra t o en eJ silencio de Ja oración. Med i tan d o Ja P�sión , los sa.ntos h an a prernlido mif;· teri os sublimes . Han conod d o Ja en ormidad del pe . sad o. cuva expi ación costó a Jesús tan to riadecim ien · to y tanta S 'in l!'re. Cada di.q 11enetraban m� ..: honda­ men te e n el <! fan misteri o <lcl <t m o r de u n I hos q u e muere n o r el hombre pecador. Para e11m•. como para el �ran A oóstol. no pod ía haher otro Jesús sino· Je­ :-.ús crucificado : v mi rando al crucifiio, exclamaban f1 1era de s í : Cristo m e amó r se entregó por mí ( Gál., con

2, 20).

La suprema lección que Jesús quiso darnos sobre


1 70

P ,\ flT E 1 1 .� C A i '.

el Calv<n- i o es u n a l ecci ón cfo a mo r . Hablaba El u n d ía de Pllo a Sa nta Ge r t r u d i s. y l e deda : « Cada vez que el h om bre mira al ci-ud fi j o debería pensar en su corazón que c on él hablan estas t i ernas palabras : e< M i ra c 6mo. p or tu a mor, he quer i d o ser clavad o de!'­ n u do. dcsfürnra d o , cubierto ele ll agas v todos los miembro .., violentam ente est i radns snhre la cru'7.. Pero mi Co razón de t al manera Y tan apasionadamente . te am a. q u e , i::; i fuera n ccesari o p a ra salva rte. Y o s o ­ nortaría de nuevo voluntariamen te . v o r ti solo. todo lo que pudo sufri r por la salvación del m u n do en ­ tero. ,, Contemplad, pues. almas pem1eñitas. ca da u n a de lal'l ]l ¡:t<!:aS ahierlas de Je�1�s en 1 � crn 7. : i:: on com o otro8 tantos labim o u e os claman : , r i l\1 i ra . hi i a m ía, r ('omprendc b i en c u ánto te a nw 1 >> Res?.d esas ma­ · n os v esos pies atra vesados oo r los davos . Acrrc.<=t d tam hipn vuestr·os b ti : no;; '1 esq fu :�n te oue llenan de � a n g r c ] as espi nas. M i ra d e:-ms o j os div inos, q u e des­ de ]o aho de 1a e r u z, oscurecidos n0r 1n �an �Te v IH� l áe-rimas, os bu scaron en la lei anfa de los si�dos, y va de�rl"' entonces se pos ri r n n solire vo�otros con u n a c x pres i {m de tern u ra suolicante : ,,H i i a ml'a. ;_ n o quie­ Tes crerr en mi a m or "" d»rmc el tuv o torlo entero, sin n�serva ? i Aeaso n o l o he pa �ado ba-;ta n te caro ? » So'hre tod o, sL ii;ohre todo, n rerca os al adorabl e r.osta rl o �travesa cfo por la lanza. Contemplad aqu e­ lla h er i � a sa!!rada : adoradla c o r n o el sim bolo visi ­ ble de la i n v i s i hl r herida del Co razón d i v i n o. De i afJ <m e vn rstra ,'l l m a s e exh ale eri t era en abrasados ·co ­ l oquios . . . (( ¡ Oh ! -�icclamaha S:i n B u en aventu ra-. si vo hubiera si d o la l a n za del sol d a d o o u e atravesó e1 Cor!l ZÓn rle .Tesú s . . ; creeis aue u n a vez dentro mn huhi e-ra sali rl o ? ¡ l\J"o ! No hu hiera nodi do ni huhiera q ueri do alejarm e de allí . . . ¡ Oh nlma m ía ! Tu dul­ císimo Jesús, en el exceso de su am ra·, fl u iso que la _


A:\I O R

OE

,J E S IÍ S

EN

í , >\

R EU E "I C l <) N

171

a fin de m ost rarte que en tre�aba su Corazón . ¡ S i supi eras cuán dulce e::; .�ste Corazón ! Entra en El, y cuando estés en aq uel l ulc ísi mo Corazón . ci erra sobre ti las pu �rtas de sus heridas para que te sea imposi ble saíi r de El . . . » En el CaJvari o n aci ó la devoc i ón a] Sa zrado Corn· zón. Para que se viera bien que toda s u vida, tod os s u s m isterios y más part icularmente el de su Pa­ si ón, n o habían tenido o tro pri n cipio sino el am or, Jesús quiso q ue, despu és de su .muerte, su divino C o razón quedase abierto, rasg-ado p o r l a lanza del sol da d o . <( Ya veis....-. parece deci rn os-aue tengo Cora­ ::ón, y hasta qué p u n • o o s am o . . . ¡ M11ero por habe­ r o s a mado con exceso ! » La devoci ón al S a g ra d o Corazón no es otr a cosa •1ue la devoción al amor inmenso de Jesús para co11. los hombres. Su ob j eto es honrar al Con r.ón de car­ ne del Verbo enca rn a d o , c o m o símholG de su Amor. Po r consigu ien te. no será ver d a d ero devoto del Sa­ �rad o Corazón q u i en se lim itare a prácti cas exter i o­ res de piedad. a oraci ones vocales �n su honor, s i n p re o cu parse de conocer su Amor. creer en él y en ­ tregarse a él. J ustamente se ha llamado a esta de­ voci ón c<el compeqdio y la s u m a sustancial de toda la reli µ;ión )) . por cu a n to ohlig-a a las almas a rccono­ r e r el a m o r de íf ll P s o n ob i eto p (l r parte del Hi jo de Dios. con el fin princ_i J)al de convertirlas a ese amor. No es, p µ es. esta devoc ión solidís i m a u n p iadoso sen t i mentalismo ni un q u i e t i �; m o en e r v a n k. como errónea men te r1 1 t i C>mlcn o la p ractican personas i g- ­ noran tcs. A ha n ·ll a ] homhr e to ilo en l ero v preten de n o dei ar e n él n a d a q ue nueda o:;11sttaerse a la i n ­ fluencia del a m o r d i vino. Devoción varoni l c o m o la cr u e m á s. incl i na poderosamente al aima y a todas s u s ener�ías v devolver al Señor a m or por Amor, lo cual n o es posible si n sacrifici o e inm olación.

lanza le a hriera el costado, te

.

.

.


1 72

l ' A l l T E J I . - T A i'.

(i

Esta ley del sacrifici o i mpuesta por el A mor . .Tc­ i;ús nos la i nculca de un modo i rres i <;tihle e n e] Cal­ va rio. Estaba davad o en la cru z cuan d o fué tras­ pa sn cl o su Conzón, q u ed :rn d o ahierto como un libro en el que rn da u no pudiera leer s u amor. Y he aqu í no r qué la lg-]es i a no separa e] Corazím <le Jesús de ]a cruz. Lo que nrincipalmente la ocu ­ pa, cu ando li o n rn. el a m o r de Je...,ús e los h ombres. es la Pa� i érn , el A mor man i festad o hasta la efusitm de san gre. Por eso, también ha tomad o el crucifij o p o r g}orfoso estand arte, y con stan temente lo coloca :t nlc los o j os de s u s hi jos pa ra recordad� lo ouc d eben al am or de s u Salvador. ; Oué i m nortan las r i sas sarcásticas y burlonas de los imoíos ante el � i gn o <le la reden ción ? Sus enem igos de todos los s i ­ ·rlos. com o l o s i u d ios v los genti les d !"l ti empo de S e1 n Pablo, ven e n J a c ru z (( u n a lorura 1: v " u n escárnfa­ ] m, ; no im p o rta . c o n tal q u e fos fieles desruhra n e n r·l el exr·<'.� O de a m o r del Cf ue po r dlo� d i ú la v i d a e 1 1 l a c ru z . No h ace falt:1 ¡;; � r sahi o pa r a �n tcn derlo � u n n i ñ o nuede anren der m i ran d o el c rn r fi jo v ?.l pech o atrn­ vesad o de Jesús. rc Abri d vosot ros mi smos el libro. l eed con vuestroi:; propios o i m; : l os ca racteres son s u ­ ficientemente .c!ran de;.; v visi bles : las letras son d" �an�re, para llam a r la atención c o n rn avo r fuerz:i : "C li a em µlead o el hierro v la vi olencia DRW. �rahar­ l os profundamente e n el cuerpo de Jesucristo c ru c i ­ ficado n ( Bossu et). Cuando Y o Ju.ere levantado de fo tierra-decía n uestro Señor-, todo lo atraeré hac1:a Mí. El evan · gelista nota que pronunci ó esta frase aludien d o tl 5U muerte dP cruz. Pretende. pues, atraernos a Sí nuestro amado Salvador poniéndonos a nte los o i os la señal suprerna del amor, que es mori r por aque-


AMOR

OE

JESÚ S

E N l.A

HEDENCJÓN

Hos a q u i en se ama . . . ¡ Qué bien conoce nuestro flaco ! ' « l<:l hom bre es de tal índole, que se rthCla contra el p o d er , se yergue contra la j usticia v resiste a la mi seri;:.ord i a . Pero se entrega a d isr.:reción v se siente penetrado hasta la medula si oye la voz triste y pla· ñidP,ra de Aquel q ue m u ere p o r él v m u e re amándo­ le )) ( Donoso Cortés) . Los atraaé c o n lazos de amor, había dich o por su profeta Oseas { 2, 4) . Y en la cruz cumple su pro­ mesa. Ba j a hasta los ú ltimos límites <lel sufrimi ento, de la humillación y la ignominia, para que nuestros corazones, s i t iéndose amados h<1stá este punto, n o puedan men o s de responder a amor con amor. Verdaderamente, f>l amor de Jesús no ha tenido igual ni lo tendrá j amás sobre la tierra. Al pie de la cruz n o hav sino caer de hinoj os v exclamar con San J uan ( 1 fn. , 40, 16) : Creo en el A mor. Esta es l a respuesta que Jesús crucificado eJpera de vo8otras, almas pequeñ itas. Si se la dais, ¡ queda contento, le habéis comprendido ! Ante todo, desP.a que sepáis q ue º·' ama. Y cuando los hombres lJegaron a olvi­ darlo, cuando el j an sen ismo intenta re despoj Hle <le su amor, para pintarle como un Dios i naccesible y frío, ven d rá El m ismo en persona a recordárnoslo. Ab r i rá de n u evo su pecho en llamas v dirá a la Hu­ manidad , por mediación de Santa Margarita María : (( He aquí el Corazón que tanto ha am ado a los hom ·

bres.»

En nada repara J esús cuando SP- trata de mani ­ festar su ternura. Si p rec iso fu ere, obrará maravil1as para hacer evidente esta verdad : que el cristianis­ m o es la relil{ión de Dios. que nos ama -v desea nues­ t ro amor. Despu[-s de las revelaciones hechas a Mar­ ,!!a rita María v de los movim ient<;s g-randJ Osos ·1 ue de ell as han brotado pa ra hien de l as .11mas, des-


1 7'1·

PA RTE 1 1 .

f:A ! • .

t

vanecién<lose un poco, en medio de muv excelentes a su Corazón Sa1!,rado, J es ú s i n tervi ene de n uevo, escoge altUas pri ­ vi le�iadas, a quien constituye su s mensa j eros ce rca de la J era rq u í a v rectifica- ¡ cou q ué tacto tan deli ­ cado ! � ---'- l as des v i acio nes q ue se p ueden temer Así lo declaró El m ismo a la Madre :M aría del Di vino Co­ razón : « Ah o ra q u e .el culto exterior de mi Di vino Corazón está propa�ado po r tod as pa rtt>S, quiero tli m­ hién el culto int enor : qui ero hallar en el corazón h u man o un luµ;ar de reposo y ronsueio ; quiero que las almas se habit úen a unirse más v m á s conm i�o, q ue me den sus c o raz o n es p o r m o rn d a . 11 ;_ \J o está bastante expl ícito ? ;, El mundo lo enten­ derá al fin ? Lo entien d e, sí pero l o olvida . . . Pero n o temá is ; el am or de Jesús no s e da por venci do : renueva sus lla m a m i entos, var ía l as formas, b u sca n uevos atract i v os, y para cautivar poderosamente las almas, crea esa <<miniatura exq uisitamente fina de santidad )> q ue es Teresita del Niño J es ús, y la mues ­ tra al mun d o con u n a ire t r i unfad or, com o q u i en dice : « Mira el po der del Amor en un alma dóci l y ge­ nerosa, que se en tre�a a sus divi nas i n fluencias. » Santa Teresa d e] N i ñ o J esús es una predicac i {m viva y eficaz del Am or d i vino reci bi do v correspon­ dido. ¡ Ella co noc i ó el a m or. creyó en e] amor y se cntreg{, al amor ! Y ¡ q ué santa, q u é a póstol n o llegó a ser para n u estro m u ndo,. anémico v enfermizo ! -<Todo a m o 1· qu e n o arranca de la Pasión del Sal­ vador es frívolo v pel i�roso )) , see;ún San Francisco de Sa l es Ahora bien : el de la Santa Teresi ta-au n cuando otra cosa c rean los e8píritus superficiale¡;;­ brota c i ertamen te de. este manantial autén tico. Conoc i ó las riq uezas infinitas de la Pasi ón aq ue­ lla niña de catorc e años , (l Ue, a la vi sta ele u na es­ tam pa 11 u e r�presen ta ha a } Ps Íl s cruci ficad o, sin tió

pJ.:.i,s ticas, .�L fondo de la devoción.

.


A M O ll

DE

.JES Ú S

1:N

LA

lt J.: D.l:: J\ C.:IÓ.'\

17.)

romperse de dolor su corazón y decidió permanecer continuamente en espíritu al pie de la cruz, para re­ cibir el divin o rocí o de la salvaciófl, y derramarlo despué.� sobre fas almas. A nte las Ua¡!,as de Jesús, y viendo correr su sangre divina, la sed de ai m.a.s pe· netró en s u corazón. Ella misma lo afirma al contar 1a conversion del famoso Pranzin i , su p r mera c�n­ q u i sta espiri t ual . Tenía, cierta men te, la ci enci a práctica de la cruz '.lq uella humilde carmel ita, q ue cada mañ ana , besan­ do el crucifij o y dej ándoto dulcemente sobre la al­ mohada m ientras se vestía, le decía, con r;.q u el len­ gua j e gracioso que encierra tanto he1 o ísmo : «J esús mío, y a habéis tra baj ado y llorado bastante durante los treinta y tres años de v uestra vida s o b re la tiena. Hoy descansad : a mí me toca combati r 'Y su frir. » << U nicamente la i nmolación completa de sí mismo

de amor n , dice nuestrn sanlita. Y su vi d a entera se red u ce a poner en práctica esta palabra. No se entregó a mortificaci ones extraordi­ narias, p ues l a Providencia le había destina<lo a ser­ vir de modelo a las al.mas peq nerias , cu.yo número es tan grande sobre la tierrd ; pero su minuci osa :fide­ lidad a las menores observancias de la re�da, su aten ­ ción constante a no dej ar escapar ninf!.tUW oca.<tión de sacrificio, por pequ.eiío que fu.ese ; su ahneg-ación en las peq ueñ eces más ínfim ª-s de la vida di aria, hi­ cieron de ella una v íc t i m a per p et uamente inmolada, q u e hubiera podido a ca d a i n sta n t e a pl i rarse él. sí mis­ ma la frase del A póstol : Completo en mi lo que falta a la Pasión de Cristo ( Col. , 1, 24) . El tormen t o q ue más pa deció fué el del frío. -.(Lo he µadecido-�di jo en su lecho de m u erte-h asta sen· tirme morir. Ji Y, sin embargo, ni ng-una de las per­ sonas 'l U e la rodeaban pudo sospechar aquel !f ü H tirio de su cuer p o , que i;; e prol on�ú d u rante nueve

merece el nombre

-


l ió

l'A H T t J I .

L\ P,

6

años, y q ue huhiera podido al i viar mediante una d i s pensa. «Cuanto más i ntenso e s el sufrimiento, m á � ocult o q ueda a los o j os d e las cr iat uras v más os hace son reír, oh D i os mío. 1> Para hacer sonreír a Dios, Teresa g·ua rdaba s i lenc i o a e e r c a de tod o lo q ue podía contrar iarla o af. igirla . A veces llora ba de amor con templando la Santa Faz de J esús, y rec o rdando aq uel pasa i e de l s aías : No tiene apariencia, ni belleza, ni aspecto para que nos fijemos e n El. Despreciado r el último de los hombres, varón de dolores familiarizad.o con el pa­ decimiento, su rostro esta ba como escorulido 'Y des­ preciado, y no le estimarnos ( l s . , 53, 1-2). 1.cToda mi com pasión se basaba sobre estas palabras . . . 1> , d i.i o Teresita poco antes de su muerte. Santa Te.resa del Niñ o Jesús j amás en tendió e� a m or sin sacri ficio. Realmente, para ella, como para Jesús, la cruz avasalla toda su vida. ccLa cruz me ha acompañado d es d e la cuna ; pe1·0 Jesús me la ha he­ cho ama r con pasión . )) Esta es la confesión que cae de sus labios cuando, llegada al término de su ca­ rrera, echa u n a mirada lúci da sobre s u pasado. A la edad de cinco a ñ os y medio, su alma de niña sin: tió los misteriosos toques ele la gracia al escuchar u n sermón sobre la Pasión : en el ocaso de su corta vida, al co menzar el ejercición del Vía-Crucis, algu­ nos días de$p ués de s u ofrenda a] Amor misericor­ dioso de Dios ( 1 ) , se sintió herida de u n dardo de ( l) No h a y que confundir est e ac to de ofrenda t eresiano el acto de o frend a de víctima a la j usticia divina . Este úl­ timo exige u n a vora c i 1ín especi a], c u yo discern imiento perte· n cc e al confe�or o d i rf'ctor rle con ci e n r ia . Por él se entrega el alma a la!oi exigen c ia s, a veces l crrihles, <le la j usticia, como s us t i tuta de los pee a d o re!>. San t a Tere-;itu • I d N i ño Jesús j uzgó semejante ofre11 1 t a grun rl e y gen no:-;a , ent rega al alma de buena voluntacl a lo!i f1w¡i:n s r.on!'ln m i1 lnre!'\ d el - a mo r ; n o 1 if'lr. po r con


AMOR

DF.

EN

J ES Ú S

LA

� l ..,1 '

il Ell EN C ! ÓN

fuego que le hubiera quitado la vida si la mano di­ vina n o hubiera retirad o s u hierro can dente. Era la m u e r te de amor q u e Teresa deseaba pa ra s í, er� la de J esú s en la c r u z , no en los t rnnsport� de j úbilo, sin o en la agonía y el s u f ri miento. Esta muerte le fué concedida. Una aµ;onía terrible arrn n ­ c ó a la dulce víctima esta ccm fesión : « El cáliz e5tá lleno hasta rehosa r . Jamás h u biera vn cre ído q ue fu e ra posi ble s u fr i r tanto . . . Si n cmba1 �0� n o m e arrepiento de ha hcrme entregad o a l amor . . . Y lue­ �o, com o la Ma d re Prio ra le di j era que esta agon ía cruel p o d ía prolongarse unas h o ras aún. la mor i ­ bunda con testó con valor, c o n v o z casi apagada : ¡ Vamos , vam os ! . . No quiero . su frir « ¡ Pu es bien ! .

.

.

menos.»

.

.

.

Esta fué su últi ma sonrisa a la cruz. el ú ltim o né 0 ­ talo de su sacrificio desh o j ad o aq u í aba j o Era p re­ ciso unir a él el acto de amor para que el instante. .

.

muerte fuera la perfecta síntesis de << ¡ Oh ! , le amo . . . Dios mío , os amo )) Sobre su crucifi j o Teresa aca ba de posar una larga mirada de ternura . , la última Y lo tenía tan fuer temente aprisionad o e n t r e s u s dedos. íf U e fuf· ne::: esario arrn ncá rselo pa r a enterra rla. : Teresa dc 1 Niñ o Je.sús, Teresa de la Pasión, es tod o u n o ! ¡ Amor supremo

de

.

su

toda su vid a . . . .

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

princ i pal ohj eto el s u fri mien t o . al meno:. a q u el i- u fr i m icn to de ímlol t> excepcional que Dios descarga sobre las al mas que su Justicia acept a. El A mor, se ha di cho y rep etido, no se com­ prende sin sacrificio ; 1 i c ro para el alma i : i�qucñita, que se o frece a él como YÍcl ima dP holocau ,; to , no t ienc sino exigen ­ cias pro porcionad as a l as fu e rzas que él m i �mo le da, y r o i m pone otra obl igac i ón q u <' l a d e una fülel i d ad tan 11erfec l a c o mo sea pos ihle a 1 t l dwr d í' s u e�t adn. a las inspiraciones d i> l a gracia, y a los !'aminos d e l a prov idencia : ti rf e 1 i dafl q u e s f" inspira lÍn k amen te en el A mor. ·


PAH 'ff: l f . -

178

-

C A P. (1

sacrificio es t odo u no ! ¡ El Corazón ele J esús y la Cruz de Jesús es todo uno ! ¡ Almas peq ueñas, n uestra ciencia de amor sea <le hoy e n adelante l a ci encia de Jesús, v de Jesús cru · d ficado. y

AFECTOS

Y

ORACIÓN

Me venci steis, amad ísi mo Salvador mío� me ven ­ cisteis. Hasta ahora n o había comprendido vuest ro amor. Mas ahora que o s miro chi vado en la cruz, anonadad o en la s convulsiones de una ag-on ía terri ­ ble, después d e haber sufrido bofeta das. salivas, lati ­ gazos, espinas ; cuan do os contemplo convertido por mí en gusano de la tierra, opr obio y desprecio d e todos, me parece escuchar aq uellas pala bras q u e en otro tiempo di j i steis a una de vuestras má s fieles a mantes ( l} : «No fué de bro ma como Yo te amé >• Y yo, con el corazón desga rrado d e doler y de a�re­ Jlenti miento, al recuerdo de mis pecados os contes­ to como ella, pero con mucha más verda d : « Üh Maestro mío . , en mí es todo lo contrari o. Mi amor hasta este día no ha sido sino llUra broma. p u m mentira, pura dis i mulación . . . Jamás he q ueri do acer­ carme a Vos con verdad, pa ra comparti r l os traba­ j os que habéis querido sufri r por mí. J;:imás os he servido verdaderamente, y por Vos mismo, sino con duplicidad y n�li gencia. )> ¡ Declaración penosa ! Declaraci ón que me cubre de vergüenza, pero que debo hacer en obseq uio de la verdad. l\'lu v dulce me es oír hablar de vuestro amor ; mas ¡ cuán penosa encuentro la necPSidad del sa crificio que me impone ! ' S i n embar!!o� el Evange· .

.

(1)

.

Sa nta A n g:el a <fe Fol i ¡!;n o .

.


AMc)H

.

n i-: J E S U S

>

•� N LA m: D E N rJ O N

Ho no cambiará para ac omodarse a mi cobardía : Si alguno q uiere s e r m i disc ír.mlo, niégues e a sí mis mo. tome s u cruz 'Y sí�ame. Esta ley de renuncia, que primeramente promulgastei s con vuestros la bios, Ja veo escrita con letras sangrientas sobre v u estr a nar· ne marti ri zada y desgarra d a . Ya no quiero sustraer· me a ella, Maestro adorado . . . ¡ Se acabaron mis in­ constancias y mis ingratitudes ! ¡ Se acabaron ! ¡ Y a n o más pecados en mi vida ! . . . ¡ Y a no más apegos que hieran vuestro a m or tan c elo s o ! ¡ Ya n o más faltas veni ales deliberadas ! ¡ Bastante he hecho llo­ ra r a vuestros divinos o j os ! ¡ Bastante he de:,t rozado vuestro Corazón aman te ! Heme a q u í al pie · de vues­ tra Cruz : 'dejad caer sobre mi alma cul pable y a r re· pentida una gota de v u es tr a sangre oredo!:'ísi ma, a fin de q ue, pu rificada de sus manchas pasad as, llena de un vigor renovad o, emprenda al fin el cami n o es · trecho que han se�uido los sa ntos. ¡ Los santos ! . . . ¡ Cuánto los adm iro v los envidio ! . . Comprendieron vuestro aexcesi vo amon 0 y le co· rrespon dieron dignam ente. Falanfles de má rti res, de c o n feso res, de vírgenes, q ue son la gloria y el g o zo de la I glesi a , y o 1o3 bendigo por su desinte:-é ;; h-F­ roico, sus a u steridades generosas, sus �ublimes ex ­ travagancia§. El mundo n o los comprende, ni es dig· no de ell os ; la sabiduría puramente humana no ad · mite q u e u n o sal�a del estrecho sentido común prác­ t ico, aun cuan d o se trata de Vos v de serviros, r oh mi amado Jesús ! Pero es, por cierto, lo m e n os a que pod íais asn irar, despué� de haber amado v su­ f rido tanto, el haber enc o n tra d o almas que ]uchasen por Vos y que os amasen con ¡>a· sión . Men os tra ba j o me cu es ta compr ender s u s lo­ con

generosidad

curas santas q u e mi estúpida i n d i -ferencia frente al Ca lvario o frente al altar. Lo que me a�ombra no io o n ni sus dei:;eo� i n flamados de sufrimiento, n i l o s t rans-


l1 A 1n t. 1 ! .

1 flO

CAP.

h

po rtes de su a m o r : ni los excesos de sus penitencias ; lo que me asom hrn es mi propia frialdad en vuestro <.>erv i c i o , c o n m i s n egl i,µ;encias y mis distracciones en la oraci ón, es mi JJropia resistenci a � soportar las más ligeras h u millac iones, mi horror a todo cu a h ' o supone m olesti a, m i ansia d e b i en estar v de cuanto halaga al am o r propio. ¡ Oh Jesús mío crucificado ! ¡ Oh amad ísimo Má rti r de mis in�ratifudes !.' ; Cuá ndo me converti ré i s a v u es t r o amor? ¡ Que v o sienta pen a por amaros tan poc o , teniendo en el corazón �an gran· des deseos ! ; Qué os d i ré en este m omento en que vuestro am a r m e apremia para que me entregue a él ! ;. Os diré que deseo sufrir e i nmolarme perpetuamen· te en todos los géneros de cn1z q ue h an arrebatado et amor de las grandes almas ? Es fácil en un momento de fervor exultante form ular las más generosas ofren ­ das, y deciros con Margarita · Ma rfa : « ¡ Oué dichosa . sería y o , amadísi mo Safvadm mío, si imprimieseis en m í vuestra imap;en d olorida ! >i Pero con ozco dem a ­ si ado m i flaqueza para dej arme llevar d e tan hermo­ sos arranques Os diré, pues, ¡ oh Jesús mío ! , ha­ ciendo mío el lengua_j e de vuestra pequeña Teresa : « Las obras heroicas me están prohi bidas ; n o puedo predicar el Evane;elio ni verter mi sanj!re . . . ; mas ¡ n o importa ! Mis hermanos traba.j an en lugar mío, y yo, niña pequer7ita, me s i tú o m u y cerca r:l e l tr o n o real. y a m o p o r los que combaten . » Mas� ;, cómo demostraré mi amor, puesto que el amor s e prueba c o n las obras ? ¡ Pues bien ! la niña pequeña arroiará /lores . . . ¡ Embalsamará con sus perf umes el trono d ivino. cantará con su voz argen­ ti na el cántico del Amor ! Sí, Amado rnío . así será com o mi vi d a efímera se consu m i rá an te V os. N o ten�o otros :nedios para probaros mi amor sino arro.i ando flores ; e8to es, ,

,

.

.

.

.

.

.

.

.

..

no

dejando

l'srapa r

m'.nglin saP-rificio, por pequeño


AMOR

DE

H:s ü s

El'\

L A n •: D t. M " I O i'\

18L

que sea, ni una mirada, ni una palabra ; aprovech ar las menores acciones y hacerlas por amor. Quiero sufri r por amor y también gozar por amor ; así arro ­ i a ré flores . No encontraré una q u e no desho j e por Vos , y a demás cantaré, cantaré siempre, a u n cuan · d o ha y a de coger mis rosas en tre e..;;pinas, y mi canto será tanto más melodi oso cuanto más largas y pun ­ za ntes sean las espinas . . . Por Vos, ya lo sé, los san tos han hecho locuras, han he c h o grandes cosas, puesto q u e eran águilas Yo sov d em asiado pequeña para lia<:er grandes co­ sas, y mi locura es esperar q ue vuestro a m o r me acepte como vícll'.ma ; mi l o c u r a es contar con lo!" ángeles y los santos para volar hasta Vos con mi::; propias alas , ¡ oh mi á� uila d o rada ! Todo el tiem­ no que queráis permaneceré con los o i os fi j os en Vos ; quiero ser fascinada por vuestra mirada divina ; quiero ser presa de vuestro amor. Un día, así lo es ­ pero, os precipitaréi s sobre mi. y, llevándome a la mansión del am o r, me sumer�iréis al fin en ese abi s­ mo de fuego� a fin de que llegue a ser para siempre su dichosa víctima. ¡ Oh Jesús mío ! . ya está prometido : soy vuestra por el amor, por el amor que se alimenta de pcque­ ;;os sacrificios oscuros, ocultos, pero continuos Vuestra J?,racia imploro, ¡ oh Jesús ! , y · con ella lo pued o t o d o . En este momento e n q ue estoy al pie de la cruz, implorando la �racia de la generosi dad en el sacri ­ fi c i o . i usto es q u e i m JJlore esta g racia ; ,o r v uest ra mediaci ón , ¡ oh María ! , Madre de los Dolores. Os veo sobre la santa montaña, ofreciendo a Di os Padr� lo más querid o que ten éi s en el mun do. vuestro Hi j o Jesús . vuestro Hi i o i n ocente. que sacrificá i s para res ­ cate de vuestros hi i os culpa hles. Yo sov uno de eso s hi j os q u e O!ói cuestan tantos dol ores v tan tas lágrima.;; , .

.

.

.

.

.

.

.

.


1 82

l'A H T I� 1 1 .- - C A i'. (1

¡ Oh Madre !.', u o permitáis q u e yo olviJc _j amás el cruel marti rio q ue habéis padecido por mi salvación . Os q u e j asteis a Santa Brígida de que son muy pocos los cristi anos. q ue meditaban el m i s ter i o de vuestros dolores. ¡ Cuán dulce me sería resarcir un p o co e.ste olvi do, esta general ingratitud, reco�iendo en mi co­ razón, que os ama, vuestros J?;emidos v vuestras lá­ �ri mas al pie <le la cruz ! Di�naos, i oh Madre del Dolor ! , aceptar este pia­ � oso deseo de vuestro hij o y hacerlo eficaz . Ense ­ ñad me las lecci ones que me da el Crucificado. e n se­ ñadme a contemplar el amado obj eto de vuestro amor dolo roso, infundi dme los sentimientos que convienen a una es posa de Dios cr ucificado, a una hi j a de vues­ tro d ol o r . En Belén, ¡ oh María ! , hallé a Jesús sobre vues­ tras rodilfas : en el Calvari o, después del de5cendi­ miento de la cruz, lo vuelvo a ver entre vues tros bra­ zos maternales . . . ,;, No es esto un símbolo gran dioso y conm ovedo r ? ;. Y no he de ver en dio una imagen impresionante del ofici o que Dios os ha confiado en la obra d e n u es t ra s::ilvación ? Sí, Vos ten éis a Jesús, prec io de n u estro rescate. pa ra ofre::erle al Padre celest i a l c o m o una Hostia de agradable olor v entregarle a los hombres com o el don q u e D i os les h ace y encierra en sí toda s uerte

de �racias .

Una vez m ás, ¡ oh dulce Madre m ía ! . os rue;rn q m• intereséis por mi a l ma y q ue le entreguéis de tal 1 merte J esús, q u e j amás se sepa re de �] n i e n el tiem · po ni en la etern id ad . os


A MC l ll D E

J ES IÍ S

EN

l.\

1-: lJ ( ' A ll l �TI A

1 8.'1

CAPITULO 7 A MOR

DE

JES Ú S

EN

E UCA RISTÍA

LA

Después de haber contemplado a Jesús en la cruz, ta l vez os pa rezca, alm as pequeñ itas, que habéis :i�ota d o el conocimiento de su amor, v que los atro­ i;es desf1;arramientos del Calvari o os h an dicho su últi ma µala bra . No e s así. Hay u n a p ru eha <le a m o r m ás grande que dar una vez la vid1 por aquello� a quienes se ama, y es darla a cada instante en un sacrificio perpetuo. Exi ste un amor más asombroso que Ja Encarpación v la Redención : ; la F.ucaristía ! Mei or dicho : todas las maravillas del amo r realiz!l­ das por Jesús d urante su vida terrestre �e j untan en este aup;usto misterio , q u e pone fuera de sí a los se­ rafines, y del que solamente hahrfo mos de hablar lle­ nos los ojos de lágrimas de ternur a . L a enearnación V la Reden ci ón n os descubren el amor ; ¡ la Eucaristía n os lo entre�a ! Hemos cono­ cido el amor med itando los m isteri o� del Hombre­ Oios ; pero hace d i ecin ueve si?;los que estos mist e ­ ri o s se cumpl i er o n . . . ¡ Cuánto hav o u e retroceder para eiwo ntrar su8 h u ellas ! A d emá s. n uestro corazón no se conm ueve con el solo recuerd o de un amor e me pertenece a] pasa rl o ; n ecesita e"trnch a r una reali daíl presente y person al. si n lo cual su ardor lan�uidece v se apa�a. « Ü i os que no ven , corazón que n o sien te )> P roverb i o C' ru d pa rn la urn ista<l . neru .1 ue l a P.xperienda confirma cada día. ; Será oosi hle ,1ue el a m o r ele Jesús exoerimente en nosotros tan hmenta ­ hle fra caso ? ¡ No ! No rct roeederá en la carre ra CO · menzada ; i rá ha sta el fin en l a donaci ón de sí. Para rlefon<l�r� nel olvido de los h ornhres dest ruirá ha ­ rrera s i n frtt n q ueal1!e5, multipli ca rá los mila�ros. de· .

.

.

,


1 81

l ' A H n: 1 1 .

l : o\ I'.

7

rogará tod as las Jeyes de la Nat u raleza. se arroj ará en abismos de anon adamiento. Ya está hech o : ¡ rsa es la Euca r i s t ía ! j Cuán foert(' no ha hrá s i d o un amor capaz de llegar hasta aquí ! ' En verdad, la idea de este misterio no pudo nace1· sino· e n el Corazón d e Dirn;. Nin�un a i n teli�encia cre a ­ d a h ubiera pod ido concebi rl o . . . L a E u carh;tía , por ..,¡ �ol a , prueba l a divinidad de nuestrn religión ; ¡ de tal manera sobrepasa las más gen iales especulacione!" h u m a n as y excede los ensu eños más audaces de n u es ­ tros corazones ! Ningún motivo de necesidad obr�aha a nuestro ama d ísimo Salvad o r a hacer a los h ombn• � semej ante don, p u est_o que había asegurado su s·1 l­ vación con un a redención co piosa ( Sal. 129- 7) na ra con su Padre. Pero-y aq uí viene de perlas-«el co ­ razón tiene razones que la razón n o conoce \) , Como toda amistad humana. la amistad de .J c;;-.ús c o n n o s ­ otros tiene exigencias imperiosas, a las cuales n o pued e y n o 'luiere s u st rae rse. El amor l o dom i n a y l o ava ­ r-alla has.ta tal punto, q u e obfü�ado a rem<mtarse riJ Cielo, está en ciert o modo ourimid o <le tristeza an tr� el pens amiento de de.i arnos. Mis delicias son estar cor los hiios de los hombre.'i, había dicho por boc a fiel esc ri tor sagrado ( Prov 8, 31 ). Parécem e que le oi�o i-; u p licar a su Padre le permita una n uev a invención <le amor para permanecer incesantemente en med io .•

de nosotros. Los santos, a vec es, se h a n entret?;ado a piadosos esfuerzos de la ima�inación acalorada para h a cern n., form a r a lgu n a idea de los m i sterios divinos. San A l ­ fonso d e Ligorio. por eiemnlo. a l t ra t a r de l a En­ carnación . nos m u estra a l Verbo. que sostíene con su Pad re un respetuoso altercad o, en razón de obten er s u m i �ión redento ra . ; No nos �erá permiti do su poner q iie en el m o men t o d e institu i r la Eucaristía, Jesú s consultó f(lm h i r11 el ben epláci to de Aquel q ue lo ha}i �¡i


,\ M O i{

l>E

J �;s ú s

E"l

LA

t;Ll CAR l ::.T ÍA

185

enviado : ce Padre, he acabado la obra q ue m e en co­ men dasteis. Vuelvo a Vos ; pero ¿ h abré de dejar a m i � h ermanos ? Mi Co razón no puede resolverse a ello . .M e hic.-e seme_j an le a ellos, he recorri d o todos s u s cam i nos ; m i man o los ha bendecido, mi palabra los h a conso lado, mis oj os han vertido lágrimas de com­ pas ' ón p o r sus m iserias ; mi Corazón se ha conmovid o . se ha entristec i d o , �:, e h a regoc ijado con ellos . . . ;, Pue · do, acaso, l i mit ar estos beneficios a los trein l a y tre-; a ñ os de m i vi d a y a só l o el p u eblo judío ? ;, No será prec iso q ue aq u ello s q u e h:m de creer en Mí en la conti n u ación de los tiemp0s puedan halla r en su Sal­ vad or un amigo, u n c o m oa ñ ero, siem pre presente? P a d re, tened a bien q u e Yo perpetúe mi presenc ia a q u í en la t ierra b a j o la forma de un sacramen to : ¡1 " Piensa , · H i j o mío, q ue te será prec iso pa ra ello ab­ d icar no sólo de t u gloria d ivina--como en la Encar­ n a c iún-. sin o aun de tu misma exterior dignida d v prc:.ti� i o h u mano ; ten d rás q uc a sumir el <" s tadn h um illa n :c de u n a cosa inerte, que estará a merced de ta<los� m mJ a y sin defensa . . . ¡ Va e n ell o tu honor ! ) J « Padre, tengo sed de anonadam ientos, más inaudito!' a ú n q ue los de mi vida m o rtal . . ¡ Los h ombres no han v isto a ún el ú ltimo fon d o de mi a m o r hacia ellos ! Cuando me vean q ue he descen d i d o tan to, c aerá n en 1 1la cuen ta v ' se conmover á n . >> «Pero tendrás q u e s 1 }() rta r de parte del mayor núme ro de ellos la i1Hli­ ferencia. J a frialdad. e l aban d on o, el olvid o ; se le­ vantarán herejes q u e negarán tu presencia real ; los impíos te arrojarán al r o s t r o sus b u rlas y hlasfem ias ; n u evos J u das te entr�a rán con un be�o sacríle�o a enemigos innobles, q u e pisotearán la Ho stia sa nta y la en t regarán a las 11 amas. haciéndola rervir---.o h ho rror ! -a sus o nd as y maleficios ii «Padre, paso por todo cs l o . A m o a mis he rman os. y quiero llegar n �ta lm- l ím i tt_>:s de la �hn ep;aciún y el s:ic ri fid o par<t .

.

.

.

.

.

.


J 8(1

PAR H: J I , ·-· L\ 1 '.

1

probárselo . . . ¡ M i amor tr iun fa rá de su odio, de s u dureza, de s u ingratitud ! » « Pero reflexiona, Hij o m ío, que a q uellos mismos a quienes quiere.s otorga!" esta pruf.:ba de ternura, aq uellos a q uienes colmarás de tus gracias más privilegiadas, y q ue se dirán tus ami gos, no ten d rán a menudo p ar a tu Corazón eucarístic o sino sens i b i l i d ad y tibieza ; no se acercarán a tu!" altares sino c on u n mezquino resto de corazón mnl · preservado d e l a s distracciones, del sueño o del a b u rrim ient o ; tal vez te de j arán solo en tu cárcel d e amor, como a u n extraño, como a u n mendigo, del cual no se hace caso alguno )) ccEsta herida, c ruel en tre to d as, la acepto también, j oh Padre mío ! Esta p;ota particularmente a marga d el cáliz de mi pH si.ón eucarística la beberé hasta el fin de los tiempo -:. si es preciso, po rq ue tengo compasión de los hombres : c u a nto m ás m iserables sean , mayor es mi voluntad de hacerles bien Son más desgraciados que culpa­ bles . . Y e n treveo en lontananza gran número de al­ m as para q u iene� mi pres encia real será un ben efici o i ncompa rable ; su amor m e compensará de las ingra­ t itudes del m a y o r n úmero Padre, aun cuando no h ubiera sin o u n alma , u na sola, que se beneficie de �te don y me dé �raci a s po r él, con sentiría en �er su H ostia » No prosigamos este diá logo . N o b u sq uemos la con ­ cl usión de él ; el hech o está ante nuestra vista : p o ­ seemos a Jesús en el S an t ísi m o S a c ramen t o . En este m i sterio ya no se t rata de expia r pecados, n i de sa ­ tisfacer a l a div i n a i usti.cia ; n o s e trata sino de pro digar am o r a los hombres. Aquí el amor de Je­ s ú s se n os a tlarece como un atributo regio, ante el cual tod os los otros se ecli psan para dejar1e resplan ­ decer él solo con u n a hcllC'/.a exclm\iva , con u n es · p1en d or {mico. Miradla bien : esa Ho sti a pe q ueñ ita, tan blanca. tan .

.

.

.

.

·

.

.

.

.

.

.

·

.

.

.

.

.

. . .

.

.


A M O :;

DE

J ES Ú S

�: '\

l . ,\

J : U C A R I ST Í.\

JHi

frágil, q u e el soplo de un niño puede arro j a rl a al �melo, ¡ está toda ella amasada con am o r! Aquel ad ­ m ira ble derroche de gracias, aq uellas invenciones mi­ se ricordiosas, aq uellas maravillas inefables q ue llena­ ron su v i d a m ortal desde el pesebre h a sta l a cr uz, J esús las ha recogido en un alarde único, en un ahr<le amplio como su Corazón , y las ha acumulado e n la H ostia . . . ¡ La Eucaristía es el A mor hecho sacramento ! Alnns pe � ueñ ita:,;. q u e tenéis sed de a m : u y sólo d eseáis amo r, i, dónch� vai s a bmcarlo ? ;, En el Cielo? A·Uí está para los án�eles y los eleg id os que le ac-om­ fJa ÍÍa n . ¡ Para n o sotros, u e reg-r i n os del tiempo a h etern idad. se quedó en el sa� rari o ; allí e& d on de h a e5'.ablcc i d o su morada ; allí es don d e n o s es pera . des­ de do n �J e n os llama y donde n o E qu iere transfo rm a r en Sí ! Sahedlo. almas pequeñitas : el verda dero am o r a Jesús e<; un fuego que no :o e en ciende aq u í abaj o. sino en la Eucari�tia. Nuestro d ivino Salvador así In ha querido. Al oto r�ar]a al mun d o ha abierto las esclm:as del a m o r para q ue POI dfo� cfo,cienda a n uestras alma!= a q uel d iluvio abrasador del fue�o q ue vino a traer a la t ierrn . y con e] cual desea abr..1 s ·un o s a todos . ¡ Es e11n ou ien hé!ce brotar de los oj o� del niño la p ri m era láe;rima de amor d i.vin o , y db también la rr u e comunica a los !'a n tas �1 entusiasm o �i ap;rad o p o r la i n m o lación hasta el marti ri o ! ;. Cóm o ext rañarse de ello? La Euca ristía n o es sólo " 11 gra n recuerdo ; es Jesús. Jeo;Ús vresente. Jesús 'rimo/arlo. Jesús cnlref{aclo. . . ¡ La Hostia del s 'l � rnrio, la. ,Hof t i a de la M is:i, la Hostia de la sagrada Comu h , . . ' m on :

e

a rr m

nuestro

m a s neo

tesoro . . . .

A lcanza a veces el a m o r u n a tan exce�iva vehe­ m rnc ia, q u e �e torn a en la má<· devora d o ra d e las pasiones : obsesion a el espír itu . r.;omete los senti dos. m1 uéii ase del corazón . im pone a 1n voh m t " d s u s exi ­ �f' n c 1 a �. y l a vol u ntad � dohlcg11 - . . Esta s ex i�enci:• -.


1 88

l'AHTE II.

-

C.\ I'.

7

p ueden red u ci rse a tres : el a m or q u i ere la prese i u.: rn <lcl amado : vivir iuntos es su pri mera necesidad ; d a m o r despoja al que ama : tod o lo q ue tiene pertenece al a mado ; el a m or busca la un i ón eon el ser arn:i1lo : tal su tendencia i rresistible. A h ora bien : el am o r de Jesús para con no�-otro:-; c;b cdece a esta" leyes u n iversales. Jesús está hn e n a morad o de n uestras almas, q u e n a d ie ha ex per imen­ tado c o n tan t o a rd o r c o mo El esas tres irresistibles ex igenc i as c!cl a m o r. Para satisfaccr�as instituyó fo E u car istía . Veamos, en conj unto, cómo h Euc:lr!"I Í'I re� pon de µe dcctamen tc a cad a una de e1las. La primera bienaventuranza del am o r se r>ncu �'n!.1 1 1 r n la presen cia efecliva del s e r amado : l a Hnst1a del tabernáculo lleva con s ig-o esta presencia y da esta h ;.('navcnturanza al Corazón de Jesús y al n uestro. /\ fJuÍ m ismo. cerca de n osot ros. a veces ba i o nuc�t ro techo, d Amigo d ivino ha fij ado su morada . Mis dichosa q ue los i url íos de la ley an tigua, al que me preg un­ tare : t: Dó11de está t u. Dios ?, puedo contesta rle · Está a l l í, en aq uel sagra rio, bajo aq uella bla nca Ho�ti a . Cuan do s ien to necesidad del placer exquis ito (le con ­ v ersa r c o n El, sé a dónde dirigir mis pasos. Al pie del al tar de_j o que mi alma se expansione lib rem ente v se der rame en l a s u y a ; tenemos El y yo intercam· h ios sec retos de pens amientos, de protestas de ternu ra y con fidencias mutuas, q u e constituyen el encanto d e r ! uestra am istad . ,, El niñ o q ue acaba de recibi r un Leso de su m a t-l n· --decía el B. Padre Eymard-no es m ás. feliz q ue el alma fiel q u e ha c onversad o c o n Jes ús-Hostia. » ¡ Oh. q ué verdad es ésta ! ; No es cierto, almas peq ueñ i tas, que la visita al Santísimo S acra m ento e s u n a c o s a Jul­ císima? ¿ Quién de entre n oso t ros no ha experimenta­ do el encanto oe esta conven;aci ón solitaria con el H\1é.sped <ld tahern áculo ? All í � (lonc1e �� verifica, ·


1 89

µara un corazón amante, la frase suave de la /mJta ­ «Estar con Jesús es un para íso de del icias.)' Peto es i n d i.spensa ble una condición : y e� ir a El con todo lo suyo pro pio, a brir de par en par e l alm. ,1 .:1 la gracia de la conversa ción eucarística. i. Cómo h ace1 lo si no es empezando la vi sita a J esús Hostia con un acto d e fe en su amo r'? Sí ; el secreto de una vis i la b i en hecha al Santís imo Sacramento es sal uda r a Jesús con un ac'. o de fe en su amor. Hay tantos, ¡ po r desgraci a ! , que van a .E l c on el espíritu ocupado en mil pensamientos ajenos, y se retiran sin h a berle d icho una palabra de amor ! Le tratan a men udo corr:.o a aq uel l os dioses in ertes d e que se mofaba el salm ist 1 : « Tienen boca y no hablan ; tienen oj os y n o ven ; tie­ nen o í d o s y n o oyen » ( Sal., 1 1 3, 1 3 - 14). Y, sin em ­ ba rgo, está allí, con su Corazón, cuyas pu lsacione� vivas m a rcan el hermoso ritmo del amor ; sus oj o ; cz on :

·

conservan en la Hostia sus miradas indulgentes y

dul­

ces ; sus manos llevan, aunque glori ficados, los e15ti � ­ mas de l a crucifixión ; s u sangre prec iosa ci i cu la ardiente por sus ven a s , como en los tiempos de su vida mortal . . . ¡ Oh, si tuviéramos fe ! . . . La segunda necesido,d del am or es la de campar · tir sus bienes con el amado. El a m o r n o se reserva nad a : lo entrega todo sin pena, con alegría. Dar cuanto posee e s demasiado poco ; s e da a sí mism o : y cuanto m ás sacrifi cio supone este don, con más afán lo da . ;. No es, a caso, esto lo que hace Jesús en l a Eucaristía? En el Calvario a dquirió méritos i n ­ m ensos, capaces de Pªl!:ªr el rescate de mi llares de mu n d os culpables ; reunió u n tP-�oro de gracias i nfi­ n i tas, capaces de santi ficar a todas las criaturas res ­ cata das con su sangre. Arde en deseos de comuni­ car n os estos tesoros, ¡ pues nos ve tan pobres, tan faltos de torlo, tan dP.hlles ! . . ;, Por q nP. me1l i o lo hará ? ¡ Por med i o de la santa Misa ! .


1•A H T I·: 1 1 . - - t� .\ I '.

1 90

. I

Sí, el alta r eucarísti co aplica �·ít a n u estras alm as

los méritos de la cruz ensangrentada � j es el canal sagrad o por el cual las �rac i as rl eJ Ca lva rio lleµ-a­ rán hasta n osotros ! « Una Misa-decía el P. Moni;a­ bré-es la i n m olad ón de un D i os q ue en cierto modo se nos pone en la man o . » Una Misa es el sacrificio

d e la

'""' lle d u ra t o d .wía� que se ren ueva ante que n o s da n uestra parte de atf uellos valores infi n i tamente preci osos, a los cm1les tenemos tlerecho por la Redención de Jesucristo . T lna Mi sa es J esús, el Amigo divi no, q ue ahre sus teso ro� en favor n uestro y n os dirige la invitación de los Libros Sa ­ gra d o s : << ¡ Vosotros todos los que ten r.is sed , veni d a !as a � u as ! Y vosotros q ue no tenéi s di nero, a p resu· r a o s , com ,1ra d y comed ; ven i d , comprad s i n d i n ero \ s i n ca mbio algu no vino v lecheiJ ( Is., 55, 1 ). ;, N o son estas condiciones h arto fáciles p<ua tentar a los más ind i ferenle3 ? ¡ Ba sta tener ::e d de g-rac!as divi­ n as, s e r pobre v presentarse ! C u l µa exclusivamente nuest ra es s i perm anecemos coh i bi d os c on un A mi�o tan li bcrnl, hn c o m u n i cativo. ; Por quí.. hemos de que d a r e n la i ndi gencia '? Aqui t en em o s ri q u ezas pues­ l as a n u estra enh"ra disposic i ón : i n tentemos darri os J l p; u n a c u enta de s u valor. No os voy a en señar nada. almas u�qm�ñ l tas , a l record aros que to dos tenem os cuatro �randes debe­ res pa ra c o n Di os : la ad oraci ó11 , la acción de �ra­ d as, la repa rac ión, Ja i m petrac ión. A h o rn bien : i- i n .Jesús, nuestro indi spensable Medi ador, n o s es impo­ sible r.:um p li r todo ell o dign amente. Mas ((p o r E l . con E l y e n Eb1 , seg-ím dice l a conclusión clel c an o n de ta M i sa , po demos cc ren d i r todo h on or v toda �lo ­ r i a a D i o ;; Pa d re To dopoderosm1 , a Di os, n uestro Pa ­ dre del Cielo. A h o ra bi eri : precisamen te en el santo sacri ficio. Jesús mismo, en n uestro n ombre. a dora, d a graci as. rep a ra · y demanda de u n 1 n o(io d1�no <le cruz.

n u est ro�

o j o.;; ,


1 �1

la Ma jestad infinita. Y pa r a hacen:: e de esta suerte nuestro d i vi n o s u stituto, n o pi de �ino n uestra ad· hesión interior, nuestra unión con su Coraz(m fle Sa­ cerd ote v de V ícti ma. ;. En qué consiste esta unión si no es en la ofrenda q u e de El hacemos �" su P a dre, añadiendo la ofren da de todo le, nuestro. cuerpo y alma, efectos y voluntad? Jesú s no qu iere o írecerse i-.olo : la Hostia �rande q u i ere ve rse rodeada de las ho s tias pequ eñas, q ue somos n o�otros. Así lo exige el amor. No lo olvidéis : J esús os ama con timto exrnso, que no qu iere estar sin vo:-:o tros . S u inmolación en d alta r per dería mucho de su verd adero scn tifl o si Tt o estuvieseis allí, por vuestra pa rte, asoci adas al c h vi· no Sacerdote y deseosas de oírle pronunciar sobre vosotras las palabras del am or consagrante : <.: Esto es mío ; sí, esta alma es verd adera mente n .ía, ente· ramente entrega d a a m i a grado v deseos, vronta a ser ofrecida a m i Padre c1>mo una h ostia de agrad a­ ble olor » ¡ Dicho�as hosti a s peq ueñas ! Si pudieseis eompren­ der con qué ternura Jesús, en !� hora d e su i n m ola­ ción m ísti ca, os apremia para que entréi� en sus di­ vi nas intenci ones de víctima inmolada a �doria de su Padre ! j Si pudieseis leer en sus o i os la alegría q ue experi men ta v i éndpos lle�ar al pie de sus altares pa ra ·partici par en los sa�rados m isteri os ! ¡ Si o s foese dad o comp ren der todas las gracias de santifi · cación , de luz, de paz, de valor, que tenéis derecho a espt>rar, para vosotras y pa ra los demás, por la asistencia a una sola Misa ! Vosotras, q ue podéis o í r d iari amente l a santa M i · sa, teneos por pr ivilegi a d as ; e n el introito del cele­ hrante colocaos al p u nto en esp íri t u en el Calvarit) y decir un Kracias de corazón a Di os nnr la grada .

.

.

. . .


P.\ R T F: T T .

1 92

CAP.

7

conced e en es l e momen t o : ; en el Cie1o sa · bréis tod o su precio ! Las personas q u e estáis pri vadas de este favor y n o podéis as isti r a l sa nto sacrifici o más q u e el d o ­ m ingo o tal vez más d e tarde e n t a r<le-i n váli das o enfermas clavadas en lech o d e dolor--, consolaos � Jesús os am a tanto, que ha previ sto v uestra impo· tenci a. v h a dispuesto las cosas de s u erte que p o ­ dáis parti ci par también de su oblaciún m ística . Mas de tresáentas cincu enta mil :Mi sas se ceiehran cada d ia en la s u perfi cie d el 1�lobo ; a cada segundo r.ua­ tro Hostias s e elevan hacia el Cielo. No hay i n ' errup­ c i ón en la conti nuidad de las Misas, a la� c u ales po· déis asis t i r en esníritu cuantas veces q uerái s. A toda hora, en este m ism o m o mento, os. basta recoger• > ·. un instante, un ; ros a la d i vina Víctima. ofreceros e < p o r dJa, con el1 a v en ell a . . . » Ya está : habéis cele­ brad o v uestra Misa : ¡ h a béis proporcion ado una fies ta al Ci elo ! ' Cada vez que as í l o h acfi �. l os á n�eles exultan de g o zo. la Santísima Vi rgen son ríe, el Co­ razón de J �fo; se alegTa v vuestro P,1 dre del Cielo se estremece de j ú bilo ! Sois ]as m á s afortunadas de las criatu ras ; ; hay, a ca s o , en el mun d o al� uien más dich oso que el alma que da a Dio� mu fie�c · �1 CJtie

os

<;emej ante? Es necesari o dárEela a menudo. muv a men u d o . J esús-Hostia es u n hermoso presen te d e amor q u e

Dios hace

n uestras almas. ¿, Qué l e daremos por igu a lará al s u y o , si n o e s Jesús mis­ m o? Nada tan grande como este acto de ofren da. Ninguna prác tica de devoción Je e s comparable. .Je. sús-Hostia no está en el sagrario como un diamante en su jovero ; es un tes or o que debe ser explotado. Su Corazón q ucda ría cruelmente decepcionado si fu{> . !'ternos ne�li_gentes en utilizar s u s l a rguezas. ;, Ac'i\so u n amigo no experimenta amarga t r i steza cuando son el lo ?

a

; Qué d on


�MOR DE

.JE S IÍ S

El\/

l . A H! C \H l � T Í \

desdeñ ados sus presen tes ? En cambio. ¡ qué alet>;ría de verlos apreciados en su i usto valor por ia perso ­ no favo recida ! La tercera exigencia del amor es la unión co n el amado. Esta p asi ó n unitiva, que de dos tien <le a ha­ cer no más que uno, es lo propio del Corazón {!uca­ rístico de Jesús. Sí ; el amor de .T esús-Hostia es un a mor que tiene sed d e i ntimi d a d � de unión. Esta sed alcanza un grado de intensidad tan elevado, que para amortiguar s us incendios devo rad ores, rompe todos los obstáculos, renuncia a sus derech os más augustos, toma la:o; apariencias de un alimen�o vu l ­ gar, s e hace comi d a , manjar. D e este modo, s u amo r sobrepasa todos los amores humanos, realizando c m : cada u na d e nuestras almas una unión tan estrecha, que se hace impo si bl e para todo otr o amor que no sea el suyo. Si se pretende siquiera definir est a unión eucarística, en vano se buscarán términos de compa ­ ración en las ternuras humanas ; ¡ es una dulzura la suya, que pone a p rueba la impotencia de nuestro p o ­ bre lenguaje ! En este Sacramento, dos corazones no sólo se acer­ can y se estrechan, sino que se compenetran de mod o inefable al poseerse el uno a l o tro . . . El Corazón de Jesús, hambriento de unión con mi c orazón , se har­ ta, por fin, en la sagrada Comuni ón . «Mi · amor goza. en la unidad » , decía a Santa Margari ta María. Y y o , p obre, pero felicísima criatura, habitu almente tan fría y tan grosera, me ab razo con el contacto de la Hostia y en c u en t r o en ella un alimento d ivino. que calma el hambre de mis deseos. j Oh banquete sagrad o ! ¡ V erdadero festín de bo­ das, en que Jesús realmente se desposa con el alma que comulga y se le une con enlace totalmen te di ­ vino ! Quien n o os ha gustado no sabrá j amás nada del amor de D ios para con �u ama d a cri atura. Por,


f>Antt I I .-CAr.

1 9•1

7

aq uí es d onde el amor se aprende o n r sí, mismo , sin razon amien t os. si n ruido de palabras. p c r medio de la suave impres ibn q ue produce e n el alma. ¡ Oh qué fácil es fa fe en el amor cuand o u n o se retira de la mesa sagrada ! . . (. Quién di scute la existencia del s ol cuan d o est á ba j o la carici a ard orosa de sus

que

.

rayos? « l. No te dice nada Jesucristo d espués de la Com u ­ nión? )>. le preg-untaron a la j ovencita Ana de Gui ­ gné. «Sí, pero no siempre ; sólo cuando estoy muy recogida. » « ;, Y qué te dice? » (( ¡ Me dice que m e am.a mv cho ! » Este es el hermoso secreto q ue Jesús reve­

la " a las almas pequeñas en la sagrada C() munión : ias c onve n ce de su amor. En verdad que ello no me sorpren de. La Hostia es una b ra sa de amor, brasa q u e q uema el corazón d el que comulga . . . ;, Cómo va a dudar de él? Los pre­ dica dores o s pueden encomiar la fe t!n el amo r de Dios ; pero n o os l a pueden dar. Esta dulce virtud, Je�ús -Hostia e; q u ien la pon drá e n v o sotra s, ¡ y Jo hará e n la sagrad:; Comunión ! A veces os habréis preg untado : « ;_ .\fo ama J esús a mí personalm ente? ;, No seré yo u n átomo perdido entre ia i n numera ble multitu d '? >) La respuesta a vues ­ tra ansiedad, tan leg-í_tima, es El m i smo q u i en os la da, un ién dose a voso tras personal mente cada vez que vosotras querá is . ; No es vu estra. ex.du:-;ivamente v u es tra, la Hostia que reci bís? ;, Habrá cosa que os pertene7..ca m ás propia y exclusivamente que el ali ­ mento que tenéis en la boca ? La C omunión es el a m o r de Jesú;;, q u e 5e parti ­ culariza, se individualiza, para darse tod o ente ro a cad a una de n u estras almas. Santo To m á� de Acp 1 i ­ no lo confirma con una frase lum in osa : <( Todo l o q u e e l Verbo trajo al mun d o a l hacerse hom b re lo entre· ga a cada hon1bre en particular por la Eucaristía. » ,


AMOR PE

JESÚS

E..111 LA J::. ü C AR l � l' J A

195

Y n otémoslo bien : la Eucaristía no es cosa ac­ cidental, no es un mis te r i o ocasional, nn artículo de luj o en la obra del Verbo encarnado : es un término normal y espléndido, s u coronamiento ma�nífico. Je­ sucristo ñ.o -Ia instituyó por azar, en u n arrebato de irrefle.-x-iva ternura . ¡ Es el sueño eterno .fo su Cora­ zón ! Todos los misterios de su vida, todos los pas os q ue fué dando , no fueron sino semleros diversos que le conduc ían al C en ác u l o , del Cenáculo al altar, del

altar a cada una de nuestras almas. Si endo esto así, puesto que la Eucaristía resume toda la obra de Je­ sucristo, ¿..todo era para mí, para mí sola'? ¿ No es cierto que este m i sterio de amor se termina en mí, se consuma en mi en la sagrada Comunión? ¡ Oh prodi­ gio incomprensi ble ! ¡ Oh locura de amor del Cora­ zón eucar ístico de mi Jesús ! ¡, Cómo es, p ues, que al recibir la Hostia, mi Hostia, c ó mo eis qu e mi corazón no estall a y mi alma no rompe s u envoltura mortal? No lo sé . . . Me humillo . . . , adoro . . . Mas, entre tanto, vivo, como el gran Apóstol, en la j e del Hiio de Dios, que me amó y se entregó no soiamente por mí, sino a mí. . . ( Gal., 2, 20). Esta fe en el amor personal de Dios merece que nos d etenga mos en ella y la estudiemos a gusto, como lo haremos en u n capítulo especial. Pero ya desde ahora podemos medir su impo rtancj a y su necesidad por los sa crifici os inconcehibles que Jesús ha hecho para f�ci litárnosla y para imprimirla, por decirlo así, en nuestros corazones, siempre receloisos y tí­ midos. DioE- hech o hombre en la Encarnación, es el Amor eterno que se revela a toda la H umani d ad. Dios­ Hombre hecho pan en la Eucaristía es una soberana declaración de amor hecha a cada aima en particular. Contemplando este misterio, acabamos por compren­ der, ¡ uh J esús adorado 1 :, que vuestro deseo de s er


l ' A H rl-: l t .

1%

f'. A I'.

7

conocido en vuestro a m o r sobrepai:.a to d os los lím i ­ l cs . . . Adi vinamos c on cuánto ardor deséais umrnos a cada una de · vuestras criaturas, p ues habéis querido reduciros así a tomar la a pa ri en c i a de una cosa, y u pa ra decirlo todo, pronunc iando Ja última palabrd del anonadamiento posible al ser increado, h acer o s Vos, oh mi Dios amad ísimo, un a cosa q u e :se com e » ( Mgr. Gay ) . La historia del Amor infinito en b usca del hom­ bre empi eza en la Encarnación y alcanza su punto culminante en la Comunión : el V erbc. desciende de las alturas de la adorable Trinidad para buscar a su criatura culpable, 1a toma en sus brazos, la pone sobre su C o razón y la lleva-purificada, perdonada, santificad a-hasta el seno del Padre, don de El mis­ ·

m o está . Poore, q u iero que allí donde Yo esrny, todos los que Vos m e disteis estén también conmigo ( /n., 1 7, 24). Esta es la última petición fo rmulada por J es ús la nor,he de la Cena, la noche del am or, com o decía Santa Teresita. Este camino hecho en compa· !í ía de Jesús, de la tierra al Cielo, es un viaj e de íl mor, o, p o r me j or deci r, es una com unión perpetua con Jesú s·Hostia, en espera de la Comunión eterna con J esucristo glorificado. Almas peq ueñ i tas : ;, no os dais cuenta que en l a Eucaristía es donde se ali­ men ta el amo r? All í se encuentra real y -:: o rporalmen­ te presen te el Cora zón, que es el horno de h1 caridad divi na . El A mor misericordioso q u e arde para c o n n osotros e n el Corazón de nuestro Padre celei,tial n o llega a n osotros sin o a tr avés d e este C orazón euca­ r í stico, puesto que ninguna gracia nos llega si no por el único j\fodiado r : Jesús. Por lo demás, el Amor miserú:ordios o, al pasar por este camino, nada p ierde de su ardor in finito Pero tiene este nuevo encanto de adaptarse a nuestra ma ­ nera de amar . D i os tomó un corazón de carne para


AMOR DE J ES U S

EN

U. l U C A R l �TlA

amarnos de Manera oue p o d a m o s senti rle

] 97

v se r im­ presionados por El. Este Corazón late' silenciosame:1 te por n osotro� rn la Hostia . A ntigu rtmen te_ el man á que caía del Cielo para su stento d el pueblo hebreo tomaba el snbor qu e cada cu i1l querfa. Ahora, el ver­ dadero maná celestial de la Euca ristía nos comunica el am or b a j o todas las form as que pueden interP$aT­ nos '-' en amorarnos . ; D iremos q u e es un a m o r d e padre Y de m adre a la ve'Z? Sí ; nero a ú n ec: más. pu es es infi11 j t ·1men t r. más tierno ,r fuf"rtc que el de l os padres v madres de la tierra- ;_ Le llamaremos amor de hermano y de ami e-o? S í_ pero c o n tal de añadir oue no h riv her::i a ­ no n i ami go tan abne!?,"a rlo. tan fiel como Jesús. ; L� c-ompararemo!=I a l a rr o r de una �n0sa ro n s u P,5po�o? Sí. 1:11. pero añadien do qu e es infinita mente más pu ro " más :udi ente. ¡ El a m or de las cri a tn ra s, sea ct1al fuere el nombre < m e IJP.ve. e s tan piíli i!o . tar1 frío, comparn do con el de Jesús-Hostia, aue a pena s m e­ recA el nomhre <fe amor ! ¡ Oh Corazón eucarístico, s1. fu era1. s c onoc1"d o '. . . . Más. ¡ av ! . que no os con ocen. Y uor e sto o � ama n tan noco- <:omprendo que des pués de Sf"rne iante pro­ die:alida tl de amor. n u'-'stm actitu d indiferente pa r:-i oon ll' Eur.a ristía os � a má!; <J olorosa que todo cuan · to sufristeis en vuec;tra Pasión. como fo revch .ste1 -. . a San ta Margari ta Maria. ¡ Misteri os0 d olor. q u � nl H 1 se explicaría en vue..�t ro actual esta d o dorifi cado, s i n o supi f:sem os que e n el momento 4:"' 0 a u e constituif'­ tei s la Euc�ristía sufristeis realmente p o r todas nue..;­ tras i n grat i t u des futuras : las con ocía i s d� a n teman o , u n "!. por u n a , con u n a intui ción superi o r que abarca todos los tiem pos, de suerte que aquel sufrimiento se refería al momen to presen te y se extem lía a lo� sif:!los ven ideros ; �i no fuera a�í, ! oh Jesús mío ! , ;, qur. significarían las quejas que habéis dirigido a vuestros


1 98

p,\ trl'I:

11.

C\ I '.

san tos, v m u v pa rti cula m1ente

a

j

la confidente de v u � ­

tro sagrado Corazó n ? Sí, almas pequeñitas. Jesi'1s-Hostia pide que s e le consuele. Desea reparación. Cuenta con nosotras . ¡ Y qué mejor m anera de responder :\ �us deseos qur amarle ! El a m o r e s esencialmente revara.dor. Cierto que el elemento nrimero de la reparación e� el �a ­ crifi ci o , el s u fri miento � pero lo que lo av alora es c1 amor. ;. Qué valdrían montañ as de sufrimientos si n a mor?

Y, en primer término� i. qué es lo q u e hay que re ­ y los ultraj es hechos al Amor. Ah ora bien : puesto que la reparación ha d� ser de la misma especie que la ofen sa, ofrezcamos amor a Jesús. cn tre�uémon os sin reserva a su amor misl'ri­ cordio.�o. cuyo horn o, para n os otros, desterr;:i íloi:: a r p 1 í re , - tºi c o . a 1 1a ...1 0. es su ,_,o razon eucans La Hostia es el i ne�timable tesoro de la lglesi � v d alma de su cul to. Es el cen tro de atra�d 0n alreded o r del cual �ravita rl m u ndo cfo las :i]ma¡;; Ma!'= Pntrn t o ­ das las que son arrebatadas e n tor n o a c � a esfera i n ­ men s a d e luz v d e vida. hav al g una� a 1 .<t8 �1 u e atr:i(' rnás suavemente ; pero de un modo irresi�ti hlc. Son las almas pequeñitas corno ella, bla ncas c o m o ella . . . ¡ Y son n u mer o s as, a Dios gracias f Nuestro m undo act ual las cuenta por millares en todas lac; lati rl u des de la Tierra. La vida v la doctrina de Santa Tcrcsita del Ni ñ o Jesús las rnultipli�an ca da d ía v forman un e.i ér­ cito prodi�ioso ., c u va influenci a sobrenatural sólo e s com pa ra ble c o n el a m or a Ja oi:;curidad v al silen c i o d 1 ·

parar? Los des precios

s e rodea. Jes ú s-Hostia

que

es verd aderamen te d H e v del amor de esas almas. Por su hermoso rd nad o aq u í en la tierra rr."'.1n. traha i a n . sp, i n molan . Sin darse a con ccer en lo <le fuera, por sola S \ 1 fi deli dad a ios d eberes humi ldes de su estad o oLtirncn maravilla� de gracias para la


AMOR

DE

JE SÚS

EN T.A

1 99

EUC.\R l l' TÍA

salvación de los pecadores v la santi ficación de los jus­ tos. Pero, sobre tod o en favor de los sacerd otes de Jesús, orientan la sol i c i t u d de su c el o silenci oso. Estas almas eucarísticas saben que desde la tarde de amor del Cenáculo, Ía Hostia y el sacerdote son i nsepera­ hles ; se complem entan ; están hechos el uno pa ra la otra. Sin la Hostia. no serían necesarios los sacerdotes. puesto que sin ell� n o exi stiría la of ren d a del Santo Sacrifi ci o, función esen cial de s u mini!ó;tcri o. Por el contrario� sin sacerd ote no t en d r í amos Hosti a. Esto basta para entender que l a Eucaristía y el sa· cerdocio está n estrechamen te unidos v co11st iiuven un solo benefici o , que brotó riel Corazón de Jesú� en la hora más solemne de su existencia terrestre. Beneficio q ue a t o d o s directamente nos interesa, re!?'alo que nos pertenece como propi o. Somos nosotro:-> a quienes Je­ sús donó e] sa cerd ote : som os nosotros parn quienes es consagrado el sacerd ote. que, por su propio estado, está d e.d i cado al se rvici o de n nu�t ras alnn s . ¡ Ca rga h a rto pesada ]a suva ! Los tes oros fTUe eu si en cierra el sacerd ocio no ll ega n a nos<'tros sin •) a costa de su d escanso, de su bienestar y d� sus m á s 1e�ítimos go­ ces. El sacerd ote n o n o s comun ica a D i os si n o dej án­ d ose despedazar. deshacer v comer, com o dice el Padre Chevrier. P or eso. cuando vemos sura;ir cada a ñ o en la Iglesia de Cristo esas fala n �cs de j óvtm es que renun ­ cian al mundo v a sus esperanz<ts seducto ras para abra­ z arse con lo& sacr i fici os de la vida sacerdotal , ;,cómo n o dar gracia s a Jesús. que les i n �pirn elegir y am a r la vocación q u r F:1 m i sm o les ofr�cr. v c u vo provecho es todo nuestr o ? Las almas c u y o tesoro e s la Em:ari gtfa. c o m p ren den sus obligaciones parn con ] o " �:H '.erd o tr�s A ellas com o a Srmta Teres i tn df'l N i ñ o íesús. �1 R ev del amor pide que sean apóstoles de los apóstoles por la oración y el sacrificio, y ellas h an a ce pt ad o este ofi cio ­

.

.

.


P.\ lt T E 1 1 . - C. \ P.

7

en v i d i a ble, a v eces cruci fica n te. ¡ Peq ueña:; ho�tias s a ­ cerdotales� tan queridas d el Cora zón eucar íst� eo, amad la suerte q u e habéis elegido ! No envidiéis i am ás la <le las o tr a s v llevad adelante aquí aba j o vuestra em pre · sa apostólica, en apariencia sin brill o y sin doria h u ­ m a n a, manteniéndoos muy unidas a la Host�·a _gra n d e del Sa�rari o, del altar v de vuestras comu ni on es ( l ). ¡ Oh- la Hosti a de vuestras comu niones ! ¡ ,\ madla co n amor de predilecci ón ! Con ella, ;. Q ué habrti rr u r n o se pueda soportar aun con aleµ:ría ? No hay e n el mundo alma� más abiertas, más gozosas, aunque es ­ t rn en la cruz, que las almas eucarísticas. Y l a razón es obvia : ;. qué es el gozo sin o el :tm or en posesi ón de su ohi eto? Ah ora bien : las al m as q u e tan to a tn- ' n .1 .Te�ús-Hostia l e poseen e n real i da d y estRn u n i da� :1 El . El Cielo no les dará a gozar de otro Jesús ; c;ola­ mente se las ha rá con templar a otra luz. la luz de l.'.l �doria . Y ¡, os extrañaríais q u e v ivan di chosas? El 2,"0ZO es u n o de los m ás prec iosos frutos de la :<: '• ·�rada Comunión . Santa Te resa lo exper i mf'11 tó v lo (lice en términ o� claros cuan d o h abla del pri nwr heso <le Jesús a su alma, de este encuentro a u c ella llam:t fusión. ccY he aauí que mi goz o_.escri ht• -- s e h i zo tan �rande, tan Profundo. <me no pude co11te1 1erlo. Bien pronto me sentí inun dada en lágrim as dt:li cif)�ª'"· con �ran asombro de mis comnaii eras . . . Na die enten d í;-i que al venir al corazón todo el �oc� df'1 Cielo, este corazón desterrad o, débil v mortal no nudiera sopor ­ tarl o sin derrama r lá�rim as . . . » Preciso es deci r que este 2;ozo n o fué s i e m pre s c 1 1 . s i ble. Mcí 5 ta rde, va carmelita. con fiesa que no lur Y ( l) Esle tema d e la oración d e los .�acertiotes está i; u f: ­ dcn t e ir•en l e d es.:- u rol laclo e n d Apostolado de la Selecci6n ocu lta.-VP.s. c a p. l . 1 . :l, !" r gun t l a p a r t e , págs . 1 29 y !'l� . - ­ No ta de la autora.


A l\I O H

n ¡.,

.J f: s ú s

EN

LA

�:1 1 <: \ R I S' l

20 1

ÍA

tiempo en que menos consolada se sienta q u e el de la acción de gracias. Sirva este pa ra tn mquilizar a las almas que. a pesar de todo el cuidado con que se preparan a la comunión, no experi mentan sino d i s ­ tracciones v seq uedades. ;, Será nect>Snrio recordarles que la� dulzuras sensibles no forman parte i n tegnm ­ te del Sacramen to. y que, aun faltando éstos, produ ­ ce infaliblemente e n el alma bien di spuesta aum ento de gracias y le i n fu n de nuevas energías nara d hien, se­ gún la medida del fervor con que se dispone ? He aquí el herm oso programa que un alma peque­ ñita se había trazado en orden a sus com u n i <in es : «No huscar en ellas con ansia los consuelos a u e provienen de sentimien tos afectivos . Si JeslÍs me los clé L me j or. i Es t a n b u en o saborear su a mor eu r.arístico ! Si n o . hacer actos de fe. Recor dar q u e la Hostia es m i Pan . mi Fuerza sustan c i al . Con ella puedo cump] ir todo � mil!I d�beres, nuedo abrazarme a cu alquiera cru z.. su ­ bi r hasta el Calvari o. El alma que se a l i men ta c o n la Hostia : pu ede resi gnarse a ser alma víctima . . Con Je­ sús no temeré nunca nada. Me dará fuerza tlara vivi r hien. n ara sufri r b i en, para morir bien . Me acorda r¡. siemore que la h o sti a es fruto de la c ru z . Jesús-Hosf o � n o llega a m í sino por el sa.crificio d�l Calvario . La ,gracia que m e trae de la sae;rada Comunión es u n !i gracia d e sacrifici o. es u n a lección d e sacri ficio. El am o r que le tengo ha de h acermG: abrazar con a l eg rh la inmolaci ón voluntaria y la inmolación providencial q u e me imponen todas sus d isposicione� a cerca de m i alm a. Cada u n a d e mis comuni ones ha d e ser 1 1 11 gozn nara .T esús, una fuerza para mí. ¡ Oue consuele a sú f: o razón olvid ado, despreciado, ultra j ado, v \TUe a b ra ­ s � el mío !.. j Oue glori fiq u e a n uestro Pa dre del Cielo y salve almas ! ¡ Oue contribuya a la perfeccUin moral y a la santifícación de los sacerd ote::; de mi Jesús, al .


PA R T E J I .

202

C 1 1 '.

7

tri unfo de l a San ta Iglesia, mi Madre, p o r el re i11ado d e amor del Corazón euca rístico ! » ¡ El Co razón eucarístico de Jesús ! ¡ Palabra tierna y abrasadora ! Almas peq ueñitasi habéis de ama rle c on pasiún. El nos amó de esta suerte : <( M i Corazún está tan apasion ado por los hombres ;) Es El mism o q uien em plea esta expresión y pid r a s u c on fidente, Santa Mar�arita Marí a, que nos lo transmita. Sí, ¡ el d ivj no Apasion a d o de amo r es .Jesús ! Pero notad que se sirve tambi�n del mism o términ o crnrndc· reclama nuestro amor : ce Siento tal deseo de 3P.r apasionada­ rnente am ado po r los hombres, que he uuer i d o mani ­ festarles mi Co razón n ( Bula de canonización .) Ante seme j ante declaración n o es posible resistir­ se . . . « ¡ Quisiera m ori r de amor ! )) . decía el Beato Pa­ d re Eymard . « Mi P-ntras no ten gam os por Jesús en el San tísimo Sacram ento u n amor R ()asi onado-d ecía t a m hién-. no habremos hech o n a cln. Ten dréis c;;ta pasión por la Eucaristía cuan d o ella s e a vu estro per­ petuo pensami ento, cuando vu es tra feh ei clad se01 ve ­ n i r al pie del Sagra rio, y vuestro íle!'co constnnte ap;ra ­ d a r a Jrsús-Ho�ti a. Sepam os ol vicfo rnos de n osotro�. v darnos a tan dulce Salvi'l dor. lnrn olém onos� pues, u n poco V cd esas velas. esa l á m para n ue se consumen s i n reservarse nada . ; Po r q ué n o hemos d e s n para nues­ tro Señ or un holocausto del cual no quede nada? No . n o vivamos va no sotros : sól o J c&Ú S··Hostia viva en n r.�otro!'. ¡ Nos .am a •anto ! )) Trata ndo de la Eucaristía , "ªn ·\ �u stíri pronunci ó una frase q u e !"'.e h a hecho célebre ; con ella term i n o este capítulo : c< Dios es todopoderoso, v. �i n emha r!!' n . a pesar de s u omn i notencia, n o pud o dar más . Dios es infinitamente sabi ,l, y, a pesar de s u sabiduría, n o supo dar m ás. D i os es l a misma o pulen cia, v , a peRar lle s u s inmensos tes o ros, n o ha ten ido rná¡, que da r. n Es el comentari o abreviado de aquella insigne pa.

.

.

.

.

.


AMOR DE

,J ES lTS

•:N I.A

201

EUCA R l !' T Í:\

lahar de San J u an : Habiendo amado a los .m.yos que estaban en el mzmdo, /e.'i Ús los amó hasta el fin ( In . , 13. 1). S í. ¡ oh Jesús ! � al darme la Eucaristía m e habéis amado hasta el limite extremo. li asta la postrer posi ­ bili dad del am or.

ORACIÓN

AFECTO S Y

¡ Oh Jesús-Hostia. tiempo ha q ue m e robasteis el corazón ! ¡ Tiempo ha que orienté hacia Vos toda •11 i potencia de amar C A veces, contemplan do el santo Tabernáculo, me pregunto con angustia oué vida se­ ría la mía sin vuestra amadísim a presenci a euca ri�ti ­ ca Pero no tenp;o qué temer : n a die podrá a rreha ­ tarmc a mi Jesús En la sagrada Comunión oi-: entr�·­ g-áis tan totalmente a mi alma, que ningún poder 1i u ­ mano sería capaz d e separa rnos � 1a misma muerk que todo lo destruye, no hará si n o sellar para siempr� n uestra dulce unión . ¡ La Eucaristía ! i He aqu í el imán misterioso q u e m e atrae y hacia el cual todos mis pensam ientos se lanzan. arrebatado� por el amor ! E5 a u e en este mi� ­ teri o no m e habláis sino de amor. Mei or dirho : n P me habláis, i o h Jesús ! � vuestros labios est4n cern ­ dos, v os priváis del placer de abrirlos para dei arrnc escuchar aquella oalabra sa�ra da que me dr�cuhri rí�1 Pl fondo mismo de vuestro corazón : «Hi io mío 1P am o ! )) Pero vuestro silencio eucarístico C"S más d o · cu ente para mí q u e todas las palabras. Dicen qu e los p;randes dolores son mudos ; los �ran ­ �es :-im ores lo son tambjén Hay una corr;iente de tf"r­ nura que sól o el s1Jencio puede ex presa r . . . ¡ Oh san L'l Hostia ! No ni.e habláis, y, sin embargo, ¡ qu é de cosas .

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

. .


P \ :< T t: 1 1 .

2lH

1 : .'. I ' .

,

dec ís en el si lenci o profundo d e n u estra un i ón m i s ­ ter i o<; � ! . . . ¡ Oh amor infinito ! ¡ Manife-;taos cada día más a 1 ror azón ansioso ! ¡ Calle yo para mej or vi vjr ! ¡ Oh Corazón eucarístico ! , Vo s sois qu ien ccd:tis entra da a lo ssecretos de la un i ón divi n a n . . . i Arrebatadme, l)llffi. m uv lei os. m uv adentro, a esos abi8mos iihrsisa­ ,f o res dP- cari dad . 11 donde lleváis las almas uuras y tlesnegadas de todo ! . . . Quiero encontraro s a Vos solo, perderme e.n Vos, tran sformarme en Vos. de tal suerte q ue se veri fi rm e en m í la sentenci a del Apóstol : Vivo yo. mas va n o 'VO. sino sálo ! e.1uís 'Vive en mí. E�ta i d en t i fi cación con Vo�, ¡ Oh JPstÍq ! '. ; n o ef. aca · s o el f1 n CT H P nreten déis con vuestra Eucaristía? La u n i ón rle la Com un i ón sólo n 'l de perlecd onarse COJ I m i transform a<>i ñn en Vos. ;, No hahéis Vo� promm ­ ri a d o esta irn�fahle sentencia qu e es u n a consolado ­ r a prom es a : El. q u,e m e com e vivirá n o r 11fi? ¡ Oh d ulce Maestro ! . ;. con q u e no e.�, pues. un s u e ­ ¡; o imnm1ihle esta idea <me saca de sí a m i pobre alma . r u a ndo se d i ce a sí mi sma. en el fervor de 5 U oración y arrebatada por generosos imrmli;os : (( ¡ Con. . 1 n J· O 'j ' Yerhrme en J esus . . . , e n J esus s i· V os • '. >> ...,.1 � 01 m i smo no me i n sniraseis esta sublime amhición. n o rn e atrevería a creerla po�ible. y m e n.arecería temer::i. ­ r i ó es nera r verla reaJizada en mi vida nráctica. S i n cmbarP:o. n o m e e n !?año : es así 11ue a esta altura m e convidáj:-;_ ¡ oh Jesús � Vuf"stra Eu'· � ri ;tía me lo asc­

me

'

�ura .

La habéis i o stituíd o para prolon ga r e11 la tierra vues ­ tra enra rnació n . p ara continuar vu�tra vifla personal en ca d a u n o d e vu estros redimidos. En el Ciel o n o oo ­ . déi.s va . ¡ oh .Tes11c; ! . nra ctica r las vi rtudes d� que en vi da mortal n os disteis ejemplo : vu er.; tm estado impa· �ihle os coloca por e n cim a de todo sufrimientG, de toda humillación � rnas, ¡ oh pérspcctiva en cantadora ! , pue-


AMO R ll E

.n: s {: �

l '. N

LA

EIJC.\ H I ST Í \

do y o ofreceros m i cuerpo, asequi ble al dolor ; mi es­ píritu, suj eto a la humillación ; mi voluntad� capaz de

ren unciamiento ; m i corazón, l leno de abnegación para con el prój imo . . . Todo eso os doy en la sagrada Co­ munión . Lo que hacíais por V os mismo durante vuest r a vida mortal, ahora continuáis hacién dolo p o r mi medio. Yo os presto lo q ue sin mí no ten dr íais. Y Vos me col­ máis de vuestros bienes. Y o os d o y mis facultades hu­ manas, mis acciones humanas, y Vos tomái!; posesión de ellas para divinizarlas, para ha cerlas capaces de un mérito infinito. ¡ Oh arrebatadora unión de n u e st ras dos vida� ! Q ue la vuestra, j oh mi Jesús adorado ! , avasalle la mía y l a penetre totalmente. Que cada una de mis comunio ­ n es señale un n u evo avance e n la p o s esi ó n d e mi ser humano por vuest ro Ser divino. ¡ Oh vi da de Jesús, oh espíritu de J es ú s , invadidme aún más plenamente ! Digo más : ¡ avasalladme, poseedme ! ¡ A dueñaos dt mi co­ razón, de mi voluntad, de mi memoria ! ¡ Adueñaos de mi imaginación, de mis sentidos y de tod o mi ser ! Que yo no sea ya yo, sino V os. De dentro y de fuera, que to do mi �er diga : ¡ / esús ! Que al acercarse a mí os re­ conozcan a Vos ; ¡ que a Vos encu entre en mí constan­ temente mi Padre celestial y todas las almas que m e tratan ! ¡ Oh vi d a de in timidad ! ¡ Oh vida de unidad ! ¡ .En ella soñasteis pensando en mí, cuando en l a noche de la Cena consagrasteis la primera Hostia ! Esta vida de identificaci ón con V os, ¡ oh Jesús ! � la deseo y h ac i a ella ti en d o con tódas las fibras de mi c o razón , esclavo de v uestro amor . Echad el sello a las mercedes que ya me habéis hecho concedién­ domela ; toda mi alma pongo en esta oración, que vuestro divino Espíritu me inspira. Además, se interesa en ello v u estra gloria, ¡ oh mi J esús-Hostia ! Sepan los án geles v los bienaven­ turados las maravillas que vuestra Eucaristía puede


l 'A R TE l r .- - CAP.

206

1

operar en un alma entregada a s u s místicas influen· cías En la mía haced les con templar este es pectác u­ lo magn ífico . Ved q ue me entrego a Vos para ello. ¡ Vuestro a m o r provoca el mío, vuestro don m e con ­ vida a entrega rme ! ¡ Quiero ser vuestro tan perfecta mente como Vos sois mío ! Si para aniq ui hr mi yo perverso son f)fecisas o peracionee. doloro�s, las acep ­ to y cuento con vu estr a �racia para no decaer de mis santos an helos an te el sufr imi ento . Dich oe. o el día aq uél cuando, sobre las ru i nas de m i ego ísmo, de mi amor propio, sin cesar renaciente, reina reis Vos solo, ¡ oh mi adorable V cnced or m ío ! Y ahora me diri j o a Vos, ¡ oh María ! , m i d ulcísi­ ma Mad re. Y a vei s el fin q ue pretendo y sabéis el programa a q ue me obligo. A Vos, ¡ oh Madre ! , co­ rresponde proteger la vid.J. de Jes ú s �n mí, hacerla crecer sin cesar, p u esto q ue de Vos la he recibido . Os suplico hagá is por mí en particular lo q u e en nombre de la human idad entera hicisteis en el misterio de la Anunciaci ón ; recibid Vos misma a Jesús-Hostia en mi corazón c ua ndo me acerco a la sagrada Mesa. De vuestras manos lo recibo ; acom pañado de \'os, de­ seo acogerlo en mi alma. Hacedle los honores de mi casa y suplid las defici encias q u e haya en la hospi­ talidad que Je ofrezco. Hay ahnas, ¡ oh Santísim a Virgen C, q ue osan de­ cir : « Vayamos a la misericordia de la Madre para q ue n os proteja ele la j usticia del Hi jo.1> Semej antes almas no h a n llegado a c o u oce r que J esús es tod 0 amor, y c o ntristan vuestro Corazón en vez de hon­ rarle. Protesto de ell o en vuestro nombre y e n nom­ bre de Jesús- Amor. ¡ No, no le temo ! dé que me ama, puesto que se me entrega ! Pero si a El voy por Vos, es p,a ra i m i tar su ejemplo, puesto 4uc por Vos q uiso El venir .a mí. Es para complacerle y µara daros tarn hi én a Vos la a l egría de q u e me presentéi s .

.

.

.

.

­


a su Corazón aman te. ¡ La M iserico.rdia es El ! Es el A mor m isericordioso ; pero quiso que V os fueseis su can al hendito. El y Vos estáis i nseparablemente u n i dos v siempre ele acuerdo para tener compasión de m i m ü ;eri a. ¡ O h M aría, no q uiero, pues, servirme de Vos como de u na defensa contra J esi'1s '. . . . Si me dij eran : << A n d a derechamente y só] o a Jesús », y o con testaría : «No ; iré con la mano apoy ada e n la <le mi M!ldre, para h acerle sonreír y porque El l o qui e­ re as t . J) ¡ Madre ! ¡ Cuento con Vos para con se¡z; m r m 1 ; d«>al !

C A P I TU LO B A MO R

DE

DIO S .

PRE � EN T C

EN

NO S O TR O S

L a prueba d e amor por excelenci a, Ja que antecede, la que explica v , finalmente, consuma toda� las res ­ tantes, es la habitación de Dios en nosotrus por la grac i a santificante. Este dogma fundamen tal de l a vida cristiana se enlaza directamente con el de nuestra ado pción di ­ vina, del que se ha tratado en un ca p ítulo preceden­ te. Sin embar�o, la he reservado h asta ahora, como el buen vino de las bodas de Ca ná, norque domina todo el orden sobrenatu ral y ci erra normalmente la serie de testimonios de amor q u e Di os n os da. Por otra parte, conven ía, a lo que entien do. antes de pe­ netrar en es te m u ndo maravilloso, pasar por Aq uel q u e di j o d e S í : Nadie va al Padre :;ino por Mí. Se­ �! {1 1 1 San Buena ventura, «Jesús, que es el ca m i nG para entrar en Di os, es tamb i én el verd adero cami no para rntrar en n os otros mismos. )) Sohrn torio, p o r la Euca rist ía n ns i n t rocl u r.c en l a s


:• A 11 n: l 1

I A t• . il

d a r i d ades de este hermoso misteri o de amor, q ue es la h a bitari ón de la San t ísi ma Trini dad en n u es­ tras almas. Es ai;í que cuando Jesús-Hostia viene a nosotros, pr oclama esta verdad : que Di os, en per ­ sona, mora ya en nosotr os. Por otra parte, n uestra comunión c o n la santa H u manidad se ordena a con ­ servar y fo rtalecer n uestra . comunión perfecta con la D i vi nidad q u e habi ta en nosotros. Y, en todo caso, el misterio de la Eucari stía y el de la p resen­ cia de la adorable Tri nidad en el alma j usta están

i nsepara blem en te enlazados. Uno y otro recon ocen c omo pri n cipio el amor, y un amor de tal manera s ediento de unión por parte de D i os , que para q ue nuestras almas sean capaces de esta unión, realiza prodigios de infinito poder y de incomprensible bondad. ¡ Qué conmovedor es ve r hasta q ué punto el Co­ razón de Dios necesita unirse al nuestro ! La Euca­ rist í a , aunque es un a p rueba evidente de. elf o , n o s a ­ tisface del todo al Amor infinito. Po r último, p o r arrebatadora q u e sea la unión sacramenta! de .J e­ sús con el alma, es pasa j era y cesa con la disolución de las sagradas Especies. Ahora bien : el Amor an hela a algo d u rable, su eña con una unión permanente. Mas. ;, no será locura o exageración soñ ar para acá la tierra con semej ante unión entre Di os y nosotros ? ¿ No estará exclusivamente reservada para el Ciel o ? Allí, e n efecto., Di os s e entregará p l enamente a n u es ­ tra a lma, l a colmará d e sus riquezas in fi n itas, re· nova rú a ca da instante los ¡?;oces de s u a m o r , final­ mente satisfecho . . . Pero el Cielo . . . tard� en llegar, y la espera es larga para el que ama. Nuestro Pa­ d re divino no quiere contener violentamente los de­ seos impacientes de su Corazón . Sin demora, viene a nosotros ; desde los primeros al bores de nuestra vida establece SH m orad a en n uest ras almas.


AMOR

DE DIO S , P R E S t N t E E N

N O � llTR OS

209

He dicho q ue es t a prueba de amor antecede a w­ das las otras en el orden sobrenatural, puesto q u e se no s comunica con el bautismo. La gracia santi· ficante vino entonces a transformar nuestro alma, a comunicarle la naturaleza divina, v desde aq uel punto laS! tres Personas d e la adorable Tri n i d ad se i nstalaron en ella como en su casa. Ln un ión de nuestra vida c o n su vida , de nuesro corazln con su Corazón � la u n i ó n que no d u ra solamente algunos m i nu to s o un d ía, sino que se está eu un �er: como un liecho permanente, quedó y a enton ces estableci ­ da entre Dios y nosotros . ¡ Oh Pa d re cele.stial, n a ­ die amó j amás c om o Vos ! ¡ Nadie h ubiera nuncn i maginado que se pu d iera amar de e s ta suerte ! La habitación de Dios en ei alma explica toda� las pruebas de amor que vienen después. Da<lo q ue en elb. definitivamente consiste la �do ria de Dio:> y s u reino verdadero en este mundo. para ella tien e ser todo cuanto existe, ¡ y todo converge hacia e Ha ! Morar en el c orazón del hombre a q uí en la tierra por µ;racia, allá en el Cielo por gloria� he aq uí el fin úi­ timo de las obras d e Dios. Por último, esta prueba de a mo r commm ·u á e te r­ namente todas las otras. ; Qué será el Cielo sino la habitación perfecta e inamovible de la adora li !t� Tri· nidad en el alma glorifica d a , y d el a l ma gl orifi cada en la adorable Tri n i dad? Entonces se verifi c !t rá en t o d a su plenitud el deseo expresado por Jesús en In noche memorable de su última Cena ( Jn.., 1 7, 23 ) : Padre, Yo en ellos y Vos en Mí, a fin de que SP,an consumados en la unidad. Mas, por increíble que parezca, esta virla ile un i ón eterna em piez a a quí abaj o. Dios, como d omin a d o p o r u n a adorable impaciencia de darse a � u s a m adas criaturas, ha q u erido adelan•ar la hora !le la umo11 eterna. La p;raci a santi ficante que }e a t ra e a m o ri r ,


2 10

l'Alt '!'E I L - -<: A P.

8

en nosotros y a nos otros en El, es de la misma na­ t ur ale-i; a que la gloria. La una es l u vida di vina en ger men , que actúa en las tiniehlas de la fe ; la otra es la vida divina plenamen te desarrollada en la cla­ ridad de la visión. Ahora entenderemos por qué Sor Isahel de la T1·i­ nidad, sintiéndose d ulcemente invadida p o r la. pre· sencia de sus Tres, podía decir fu era de sí : ccHe ha­ llado el Cielo en la tierra ; porque el Cielo es Dios, y Dios está en mi a lma. » A.sí es ; el para íso terrestre d e la vid a d e u m o n se en cuentra en lo interior d� ti mi smo , donde hallas a Dios presente y amante. j Felices las que anh elan �n ­ l rar dentro de sí ! ¡ Pero má s felices las q ue ya viven dentro ! Pero, ;, qué es, en reali dad, esta presencia de Di os en nosotros? Importa sentar sobre ello algunas nociones fund amentales : el humilde conocim iento de la verdad favorece el impulso de la piedad. Dios está e n nosotros com o Creador v Conserva· dor. Por este título está lo mismo en la gota de agua que en la estrella, en el alma _9.el pe•.:: a d o r e o m u en la del justo. Esta presencia de inmensidad se extiende a todo : ningún ser creado puede su 8traer::5e a ella. E l Universo entero palpita con s u mister i oso contacto : ella es quien le comunica el s er y la conser vación en la existencia ( 1). Ella es la raíz de cada uno de nue�­ tro& actos , interiores y exteriores, v n o s coloca en u n a dependencia ra<lical y absoluta c o n relaci ón a Dios. El hecho de esta presencia universal de Di os en nosotros y en todo cuanto nos rodea es va un ob.ieto de grande adm i ración y un estimu l ante mara vilJ o so para el bien. Dios está e rt todas partes : está aq u í, e n la hah i ( 1 ) Para mayor clesarrollo de es te .Pe ll !' a m ienlo, véase el ca pítulo Amor de Dio .�. n 11 estro Creador.


tación en que me encucnlru ; s u m irn <la me s i g ue, s o n · ríe ante mis esfuerzos, alienta m i s buenoi;; deseos. Este pensamiento, ;, no es maravill osa mente dulce µa ra el espíritu ?, sin embargo, esto no es sino d punto ó� partida. Como quiera q u e la presencia de inmensidad es una necesidad de la naturaleza <l ivjna, no es, pro ­ piamente ha blando, un efecto especial de s u amor. La verdadera p resenc i a de amor es la de Dios Pa· dre, que mora por gracia en el alma justi ficada. Esta presencia es un don. libre y gratuito de su Corazón . Es muy superior a la primera en excelencia y suavi· dad. Y, ante todo, si podemos decir q u e Dios está en todas partes, que vive en todo ser salido de i;us m a nos creadoras, n o se puede dec i r q ue habita en las criatu­ ras de orden inferior. Esta pala bra habitación envuel · ve la idea de un a morada familiar, de un luga r donde nos reunimos para conversar dulcemente, como en la cálida atmósfera del hogar. Ahora b i en : Dios no pue · de habitar así, sino en el alma (.fue posee la �racia san ­ tificante. Además, habita en ella con su Trinidad de Personas, con el cará cter de Rtuor especial atribuídc > a cada una de ellas. Cierto que en todo lugar donde se enc uent re Dios, a u n por el solo título de Creador, se encuentran también la s tres Perso nas, pero no ma ­ nifiestan las propiedades que las •listina-11e. El Uni ­ verso material está lleno de Di os, pero n o s e dice precisamente qu e es la morada de la Tri n i dad ado­ rable. Estas n oci o nes elementales bastarán para que �u ­ tendamos mej or la riq ueza del don divin.o v del am o r infinito q u e e n él se encierra. Así, pues, almas p�queñitas que leéis est;is líneas, si estáis en estado de e!;rac ia, poseéis en vosotras la Trinidad toda entera . D i os Padre hab ita e n vos otras con toda la l�rnu ra de su Corazón, a la manera de un padre, de una madre, q ue morasen en casa de s u


l>.\ 1rn: 1 1 .

hij a. Dios Hij o también

CAP.

fj

se enc 11 en tú1. como un tier, Esposo que arde en deseos de vivir con vosotras en la intimidad du lcísima q u e esta cualidad supone. Dios Espíritu Santo reside en ella como el Amor q ue se da y quiere derramar sus bienes. ¡ Sois verdaderamente la s q ue llevá is a Dios ! ' Qui­ zá os acaecía alguna vez envidiar al sat:erdote que lleva la custodia en las procesiones del Santítimo Sa­ cramento. Pues bien ; entended lo que os digo : la pre­ sencia de Dios en voso tras por la gracia es una verdad tan cierta como la presencia de Jesús en la Hostia, aun cuando el modo de presencía sea diferente �n uno y otro c as o . Si vuestra fe fuera más viva, comunicaría a nuestro porte exteri or y a toda nuestra vida algo de la graveda d modesta que n o s distingue cuando vol· vemos de la Sagrada Mesa. « j Qué felices seáamos si supiésemos co mprender nuestra dicha ele ser casa de Dios y morada de su Ma_j estad ! >) ( B oss uet. ) No lo olvidemos : la Trinidad viviente, q ue acos ­ tumb ramos representarnos en una lej an ía inaccesible, esta Tr i n i dad ado rable, está en nosotros, vi ve en no­ sogos ; nuestra alma es para ella su Cielo . Y en este Cielo íntimo n o permanece inactiva : el Padre y el Hi j o se aman mutuamente, se entregan el uno al otro en un ab razo de amor, que se exhala en un soplo abra­ sador, torrente de llama, el Espíritu Santo. Si ; esto se realiza en mí, en vosotras, en este momento y en cada instante de la duraci ón que abarca la »alahra ahora . Al escuchar esta maravilla, en que hasta ah ora ape­ nas h a b íam os repa rado, cuántas almas pequ eñitas ex­ clamarán, tal vez, con el patriarca de la Ley antigua : « j Dios está verdaderamente aquí, en· lo más íntimo de mi s�r, y yo no lo sabía ! » ( Gen. , 28, 16). N os engañamos al considerar como u n a pura abs · tracción la presencia de Dios en nosotros . N o es así ; no es un m ero recuerdo n i sola mente una imagen de

no


A.MOR

DE D I O S , P IU: S E1': 1 E EN

"' O � OTllOS

21 J

Dios lo que llevamos dentro, s ino El mi smo, Dios en persona, Dios, nuestro Padre amantísim o v celoso de n uestro bien . Mas. ;,aué viene a h acer en n osotro:; este Huésped divino? ;.Qué viene a buscar? La respuesta es fácil v harto consolad ora : viene a buscn r l a ;mfón . la unión sin enterrupci ón con el alma. Desea tener con noso· tros el trato de inefable ternu ra aue corresponde a la más íntima familiari dad. Si ha puesto en nosotros su mornda, n o es pa ra q u e le tra tem o s com o a extraño. Quiere gozar r,onmi · go v que vo !ZOCe con Él. i Y por eso se entrep;a tan totalmente ! Q uiere ser mi bien, mi tesoro, propiedad personal mía : Dios de mi corazón ( Sal. 72. 26). Es más mío que la riqueza que yo huhiera adquirido con mi i n d u stria y mi traba j o. puesto q u e los ladrones o la bancarrota me la pu eden robar. Es más mío que mis parientes v mis amigos" puc�to que la muerte me los ha de arrebatar. Es más mío que mi ]Jropio cuerpo, c u v o s m i em b r os está n su i etos 3 acciden tes que me pueden impedir su u s o . ¡ Sí. Dios es más m ío que t o d o lo que es mío sobre la tierra ! La �racia santificante que le trae a m ora r en m í PS por natu raleza imperecedera . En el d ía del santo Bautísmo .. Dios entró en mi :ilma con intención de nunca j amás salir de ella . ¡ Sólo el nccado mo rtal puede arro j arle. v el pecado depende de mí ! " ¡ Oh Santísima Tri ni dad -cantaba Teresi ta- - ·· . soi s prisionera de mi amor ! '' Sí, Dios se ha constitu í do mi nerpetuo cautivo . Para siempre se ha encerrado en la pri sión de mi alma. ¡ Ya no es l ibre parn t'S­ caparsc de m í ! Mi entras que yo lo auicra . mej or di­ cl1 0, mi entras que y o le ame, será mío . . . Pero . . . vo . en cambio. sov libre para arro i a rlC' ele mi corazón . . . Ufl �n.111 �cado mortnl Ir, pon drfr1 rt la puert a de mi ·


1'1\ llTI·: l l

2 H·

.-

- C A i' .

8

¡ El pecado mortal ! ¡ Horrem)a t raición de amor ! ¡ Oh señor. antes morir ! Verdaderamente, para quien ¡:1 uede decir re!5ue1ta ­ mcn te : (< Di os m e am a » y añadir e n segu i da : ((Dios habita en m L es mío. me perten ece » , ¡ el destierro no es ya destierro ! ¡ Es un vi aj e feliz hada la patria del Cielo !" Santa Teresa de Jesús se a flig ía por no haber sa ­ bid o a ntes esla verdad de la presenci a de D! os en n osotros : « Si yo entend iera, com c1 ahora ent i endo. q u e e n este pa]acio pequeñ i to de mi alm a cahe tan gran Hey, no le dei ará tantas veces solo� y algun a!' me est uvi era con Él, y más procurara que n o estu­ viera tan sucia.ii ¡ Cuántas almas, después d e Santa Teres a, han pro­ rrumpido en semc i ante lamentaci ón r Ouizá no se oye con la debi d a frecuencia ni con la claridad con ­ veniente pred icar a c e rca de esta grandiosa reali dad, q:ue vive oculta en el fondo del alma en e;racia. Qui­ zá también esta reserva se nrc�en de i ustifica r con ciertos peli�ros de ilusión dé que conviene preser­ var a las almas Sin embargo. el d ogma d e la inha· hit.::t c i ón cJe b Sa ntísima Trinidad e n el alma es fun­ damen tal e n la vida cristiana. El apóstol San Pa­ blo lo nredicaba insisten temente a l os fieles de F.feso v d e Corinto apenas salidos de las tin ieblas del pa ­ ganismo. ;, No sabéis q ue sois templos de Dios y q u r rl Espíritu 8amo habita en vosotros ?-·les d ecía- --. El templo de Dios e.� santo, y ese templo sois vos 1 1tros ( l Cor., 3, 16-17)� El apóstol no hacía sino con ­ firmar la enseñanza de su Maestro. F.l refoo de Dios dentro de vos<itros está ( Le., 17, 2 1 )� d ec ía el Señ o r 'l sus discípulos. En verdad, es éste u n misterio subl ime de nuest ra fe, uero un misterio que interesa a todo bautizado. Nu Va.dlfi�. pUf,S. &lrnas pequeñ i tas, �n tQmarfo C(lmo ��U n casa . . .

. .

.


A M O I{

IH :

IJIU S ,

l ' H i': S l'. N T h EN

NO SOTR O S

215

t o frecuente de piadosa contemplación . A ello especial­ mente os invita Aquel que se revela con preferencia a lo s humildes y a los pequeñuelos . Por otra parte, cuan ­ to más elevado ei;; un misterio, más d i screto es consi­ derarlo con o j os de n i ñ o : nada se acomoda mej or a lo sublime que la sencillez. En los capítulos precedentes he i n tentado fortale­ cer vuestra fe en el amor, expon ien do scncUlamen te los grandes misterios en q ue el amor divino se des­ cubre c o n mayor magnificencia y esplendor. En el asunto presente no pretendo segui r este método ni es ­ forzarme e n descri biros las form as v los matices del amor infino que nos tiene Dios ocu lto en lo más inti ­ mo de nuestra alm a. ¡ No ! Más bien os diré : « Asen­ tad en su escuela. haceos alumnos dóciles de e�te Maes­ t ro interior, y a.prenderéis de El cosas que no ense­ ñ an ni los libros ni los doctores . . . " Santa Teresa de Jesús, despué� de haber dado a sus hijas un consej o semej ante, añadía esta frase revela­ dora, que os ruego tengáis en cuenta : « Admirad las palabras que salen de esta boca divina : desde l.a pri­ mera os dará a conocer el amo r que tierie r>or voso­ tras» ( Camino de perfección, cap. 28) . Siem pre vueive a es t e mismo tema nuestro Padre del Cielo. Si. ¡ d e­ cirnos que nos ama, convencern os d e el lo a toda costa. aquí se resume t o da su enseña nza a los hombres ! ;.No es, a c aso , éste uno de los fines que se ha pro­ puesto al fi i a r su morada en cada u na de las almas ? Hablarn os d e su am o r en secreto, de corazón a c o r a ­ zón, e n todo tiempo y en todo lugar, he aquí su deseo. Pe ro hemos de acabar nuestra ima_ginaci ón turbulenta y todoR los vanos ru idos de íuera para escucharle en silencio. Las almas disipadas, que pierden el tiempo en con­ versaciones inútiles ; las q u e a cada paso tienen el espí ritu oc upado en l o q ue h acen los d�más. en los


PA R T F. ! 1 . - - C A P .

8

males verdaderos o

supuestos de Jos que se c reen vic­ timas, no perci ben la voz del Maestro inter ior. Pan1 encorrtrar a Oj os dentro de !!.i hay q ue empeza r po r apartarse un o de sí m i s m o y h a cer tabla rasa de todas esas ba�atelas que distraen el espíritu, de to dos esos a p egos. neq ueños o gran des, a u e traban .el corazón . El recogi m iento y la m ortificaci ón son las virtudes in­ di spensables que h a de cultivar el alma def:eosa de ad­ q u i r i r familiaridad e n la presencia divi na. Y, d i gámosl o de paso, pues es negoci o de capital imp ortanci a : la morti ficaci ón del corazón es más que ni ngun a otra necesaria . . . Nada retarda tanto el pro­ greso de !a unión con Dios como el ape g o imprudente a la s criaturas, cualesquiera q u e sea n . Aun cuando el obi eto a rrue n os ape�am os-personas o cosas, lu­ �a res o emnleos-sea de nor sí lej!.Ítim o e i nor.en te. basf"l que el corazón se sienta apegado para que Iá rP.m o ra ex i�'a . Prec isamente en �stos casos es cuan ­

do hemos d� esta T más en gu ardia, porque entonces cua n d o el am or propio se m u estra más sutil y más ladin o para i ustificar las sat i�facciones q u t: se permi­ ten . La liberta<I de corazón es indis pensable a quien c¡ u i er e amar a Dios lealmen te y gustar ]as dulzuras de la un i ón con El. Amar a Dios v un i rse a El son dos tendencias que s i empre van a la par. En cuanto u n alma comienza •1 vi vir de amor. se despierta en ell a el deseo de la 1 1 n ic'm . Quiere saber dónde e�tá Dio� para vivi r con l<:l. Ved Jos d i scí1mlos i u n t o al Jord án : a pen as Juan B :iutista les ha i:;eñ alado a Jesús. cuando se sienten atraíd os por el afecto hada El. v J e pre�un tan : Mae.�­ tro, ;. dónde ha büa.�? Quieren segu irle nermanecer en su com pañ ía. Venid y ved. les contesta el Salvador. Toda una lección se encierra en estas valabras : Ve11 id VenicL p u neus en camino, de j a d el !nJ.ta r donde <)S reti ene vue.s \ ro eg o í� m o. ren uncian a todo a pej!;Q PS

.

.

.


A MOR

OE

l>IOS,

PR t: S E l\i TJ;

EN

1\ 0 :-i l l T IHl S

217

voluntari o ; en una palabra, haced desde el princ1 p10 un esfuerzo de desprendimiento y mortificaci ón ; lue­

go . veréis. Es deci r, me encontraréis. ; dónde, Señor, encontraré al terminar este cami n o ? Mas no ten�o Me lo decís en aquel lu­ necesi dad de preguntá.roslo !{a r del Evan1?:elio en que parece h abéis querido descu ­ brir a vuestros ami�os los más hennosos �ecretos de vuestro Corazón : Si alguno me ama. �nardará mi pa ­ labra ; m i Padre le amará 'Y vendremos a él 'Y en él haremos nuestra mansión ( In., 14·, 2:3). He a q uí la respuesta a nuestra ansiosa pre� tmta. ¡ En mí, d en tro de mí queréis fi j a r vuestra morada ! ¡ Oh Di05 mío, y yo os buscaba por todas na rtes fuera de mí ! . . . Los s a nt os acostumbraban considerar esta mor ad a de D i os en el alma baj o diversas figuras Santa Te­ res'l de Jesú s lo comparaba a un palacio m a gnífico, tod o adornado de piedras preciosas, q u e son la� v i r­ tud p,s del alma. Santa Catali na d e Sena lo llamaba la celda interior. ccHaceos una cel da en vuest ra alma y n o salgáis _i amás de . ellal> , solía repetir� dffi pués de haber exnerimentado personalmente el provecho que se saca de esta prá ctica. La «celda » � esta palabra dice cosas muv dulces a la rel igiosé' fervorosa : sabe cu á n to más fácil es esta r en ell a. silenci osa y solitaria . que e n otra pa rte cualquiera Santa Teresa del Niño Jesús llamaba paraíso a esta habitación de Oi os en n o s­ otros. " El alma más pequeñ a que le ame-e�crihía en su leng-uai e poético - -es pa ra. El un paraíso . lJ Y afirma­ ba que Jesús-Host ia 1 •refiere al copón de oro el Cielo de nuestra alma, donde encuentra sus delicias. El Após1 01 San Pablo n os d ice que somo� templo espiritual, y la liturgia conserva esta palabra v esta figura, tan r i cas en aplicaci ones para la vida in terior. A s í com o la Iglesia consagra ofici almente los tem­ plos q u e han de servi r al culto divino, así tambiftn f0Il8a�ra �stn.. t�mp.f o� v i VQS qu� SOíl fa:, ftlBf(\�. '\�Jl .

.

os

.

.

.

.

.

.

.

.


218

I ' A 1rr �: 1 1 .

-

-- f " \ I ' .

8

Bernard o compara, muy exactamente, con J a consagra­ ción de una iglesia, la con_se,gración de un cristiano, que tiene lu�ar en el bautismo. En una y otra inter ­ vienen l os mismos ritos, las mismas oraciones� las mis­ mas un cion es, idénticas aspersiones . Nuestro altar in ­ terior es nuestro co razón . Por eso, P-1 sacerdote hace u na unci ón en forma de cruz so b re el vec.;h o del bau ­ tizado, pa ra indicar que queda convertido en casa san · ta del Señor, que su s afectos han de reservarse para El, y q u e de este altar vivo han de subir hacia el Cie] o la oración v el sacrificio. Y cuan d o el ministro del sa ­ cramento. imitando Ja aspersión del ceremonial de la Dedicaci ón, a caba de derramar el agua sobre la fren ­ te, el alma queda del todo blanca, lavada de todas s u s manchas. más a�radable a Dios q ue las má:; esplén ­ didas cRtedrales. Entonce�. la Familia celestial. la ado­ rable Tri n idad, h a i a a ella v parece decir : <1 .¡ R ep;oci­ i émonos ! ¡ Nos ha nacido un h i j o ! >> Al comunicar­ le la J?;racia san ti ficante, Dios ha ce al alma �u ficiente­ mente pura. gran d e v santa. para q u e ¡me<la convertir­ se en su templo muv querido . Nada más con solad or, n ada más práctico que esta verdad. Un tem plo es un a casa de oración v de sacri­ ficio. Cuando nuestro Señor promulgaba en tl Evan­ �elio su ley de ple�a ria i ncesan te-semr>er o rare , hay q ue orar siempre-, cuando recomcn dabi! el secreto -le la habitación �olitari a para el e.i ercicio de esta ora­ rión, li bre Qe multitud de palabras (1'11t ., 6, 6-7). ;, n o ten ía, tal vez , ante la vista este temp] o espi ritual cle1 alma, en que los verdaderos adoradores han de ado rar al Poare en espíritu y en verdoa? No siempre p u ede u n o estar al nie del San tísimo Sa�ramento. en la ca pilla o e n la i g lesh. por muy dulce qur frn�!'e. Pero a ca<la instante del día o de la noch e se pue de entra r en este lem nio de nuestra �lm&, dond� habit� Oios, ¡ que h a tanto tiempo no¡; .

.

.


AMOR

DE

DI O S , l'R l·: S E "I T E EN

l\'. O S OT l : O S

219

está esperando ! . . Con ozco alg u n a s alma s peq ueñitas que con esto se consuelan de no poder vivi r cerca de una iglesia . Con ozco no pocos enfermos -tue en la c om pañí a que les h a ce Dios, presente en sus almas, en ­ cuentran una compensación d el sacrificio q ue les im ­ p on e el alej amiento perpetuo del Sagrario . Para es tas person as d e fe v iva. el eiercicio d e la p res en ci a d e D i os no t i en e nada d e frío ni d e rí�ido Saben que su Padre celest.i al tiene ter · v metódico nuras inefables para c on l as almas pequeñas en que habita . Se da a ellas sin reservas. v ellas se dan a El del mismo . modo . Toda l a intimidad, toda la confian­ za fi li al que pueda haber en el t r a t o con una madre o con un ami�rn. n o iguala la intimidad que ellas tienen con las tres d ivinas Personas : no parece sino qu� en ­ sayan aquí aba i o las expansiones. los 3bandono<; infi ­ n itos que nuestras almas ten d rán allá ar¡i h a con Di os. Hav muchas almas-·-Dien so en estos momentos en las religiosas consa�ra d as al servicio del prójimo-­ q u e se si enten divinamente atormenta d as por la sed de u nión · íntima c o n Di os, e n medio de las ocupaci one� de u n a vida necesaria mente derra mada en mú ltiple" Esta necesid a d de reco�imiento y de soledad tareas se les ag-udiza a veces h a sta el pun to de preg u n tarse si su a postolado exterior no es un obstácul o para su pro­ .

.

.

.

.

.

.

.

.

�reso espiritu al .

¡ Qué remedio para este sufrj mien t o int i mo no se­ ría l a costumbre de recog-erse dentro de sí lo más fre­

cuentemente pos i ble, a u nque no tuera más que un ins­ tante cada vez ! N i n � u n a ocupaci fÍn es ta n absoluta ­ mente absorbente que pued a i m ped ir estos retornos rá­ pidos y frecuentes al Hufaped i n teri or . . . No h ace fal ­ t a sino u n esfuerz o p a ra dom i n a rs e a s í mismo, reco ­ ger los pensamientos en Di os y dirigirle 1 m a palabra �alida del corazón . <<Esto no es cosa sobrenatu ral--dicc �anta Teresa- !"Íno que está en nuestro querer, y ..


PA H T E 1 1 .

220

-

C ' A f' .

podemos n osot ros hacerlo, con el fsvor de Dios, e m e s i n éste n o se puede nada, ni podem os de n osotros tener un buen pensamien to » ( Camino de perfección., cap. 29) . Los consej os que da a este propósito son tan prácticos, que no podemos omitirlos aquí : «Si ha­ blare, procurar acordarse que hay con quien hable clentro de sí mismo ; si oyere, acordar<;e q ue ha de oír a q uien más c e rc a le habla ; en fin. traer cuent:':'. que puede, si quiere, nunca apartarse de ta n buena compañía, v pesarle cuando much o tiemoo ha dejado o;olo a su Padre, que está necesitada de El. Si pu ­ diere, muchas veces en el día ; si n o sea uocas. Como lo acostumbrare� saldrá con ganancia, o µresto o q ue

más tarde))

( l. e.)

Esta maestra d e la vida espiritual, extremadamen ­ te práctica, llega a decir que una tan excelente cos1:umbre, con tal d e q ue se aplique uno realmente a ella, ouede adquiri rse en un año, tal vez en sei s me­ ses. Y sin tem or a lanzar así las almas oor u na sen­ da expuesta a peligros as i l usiones, n.ñade : t< Es hacer buen fu ndamento para si quiere el Sefior levantaros si g-randes cosas, que halle en vos aparei o, hallándoos cerca de Sí)J ( l. c.) Si un alma, en efecto, se m a n ­ tien e a menudo lo más cerca posible en un g-ran fue­ go, basta un a l igera centella para inflama r1a interi or­ mente. Pero la verdad es q u e este ejercicio de rccojl;imien­ to den t r o de sí m i smo exige JJerseveranci a . ;_ Qué di ­ ríais de u n estud iante q ue asi stiese a clase dos dias y después hici ese novillos durante un mes '? Aun cuan · d o emplease toda su vida en el estudio , con seme­ jante sistema i am.ás lle�aría a ser sabi o. Es preciso, pues, ren ovar cada maíí a n a el esfuerzo del d ía an ­ terior con u n a fidel idad i n ca n sa ble en la práctica del santo renunci amiento. �1. �estr11 Di (?S ti �nc cst n dr. r�aracterí�t i l 'n ; (fo':le�!


AMOR

Dt 1 H ó s , ti1a:s f.: N 'l'F. . EÑ

NO S()T RO S

221

que ie busquemos. Precisamen ! e por eso se esconde, por premi a r a los que aman con el ménto y la ale­ gría de encontrarle. j Almas pequeñas que le deseáis, sabed que no hay encuentro comparable con el de Dios íntimo, de vuestro Dios dentro ele vosotras ! Esta es la « perla encon dida » en el campo de vuestra alma, y para adquirirla había de sacrificarlo tod o y sacrifi caros vosotras mism as. ; Qué importa que tar· déis en hallarla ? Su ta rdanza sólo sirve para avivar vuestros deseos : un día-en el Cielo, si no eb aqu í abaj o- se entregará más suavemente a vosotras en las delicias de un a b raz o por largo ti empo diferido . . Cuanto a lo demás, no se trata de violentar la imaginac ión y formar algun a figura cor poral para 1·e­ presentarse a Dios : el espíritu puro no tiene forma . El ejercicio de la presencia de Dios d e que aq uí se trata es un acto de fe por el cual el alma se adhiere sencillamente a esta verdad : que Dios habita en eHa . Esta adhesión de la voluntad deberá i r acompañada de un movimiento afectuoso o de una sencilla entre ­ ga de sí misma en las manos de este Padre que sa be­ mos n os ama. Esto es un ac t o de am o r Todo acto de amor es a la . vez un acto de unión ; pero cuando se diri�e a Dios dent r o de mí, la unión parece más es­ trecha v más suave. En todo caso, descartamos de esta actividad foterior todo esfuerzo de IR imagi na­ ción para ac tu a rn o s puramente en la vida de fe. Así ,

.

quedará obviado JQd o peligro de ilusión . C o nvie ne advertir que ciertas persona�. de i ma�i­ naci ón muy viva son men os aptas que o tras para la práctica de este recogimiento interi or. Siempre q ue quieren buscar a Dios dentro de s í por un ac l n de la inteligenci a o de sólo la fe, necesitan valerse de alguna imagen que fij a su atenci ón. �o s o n capa­ ces de pensar en Dios espíritu puro. Mas no por esto .

se crean desheredadas . ;, no tienen a Jesús, el Verbo


222

l•A H 'l' f': I r .-

- (' ¡\ )' , R

encarnado'? En cuanto hom bre, 110 está sino en el C iel o y en el S a ntísi m o Sacramento ; per o habita en nosotros por su divino E spíritu, y la unión de nues­ tras almas con su s an t a Humanidad es tal, que bien se la puede comparar con la del sol. q u e inund a Ja

atmósfera con sus rayos. Por tanto, si Jesús, en cuanto hombre, no está lo· calmente den tr o de nosotros, reci bi mos sin i n terrup· ción la influenc ia penetrante de su Humanidad, por la cual nos lle�an a cada instante la� gracias actuales, eme mantienen y perfecci onan nuestra unión con la Divin idad. El alma de Cristo está en constante co­ mu n i caci ón c o n la nuestra ; su mi rada humana n os surge por todas par�es ; sá vida de �racia vivi fica d e tal ma nera nuestra vida sobrenatural, q ue cada uno de n osotros es una parte, un m iem bro de su Cuerpo místico. Gua rd an do la debida distancia , po· demos decir, como el Apóstol : «Ya no vivo yo , sino Jesucristo vive en mÍll ( Gól,.. 2. 20). En este sentido escribía Teresa de Jesús, refirién ­ dose a su ma nera de orar : <<P o n ía todo empeño en c onsi dera r i ncesantemente a Jesucristo, . nuestro Te­ R oro v nuestro Maestro, presente en m i . Si meditaba sobre un misterio , me lo representaba también i nte­ riormente. Porq ue allí metida consigo misma, el alma pu ede pensar en · la Pasión y representar all í al Hij o v ofrecerle al Padre, y no cansar el entendimiento an d ándole buscando en el mon te Calvario v al Huer­ to y a la Columna '' ( Camino de perfección, cap ítulo 28, 4). Esta r epresen tación. a u n cuando imaginativa, está fundada en un acto de fe. Santa Teresa del Ni ñ o Jesú s estaba familiari zada con este pensam ien t o . Escápanse de su pl uma expre· s i ones como ésta : «] esús, escondido en el fondo de mi pobre corazoncill o .)> Y tratándose de la carida(l fraterna, porq ue también desc uhrc a Jesú s escondido


AMOn

in: 1H ci s ,

p 1 H: :� 1·:i\ H: t.: N

l': o s o·rn o s

:223

e n el Jondo del alma de sus hermanas, uor eso se le hace fácil el ej ercicio, a veces heroico, de esl.a virtud.

No ignoraba, p o r otra pa rte, el bellísimo misterio de la habitación de l a Santísima Trin i dad en su alma, aun cuando n o lo puso por princi pio fundamental de su espiritualidad, como lo hizo Sor Isa bel de la Trinidad o Antonieta de Geuser ( 1). Parece indiscuti· ble que tuvo experienci a íntima y sabrosa de esta

divina presencia, puesto que escribe :

�< Conozco y sé

por experiencia que el reino de Dios está dentro de nosotros >> ( Le., 17, 2 1 ). Sin embargo, ordinar iamen­ te prefiere acudir a la presencia de Jesús � oíd lo que dice sobre esto : « Jesús no necesita libros ni docto­ res para instrui r a las almas : es el Doctor de los doctores, que enseña sin ruido de palabras. Jamá8 le he o ído hablar ; pero sé que está dentro de mi. A cada instante, me guía y me inspira � en el rno· mento preciso q u e las necesito,. percibo claridades des . conocidas hasta · entonces. Y no es princioalmente en ] as h o ras de oración cuando centellean ante mis oj os, sino en medi o de ] as ocupaciones del nía . n Téngase por sej!;u ro cualquiera q ue imite semej an ­ te mode]o . Presencia de Dios, presenci a de l a Sant í­ sima Trinidad, presencia de Jesús, t o do es t-:quivalen ­ te, todo es para el mayor bien del alma, cua ndo ésta obedece a la moción de la gracia que se amold0 a su temperamento particular. Mas, ;, dónde queda la piedad eucarística para las personas habitualmente atraídas hacia e] cen t r o de sus almas, en compaía de la adorable Trinidad ? Leed a este propósi�o una página delicada, que el anóni­ mo me permite citar : « En la capiila me sentía toda ·

recogida en mi interior con el Dios de mi corazón.. Y la suavidad de esta uni ón sencilla v apaci ble no me (1)

Consumatrr, del P. Pl ni-;, S. J .


hacía olvidar el ej ercicio de mi°' obseq uios pal'a can Jesús-Hostia, presente an t e mis oj os. No quería yo si n embargo, abar.,.f nnar el Cielo abreviad o de mi i n · terior, y me parecía que el mismo Jesús me deda desde el Sagrari o : « Invítame, pues, a adora!" a . la Santísima Trinidad dentro de tu alma. ;> ¡ Esto fué para mí una revelación ! Compren dí que e n e l templo de mi alma , como en toda� p artes. sólo J esú� Dll �(:c rend i r a Dios homenaj es dignos de El . . . El puede también reparar mis o lvi d o s y mi frialdad para c o n mi Huésped d ivino . . . ¡ Qué gozo ooder c011rar con tal a d o r a d o r. con tal reparador ! ' Sí, Jcc;Ú¡;; mío del Sa�rario os lo suplico, ofreced al Dios de mi cora -

zón las adoraciones, las reparac i o n es� el am or a qu<' y que tan a menudo mi indi ferencia le n i ega . . . Para agradecer luego a mi divi no Suplent e su actuaci ón , en tendí que me invi taba El a su vez a a dora r a la Santísima Trinidad, presente en s u alma humana, en su Corazón sagrado . . . « Corazón de Je­ sús, C a s a de Dios, Corazón de Je�ús, Tabernáculo del Altísimo, Vos sois realmente la morada r)o r excelen­ cia del Dios vivo . . . ; S u templo, por n i n¡!Ún otro i�ualado . . . Y o lo a d o r o en Vos, con V <)S v nor Vos . . . ¡ Oh luz ! ¡ Oh gozo ! ¡ Oh suavidad de este in i.erc::im­ bio . . . En él me ocuparé con espe c i al afecto durante mis horas de guard ia a los pies del Santísimo Sacra·

tiene derecho

mento ! » Por lo dicho se echa de ver que la costumbre de buscar a Dios dentro de sí no debi lita la devoción para con Jesús-Hostia. Sobre n ue s : r o s altares, J esús es siempre la Víctima perpetuamente i n moJ ada y ofre­ c i d a para rendir un culto perfecto al Di oa vivo don ­ deq uiera que esté ; por tanto, al Dfos vho en n o.s o ­ tros. Cuando qui era que deseemos suplir la insu Ci en · ci a de nuestras adoraci ones y de nut>stro amor: r o ·


AMOH

DE DI O S , PR E S E N T E EN

� O SOTR \1 S

2:2�

guémosle cumpla por nosotros v en Í811 or nu�tro los deberes que tan mal cumplimos.

Otra consideración muy consoladora es fJUe en el tem plo de. nuestra alma podemos ofrecer diariamen­ te a nuestro Huésped interior una fiesta esµléndida. r La &agrada Comunión es la fiesta que hacemos a la adorable Trinidad en nosotros ! En aquel momento, el templo se ilumina y ostenta incomparable belleza. J esús, el divino Sacerd ote, penetra en él acompaña­ do de toda la corte celestial, presidida nor la aug u s­ ta Vi rgen María, pues, según afirm a Santa Teresa, :< t o d o s los s an t o s del Cielo forman corte j o al Santo de l o s santos c uan do descansa en nuestro corazómJ . ¡ Qué magnífica solemn idad ! Pues vosotras, almas pe­ q ueñas q u e acabáis de comulgar, ;, qué hacéis en me­ dio de semej ante esplendor ? Apenas si me atrevo a escribirlo, y vosotras vacilaríais, qui zá, en creerlo : ¡ vosotras sois la reina de la fiesta ! Vosotras sois ob­ jeto de los favores del Rey ; hacia vosotras · Se di­ rigen las miradas benévolas de su corte. La raz ó n es m u y sencilla : unidas tan estrecha.mente con Je!;tÍ s. identificadas con E1, atraéis las co mplacencias del Padre, que exclama al miraos : «He aquí mi hija muy amada . )> Y el Hi j o o s desposa en je, y el Espí ­ ritu Santo, lazo de amor del Padre y del Hijo, se constituye también en laz o de amor entre cada una de vo s otras con Jesús ; os comunica sus ardores y os hace toda hermosa a los oj os del Esposo divino . No e s ésta la única fiesta que podemos ofrecer a nuestro Huésped interi or : cada una de nuestras co­ muniones espirituales es una fiesta ; ca da una de nuestras oraciones, de n uestros actos de amor, y más especialmente de n uestros sacrificios. lo son también. Si enten demos que nuestra alma verdadera men� es templ o de Dios� debemos estar dispuestos a ofre­ cer en él sacri ficios. Todo templo es u n a mansión de


226

l>AJt l'E J r.-t A P .

B

sacrificio, como lo es también de orac10 .n . De mayor merecimiento es honrar la d ivina presencia con nues­ tras vi rtudes y nuestros sacrificios, q ue solamente con n uest r o s pensamientos y afectos. Tomad hostias y entrad en sus atrios ( Sal., 9, 5) está escrito e n los Libros Santos. Y San Pe d r o decía

los primeros fieles : Ofreced lzostias espirituales, a Dios, por Jesucristo ( l Ped., 2, 5). ¡ Hos· tia es vuestro tr abaj o diario, cumplido con espíritu de amor y penitencia ! ¡ Hostia vuestros actos de obe ­ diencia, de humildad, de caridad fraterna ! ¡ Hostja vuestros men ores renunciamientos interiores o exte­ riores ! ¡ Hostia aquel esfuerzo continuo que desple­ gáis en la fidelidad a la regla de Ja comunidad o a vuestro plan de vida ! Toda8 vuestras ac ciones. aun las más vulgares, perfeccionadas por el amor, pue­ den ser ofrecidas a Dios den t ro de vosotros, como otras tantas hostias que le son agradables por su Hij o Jesús, cuy os miembros vivos sois. ¡ Dichosa el alma que celebra así continuamente, en su templo interior, esta sagrada liturgia del sacri­ ficio, aco¡npañán dola del incienso de las plegarias y de la armonía sublime de los actos de amor ! ¡ Pre­ ludia aquí ahaj o aquella vida del Cielo donde, s egún el Apóstol San Juan, nuestro Pontífice Jesús, ej er­ ciendo las funciones de su eterno sacerdocio, presi­ dirá a la concurrencia de los elegidos para ofrecer a la adorable Trinidad el culto perfecto de 1a Iglesia a

agradables

triunfante ! ( Apoc., 4-5).

Si es verdad que son necesarios �eríos esfuerzos para adquirir el hábito del recogimiento interior y para vivir en intimidad con el Dios presente en nos­ otros, las dulz uras q ue se escou.;Ien en es te santo co­ mercio, bien valen.- ¡ y aun c on creces ?:-�lo q ue cues­ tan. ¡ Oh, cuá n bueno, cuán suave es; Señor, vues­ tro espíritu

en

nos ot ros ! , está eacrito

cu

el l i bro de


AMOR DE DIO S , l:>R �:ShiYl' E l�

N O SO'fR O S

227

la Sabiduría ( 12, 1 ). Cierto es que no está e n nues­ tro poder el granj earnos ni aun merecer en abs oluto estos deleites divinos que nos dan a sentir experi­ mentalmente la presencia íntima de Dios ; pero po­ demos disponernos para recibidos, expezan do por re­ cogernos y ej ercitar la mortificación. El mismo Dios, q ue ha fi j ado su morada en nues · tra alma, nos invita a entrar en este santuar io íntimo por medio de las i n s p i rac i o n es de su �rac1 a, y no con· sentiría que, un poco más pro nto" o más tard e, no lo en c u entre el alma generosa que sinceramente le busca. Entonces conocerá por propia experiencia que la vida de unión con Dios es el Cielo incoado aq uí abaj o, y podrá repetir con Santa Teresa del N i ño Jesús : ccNo a ci e r t o a conocer qué es lo q ue tendré de más en el Cielo de lo que tengo en la ti erra. Veré, es cierto, a Dios ; p ero cuanto a estar con El, ya lo estoy por completo en la tierra . >) AFEC TO S

Y

ORACIÓN

¡ Vos m e amáis, Dios mío, y habitái s en mí ! ¡ He aqu í una gran luz del mundo sobrenatural con que, i luminada mi alma, ansio¡.:¡a de ideal, concibe gene­ rosos pensamientos y descubre magníficos horizon­ tes ! Hasta aq uí, ¡ oh Dios mío ! , no he aprovechado con ­ venientemente este misterio, de donde la gracia y la dicha brotan a borb otones ; este festín, en que se pue de comer siempre sin sacia rse j amás ; esta verdad com­ pleta, q ue contiene el Ciel o en sustanda . . . Absor b ida por las ocupaciones exteriores, no ha sabido fr ena r la loca imaginación, ni dominar los sentidos, ni santifi ­ c a r el corazón ; y por ello m i vi da de rt-co!d m i ento y de u n i ón con Vos es tan intermitente y tan flo_j a . . .


l'AH1 E 1 1 .

CA P .

8

Pcru acaLáis, Señor de encender el l m i alma u n a sed ardiente . . . , y quiero ponerme en cami n o hac '.a esta tierra de Promisión q ue vuestra �racia me ha descubierto, aun cuando sea preciso para arribar a ella atravesar un largo des i erto y semb rar el cami­ no con pequeños y grandes sacrificios. ¡ Ved aquí que me dirij o hacia Vos, Dios de mi co· razón ! No llevo más provisi ón para el camino sino un poco de buena voluntad y mucha confianza en vuestra bondad. El Cielo de la eternidad se h a p r o ­ meti d o a los que se hacen violencia. <CLos que s e ha­ cen violencia s o n los que lo arrebatan » , di_j isteis. ¡ Oh e t e rn a verdad ! ¡ Yo q uiero arrebatar pqr la confian­ z a el Cielo interior de mi alma ! Quiero entrar en él , encerrarme en él para siempre, para allí vivir con Vos en dulce intimidad. No descansa ré hasta que os haya encontrado, ¡ oh mi Bienaventuranza infinita ! Vos d e ­ clarasteis a u n a d e vuestras confidentes q u e (\las almas confi adas s o n las que r ob a n vu estras gracias » . Pues bien : ¡ confío en Vos, todo lo espero de vuestra ge­ ·neros idad divina !_' Estos gra ndes deseos me vienen de Vos ; no son, pues irrealizab]es . lo sé bien . . ¡ No me debéis n a d a ! Pero sois b u en o . . . y espero. Señor ! , os diré con el salmista ( 1 30, 1 ) : IV o voy

de grandezas ni de cosas superiores a mí. No pido aquell os favores excepc ionales con que p re­ miáis a vuestr os privilegiados, a los c ua les os com u ­ nicáis d e una m<J,nera sen si ble y marnvillosa . Sólo quie­ I O q ue os encontré is a gusto e n mi casa . Q ue seáis en e11a el único . amad o y antes q ue nadie servido. Q u i e · ro trataros como a Padre, como amip;o, com o familiar en la morada de rn.i alma. De or<l i muio su elo ser afa­ ble, servicial con los q ue me visitan ; y ;. sólo seré fría e i n d i ferente con Vos, j oh Tri n i dad sant ísima ! , q ue permanecéi :s en mí'? ¡ Oh. no ! ¡ La más ligen i n ­ del i ca d eza con Vos sería i ncalifi cable ! en os

pos


AMOR

DE

DIOS.

P H E S F.NTF.

EN

l\" O S OT H O S

229

No se tr.ata de evitar el pacado mortal ; con vuc>;­ tra gracia. ¡ oh Dios mío ! , me parece que .antes prefp. riria morir que arro j aros de m i alma. Pero, además estoy resuelta a n o cometer la menor falta venial de­ li b erada, y evitar las imperfecciones voluntarias q u e manchan y afean mi templo interior. debilitan m i i n ­ intimidad con Vos y paralizan las m aravillas de santi ­ dad oue Vos d ese ái s realizar en m i corazt')n . ¡ Oh Dios, Espíritu Santo, Fori ador de to<la helleza

interior ! , proseguid sin descanso el traba i o de embe­ llecimiento de este templo que es mi pobre alma . . . Os lo suplico : no descanséis j atrtá s, no d ei éi s de trn ­ ba iar en mí . . . ¡ Iluminadme. afervorizadmc, corregidme, i nspira<l ­ me. ahrasadme ! Y, al c ab o, realizad Vos mismo Ja unión tan deseáda d e mi alma con el Bien soberan o que la ha arrebatado ! ;. Cuándo llega rá es te tri u n fo d.� vuestro amor? .·

¿. Cuándo

Esposa?

me

dejaréis oír el Veni del Esposo a Ja

·¡ Oh Jesús, mi Jesús del Calvario y del altar ! , h c1 héis pa�ado con vuestra sangre la grada que implo­ ro ; ;,cómo me la podríais rehusar? S í . ¡ La espero <�e vuestro amor misericordioso ! Amor en el sacrificio, paz en la unión, un ión en el goce de Ja Trinidad, he aq u í el término del viaj e que emprendQ hacia Vos. ¡ oh Jesús !'. ·


TERCERA APLICACIONES

PARTE� PRÁCTICA"

CAPITULO PRIMERO AMOR PERSONAL DE DIOS A CADA UNO DE NOSOTROS

El

misterio de la Eucaristía y el de la habitación de Dios en nosotros por la gracia santifieante nos manifiestan el carácter más conmovedor del amor: el que le da carácter personal para con cada uno de nosotros. En efecto, la hostia de mi comunión par. ticulariza para sólo mi provecho lm beneficios apor­ tados al mundo por Jesús; y la gracia santificante recibida en el Bautismo es un don divino que me con­ cierne a mí solo, y que estable.Ce �ntre la adorable Tri­

nidad y mi alma relaciones del todo nersonales e ín­ timas. Y o soy, pues, yo solo, indencndientemente rlel resto de los hombres. soy a quien Dios busca, a quien Dios ama, a quien Dios quiere unirse estrechamente. Es ésta una verdad de capital importancia, que mm­ ca será bastantemente meditada, y sin la cual este es­ tudio sobre el amor divino sería indicaz para nue8tra vida espiritual. «Para que el amor de Dfos prend.'1 luego en el alma-d�cía el bienaventurado Padre Ev­ rnard-es preciso concentrarlo todo entero sobre cada uno como una lente poderosa.)> De suerte que la fe en


AMOR PERSONAL DE DIOS

A CAllA UNO Df. '.'JOSOTROS

231

el amor de Dios no oroducirá to:fos sus efectos . .;;ino cuando Ile�ue uno a decirse con convicción inquebran· table: «Yo, granito de arena penHdo en la extensión del Universo, soy objeto de la solicitud particular de Dios; El me con oce por mi nombre, me mira como :si yo estuviera so l o en el mundo; o cuyo un lugar en su pensamiento y en su Corazón ... Aquí está la paz, aquí el e-ozo, aquí el progreso en la �antidad. n Cuando leemos Jac:; vidas de los santos con los ojos illLminados del rornzón. de nue h?.hia San Pablo. nos admiramos df" 1a importancia exc"'pcional que daban a esta verdad del amor personal de Dios para con ellos. Todog meditaron y entendieron, cada uno a su modo. aquella magní-fica sentencia de San Juan: No· ,o;ofros hemn.o; conocida Pl amnr qur> Dio.o; nos tiene. 'Y kemos creído en éfo ( 1 /n., 4. 16t Sobre esta fe en el amor echaron los fundaméntos inauebrantables le su edificio esniritual. Y es así que la perfección es una obra difícil. v para decidirse a emprenderla �<i. necesario amar a Dios, a qufon deseamos complacrr. Ved al Angel Gahrif"l en el misterio de la Anunriación: oara obtener de la humilde Virgen María el Fíat qu� haría rle ella la Madre del Mesías paciente--J\fadre eme había de tener el pecho atravesado por siete espadas de dolor-, empieza por ase�rarla eme ha hallado e;racia delante de Dios. j Qué f'ortalew comunica se­ me i an le persuasión ! Santa Teresa de Jesús conocía bien el mismo ca­ mino: c ada vez que quiere obtener de sus hijas al�u· na J?;enerosa determinación en orden al progreso es­ oii:itual, es de notar que no les presenta a l ·1\'Iaestro bue n o sino haio esta frase sugestiva: (<Aquel que tan­ to nos ha amado ... Aquel que os ama tanto ... n Si quie­ re definirles la oración, les habla de ella �omu de urui conversación a solas con Aquel que nos ama. La fe en el amor de Dios es, pu�, una condición necesaria para


l'AllTr: 11!

-

f'-\P.

la vida de oración. En· efecto, ;,qué intimidad pue­ de te ner con Jesús quien olvida su amor. quien le tles­ con·oce o le ignora? ccCon una naturaleza como la nues­ tra-·decía la misma santa-nos es imposible, a mi parecer, tener valor para �randes cosas �i no com­ prendemos que somos favorecidos de Dio�.)> Fiel a las enseñanzas de su Madre. Teresa conoció la importancia de la fe en el amor personal de Dios. e hizo de ella la raíz de su vida interior. raíz escondida, pero vigorosa, sobre la cual florecieron simultánea­ mente todas las virtudes que admiramos en ella. Cuan· do se ofreció como víctima de holocausto al Ainor mi­ sericordioso, iba manifiestamente guiada por el �n­ samiento de que Dios la amaba a eHa nersonalmente. como si estuviera sola en el mundo. Consideraba los misterios de la Encamación v ,L� �a Redención com si únicamente para ella se hubiesen cumplido. «Puesto que me habéis amad'o--escribe-hasta darme a vuestro Hijo Unigénito para qu e sea mi Salvador y mi Esposo. míos son los tesoros :infi­ nitos de sus méritos; os lo ofrezco dichosísima, supli­ cándoos mi miréis a través de la Faz ele Jesú::; y en su Corazón abrasado de amor. )1 Más aún: se aoropia los méritos de los s�ntos, ¡;;us actos de amor v los de los santos ángeles, el amor y los méritos de la Santísima Vir�en, para ofrecerlos a la beatísima Trinidad. Es our se siente v se sabe ama­ da, no solamente por su Madre del Cielo y por Jesú8, sino también por todos los bianeventurados de la cor­ te celestial. Y puesto que el amor hace comunes los bienes entre los que se aman� es natural que Tercs.1 eche mano de los Tesoros de sus amigos. De esta fe en el amor que le tienen los ele�idos v los ángeles del Cielo, habla Tcrcs�1 candorosamente en el relato- que hace de la terrible prueba de sus escrú­ pulos a la edad de catQrce añQs. No pudiendo �hrir �TJ ..

-

·


AMOR PERSONAL Dio: l>IOS

\ CMIA Uf\O

rn: �OSO'J'ROS

21.�

madrina María, que había entrado en el y hermanitas que la han precedido volando al Cielo, v como prue· ba de su afecto, les pide la paz. «La respuesta-nos dice-no se hizo esperar: pronto vino la "Paz a inun­ dar mi alma de sus deliciosos torrentes: «Me amaban. 1mes, no solamente en la tierra� sino también en el

alma

a

su

Carmelo, vuélvese hacia sus hermanitos

Cielo.1>

Esta persuasión, que la colmaba de felicidad, que­ en ot r a ocasión afianzada por un su�ño misterio­ so, en que la san ta niña recibió de la vcnernble Ma­ dre Ana de Jesús, fundadora del �armelo en Francia, tales caricias, que se reconocía incapaz de dar a cono· cer su dulzura. «Al despertar-son sus nalahras-sen­

tí que hay Cielo, y que el Cielo está poblado de almas que me quieren y me miran como hiJa. )) El alma que posee tal fe en el amor de Dios, de T esús, de María, de los ángeles y de los santo8, huelga añadir que llega rápidamente a la cumbre de fo per­ fección: sube por un ascen .. or maravilloso. Mas, ;,cómo podré yo creer que soy amatfa de •.;stC" mundo?, objetarán ciertas almas conscientés de su miseria. Sí. podéis y debéis creerlo. porque si hay en el mundo una verdad cierta, es ésta. Y, en primer luJ?;ar, si habéis entendido el carác­ ter gratuito y previsor del amor de D1os a su!:l cria­ turas. no vacilará vuestra fe a la vista de vuestros propios dem�ritos. Además, habéis de persuadiro� que Oios os ama no sólo en �eneral, como unidadr:s que forman un todo, sino que os ama individualmente, con todas las notas características que hacP.n que cada cual sea fulano v no t"\tro cualcr•liera. El mismo n os lo afirma en las Sa�radas Escrituras: Como una madre ama a su hiio único, así os amo Yo (2 Re'res, l, 26). �<Dios ama tanto a cada uno de los hombres como a.l gép.e�Q hµnu�nQ �nt�rq; el �Q v �l número nada .


231

PARTt; 111.-

Cl\l'.

1

valen ante sus oiosn (J oubert). Y este amm, aunque sea distinto en !US dones, es uno e indivisible en su

esencia. Más aún, que del amor de una madre puede deci rse de él: «Cada· uno tiene su parte y todos la tienen por entero.» El Señor dió a conocer a una santa reli�iosa (Ma­ dre María Ana Clemente) la alegría qu e había tenido

al encarnarse por amor de ella. Ir:l mismo decía ::i. Santa Gertrudis: <cAl mirar el crucifijo, cada uno debería pensar en su corazón que se dirüzen a �l per­ sonahnente esta s tiernas palabras: Si fuera preciso para salvarte, soportaría valuntariamente rle nuevo, por ti solo, todo lo que llegué a padecer por todo el mundo.)> No se pueden leer it�n emoción estas palabra!"i que nn antiguo escritor pone en los labios de Jesús: «En Ti pensaba en mi agonía. Por Tj vertí tantas go­ tas de sangre . Siempre te tengo presente Soy más amigo tuyo que fulano v zutano. Más ardientemente te amo que lo que tú amaste sus inmundkias)) (El mis­ terio de fesús ). «El Corazón de Dios es infinito-dice San Fnm ­ cisco de Sales-. Todas las almas pueden poseerlo como si estuviese hecho para una bOla de ellas. El 801 no mira menos una rosa y millones de flores que si mirara a una sola. Y Dios no guarda menos su amor pa ra un alma, aunque a la vez ama a millones de almas, que si amara a una sola.)> . La conclusión práctica que de todo lo que· hemo� estudiado anteriormente se deduce, es ésta: Dios me conoce por mi nombre, me ama personalmente: pien­ sa en mí y se interesa por mis net�esidades hasta en los mínimos pormenores. Ningún superior cuidó .ia· más de su subalterno, _jamás hubo padre o madre que miraran de su .hijo único con tanta solicítud y chri­ videncia como el Padre celestial lo hace de mí. Tiene contados el número de los cabellos de mi cabeza, y .

·

.

.

.


AMOR r•:HSO[\,\(. DE lllOS

A r.AIH lJNO

m;

l\llSOTHOI'

2:\:i

ni uno sólo cae sin su permiso. El gohierno general del Universo no interesa. más a su providencia que la direción particular de mi humilde per.;ona. De tal ma­ nera estoy rodeada por todas partes de su amor, que nada puede lle�ar hasta mí sin p as ar antes por �ta especie de cinturón. Señor.---a -'{! ntaba el salmista-, nos habéis rodeado de vuestro amor ccmo con un escudo (Sal 5, 12). Por tanto. nada tene;o que temer de parte de las criaturas: nada pueden hacerme sin permiso de mi Pa dre celestial_2 y este temísimo Padre no dejará pasar sino lo que pnedq. serme útil y ne­ .•

cesano.

¿Quién podrá decir la dicha que inunda a un alma pequeña penetrada de estas verd:ides? Vale más ex­

perimentarlo que oírlo. ;,Por qué no hacer esta tan feliz experiencia, alma pequeña que lees estas páginas';' A ti, a ti sola se dirige el presente capítulo. Te tomo tal como eres: débil, imperfecta. aver todavía culpable, quizá, v llena por dentro de indi­ ·naciones malas, que te hicieron en ocas1ones dudar de la sinceridad de tu arrepentimiento� aun cuando tu,. deseo sea sincero; n adie te conoce fueJ·a del círcu­ lo limitado de tu familia_, de tus amistades, de tu co­ munidad. A juicio del mundo, tu importi:incia es tan insignificante, que es tenida en nada en el engranaje de las actividade� s o c iales. Las cuestiones de orden público no te atañen, y nunca te consultarán lo� que las discuten. En una palabra, estás como perdida en la· turba anónima que te rodea y todc en el mundo sublunar sigue su camino sin que intervengas en ello. Y, sin embargo, ;,lo creerás? El principio de tu historia se remonta muy alto, tan alto, que para en­ contrarlo es preciso penetrar en el pensamiento eterno de Dios. Allí existes desde siemprP. Sigios v siglo� antes que el Universo fuera crea.do. estahas al1í, ro­ deada de los esplendores de l a bondad de Dios y de


236

PARTE m.-r.i\r.

1

los lumionsos designios qm." formaba &0hre ti. Más todavía aún: ya entonces eras objeto de un amor especial, soberano, infinito; más querida de Dios que toda la creación material, con sus riquezas y sus mu­ nificencia�. Y cuando llegb el momento de crearte, Dios te escogió libremente, a ti y no a otra. con prefe.ren•-:ia a un número infinito de seres posibles. que perma­ necerán siempre posibles. Ahora bien-: fa elección es el acto supremo del amor. Si, pues. exii:;tes. es porque has sido amada. El rayo que salió del Corazón de Dioi:; te alcanzó directamen•e en el .'.lhismo de la nadn, ele donde su amor creador te sacaba. No íué la casualidad o _el capricho lo que te dió el ser v Ja vida. Dios te de¡;tinaha un desümio provi­ dencial crue cumplir en la tierra: tenías que ocunar el lugar determinado por Él en el plan aue f:1 hahfa narticularmente concebido desde toda la eternidad. Tanto, que,. al crearte Dios, se decía: !<Esta alma me proporcionará tal �rado de gloria, me dr.rá un amor que no quiero Tecibir de otra, sino de ella sola. )1 Mi"­ terio conmovedor: de ti, de tn libertad. depende un trib'üto especial que en vano esoerará Dios si lo frus­ tr.as. ¡Y piensa a vecP-s qué nada vales ante i;us ojos! ¡Ah!, si supieses lo que eres para su Corazón, no sabría� vivir sin Él. v cómo Él tampoco está contento '3in ti. Cuando viniste al mundo. Dios se incliiló sobre .tu cuna con mucho más amor que tu misma madre Alcgrábase porque empezaba con tu vida a escribir una- nueva página en el libro de sus misericordi�o;. Sin tardar, como si hubiera temido que te escapases. vino a ti-en su Trinidad de Pcrsonas--en la hora de tu bautismo : tomó posesión de tu alma e hizo de ella una deliciosa mQrada, esp(frando pacientemente


AMOll PERSOi"AL DI!: DIOS

A <.:ADA UNO

DE NOSOTHO._

el despertar de tu razón p ara obtener de ti

retorno de

·

amor.

2;1;

algún

Incorporada a Jesucristo por la gracia, hecha hija adoptiva del Padre y templo del E spí ri tu Santo, pue­ des, con razón, pensar y decir: ccYo entré en los eter­ nos dei;ignios de Dios: al decretar la Encarnación de su Verbo, tuve un lugar señalado en el plan de la Redención. Cada vez que me acerco a !os Sacra­ mentos, abre la Iglesia en favor mío sus tesoros espi­ rituales: míos son, de ellos me �rovecho como si

mí sola

me perteneciesen.» Cuando el Hijo de Dios decretó venir a habitar en la tierra, y dijo por su Profeta: ,\fis delicias son estar con los hijos de los hombres, µensaba en ti, ahna pequeña, sentía el atractivo que ejercías sobre su Co­ razón, y gozaba de antemano con la felicidad y los consuelos que su venid a a la tierra y su presencia real en la E.ucaristía habían de proporcionarte. En cada uno de los misterios de su vida mortal te tenía especiahnente presente. Su pensamieutc, tan vas­ to, tan penetrante, estuvo sin cesar fiio en ti. Esta verdad no necesita una revelación particular para ser creída, puesto que descansa s o b re la sana teología, qµe atribuye a Jesús, desde su Encamación, toda la ciencia infusa necesaria para su misión redentora. Muy bien había enten di do esta verdad el alma pe­ queña que escribía las línas siguientes, deliciosas y verdaderas: «Sí, Jesús, d otado de una ciencia per­ fecta, pensaba en mí y me envolvía con su amor desde el seno de su Madre. En su cuna me veía y se decía: se sentirá conmovida «Algún día mi pequeña M Me amará como viéndome por ella doliente y pobre desterrado del volunta,riamente ito, Herman su divino en 11:1 tierra.» aquí lado su a Cielo para venir a vivir >lMás tarde, durante su vida oculta en Nazaret, el <livino Adolescente trabajaba y pen5aha r.n mí; prea

. . .

. . .


2.18

l•ARtE HI.-CAP.

1

veía los trabajos oscuros y fatigosos a los cuales yo me vería su_jeta, y qui so santificarlos ofreciéndolos desde entonces, con los suyos, para gloria de su Pa­ dre y salvación de las almas... ¡Oh, cuán dulce se hace mi labor, merced a este pensamiento ! »Cuando recorría los caminos de Palestina, Jesús fi i aba también sobre mí su pensamiento, cargado de conmiseración y de ternura. Estas correrías apostó­ licas lo muestran yendo en busca de las almas, y com­ prendo que es la mía la que quiere conquistar. Escucho sus palabras, de exquisita dulzura, diri�idas a la mul­ titud: «Yo soy el buen Pastor, c on ozco mis ovejas . . . >> Al pronunciarlas me di vis a ba en Ja lejanía de los siglos; me distinguía entre millares de ot r os que ha­ bían de llegarse a Él en el decm·so de todas lao Edit· des. Me conocía por mi nombre; ya entonces era yo su pob re ovejita, que Él rodearía de cuidados a..-3iduos, que buscaría a precio de mil fatigas v llevaría tier­ namente sobre sus hombros en horas difíciles y som­ brías... ¡Oh mi buen Pastor! Guárdame siempre, es­ trechándome entre tus brazos, porque sov siempre dé· hil y pequeña, la más débil y la más pequeña de tu rebaño ... »Sí, me complazco en creerlo: Jesús se dirigía a mí cuando hablaba a sus oyentes de entonces . . . Sabía que yo había de leer un día sus dh,;na.s palabras, consignadas en el Evangelio. Él es quien inspiró a los Apóstoles que las recogieran para que llegasen a mí en el tiempo presente. Sí; al leer esta carta de mi Jesús, que ha atravesado los siglos con mi dirección oersonal, siento que está escrita para mí� pues tan bien responde a las necesidades de mi alma. Por eso la invitación hecha al joven ri c o halló eco en mi alma el día que me resolví a orientar mi vida . . . A.un ahorn,

cada pero

vez

qu� leo la pregunta hel:ha al Apóstol infiel, ya arrepentido: «;,Me amas?)', todo mi ser se


AMün r•msol\AI. DE

DIOS

A <:Al)A UMi

or..: !\!ISO rlWS

2J9

estremece, y mis ojos se humedecen Porque soy real­ mente yo a quien lo pregunta. ¡Oh Jesús mío!, Tú ves el fondo de mi co razón ... , Tú sabes bien que te amo. Cuando abro los Libros Sagrados y pasan ante mis ojos estos textos encantadores: «Venid a Mí to­ dos los que trabajáis y estáis cargados, que Yo os aliviaré», ccSi alguno tiene sed, venp:a a Mí y beba», re Venid a mi escuela, porque soy manso y humilde de corazón», «Como mi Padre me ha amado, Yo también os amo>), c reo escuchar su voz, que me habla directamente, v le contesto a menddo: «Üh amadí­ simo Jesús, dices palabras tan tiernas. que haces llorar . » ¡Dichosa serás tú, alma pequeña, cuando sepas leer el Evangelio con este espíritu! . . .

.

.

Existe otro libro, exclusivo para ti sola, y que nadie en el mundo podrá leer como lo lees tú ; es el de tu historia íntima, de esta . historia que conoces a fondo, y cada una de sus páJ?;inas contiene una revelación personal del amor de Dios... Abrelo de cuando en cuando. Repasa en tu memoria las mil delicadezas de que has sido obj eto por parte de Jesús, las gracias interiores con que te ha atraído suave­ mente a Sí y te ha perseguido incan8ablemente tras cada uno de tus errores y extravíos; los avances de su misericordia para remedio de tu indiferencia, su paciencia sin límites hasta triunfar de tus ingratitu­ des... Recuerda la generosidad de sus perdones, la dufzura de sus beneficios, la divina exhuberancia de su gozo cuando logró obtener una partecita de tu pobre corazón y halló en tu tíniido buen deseo una ocasión para entregar�e a ti con �us mejores dones No se detuvo ni por tus traiciones, ni PCJT tus co­ . . .

bardías ccCuarnlo Dios cobra afecto a un alma-de­ cía San Vicente de Paúl--, por traiciones que le haga . . .


J•An'h:

111.

·

L\I'.

esta alma, siempre la soporta.>> Y éstfl es verdadera.­ mente tu caso. Busca más todavía� revuelve tu pasado, y enc on ­ trarás un número indefinido de menudas coinciden­ cias providenciales que eEtán ordenadas solamente para nuestro rep;alo. Detente despacio en esos porme· nores, que, refiriéndolos al amor divino, impresionan algunas veces más vivament� que las �randes gracias a todos concedidas. Las almas delicadas, que se emo­ cionan de a�radecimiento y de te rn ura al recordar estas menudas coincidencias, estos dones gratuitos del amor divino, siempre en a cecho, son las que JesÚ8 se complace en colmar de favores, pues su Corazón es infinitamente agradecido a las gracias que se le dan. No seamos de aquellas almas egoístas que disfrutan de los beneficios de Dios sin alzar el nensamiento al Bienheéhor de quien las reciben, como hacen los niños pequeños� cuya inconsciencia no les permite sonrefr a su madre, que los rodea de asiduos cuidados. El alma, fiel en reconocer el amor <ie Jesús en los pormenores agradables de la vida cotidiana, acaba por descubrirlos, aun en los sucesos más terribles y en las pruebas más duras, donde siempre dej a es­ tampada alguna huella de su mano divina. Tal vez reconoce que Dios ha tenido en cuenta su flaqueza y atenuado el rigor del golpe con alguna circunstancia conmovedora; tal vez echa de ver que ha }!echo las cosas precisamente en el tiempo mejor v en las cir­ cunstancias más convenientes, sopesando la cruz antes de echarla sohie sus hombros y acompañándola de una g-racia excepcional. Otras veces advierte cómo espió el momento favorable para exi1?;ir tal acto de virtud o imponer tal renunciamiento. Casi siempre cuando te iba a exigir grandes sacrificios, te los ha he.cho presen'ir, disponiendo a c-llos suavemente tu pobre voluntad, que hubiera dt>�faJledoo si la huhie-


AMoU PLl!sn:-,At. o.: 1l1os ran

\ r:AnA tJ:-;n n1·:

i\OsoTno�.

241

cogido de improviso. Suavemente sorptendida y

llena de gratitud, acude a tus labios aquella sentencia profunda de los Libros Sagrados: Señor. con e�dre· mado miramiento nos l{obiernas ( Sab., 12, ] 8). Cierto que los ojos arrasados en lál!,rimas no sicm·· pre logran discernir a primera vista semejantes de­ licadezas de] amor divino; mas apena5 al primer so­ bresalto de la naturaleza jadeante sucede la hora de la reflexión y la calma, luego descubre que el amor todo lo ha dispuesto con una previsión ingeniosa y sabia para sacar resultados mara\lillosos de la prueba o de la dificultad que en un principio le parecían in· superables. Más tarde, cuando el tiempo viene a escla­ recer l os acontecimientos, se confirma con una nueva experiencia en su Je, en el amor a través de todo, y queda para siempre persuadida, como dice un autor espiritual, «que puede llevarla derecha al fin, aun cuando le asalten sospechas de caminar torcida» (Mgr.

Gav).

A estas consideraciones sobre el amor personal de Dios puedes, alma pequeña, añadir otras muchas� que sería prolijo enumerar ahora, pero que puedes con

gran provecho detenerte en meditarlas piadosamente; \'erbigracia, la presencia continua de tu ángel .custo­ dio, la ternura maternal de la Santísima Virgen, que te rodea con solicitud, mil veces experimentada; la solicitud, iba a decir fraternal, con que se intP-resan por ti los ángeles y santo s del Cielo ; los auxilios de orden especial que encuentras en tu estado particu­ lar, todo ello forma parte del amor personal que Dios te tiene. Y si tienes la suerte de -estar consa­ grada a Él con los lazos sagrados de la profesión re­ ligiosa, i qué fácil te es el creer en el amor privile­ giado de Aquel que te eligió! ;,No es verdad que a cada paso de tu vida te espera Jes1ís con una nueva invención de· 'lU ternura. combinando. como un ar-


PARTE III.-CAP.

242

l

tista infinitamente sabio, todas las disposiciones de su providencia acerca de ti, a fin de atraerte a la íntima unión con Él? Y aún queda lo principal: es· pecialmente para ti. Dios te prepara una eternidad de goces incomprensibles. Allá arriba tienes un lugar :;eñalado: te espera. La gloria )1 la belleza que te aguar­ dan en el Cielo serán para ti sola, te distinguirán a ti entre la muchedumbre de bienaventurados. Además, aquel gozo, aquel esplendor, aquellas recompensas eter­ nas, están de tal suerte al alcance de tus esfuerzos, que las puedes gana r aun por medio de las acciones más pequeñas, ejecutadas en estado de �racia, y las estás ganando en este momen to con la lectura que haces con el intento de acercarte más a Dios . Ya lo ves� alma pequeña: el amor divino se de.ja sentir en todo y en todas partes, se desborda en prue­ bas magníficas, hasta en los pormenores más insig­ nificantes de tu vida. Verdaderamente que para no e�harlo de ver sería preciso obstinarse en cerrar los .

OJOS.

Sin embaq�o-y es triste tenerlo que decir--, hay almas que no quieren mirarlo cara a cara, porque temen las conclusiones prácticas que se deducen de esta verdad Tendrían que desprenderse definitiva­ mente de la tibieza y la cobardía, romper ciertas ataduras, renunciar a algunas satisfacciones egoís­ tas o pecaminosas. Porque claro es que, a menos de ser un monstruo, no se puede creer en el amor de Dios sin querer amarle en retorno, y amarle cueste lo. que costare. El amor de Dios es inexorabl� cuando llega a penetrar en un corazón. Es un fuego devo­ rador, en el cual vienen a consumirse todas ]as ba­ gatelas que divierten al espíritu o al coi azón, como las mariposas se queman en la luz de una vela He .

.

.

.

.

.

aquí µor qué las almas poco generosas se guardan bien de acercar�e Otras hay para quienes esta ver.

.

.


AMOR

l'l:'.ftStiNAt. nE b!OS

A

!M·�

CADA ÍJ\O D¡.; NOSOIROS

dad

carec e de importancia y no ofre.::e ningún inte­ rés. En el fondo no son malas,pero exigen sencilla­ mente que las d ej en en paz disfrutar de sus ent rete ­

nimientos, y que no las inquieten con doctrinas que ellas llaman nuevas . Ojos sin luz, corazones sin fue­ go, casi sie:tppre están contentos con lo que tienen y M burlan de los que manifiestan aspiraciones más elevadas, ambiciones más celestiales. Compadezcámoslas, recemos por ellas y, sobre to· do, esforcémonos con toda el alma por consolar a Jesús, que sufre �anto al ver desconocido su amor. .

.

¿Cómo lo haremos? Cultivando sin cesar la /e en su amor. Así corresponderemos a su más ardiente de­ seo. «;,Quieres darme gusto ?-preguntaba a sor Be­ nigna Consolata-. C r ee en mi amor. ¡,Quieres darme el mayor de todos l os gustos? Cree sin limitación en mi amor. Cuanto más crees en mi amor, mavor es mi gusto: no pongas límites en esta fe en m1 ·

amor.»

Conozco almas pequeñas que han hallado �u ca· mi no de Damasco en esta suave revelación del amor de Jesús para con ellas. Voy a permitirme citar a una de ellas que recientemente me escrihfa sobre este particular.. « ¡Si hubiese conocido ante:-; este amor! . . Las luces que acabo de recibir me hacen lamentar los años pe rdi d os ... , sí, perdidos... Todo está por rehacer en el trabajo de mi santificación; pero vuelvo a comenzar con resuelta voluntad. La primera piedra sobre la cual voy a construir es la fe en el amor de Dios, y la segunda piedra y la ter cera v la última será n siempre la fe en el amor de Dios. Lo he comprendido: si aeo en el amor de Dios para conmigo, le amaré yo misma en retorno-y cuan· to más crea en él, más le amaré-, y si amo, los ma· vores sacrificios no importan con tal de dar gusto a la persona amada . Llevaba hechos más de cien pro.

.

­

.

.


i " \ IH I". l t l .

f. A P.

1

yeetos, q ue n o me dieron re:mltado ; pe ro a h o ra sé bien por qué aguas he de navegar : s o v ama<la, a m o y obro en consecuencia. El programa n o '3s compli ­ cado ; sin duda q ue el camin o tiene menos revuélt.1 s, ii es menos brumoso y, sobre todo, m�nos solitario t e Escuch ad otro testimonio : «Desde qu es oy domi ­ n a da por la fuerza de esta verdad, el amor de 1 esús para con migo, la oración, la meditaci ón � la practica de la presenci a de Di os, la preparación para la Comu· nión, la acción de p;racias, j me son tan fád1es ! Y, en fin , todas las ocasiones me parecen buenas para acordarme q u e Jesús me a ma a mí, pobrecita alma" tanta s veces extraviada por el hambre de ser am:1da v de ama r . . . La experiencia q u e tengo de mi flaqueza hace posible n uevos extravíos ; pero m otivos te n�rn para confi ar q u e e< he vuelto a em pezar >t por última vez. Tengo la mano en el arado y no m e detendré antes de haber trazado el surc o . Tengo conciencia de que el impul so recibi do desde mi entrada en h «fe en el am o r )) será bastante más q u e un en tusias­ mo pasa j ero ; el res to de mi vida queda va b end ec ido con él.)> Ahñ.as pequeñas q ue habéis sido conquistadas para la verdad del amor que Dios os tiene, ; qué esperáis para entregaros a este soplo divino, para abrirle vues­ tros espíritus, para entregarle vuestros corazones? Po­ neos si n tard anza a consegu ir este bien que e s la fo en el amor, u n a fe convencida, ardiente, apasi onada ; ha réis q u e se estremezca el infiern o, que tanto teme al amor. Ten ed en cuenta q ue esta vj rt ud no tanto ha de ser el resultado que debéis esperar pasivamente después de una serie de pruebas evidentes� cu anto u n a disposición q ue debéis cul tivar, acrecentar y luegu a punta de lanza . . . Existen yacimientos defender profundos y misteriosos en algunas almas dotadas de relativa faeili dad pa ra practica r la fo en el amo r. .

.

.

.

.

. . .

.

.


AMOR Pt: H S O N A I . tu: IH O S

A t : t \ U .!\ I J i\l i m:

... o s o r R O S

.

2.J ;j

En todas, sin embargo, existe en �ermen desde el bautismo. La gracia santificante q ue nos hace hij os de Dios nos comunica la aptitud esencial para cr�er en el amor del Padre. · Esta aptitud es la q 1 1e debemos ej ercitar. ;, De qué m aner a ? Haciendo como las abe­ j as, que liban en flores variadas el i ul!Ci propio de cada una para componer el s ab or lÍn i co de la miel. A im itación de aquella alma peq ueña más arriba citada , aprovechaos de todo para hacer actos de fe en el amor de Jesús : t ra ba j o, oración, penas, alegrías, contrarie­ dades, todo puede servi r para cyltivar esta suave vir­ tu d, si sabéis extraer el zumo del amor qut en todo se oculta. Por ejemplo, en la oración, cuando contemplas es te o aquel otro misterio de l a vida mortal del Sal­ vador, trata de c o n si derarlo a l a luz del amor ; es ­ fuérzate por descubrir en él el amor que Jesús de­ muestra a l o s hombres, y concentra después todo este amor sobre ti misma en particular� pue� es real­ mente verdad q ue Jesús te amo a ti en tal y cual c i rcunstanci a. Haz a menudo el Via-Crucis con este espíritu : verás cómo el misterio de los padecimien ­ tos del Salvador te revelará secretos h asta aho ra insospech ados. Cuando te pones en oraci ón, pien sa q u e h ablas con A quel que te ama, y Jas d ivagaciones del espíritu se calmarán más fácilmente. Al penetrar por el dintel de la j glesia o de fa capilla, diri?;e en �eguida u n a mirada h acia el sa�rario, v lJi en sa q ue tu llegada alegra al divino Pri sionero del altar, pues tant<l te ama; y las visitas de los q u e amamos no� alegran el c o ra zó n Fuera d e los ejercicios de piedad hallarás mil y mil ocasiones de practicar la fe en el amor ; el uso de todas las cosas creadas ha de levan tar nuestro espíritu hacia Aquel que, en su amor, ha proveído A todas nuestras necesid ades c o n paternal �oliri tn cl . . . .

.

.

.

.


PAH TE

246

l l l . -- C A P .

1

;, Disfrutas de las caricias de un sol �1rimav eral, del perfume de las flores, del espectácul o de un hermoso paisa_i e? ;, Elevas en seguida el corazón de efu�iones de �ratitud hacia el Creador? Es el amor q men te prodüra todo esto. j Todo es de Él, todo está hecho por El, todo ha de ser para El ! Hacer incesante­ mente actos de fe en el amor, es verdaderamente vivir de amor. Y ;. no es éste el suprem o ideal de las almas pequeñas ?

El

amor

de Jes ucristo nos aprem ia, exclamaba el

Apóstol San Pablo ( 2 Cor., 5, 11). Con ello quería da r a ent ender q u e el pensamiento del am0r que Je�ús le tenía se convert ía en él en un aguij ón para el sa­ crificio, para las labores del apostolado, oara la prác­ tica de todas las virtudes. Así ha de ser en nosotros. Nuestra fe e n el amor de Dios carecería de valor, aunque pr odu j ese hermosos pensamientos v sentimien ­ tos gran des, si no lograse d��pertar nuestra voluntad µara el bi.en y su jetarla a la santa voluntad de Dios . Santo Tomás de Aquino, el prínci pe de la Teo­ logía, advierte delicad amente que la virtud de la ca­ ridad n o consiste en q u e Dios nos ame, sin o en q ue n osotros a memos a Dios. La fe en el amor que D i os n os tiene no es , pues, sino el punto Je _partida, una es pecie de trnm polín a que se a�arra la voluntad para tomar carrera en lo:3 caminos de la nerfección . Es preciso obrar conforme a la fe. Cuando la inteligen ­ cia ha reconocido una verdad, arrastra tras ella la voluntad . Aquí el amor llama al am or. Super fl u o parece e l insistir so b re est o : las almas rectas-y si'llo para ellas se escribe este lihro--:"sacan por sí solas todas l a s consecuencias lógicas de �u fe en el amor de Dios, sin que sea preciso seña!á rEelas. Esta virtud hace desaparecer p1·ontamenle en ellas todo cálculo, tod o egoísmo, c on el don de sí m ismas. La v ida de

foi;; !ó?a ntos !mmin i Rlra muchas pruebas de

�IJo;


AM O I! P•:R S O :'> A L D l� D I O S

A CADA U ;'li O

DE N O S 01"UOS

247

(. Quién dió a San Juan un val o r superior al de los demás Apóstoles du rante la Pasi.ón? No t;S teme­ rario creer que fué su fe en el amor de su buen Maestro . Llegó en él a aq uel grado en q ue t o d a va­ c il a ció n desaparece y t o da la famil iari dad es permiti d a . No se le ocurre que pueda parecer iactancia el nom­ brarse a sí mismo ((el discípulo que Jesús amabc rn . Por es o mereció el privilegio incomparnhle de ven;e elegido c om o susti luto del propio Jesús cerca de . su Santísima Madre. Estaha seguro del amor del Sal ­ vad o r ; el Salvador podía estar s�guro de él y con ­ ñarle, al morir, el t es o r o q u e m á s amaba !;Obre la tierra. Al ho jear la Vida de los santos podríamos

multiplicar

los ejemplos. Santa Oara de Asís , al

mo­

ment o de expirar, lanza sobre s u vida una mirada iluminada por las claridades próximas de la eter ­ nidad, y da grac ias a Dios por haberla amado y por haber velado sobre ella con el amor de una madre y la vij?;ilancia de un padre. Santa Teresa de Je;ús estaba tan convencida del amor de nuestro Señor para con ella , que se atrevía a· hacer uso de él para diri'1;irle tiernos reproches porque le deiaha a veces en una p rofunda aridez en la oración. No puedo re­ si stir a la tentación de citar por entero este deli­ cioso pasa j e, sacado de su Vida : 11 Es cierto que yo me he re!?alado l1 ov con el Se­ . ñor y atrevido a q u ej a r me de su Majestad� y le he dich o : ¿ Como. Dios mío, que n o ba sta que me ten éi s en esta miserable vida. y que por a m o r de Vos paso por ell o y quiero vivir adonde todo � embarazos para no gozaros, sino que he de comer, y do1mir, y negociar, y tratar con todos., y tc d o lo paso por amor de Vos, pues bien sabéis, Señor m Í(I, que me es t•n­

mento grandísimo. v q u e tan poquitos ratos como me qu edan pn ra g-o za r de Vos, me os escondáis? ;, Cómo �� cqmpadecf; esto crJ.n vuestra mist:rictJrdi(J? ¡,CómQ


l ' A. H TE 1 1 1 . -CAP.

l

puede su/rir el amor que me ten éis ? Creo, Se­ ñor, que si fuera posible poderrne esconder yo de Vos, como Pos de mí, que pienso ')'" creo del amo r que me tenéis, que no lo sufrierais ; m as os estáis Vos conmigo 'Y veisme siempre. l\'o s e sufre esto, Señor mío ; suplicoos miréis que se hace agravio a qu·:en tanto os ama» ( Vida, c. 37, n. 8) . Verdaderamente, no hay com o los santos para con ­ cebir semej antes pensamientos y para atreverse a ex­ lo

pre!';arlos tan sencillam ente. Pero aun cu ando no seamos santos.

temamos

no

. el imitarles en las cariñosas audaci as de su fe. Es ésta una excelente manera de coger a !esús por el Cora.zón, y, cierto� es muv vulnerable por este lad o . Teresita conoció y empleó esta treta d e amor filial que «le dió tan buen result� doi> . Invita a todas las almas pequeñas a seguirla por este camin o, en el que, cuanto más se avanza, más razones se descu ­ bren que justi:fiquen semej ante conducta de confiada familiaridad con Jesús. Era aficionada a apropiarse los textos de la Escri­ tura, que la ayudaban a cantar la" misericordias del Señor v a expresar su fe en el amor proveniente de Dios. Habíale Ilamado la aten ci ón, y Jo reten ía para aplicárselo a sí misma, este pasaje fiel libro de Eze ­ nuiel ( 16, 6-1 3 ) : Dice el Señ o r : Pasé iunto fl ti, :v he aquí que te ha bía lle{!ado el tiem no rle se r ama­ da ; r extendí sobre ti el extremo de mi 11ian to, y te presté iura nuw ro, y te hice m ía. Y te lavf con perfu.mes TJrecios os , r te vestí cnn vestidos recama­ dos. 'Y te di collares y pfrfum es de !!ran . 1:alo r. Te alim enté con flcw de harin a 1' m irl 'Y aceite. 'V que­ daste bellísima e n e.xtrem o 'l' tP hire r<'ina poderosa. no· ce S 1--contmua - --'!- . .T es u• s 1 1 1. z o l o u .J o �sto con m1go : , a l�er cada pa}ahr:i de CSte maravilf(�SO dría Vol VPT pa�aje v cfom osh·a r q ue s e ha cu m pl i d o en favo r m ÍP , » •

'


A MO R 1'1- : H S UN A L I>t.: l>I O S

A U.DA U N O

l>I:: ."i u S ü T I W S

2 l<J

;, Cuál . de entre nosotras, almas pequeñ as, no po­ drá decir otro tanto ? ;, No ha sido Jesús pródigo de sus dones para con nosotras? Si tuviésemos aquel i n s t i n t o de delicadeza refinada q ue aprecia las me­ no res gracias como regalos incomparables e inmere­ cidos, no cabe duda que p odrí am o s aplicarnos el mis­ mo lenguaj e que la humilde Teresita. Mas, ¡ ay ! , con harta frecuencia nuestro espíritu disipado apenas re­ para en las pruebas de ternura que Jesús nos otor­ ga. Por eso nuestros corazones pe1manecen fríoa y '3in impulsos hacia El ! Compren�o que a Santa Te.­ resa, tan agradecida al menor favor del Cielo y tan iluminada sobre el misterio del amor divino, le sor­ prendiese dolorosamente nuestra frialdad. «Jesú s --decía--n� encuentra sino ingratos e indi ferentes entre los que si�uen al mundo ; y aun entre sus pro­ pios discípul os halla, ¡ ay ! , pocos corazones q ue se entreguen sin reserva a la ternura de su amor in­ finito. » Al anochecer de su vida en el destierro, va casi agon i zante, su alma vuelve a emitir este wnido de santa melanc olía : (( ¡ Oh !'. ¡ Qué poco amado es Dios sobre la tierra ! No, D i os no es bastante ama ­ do. ,, Por lo cual formó el proyecto d� devolver a la tierra después de su muerte, a para hacer amar al Amor)) . ¡ Oh Santa Teresa, para atraern os al Amor, haz. n o s comprender cuán ama das somos ! AFECTO S

Y

P L F. G A R I A

¡ Oh ! Jesús mío ! , a vista de las �racias persona­ les que he reci bido de vuc�tro amor misericordi oso, mi pobre alm a se llena (le confusión y agradeci­ miento. Mi rostro se cubre de ver�üen za por ha­ he,r olvi dl:\dQ vuestros b�nefi�i c.s! tant.or:; r,n mí merQ


250

l'A ln' E I l f.·

delicados. En

c .1, p .

l

de con densarlos u n o por u n o minucionasamente, para despertar mi amor, m e he entretenido voluntariamente más en comparaciones injustas, pretendiendo paliar mi escaso progreso es­ piritua l con la distribución desigual de vuestros do­ nes. . . ¡ Me avergüenzo, Señor, de haber inferido a vuestro amor, tan liberal, semej ante in juria ! Lo con ­ fies o con lágrimas de arrepentimiento : las gracias de que me habéis colmado eran más que suficientes para llegar a la santidad ! Estas gra cias han reves ­ ti d o, en ciertas épocas de mi vida, un carácter de pre· visión y de delicadeza q u e d eb ieron enamorarme y atraerme para siempre a vuestro amor. Pero mi co­ razón grosero no supo comprenderlo y apreciarlo en su 1 usto valor. ¡ Perdón, Jesús, perdón ! Hoy, el cuadro maravilloso que ac ab a de presen­ ta r se a los o j os de mi fe ha dado un relieve im­ presionante a esta verdad, que va�a v confusa flo­ taba ante mi espíritu : la verdad del amor peren n e q u e me ter� éis. Aho ra s i ento q u e ahonda en mi al ma y echa en ella raíces, y que en adelan te, cual savia benéfica, va a vigorizar toda mi vida. Un nuevo día ha amanecido para mí ; mi corazón se siente corn o levanta do por un alegre entusiasmo, al pensar en nues­ tro amor. Se ri nde subyu�ado a la victoria de vues­ tros di vinos atractivos, ¡ oh Jesús ! Empieza a a va n ­ .zar por u n camino lleno de seguridad , c o n la fi rme resolución de n o volver i amás hacia atrás y no dete. ncrse hasta con quistar las alturas. Me amá is, ¡ oh Jesús ! , me amáis. ;. Qué máB necc· sito para ser dichosa? ;,Qué me importan , después de todo. l a pena o la alegría, el éxito o la.� humiJla. ciones, la salud o la en fermedad, las censu ras de los demás o sus alabanzas? Tod o esto es van o . todo va­ cí o y pasaj ero. Los bienes creados 5Óle ti enen una y tan

vez

,

amabilidad pr�s ta da.

Pesisto ele jr en

p o�

de ello&


AMOR l'E l t S O N A T . D I: O I O S A C.\ IJA l J :-1 0 D E "l O S OT R O S

2:í ]

como si p u di era n darme la paz y la felici dad. Mi po­ bre corazón, por tanto tiempo inquieto, ha hallado 1u lugar de reposo en Vos, en la sefl;uridad de vues­ tro amor. De hov más correrá con Ímpetu a la con­ quista de la uni ón íntima con Vos, j oh Jesús ! � pues para esto lo habéis hecho, y habéis abierto en él u n vacío que únicamente el i n finito puede Henar. La fe en vuestro amor, de hoy más fu ndamento de mi vida espiritual, dei a arrumbado tod o u n mundo de complicaciones sutiles en el traba i o de la perfec­ ción . Me entrego de una vez a le¡tdos vuestros que­ reres, con el alma gozosamente someti da a las exi­ �encias oel amor. Bien sé, ¡ oh Jesús !:, aue no pocos deberes, no pocas luchas, no pocos sacrificios me i mpondrá este pro�rama aparentemente sencill o y fá­ cil. Mi flaca n aturaleza se estremece recelando que la nueva vida de la gracia la h ará mori r lenta y segu­ ramente. Y teme no poder resistir lare:o tiempo en su esfuerzo por la perfección. Pero la voluntad está pronta. Nada tem o, Jesús mío, pues sé oue estaréis Vos siempre conmi g o y qu e vuestra gracia m e �os ­ fen drá poderosamente. Creo en vuestr<:, amor. Y con éste, todo lo puedo. ¡ Oh Jesús ! . amadme much o siempre . . . Amadme a pesar de mi flaqueza, de mi miseria, de mi incon'i­ tancia. Si me amáis, n o es tanto para recibir algo de mí como para tener la dicha y el gusto de darme. Y tanto más amái s c u anto más encontrá is que dar. Ahora bien : mi ind i gencia e c; un abismo qu� se ofre­ ce a vuestras l i beralidades :magn ífir..as y ,gratuitas : Jlenadlo Vos con vuestro amor. Saciad vuestra h a m ­ bre y se d d e bondad. Y yo, ¡ oh Jesús ! , me beneficiaré de vuestros doncc:; r on un g o zo tanto mayor cua n to me i or con ozca el q11e experim�ntáis Vos e11 amarme así v �n of n�cer-


l'A K H: 1 1 1 . - L A I'.

252

me los s on a l

2

µresentes de v uestra Londad exq uisita y per­

.

¡ Tierna Madre to h e c o st a do a pierd a en mí el vuelva amor por

m í a del Cielo ! ¡ Tú , que sabes c u a n ­ tu d i vino Hij o, no permitas que se fruto de su sangre ; haz que le de­ amor !

CAPITU LO 2 EL

DON R E A L

DET,

AMO R .-DI O S

EN

J.A

PR U E B A

Creer en el amor de Dios cuando todo es bonanza en lo exterior, y en el interior está el espíritu soste­ nido por una p;racia poderosa, es tarea fácil. Entre­ ver el amor con los oj os arrasados de lágrimas en las ci rcunstancias favorables que atenuaron ciertm; pruebas, es un progreso. Considerar la pr u eb a en s í misma como regio presente del amo r, es obra per­ fecta . Mientras n o hayáis conseg-uido esto, almas pe­ queñitas, pensa d que os hálláis por ba i o de vuestro ideal. ¿ Es posible alcanzar esta cun:ihre? S í, s.eguramen­ tc, con la gracia q u e todo lo puede en un alma hu­ milde v dócil. Las que no han conocid o el amor en su vuelo, y sólo se encuentran sostenidas por una fe vacilante y débil, se estrellan contra el padecimien ­ to como c ontra una bóveda sombría y saltan en pe · dazos 'sus al as Una angustiosa pr.ep;unta les atormen­ ta sin cesar : < t Si Di os nos ama, ; por qué n_os dej =l padecer así? )) Para penetrar este m i sterio, es de todo punto ne­ cesario imponer silencio a la razón v elevarse a las alturas de los eternos designios de Di os.· .;,Cuáles son estos de5ignios? :Buscarn os en el fondo del ahismo en q�e rt f!8 lrnh ía. Jmndido el peca do. pn ra fova!}tar.

,

·


l·' L

Í l O 'i 1 1 k A r . r n: r .

Á \l OIL

n i os

EN

u

l't< l / E l \ A

2.;3

nos hasta Él, e introducirn os en s u prop ia felicidad. Tal es nuestro prodigioso de,stino, q ue n o podría cum­ plirse-supuesto nuestro abatimiento. · sin un esfuer­ zo penoso de n u est ra libertad. <( Dios, q ue te creó si n ti-dij o San Agustín-, no te salvará sin ti. » Este esfuerzo que s e ex i ge a l hombre para que al­ cance su fin sublime y glo r ios o no es otra cosa, en definitiva, sino la aceptación práctica de l a l ey de! dolor. Y par a q ue se me j ante aceptación, tan contra ­ ria a la naturaleza, le sea posible y tlll n relativa­ mente fácil, e l Amor ha interven�fo y se ha puest o en el c o r azón del dolor, de s u e r t e q ue al sali r a HI encuentro, al ab ri rle los brazos acoA"edores, nos en ­ contramos y abrazamos al amor. Digámosio d es d e el principio para esclarecer m1 � ­ � ro asunto : Dios no� ha creado el dolor.: entró en el mu ndo en p o s del p e ca d o y es producto de l a i n­ dustri a humana . Precisamente aq uí se descu Íi re e ' poder del Amor d ivi no : q ue ha sabi d o tra n s formar esle producto del mal en un remedio contra el mal mismo, haciéndolo servir p a ra el b! en v elevá ndolo

una dig-n i d a d sublime. ;, Cómo realizó el Amor esta mara vi l l a ? '\1i rad el crucifi j o, alm as peq ueñ i tas, v reparad q ue al abra ­ zarse Jesús con el dolor lo ha div i n izad o ; ! a n ínti ­ mamente lo ha unido consigo, q u e lo ha convertido e n una especie de sacramento c¡ue conti ene a Jesús y a

lo com unica . ;, No es a caso esto lo q ue q ueremos o;Í gni ficar cuan ­ do llamamos al dolo r una v i s ita de Dios? S í , real­ mente, Dios e s quien n os lo en vía v Dios se oculta en él. Cuando el d ol o r llama a n uestra puerta , es Jesús sacri ficado q uien Huma con su Corazón a nues­ tro corazón. Visita m isteriosa, que concluye siempre por nuestra parte con un aumento de riq ueza o con una pérdida, según la acogi da q u e le ha�amos. Con os


r A H t F. J l J .- rAP.

2

mo todo sacramento, el d olor es un si gne. sensibfo --por no decir un signo terrible....---.ba i o el cual se o c u lta la gracia. Recibir el signo sin aprovecharse de su contenido es desperdiciar el don d iv ino es ptolanar una cosa santa. La prueba jamás nos de.i a como nos halló. No hay ni un a en el decurso de nuestra vida que no no s acerque a Dios o nos ale· j e de Él ; nuestra conducta ante ella decide el re• sultad o . A veces, acogerla o desecharla es cuestión de vida o muerte eternas . Veis por todo ello, alm as pequefii ta8 , la necesidad de tener una convicción sólida v adoptar una reso• lución práctica con relación a la -cruz, cualquie1a qu� sea su nombre o su forma . Cruz es todo lo que no� apena, todo lo que contraría a nuestro yo egoísta e inclinado a �ozar, t o d o lo que se presenta como pri ­ vación o padecimiento, todo cuanto exige lucha y es­

fu er z o

.

Cruces hay de todas clases, para el

cuerpo

y

para el alma, para el espíritu, para el corazón y para la voluntad. El m undo es tierra ta n fértil en .::ruces. que el lenguaje humano, en general tan limitado, ate� sora una riqueza inc omparabl e de términos para nom · br a r l a cruz. j Cuántos nombres, cuántas palabras q ue l a significan ! : pena, dolor, tristeza, aflicción, adver­ si dad, contrari eda d. prueba, su frimiento, i nqu ietud, an�ustia, preocupa ción ; la lista es interminable. Ahora bien : est a cruz que se levanta doquier, esta cruz q ue s i wie a n uestros pasos como la sombra al cuérpo, sigue infal i blemente l os pasos del viajero que camina hacia su patria ; esta cruz, en que se ci ­

fra toda la obia de nuestra salvación , es, en reaJ i ­ dad, el regio presente del A mor. Y esta verdad h a d e quedar tan profundamente grabada en vosotras, almas pequeñitas, que os si rva de punto de apoyo en las ho­ rns dolorosas de la existencia. No esperéis a veros en plen a tempes tad, combatí-


EL

MI\

rt f-:AI. Jí E t AMOl1 . -nl n s F N

! . � Jln u tm .\

255

das por las aguas amargas de la trib ulación, para p en sar en proveer vuestra barq uilla de velas y re­ m os . . . Desde ahora , haced los p reparativos del viaje. Cuando nada se o frece que padecer, despierta sa n t o entusiasmo una lectura sobre el arte de p a d ec er ; con­ forta pensar que el dolor hace al hombre grande, que coloca en su frente la aureola de una ma j estad subli­ me ; sin dificultad se comprende que es distinción ho­ norí:fiea digna de los héroes y de los santos. Pero . . . cuan do suena la hora de la visita divina, cuand o la cruz se h un de en las carnes con ' la enfermedad y su co rtej o de padecimientos ; cuando penetra en el es­ píritu por medio de las tinieblas, los escrúpulos, la angustia por defici encias morales, a veces tan atormen­ ta d o ra s ; cuando sienta sus reales en el alma desam­ parada por las tentaciones, el fastidio, el d] sgl1sto . . . , ¡ qué frías, qué incompletas e ineficaces pa rece n en­ tonces t o da s las con sideraci ones teóricas y abstrac­ tas ! Cuando tengo el c o raz ón destrozado, el alma ano· nadada, la voluntad agotada por una lucha conti­ nua, el cuerpo tem b l an d o del do lor , que no le da ninguna tregu a, ;, qué me im p o rta aquella nobleza mo­ ral que me dicen v a unida al dolor ? ¡ Esto y deshe­ cha y me a c o n sej á is que lleve con altivez la cruz que me engrandece ! ¡ Por favor, ofrecedme otra cosa que

no

cia mi

sean disertaciones li terarias y filoE1óficas ! Pacien ­ necesito, no b ell o s discursos. Necesito saber que mal no es un m a l verdadero, puest o que me lo

envía la mano paternal de quien sólo pien sa en mi felicidad ; necesito recordar que esta man o me con ­ duce a abismos de g ozo , haciéndome atravesar abi s ­ mos de dolor ; n e c es i t o tener confianza en Aquel que me i nm o la ; necesito, cuando mis oirn; contemplan su rostro d i vi no, sentir q ue no hay en él cólera n i n ­ guna, q u e rei n a en é l l a sereni d� d, q ue n o cesa de


P A H T J.'. 1 1 1 . -- r. A I•.

2

sonreír bondadoso Pero no . , me eq uivoco No neces ito sino una sola cosa, y ésia m e basta : ¡ nece ­ .

.

.

.

.

.

.

.

saber que Dios me ama !'. Si la fe en el a m o r es necesaria en todo tiem po. s e hace i ndispensable en el dolor. ¡ Qué reposo, q u� refo�io de se�uridad comunica al alma ! Desarrol la una fuerza que suby uga toda fuerza, una dulzura que atenúa la amaq�ura. un valor q u e linda con el he· roísmo. Desg-raciadamente, entonces es cuando s u e.i ercicio se hace particularmen te difícil. En las ho ­ ras en que la natu raleza está en trance de deses­ perar, olvi damos lo que sabemos ; no repara m os en J o que n o s convendría considerar ; no pensarnos e 1 1 l o que más deberíamos hacer. La c o n g o j a lo domina todo : avasalla totalmente el campo de la concien­ cia, sin de j ar lugar alp;u no para el consuelo . Hasta tal punto, que si pretendemos €ntoncp,s ampararnos con el pensami ento del Amor de Dirn;, este refugi o fiel parece cerrado y com o si no fuera posible reti­ rarse a él . En uno de los momentos ane:ustiosos, el santo ermita ñ o del Sáhara, Carlos de Foncauld, es­ cribía : «Necesito amarrarme a la fe Si al men os csintiera que Jesús me ama . _ . Pero no me lo dice. )i Reconozcamos que el alm a no está siempre de :fies­ ta ni en los gozos nupciales de su� primeros fervo­ res. ¿ Qué hacer en tales m omentos ? ¡ Creer en el Amof con más firmeza que nunca ! ¡ Creer sin sentirlo ! Notad bien, almas pequeñitas, que no es lo mismo conocer que Dios nos ama y sen tirse amada de Él Sentirlo no está si empre en n uestra mano ; cono­ cerlo, sí. puesto q ue depende del esfuerzo ele la vo ­ luntad. Si Dios .hiciera sentir constantemente la apa­ cibilidad y dulzu ra de su amor, ;, en dónde estaría el mérito de nue.c-tra fe? Es propi o de la fe, n o el sen­ tir, ni siqu iera el entender, �i no prestal' atención a un misterio q ne sobrepasa la ra zón humana : creer s i to

.

.

.


E L IJ O N H E A L 0 1: ! . A \'l o lt.

D l O '\ 1-: i\

J . ,\ l ' lt l J l: IJ A

2!1 �

lo q ue ésta no v e . En las cosas divinas , el testimonio de los sentidos puede engañar ; e s preci so rem ontar · se hasta la real idad s o b renatural . Así hacemos ante la Hostia consa�rada. Los ojos dicen : es µan. La fe res ponde : es Jesús . . . Nos pos­ tramos y a d o ramos . En el dolor no sentimos sin o el mal, sea en el cuerpo, sea e n el almai y si escucha· mos el lene:ua ie de !os sen t i d os, nos di rán q ue Dios ·· no es ya para nosotros u n buen Padre. Mas abramos los o ídos al lengua_j e de la fe, pongá mon os resuelta· mente frente al m iste r i o del dolor � y diJ?;amos al Se­ ñor con confianza infantil : « ¡ Padre, V Oh sois verda­ deramente mi Padre, y Padre q ue ama ! Tanto más Jo creo cuanto menos lo en t i e n d o. Creo q ue me ha· céis padecer con designio de amo r y misericordia. Es verdad que este designio está para mí oculto ; las razones de vuestros aparentes r igores exceden total­ mente mi alcance ; pero esta <livina oscuridad me complace, pues me permite ofreceros, con ciega su­ misión del espíritu, el sacrificio que deseá is. Adoro, ¡ oh Padre del Cielo ! , la sabiduría de vuestros desig· n ios ; creo en vuestr o a mo r , que los lleva a cabo por medi o de la cruz. Y estoy tan total mente persuadi­ do de que vuestra acción cr uci ficante para conmigo redundará en gloria vuestra y verdadero bien mío, que ya, desde ahora , sin más a poyo que mi fe en vuestro a m o r , no espero al término de la prueba para

bendeciros por ella. Entre gem i d os y láJ?;rimas os doy gracias porque me tratáis como tratasteis a vuestro divino Hi j o. Batallando en lo más fuerte de mis lu­ chas interiores me goz o de antemano por el triunfo seg u ro q ue habrá de coronarlas, pues conozco vuestro am or para conmigo y me fío ciegamente de su divi ­ na h abili dad . » Recibir la prueba como u n don del Amor. tal era

el

ejercicio preferi d o

p or

Santa Tere.�.a dt'l 1'\J iño Je-


i'Á H T E 1 1 1 . - - CA P .

2SS

2

sus. En la en fermedad de su venerado

padre, su cora ­ zón filial, destrozado, pero ¡ cuán s u m i so ! . deja es­ ca par estos acen tos, l l enos de fe : ce ¡ Q u é privilegi o el de Jesús ! ¡ Cuánto n o s ama para enviarnos u n d olor semej ante ! ¡ La etern i dad n o basta rá µara bendeci r­ le ! i Nos colma de s u s favores como colmaba a Jos m ás �randes santos ! >• Y más a delante : (( Lej os de que­ j arme a J esús p o r la cruz que n os envía , no alcanzo a comprender el am o r in.finito que le ha movido a tra­ tarn os así .Jesús, en s u a m o r inmenso, h a escogi do ;)ara nosotros u n a c ruz preciosa en t r e todas . . . ; Có­ !!10 quej arnos, cuando Él mismo fué tenido por hom ­ bre herido de Dios y humillad o ? ;,Quién podrá deci r e l f?:OZO q ue experimenta Dios al escuchar taleos aceJ!tos ? ¡ Qué gloria para Él encon ­ trar un alma que cree en su amor, a pesar de las apariencias, y que se empeña en amarle como a un Padre cua nd o Él la trata como Am o ri�uroso ! Triunfa y exclama, invitan do a los án geles a com­ partir su admiraci ón : << ¡ En verdad que n o he hal la­ do tan grande fe en Israel ! \) Semej ante fortal eza en el sufr i m iento no sólo es gloriosa para el alma. Sólo este pensamiento : <d e­ sús me ama v q u i ere hacer d� mí un santo, un após­ tol de la salvad ón de las almas, y por esto me ofrece una astilla de su cr uz,, , �ól o este pensamien­ to, repetimos, hasta para paci fica r una vida entera de dolores y enferme d ades. Entonces ya no abruma n i n ­ gún peso ; las pen as dejan d e ser ama rgas, y e l d olor, la lucha, la hu mill ación , parecen al alma como la «mej or partel> otorgada por el Amor. Dios te prueba porque te ama ( Tobías), deci mos n veces a las víctimas de una desgraci a. Verdad con ­ soladora ent re to d as, per o tan poco comprendi da, que a primera vi5ta uno se su bleva contra ella. dis­ puesto a recibi rla c om o u n a a ma r�n i rn n ía de los . . .

,

·


J.: I . O O i\ IH:A J . 1n:1. A MO H . · - D lU !-> l·: .\i

1 , .\ l'f< l : t.;nJ\

1.) 1}

q u e n o¡;; la recuer d an . Por lo cual. hay q u e cuidarse de no pronunciarla ante ci e r t o s eii�t i a nos vu lgares, en q u ien es susci t aría, tal v ez. u n a reheli (,n c o n tra Dios. No ech emos las mar�aritas a los puereos, se­ gún el conse j o de n u estro Señ or. M a rga ri ta p rec i o­ sa es, en efecto, tan a pacible verda d . Mas, ;, en qué consiste su precio? ;, Quién n os garnntiza la legi ti ­ midad de su bri llo '? ;. Iled be su va l o r de! �est i mon i u d e los humhres o de Dios '? A esto voy a contestar ahora, a l ma s pe11ueñitag, � fin d e q u e v ues t ra fe en el A mor tl.u rante el sufrim1'.er1to descanse en la au tori d a d de IRs Sae:radas Escri ­ turas, i n tér pretes del pensamiento d ivin o . En la a n ­ tigua ley, el pueblo j ud ío no veía :;in o ouro castigo �n la adversi d a d . Aun los m á s santos personajes n o llegaban a má s. Fué preciso que u n árn�el d el Cielo viniera a explicar al j usto Tobía s �l valor m isterioso de sus pruebas. v aun tuvo cu i d a rl o de autorizar .:-sta explicación con u n preámbulo solemne : Vr1'Y ah ora -}p, d i j o-a manifestarte una vadad, a d¿scubrirte una cosa oculta. Esta verdad. q u e i µ;noraha el sa n to anciano y quf' a nosotros mismos tanto nos cue!:'la acepta r, ¡, cuál era, pues? Hela aquí : Porque eras atrradabfe a .Dios. fué necesario que la ten.ladón te probara . ; Qué re­ vel ac i ón ! Y ¡ cuán cla ras y luminosas son cada una de estas palahras ! De ellas d educiremos en seguida conclusiones muy elevadas. Por d e prontc, pongamo5 de reli eve é8ta : la pr ueba no es un verdH dero cas­ tigo, pues los m i sm os q ue son agrad ables a Di os tie­ nen con frecuencia que a rrostrarlas más n umerosas en este mundo, v más tenosas que los d em á s. No ; el castig� pro piamente d i c h o no existe. Si veis a un pecad or h erido por la ad vers i dad, n o digáis : Des­ ca r;?a sobre él el casti �o de sus cr í men es . Decid : El Amor ele D i os le persiguf' y quiere a toda co--ta ·


2ú0

P,\ wrn m.

f: A I'.

2

sa lvarle, des pertando c o n la desgraci a , su conciencia, aletarga d a en el mal , obli�ándole a levantar su mi ­ rada sobre todas las c o s a s rle este mundo. Nuestro Señor m i smo <lió a Santa Catalina nna explicaci ón m á s c o n m oved ora aún de las penas que s u amor i n fl i n gc a l os pecadores : <( No hall ando a ve­ ces en el h ombre cosa que p u ed a a�radecerme, le env ío t r i b u ! H c i ones, d olores de cuerpo v de espíritu ; y estas penas me proporci on an un m oti vo legítimo para estar con él � pues, según la frase de la Escritu­ ra, la inclinac i ón de mi bondad me lleva v m e sostiene cerca de a q u ellos cuyo corazón está afli gido . )> Pon­ dera d bien t o d a la delicadeza exq uisita de estas pa­ la bras ; sólo Di os, que se llama Caridad : sólo Dios. que es Amo r, puede ten er tales sen timi entos . ¡ Qu� amor tan incomprensible esc on d e en lo que t an equi ­ vocadamente · llamamos castigo ! Los Apóstoles, en la es c uela del .'.\faesh o conserva ­ ban en parte el error j ud ío sobre la índole de la tri ­ hulaci ón . O ídlos en presenc i a del ci e S?;o d e nacimi en ­ to : Señor, ;,es él quien pecó, o son Sl/.S padres; para q ue e ste. hombre naciese ciego? Mas Jesús les res­ ponde : Ni él necó ni sus padres ; pero es pa ra que las obras de nios s e manifiesten en él. Otra expli ­ caci ón m ás, y harto consolad ora, de la urueba de los justos : el motivo s u p erior de la glo ria Je Dios q u e ha de resplandecer e n su pacienci a . Si alguna alaban ­ za se eleva hacia el Señor desde la tierra pecadora, ;, no su be sobre todo de la humi lde y e-en erosa acep­ tación de la cruz? Almas dol orid as . n o sabéis c u á n precio5ta s soi s a D ios . cuando, a brumadas por un i n mef! S O dolor o so­ portando si n murmu rar el martirio secreto de una vida que mil pequeñas contra riedades hacen pen osa, a u n eleváis la mirada para buscar el Amor �ue os inunda, vuestra � manos se tien d en hac i a F:J y vue::i ·


E l. D O N R •: A L D E L Mto R .--D lOS EN

l . ,\ PR U I::n A

'J(1 I

tros labios le bendicen . ¡ Q ué su blimes aparecé is en­ tonces ! Vuestra fe en e5te A mor es u n alteluia q ue su be desde el destierro y va a mezclarse al alleluia

etern o de los bi enaventu r�'l.dos q u e can tan la gloria de Dios. Que la cruz sea un presente de Jesús para los q ue am a . se halla comprobado en aquel pasa je del Evan­ gelio en que San J uan relata el milagro d e la cu r a · ción de Lázaro. En Betan i a . en donde lan�idecc y agon iza el hermano de Marta V Ma ría , se cree en el am o r de Jesús. Y se cree hasta ql punto d� n o for­ m u lar n inguna o tra súpl i ca. sin o este acto de fo �on ­ m oved ora : Señor-mandan a deci r al Maestro-, aquel a quien amas está en/ermo. Ya es bastante, pen saron ; en se�u i d a q u e con ozca la triste notiei a, Jes ú s acu di rá. nues el a m o r n o perm ite demora en esta ci rcunstancia. Así razona el sen ti r hum ano. Pero los pen samien tos de Di os n o son los n u c�< ros. E..¡c u ­ d1emos l a continuac i ón d el relato : A maba .fesús a Marta y a su hermana María y Lázaro. No se puede c;;e r más explícito : los am ab:i ; por tanto. volara j unto a ellos. tan a pen a d os. ta n desolados . . . No lo nen s¡,is : Habiendo. PU-"s, sabido que estaba enfermo. pcrma­ rr eciá dm días más en el lu{!.ar donde estaba. ¡ Qu:; derru mbamiento de n u estras m a nerai:; h u m an a s de con cebi r . el a m or ! ¡_ Es así, ¡ oh .Jesúl' ! . como tra ­ táis a vuestros más caros ami �os? i. Oué mister io se encierra aquí? Es q ue la generosidad del Am o r d i v i ­ no va "8 hacer d ich osos a sus pri vi1 e�i ados. m a s n o c o n una fel i ci d ad efímera. como lo s o n las de a q u í aba i o. L o s bienes de este mundo n o basta rían a satis ­ facer s u s libertades : es all á a rr i ha , en el Ciel o , don ­ de prepara y reserva la felicidad de )o!; s u v o s. Y pan hacerla m á s ma�nífica se pon e a d i lata r s u s corazo ­ nes hasta el infinito. 'Este es el intento divino al enviar el dolor, sea


262

rA R T F. H l . - C A I' .

2

cual fue re la fo rm a c o n q u e se presente. Cava. ahon ­ da en el alma capac i d a d es a b ismales dond e el Am or pod rá depos itar un día torrentes de felici dad Las '1/licciones del tiempo presente�al decir del Após­ Lol-no l{uardan prorwrción con la 1.doria que rw s envolverá ; n uest ra s pen as de un día producen un pes o etern o de l{loria ( Rom 8, 18). Al Jlegar al dintel de la etern idad. el a lma q u e t m r el d olor h ava sid o moldeada a seme j anza <le Jes ú s c ru cifica d o , lanzará u n grito de asomhro y de ll'OZO a vi sta d e ]as divi n a s reco mpen sas del A rn n r. Este pri mer m omento de dicha será tal q u e le hará olvidar tod os los d ol o res a u e h a su frido � s u rec H er ­ do n o sólo se desva n ecerá corn o el humo.. sino .;; e t rocará en in deci ble al e�r ía. C o mprenderá enton ces hasta fltlé pu nto D i o s la ha anr n <l o al t r �lta rla com o t rató a su Hi i o , c o m n trató a María. la Mad re de los Dolores. c o m o trafó a todos los santos. El Amor i>abe b ien a d ónd.e n os lleva . . . Goza por imti ci nado de Ja bi en aven turanza que n os o frece rá al­ gún dfa , v esto es lo que le da atrev i m i ento nara t ra ­ tarn os así. Porque convi ene recorda r que Jesús n o -,e complace en n u estro sufrimi ento � per o , como de· cía Santa Teresa, « esté sufrimiento n os e s necesario ; por es o n os lo envfa , vol viendo com o a u i en d ice la caheza [ para n o ve rn os padecer l . Le d u ele ane1!: a rno!' en u n mar de lá grimas � pero sabe q u e éste es el ímico medio de prepa rarnos a con ocerle com o Él se con oce. a con vert i rn os e n di ose� n) . Puesto q ue sabem os que t o d o e n l a v i da está he­ cho v orden a d o por amor. b i en podemos descansar en él cuanto a ]a elecci ón de los medi os de q u e usa en o rden a con ducirnos al verdadero srozo . Él es i n ­ fi n i ta men te s abi o y nosot ros s o m os i n fi n i tamente mi opes para todo lo q ue se relacion a c o n las cosas de la eternidad . � os entregamos a un médico cuya .•


EL DON R E A L D t: r . A M O H .-OTOS 1',i'lj

J . \ PRUERA

;l(,�

com peten cia n o.R es desconocida. y aun cuando fue­ se de una n o t abi l i dad consumada, puede absoluta­ mente fallar en la práctica ; ;, por qué tememos en ­ tregarnos a Jes ú s, que tan t a ama a cada un o de �u s redimidos y que dió su vida por ellos? Pero- ;. habrá 11ue deci rlo?-a u n fiándose de este amor, que n o ansía sino nuestro bien , conservamos natural repupianci a h acia la c ru z . Casi siempre la rechazaríamos si Jesús nos consultase antes de im­ nonérnosla . Por d i cha n u estra , n o lo hace así, y su C o ra zón� H eno de solicitud. se enaarn:a de procurár­ nosla, a fin de que un d ía, al entrar en el Paraíso, no ten11;amos que reprocha rle el habern os privado de tan gran bien . ;_ Qué ma d re vaci la en exponer a s u hi 1 o enfermo a u n a OPFff a dón d olorosa que ha de asee-n rar su cu ­ r ac ió n ? El niño Hora, se resiste, n o entiende. el bien que l e desea su nohre madre, cuando. con el c ora ­ �ón desgarrn do. Je pide q u e se sometl'I al remedio cruel . Cuan d o . al fin. se r i n de a s us s ú pli cas. estre­ cha c o n su man o la man o de su m a d re v fii a los o i os en l os de su m adre. que no dei an de mirarle, c:;ey_-nra com o está de u n a cosa d e fJUe nadi e le hará dudar : i el am or de su m a dre ! Una vez reco· bra da la salu d , ¡ <'Ómo se acarician el uno al otro ! La m adre colma de m i m os y �ol osi nas a su hijo para h acerle olvidar el torm ento hí en h ech o'r a que ella tuvo el atroz valor de someterle. Y el niño sien­ te. hacia ella redoblada ternura y gratitud. sohre todo cuando, va hom bre, sahe a preciar el amor previsor q ue veló por su bi en . - Esta es. a la letra, l a h istori a de nuestras tribu ­ laci ones. Todos tenem os alguna enfermedad m o ral q ue someter al rudo tratam iento del d olor. Los más sinceros es fuerzos de voluntad no logran por sí solos llenar ciertas deficiencias, fortalecer c iertos puntos


261

l'.\ [tT E 1 1 1 .

CAP.

2

débiles CTu e n i de 1 e i os con ocem os en s u triste rea­ li dad. El amor de Jesús no le perm ite dej arnos en n uestra med i o cri d a d . Su cari ñ o no es ciee:o , ni le des­ po j a de la firmeza patern al que le inspira nu estro verdadero interé s . ;. Qué hace. pues? Nos envía an­ gusti as del corazón. inquietudes d el espíritu, dolores íísicos y morales, tentaci ones persis �entes, humilla­ · ci o n es ; en un ll.. palabra. cruz. F:sta huena obrera traba ia siempre en al�na obra maestra. con tal de que la deien traba i ar. Es cosa que cs nanta la habi lidad q u e tiene para dar en el clavo. S 'llamente n o consig-ue su obieto en las almas cobar­ cfo ; u orguU osas. Las humildes. lus pacientes. las �e11 crosas salen de sus manos por com nl eto reform a­ das . .t\.pel o a vuestra prooia experienci a . alm as h u mil­ des. oue habéis co n oci<lo el dolor. la lucha, el sa · rrifici o. Por to d o l o del mun do. n o querríai s haber rlei a d n de oas 'l r oor ello. ; Oué dfao? Al ver las fe· 1 f ,.es transformaci on pi;; obrnd::i s en vos otras por la e r u z. ;, n o es ci erto q u e os halláis más dispuestas que n u nca a acentar af!uellas otras que aun son necesa · ri as para vue.;; t ro progreso espiritual? Si es así, ¡ cuán dich osas sois ! El amo r prose�u fr,1 eficazm ente en vo�otras su obra de rectificaci ón " uerfecci onam i ento. Mas. no lo olvi d éis. lo har� por el camino de la cru z . . . Sm desi gni o s divi n os llevan siem nre la c ontra ria a las inclin aciones de la na ­ turaleza . v tal des.o rientan n uestras previsiones má� claras. Se ha encariñ a d o el alma con ci erto g-énero de p ruebas, se ha prepara do para eJlas v he aou í eme en la prácti ca tocio acaece de un a manera d i l' · tinta d e 10 q u e s e había ima !rinado. Hav que reoSi g ­ na rse a no en ten der con la pobre razón hum ana. avi ­ var la fe v caminar con una venda en los oj os hasta el fin de las exi�encias del amor, segu ro de fJ U e os


E L D O N K E A L D l!: L A M O H . -

D I O S t:N

l . .\ l'I HJ E H A

:,!(J.)

c o n d ucirá a un térmi n o luminoso, y t a n t o más lumi ­ noso cuan d o los caminos q u e h ay q u e recorrer son más á s pe ro s y escarpad os. ¡ Q ué mét o d os t a n inJ?;en i osns emplea el Amor para alca nzar sus fines ! Q ui e r es ser bueno v lo preten­ des ; parece natural que, vi vien do entre personas fer­ vor osas, enc uentres aprobación y esfuerzo : pero s u ­ cede todo al revés : te discuten , te censuran. t e con­ tr a d i cen . . . Con e st o queda descarta d o el peligro de la vana gloria. Por el contrario, ;, aca ece q u e el éxito y l a admiración de p e r s o n as henívoias amenazan con­ verti rse en un escollo para la hu m i l dad ? No dará lu�ar a ell o el a�ijón punzante de la envfrlia ;.Acos-· tum hra u n o a p o y a rse en la� criatura s. con detri men ­ to de la confianza que debe poner sólo en Jesús? La separación de los c onsoladores y confidentes human os·. f o rz a r á al alma a volverse a Aquel que anhela c o n celo divino ooseerla to da entera. ; Está s metido en un campo de acción con forme a tus hahi l i dades y �ustos ? Pronto te verás red ucido a la inacci ón. tal vez por efecto de un estado de agotamiento f ísico P tal vez porq ue el traba j o tan gustoso Sf: convert i rá en un peso superior a tus fuerzas. ; Aca so el corazón . oor exi genci as no dominadas de sus a fectos sensi ­ bles, retrasa el vuelo hacia Dio�? Experi mcnt:uá el 'l islamiento. la ind iferencia o la tra i ción ne las amis­ tades que pa recían más arraü1;ada� . . . ;_ Es q ue la vo­ luntad tiene sed de indepen dencia ? Acontecimientos nrovidencia les le crearán perpetuas su i aci ones. en que aprenda a plegarse baj o el vu�o de la obed iencia a Dios y a sus representantes . Y si el bienes tar y la prosperidad h acen muelle v ociosa la vida, sobreven ­ drán reveses de fortun a q ue despierten las energías Intentes, obli �ue a levantar los o j os al Cielo y nos ha ­ �an sentir el vacío de los bienes terrenos y la necesi­ dad de recurrir a Dios . .


266

l'A ttn: 1 1 1 . · · -C'\ I'.

2

¡ Imposi ble c o n ta r el n úmero y habilidad de p r o­ cedimientos que el Amor pone en j ue�o para llegar a conq uistar las almas ! ¡ C uanto más se avan z a haci-t El, se m uestra m á s exigente !.' Concede a veces dul­ iura y consuelo, pero en orden a p re p a r a r para Jas pruebas q ue van a s egu i rs e Cuando el alma se �alJ a en la abun danci a y en fervor s ensible, puede creerse invuln era ble y con tar quizá demasiado c o n sus in­ dustrias person ales y con la fi rm eza de su� re�oh 1 ciones, y es preci so q u e a p renda a conocerse déhiL inconsciente, su j eta a tori os los desfallecim iento � : dado caso que la hu milda d q u e nace del cor nwirn ien ­ t o de sí mismo e s el único fundamento sólido de la vi da ·de u n i ón c o n Je..i;; Ú s. Bi en sabemos q u e el Amor n o trata de i gual moJu a todas la s almas. Las hay q u e, satisfechas d � 1m TJwrliocridad, no as p iran a n ada grnnde clebnte rle Dios. Hay otras que van ricas en deseos, pero po hres en res .>luciones serias ; no qui ere n d ec:i d i ·lamen­ te r nt re!!, u rse a las exigen cias de la volun tad J i vi ­ n a n i ahrazar los sacri fici os que exige la vi da rcr­ fecta . ; Cóm o es posible q ue el Amor las tra nsforme y las eleve hasta El ? P�rn l as que son sinceras en su d eseo rle ll ega r <i la �antidad para procurar la glori a de Dios y a'de­ la n t a r el reinado de Jesús en la ti erra, ést � s pueden e8pera r un trato de favor : el Amor las modela ui como m odeló a los santos. ;, Quién n o las teml r:í sa n ­ .

·

ta envi dia ?

S i sois de este n úmcro, almas humildes eme kéiio; páginas. saltad de f!.OZO, bien (/ ue uhum por brei: e tiempo hayá is de soportar diferentes tribL1la · ciones, para qlLe 'Vuestra fe ( en el amor) , más pr<· · ciosa <me el q ro acrisolado al /uef{o, os halle dignas de alaban.za, {{loria 'Y honor cumulo se manifiesle ¡¡/o ­ ri9so Jesucristo, a quien amáis , a unq ue n o lo l iabéi 11 estas


E l . IJO N H L\ L 1 1 1� 1 . A '\'I O H .

·ll • O .-; I" !\

1 . .\ 1 • 1 . ; : 1·. 1 : ,\

2!i 7

( l Petr. , I � 6-m. Re­ si compartís los padecimten.tos dt Cristo, también participaréis de su f!./oria { 2 Corin ­ tios. l . 7). bu las almas q u e Dios llama a Ja s a n ádad es ne­ cesar i o que el d o l o r pase por todas oa rtes y selle c o n su sello cada u n a de sus acc i ones. Y cuanto más elevado e 8 el grado de �antidad, más profur1dos y refin a d o s han de ser los pa deci mientos. Vosotras, sohre todo, almas humildes, que tenéis fo en el a m or de Jesús, no os ext rañéis de 1 9 que os pi d,1 h oy u os pedirá alg ún d ía ; y puesto que Dios os ha dado alas, ; no es j u sto que os invite a volar ? Su a m ') r crucificante llevará e l dolor hasta l a s raíces ele vu es­ tro ser para pu ri rica rlo y ren ovarl o : profunda st'fá la noche, el tedio, el miedo al esfuerzo y ...ti �. teri­ fici o, la impotencia, las calumnias v los tle.s p rec i o ..; d e las criaturas, todo ell o un ido, tal vez, al aban ­ don o aparente de Di os. Y para colmo d el d0lor, e n esta an�usti a humi llante os acaecerá n o ooder de�­ cansar en el testim onio ínti mo y con sol a d o r r¡ue la huena con ciencia ofrece al j usto en la advemi clad. ¡ No os escand alicéis de la cruz ! Es el �·1.::. o r d e Jesús el q u e ocultamente dispone l o s acon lecimien ­ tos, personas y cosas. El es · q u i en lo h a permiti d o . .sirvi éndose de las causas se�undas para ¡Jo n e ros a prueba y obten er de vosotros este acto t a n �lor i .J<;o para El : vuestra fe total en la sabi d u ría de sus dc­ si�n i os. v uestra confian za ciep;a en su poder, q tl (' os hará orientarlo tod o a vuest ro verdadero bicu . Baj o los velos e n q ue s e oculta , <lesc ubridle, q u e a l · · túa por m edio de las person as, y sabed q ue nada IJueden contra vosotras si Dios está p o r v osotras Y Jo está más que nunca e n e�tas hora s dolorosas . ¡ Os creeríais a merced de las criatu ras v estáis a merced del Amor ! El es qu ien Ctn :1tm :1 el cuch illo ,_fo visto, en q u ien creéis sin verle

uocijaus,

porque


P.\ trrn 1 1 1 .

c.\ 1•.

2

temá i s q u e lo hunda más Je lo fia os <le El y cu i dar de no pedi r misericordia an tes que haya terminado su obra, pues pod r ía enternecerse p o r vuestros gemidos, El, q u e o s prueba a pesar suyo, y perderíais las gracias part i ­ culares d e amor y d e unión que con vuestros padeci ­ m i entos podríais a d q u i rir. El amor d e Jesí1s, e n efecto, n o fuerza a n a d ie a aceptar ciertas pruebas especi ales que no son pre­ cisamente necesarias para l a salvación, sino sola­ mente exigi das como billete de entrada a u n a vida la i nmolación ; que

no

sea prec iso ;

de superior perfección . « Cada alma� decía Teresi ta�es libre oara respon ­ der a las inspi rac i ones d e nuestro Señor, para hacer ooco o mucho por s u am o r ; e n u n a palab ra, p a ra ..

de¡dr entre los sa crifici os que pide. )) Mas. ¡ q ué pen 3 si, llamada n o r Dios a ser un serafín de a mor, te clasificas volu nta riamente, por tu falta de valor v confianza, en la cate�oría de las almas ord i n arias q ue hicieron {mica men te lo j ust o pa ra no con denar�e ! Pero n o vav amos a creer q u e sólo los grande:; pa ­ d ecim ientos tienen el pri vile!!i o de forjar .llmas de san t os Para la eieeuc ión de esta obra cl i vina., el Amor puede servi rse de u n a serie no interrumpi d a de me­ •1 0das pruebas, de sacrificios peq ueñ os, de una po r ­ ción de situaciones m onótonas V nenosa s. q u e c o n ­ v ie rtan u n a vi d a . a paren temente ordinaria. e n u n m a r ­ ti rio de a!füerazos . Este marti r i o len to. si n i n i.err u o ­ ción y s i n �loria. n o o frece n 1 n µ, ún pábulo -. 1 am.;r p ropio ni encierra ¡lcligro alguno . d e ilusi ón, ya q ue· n o es conoci d o sin o de Aq uc! que sondea los cora ­ zon es . No poca s a ]m as Je del'ení.n un alto grado de s an tid a d aue n o h u b i eran conquistad o sin nel i�ro de orgullo e n ocasi on es de padecimien tos heroicos . Sea lo que íuere de vuestras pr uebas, 11;randes o pequeñas, permanentes o pasaj eras� tened presen t e .

,


E L I J O N ll E A I . D E I . A MO ll .

D I O �; EN

LA l'R U E I :,\

269

son pr ueba - <lcl amor q ue Jesús os ti ene y qu� de ser i gualmente prueba de vue s t r o amo r p�ra t:on El. En cuan to os sea posi ble, recibi d este pre­ sente d e amor con si nceras sonrisas para Aquel q ue os lo ofrece. A lo men os , conserva d la seren id a d ex­ teri or y no ha�á is pesar so b re J os otros vuestra pre­ "Ciosa carga. Si hay en el mundo una c os a q ue ::; e d eb a guardar celosamente para sí m i sma, es cierta­

<1 ue

han

mente la cruz. Por enci ma de todo hay que evitar ese air.:.! do lorido y s a c r i fic a do que está delatando la mezq u i na riecesidad-- ¡ tan natural ! -de despertar la aimpatía

y atraer la conmiseración d e los demás. Por cierto, no proceden así las al mas s i n cera s a quienes el .::; olo ;pensamiento del amor de Jesús sostiene y consuela. Saben que la cruz tiene 13or ofic1 0 elevarl as hacia el Cielo y no replegarlas sobre sí mismas con un ego í s m o f ata l . Por eso �.e esmeran en no dar pa rle tle lo q ue les a f ü g-e a las personas que le..� ro dean, n i :ihurrirlas co n sus co"ntinuas lamentacf ones. El esta do de tribulación, si bi en es infinitamente meritorio para quien sabe aceptarlo, ent ra ñ a seri os

p elig r o s para las a lm as q u e el amor propio · hace es ­ d avas de sí mismas y no están r esu el tas a li berarse de se mej a nte servidumbre. Y con t o d o eso, a unque parezca cosa extra ñ a , seme j antes almas son, en teo ­ ría, las más atrevidas a ofrecerse indiscretamente

a

.a ceptar el oficio de víctimas, q ue en la · prácti ca cum ­ plen tan imperfectamen te, rec h azan d o todos los debe­ res mortificativos. No hay por qué disimularlo ; en nuestros tiempos de voluntades anémicas v enfermizas, ciertas exa l ­ taci ones sentimentales so bre la vocación de Hosti a y de Víctima proceden más bien de vana ilus i ón que de verd ad era generosidad. S emej antes almas, mien­ tras p o r un lado aspi ran a padeci mientos ex tra o rJ i -


270

1 •A H T I·: 1 1 1 .

<:,\ P.

2

nari os y sueñan con el m arti rio, dej an ele apl'ove­ ch a r ocasiones de sacri ficios ocu ltos que se ofrecen a cada i n stante en la práct i c a de la humi ldad. de l a <Jbediencia, de la caridad fraterna . Desconfiemos, a l ­ mas humi ldes, de todo deseo de pa d ecimientos in· com patibles c o n los deb e res <le n uestro es�adu. Ad e más. s i ha b�is enten dido bien los c onse j os de sen ­ cillez y de varonil a band ono q ue n os enseña Santa Te re sa del N i ño J esús, ev itaréis, al practicarlos, los pel igros suliles qu e acabo d e señalar. Los precedentes consej os n o son para voso tras, •l i ­ m as doloridas, ta n amadas d e Di os, Q u e camináis en seg u i miento de J esús cruci ficado, aspirando a c o m · pletar e n vosotra,s lo que falta a la Pasión de Cristo por su Cuerpo, que es la l¡{lesia ( Col., 1, 24), olvida­ das de vuest ros propi os i n tereses para n o pensar sino e n l o s s u y os , y sosten idas en vuestra ascensión d olo­ rosa por el deseo de salvarle almas que le a m e n et er­ namente. V osotrns no tenéis po r qué temer la ilusión� para la cual no hay lugar en la vida humilde, paciente y s acrificada por amo r N o os conturbéis p o r vuestros desfalleci m ientos involuntari os, por vuestras latentes rebeld ías. que a cada pa s o renacen, pero si em pre s on combatidas po r v u estras ala rmas. q ue cre'.":en ante la perspecti va de n u evas cruces. Perm:rneced en paz h umillándoos por vuestras flaquezas v sahPd refo ­ g-iaros en la piedad mi sericordiosa de Dios, como los niños, q ue tanto más se estrechan contra sus mad res cu anto más asu stados se sienten en las tinieblas . ¡ Si supieseis con cuánto amor vela Jesús sobre vos­ otros ! ;. C uándo está má s cerca una madre de su hi.i o si no cuanclo padece por l a noche? El pobre peque­ ñuelo n0 la percibe en la oscuridad : 'el delirio o la i nconsci encia tal vez no le permiten reconocerla � pero está ail í ella, con l os o j os m 11 y abi ertos y el adt>­

.


fcL t)C):s R E A L DEL A M O R .·- ·D IO :.¡ r:-.

tnán siempre pronto a la

L A P fU J E B :\

2i �

m e n o r llamada . . . ..<\sj es vela sobre vuestros dolores, pues lodo dolo r es u n a noch e . . . Aun cuando no sintáis su amada presenci a, creed en ella firmem ente. Quej aos tierna ­ mente a El, n o se ofenderá ; pero decidle bien claro que creéis en su amor : « ¡ Oh J esús mío ! Eres cruel a fuerza de amar. ¡ Oh a mor, q ue me santificas por la c ruz ! , creo y creen� a pesar de todas las aparen · tes contrad icciones. ¡ Y creeré más que n u nca en me­ dio de las más fuertes contradicc i ones, v sin olvida r q u e mi confianza sería endeble E) imperfecta si des· cansara sobre motivos hum anos, pero q ue dará �lo­ ria a mi Dios en las tinieblas y el dolor ! » Según JicP, el poeta, en la noche es bello creer en La luz. ( Ed. Ros­ tand ). : e ¡ Cu ánto n o será mi amor para conti�o para ha­ certe sufrir tanto ! >>, decía Jesús a una santa refü� io· sa d e nuestros tiempos ( Sor María Anselma, de las Hermanas Blancas de Nuestra Señora de Africa), que se había ofrecido a El como víctima de amor y expiación por las almas consagradas. Ella había t<;­ maao en seri o su oficio, y Jesús hacía otro tanto . Enfermedad, desolaciones, angustias, tedi o , soled a d , vi enen una tras otra para realizar simultáneamente en ella su obra d e purificación. Mas . . . «es dicho�a , dichosa, sobre todo en no hallar dicha, porq ue .1si todo es para Jesús, todo es am or puro » . « Me ofrece s i ti o en la cruz-escri be-. Me extiendo en ella par:i encontrarle a EL ¡ Tengo tal sed de El, que nada me es excsivamente d u ro con tal de poseerlo ! >> Pero cuando el alma tiene a J esús, un deseo irre· si stihle se apodera de ella : el de comuni carlo. ¡ A toda costa anhela, qui ere ser apóstol ! '. ;_ Y cóm o podrá serlo más eficazmente q u e con los padecimientos ? No malbaratéis vuestros tesoros, almas que pensáis e n la c· rn z. Servíos de ellos vara compra r alma..;;,

J esú s :


272

l ' A WfE l l l . - C AI'.

2

para adelantar aquí en la tierra el rei nado sociul� universa� de Cristo !ley . . . Os lo pide Jesú s , que c u en ­ t a con vosotras para ello. ; Habéis pensado alguna vez en la exqu isita deli­ cadeza de s u corazón al querer asociarnos a su obra redentora, cual si no pudiese prescindi r de nosotros ? No se conten ta con dar a n uestras penalidades, aun ·

las más ligeras, un valor persona l de expiación q ue disminuye la pena temporal co rrespondiente a nu es­ tros p�cados, lo cual ya es de un precio inestimable . . . Les c onfi ere, a<lemás, e l honor y el privileJ!:io increí­ ble de contribuir a l rescate de las almas. Somos pe­ cadores, necesitados de reconciliación con Dios por medi o de su san�re divina, y he aquí que se digna ahora tomarnos por colaboradores . . . Su amor no le permi te obrar de otra suerte : quiere vernos de tal suerte rehabilitados por su Pasión, no sólo a los o j os de su Padre, sino a n uestros propios o j os-lo cual supone una delicadeza inaudita-, que no le parece exagerado elevarnos de la condición de pecadores a la de auxiliares, reparadores, apóstoles. Santa Teresa del Niño Jesús se conmovía particu­ larmente ante esta designación divina : ccJesús-de­ cía-n os t ien e un amor tan incomprensible y tan de­ licado, que no qu iere hacer nada sin asociarnos a su obra ; quiere que tengamos parte con El en la sal­ vació n de las almas. El creado r del Universo espera la oración, la inmolación de una pobrecita alma para salvar multitud de ellas, rescatadas como ella con el precio de su sangre ,,> Así, pues, Dios, que nos lo da todo y nos dará un día la vida eterna, quiere que tengamos la consola­ dora ilusión de prestarle un servicio. Por la más inau­ dita invenci ón de su amor, que sobrepasa toda me· dida, quiere q ue lo q ue El n os concede como privile­ gio gratu i to, se co 11 v i erta en u n a especie de prescn-


l.:t. D O N R F. A L DE I . A M Olt .

-DIOS t·: N

l . \ l ' ft l l t. B A

27:\

te q ue l e ofrecemos. Y donde nosotros n os recono ­ cemos deudores de un tan glorioso mér ito, es El en cierto m o d o , toma la figura de deu cffi r . ¡ Oh e1ús ! ¡ Oh amor ! � o , n o solamente n os a m á i s con '1Qlor de µieda d , si n o con un amor que es puro amor '{ a pesar de esto, tenemos mi�do y <lu damos d e Vos en el momento m i smo en que nos ccncedéis el más precioso <le vuestros dones . . . ¡ Oh du reza de nues­ t ros c o r a z o n es , ta rdos para c o n ocer la d ivina locura de vuestra cruz ! Q uizá a lgun a vez ha bréis s a b o re a d o con delicia aquella frase tan tierna de Jesús, relatada en el Evan­ gelio de San J uan : CorwJ mi Padre m e ha amado� Yo tam bién os amo. C u an d o os halléi s baj o el pe�o del dolor, recor d a dla c o m o un pri n ci pi o d e fuerza � alegría santa. Entonces es l' Ua n do Jesús os la dice con mavor verdad : � n tonc.es e� c u a n do os a ma s o ­ · bre todo, como su Pad re le amó. Pora ue el amor de r;; u Padre, para coronarle v �lo rificarle como c:ibeza de la Huma n i d ad v Rev eter n o de los siJ?;los, le su · mergió primero en abi sm os de dolores v de h umiHa­ ciones ; a q u el amor h i z o de El n ues tro Salvad o r v nuestra Víctima. Y puesto q ue es así como J esús os ama, s u a mor se� u i rá el mism o cami no y se m an i ­ festará de la misma manera. Os hará hosti a de in­ molac i ón para Ja salvación de las almas, an tes de po ­ neros la palma en la mano y la corona en la f rente. Si Jesús, p ar a alentar n u estra flaqueza, quiso com ­ prar por la cruz esta glori a que le era debida de jus­ ticia, con mucha mayor razón noso ·:ros, pecadores, h emos de · com prar la n uestra por medio de los c om ­ bates v padeci mientos de l a vida . Después de haber declarado que no5 a ma como s u Padre le amó, Jesús añade : Pe rmaneced en mi amor. Con esto nos da a entender que debemos reconoce r su amor en cada u n a d e nuestras c nw cs v deci rnos a

1uien,

.

.

.


J>A R'l' E 1 ) ( . - - C 'i P.

2

m i �nw:;, con u n a se�u ri dad inconmovible : «Como el Pad re amó a Jesús, J es ús me ama a mÍ.)J N o puede estar triste al tiempo de la p r ueb a quien piensa en este singular e incompren s i hle amor de Tesús. ¡ N o puede estar triste aun q u e se sienta des­ nosotros

hecho, agotado, miserable ! ¡ Porque a todos aquellos qu_ienes el amor ha predestinado los hace confor­ mes a la imagen de J esús, y de J es C1 s cruci ficado ! a

A FECT0 5

Y

PLEG ARIA

¡ Q u é tran q u i lizadora y divina solución a l dolor ofrece vu e stro amor, oh Jesús ! Mirarle a esta luz du lcísima, es el único secreto pa ra acogerlo sin tur­ bación, sin amargura, sin rebeldía ; más aún : es el secreto para amarlo y transformarlo en un bien que sobrepu j a todo bien terrestre . Lo confieso, Señor : mi conducta ante la Cru z no fué siempre apacible y confiada. Muv a menudo, cuan­ do os acercab ai s a mí, o c ult o en el dolor, os he re· cibido, ¡ oh mi buen Maestro ! , con repu gn ancia y desagrado. Mi fe n o ha sido bastante luminosa para reconoceros ; a mi voluntad l e ha faltado valor ante el esfuerzo que se le impon ía � mi corazón ' n o ha sa­ bido elevarse bastante para con ocer el inmenso amor que me tenéis . Y he aquí que en lujl;a r de castigar mis culpables err ores, os empeñáis en proseguir la conquista de mi pobre y mezquina alma, i l umin án ­ dol a c o n l uces c a d a vez más vivas sobre l a belleza de vuestros designios y sobre el misterio del dolor que los lleva a cab o tan m agníficamente. Sí, ya lo entiendo : ¡ sólo el am or es quien gu ía vuestra m ano cuando esa mano me presenta la cruz ! ¡ El amor es quien, no queriendo abandona rme n m i tibi eza y mis foltns.

�C

pone

ll

m o nclm m i P.SJl Íritll


l•: L 1 1 0 :'\

ll E .\ I .

llEI.

·\.\IO H .

1 1 1 0 !"

E '\

1..-\

l'H L W l l A

� ¡· :,

tonfornw al d i v i n o l\Jo d elo ele lo:-. prcdl's t i t 1 a dos ! Es él quien , sati sfecho del resu lta�lo Je sus p r i meras ope­ raci on es sobre mi a l ma su m isa, l a invita a suhi r más alto en esta vía ascendente del sac rificio. o fr ec i éndole las gloriosas resp onsabilidades-que la natu raleza en · cuentra tan ard u as,......., d el a postolad o del dolor. C u a n do e cho una mirada sobre mi vidi1. pasada, i cuán luminosas y bellas se me aparecen las h u ellas del a m o r cr ucificante q ue sin cesar me ha perseaui· do para aseme j arme u Vos, oh Jesús ! ¡ Qué h abili ­ dad en g-obernarme ! ¡ Qué firmeza suave en la apl i ­ cación de s u s métodos austeros !'. 41 ¡ Qué perseveranci a incansable en su empeño p o r sa nti ficarme a pesar de todo, y con frecuenc i a , ¡ ay ! , a oosar de mí mis­ mo ! ¡ Amor d ec i d i � o a querer mi bien, a no q u e r er sino este bien y el mayor que sea posible ; perdo­ nadme que no os haya en te ndido ; más aún, q ue o s haya desconocido, d espreciado ! Ya no más vacilaciones : me entrego a V os, quiero ser vuestr a conquista. Se acabaron va mis :udidcs para sustraerme a vuestra acción� q u� purifica, s an­ tifica y salva. Heme aq u í ¡ oh Amor, oh fu eyo di­ vino ! Quemad en mí cuanto se o p o n g � a V 08. y que· madlo, si es prec iso, echando mano al dolor . . . Si lloro, si �i rno, si me revuelvo a vece.� b a j o vuestros golpes santamente i nexorables, no os ahl:mdéis n i aband onéi s vuest ra feliz y bienaven turada empresa . . Os lo ruego, j oh Amor ! , y con tod a serenidad v ve r ­ dad os lo d i go : continuad vue�tr� obra, acá hadla hasta darle la última man o, haced de m í un sa n t o, u n

a p ós t o l

.

Desde q u e os con ocí, ¡ oh a m o r de Jesús ! , d�dc q u e en mi alma surgió el sol rad i a nte de la fe en Vos no me contento con menos q ue la santidac] y el a postolado para a pac i � u a r el ham b re y la sed que me atormenta n ¡ Am a r a J es{1 s ! ¡ Ha cerle •lma r ! . . .


f> A H 1 !,; l f i .

CAP.

1

¡ Proc u ra !', sc� tm mis po b res alcances, su hermoso rein ado de a mo r suhre los individuos y �obre las n a • ciones, que son la herencia debida n .!' ti realeza u ni ­ versal, he aq uí m i única ambición ! Nú husca el dolor, sino el amor, hada rttá s que el amor. Pero puesto que · aquí f>h la ti etra d árhoí y el dolor están insepara b lemente en lazados coh _ u n vínculo q ue n o se romperá sino en el dintel del Pa· raíso, no e s posi ble alcanzat el ámot sin tropezar con el dolor. ¡ Venga, pues, en buen h ora, _ con tal q u e venga en tu compañía, oh Amor ! Si n Ti , lo re· chazaría por in� Linto de la naturaleza, hecha para la felici dad ; pero conti g-o l e ahri rP. m i s hrazos y m i corazón . ¡ Y cuando me visite, subiré al Calvario, al pie de vuestra cruz sangrienta, oh mi Jesús cruci ficado ! Allí, con el corazón muy i unto al corazón de Ja Do­ lo rosa, q u e Hora <een pie su martirio ;> , m e sentiré bajo la tutela bendita del Amor, que fortalece para sopor ­ tar las desgarraduras del dolor, v viéndome trata do com� Vos, ¡ oh Jesús ! , como Vos, ¡ o h María ! , po­ dré d ecirme con todas vcr!Js : ccAhora es cuan d o s m verdaderamente amada, oh Padre m ío del C iel o ; c reo Pn vue� t ro amor para conmip;o !'n

C A PITULO a EL

A MOR

M I S E R T C: O ROTO S O

El a m o r de D ios para con el hombre n o e s Jli podría ser si n o amor misericordioso, dad a la d i 1'hrn ­ cia i n finita que sepa ra la criatura del Creadc•r. � 1 1 bre todo después del pecado. En todas pa1·tcs y si�m ­ prc pa rn a m n rn os "� prccif;o q u e Dios ron cleRr.ieml n .


El.

A M O H M I S t: H I C rl H D I 0 ,.; 1 1

.,- � _ , '

Y

n o lo hac.:e como a la fuerza, sino con u n �uzo in finito. La tendencia espon tánea de la mi sericordia es ba­ jarse hacia lo que es peq ueñ o , pobre, i mpotente v débil. Esta es la obra de que se �doria, la q ue nos importa conocer bien, sin la cual nuestra fe en el amor sería vacilante. Somos criat u ras imper fectas ; por lo cual necesitamos saber q ue el amor con que

contamos es no solamente inmutable. gener oso, des· i nteresado, sino, sobre todo, que si �ntí' verc hdera atracción hacia la miseria y !W incli na h acia ella tanto más voluntariamente cuanto la en cuentra más i ndi�en te. Tal es el amor misericordioso, a q u el auc Santa Teresa del Niño Jesús comprendía tan perfec­ tamente v recibió el encargo de darlo a conocer me ·

jor al

mundo entero Nadie penetra el verdadero sentido de su rloctrina c-;piritual sino ouien llega a grabar en el espíritu e:Ste 1>rincipi o enunciado por ella al come n z a r la h istoria de su alma : ((Siendo el haiarse propio de! A m o r n o tad bien estas palabras, reveladoras d e s u métcdo de Mntificación-- ; siendo el baj arse pr o pi0 clel Amor. si todas las al m a s se asemejasen a l a s de los s a n t os Doctores que han ilumin ado a la Iglesia. parece co­ m o que Dios no se baiaría tanto para Hcµ:ar hasta nlles. Por eso creó al n iño. q u e no sa he nada y �·>lo dela escapar débiles va µ; id o s : creó al pobre salva i e, q ue no tiene para l?;Uiarse sino Ja lev natural. y ha q uerido aba i a rse h asta los corazones de e�t os seres h u mildes . )) He aquí e x p resado en pocas palabras el r.:tsgo d o ­ m i nante del a mor de Dios : la ten denci a a b aja r has­ t a lo que está más bajo, hasta lo que es miserable ; tendencia de tal modo irresisti ble v natu ral, que, al <lecir de nuestra santa, precisamen t e :Ja ra satisfacer­ }" hft cr�;Hfo s�res h a�t� loi; cualf�"' t�n <: uenlrn m a n e .

-


278

l'A J I T E 1 1 1 .

1 : .\ P.

;�

ras de descender, llcgan<lo a l os ext remos l ími tes <le ] a miseria h u mana. ¡ Tal es, realmente, el Amor m i sericordios o ! Cuan · to mavor es la miseria, más se inclina hast�. ella con tern ur·a . ¡ Y es rrne n uestro Dios es la Bon dad mis­ ma ! Ama por el �usto de amar y de darse. No p u ­ dien d o gustar el gozo de recibir, E l , que posee tocio bien, al men os q u i ere tener el gozo de dar, el único gozo oue puede verdaderamen te encont rar cerca de sus cri aturas . Di ría se que cu anto más hav que d a r. ¡ más a m a ! Pero, ;. q u é habrá de dar cuando se trata de pecadores? ;. Ac a so no es el pecado el abis m o más profundo a donde Dios nu eda ba j ar? Santa Teres a del Niñ o Jesús decía : ((Para que el Amor quede plena mente i;; atisfech o , es preciso que ha je hasta la n:ida y la transforme en fuep:o . » Mas cuando este :l mor reviste el carác 'er de hl miserico rd ia, ba ja mucho más a ú n ; R e le ve · ha jar hasta la nada culpable. Como si Dios hallase e n ello u na de .sus mayores alegrías y en ­ contrase su mayo r gloria. Quizá porq ue, sin el pecado, 1amás h ubiéram os sa ­ bido ·h asta óónde llega su a mor, fué p o r lo que el Señor, al deci r de San A�ustín. prefi rió s a c a r p r o ­ vecho d el mal antes q ue impen i rlo. Este proved10 . en orden al mismo D i os, consiste en la i-!lo ri a de manifestar un amor m ás �rande (l ), v e n orden ..1 nosotros, es u n a reh ab i l i tación q u e, seg1Í n Ja e n s e ­ ñanza d e 1a I�les ia, es más maravi lfo43a a ú n que la c1·eación ( 2), (1) A t odos t · n r.e n c'1 Dio� d en t ro d e l a rebel d ía 1 1a ra U i-> a r <l e misericordia con todos. ( Rom., 1 1 , 32.) (2) j Oh Dio� 1¡ ue maravillosamente c reast e en d i gnidad l u n a l u rnl t':r.a l i u nurn a y q u e con rn a y o n ·s m:n a v il b s l a n · · form:1�t c ! ( O frrtor Í (1 d� l a .M i �t1 .\


l·: f .

Al'<lO H M I S E R l l."lllUIJU S O

2 79

Obra digna del A mor es la de transformar d do­ lor--.Iruto del pecad o--en remedio contra el peca­ do ; lo hemos visto en el capítulo precedente. Pero el Amor pasa más a d el a nte : camhia el m ismo ve­ neno en remedio salud able, puesto q ue s aca fiel pe­ cado tanta ¡!! l oria para Dios y tan gran d e bi en para nosotros, que nos vemos obligados a hen deci r nues­ tras faltas 1msadas y a ca ntar c o n l a Ialesia : « j Oh feliz culpa ! » Tal es el último tri unfo del Amor mi­ "ericordioso, tri unfo tan d ivi no q ue exced e nuestra capacidad. 1 Es raro, en efecto, e n c o n t ra r un alma perfecta­ mente con fiada después de sus faltas. Tenemos to­ dos una incl i n a ción natu ral a la desf'onfi anza. Es ésta una herenci a de fam i l i a rrue hemos recibido. En cua n to nu estros pri m eros padres hubieron peca ­ do, llen os de vergüen za y de temor, se escond ieron de Dios. ¡ Me pregunto y o qué h u b i era sucedido s i , e n véz de h u i r de la divina presenci a , hubiesen ido a arro j arse, confi ados y contritos, e n los brazos y s o ­ bre el corazón de Dios ! Quizá el lina j e h u mano hu­ biera ar ra�tra d o men os tiempo los hi erros de su ru da e sclavitud a n te.; d e la ven ida del Rt.-,iento r . . . Mas, ¡ ay ! , D i os m ío, ten íais q ue soportar desde el albo­ rear del m und o este despreci o del a m o r. preludio de tantos otros . . . ¡ Qué de hombres, después de J os primeros pad res , han dcscon odrlo v u est ra ...niseri cor­ dia !' Es verdad, s o m os d ignos hi.i os de aquellos dos culpables q ue, en el Paraíso terren al, St., excusa ron cobardemente de su culpa y no creyeron en vueo;;t ra indul�enci a paternal. Sin em bargo, el A m o r divin o , lejos de da rse 1wr vencido, halló en su desi nterés u n rec u rso :sup remo. A vista de la desg-raci a de la criatura l i bremente en ­ trel!'ada a la perclición. se produj o como u n desga ­ rrnrn i �n t o d e f>ieda<l en el corazón d� Di os, y de


280

l' A R T I·: 1 1 1 . -

CAi'.

3

esta heri da bro taron las primeras ola:; de miscrieo r · dia que desde t"ntonces corren sobre el m u n do. Re­ suelto a amar al ho 'l1hre, a pesar de todo. Di os quie­ re a toda costa salva rle, v decreta �u redención. Mas lo q ue pon e el colmo a todo c n a n t o hubié­ ram o s oodido 11 e2:ar a concebir, es a ue. l e j os de h a ­ cer pesar sobre el cu lpabl e l a s condicio r1es onerosas de su rescate, resu elve asum irlas El m i sm o v pag;a r ri�u rosamcnte a s u j usticia el perr! óri q u e s u mise­ ricordia le apremia otorga r. Mi rad a Jesús pnhre y humill a d o en Belén, a Jesús oheili cnte en �azaret. a Jesúi;; persegu ido y calumn iad o en �u vi da públ:i ­ ca, a Jesús a�on izan d o en -Getsem an i. a Jesús m u ­ r i en d o en el oprobio y e n el dolor de 1a r,ruz y decfoc; si no ha r.onm rado harto caro el dNel'ho de a mar a los necadores, de oerd on arles , de levantarlos hasta El, de clarJ es el Cielo. j Oué p rer.i osos n o serán a los o 1 os d el Padre celesti al esos peca dores que han lle�ado a provoca r tal l o c u ra de am o r T San Pablo tenía razón cu and o decía : A credita Dios su amor para con nosotros en que, siendo nosot ros toda11ia oecadores, Cdsto murió .oor nosotros. ( Romanos ,

5, 8).

Nuesto r propi o corazón es tan estrecho, tan l i m i ­ tado en los nobles afectos, tan severo e n exigir, f a n

mezquino en perd onar. oue n o podemos hácernos idea conven iente de l a oaciencia in finita, de la i n duli?enci a sin J ímites de Di os nara con un alma culpahl e. Sin d uda que el sentim iento de la miseri­ cordia no es extraño a nuestra naturaleza ; se r.n­ cuentra n excelentes corazones !:l q u ienes la m i seria del pró i i mo afecta corn o si Jes fuese n rooi a v se in­ clinan hada ella con cierta afe ctu osa comna s i ñn pa­ ra socorrerla. Mas este senti miento en el hombre es siempre limitado. « Cu cmrlo a IR m ised a se aa;rega la ofensa-�Rcri hr el Pa<l rf! Des11r111 on l-, los rcr,haz�· una


t: L

AMOR M J S t: H I CO I C D I O � O

mos v n o hacemo5 limosna al pobre q u e nos insulta. La misericordia de Dios es mayor ; E C enternece con la miseria culpable. Sí, n uestro D i os es tan bu en o , tan incomparableme_nte buen o, q u e el pera dor. como ¡Jecador, le atrae, v tiene sus delicias en colmar de bienes a aquel que ha merecido sólo mal es. n Que el pecador, como pecador al raúrn a Dios, se necesita gran fe para creerlo, sobre todo q u i en se ha formado idea de la santidad in finita y dd h orror aue le inspira el pecado. Sin embare;o , es una ver ­ dad que necesari a mente hay que admiti r al ver a Jesús durante su vida mortal. demostra r a los pe­

cadores una verdadera predilección v q u erer ser cÓn­ siderad o como amigo de ellos. i. No se complacía en re1Jetir que había venido a huscar y salvar lo q ue estaba perdid o? ¡ Con cuánto empeño tomaba su de­ fen sa ! ¡ Con q ué delicadeza los excu saba , es forzá n d o ­ se en presentarlos d es d e u n aspecto favorable ! ;, Por qué ponía sus delicias en es l a r en su compañ ía, sino �orque ha11aba en el t r at o con �llos el sabor de la misericordia en acción, la alegría exq uisita del amor que ba j a hasta lo ínfimo y recibe una e�alta ción s u ­ prema con el p erdó n q ue concede ? Los e;randes corazones saben cu á n ta d ulzura hH y en perdonar. Santa Teresa del Niño .l e�ús, hizo u i1 día experiencia de ello, y adqu irió n uevas lul!es sohrc el am or misericordioso. Una Hermana que la hahía molestad o, como acu dies e a ella para p ed i r perd ón Teresi l a le contestó emoci onada : ¡ Si supi'!ra usted el placer q ue siento en dá rselo ! J a m ás comprend í tan bien corn o ahora con cuánto amor n o s recibe Jesús cuando le pedimos perdón después de una falta . Si yo, su pol>re cri aturita, he experimentado tan ta ter­ nura para con usted cuando se ha dirie;ido a m í, ;, q u é pasará en el corazón de Dios cuand o nos vol­ vemos a El? S í ; segurumeule rn ás pronto que v o .

.

.

.

,


2B2

r.\ H T E 1 1 1 .

L\ P. i�

acabo de hacerlo, olvi dará todas n uestrns iniq u i d a ­ des para n o volverse a ac ordar de elfas , Ha rá m á s todavía : n o s am ará más aún q u e antes de nuest rn .

.

caída. )) Esta d elicadeza del Corazón de Dios para con

el culp able 11 uc c o n h umilde a r re p en t i m ien to con fiesa su falta. Teresa, desde m u y niñ a , la había descu ­ bierto como en reflej o en los corazon�s de su padre y su madre de la tierra . cc EUa, con su cabecita de n iña, piensa y cree que la perd on a r án más fá (' i l ­ mente s i acusa s u falta )), dice la señ ora De Martín e n una carta a Paulina . Por es{l , apenas comete un a n iñería, se apresu ra a confesa rla con lá gri mas, y a veces h a s t a con sollozos . Huelp;a añadi r que la pt>r­ d onan en segu ida, cubriéndola de besos v caric ias, que n o hubiera conseguido si n su con fl:!s i ó n . E�tos recuerdos de la infancia surg-en d e n u evo en su es­ píritu cuando, v a relieiosa, traslad a a u n plan su ­ peri or su psicolo�ía cJ�l am or. ;, Acaso no ley ó en l a s Sagradas E.:;.crituras q u e Dios e s más tierno que una madre? Pues así es ; ade­ más del perd ón d i v i n o lle_ga hasta a �sperar una re­ com pen sq d espués de la conf�i ón de sus faltas. « Con­ fío a Jesús·-escri be-. le c uent o mi nuci osamen te mis infi delidades, p ensan d o en mi tcmr.rari o aban ­ dono que así . a lca n zaré mayor i m p �r i u so b re s u Co­ razón y atraeré sobre mí mis plen a mente el amo r de Aq uel que no vino a salvar a los ;ustos, sino a los pecadores )) ( Mt . , 1 9, l � L ;.Quién se a t rev erá a. decir <fue Te resita n o ·i c n h.i razón ? (( Di os e� ta n bu en o, tan buen o, repi to, buen oi diré u na vez lnás-afi rm a ba Bossuet--- . pa rn con aq ue­ llos que se vuelven a El , que no m e a tre\n a decirlo, por tem o r, di?;á m oslo así, de relaj :u el esp íritu de pen it�n c i a . R�cibe r. o n t� nto n in o r a los peca.dore�


El.

A M O ll !\l l S E l l l CO IW I O � ! J

283

reconciliados, q ue la inocencia más 1.>ericcta- ¡ Dios mio, permitidme que lo diga ! -pod ría en cierh> modo tener motivo de queja o� al menos de envidia ; los trata tan dulcemente, que, con tal de q u e hay a habido a rrepentimiento, cas i n o q ueda motivo para

lamentar lo ocurrido . » Estas afirmac i on es n o son exa�erad::ts. De acuerdo con lo que d ice la fe, la experiencia su m i n i stra prue­ bas de ello. R ep a r a d en un hom bre q u e ha ofendido a Dio s , ha in j uriado su bondad, desvrcciacfo �u s preceptos. I nmediatamente el Am9r ultra j ado se <l i s­ pone a convertirle. Con grandes refuerzos de gra­ cias a c t u ales , pone sitio a esta ·alma cautiva del de­ monio, empeñándose en reconquistarla con u na pa­ ciencia que no ced e ni ante l as resistencias tenaces ni los in juiriosos despreci os. Si preciso fuera, haría milagros para conseguir s u ob_j eto. Y cuando, al fin, esta alma culpable s e rinde a las solici taciones q u e la apremian, encuentra en su Dios u n pa d re que le -abre los brazos y en j u ga con sus besr:s las lá�T i 1!rns de s u ta rdo Rrrepentimiento, hartas ve ..�es interesa­ do. Ni una pala bra de reproche, n i un ceño de Jes­ a�rado. Como si olvidase q ue la vuelta de este pró­ digo es, ante todo, efecto de su gracia. Dios triunfa porq ue el h i j o rebelde consiente en Cicepta r s u s he­ neficios y su amistad, ordena a sus án e:ele� que se regoci j en y quiere que el Cielo vista de �ala y de fie st a . Y cuan do todo lo ha dado y todo lo ha pe r ­ d on a d o c o n u n a con descen dencia inaudita . promete a este hi j o ama c H<1imo u na r ec o m pe n s a , porque le h a proporciona d o la alegría de ejercer !'.!U m i se rj .

cordia.

¡ Diríase verd a d f" ra m e n te r¡ ue es El ffll lt"n lo h a recibido todo v q ueda obligado a l r-ul nahle ! Y ca da vez quf' el m ismo h ombre torne a ca e r , suced e rá i �ut-11. c o n tal que, arrepent ido, i rP plo re lll i n d ulre1 1 -


l'A ln' E 1 1 1 .

! : .\ ! ' .

3

c 1 a divina. Parecerá cosa extraña, y, si n embargo, es verdadera ; los excesos de su malicia propo rcionarán a Dios n u evas ocasione� de mv.n ifestar los exceso� de su amor. En verdad, ;, no consti t u i rá esto un pe­ ligro d e reincidencia para el pecador'r ;_ Y n o habrá derech o a deci r : Pad re mío celestial , vuest ra i ndul­ gencia i n agot ahJ e se asemei a a las fl aq ueza� mater­ nales, q u e, por demasiado fáci les en perdonar, alien­ tan en cierto mod o las caprich osas reliel i oncs de los

h i j os?

f

Más aún : c11 a n do Dios perd ona , n o lo hace a la manera de los h ombres, que n o sahen olvi dar. EJ re ­ cuerdo mismo de nuestras faltas se esfuma total­ mente,. de suerte que después de miles de pe rdones concedidos al pecador R;Ua rda la misma actitud de benevolen cia y le devuelve su am istad sin recel o , co­ mo si olvida�e que tantas veces le había t rai cion a­ d o . Esto es lo q u e verdaderamente constituve el ca­

rácter exclusivo del Amor mi seric ordioso. No�olros, en efecto, �uardamos ciertas reservas, aurJ que per­ tf onenr ns a quien nos ha sido infiel u n a sola vez. « Hay en la amistad-escribía María Jen na- - -hmidas i ncurables ; se cree u n o que todo se ha reparado. así lo d i ce ; pero aquello no es sin o un emplasto ; por dentro todo se resiente. »

No sucede así con Dios . . . ¡ Sus perdones no so n « Nos ama más g ue antP.s)J , afirma Te­ rcs i ta : 'Y. es verdad. Apelo ni tri bunal de vuest ro corazón, pecad ores que habéis vuelto � i ncer::\mente a El, después de tantas caídas. ;, Os guard ó el más pe­ q u eño rencor, por decirlo así? ;, Os hizo tan si q uiera sentir vuestro desfallecim i ento? ;, No reconocisteis, JlO r el contrario, q ue en el exceso de su delic.:1 dcza pa ­ tern al había buscado, c on aumento de gracia, hacer olvid�r ha!"ta e] rec1�erd o de vuest ra des�rar ia, como emplastos !


1·! 1 .

A M 1 ;f{

.\1 J s E � t c o 1 m 1 1 1 s o

si temiese vu estra a m a rp; u ra por la humillación de i ante recuerdo ? Sin emLargo, n o fal lan a lmas a q u i en es s u $ pe­ cados pasados t u rbar1 hasta hacerl as d u dar del amor de D ios para con ellas. ¡ Q ué turbadas Ilú estará n pues no echan de ver q ue sus mismas faltas deben . más q ue todo, inc itarla s a la ·� on fianza ! El perd ón recibido, ;, no es acaso u n a prueba del !l rnor q ue Di os les ti ene? ¡ Pobres al ma s queridas, el perdón q ue os ha concedido es la me did a del amor q u e os tiene ! J uzga d por ahí el �ra d o q u e ha, d e a lca nza r vuestra confianza. Pero os comprendo : no es que d u dé i s de la si nce­ ridad del perdón concedi do, ni del amor misericor­ di oso q u e os lo ha otor�a d o Lo q ue, os pone en perplej i dad es el pensamiento aflictivo (fcl abu so de las gracias de que os hicisteis culpaLles, y la pers­ pectiva, más afl ictiva aún , de no poder ya contar con los favores de predilección, patrim onio de las almas que constantemente han perm a n ec i d o fi eles . Os queda en el corazón una cierta inquietud sobre la coníianza de Dios para con vosotros. co mo si supie­ seis q ue, en adelante, se mantendrá en un pla n de reserv a y o s privará para siempre ele s u s ínt imas fa. miliari d ades . . . ¡ Qué mal conocéis a vuestro Padre celestial ! ;. Hab éis olvi d a d o· ya lo q ue h izo con la Magdalena, con Pedro, con Pablo, con Agu stín "? Pues si se mostró tan pródi�o de ternu ra s para con ell o s � fué porque estos �rand€-s pecad o res, una . vez reco n ­ ciliados con El, del recu e rdo del perd ón reei bido sa ­ caron un estimulante para la confi a nza v el amor. en vez de estrechar su corazón , como vosotra s lo hacé i s. ¡ Cuántos bienaventurados están hoy en la glori a que no estarían si hubieran permaneci do des­ confiados después de sus faltas ! .' ¡ C u á ntos µ;randes pecadores llegaron a se r serafi nes de am or, los (' U U · seme

. . .

. . .


286

l ' A l l 1 ' 1·: 1 1 !.

f:. 1 1'.

:i

les h u b iesen llevado una vi da med i o : re s i n o hu· b i esen hallado u n perpetuo aµ;uij ón pa ra el fer vor e n el pensami ento del a m o r m ise r i cord i oso, i n can ­ sable en persep;uirles en medi o de sus errores p a ­ sados. No tenemos palabr as para hablar ,_·omo conviene de este amo r, ni pensamientos µ'4ra cnnceh i rlo t a l como e s . Al men o s, sea nuestro gozo el saber q ue su gran deza excede n u estra capacidad v q u e no po­ d emos comprenderla. i Almas arrepentidas y perdonadas ! ¡ Abríos a U n á confia nza inmensa ! Difatad h asta lo infinito vues· tros deseos de �antidad y de a p ost olado ! No creá i s q ue el amor misericordios9 toma únicamente corn o confidentes de sus secretos las almas qu e han per­ maneCido pu ras y sin desfallecimien tos Dios ha echa d o e n olvido vuestras faltas desde e l i nstante mismo q ue os las h a perdona do . . . Ah ora desea tra ­ taros como privile?;iadas, introduci ros en la intimi­ dad de s u Corazón , ha ceros sentir las dulzuras dP la unión familiar con El. Arro i aos resueltamente e 1 1 sus brazos, entregaos a El _ sin recelo ; n o sabéis a dónde llegarán sus m i sericordia s si le trat á is as í . Y vosotras, alm as culpables, que la gra cia comien ­ za a conmover, y que en vuestra mism a desgraci a experimentáis u n vago deseo de volver a Di os, � ¡ vuestros o j os pasan p-o r estas pá �inas, n o dud{·i� q ue fueron escritas para vosotras . . . M i radlas c o m o u n a i n vención del Amor misericordioso! que os lb­ ma-qnizá por 11 ltima vez�y que desea tener d gozo de perdonaros , de ablandaros , de hacero s did1 osa!" Escuchad, p ara ven cer vuestras vacilaciones, es t a :-: palabras ins ¡Ji radas que la dulce Teresi ta escri hi (, para vosotras, y q u e ella os d i rig-e en c"lc m o m en ­ to : C<No por haber � i d o preservad :i del p eca do m o r ­ tal me dPY o h as t a D i os por la con fia nza y p] a rn 01· .


F. r .

A :.I O H M 1 ,; f.: 1! h '( l ltl> l O S O

Lo sé, lo siento : a u n cuando t u v i era so b re mi cm i ­ ciencia todos los crímenes que se pueden c ometer, no perdería nada de mi confi anza : i ría , con el cora· zón destrozado p o r el a rrepentimiento, a a rro.i a rmc en los brazos de mi Salvador. Sé q u e ama extraor ­ dinar iamente al hijo pródigo : he o ído sus µala b ra� a Santa Ma�dalena, a la m u .i er adúlte ra, a la Sama­ ritana. No, nadie podría intimidarme, porq ue sé a qué atenerme acerca de s u amor y su m isericordia. Sé q u e toda aquella multitud de ofensas desapare­ cerían en un ab ri r y cerrar de o j os, eomo una gota de a�ua arro j ada sobre un hrajero hech o ascua. » Se cuenta en las Vidas de l os Pad res del yermo que uno de ellos convirtió a u n a pecadora p u blica, cuy os desórdenes tenían escandalizada a toda la co­ marca. Esta pecadora, tocada de la �racia, entra de­ trás del santo por el desierto para cum nlir en él rigurosa pen i tenci a, cuando, la primera noche del viaje, aun antes de haber lleg-ado al lugn r de �u re­ tiro, sus lazos mo rtales se rom pieron con la veh e­ mencia de su arrepentimi ento, Jleno de amor ; y el solitari o vió en el mismo i nstante su aim�1 � e r lle­ vada por lo� ángeles al trono de Dios. H� aqu í un ej emplo harto evidente de lo que yo quisiera deci r ; pero estas cosas no se pueden expresar. 11 Entre las almas pequeñas a quienes este libro está dedicado, gran número de ellas, s i n d u da . que n o t ien en que arrepen tirse de una vida estragada , lej os de D ios. Muchas, si tuvieron la desgracia de pecar gravemente en una época desdichada de su e x ii:: t en­ cia, se levantaron con val or y sin demora para vol­ v e r a emprender su a scensión a las alturas <le la per­ fecc ión . Otras�y son más m mH·r n � s d e l o q ue ::;e cree en nuestro si�lo de vanidad y de sed ucci ones culpahleA-tienen q ue agTadecer al Señ or c o n toda


l • A l tT E 1 1 1 . -

C A i '.

.

humildad las p;ra eias que les han prescn ado <lcl pe­ cado m ortal . Sin embargo, aun ent re estas almas pri vile�ia d a s . son pocas las q u e pei·m a n ecen ci egamente ·�onfiadas. a

pesar

de

sus

fal tas diarias. S u fe

en

el Amor m i ­

sericord i os o n o ll e�a hasta pers u a d i rla� q u e pu ede el Señor sacar pro vecho del ma l que conocen e n s í . ¡ Cómo q u i s iera v o abrir ahora nuevol:! h ori zontes a su confia n za, d escubriéndolas el artifi c io de a m or que Santa Teresa del Niño Jesús practicó, �l cual no es otro que « el arte de g-loriarse de las pro pias mise­ rias >J ! ¡ Arte deli cado entre tod os, q ue conocemos en teoría, pero cuy a aplicación práctica es tan di fícil v tan rara, porq ue es sobre la hase de la h umil dad ! No olvi déis q u e ahora me dirij o a vosotras, almas

pequeñas, cura única aspiración es ta de ama r a Je­ sús por encima de todo. Esta aspiración, a u n q u e �ea débil o intermi ten te, basta para colocaros baj o las banderas deJ Amor misericordioso : snis ele aquellas que El pue d e y necesariamente He�arú a conquistar. No se repetirá n u nca bastante, en efecto : como fundamento de la verd adera con fianza. al menos es indispensable buena voluntad ; no éxito, pero sí es ­ fuerzo. La falta de éxito aparente, las repetidas de­ rrotas, no s o n verdadero obstáculo para la acc i ón de la �racia, con tal de que se levai1te un o de s u s caídas s i n des aliento ni malsan a tristeza . Para per ­ severar en este aliento renovador, tan di fícil a n u es ­ tra natu raleza i nconstante, es necesario u n deseo a r ­ diente d e conseguir el fin . Si, pues; almas pequeñ aio; , ten éis este d e seo y esta per severa ncia, teneos po r dichosas. (( Di os-advierte S anta Teresita del N 1 íi o Jesús---+n o os daría ese deseo de ser domi nada� po r su Amor misericordioso si no os reser vase �l"tP fa . vor . . . puesto q ue n o d a j amás deseos (f ll C' n o p n• · tenda E l re-al iza r.)1 Pen s a r rle otra m n n c ru �N ÍU hn·


EL ÁMÜH M I S l:: R icOH [JJ O S O

�erie in j uria. ;, Q ué diríamos d e un rico que fuese tan cr uel que enseñase un pedazo de pan a un J>ohre h a m­ briento y se gozase en verle tender la man o , pe ro nunca se lo diera? Sería burlarse del pobre y exci tar su apetito para atormentarle · más. Ahora bien : Je­ sús no se burla de vosotras : es absolutamente in­ capaz de ello. Aun antes de desperta1 en vo3olras, almas pequeña3, el hambre de su amor, había ya formad o el design i o de satisfacerla, v n o ex cita esa hambre sino p a ra preparaos a recibirle. ¡ S i supieseis qué riqueza tan gr811 de son <!Soi:; vues ­ tros deseos ! Mas entendámonos sobre la naturaleza de estos deseos. Cuando un hombre se mete en un negocio por su pr o pi a cuenta, le mueve a ello la esperanza. de hacerse rico ; su deseo no se limita úni­

camentt: a asegurarse con qué vivir a l día, sino a reunir un capital que asegure su porvenir y el de su familia. Si, pues, le sobrevienen pérdidas por ra­ zon de desdichadas maniobras, estima rectamente que la e j ecución de su proyecto quedará retrasada o q uizá comprometida. Lo contrari o debe acon ' ecer e n el caso de u n alma pequeña, que aspira a la santidad. El Amor miseri­ cor d ios o , con el cual pretende hacer nee;ocio. n o pro­ duce capitalistas. Debe entenderlo así de.sde el prin­ c.ipio si q uiere tratar c on El. Santa Teresa es quien se lo advierte : cc Para ama r a Jesful v ser su víctima de amor, el solo deseo de ser vícti ma �asta ; pero 11.ay que resignarse a quedar pobre r sm fuerza y eslo ·es lo difícil. Sí ; esto es lo difícil. . . Queremos trah•jar por la perfección ; pero, . sobre todo, quere­ mos acumular J[anancias, contar pieza nor pieza sus moneditas espirituales, ase�urarse el porvenir. Y vre­ cisamente eso es lo que el Amor mi seri cordios o no q uiere. Está dispuesto a hacer que progrese la em­ presa q u e le hemos con f iado, y con toda hahili d a <I :


290 pero con una condición, una sola : que el ahua pe­ queña renuncie a hacerse rica y consienta en vivi r al día, con los fon dos que el Amor pone a su dispo· sición con toda largueza, p ero solamente minuto por minuto, según las necesidades que se presenten . ¡ Ah ! , es que el Amor misericordi oso es extrema­ damente celoso de sus derechos. No actúa con toda libertad, sino sobre la pob r ez a espiritual humilde­ mente reconocida, santamente amada . . . El día que os sintierais r ico s de virtud, de valor, de firmeza en vuestros generosos imp ulsos, podriais confiar en v ues ­ tras riquezas ; esto es lo que el Amor misericordios o no quiere, pretende que contéi s con Fl solo. El deseo de amontonar riquezas espirituales es, pues, un a ilusi ón del amor propio, que Ueva a las al­ mas, aun las mejores, a apoyarse en sí mismas, en su6 felices disposiciones del momento, más que en el Amor misericordioso puro, y simplemente porq ue e:J el A. mor misericordioso. Más vale el deseo de perder, es decir, de perderse a si mismo, olvidarse, tender a la perfec­ ción, no p o r el placer vanidoso de sentir .nuestro pro­ pio progreso en tal y tal virtud, sino por el ún ico pla­ cer y gusto de Dios. Ahora bien : si a Dios le placfl, almas pequeñas, manteneros en uri estado de derrota y de · debilidad espiritual, en que se os figura que vuestros mayores esfuerzos serán completamente inúti les ; si le pl ace dej aros en sequedad, y que sintáis disgusto, miedo instintivo al sac r ificio, lucha!' incesantes para la prác­ tica del bien, ;, no d e béi s apreciar esto como una gracia muy grande, puesto que semej ante estado os pone en fa necesidad feliz de recurrir sin cesar al Amor misericordi<>so? Unicamente cuando el hombre se halla aniquilad o por el f?entimiento íntimo de s u im potencia y su pobrez:a espi ritual, es cuando qued a en total depend encia de Dios. Entonces ya nada sP.


tL AMOR MI S ER ICORDIOSO

291

,,.., al verdadero progreso ; las tnis111a s faltas, le1•. ele perjudicar al alma, le son de inmen so pro;.bo. Como veis, almas pequeñas, el artificio de q ue hace pooo oa hablaba no tiene nada de complicado ; con­ itata en tener conciencia de vuestra flaqueza y ex:po­ ftll'l a 1encillamente a Dios, a fin de que «se digne bajar hasta nosotros>> . Lo repito : si q ueréis negociar

el Amor misericordioso, no hay otro prol;edimien­ to que. segujr : ¡ la miseria es quien la atrae ! Con todo, es preciso que esta miseria QÓmparezca ante El uon una confianza hunúlde, porque únicamente ésta ni la q u e le c om un i c a su poder de atracción. Mi rad • un niño en la cuna : es la suma debilidad ; pero bá1tale mirar a su madre, tenderle los brazos-¡l;es­ lo que expresa s u amor, su impotencia y su confian­ za-para que ésta acuda, se incline y se lleve su te·· 10ro estrechándolo sobre su corazón . Dios no obra tJe otra manera con las almas pequeñas, q ue, después de las faltas diarias, vuelven a El sus oi os, llenas de arrepentimiento y de ternura filial, diciéndole como Santa Teresa del Niño Jesús : '< Mira lo que pued o hacer yo sola, si n o me tomas Tú en tus brazos.» Ante semej ante act itud, Dios no resiste n u nca : acude en busca de su hija, por lejos que �sté, y la transforma en llama de amor. Comprendo qm: des­ pués de haber experimentado esta \'erdad, Santa Te­ resa haya podido decir : <cMe acaecen no p oc as fla­ quezas, pero me alegro de ell as ¡ Es tan dulce sentirse débil y pequeiw ! Cuando se acepta humilde­ mente la humillación de haber sido imperfecto, Dios vuelve en seguida al alma. La cosa más �rande que el Todopoderoso ha hecho en mí es haberme mos­ trado mí pequeñez e impotencia para todo bien.» La humildad � en tal grado ind ispensable para el amor, que sin ella se camina fu era del sendero recuon

. . . ·


292

l',\ H T E l l T .

CA i'.

3

to, aun creyendo que se hacen almas de u n exterior com p u esto

marav ill a s.

Cuántas <le tener

se jactan perfecta confian za en Dios, siendo así que sin darse cuenta de ell o confían con entera seguridad en s u s su puestas virtudes. Cuántas otras, p o r el contrario, su­ _jetas a faltas numerosas, que las humillan, pero sin desalentadas, atraen sobre sí las complacencias del Padre celestial por la perseverante íe en su amor y en s u misericordia. Cuando el alma lle�a a descon­ fiar totalmente de sí, es cuando la confianza en Dios, limpia de toda mezcla de imperfección humana, obra maravillas de santificaci ón. La vida de Santa Teresa de J esús nos ofrece un ej emplo palpable de esta verdad. Relatando las lu­ chas penosas que hubo de sufrir durante dieci ocho años, antes de entr�arse sin reserva a todas las exi­ gencias divinas, la _ Santa manifiesta la causa de sus vacilaciones frente al ideal que se le mostrab a : ce Una cosa me faltaba, sin duda-escribe-- ; creo que aho­ ra me doy cuenta de ello, y es que no con fiab a en ­ teramente en su Majestad v no de.scon/iaba absolu­ tamente de mí. Ponderad bien ��tas palabras, notad

la antítesis : confianza entera en Dios y desconfianza absoluta de sí misma. Todo el progreso espiritual se contiene en estas dos frases . Y la santa acaba dt: . convencernos de ello cuando, en el rela to de la es­ cena del Ecce Humo, que fué el punto de partida de su conversión definitiva, inserta esta reflexi ón, q ue tantas cosas dice : <\Estaba yo muy desconfiada de mí y ponía t<>da mi confianza en Dios» ( Vida: cap. 9). j El triunfo de la gracia fué completo aq uel d fa porq ue s u confia nza en Dios había lley;ad o a l a per­ fecta humildad ! La estimación propia, la presunción q ue n o s per· suade podemos bastarnos a n osotros mismos, y, p o r dec i rlo e n u n a µ .a labra, el org ullo farisaico q ue toma


F.I.

,\ M O R M I S E R ! l " OIUJ ( O '; O

apa riencias de vi rtud para mejor dis i m ular.. csl.'" e � el �emigo mortal de la confianza e n Oi os. Cont ra #ti, él Amor misericordioso, nada puede. si no es q ue non un mila e:ro asombroso lo derribe a s u � pies �on la humildad dP-1 publican o que se confiesa pecador e implora perdón . ' E!te milae;ro n o es imposible, oero es raro. El nr.-ifto es enemi go i rreconciliable d el Amor. No en ­ tiende su len e:u a j e. no se conoce a 5Í mi5mo y iamás confiesa �ns culpas Y es aRÍ que saber acusarse de ÍUI culpas. no solamente en presencia de · Dios. sin o timhién delante del prójimo y delante de sí mismo, el la humildad mas costosa, la menos sospechosa . r Oué urecios:t v que ú ti l es ! En �aso de necesidad. ella sola puede sustitu ir a las demás vi rtudes, puesto rme ella oon e al al ma en relación inmediata �on el Amor misericordioso, cuya propiedad es h a.i arse . . . No nos extrañem05 que Santa . Teresa del Niiío Je­ "ó& comorendien d o l a indis pensable necesidad de la humildad, lle�ase a decir a una de sus novicias : <1 De­ hería usted reJ?;oci i arsc de ha her caído � porq ue si el r.aer fuera sin ofensa de Dios, debería h acerse adre­ de� � fin de humilla rse. Tan luego como Dios nos ve bien con vencidos de nuest ra nada, nos al a r�a la man o. » ·

. . .

�Ua.

oue encontraba en las luces �obre su nada más flrovecho que en las luces sobrn IP. fe, podía af ir· m a r con senceridad : « Siento una ale2ria grande. n o - solo cuando me encuentran imperfecta si no. so ­ bre todo, cu.anda siento qrie lo .wy. >, Estos sentimientos nos asombran, uorque no so­ m o,s santos� v tio rq u e quisiéramos serlo por otro ca ­ tnin� que no fuese el de la humill ación interior y exterior. Lei os de regoci j arnos después de nuestras faltae, complaciéndonos en nuestra pro pia abyecci ón , no1 enfadamos contra no�otros mismos, v tal vez no nos atrevemos a mirar cara a cara n u es tros defectos


291·

r .� R T E 1 1 1 .

r,

\ P.

:1

por temor de encontrarnos demasiado miserabl�. Otras veces nos desconsolamos con exceso de lo que conceptuamos una verda dera pérdida espirih1al, v se nos fi.gurn que nuestra santificación está por enci­ m a de nu estro alcance . . . Hav también almas que caen entonces en una ver ­ dadera ansiedad, tanto que temen n o ser va amadas de Dios o se r menos amadas, v se hailan tentadas de considerar c o m o una quimera el deseo '.:fUe tuvieron de ser víctimas de su Amor miseri cordi oso. El �an calumniador de Dios, Satanás. padre de Ja mentira, Rahe bien lo que hace cnRndo in�1núa tales pensamientos. Después de h aberlas he.cho caer, no quiere aue sus caídas redunden en 5-U provecho. como sucedería si esas almas ofreciesen .sus mic;¡e­ rias al Amor misercordioso con un acto de arrepen­ t imi�nto llen o de amor, para toi'n ar a emprender en se�ida el camino. más convenci das de sus flaqueza� v de la necesidad que tienen de con tar únicamente con

Jesús.

Felizmente se encuentran con frecuenci a almai; pe­ queñas que prestan oído sordo a las nalabras menti ­ rosas del demonio. Están llenas de buena voluntad. pero caen a menudo ; más porque su fe en el Amor está al abrigu de todo ataque, alientan lJila confían· 7.B;. que ale,., o-ra el Corazón de Dios. Oíd el lenguaje de una de esas almas, que hacía va tiemoo pertene­ cía a la escuela de Santa Teresita y que había entr.'.l· do verdaderamente en el <<Caminito :) . · «El pensamiento de mis mi�eria� v n u merosas i m ­ oerfecciones, l�i o s d e abati rme y perj u dicarme� no hace sino arro i arme más resueltamente en los hra· zos de mi Jesús, el Amor mi sericordioso. l Oué ha· ría de su miser icordia el buen .T esús si no huhfor:t miserables? Siente placer y alivjo cuando se llega 11 El un alma con los brazos cargados de haces espino·


F. T . AMOR M l S F.R ICO R O IO S O 1nt. Apenas arroi a la brazada e n el horno de aqurl Cora:r:ón-Amor, cuando s e con sume sin ouedar ra�ro de ella. Dij!;O mal ; aJ � o queda : la ale2'rÍ8 ·que sien­ te nuestro amadisim o Salvador nor haberse mostrado bueno v hacer bien a un alma. A menudo pienso que. en el fondo, no tenemos mejor in a n er:t de glorificar a Dios que proporcionarle ocasi ones de manifestar lo 'que es : amor misericordioso. ;_ Oué nodrcmos dar al infinitamente rico? ; Virtu des? Las tiene todas, v en g ra d o perfecto. Y el bien q ue hacemos le perte­ n�e íle suy o , aun que n ada ha�amos »a1 a consaJ!Tár­ selo. Pero el pecado es lo que ltos perh·nece nor dere­ cho propio : podemos con servarlo u ofrecerlo . ¿ Con­ servarlo? ¡ Es una posesión tan triste ! .' ¡ No lo nece­ sito ni lo qu iero ! Lo presento, pues; a Dios, que puede sacar de ello algun a cosa para su �loria v para mi provecho. Le cuento mi pena J>Or haberle nfendido, por haber sido tan poco generoso para con f:l. que me es tan bueno siempre, y lue!?o trato rle mborear en paz el a.marp:or de mi abyección . . Este último esfuerzo me resulta tan· bien al!!tunas veces , que siento. como Teresita. u na cierta rlulzura de sen ­ tirme débil v pequeñita. Me ·parece entonces que Dios tiene para · mí corazó·n de padre, porq ue soy s u hi_i a la más en ferma v l a más i ndigente Es preciso ha­ ber experimentado esta suerte de -'lleq;ría para com ­ prenderla. Hace u n os años iamá.s h ubier� podido creer que existiera u;o z o en el �on ocimiP.nto de ini ini · seria y en la experienci a amarga de m i flaque:Za . » Almas d e buena voluntad, no tengáis n i sombra de in dulgencia para el mal futuro, siempre posible : ahominadlo. Pero si os aca ece caer en al�unll · falta v recaer una y más vece.s , no os ,fesalentéis . Haceos más humildes y corred lueyo a ;urojar vuestra r.ar�a a los pies del Amor miseric ordioso: El Íúesl'o de !m Corazón se ceba consumiendo nuestras miserias. En.

·

. . .

.

.

.

.


2%

PA H TI'; I I I .--CA l'.

3

cuentra en eJJ o s� dicha. Decía Jesús a Santa Ger t rn ­ dis : «Gusto m á s de ver tus nep;li�encias 1 eparadas po r mi amor y no por ti misma--suouesto q u e tú pu ­ dier1:1�a fin de que se le dé t1mto más gloria y honor. " ; No es esto verdaderamente delicioso? ¡ Y que hayR todavía almas q u e ti ene · mied o de Vos. oh Dios m ío ! Antiguamente. el gran A uóstol decía : Comnleto en mí lo que hace falta a la Pasión de Cristo. Esta her­ m osa frase. tan rica de sentido, ha pasado como lema caldeado al vdcabul a ri o de las almas que padecen. Quisiera yo q u e ah ora pasase al vocabu"lario de ]as Plm as pequeña s entregadas al Amor esta otra fra� de humildad con fiada : « Completo en mí lo que fal t� a la miseric ordia de Dios. )) ; Qué le fal�a. p u � ? ¡ Le falta m i · miseria ! Si n o s e la doy, qued ará i n ­ completa en s u s efectos. sin aprovechar� jmítil . . ¡ La misericordi a de Dios inútil ! ; Podrá serlo'? ¡ Causa­ ría inmensa desolación a su Corazón de Padre n o poder manifestar el má s herm oso rle s us atributos. Pues bien: no, no sucederá así. Alma pequ eña, alma pecadora, átomo insÍjmificante, vo pondré en acci ón esta misericordia. la haré trabaj ar con la esoeran?.a de ser un día, e n el Cielo, su trofeo mar?"nífico, u n µ;rano de arena e n s u eterno triunfo. Utilizadas de esta suerte, las faltas, las i mperfec­ ciones, las m iserias, cualesquiera que sean. tienen do­ ble venta i a : hacen · resplandecer el poder d el Amor misericordioso y redundan en provech o del alma . Cuando el alma reconoce este destino imprevisto� in­ audito, que la bondad divina da al pecailo. queda estu ­ pefacta : Dios, en verdad, no sabría ir más a1lá en la manifestaci ón de su amor pa ra con el hombre. Por tanto, es preciso que n uestra fe en su am or suba hasta esta altura y se una con �l en maJZ;nífico impuli:;o . S L es necesario, s i hemos tenido la dese:racia d e ofender a Dios y luego l a gracia de reconciliarnos con Él, no �.

·

·


•: t .

A M O U M I S E R I UJ R D l <> S O

297

solamen te creer en el perdón recibido; sino conservar intactas las más n obles aspiraci ones hacia la santidad. La santidad es la única resJ>U�ta diima de nuestro co­ razón al Corazón de nuestro Padre Celestial. Santa Teresa del Niño Jesús ttió esta re�puesta en una circunstancia oue me ha llamado siempre la aten­ ci ón . Claro es qu e la santita no tuv9 i amás que deplo­ ra r faltas p;raves ; pero su delicadeza eµ materia <l e amo r le d a idea ex�cta de lo que puede haher d e Qfen ­ sivo para Jesús en las menores i mperfecci ones de. un alma a quien ha colm a do de �ricias excepci onales. Ahora bien : de estas imperfecciones menu d�s no es­ taba exenta ; con stituían, sin d uda. la materia habitual de su árrepentimiento amante v con.fiado. Habiendo co­ metido un día-con circunstancias atenuantes-un a li­ e:era falta de naciencia. escribió con esta ocasión a s u hermana, la Madre Inés de Jesús . . una cArta encan ta­ dora, en que se condensan todos los sentimientos aue deben tener las almas penueñas despm�s de sus fla­ quezas diarias. Ci to el último párrafo� muy propio para ser meditad o : ccMadre m ía amadísima, se lo confieso, me siento mucho más feliz de haber sido imperfecta que si , sostenida por la gracia, hubiera sido un modelo de paciencia. ¡ Me hace tllnto bien el ver que mi /esús es .�iempre il{ualmente dwce y tierno para m í! . . . Verda­ deramente q u e esto basta p ua morir de e-ratitud y de a.m or. Madredta mía, sin duda entendMs que h oy :se ha desbordado el vaso de la misericordia div� n a sobre esta su hi ja . . . )) Ponderad bien cada palabra de esta confidencia i n ­ rrenua, almas peq ueñas, que os turbáis después do vuflstras faltas : examinaos si el pensamiento de haber sido imperfectas y juzgadas como tales por los que os rodean os ha hecho felices porque habéis h allado a


298

l'A llTE 1 1 1 . -

CA i'.

Jesús sic m¡ue igualmente dulce v tierno para con vosotras . . . Y luego , continuad leyendo : « Desde ahora, lo reconozco, ¡ todas mis esperan zas se verán colmadas ¡ S í, el Señor hará en mi favor m a ­ ravillas q ue sobrepu j en infin itamente mis inmensos de­ seos . . . 11 Nunca, tal vez, la confianza de Teresita se elevó tan alta . . . Lo que aquí· espera, lo que aguarda con certeza, son las marávillas que el Universo en tero es hoy día testi�o : su autobiografía, traduci da v publicada en treinta y nueve lenguas ; su nombre invocado, celebra­ do de un o al otro polo con los de .Tesúc;. María y .losé '. su doctrina espiritual, seguida por milla res v millares de almas ; s u lluvia de rosas, que incfflanternen •t' cae s obre el mun do desgraciado : esta dori a , en fin . con q u e la santa I�de.i; ia J a ha coron ado. rolocá n d ola en los altares f dándola el título oficial de la Pa trona de las Misiones cat ólícas del mundo entero. Todo esto es lo que vió y profetizó nuestra Teresita cuando su pluma trazó con humilde v tranquila seguridad esta¡:1 palabras asombrosas : '<<El Señor h ará en rni favor ma ­ ravi ll as qu e sobrepui en infinitamente miS i nmensos de· seos . )) Pues bien, n o vacilo en decirlo : lo que hav aauí de más pasmoso no es la au d a cia de l a misma profecía, sino k 1 s circunstancias particulares que 1a ocasionaron . Notémoslo bien : no fué precisamente después de una :ilustre hazaña 11e virtud o de hermoso arranaue de her oísmo cuando lanzó Teresi ta . este gri­ t o suñlime ; fué después de una fo Ita li�erísima, es cierto, pero de tal índole, que ven ía a reeordarle una vez má s su :flaq 11eza, « SU pequeñí�ima nada.,, La verdadera fe en el Amor rni sericorrl ioso aquí la tenemos. Para ser de buena Jey. ha de h undir Rus raíces en el suelo de la humilda d . Solamente un alma convencida de 8U impotencia para el bien, dichosa de no ser na da, para que Dios lo sea todo � s olamen te ·

·


F. f .

A M O R M f � F. J H<:or. 01 0 � 0

u n alma así tiene derech o a esperear]o todo. "He .:tqu í realmente el c a rá cter de nuestro Seií or--rlecía SanL!\ Teresa de Lisieux- : da como Di os, pero exhrn humil­ dad de corazón.,,

Muv nu esto en razón . Ahora bien : la <!ran verdad

rrue engl oba todas las dem ás es que sin Dios. sin Jesús, "in Ja gracia. no podemos hacer ah!Solutarnen te nad a . De ah í proviene que. e n princfoi o, ateniéndonos ;:i nu�c;­ tras fu erza s , n o nodernos merecer. en el sentido estric­ to de esta palabra. Todo se nos da ,,-ratui tamente. des­ rle la Primera gracia, que nos sacó de la n 'lda, �in que hubiéramos podido adqurir ninw derecho a la exis­ tenci�.. hasta la perseverancia :final, que coronará to­ das Jél� otra9 y nos introducirá para sjem pre en la beatitu d eterna, nuestro fin suprem o. Entre el punto de partida v el ounto de llegada.

en la curva descrita por nuestra vida. el Amor que nos acompaña i ncesantemente. i:;in can!'larsc iamás de nuestras in�atitudes. es el Amor mi.'lericordioso, el amor que condesciende, que se compadece. que perdo­ na, que da y que, en retorno, n o s vide ími camente rr w� consintamos en aceptar sus beneficios. reconocien d o que todo proviene d e ti. Todo proviene de Él, todo ha de culminar en Él v por í:I. Cuand o vemos aquí en l a tierra triunfar el mal, decimos a menu do : « Dios dirá la última pala­ bra. 1) Y es ci ert o . . . Mas, ; cuál será esa última pala­ bra? . . . Será el Amor misericordioso. Y siendo así que la última palabra de Dio� al hom­ bre ha de ser el A mor misericordioso, J. no es _i nsto que la primera palabra del h ombre a Dios sea el amor confiado? De eso depende todo oara nosotras, pobres criaturitas de un día, a q ui enes lo infinito atormen tfJ. y que, aun e n el seno de nuestra mi seria nativa, pode­ mos �ozar por anticipado de los bienes que u n d ía serán nuestra herencia eterna.


PA l n l� 1 1 1 . --·f:AI'.

300

3

¡ Di os es n uest ro Padre, v qué Pa dre ! No�otros i;; o ­ sus h i i os qu eridisimos. que h a creado ex profeso para manifestar su bondad . . . Su g]o ri a, de que es oarti cula rmente celoso, consiste en mostrase bueno. Ji . heral, miserici ordioso. Nosotros podemo� devolverl<· esta gloria, creven do en s u am or. amán dole con totlo n uest ro corazón v fiándonos de ti si n límites. Almas pequeñas de buena voluntad . ; n o es �ste vuestro deseo? Pues si es así, n o vAciléis : entree:3.m: al Amor mic:ericordioso . . . ¡ Os llama. os es oora ! Si te­ n éis fe en :ti. triunfaréis de tod o ! El infierno es im po­ tente contra el A mor- v vu�tras mismas miserias re­ dundarán en vuestro bien : Todo e.� rn.� ible al que cree. Jesús mismo es quien lo afirma: v .Te�ús desea ardiente­ mente noseero�. con�umiros con sus divforn; fue!!'os . En la Eucaristía. su Corazón sagrado es el hos;rar, tier­ namente acresi hle, de este A mor miserfofJrdioso qm· se os ha revelado . . . Que la Vi rgen María os conduzc11 a Él. ¡ Presentadas por ella � su dulcísimo Hi j o Je­ sús seréi s meior acoidd� o;; aún v más pronta mente llc­ �aréis a la cima de la Montaña del Am or ! mos

A F F. C. TO S Y

OR A CIÓN

Paréceme q ue en este momento, ¡ oh Jesús ! ', me d i · rigís estas palabras del libro sa grado : Hi;a mia, l, qU<; pude hacer por ti'. que n.o lo hava hecho? Al oír esta l>Te�unta commovedora de u n Corazó11 que ha a�otad o todos los recu rsos para hacerme <' O · nocer su amor, me arro i o a vt: e�tros pies, con los o i os llenos de láqrirnas .. sin encontrar pala bras que puedan expresar mi emoción v mi l!Tati tu d. Dfoese que el de· mo nio , hablando por boca de u n poseso, exclamó un día : <cA vosotros , hombres, Dios os ha amado con exceso� ))

�ta

vez,

Señor le forzasteis

_a

confesar

una


�; i,

A M ll lt M l S E IH I :1 I H UJO � U

verdad indi scutible. Sí, os habéis cq uiv o cuJo, ¡ oh .l c­ IÚB mío ! : me habéis am a d o con exceso. Vuestro Co­ razón os ha cegado ; n o visteis que yo era un ser de i'lonada, una pecadora, una ingrata, Olvidasteis quién erais, ¡ oh Pureza, oh Santidad, oh Ma jestad infinita ! , y 01 inclinasteis demasiado bajo, bajasteis hasta �a nada que soy para s a ca rm e de ella, y luego del abismo más profundo todavía del pecado. Me ha béis purifica­ do, adornado, ennoblecido, estrechado contra vuestro Corazón con una ternura que me ha hecho estreme­ cerme de µlacer. Y como yo me yombrase y vacilase en creerlo, me dijisteis, por medio de las inspiraciones interiores de vuestra gracia, lo que tantas voces exte­ riores, eco de la vuestra, me repetían tan a menudo : « ¡ HU a mía, soy tu Pa d re y te amo ! ¡ Cree al fin en mi amor ! ¡ No dudes ya de mi amor ! ¡ Entrégate a mi amor, sin desconfianza, totalmente ! ¡ Él sólo puede hacerte feliz aq uí en la t ierr a y allá en el Cielo ! ¡ Si :supieses hasta qué punto lo deseo Yo ! ,., Este lenguaj e me ha removido hasta el fondo del alma . . . Al fin lo he comprendido, y he aquí que en este momento me abandono a un gozo que se parece a la embriaguez . . . Absorta por el pensamiento de ser amada de V os, ¡ oh Jesús ! , encuentro vo en ello mi Cielo. Si todas las almas cansadas a fuerza de correr .t¡as la felici dad, que se les escapa, pudieran compren­ der lo que la fe en vuestro ámor me ha revelado, ¡ qué reposo tan delicioso gustarían ! La experiencia mía es harto dulce, y quisiera, ¡ oh Jesús mío ! , que la otorgaséis a todas las almas . . . ¡ Oh Arn.o r, no sois conocido ! Suscitad predicadores, v�r­ daderos· apóstoles de fuego al mundo . . . ¡ Oh Amor, cuánto se os desconoce ! Dadnos reparadores que repa­ ren , víctimas que os glorifiquen, dejándose consu­ mir p or Vos ! En cuanto a m i, Señor, me presento h n m i l d emen tt'


301

l>A R'l' i'.: 1 1 1 .-- -CAP.

3

a fin ele ser enrolada en la falan�e de almas pequeñas entregadas a v uestro A mor imsericordioso. Y para hacerme men o s indigna de este favor, os pro­ meto, med ian te v uest r a gracia, no dudar jamás vo­ luntariamente de vuestro amor haci:i mí . . . S í, es mi determinación irrevocable, y contraigo ahora el com­ promiso sagrado de guardarla, en p resencia del Cie­ lo y de la t ierra ; cuando se trate de vuestro amor, ¡ oh Jesús ! , n o habrá para nú ni discusi ón, ni razo­ namiento, ni vacilación deliberada : creeré y creeré

a Vos,

a

ciegas y con to da mi alma. Si tu viera que entenderme con

criatura5 a un la más fiel, haría reservas a nú profesión de fe, pon ­ dría límites a mi con.fianza : ¡ Pero con Vos, oh Jesús, la men or restricción sería una injusticia incalificable ! No hay una circunstancia de mi vida en que no pue­ da con razón decir : ccEn este momento mismo me amáis, ¡ oh J esús ! , me amas infinitamente más y me­ j or que yo puedo comprenderlo. » Nada, en efecto, altera, vuestro amor, nada l o des­ anima. Me amáis con una complacencia indecible cuando astov unido --a V os por la gracia ; me amáis con inmensa compasión. cu a n do me aparto de V os por el pecado. Es cierto que las operaciones de · vues· tra alma son distintas, según la acogida que se le hace y los designios particulares que tiene sobre cada a lma ; pero nada puede alterar este �ntimiento de ternura y de b enevolencia indefectible que os incl i ­ na, ¡ oh mi Dios ! , hacia las criaturas. Gratuitamente las habéis amado desde el principio, cuando las veíáis en vuestr o Verbo, "'Y las sacabáis de la nada ; gratui­ tamente también os resolyéis a hacerles bien, awi cuan­ do no saben comprenderla y se extravían lej os de Vos. Si me amáis, ¡ oh Jesús ! , no es porque haya en mí algo mw capaz de merec er vuestro amor : es porque sois· todo bondad y vuestra bopdad os a rrastra hacia una


f:L

JOJ

A M O R M 1 S t.R l t : <l ll D!O � O

,.¡ miseria eomo hacia u n centro de misteriosa atrac­ ai6u, en q ue hallará gozo y gloria en manifestarse.

¡Amor gratuito ! ¡ Cuánto me atraéll'a y me encantáis ! ¡ Qué seguridad me comunicáis ! Comprendo ahora el atrevido desafío que el gran Apó�tol lanzaba a toda criatura cuando exclamaba : ;. Quién nos separará dei amor de Cristo? ;. Será la tribUla.ción, la angustia, el lw,mbre, la desnudez, el peligro, la persecución o la e1pada? Mas en todo ello salimos vencedores por A que.l q"1e nos ha ama.do. Porque estoy cierto que ni muer­ te, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni cosas presentes, ni porvenir, lt.i poderíos, ni al.tu­ ra, ni profundidad, ni criatura a/,guna, podrá sepa­ rarnos del am.or de Dios, que se halla en Cristo /esús, Señor nuestro ( Rom., 8, 35-39). Puesto que esto es así, puesto que de v uestra p a r­ te, ¡ oh Jesús ! , el amor es de una fidelidad i ndefecti­ ble, ¿ qué temeré, si no es , por parte mía. la fa] ta de confianza después de caídas que son siempre posi­ bles? S í ; ten�o el triste poder de separarm e de vues­ tro amor por el pecado ; pero tengo la. convicción también de que El no puede separar.s e de mí. Los ries ­ gos están de mi lado, no del suyo. De ahí la necesidad de una vigilancia -, de un esfuerzo siempre generoso, como si todo dependiese de mi buena volwitad : pero de ahí también la nec es idad de un abandono total, de una confianza sin límites, como si todo dependie­ se de Vos, Señor. Este abandono y esta confianza serán a la medida de mi fe en vuestro amor. Por lo cual os pido humildemente aumentéis sin cesa r en mi alma las luces que le hagan resplandece r cada vez más vivamente a los oj os de mi fe. Vengan después de esto los días de tucha, de prue­ ba de tinieblas, de sufrimiento . . . Nada nos hará vacilar, y esta frase de Teresi ta subi rá de m i corazl)n ·


t•A H T E J l f . a

mis labios : Sé bien

a

misericordioso de Dio.5 .

f. A I'.

qué atenerm e sobre el A. mot

Si la enfermedad abatiere mi cuerpo y debilitare el vigor de mi ahna, impotente a.ún para orar ; si

las sequedades, el tedio, el aburrimiento. me asedia­ ren y me reduieren a una especie de 3�onía moral . . . , permaneceré en vuestra presencia, ¡ oh Jesús ! en mi tormento , muda y resi gna d a , sabedora de que me eD ·. tendéis y os compadeceréis de mi miseria . . . ¡ Sé bien a qué atenerme sobre vuestro Amor r vuestra mise. d" ricor ia '. . . . Desl íceme el demonio al oído sus sugesti ones ma­

lignas, y, recordando mis derrotas pasadas, pretend• hacerme creer que mis deseos de santidad son vanas quimeras : no esc ucharé ya sus perturbadoras su· gesti ones. Sé bien a qué atenerme sobre vuestro A mor y vuestra misericordia, i oh Jesús e, qu e halláis vues· tra gloria en trocar al pecador en un santo del Pa­ raíso.

Si la tierra temblare ba j o mis pi es ; si me en encon· trare siempre entre el oleaje moved izo1 no viendo sino r u i n a s amontonadas en derredor mío y buscan ­ do en vano un resquicio para esc.apar de los peli ­ gros q u e me amenazan por todos lados . . . , conserva­ ré mi corazón confiado y apacible, seguro de que los acontecimientos peores se convertirá n en hien mío, tarde o tempran o . . . ¡ Sé bien a qué atenerme sol>re vuestro A mor y vuestra misericordia !

Si mis apoy os más queridos y sólidos desaparecie­ ren ; si en el aislamiento de las criaturas, cuvo vado e insuficiencia q ueréis darme a conoceros, Vos mis­ mo, ¡ oh Jesús ! , al parec�r tornaréis parte contra mí

e n cosas v person as que ap�rentemente pueden per­ ju dicarme, no perderé mi es peranz&, esperaré conira toda esperan.za . . . �· Rom . , 10-18), porque ¡ Sí. bien. a


Fr. A '\t n H !\f 1 s i-: 1u r. n r m r o s o

r¡u � aten n m e

cordia !

sobre vuestro

A mor

'Y

30.) vuestra

uwie r : ­

¡ Q u é vi da va a ser desde hov la m ía. apoyada en esta roca in quehr:mtahle ! Mas puesto <'ru c la fe en vuestro A m or m isericor<l in�o Ps tan dulce para vi­ vir. ¡ cu á l n o será 1" n dulzu ra p: ua ·morir ! Cuando me llaméis. ¡ oh .Te�tÍs ! , de esta tierra de d esti erro a mi patria del Cielo, con servar� más o u e n unca la l�ónfi an za dP un n i ñ a peq u eña, q u e Jamás mulo hare r nada ella sola, y contaré con V 08 para mi� pt epar.� ­ t i vos de vi a ie, n o pensan d o si n o en mul ti nl i car m i � net os d e con fi anza y d e a m or ante.;; d e en tr�gar apaci­ hlemente mi alm a e n vuestras manos. Aún llegada allá arri ba, cuando la 1uz de la �lo­ r i a haga i rradiar ante mis ojos vuestra s cl i vinas per­ fecci onec; con un esplendor quP. la fe n o n o � pPrm itP ni siquiera !'lospec11 ar aquí aha i o. comprenderé CTne no he sabido verdaderamente a qué fltenerme solJTe 1 i n estro A mor 'Y vu estra m i.ir erirorrfia : . veré q u e los destellos q u e se mP- hahían mostra do en la tierra eran sombras más que clarida des, y ante esta reve­ lación inesperada, que me snmergirá en un {·xta;:;is inexpli cable. m e atreveré, quizá, ¡ oh Padre mío ce­ lestial ! , todo ternura, a pediros también vo permiso para volver a la t!'.nra. en compañía de Teresita , para repetir al mundo, que no lo sabe o lo olvida : « S i supiesei::; qué Padre es Dios, si �uoi e�eis cómo os a m a y rlesea vuestro amor, moriríai s de gozo y ale­ gría.>; ·

O FR F. <:I M JF.NTO

Mad re del Amor Jr nrmoso, S¡mtisima Vi r�cn. Ma­ ría , Med i 1mern <fe toda s las gra ci a s : ha i o tu mirada em pe<'e e�te tralJa j o, dedica d o a ]as alm as peq u r.ií r1 s,


306

P /\ R T E J J . --CA P .

3.

quienes tanto amáis ; ba j o tu miraJa t a mbién l ra ­ z o sus últimas líneas. Te ha�o ofreci m i ento d e ellas : preséntalas Tú m isma a tu dulcísimo Hii o Je�ús) pí­ dele q ue las bendiga y bendiga a las almas q u e las leyeren, de suerte que ni una sola de ellas falte a la eterna ci ta del Amor. a


I N D I CE Al¡;i;u nos j u idot; c ríticoc; . . .

. Prúlogo . . Dcdic u t or i a . .. . ... ... ... ... Ca pít�ilo pre l i ruínar. La Gic ncia .

. .

.

.

.

.

Pags

\L

.

.

. . ...

.

5 9 17 22

.

. .

so

··

l' H I M E H A

P A RT E

t: x c �: r . E N C I A S UE L A 1''1': t: N E L

DE J JIOS

�OR

C A P hur.o l .·-La f e en e l a mor de •s y en los 111 :�terio!!I f. A P. 2.- La fe en el a mo r de Dios y la es peranza C A r. 3.- La fe �n d a mo r de Dios y a carid ad . . . . . .

.

.

. . .

. . .

.

.

.

.

.

.

.

.

.

. . .

. . .

. . .

.

.

.

..

.

.

.

.

. . .

.

32

42 62

:l t;G U N D A PA RTE

F. L AMOR

DE

DloS

C : A PÍT ll LO 1 . - -S uti ca ract crrs . . . . . . . . . . . C A P. 2.--ft:I a mor de DiO!'\.-Su por.1é . . . . . CAP. 3.-A mor de Dios, n uestro Crea1 1r . . . CAP, 4.---El a mor d e Dios, n u es t ro Pa· rc . . . . . CAP. 5 . -- Amor de Dios en la Encan:H� i 1ín CAP. 6.-A mor d e Jcs1ís �n l a Reden1ión . . . . . . . . CAP. 7.-A mor de Jesús en la Eucadsía . . Cw. 8.�A mor df! Oios, presente en niso t rm� . . . . . .

.

.

.

.

.

'f E R C F.lt A

A P LJ f:ACIONES

P A R TE

PR A C1tcAS

C1\l'ÍTULO 1 .-A ruor perso nal de Dios 1 cada u n o ele nosotrOtl . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . CA P. 2 .-E l don real del a mor.- Dios n l a pru<'ha

Cw. 3.-El

a mor

H;) 1011 1 .3 1 29 1 44 163 HH 20 7

misrriconi io�o

.

.

2:fü 252

276


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.