Star Wars - El despertar de la fuerza

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Hace más de treinta años, Star Wars llegó a la gran pantalla y se convirtió en un fenómeno cultural. Ahora, las nuevas aventuras de esta saga de éxito llegan listas para cautivar tanto a fans antiguos como nuevos… empezando con la esperadísima Star Wars: El despertar de la Fuerza. Y junto al estreno de la película llega la apasionante adaptación del maestro de la ciencia ficción y autor superventas del New York Times, Alan Dean Foster. Situada tras El retorno del Jedi, esta fascinante aventura repleta de acción nos devuelve al mundo de la princesa Leia, Han Solo, Chewbacca, C-3PO, R2-D2 y Luke Skywalker, al mismo tiempo que nos presenta a nuevos e interesantes personajes. Puede que Darth Vader se haya redimido y el Emperador haya sido derrotado, pero la paz puede ser fugaz y el mal no se rinde fácilmente. Aun así, la simple fe en el bien todavía es capaz de hacer que individuos normales se levanten y afronten los mayores retos. Así que vuelve a adentrarte en aquella galaxia muy, muy lejana y prepárate para lo que sucede cuando la Fuerza despierta…

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Alan Dean Foster

Star Wars: Episodio VII El despertar de la Fuerza Star Wars: Canon - 7 ePub r1.0 Titivillus 25.01.2018

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Título original: Star Wars: The Force Awakens Alan Dean Foster, 2015 Guion escrito por Lawrence Kasdan, J. J. Abrams y Michael Ardnt. Basado en los personajes creados por George Lucas Traducción: Miguel Ángel García Franco Editor digital: Titivillus ePub base r1.2

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Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…

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Primero llega el día, luego viene la noche. Cuando la oscuridad parece brillar en la luz, en ese campo gris sólo la vista del jedi reconoce el día y su luz. —Diario de los Whills, 7:477

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Luke Skywalker ha desaparecido. En su ausencia, la siniestra PRIMERA ORDEN se levantó de las cenizas del Imperio, y no descansará hasta que Skywalker, el último jedi, sea destruido. Con el apoyo de la REPÚBLICA, la general Leia Organa lidera la valiente RESISTENCIA. Está desesperada por encontrar a su hermano, Luke, y así lograr que los ayude a restaurar la paz y la justicia en la galaxia. Leia ha enviado a su más intrépido piloto en una misión secreta a Jakku, donde un viejo aliado ha descubierto una pista acerca del paradero de Luke…

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I

ELLA LO NECESITABA. Y NADIE LO ENCONTRABA. No había nadie más en quien pudiera confiar. Nadie como su hermano. Nadie más en absoluto, ahora que la Nueva República estaba al borde de una implosión, de la destrucción, de un colapso total. Habían creído que, con la caída del Imperio, todo sería sencillo. Que las personas tendrían paciencia, que entenderían que se necesitaba tiempo para reconstruir lo que el Imperio se había llevado. Ciudades, comunicaciones, comercio; todo eso estaba en proceso de restaurarse por completo. Era lo intangible lo que resultaba más difícil de restablecer en la sociedad galáctica. Por ejemplo, la libertad. La libertad de expresarse, de oponerse, de discutir. Leia suspiró. Quienes lideraron la rebelión subestimaron el deseo profundamente enraizado de una gran parte de la población que simplemente prefería que le dijeran qué hacer. Era mucho más fácil seguir órdenes que pensar por uno mismo. Así que todo mundo argumentó, debatió y discutió, hasta que fue demasiado tarde. Al caminar por la recámara alcanzó a verse a sí misma reflejada en un pedazo de metal pulido. Sabía que se veía cansada. A veces deseaba haber sido una persona normal, una ciudadana común, en lugar de formar parte de la realeza planetaria. Esos pensamientos le recordaban inevitablemente a Alderaan. Su planeta natal, destruido hacía muchos años. Su propio padre había sido parte de ello. Era un legado del que no podía escapar. No podía dejar que algo así pasara otra vez con ningún otro planeta, con ninguna otra persona. Era su responsabilidad y una muy pesada. ¿Demasiado? Sería más fácil si tuviera ayuda. El tipo de ayuda que sólo su hermano podía brindar. Si es que no estaba muerto. No, seguramente no. Donde sea que estuviera, si hubiera muerto, ella lo habría sentido. Estaba segura. Tenía que estar segura. Se había hallado un indicio, una pista. No era muy prometedora, pero sí mejor que las que se habían encontrado antes. Ella la habría seguido personalmente. ¿Quién mejor que ella para buscar pistas sobre la ubicación de su hermano? Pero cuando propuso la idea, la conmoción que provocó en el resto de sus compañeros, líderes de la Resistencia, pudo haberse escuchado por toda la galaxia. De mala gana, les dio la razón. Alguien tendría que ir en su lugar. Se sugirió el nombre de un piloto en particular. Su expediente era no menos que ebookelo.com - Página 9


extraordinario, y ella no podía rebatir que un piloto solitario llamaría menos la atención que una princesa, así que accedió. —A fin de cuentas, encontrar a un hombre no debe ser tan difícil —insistió uno de sus colegas—. Incluso en todos los planetas conocidos, no puede haber tantos lugares para esconderse. —A un hombre ordinario no —respondió ella—; pero no estamos intentando encontrar a un hombre común y corriente, estamos buscando a Luke Skywalker. Después hubo una discusión, iniciada, sobre todo, por los líderes que estaban convencidos de que el piloto que se había elegido era demasiado joven para una tarea tan importante. Al final, triunfó la armonía. Una vez más, ella miró su reflejo en el metal. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que no se había salido con la suya en una de esas discusiones. Una delgada sonrisa apareció en su rostro. No había duda de que su autoridad en esos temas venía de su naturaleza tímida y reservada. La sonrisa desapareció. Se dijo a sí misma que no tenía tiempo para reflexiones sarcásticas. No había tiempo para una extensa discusión. Eran tiempos desesperados. La despiadada Primera Orden estaba en camino, amenazando con abrumar la inestable, débil, vulnerable y aún incipiente Nueva República. ¿Dónde estaba su hermano?

El Destructor Estelar Finalizer era enorme y nuevo. Había sido construido en la lejana fábrica orbital de la Primera Orden, en secreto y a salvo del virus que era la Nueva República. Sus devotos y fanáticos constructores lo habían diseñado para ser más poderoso, más avanzado tecnológicamente que cualquier cosa inventada anteriormente. No había nada en posesión de la Resistencia que pudiera combatir esa nave. Cuatro transportes de tropas salieron del Destructor Estelar clase Resurgent; eran casi invisibles cuando despegaron. Su función era tan simple que no requería mejoras radicales como las que había sufrido su nave madre. Los transportes podían cumplir su rol con la eficiencia de una bestia de trabajo. Debajo, en la superficie del brillante planeta conocido como Jakku, los habitantes realizaban sus mundanas tareas sin la menor idea de que estaban a punto de recibir una visita de cuatro escuadrones élite de soldados de asalto de la Primera Orden. A bordo del cuarteto de transportes, los ochenta soldados de armadura blanca se preparaban para el aterrizaje de la misma manera que todos los soldados: con ocurrencias y nerviosas especulaciones sobre lo que les esperaba. La adrenalina y la camaradería provocaban empujones y algún codazo en el brazo del soldado vecino. Se conocían bien entre ellos, confiaban en el equipo y estaban seguros de que podrían lidiar con lo que les aguardara en el planeta al que estaban descendiendo. Los líderes del escuadrón gritaron órdenes. Las armas se cargaron, revisaron, se ebookelo.com - Página 10


volvieron a revisar. Los soldados lanzallamas se aseguraron de que sus armas especiales estuvieran cargadas a toda capacidad. Cada soldado inspeccionó la armadura de su compañero de al lado y se aseguró de que las juntas estuvieran fijas y los paneles asegurados. El silencio fue reemplazado por un grave estruendo y la inmovilidad, por los golpes y las sacudidas de las naves entrando a la atmósfera de Jakku. Alguien hizo un comentario muy inapropiado y un compañero sentado al otro lado del transporte lo calló inmediatamente. Después de eso, el único ruido que se percibió en los transportes era el rugido y los truenos que hacían al cortar el aire. Una voz electrónica automatizada advirtió: —¡Prepárense para el aterrizaje! Los cuerpos se tensaron dentro de las armaduras. El transporte dio un salto, seguido de un silencio tan absoluto que resultó desconcertante. Las manos de los soldados asieron con fuerza las armas y todos los ojos se dirigieron a la puerta. El silencio sólo fue interrumpido por un zumbido mecánico, mientras la puerta frontal de la nave comenzó a abrirse hacia una superficie desconocida.

Había villas más pequeñas en Jakku, más primitivas, más rurales; nadie que pasara sobre Tuanul, o a través de él, sospecharía que guardaba un secreto. Incluso, si lo sospechaban, no tenían motivos para quedarse. Los planetas de la galaxia estaban llenos de secretos, y no había razón para creer que Jakku era diferente. Pero aquel secreto era especial… Tuanul, como la mayoría de las comunidades situadas en planetas desérticos, era un lugar pacífico. A pesar de la evidente desolación, tenía una diversidad característica de formas de vida autóctonas. Y sin tomar en cuenta la ausencia de vegetación en el paisaje, los lejanos y aislados sonidos de los animales nativos indicaban que la vida estaba presente aun cuando nadie podía verla. El tintineo de un solitario móvil de viento contrastaba con los aullidos de los ocultos habitantes de las arenas. Sin ningún lugar o motivo para esconderse, una criatura que definitivamente no era nativa avanzó rodando hacia el lado este de la villa. Se trataba de una cabeza redonda que flotaba sobre una esfera mucho más grande; era de color blanco mate con marcas naranjas. Era un droide llamado BB-8, y en aquel momento estaba muy preocupado. En un cielo que para el ojo humano parecía vacío, los avanzados instrumentos ópticos sintéticos del droide podían ver un punto de luz en movimiento. Cuando la luz se separó en cuatro puntos, el droide comenzó a pitar agitadamente; el fenómeno que veía sólo podía significar que… El cuarteto de luces descendió en forma controlada, en lo que sólo pudo describirse como un camino programado. Disminuyó su velocidad rápidamente; si ebookelo.com - Página 11


continuaban volando de esa manera, llegarían a un aterrizaje controlado en… BB-8 hizo los cálculos inmediatamente. Demasiado cerca, demasiado cerca para ser una coincidencia. Una sola de esas luces era motivo para preocuparse, pero cuatro auguraban cosas terribles. El droide giró y volvió a la villa emitiendo bips y silbidos que sugerían una especie de pánico cibernético; es decir, sólo giró su cabeza, pues su cuerpo esférico no necesitaba dar la vuelta, nada más acelerar. Aunque podía transmitir lo que había descubierto, no lo hizo, por miedo a que el mensaje fuera interceptado por quienes temía que fueran los tripulantes de las luces descendientes. Aparte del diverso grupo de criaturas galácticas, Tuanul tenía un amplio surtido de maquinaria usada, pero útil. Una buena parte de la población de la villa se ganaba la vida restaurando tal equipo y revendiéndolo en pueblos y ciudades más grandes. Uno que otro trabajador, humano o alienígena, fruncía el ceño con sorpresa al ver al droide atravesando la comunidad con una prisa aparentemente injustificada; luego encogía los hombros, o la parte correspondiente de su cuerpo, y regresaba al trabajo. Las máquinas, en distintas etapas de desmantelamiento y deterioro, no detenían a BB-8, quien las esquivaba sin esfuerzo alguno. Sin embargo, las parvadas de bloggings que el droide encontraba no eran tan fáciles de eludir; mientras los aparatos averiados permanecían en un solo lugar, los bloggings no sólo andaban por doquier, sino que se apropiaban de cualquier lugar en el que estuvieran parados y lo defendían escandalosamente. Las criaturas, parecidas a aves, se interpusieron en el camino que escogió el droide, quien podría ignorar los picotazos y rodar sobre ellos, pero las parvadas domesticadas eran una fuente de alimento para un buen número de pobladores de las villas, y sus dueños no estarían muy contentos si los aplastaba. Así que BB-8 se vio obligado a esquivar con mucho cuidado y paciencia a los seudopájaros para no dejar un rastro de destrucción a su paso. Finalmente, los dejó atrás. Dentro de la villa era menos probable que encontrara algo domesticado y destinado a comerse, un proceso biológico que BB-8 entendía desde un punto de vista objetivo, pero por el cual no tenía mucha empatía. Su destino estaba cerca, no había ni un nanosegundo que perder. Como la mayoría de las construcciones en Tuanul, la residencia a la que se dirigía a toda velocidad era una extraña mezcla entre lo contemporáneo y lo primitivo. Las viviendas, en la mayoría de los mundos desérticos menores, estaban diseñadas con base en la necesidad y en el ambiente. Aunque el destino de BB-8 parecía una cabaña primitiva, esta contenía aparatos eléctricos y mejoras ocultas capaces de hacer la vida, en ese seco y hostil clima, un poco más que tolerable.

A pesar de la fatiga, Poe Dameron intentó disimular; era lo menos que podía hacer por su anfitrión. Además, tenía una reputación que mantener. Había recorrido un largo camino de dificultades y situaciones peligrosas para estar en ese lugar, en ese ebookelo.com - Página 12


momento; todo por la Resistencia y, específicamente, debido a las órdenes de la general Organa, quien se las dio personalmente. No iba a dejar que una pequeña contrariedad como el cansancio manchara su despedida. Su rostro, enmarcado por mechones de cabello grueso y oscuro, tenía una expresión orgullosa; quienes no lo conocieran la confundirían con arrogancia. Seguro de sus habilidades y de su misión, Poe a veces mostraba una impaciencia que surgía únicamente del deseo de cumplir con la tarea que tenía en sus manos. Usaba una chamarra de pilotaje color arena con rojo que lo había acompañado desde su llegada a la Resistencia y a través de todas sus promociones. Desde el momento de su llegada, Tuanul le pareció algo menos que imponente, algo que contrastaba con su anfitrión. Aunque físicamente Lor San Tekka parecía capaz de arrancarle la cabeza a varios carnívoros impulsivos, sus modales eran más los de un «tranquilizante», y uno profesional. Uno se relajaba inmediatamente ante su presencia, siempre y cuando no tuvieras intenciones hostiles hacia el dueño de la cabaña, claro está. A pesar de que su visita fue breve, el piloto se sintió seguro de su análisis. Tekka se acercó a Poe y le puso una pequeña bolsa de cuero en la palma de la mano; luego la cubrió con sus propias manos. Sonrió suavemente y asintió. —Ahora no hay mucho que pueda hacer. Ojalá pudiera intentar más —suspiró pesadamente—. Y hay tanto por hacer… Pero esto contribuirá a arreglar las cosas — dijo el viejo Lor San Tekka y retrocedió. Poe apretó la bolsa de cuero. Su tamaño físico era pequeño, pero su importancia… —La leyenda dice que este mapa es imposible de conseguir —dijo Poe—, ¿cómo lo hiciste? El viejo sonrió; era evidente que no estaba dispuesto a revelar sus secretos, aún. Poe respondió la sonrisa, aceptándolo. —He escuchado historias sobre sus aventuras desde que era un niño. Es un honor conocerlo. Estamos agradecidos. Tekka encogió los hombros, una expresión típica de un anciano, lenta y llena de significado. —He viajado muy lejos y visto muchas cosas como para ignorar la angustia colectiva que amenaza con inundar la galaxia en un diluvio de oscura desesperación. Algo debe hacerse, sin importar el costo o el peligro. Sin los jedi no puede haber equilibrio en la Fuerza, y lo perderemos todo en manos del lado oscuro. Aunque Poe estaba seguro de sus conocimientos sobre el tema, era lo suficientemente inteligente para no comenzar un debate a fondo con alguien como Lor San Tekka. En lugar de hacer el ridículo intentándolo, se preparó para partir. Tenía una entrega que realizar. Las conversaciones filosóficas informales podían esperar un mejor momento. —La general ha buscado esto por mucho tiempo —informó Poe, levantándose ebookelo.com - Página 13


para partir. Tekka sonrió. —«General». Para mí, ella es de la realeza. —Sí. Pero que no lo escuche llamarla «princesa» —respondió Poe—. No en su presencia. Ya no le gusta. No le gusta para nada. Al decir esto, una frenética esfera de metal entró rodando a la habitación, deteniéndose justo a tiempo para no chocar con los dos hombres, y comenzó emitir un parloteo mecánico. Los hombres intercambiaron una mirada antes de salir de la construcción. Poe ya tenía sus quadnoculares en las manos cuando dejó de correr, los dirigió hacia donde le indicaba BB-8 y dejó que el enfoque automático buscara objetivos cercanos. El aparato localizó cuatro casi de inmediato. Bajó el instrumento y habló sin voltear a ver a San Tekka: —No quiero ser insolente, señor, pero necesita esconderse. Tekka no necesitaba los quadnoculares. Ya había identificado las naves que se acercaban por el sonido que hacían al descender. —No quiero decir lo obvio, pero tú tienes que irte. A pesar de la importancia de su misión, Poe estaba indeciso. No sólo respetaba a Lor San Tekka, también le caía bien. ¿Cómo podía dejarlo ahí? —Señor, si no le importa… El viejo lo interrumpió: —Sí me importa, Poe Dameron. Tú me hablaste de tu misión. —Su mirada y el tono de su voz se endurecieron—. Ahora cúmplela. Comparado con lo que está pasando en la galaxia, tú y yo sólo somos partículas de polvo. De cualquier manera, Poe objetó: —Con todo respeto, algunas partículas son más importantes que otras, señor. —Si quieres respetar algo, respeta mi memoria. Vete, ¡ya! Debo defender la villa. —Tekka se dio la vuelta y se alejó sin mirar atrás. Poe dudó por un momento; luego corrió hacia las afueras de la villa con BB-8 rodando a su lado sin mucho esfuerzo. Mientras corría, algunos pobladores de la villa pasaban junto a él con expresión seria y armas en las manos. Poe se preguntó cómo se había corrido la voz y cómo un pueblo aparentemente sencillo se había hecho de aquel armamento. Sin duda, Lor San Tekka lo sabía; se lo preguntaría, algún día. La nave estaba estacionada a cierta distancia de la villa, escondida detrás de unas altas rocas. Eso no protegería al X-wing de los equipos de rastreo sofisticados; Poe lo sabía; tenía que salir de la atmósfera rápidamente. Se apresuró a subir a la cabina, mientras BB-8 rodaba hacia la posición del copiloto, y activó los controles. Los instrumentos se encendieron. A la distancia, se veía un grupo de formas bípedas con armadura blanca acercándose a la villa. Soldados de asalto. Las armas que portaban lo confirmaba. Los pobladores de la villa intentaron defenderse. Ahí, su valentía no era una gran ebookelo.com - Página 14


rival contra el entrenamiento y el equipo avanzado. Mientras más pobladores caían, la defensa no tenía más opción que retirarse. Todo acabó no bien había empezado. Al ver la futilidad de resistirse, los pobladores comenzaron a rendirse en grupos de dos y tres. Mientras los animales de los corrales entraban en pánico y escapaban, un grupo especial equipado con lanzallamas comenzó a incendiar ciertas estructuras. Poe estaba furioso, le parecía que no había ninguna razón para hacer eso. Sin embargo, para quienes estaban detrás de la Primera Orden sembrar miedo y terror era una manera de hacer política. Sus pensamientos de enojo fueron interrumpidos por el pánico del droide. —¡Ya vamos, BB-8, ya vamos! Ya casi. —Presionó otros controles. Las luces de aterrizaje se encendieron, al igual que los motores. «Hay que deslizarse fuera de la saliente y, después, nos vamos», se dijo a sí mismo. Estuvo a punto de lograrlo cuando la nave recibió un disparo. Un par de soldados de asalto se acercaron sin que los vieran. Quien fuera que hubiera planeado el ataque era muy listo como para usar un simple ataque frontal. Tal vez estos dos eran parte de un escuadrón que había llegado antes o había usado algún vehículo para rodear la villa. Pero si algún disparo llegaba a la cabina, su origen sería lo de menos. Por otra parte, los soldados estaban buscando una medalla al valor o sólo eran estúpidos, porque la ruta por la que se acercaron quedó justo enfrente de las armas del X-wing. Poe presionó el control que activaba las de la parte inferior de la nave y disparó. Las descargas dejaron el terreno libre de enemigos y otros seres vivos que tuvieron la mala suerte de estar cerca del impacto. Después de lidiar con la interrupción momentánea, Poe volvió a ponerle atención a los instrumentos del X-wing: un ruido ascendente salió de la parte trasera de la nave. Comenzó a deslizarla fuera de la roca que la tapaba, y se sacudió un poco. Con los cinturones puestos en el asiento del piloto, Poe hizo una mueca de dolor en respuesta a la vibración inesperada de la nave: no debía sacudirse en absoluto. El X-wing se detuvo, pero el quejido de los motores, no. Después de apagar todo rápidamente, como medida preventiva para no dañarlos más, Poe salió de la cabina, caminó hacia la parte trasera de la nave y los observó, ahora inertes. Los dos soldados de asalto podían no ser sofisticados tácticamente, pero tenían buena puntería: el daño era severo. BB-8 rodó a su lado; no dijo nada; no había necesidad de decir nada. El humano y el droide sabían que estaban en graves problemas.

En la villa, la pelea continuó debido a que un grupo de habitantes, tal vez pensando en lo que la Primera Orden les haría si los atrapaban, se negaba a entregar sus armas. Aunque la batalla estaba dispareja, no era una masacre, los pobladores seguían resistiendo, dando lo mejor de sí. ebookelo.com - Página 15


Un soldado de asalto recibió de lleno un disparo y terminó siendo un amasijo de fragmentos de armadura, carne desgarrada y sangre. Uno de sus compañeros se acercó inmediatamente a su lado y se arrodilló para ayudarlo. Un guante roto y ensangrentado se levantó hacia el que intentó ayudar, con los dedos saliendo de la cubierta protectora. Los rostros bajo los cascos se miraron mutuamente. Conmocionado, el que intentó ayudar reconoció al que se desangraba dentro de la armadura. Habían entrenado juntos. Habían compartido alimentos, historias, experiencias. Ahora compartían la muerte. El combate no era como lo había imaginado el que intentó ayudar. Un último y breve estremecimiento de la mano del soldado caído manchó de sangre el casco del compañero. Luego el brazo cayó, y el movimiento cesó. No había manera de ayudar, pensó el segundo soldado. Levantándose, se percató del infierno que había a su alrededor. Su arma colgaba a un costado, sin dispararse. Se alejó tambaleándose de su compañero muerto y de la pálida y suplicante mano expuesta. Deambuló por la villa mientras la locura crecía a su alrededor; se sintió más en un drama histórico que en una batalla real. Horripilantes y comunes marcas rojas en el piso contradecían su negación. A diferencia de los simulacros, la realidad sangraba. El humo y el polvo se levantaban de los edificios a su alrededor. Los receptores auditivos de su casco recibían los sonidos de explosiones lejanas y de las que estaban a unos cuantos pasos. El fuego no se levantaba de la arena ardiente, se elevaba desde los hogares, talleres, bodegas. Mientras daba la vuelta en la esquina de un edificio que seguía en pie, vio un movimiento que lo hizo levantar su arma instintivamente. Era una mujer, atemorizada y desarmada que jadeaba con fuerza. La expresión en ese rostro fue una que el soldado jamás olvidaría: la mirada de alguien con vida que se da cuenta de que ya está prácticamente muerta. Por un instante se quedaron inmóviles, depredador y presa, ambos conscientes de su situación actual. Cuando el soldado bajó su arma, la mujer no pudo creerlo; siguió viéndolo unos momentos. Algo que sólo podía describirse como un estruendoso siseo hizo que finalmente se distrajeran. Cuando el soldado volteó en dirección del sonido, la mujer aprovechó para dar la vuelta y escapar. La nave que descendió era más imponente que aquellas con las que estaba familiarizado el soldado, con unas alas retráctiles increíblemente altas y el aspecto de un ave de rapiña. Las compuertas se abrieron y sólo bajó una figura. Alto, oscuro, envuelto en una capa, su rostro oculto detrás de una máscara metálica; ignoró el caos de la batalla y se dirigió implacablemente hacia Lor San Tekka. Impresionado por la aparente indiferencia del recién llegado hacia el combate que lo envolvía, el soldado se sorprendió cuando un fuerte codazo casi lo hace perder el equilibrio. Se encontró con la mirada de su superior, cuya cortante voz le dijo: —Regresa con tu equipo. Esto no se ha acabado. ebookelo.com - Página 16


El soldado asintió y se fue, rápidamente, preguntándose qué significaba la llegada de aquella figura, sin atreverse a averiguar. Para un soldado común como él, la ignorancia no era solamente un concepto abstracto, era un requisito.

Poe se dio cuenta de que, por el momento, el X-wing no volaría. Tendría que encontrar ciertos componentes importantes, encontrar un cortador de grado mecánico; de esa manera, tal vez, sólo tal vez… Primero tenía que ocuparse de una tarea más importante. Sacó de la bolsa de cuero el artefacto que le había dado Tekka. Su importancia excedía por mucho su tamaño. Después de un momento de hurgar el exterior de BB8, el piloto insertó el objeto dentro del droide. Un bip de confirmación le indicó que el artefacto estaba seguro. Satisfecho, Poe levantó la mirada al brillo de la villa en llamas. —Aléjate de aquí tanto como puedas —le ordenó Poe a su compañero mecánico —. En la dirección que sea, mientras te aleje de este lugar. —Después de que la ansiosa respuesta electrónica del droide le indicó que tenía dudas para obedecer, Poe añadió seriedad a su voz—: Sí, acabaré con tantos de esos cabezas de cubeta como pueda. BB-8, regresaré por ti. ¡Vete! No te preocupes, todo saldrá bien. Dondequiera que vayas, te encontraré. BB-8 seguía dudando. Después de que el piloto ignorara sus preguntas, el droide se fue rodando, aceleró por la arena y se alejó de la villa. Sólo miró hacia atrás una vez, su cabeza giró en dirección del X-wing y del piloto, que desaparecían rápidamente en la dirección opuesta. Para desgracia de BB-8, si recibía una orden directa sólo podía protestar, no desobedecer.

La figura alta y encapuchada, cuya llegada había sorprendido al soldado, se dirigió hacia Lor San Tekka. No dudaba de su camino ni de su objetivo, e ignoraba por igual a los soldados de asalto y a los pobladores armados. Al ver que se acercaba, Tekka se detuvo y esperó. El anciano de la villa sabía que no tenía sentido intentar escapar. La resignación se posó sobre él como una nube. El pasajero de la nave miró a Tekka, lo examinó de los pies a la cabeza como si fuera una reliquia de museo. Tekka lo miró de la misma manera. La máscara negra con hendiduras en la frente y un aparato de respiración que parecía un hocico cubría la cara del hombre que él conocía como Kylo Ren. Alguna vez, Tekka conoció el rostro detrás de la máscara, incluso al hombre. Ahora, para San Tekka, sólo quedaba la máscara. Metal en lugar de un hombre. Ren habló primero, sin dudarlo, como si hubiera esperado mucho tiempo aquella reunión: ebookelo.com - Página 17


—El gran mercenario, por fin capturado. —A pesar de que las palabras emanaban de una garganta humana, la voz estaba distorsionada por la máscara, confiriéndole el tono enfermizo de los incorpóreos. Tekka no esperaba menos. —A ti te ha sucedido algo peor. Las palabras no provocaron efecto alguno en la máscara ni en lo que había debajo, al menos por lo que Tekka alcanzó a ver. No hubo reacción, ni ira, sólo impaciencia. —Sabes por qué estoy aquí. —Sé de dónde provienes. —La expresión de Tekka era la misma que si estuviera meditando al atardecer sobre una de las Montañas Sko’rraq—. De un tiempo en que no te hacías llamar «Kylo Ren». La máscara emitió un gruñido salvaje, aunque todavía humano. —Cuidado. El mapa para encontrar a Skywalker. Sabemos que lo tienes, y ahora se lo darás a la Primera Orden. Cuando Poe regresó a la villa, moviéndose cautelosamente y cubriéndose con lo que fuera, pudo observar la discusión. A Tekka lo reconoció a pesar de la poca iluminación. No conocía al enmascarado. Se esforzó para escuchar la conversación, pero como no quería exponerse a que lo encontraran los soldados de asalto, sólo pudo mirar. —Tu sitio no está con ellos. —Tekka habló con calma, sin miedo alguno. Le dijo la verdad a la farsa que estaba parada frente a él, esforzándose en llevarle luz a la oscuridad. Había poca esperanza, pero tenía que intentarlo—. La Primera Orden surgió del lado oscuro; tú no. La impaciencia del visitante se volvió frustración. —¿Cómo es posible que una conversación se vuelva tan aburrida en tan poco tiempo? —Señaló con un brazo las orillas de la villa—. No conviertas esta simple transacción en una tragedia para estas personas. —Había una pizca de sadismo en la voz detrás de la máscara—. ¿No los afectó ya demasiado tu presencia? —Estoy en paz con estas personas y este lugar desde hace tiempo. Y con respecto a lo otro, negar tu herencia es la verdadera tragedia. Ren se tensó ligeramente; luego dio un paso al frente. —Basta ya de tonterías. —Estiró el brazo—. Dámelo, anciano. Desde su escondite, Poe analizó los movimientos de ambos y adivinó de qué estaban hablando, así como adivinó el inevitable descenlace. —No —murmuró Poe—. No, no, no… —Sin pensarlo más, salió de su escondite y se dirigió hacia los hombres. —Puedes intentarlo —respondió Tekka con una tranquilidad desafiante—, pero no puedes negar quién es tu familia. Kylo Ren pareció crecer frente a él. La ira se encendió detrás de la máscara, cuando la razón dio paso a la furia. Un sable de luz apareció en su mano y cobró vida ebookelo.com - Página 18


con un destello. Una inestable luz color escarlata y dos características proyecciones menores en la empuñadura; el arma de un asesino, la elección de un verdugo. —Es verdad. La luz reluciente y cortante atravesó el cuerpo de Lor San Tekka.

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II

POE VIO EL SABLE ENCENDIÉNDOSE, lo vio dibujando un arco letal. El tiempo pareció detenerse mientras el sable descendía. Muchos pensamientos inundaron su mente, dejándolo atónito y completamente indefenso. Se escuchó gritar, sintió cómo levantó su bláster y disparó. Demasiado tarde, demasiado lento, se dijo a sí mismo con desaliento, mientras seguía disparando. Kylo Ren reaccionó de inmediato al percibir la amenaza. Levantó una mano bruscamente, la palma en dirección del atacante desconocido. El ademán fue la simple expresión física de algo infinitamente más poderoso y completamente invisible. Interceptó la descarga del arma del piloto, deteniéndola tan efectivamente como una barrera física. Detrás de la máscara, un par de ojos con una intensidad sobrenatural rastrearon la fuente del disparo. Poe, que había realizado su ataque impulsado por la furia, descubrió que no podía moverse. Su corazón seguía latiendo, seguía respirando, pero sus músculos se negaron a responder. Estaba tan paralizado como su disparo. Un par de soldados de asalto lo detuvieron y lo llevaron frente a Ren. Si no lo hubieran sostenido, Poe habría caído. Intentó alardear: —¿Quién habla primero? ¿Tú hablas primero? ¿O yo hablo primero? Después de desactivar su sable láser, el asesino de Lor San Tekka examinó al prisionero. Los nervios de Poe vibraron cuando empezó a recuperar la sensibilidad en brazos y piernas. Ren fijó la mirada en los detalles de la ropa del piloto. —Un piloto de la Resistencia —aseveró bruscamente—. Revísenlo meticulosamente. Uno de los soldados que arrastró a Poe comenzó a registrarlo minuciosamente y sin miramientos. El otro soldado tomó un aparato de su cinturón y recorrió con él el cuerpo del prisionero de pies a cabeza. La revisión no duró mucho. —Nada —informó el primer soldado. Poe le guiñó un ojo al que lo había examinado con las manos y le dijo: —Buen trabajo. Dejándose llevar por un momento, el soldado pateó las piernas del prisionero por detrás. Poe cayó de rodillas, aún desafiante. El otro soldado hizo un ademán con el aparato en la mano. —Igual aquí, señor. En su interior está limpio. Sólo tiene residuos habituales de comida —informó con seguridad—. ¿Lo eliminamos? ebookelo.com - Página 20


Kylo Ren no mostró decepción. En momentos como ese, era de esperarse algún retraso circunstancial. Todo se resolvería en su momento. —No. Llévenselo. —Hizo una breve pausa y completó—: Intacto y funcionando. Decepcionados, los dos soldados se llevaron a Poe. Ren los observó por un momento, consideró sus posibilidades. «Después», se dijo a sí mismo. Había otros asuntos que resolver en ese momento. Se permitió divagar momentáneamente, arrepintiéndose por el tiempo desperdiciado lidiando con cosas sin importancia. La oficial de mayor rango, a cargo de los escuadrones especiales, se acercó a Kylo Ren. Su capa negra, ondeando a su alrededor, contrastaba con su armadura que, incluso con la pobre iluminación de la villa, brillaba como plata recién pulida. —¿Sus órdenes señor? —murmuró la oficial. Kylo Ren miró el entorno, que estaba en llamas. Ya había desperdiciado mucho tiempo ahí como para conformarse con una satisfacción incompleta. No le gustaban tales retrasos. —Mátelos a todos, capitán Phasma, y registren la villa. Cada construcción, cada almacén, cada posible escondite. Cuando sus tropas hayan arrasado con todo, lo hayan hecho polvo, registren el polvo. Usen escáner, receptores. Sabe lo que buscamos. Ella asintió una vez y dio la vuelta. Una fila de soldados se formó frente a los pobladores sobrevivientes: —¡A mi señal! —Levantaron sus armas. Las reacciones de los pobladores fueron las usuales. Algunos dieron un paso al frente, altivos hasta el final. Otros se arrodillaron. Se escucharon llantos y gritos retadores. Ninguno duró mucho—. ¡Fuego! No fue una masacre. Según el léxico de la Primera Orden, eso no era más que un escarmiento. Una consecuencia apropiada por albergar a un fugitivo. Lo importante era la lección, no las pérdidas. La lección duró menos de un minuto. Cuando todo acabó y los únicos sonidos restantes fueron el crepitar del fuego y la charla de los soldados, estos se dispersaron para llevar a cabo un último escaneo de los restos, inorgánicos y de otro tipo. El soldado con el casco ensangrentado se sorprendió cuando una mano tocó su hombro. A pesar de que la mano era de un compañero, no se tranquilizó. —Me percaté de que no disparaste. ¿Se trabó tu bláster? Instintivamente, el soldado asintió al ser cuestionado. Su compañero le dio una palmada en el hombro. —Entrégala cuando regresemos a la base. Deja que los técnicos se encarguen de ella y consíguete una nueva. —Gracias, lo haré. Tan pronto su servicial colega fue a reagruparse con su unidad, el soldado se encontró boquiabierto, mirando la figura alta y oscura que caminaba hacia la nave que había aterrizado a media batalla. Aunque él quiso moverse, dar la vuelta, no ebookelo.com - Página 21


pudo. Se quedó inmóvil en su lugar, sujetando su arma, que no había sido disparada, y mirándolo. Y en respuesta, la figura de Kylo Ren volteó y vio directamente al soldado. Este sólo pudo ver luz reflejándose en la máscara y su propio miedo. «Él sabe. Debe saberlo. Y yo… estoy muerto». Pero no lo estaba. La mirada apenas duró un segundo. Después, Ren siguió su camino, hundido en sus pensamientos, mientras se enfilaba hacia la nave. Encontró un bláster abandonado en el piso; era el de Poe, el que había estado a menos de un metro de matarlo. Una vez que lo dejó atrás, lo tocó, pero no con sus manos. El disparo siguió su camino y se estrelló contra una estructura cercana, espantando a un ocioso soldado que tuvo la mala fortuna de estar cerca. La purificación de la villa se extendió hasta las afueras de la misma, donde un grupo de soldados había terminado de registrar el dañado X-wing que fue abandonado. Después de hacer todo lo que pudieron con las herramientas y recursos que tenían, prepararon su regreso con sus respectivas unidades. Con el equipo necesario pudieron haber desmantelado por completo el caza de la Resistencia, pero esas no eran las órdenes que habían recibido. —Ahí no hay nada —declaró el último de un cuarteto que descendió de la cabina del caza—. La basura usual, nada más. El escáner de profundidad no encontró nada en el fuselaje. Tan pronto estuvo a una distancia segura, sus compañeros activaron las armas pesadas que habían traído consigo. Un par de disparos fue todo lo que necesitaron para reducir a nada la nave. El sonido de la explosión del X-wing retumbó por las dunas. En las lejanías, un droide esférico miró hacia atrás sin dejar de alejarse. La bola de fuego que voló hacia el cielo sugirió que algo más volátil que una construcción primitiva o maquinaria chatarra había detonado. Si hubiera podido rodar más aprisa, el aterrorizado robot lo habría hecho. Contrario a la creencia popular, los mundos desérticos no son silenciosos en la noche. En la ausencia de la luz, una ecología completamente distinta cobra vida. Moviéndose con gran precaución, BB-8 intentó no detenerse con cada aullido, cada mip, cada sonido de garras rozando piedras. Había cosas en las regiones salvajes de mundos en vías de desarrollo que con gusto destrozarían a un solitario droide sólo para ver cómo funcionaba. Sus giroscopios internos amenazaban con lanzarlo a toda velocidad de tan sólo pensar en un encuentro como ese. Los droides como él no estaban hechos para lugares deshabitados, y él ansiaba encontrar a otros como él. O, en su defecto, encontrar personas.

Poe estuvo esposado durante el trayecto en el transporte de las tropas, pero lo soltaron al desembarcar. No tenía caso mantenerlo físicamente preso a bordo del Destructor ebookelo.com - Página 22


Estelar. Los soldados que lo escoltaron lo trataron con innecesaria brusquedad, tal vez porque lo disfrutaban o simplemente porque estaban impacientes por quitarse la armadura. Y no es que los soldados de asalto fueran un modelo de diplomacia, pero considerando a quién le intentó disparar, Poe sabía que debía considerarse afortunado de que lo llevaran a bordo del Destructor en una pieza. Una situación que podía cambiar en cualquier momento. Al otro lado de la enorme e impresionante bahía, otros soldados fueron llegando, agradecidos de no haber tenido tantas bajas en esa expedición y ansiando un poco de descanso y comida. Entretenidos en comentar los sucesos de la batalla, no le prestaron atención a uno de sus compañeros, quien se quedó atrás. Cuando estuvo seguro de que nadie lo veía, el soldado dio la vuelta y subió de nuevo al transporte. Se quitó el casco y devolvió el estómago en el receptor de desechos más cercano. Podía verse el terror en su rostro. Afortunadamente no había nadie en las cercanías para notar su desgracia. No obstante, alguien llegó y se paró detrás de él. El terror se volvió un frío miedo cuando cruzó su mirada con la de la capitán Phasma. ¿Cuánto había visto la oficial? ¿Cuánto sabía? Demasiado. Distante, pero imponente, señaló el rifle que el soldado aún tenía en la mano. —FN-2187, sé que tuvo problemas con su arma; por favor, sea tan amable de llevarla a inspeccionar con los técnicos de su división. —Sí, capitán. —No supo cómo logró responder sin tartamudear. El instinto del entrenamiento, dedujo. El instinto de supervivencia. —¿Y quién le dio permiso de quitarse el casco? El soldado tragó saliva. —Lo siento, capitán. Pudo sentir el enojo de su capitán mientras se ponía el casco. —Repórtese a mi división de inmediato —ordenó Phasma. Y, lamentablemente, sabía que le esperaba algo peor.

Ahí era donde la tecnología iba a morir. Montañas de metal, abismos de derivados de plasticene y océanos de cerámica rota se fundían en un terreno baldío y fantasmagórico en el que nadie se atrevía a entrar por miedo a envenenarse, cortarse o perderse para siempre. Nadie, excepto unos pocos, para quienes el atrevimiento era un sentido más, como la vista o el oído. Una de ellos colgaba como insecto en un muro de metal oscuro con sensores, manipuladores y otras máquinas en deterioro. Usaba gafas protectores con lentes verdes, máscara facial, guantes y la túnica gris típica del desierto; la atareada figura también cargaba consigo un significativo morral. Un báculo multifuncional atado a su espalda la ayudaba a trabajar con más precisión en lugares tan apretados y peligrosos como aquel. Utilizando una variedad de herramientas, la chatarrera extraía otra ebookelo.com - Página 23


variedad de pequeños objetos de metal del muro. Uno tras otro, los pedazos del botín entraban al morral que colgaba de la esbelta figura. Cuando el morral se llenó, la chatarrera se aseguró de cerrarlo e inició el peligroso descenso, esquivando objetos afilados y amenazantes agujeros en los muros. Al llegar al fondo del cañón metálico, la figura levantó una pieza de maquinaria reutilizable que encontró antes y, con la doble carga, se dirigió a una distante franja de luz. Fuera de las cavernas de metal y, finalmente, fuera de peligro, la chatarrera se subió los lentes a la frente y observó los alrededores. Tenía casi veinte años, cabello oscuro, ojos aun más oscuros y un dejo de algo más profundo en su interior. Había una frescura en ella que aquel entorno no había logrado eliminar. Cualquiera que la viera pensaría que era débil, y eso habría sido un grave error. Había sido un día de trabajo con dignos resultados, lo suficiente para asegurar que esa noche comería. Tomó una cantimplora de su cinturón, se limpió el sudor de la cara y bebió lo que quedaba del contenido del recipiente. «Debería ser más», se dijo a sí misma mientras golpeaba el costado de la cantimplora. Generalmente, las últimas gotas quedaban pegadas en las paredes interiores. Resignándose a que había vaciado por completo el recipiente, lo volvió a poner en su cinturón. Aseguró el morral y la máquina sobre una hoja metálica que empujó para que se deslizara por la pendiente de la duna donde estaba. A un costado, la turbina oxidada de un obsoleto y viejo modelo de Destructor Estelar brindaba sombra. Era demasiado grande para desarmarla y su tecnología ya era obsoleta; la habían abandonado y ahora se corroía en el desierto. En aquel clima, tomaría miles de años antes de que se descompusiera por completo. El casco de una nave tan grande generalmente era ignorado, pero el interior estaba lleno de componentes que podía vender una chatarrera oportunista como Rey. Una segunda hoja de metal le sirvió a la chica como trineo para seguir su botín cuesta abajo. La práctica le permitía manejar el metal lo suficientemente bien para no caerse ni estrellarse con los escombros en la duna. Cuando llegó a la base de esta, se levantó y se sacudió la arena. Su vestimenta de tonos pardos era muy básica, estaba diseñada para proteger al portador del sol y conservar la humedad corporal. No era cara, se reparaba fácilmente y no tenía mayor encanto. Lo mismo podía decirse de su speeder, tosco, cuadrado y golpeado, que estaba estacionado cerca de ahí. Si el magullado y oxidado vehículo tenía una característica que lo redimiera, eran sus turbinas gemelas acomodadas en vertical. Como cualquiera de las dos podía fallar en cualquier momento, la utilidad de cada una residía más en servir de repuesto que en proporcionar mayor velocidad o manejabilidad. Después de asegurar sus adquisiciones en su transporte, subió al asiento del conductor. Por un momento, pareció que ninguna de las dos turbinas encendería. Luego, encendió una después de la otra. Esa era su vida: una sucesión de momentos ebookelo.com - Página 24


ansiosos, interrumpidos por la novedad de un instante de pánico. Todo era parte de tratar de sobrevivir en un planeta tan alejado, severo y cruel como Jakku. Rey permitía que los perceptores de su deslizador la guiaran por las planicies desérticas a través de interminables hileras y montañas de ruinas, equipo militar dañado u obsoleto, pedazos de maquinaria civil que habían terminado su vida útil e incluso naves imperiales. Nadie pasaba por ahí. Nadie iba a realizar un inventario ni a escribir la historia. En esos tiempos no había nostalgia por la muerte, mucho menos por la de las máquinas. Sus instrumentos llamaron su atención. Había una barrera al frente, demasiados escombros como para atravesar por ahí. Ella conocía el lugar. Pasar sobre ellos le requeriría mucha energía; la única alternativa era una desviación potencialmente peligrosa. Al menos podía beneficiarse con un poco de aire fresco en las alturas. El deslizador se elevó para sortear el metal que estaba frente a él. Sólo porque sí, dio una vuelta de barril: un momento de emoción en su vida rutinaria. Cuando acabó el momento, pudo ver al frente el Puesto de Niima: el centro de la galaxia, crisol de culturas, que ofrecía a sus habitantes entretenimiento, educación y distracciones sinfín. Rey sonrió con una mueca. Niima era una cloaca, nada más, un lugar donde nadie hacía preguntas y todos se encargaban con tranquilidad de sus propios asuntos. Era lo suficientemente grande y desarrollado para que, si morías a media calle, hubiera cincuenta por ciento de probabilidades de que alguien se encargara de llevar tu cuerpo al centro de reciclaje de proteínas, al cremador, al técnico de entierros o a lo que sea que fuera con la filosofía personal de cada quien, según la identificación y los fondos para pagar por tu medio de desecho preferido. De otra manera, los desiertos de Jakku se encargarían de tus restos en su debido momento y sin rendir tributo al fallecido. Mientras pudiera trabajar, Rey no tenía intenciones de sufrir tal destino. Nadie las tenía. La muerte siempre muestra maneras variadas en sus métodos, que frecuentemente son sorprendentes, e incluso entretenidos. Estacionó su speeder, luego descargó la maquinaria y la arrastró hacia la estructura comunitaria construida con tal propósito y que estaba abierta al público. Nadie le ofreció ayuda con su pesada carga. En Niima, la edad y el género no eran barreras para la indiferencia. Una vez bajo la sombra de la carpa, desempacó los frutos del día de trabajo, recargó su báculo en la mesa y comenzó a limpiar. Cuando se trataba de maquinaria reutilizable, la apariencia importaba. Comparado con el tremendo esfuerzo que había hecho recuperándola, pulir y lustrar un poco no era gran cosa. A su alrededor, otros chatarreros hacían lo mismo. Humanos y no humanos se comunicaban libremente, comentando sobre los hallazgos de los demás e intercambiando chismes, la mayoría en el dialecto local. Ocupaban una buena parte del espacio disponible. Y, cuando no hablaban amablemente entre ellos, intentaban descubrir dónde habían encontrado sus competidores la mejor maquinaria. ebookelo.com - Página 25


Tampoco se detenían ante la posibilidad de robar maquinaria ajena; por eso Rey mantenía sus cosas vigiladas. Levantó la mirada un momento para observar lo que pasaba fuera de la tienda. La especie bípeda que había llamado su atención era una humana, envuelta en una vestimenta guinda y morada, con maquillaje turquesa en los ojos y en los dedos índice, lo que demostraba a qué clan pertenecía. Estaba en la rampa de una nave y observaba los alrededores. Un momento después, apareció un niño con una vestimenta similar y se acercó a ella; hubo una interacción durante la cual la adulta hizo algo con el cabello del niño. Cuando devolvió su mirada al trabajo, Rey apenas se dio cuenta de que estaba haciendo un movimiento similar con un pedazo de maquinaria reutilizable. Un ayudante de Unkar Plutt se acercó a ella y le hizo ademanes, dándole a entender que más le valía concentrarse en su trabajo y no permitirse distracciones. Rey volvió a trabajar sin mirar de nuevo a la madre y a su hijo. Dado que terminó antes de lo que esperaba, se dirigió al otro lado de la tienda, donde se encontraba la cabina de intercambios, que aprovechaba la carrocería de un viejo vehículo para la arena, de color café oscuro, oxidado por los años y, a diferencia de la carpa, tenía un techo de metal. Estaba rodeada de montones de componentes recién comprados. En Niima, la parte más conflictiva de recuperar maquinaria era recibir los pagos. Esto no se debía a la calidad de la comida que se recibía a cambio, sino a la naturaleza del individuo que la administraba. La figura rechoncha que se encontraba en un lugar que estaba ligeramente más elevado y frente a ella no era humana. El crolute era corpulento y su cuerpo terminaba en un grueso, carnudo y calvo cráneo, cuyo rasgo más prominente era una nariz ancha. La cavidad nasal se extendía hasta su calva, cubierta de metal. Otra capa de carne surgía como un segundo cuello. Usaba pantalones muy holgados y negros, metidos en botas de trabajo, y una playera de manga larga pálida que contenía más capas de cuello. Media docena de placas de metal colgaban de este y de sus hombros, y hasta debajo de sus rodillas. Sus músculos estaban escondidos detrás de una capa adicional de grasa. Aunque Rey sabía que el crolute esperaba con ansias sus tratos ocasionales, ella no sentía lo mismo. Como estos requerían no sólo escucharlo sino también mirarlo, se esforzaba porque fueran lo más breves posibles. Unkar Plutt, el crolute, disfrutaba extendiendo sus encuentros lo más que ella pudiera soportar. Siempre se tomaba su tiempo examinando las piezas, haciéndola esperar. Después de sobrepasar los límites de la buena educación, se dignaba a reconocer que ella estaba ahí. —Rey, una oferta decente, pero nada impresionante. Hoy te ganaste un cuarto de porción. Ella no le daría el gusto de mostrarle su decepción, sólo tomó el par de paquetes que aparecieron en el mostrador que tenía al frente, uno transparente, que contenía un ebookelo.com - Página 26


polvo beige, y otro, un pedazo sólido de algo verde. —Esa es mi chica —dijo Plutt. Rey no contestó, sólo se dio la vuelta y se fue rápidamente, tratando de ocultar la repugnancia que la presencia del crolute le provocaba. Mientras caminaba, pudo sentir que sus ojos permanecieron sobre ella hasta que salió de la tienda.

En las planicies salinas de Jakku, el único lugar en el que uno podía protegerse del sol era dentro de algo construido por uno mismo. El speeder de Rey parecía un punto insignificante contra la masa ardiente que empezaba a ponerse, cuando aminoró la velocidad al acercarse a su morada. Rey bajó de su speeder y lo dejó donde se detuvo. No había muchas razones para asegurarlo; casi nadie iba por esos rumbos y quien lo hacía, incluyendo piratas y bandidos que frecuentaban esos páramos, no perderían su tiempo tratando de robar un vehículo tan viejo y dañado como aquel. Descargó sus pertenencias y se dirigió a la entrada que ella misma había hecho en el vientre de un AT-AT medio destruido. Podía estar viejo, deteriorado, oxidado, ser un ejemplo de poderío militar inutilizado, pero para Rey era su hogar. Después de acomodar sus pertenencias y provisiones en sus cajones y repisas improvisadas, recordó hacer una marca en un muro de material semimaleable. Había pasado mucho tiempo desde que dejó de molestarse en contar las marcas, cuyo número ahora sobrepasaba los miles. Unos cuantos detalles decorativos ornamentaban las desoladas alcobas y rincones: por ahí una muñeca hecha a mano con materiales de un traje naranja de piloto; allá un racimo de flores desérticas secas; al otro lado de la cama una almohada que le había costado un día de trabajo. No era mucho, pero esos detalles de individualidad suavizaban lo monótono de sus alrededores. El bloque verde chisporroteaba en una sartén improvisada. Después de abrir el paquete de polvo beige, lo vació en una lata medio llena de agua. Revolvió brevemente la mezcla para activarla; esta se expandió y se solidificó, formando una masa parecida al pan. Puso la carne cocinada en un plato y sacó el pedazo de pan de su contenedor. Se sentó y comenzó a comerlos como si fuera lo único que había comido en semanas. Últimamente, muchas comidas le parecían así. Cuando terminó, alzó el plato y lo lamió hasta que no quedaron restos de comida. Se levantó, fue hacia la ventana y dirigió su mirada hacia donde estaba Niima. Una nave dirigiéndose al cielo azul oscuro de la tarde dejaba una estela característica, parecida a un trazo de gis sobre un pizarrón. Después de limpiarse la boca, Rey se dirigió a una repisa donde tenía un viejo y dañado casco de la Rebelión. Lo miró por un momento, luego se lo puso. Con el casco aún puesto, salió al aire frío. No había mucho que ver aquella noche, pensó. El sol ocultándose. Al día siguiente volvería a salir. Sería otro día no muy diferente al que lo precedió, ni a los repetitivos e interminables que habían pasado ebookelo.com - Página 27


antes. Intentó pensar en algo más, algo que hubiera cambiado, que pareciera diferente, sólo para evitar que se le atrofiara la mente. Pero no había nada. Nada nuevo. Nada en qué soñar despierta, al menos. En Jakku las cosas nunca cambiaban. De vez en cuando se escuchaba en el mercado algo acerca de un nuevo poder que surgía en la galaxia. Una organización que se hacía llamar «la Primera Orden», y que era decidida e implacable. Nadie parecía saber mucho sobre eso. No era algo de lo que hubiera que preocuparse ahí, ella lo sabía. Lo que sea que fuera, lo que sea que representara, no llegaría a ese planeta olvidado, alejado. Nadie iría a Jakku. Estaba sola. Escuchó un sonido que no era precisamente arena removiéndose. Se levantó de prisa y se quitó el casco. El sonido no podía venir de los componentes electrónicos que llevaban años sin funcionar, pero, mientras los revisaba, lo escuchó de nuevo. Un bip de pánico. Dio la vuelta y tomó su báculo. El sonido ahora era constante e igual de frenético. Llegó a la cima de una duna cercana y vio algo tan curioso como inesperado. Atrapado en una red de material orgánico, había un pequeño droide esférico intentando escapar, algo que era extremadamente difícil para un droide sin extremidades. Montado sobre un luggabeast bajito, de cuatro patas, y con un casco cuadrado, estaba un teedo luchando por someter al insubordinado droide. Rey sabía que era razonable asumir que algo inapropiado sucedía siempre en Jakku. Pero en tanto comprendía a cabalidad lo que estaba sucediendo, lo más sensato era pedir una tregua momentánea. —¡Tal’ama parqual! El teedo y BB-8 se detuvieron por un momento y la miraron. —¡Parqual! ¡Zatana tappan-aboo! —respondió el teedo, esforzándose por mantener bajo control a su bestia de carga y a su presa. Su actitud definitivamente no era pacífica, incluso era amenazante. Mientras tanto, la cabeza del droide prisionero se dirigía alternativamente hacia el teedo y hacia la humana. Rey se sintió agredida, no sólo por el tono del teedo, sino por lo que dijo, cosa que excedía los límites de la educación que debía existir entre los habitantes del desierto y que hacía que se llevaran bien. El jinete del luggabeast debió saber lo que le convenía, y sus palabras hicieron que Rey finalmente tomara partido. Descendió por el costado de la duna y, con su cuchillo, comenzó a cortar la red. —¡Namago! —gruñó ella—. ¡Ta bana contoqual! Al darse cuenta de que estaba a punto de perder a su presa, el teedo dijo un montón de ofensas en un dialecto local. Ninguna afectó a Rey, quien siguió cortando la red, hasta que el nativo gritó un insulto que hubiera sido vil en cualquier lenguaje. Ella se detuvo por un momento y miró a la criatura, haciendo un ademán con su cuchillo y respondiendo: —Noma. Ano tamata, zatana. ebookelo.com - Página 28


La prolongada respuesta del teedo habría sido considerada impronunciable en todo el mundo civilizado. El molesto chatarrero se dio la vuelta con su luggabeast y se alejó en otra dirección. Tan pronto como el nativo estuvo a una distancia considerable, BB-8 salió de la red y comenzó a emitir ruidosos y desafiantes bips en esa dirección. —Shhhh —calló Rey al droide—. No lo tientes. Muchos insultos pueden colmarle la paciencia a cualquiera, incluso a un teedo. BB-8 dejó de hacer ruido al instante. Ambos dirigieron sus miradas hacia el jinete hasta que desapareció. Una pregunta electrónica atrajo la atención de Rey. Se arrodilló junto al droide. —Es sólo un teedo. Un nativo. No es muy diferente a mí, en realidad —hizo una mueca—. Excepto que este era especialmente grosero. Te quería para desmantelarte. —Se inclinó hacia el droide y observó la parte superior de su cabeza—. Tu antena está doblada. —Mientras lo examinaba, su interés creció—. ¿De dónde vienes? El droide respondió con un bip. Frunciendo el ceño, Rey negó con la cabeza y contestó: —No sé qué significa eso. —Una serie de bips respondieron. Esta vez Rey sonrió —. Oh, «clasificado»; ¿en serio? Bueno, yo también. Un gran secreto. —Se levantó y comenzó a caminar hacia su hogar—. Yo mantengo mi secreto y tú el tuyo. Mantente lejos de las colinas Kelvin y no te acerques a las arenas movedizas en el norte, o te hundirás. Estarás bien. Entre más cerca estés de Niima es menos probable que encuentres a un teedo. Emitiendo bips suaves, el droide comenzó a seguirla, deteniéndose cuando ella volteaba a verlo. —No me sigas. No puedes venir conmigo. No quiero a nadie conmigo, ¿entiendes? —Más bips ansiosos contestaron. Ella se molestó—. ¡No! No me lo pidas de nuevo. No soy tu amiga, no tengo amigos. Esto es Jakku, aquí nadie tiene amigos, sólo compañeros sobrevivientes. —Se dio la vuelta una vez más, dando pasos más largos. Los bips que siguieron sonaban evidentemente desesperados, lo suficiente para hacerla detenerse. Volteó a ver al suplicante droide. No le caía bien. Su apego a la maquinaria era por los tratos que le daban de comer, pero se dio cuenta de que se sentía mal por él. Al menos, se dijo a sí misma, este parecía indefenso. Y a pesar de sus advertencias, nada le garantizaba que el teedo no regresaría. Ella asintió de mala gana. Inmediatamente, él rodó a su lado. Juntos, se dirigieron al hogar de Rey. —En la mañana te vas —afirmó ella. Un bip en respuesta le dijo que sí—. Bien, de nada. —Otro bip; este la hizo reír—. Sí, aquí hay mucha arena ¿BB-8? Ok. Hola, BB-8, me llamo Rey. Solamente Rey. —Más bips todavía; su sonrisa desapareció—. No vas a hablar toda la noche, ¿o sí? Porque si es así, esto no funcionará. Ya sabes cómo nos «recargamos» los humanos. No nos conectamos: dormimos. —Otro bip—. ebookelo.com - Página 29


Bien. Recuerda eso y nos llevaremos bien hasta mañana. En silencio. Un solo bip quedó en el aire del desierto mientras desaparecían detrás de una duna.

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III

LA CELDA DE RETENCIÓN NO TENÍA BARROTES, no eran necesarios. No había ningún lugar a dónde ir para un prisionero en esa nave. Incluso si lo hubiera, el único prisionero estaba encadenado a su silla y sólo podía mover la cabeza. No debían correr riesgos con él. Sin embargo, todo lo que Poe podía pensar era en por qué había fallado su misión. Estaba tan hundido en su depresión que apenas y reaccionaba a los golpes. Golpes dados con una habilidad practicada, diseñados para doler, pero no para provocar daños permanentes. Recibía golpes de manera intermitente, a diferentes horas del día, en diferentes partes del cuerpo. Hacía su mejor esfuerzo para ignorar el dolor, tanto como las preguntas que le hacían. Lo que no sabía era que aquello era apenas una pequeña introducción que precedía al interrogador principal. Ese individuo llegó en su debido momento. Poe lo reconoció del ataque a la villa e intentó liberarse una última vez con todas sus fuerzas. El intento lo dejó completamente exhausto. Eso estaba bien, se consoló, luchar contra la figura frente a él habría sido contraproducente. Sin embargo, luchar y resistirse eran dos cosas distintas y decidió utilizar todas sus fuerzas para lo segundo. Sin lugar a dudas, su inquisidor podía sentir su determinación. ¿Estaba sonriendo detrás de esa máscara? No lo sabía. Aunque su saludo no fue tan desafiante, el sarcasmo en las palabras de Kylo Ren fue evidente. —No tenía idea de que teníamos al mejor piloto de la Resistencia a bordo. Delatar tu posición con ese inútil atentado contra mi vida fue algo tonto. La venganza no es nada más que una concesión personal de banalidad. Aunque hubieras actuado más rápido y mejor preparado, Tekka ya estaba muerto. ¿Cómodo? Poe hizo su mejor esfuerzo para oírse despreocupado. —La verdad no. —Con un gesto señaló sus manos encadenadas—. Las instalaciones dejan mucho que desear. —Lamento que sean necesarias; no lo son ante mi presencia, pero los otros que te trajeron aquí sólo tienen habilidades primitivas, y más forcejeo de tu parte habría requerido un esfuerzo innecesario de la suya. —Se inclinó hacia el prisionero—. Ninguna de estas molestias era necesaria. Ambos queríamos lo mismo del viejo. Tal vez fue más comunicativo contigo que conmigo. Poe fingió considerar seriamente la propuesta antes de agregar de manera ebookelo.com - Página 31


impasible: —Quizá deberías reconsiderar tu técnica. Es difícil obtener ayuda de un hombre muerto. Ren dio un paso atrás, levantándose más alto que el prisionero. —Una verdad en la que quizá deseas verte reflejado. Es patético, ¿no lo crees? Tú y yo, ambos persiguiendo a un fantasma. —El tono de su voz se oscureció—. ¿Dónde lo pusiste? Poe lo miró inocentemente. —¿Dónde puse qué? —Por favor, el tiempo pasa volando, especialmente el mío. Esto será más rápido y menos incómodo si te dejas de tonterías infantiles. Poe se preparó: —Tú no intimidarás a la Resistencia. —Como quieras, entonces. Aquí no hay tal «Resistencia». Sólo estamos el piloto Poe Dameron y yo. Una mano se extendió hacia el prisionero. Y la silenciosa agonía comenzó. —Dímelo —murmuró Ren—. Dímelo.

El general Hux lo esperaba. El interrogatorio no había durado mucho, como era de esperarse. El general ni siquiera tenía que preguntar si había tenido éxito. No importaba cuán determinado fuera el prisionero, los interrogatorios de Ren siempre tenían el mismo resultado. La cara cubierta de metal miró al general; la voz que emanaba de la máscara era imperturbable. —El piloto no la tiene. El mapa con la localización de Skywalker está dentro de un droide. Una unidad BB común. Hux se sintió satisfecho, aunque eso no le importara a Ren. —Eso lo hace fácil. Las indicaciones están en el droide, y el droide, en el planeta. —Un planeta tiene un sinnúmero de lugares donde un droide puede esconderse — señaló Ren. Hux no discutió. —Es verdad, pero el planeta sobre el que estamos es primitivo. Un droide simple como ese irá hacia las instalaciones de apoyo para los de su tipo. Hay pocas de esas en Jakku. —Se dio la vuelta; planeaba algo—. Con un poco de suerte, ni siquiera tendremos que buscarlo nosotros.

Incluso para un droide, el Puesto de Niima resultaba trivial. BB-8 lo registró todo para posibles referencias futuras. Nada le pareció muy alentador. Después de bajarlo de su speeder, Rey tomó su morral con lo que había ebookelo.com - Página 32


recopilado en el nuevo día de trabajo. Al ver la indecisión del droide, señaló con la cabeza una parte del pueblo. —Hay un comerciante en la bahía tres llamado Horvins. Que no te desanime su apariencia, es alguien bastante decente. Tal vez quiera llevarte a dondequiera que vayas. Así que… —Hizo una pequeña pausa y luego se encogió de hombros—, adiós. Apenas dio unos pasos cuando una serie de bips la hicieron mirar hacia atrás y reír. —¿En serio? ¿Ahora no te puedes ir? Creí que tenías que ir a un lugar especial. Ansioso y quejumbroso, la respuesta electrónica no fue lo que ella esperaba. Se arrodilló para ver al droide en su oscuro ojo. —No te rindas. Aún es posible que vuelva a quien esperas. Clasificado. Créeme, yo soy una experta en esperas. El droide preguntó con un bip. —A mi familia. Ellos regresarán. Algún día —intentó sonreír, pero fracasó miserablemente. BB-8 se acercó a ella tanto como le permitía el protocolo y emitió un suave bip. Lo que provocó que ella se levantara, molesta por la pregunta que hizo el droide. —¿Qué? ¡No! No estoy llorando. —Se alejó caminando y esta vez no miró atrás. No tenía que hacerlo. Ignorando sus regaños, el droide la siguió mientras emitía continuos bips, haciendo que se molestara. —¡No estaba llorando! —insistió ella—. Sólo porque un poco de agua fluya del ojo de un humano no significa que esté llorando. Revisa tu información —dijo, frotando el ojo en cuestión—. Es sólo un grano de arena. Este mundo no es más que un grano de arena. Lo que dijo el droide la dejó preguntándose si debía reír o llorar. —No, BB-8, no se me metió un mundo al ojo. Sin embargo, sus ojos seguían húmedos, mientras seguía caminando hacia el pueblo y se resignó a que el droide la siguiera. «Tal vez las cosas cambiarán algún día», se dijo a sí misma mientras esperaba su turno en la fila. Como el seco y caliente aire desértico, la realidad le llegó de golpe cuando descargó sus bienes. Intentó ocultar la oleada de asco que sintió. Tal vez, un día, antes de que el universo se acabara, Unkar Plutt tomaría un baño. El comerciante hizo su usual espectáculo al inspeccionar la maquinaria, pero su atención estaba realmente en el droide redondo que estaba junto a ella. —Dos ascensores internos. Te daré un cuarto de porción… por los dos. Ella reaccionó inmediatamente: —La semana pasada valían media porción cada uno, y dijiste que necesitabas más. —Señaló los aparatos—. Aquí tienes dos. La piel de Plutt se sacudió. —Las condiciones han cambiado. —Tomó uno de los componentes y le dio un vistazo—. Aparte, a este le falta una membrana. No me gusta pagar por equipo ebookelo.com - Página 33


incompleto. —Antes de que ella pudiera responder, él se inclinó hacia adelante—. ¿Y el droide? —¿Qué hay con él? —preguntó Rey. —¿Viene contigo? —sonrió Plutt. Lo cual era algo peor que su expresión normal de indiferencia—. Te pagaré por él. Se ve funcional. Detrás de ella, BB-8 comenzó a emitir bips de temor. Rey lo ignoró, intrigada. —Tal vez lo es. —¿Por qué no me lo ofreciste junto con los ascensores? —Plutt babeaba. Generalmente, esa era la señal para que ella se alejara mientras aún tenía control de su estómago, pero esta vez ignoró su asco. —Tú lo dijiste, es funcional —contestó Rey con indiferencia—. Un droide siempre es útil en la casa. Plutt mostró su desacuerdo: —¿Este? ¿Qué utilidad podría tener para ti? No tiene miembros de servicio. —Tal vez disfruto de su compañía. Dijiste que pagarías, ¿cuánto? Evidentemente satisfecho, Plutt no pudo contenerse. —Sesenta porciones. De alguna manera, Rey pudo controlar su reacción para que fuera sólo una ligera contracción muscular. Sesenta porciones la alimentarían por… por… por mucho tiempo. El suficiente para hacer otros trabajos que había abandonado. Tiempo suficiente para relajarse y descansar, tiempo… «libre» era una palabra que había abandonado su vocabulario hacía tiempo. Emitiendo bips furiosamente, BB-8 la empujaba desde atrás. El droide escuchó la conversación desde el principio y no le gustaba el rumbo que estaba tomando. —Silencio —murmuró ella. El droide no le entendió o no la obedeció. Rey tenía poca paciencia con los mecanismos escandalosos, así que se inclinó y realizó una secuencia de toques en la cabeza del droide, lo que lo desactivó inmediatamente, haciendo que esa parte de su cuerpo se deslizara hasta llegar al piso. Su altavoz no emitió más bips. La conciencia artificial se apagó; ahora sólo era un pedazo de maquinaria durmiente, una esfera de chatarra. Pero, aparentemente, tenía algo de valor, pensó Rey. ¿Cuánto valdría? Antes de acordar algo, debía averiguarlo. —Cien porciones. Plutt estaba obviamente sorprendido por la demanda, e igual de infeliz. No porque ella lo discutiera. Los chatarreros no serían chatarreros si no discutieran frecuentemente sobre el valor de sus hallazgos. Sólo que no lo esperaba de ella, especialmente considerando la oferta que ya le había hecho. No le importó. Nada le importaba ahora, excepto obtener al droide. Sonrió de nuevo. —Tu audacia siempre ha sobrepasado tu tamaño, Rey. Siempre he admirado eso en ti. ebookelo.com - Página 34


—Sí, sí, soy maravillosa. ¿Tenemos un trato o no? —Se mantuvo inexpresiva. —¿Cómo puedo resistirme a la fuerza de tu personalidad? —respondió él, burlón —. Que sean cien porciones. —Se dio la vuelta dentro de su puesto—. Como puedes imaginar, me tomará un momento juntar tu pago. Sé paciente. Rey no podía creerlo. ¡Había aceptado la contraoferta! Ella sólo la propuso para ver la reacción en su cara, no se imaginó que accedería. ¡Cien porciones completas! Abrió con ansias su morral para recibir su recompensa. Esta era una carga pesada que no le molestaría llevar. Su euforia era tanta que no le molestó hablar un poco con el detestable Plutt. —¿Qué harás con el droide? Se mueve bien, pero como dijiste, no tiene miembros de servicio. —Oh, no lo quiero para mí —contestó Plutt mientras amontonaba porciones de nutrientes en su asiento—. Ciertas facciones han preguntado por un droide como ese. No me importa para qué lo quieren. Los comerciantes listos no se interesan por los motivos de sus clientes. —La miró—. Si me entero de para qué lo quieren, te lo diré. Mientras tanto, me gustaría pensar que este negocio será bueno para ambos. Es el mejor tipo de negocios, después de todo. —Mientras él ponía paquetes en un cajón de transferencias, ella se acercó a tomarlos. —Esa es mi chica. —Había algo diferente en su tono. Había una ansiedad en su voz, algo nuevo incluso para Unkar Plutt. Una ansiedad que significaba todo, menos triunfo. A Rey le costó mucho esfuerzo soltar la primera pila de paquetes de comida que tomó. Miró al droide apagado y pensó con seriedad. Finalmente volvió a ver al comerciante. —De hecho… el droide no está a la venta. Cometí un error. —Haciendo un gran esfuerzo, devolvió los paquetes de comida. Plutt estaba fuera de sí, toda la contención desapareció. Cuando alzó la voz, otros chatarreros en las cercanías levantaron la mirada de su trabajo. La exclamación fue muy sonora, incluso para el irritable comerciante. —Cariño —gritó, su tono desmintiendo sus palabras—, ¡teníamos un trato! Sonriendo ligeramente, Rey recordó su conversación anterior. —Las condiciones han cambiado. —Se agachó y reavivó al droide. BB-8 se levantó de nuevo. Si el droide tuviera párpados, habría parpadeado. —Las condiciones. —Parecía que Plutt iba a estallar—. ¿Crees que puedes portarte así conmigo, chica? ¿Crees que puedes jugar así aquí? ¿Quién te crees que eres? Ella se levantó tan orgullosa como pudo: —Soy una operadora independiente, chatarrera de las tierras de metal, sin deudas con nadie. Mucho menos con un pequeño comerciante llamado Plutt. —Eres… eres… —El comerciante intentó controlarse—. No tienes nada. ¡No eres nada! ebookelo.com - Página 35


—Al contrario —respondió Rey—, te acabo de decir quién soy. Y, en cuanto a lo que tengo, me queda mi libertad y mi orgullo. —En las mesas de trabajo cercanas se escucharon murmullos. Había dicho en voz alta algo que sus colegas y compatriotas, sin importar la especie, querían pero no se atrevían a decir. Al menos no frente a la fea cara de Plutt. Cuando la fingida deferencia desapareció, Rey dio un paso hacia el comerciante y le lanzó una mirada que lo hizo estremecerse. BB-8 reaccionó emitiendo un bip de admiración. Resistiendo las ganas de acariciar al droide, Rey terminó sus negocios del día con Unkar Plutt. —El droide no está a la venta. Una vez que dijo eso, se dio la vuelta y se dirigió a la salida de la tienda, con el droide emocionado tras ella. Plutt la miró alejarse. Comenzaba a calmarse, su mente trabajaba sistemáticamente. El enfrentamiento casi se había salido de control. Y tal pérdida de control no era propia de él. En el transcurso de una negociación podía gritar, golpear la mesa, pero siempre calculando. Todo eran negocios y ganancias. Nada personal. Ni siquiera ahora, cuando la adorable pero irrespetuosa Rey estaba involucrada. Eso era una lástima, pensó mientras tomaba su comunicador. Una voz respondió. Ignorando al chatarrero que acababa de llegar, Plutt se dio la vuelta y habló en voz baja. —Tengo un trabajo para ti. —Con la mano que tenía libre cerró la ventana de servicio de su local, dejando al chatarrero con su bolsa entre las manos y mirando desconcertado la espalda del comerciante.

Desplomado y encadenado en el asiento, Poe aún respiraba. Ya no le importaba lo que pasara con él. No era su culpa, se decía. Para una persona común, no importaba lo fuerte que se considerara, resistir el interrogatorio de una criatura como Kylo Ren era imposible. Lo intentó. No había vergüenza en su fracaso. No le importaba lo que pudieran hacerle ahora, aunque podía imaginarlo. Después de decir lo único de valor que sabía, ya no les sería de utilidad. No había nada sobre sistemas de armas de los X-wing que la Primera Orden no supiera ya y, siendo un simple piloto, no esperarían que supiera nada sobre movimientos o tácticas militares. Se había vuelto desechable. No, desechable, no; menos que eso: era superfluo. Dudaba que lo mantuvieran con vida. No recibiría comida, pero podría convertirse en comida. Levantó la cabeza cuando escuchó que la puerta se abría; un soldado de asalto entró. Al menos, pensó Poe, todo acabaría pronto; quería librarse de los tormentos de una vez por todas. Pero las palabras del soldado lo sorprendieron: —Le llevaré este prisionero a Kylo Ren. Poe se hundió en su asiento. ¿Qué más querían de él? Todo lo que tenía de valor ebookelo.com - Página 36


lo había perdido. ¿Olvidaron algo? No podía pensar en nada. Sin embargo, su mente no estaba funcionando correctamente. El guardia preguntó: —No me dijeron que vendrías. ¿Por qué querría Ren interrogar al prisionero fuera de la celda? La voz del recién llegado tomó un tono más oscuro: —¿Te atreves a cuestionar los motivos de Kylo Ren? —No, no, ¡eso no fue lo que quise decir! —Sin una palabra más, el guardia desató al prisionero. Le tomó el doble de tiempo de lo normal por los repentinos nervios. El procedimiento requería que el soldado mantuviera su arma apuntando al prisionero en todo momento, mientras caminaban por el corredor. En otro tiempo, en otro lugar, Poe habría considerado intentar arrebatarle el arma. Pero estaba muy débil para eso. De cualquier manera, parecía tan competente como todos los de su tipo. Un golpe con el arma casi lo hace caer. Estaba tan cansado que no objetó ni maldijo. —Da vuelta aquí —ordenó el soldado. El pasillo que tomaron era angosto y oscuro, comparado con el que habían dejado; no había tanto personal, ni soldados, ni técnicos, ni ayudantes. Una mano enguantada lo detuvo. Poe observó el opresivo entorno. Un lugar extraño para llevar a cabo una ejecución, pensó. Al parecer, no querían hacer una gran demostración con él. El soldado habló con voz grave y rápidamente: —Escucha bien y pon atención. Harás exactamente lo que diga. Puedo sacarte de aquí. Pese a lo lastimada que estaba su mente, Poe empezó a tomar conciencia. Volteó a ver el casco del soldado de asalto. —Si… ¿qué? ¿Quién eres? A manera de respuesta, el soldado se quitó el casco, el mismo al que le limpió la sangre que un soldado moribundo le salpicó durante una batalla, en un oscuro rincón del planeta Jakku. —Cállate y escúchame. Esto es un rescate. Te estoy ayudando a escapar. — Aturdido, Poe no pudo responder. El soldado lo sacudió del hombro—. ¿Sabes pilotar un caza TIE? Poe por fin dejó de ver con la boca abierta al joven soldado de piel oscura y encontró su voz: —¿Qué está pasando? ¿Estás… con la Resistencia? —¿Qué? —dijo el soldado, mirando a su alrededor—. ¡Estás loco! ¿Cuánto crees que duraría un simpatizante de la Resistencia en una nave como esta? Bajo esta observación, bastaría con que parpadearas de la manera incorrecta para que tuvieras a todos los psicólogos tras de ti. No, sólo te estoy ayudando a escapar —dijo nervioso, ebookelo.com - Página 37


mientras miraba el corredor—. ¿Sabes pilotar un…? Después de haber perdido toda esperanza, a Poe le tomó poco tiempo recobrarla. —Puedo pilotar lo que sea. Con alas, sin alas; fuerza de propulsión o de atracción; a la velocidad de la luz o no; sólo pónmelo enfrente. Pero, ¿por qué me ayudas? El soldado habló sin dejar de mirar nerviosamente el corredor. —Porque es lo correcto. Poe sacudió la cabeza, no le creyó nada. —Amigo, si vamos a hacer esto, tenemos que ser honestos el uno con el otro. El soldado lo miró detenidamente. —Necesito un piloto. Poe asintió. Luego sonrió. —Ya tienes uno. A FN-2187 le sorprendió la respuesta de Poe. —¿En serio? —Sí —insistió Poe—. Siempre y cuando me pongas enfrente de algo que vuele. El soldado volvió a ponerse el casco. Toda aquella situación parecía increíble. Poe se preguntó si le estarían tendiendo una trampa. ¿Sería un cruel juego psicológico después del cual lo liquidarían? Por otra parte, había algo en el soldado que hacía que Poe le creyera: su actitud, su mirada. Algo le decía que podía confiar en él y que no se arrepentiría. El soldado señaló en la dirección que habían llegado: —Por aquí. Y deja de verte tan optimista. Eso no le queda a ningún prisionero. Poe hizo caso y agachó la cabeza. Una vez que regresaron al corredor principal, una sonrisa empezó a formarse en su cara, pero la controló rápidamente. Entre más tiempo pasaban sin ser detenidos, más se permitía Poe tener esperanza. Lo que estaban intentando era algo más que demente. Escapar de la Primera Orden, de un Destructor Estelar, era casi imposible. Casi. La improbabilidad de que algo así sucediera jugaba a su favor. Él no podía ser un prisionero intentando escapar porque los prisioneros no escapaban. Y los soldados de asalto no dejaban sus puestos para facilitar una máquina de vuelo. Los soldados de asalto ordinarios eran una cosa; el grupo de oficiales que se acercaron a ellos mientras entraban al hangar, otra muy distinta. Todavía agachado, Poe se tensó y luchó por no hacer contacto visual. El soldado lo golpeó ligeramente con su bláster y murmuró: —Tranquilo, tranquilo. Poe tragó saliva mientras los oficiales se acercaban. —Estoy tranquilo —susurró Poe. —Me lo estoy diciendo a mí —explicó el soldado mientras seguían con paso decidido hacia el extremo opuesto del hangar. ebookelo.com - Página 38


—Oh, cielos —susurró Poe, esta vez para sí. —Finge estar nervioso —le aconsejó el soldado—. Como si caminaras hacia tu perdición. Poe tragó saliva. —Gracias por el tip. La nave a la que se acercaban era un caza TIE de las fuerzas especiales. Poe no pudo evitarlo: levantó la vista y contempló la nave. Sin tomar en cuenta su origen, sus oscuros ángulos le daban una belleza letal. No había nadie cerca, ni técnicos, ni trabajadores de mantenimiento, ni guardias. ¿Con qué objetivo pondría alguien a un guardia para vigilar una nave dentro de un Destructor Estelar? La compuerta de acceso estaba abierta. Tuvo que controlarse para no correr. No había forma de saber si la nave funcionaba ni si era monitoreada. La atmósfera del hangar estaba sellada, de otra manera sólo serían un pedazo de proteína muerta flotando en el espacio. ¿Cómo lograrían abrir una puerta tan grande? «Una cosa a la vez», se dijo. «Primero hay que subir a la nave; una vez a bordo, veremos si funciona». Un droide técnico se acercó a ellos. Poe sintió al soldado tensándose junto a él. Se mantuvieron en la misma dirección, y también el droide. Estaban muy cerca, sus instrumentos ópticos podían reconocer fácilmente los detalles del prisionero y de su escolta. ¿Qué harían si les preguntaba algo? Cuestionar prisioneros y guardias no era parte de su protocolo, siguió caminando sin emitir más que un simple bip.

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IV

EL INTERIOR DEL CAZA TIE estaba impecable. Los droides y los técnicos habían hecho bien su trabajo, dejándolo listo para el piloto y el artillero. Era un verdadero piloto el que ahora se acomodaba en el asiento de mando de la cabina. En cuanto al miembro faltante de la tripulación, había que esperar a ver. Quitándose su chamarra ensangrentada, Poe examinó los controles frente a él. Algunos le resultaron familiares por sus conocimientos sobre naves de la Primera Orden; otros, de viejas naves imperiales. Otros más no los reconoció de inmediato, pero estaba seguro de que descubriría su función más tarde. Un caza moderno como ese sería fácil de pilotar, sus componentes computacionales estaban diseñados para compensar los descuidos del piloto. Confiaba en que la nave corregiría los errores que él cometiera. Errores menores. Todavía tenía que pilotar la maldita nave. Un movimiento lo hizo mirar hacia atrás. Después de quitarse el casco, el soldado que lo liberó se acomodó en el asiento del artillero y se esforzó por entender los controles a su alrededor. Poe intentó proyectar seguridad mientras activaba los instrumentos. Un ruido comenzó a emerger de la popa de la nave. —Siempre quise volar una de estas cosas —dijo Poe—. ¿Sabes disparar? —Cualquier cosa diseñada para las tropas terrestres sí. Blásters. Poe se percató de que su compañero no sonaba tan confiado. —¡Es el mismo principio! Sólo que los resultados son mucho más grandes. La palanca izquierda debe ser para cambiar entre cañones, misiles y pulsos. La derecha para apuntar; deja que la computadora te ayude. ¡Los gatillos son para disparar! Ligeramente inclinado hacia delante, el soldado trató de entender lo que estaba viendo, así como lo que el prófugo le estaba explicando. Había muchos más controles de los que había mencionado Poe. ¿Cuáles eran realmente importantes? —Esto es muy complicado —confesó—, y no estoy seguro de por dónde empezar. ¿Tal vez si esperamos un momento podrías aclararme un par de cosas? Liberado de sus cadenas y luego liberado del cautiverio, Poe no estaba de humor para tomarse un rato e impartir lecciones. Y dudaba que tuvieran la oportunidad. En cualquier momento, alguien iba a preguntarse por qué el caza de las Fuerzas Especiales estaba encendiendo los motores con la escotilla cerrada. —No hay tiempo —gritó—. ¡Aprenderás sobre la marcha! Usando su conocimiento de controles similares, consiguió que la nave despegara. ebookelo.com - Página 40


Por desgracia, todavía estaba atada a los cables de apoyo. Los cables se tensaron, sujetando al caza TIE a la cubierta. Dentro de la sala de control principal del hangar seis, un técnico confundido volteó a ver a un oficial que pasaba detrás suyo. —Señor, tenemos una salida no autorizada en la bahía dos. El coronel de la Primera Orden se detuvo y miró por la ventana que daba al hangar. Al otro lado de este había un caza forcejeando con su cable de apoyo. Ni las maniobras preparatorias ni el hecho de que el cable siguiera sujeto tenían sentido. Que ocurrieran al mismo tiempo sugería un error en el cumplimiento del deber o algo inconcebible. —Comuníquenme con esa nave. Alerten a los comandos, informen al general Hux, ¡y detengan ese caza! La confusión se propagó por todo el Finalizer. Se alertó a algunos departamentos que normalmente permanecían en descanso mientras la nave orbitaba alrededor de planetas pacíficos. El personal fuera de servicio fue prevenido con el sonido de las alarmas en sus comunicadores personales. Había órdenes contradictorias en las distintas secciones. La gran mayoría respondió lentamente y de mala gana, seguros de que no era más que un simulacro. Los soldados reunidos de último momento en el hangar sabían que no se trataba de un simulacro. Mientras colocaban las pesadas armas en posición, los sonidos casi musicales del caza TIE rompiendo los cables de apoyo los presionaron para actuar aún más rápido. El oficial al mando gritaba, pero ningún comando podría preparar el arma con mayor rapidez de la que su programa energizante lo permitía. Se necesitaban unos momentos más para que las armas estuvieran completamente cargadas. Al ver la amenaza que se estaba preparando al otro lado del hangar, Poe le aconsejó con urgencia a su compañero: —Este sería un buen momento para empezar a disparar. Detrás de él, la mirada del soldado desertor contempló desesperadamente la gran cantidad de controles frente a él. —Haré mi mejor esfuerzo, pero no estoy seguro de poder… Una ola de disparos provenientes de las armas principales del caza TIE llenaron el hangar. Armas internas hechas añicos. Soldados y cañones móviles aniquilados. Cazas TIE reducidos a escombros, fragmentos de fuselaje y alas rebotando en la cubierta, el techo y las paredes. Una explosión demolió la sala de control del hangar. Donde momentos antes había calma, ahora había caos, alarmas y fuego. Este último se extinguió cuando el caza se elevó, giró sobre su eje, y Poe activó el modo de despegue del caza TIE. Este había sido bloqueado por los controladores del hangar, pero cuando FN-2187 hizo volar el centro de operaciones, todos los aparatos electrónicos, que por lo general eran controlados desde ahí, habían sido liberados. El caza TIE de las fuerzas especiales no tuvo problemas para lidiar con la situación, ebookelo.com - Página 41


emitiendo automáticamente las direcciones necesarias. —¡Lo siento, chicos! —gritó el soldado en la silla del artillero a pesar de que sólo Poe pudo escucharlo. El caza se alejó del flanco del Destructor Estelar, dejando a su paso naves destrozadas, soldados muertos y toda clase de materiales arruinados. Poe fue acostumbrándose cada vez más a los controles de la nave. En un periodo muy corto de tiempo, su estado de ánimo cambió del fatalismo a la emoción. No sólo estaba vivo, no sólo era libre: ¡tenía una nave! Y qué nave: un caza TIE de las fuerzas especiales de la Primera Orden. Estaba seguro de una cosa mientras maniobraba alrededor del inmenso Destructor: jamás volvería a ser prisionero de la Primera Orden. —Esta cosa sí se mueve —dijo, meneando la cabeza con admiración. La buena ingeniería no conoce de política—. No voy a desperdiciar esta oportunidad: hay personas en esa nave que me deben una. Destruiremos tantos sistemas y armas como podamos. El soldado había pensado que huirían tan lejos y tan rápido como el caza TIE les permitiera. —¿No deberíamos tomar la velocidad de la luz lo antes posible? Una sonrisa apretada apareció en el rostro de Poe. —Alguien en ese nave me llamó «el mejor piloto de la Resistencia», no me gustaría decepcionarlo. No te preocupes. Voy a ponernos en posición. Mantente alerta y haz lo que te diga. —Hizo una breve pausa—. ¿Qué te parece si cada vez que veas al Destructor, le disparas? Todavía descontento con el resultado que su escape había tenido, FN-2187 se relajó ligeramente. —Puedo hacer eso. «No es una nave», se dijo Poe, mientras volaba alegremente con el control manual; era una parte de él, una extensión de su propio cuerpo. Mientras los disparos provenientes de la inmensa nave comenzaron a dirigirse hacia ellos, Poe maniobró el caza TIE utilizando los pronosticadores y sus propias habilidades para evitar el fuego. Voló debajo de la nave nodriza, hacia atrás y a través de huecos y aberturas, realizando maniobras que sólo los mejores pilotos dominaban, muchas casi increíbles. A Poe no le importó. Él era libre y estaba volando. Detrás de él, el soldado renegado disparaba con frenesí, provocando caos y daños aleatorios que causaban pánico y confusión en la nave sobre ellos. Un par de cañones emergió frente a ellos, el soldado parecía contento de volver a disparar indiscriminadamente. Pero eso tenía que cambiar. Poe sabía que, de otra manera, no tendrían la oportunidad de dar el salto a la velocidad de la luz. —Maldición, un objetivo viene hacia ti. Mi derecha, tu izquierda. ¿Lo ves? Los controles de puntería mostraron las grandes armas en la pantalla del soldado. —Espera, los veo. —Se preparó y disparó en el momento preciso. El arma estalló, formando una bola de fuego que desapareció casi ebookelo.com - Página 42


instantáneamente. Los escombros volaron a su alrededor, y Poe voló en medio de la catástrofe. Lo que no podía esquivar directamente, los escudos de la nave lo bloqueaban. Incapaz de contenerse, el soldado dejó escapar un grito que resonó en toda la cabina. —¡Sí! ¿Viste eso? Poe llevó el caza TIE hacia el costado del Finalizer. —¡Te dije que podías hacerlo! ¿Cómo te llamas? —FN-2187. —FN… ¿qué? —Es el único nombre que he tenido. Poe reconoció en la voz del soldado una añoranza plenamente humana. Y algo más. Algo que le había llevado, entre sus cientos y miles de colegas, fuera de la zona de confort del entrenamiento y la disciplina, algo que había encendido una chispa de individualismo en su interior. Poe supo que esa chispa estaba presente en el hombre que estaba a su espalda, y ahora tenía que evitar que se desvaneciera. Pero ¿por dónde empezar? —Si ese es el nombre que te dieron, entonces no lo usaré. «FN», ¿eh? Te llamaré «Finn». ¿Te parece bien? Detrás de él, el soldado lo consideró. Una sonrisa se extendió lentamente por su rostro. —Sí, Finn. ¡Me gusta! Pero ahora estás un paso delante de mí. —¿Disculpa? —No sé tu nombre. Si me dices que es RS-736 o algo así, voy a sentirme seriamente confundido. El piloto se echó a reír. —Soy Poe. Poe Dameron. —¡Encantado de conocerte, Poe! —¡Encantado de conocerte, Finn! —respondió Poe, preparándose para atacar de nuevo al Destructor Estelar. Era como un insecto atacando a un bantha. Pero un insecto con una picadura letal.

En el puente principal del Finalizer, el general Hux miró por encima del hombro del teniente Mitaka. Si bien no podía haber un solo puesto de mando central en una nave tan grande como un Destructor Estelar, la consola de Mitaka era lo que más se le acercaba a eso. Hux apenas pudo creer lo que le dijeron. No sólo se escapó el prisionero, sino que logró llegar a un hangar operativo, subió a un caza TIE listo para volar y se abrió paso a fuerza de disparos. Y la nave que se llevó no era cualquier caza, sino uno de las Fuerzas Especiales. Si la evidencia no estuviera frente a él, y los perceptores de la ebookelo.com - Página 43


nave no estuvieran intentando no perder de vista al caza, él habría creído que hacer tal cosa era imposible. Un leve estremecimiento recorrió la cubierta. La voz de Mitaka fue plana, pero Hux podría decir que el teniente de pelo oscuro estaba sorprendido ante lo que veía. —Han destruido un bloque de armamento defensivo. Y siguen atacando. No huyen. Hux no entendía. Aquello estaba más allá de la comprensión. Los prisioneros huían de prisiones, no se quedaban a atacar a sus carceleros. Las acciones parecían tener una clara tendencia suicida, pero lo que sabía del prisionero sugería que deseaba vivir. ¿Qué lo había hecho cambiar? O, pensaba Hux, ¿acaso los psicólogos se equivocaron al hacer el perfil del prisionero? Perfil erróneo o no, algo era seguro ahora: habían subestimado al piloto de la Resistencia que parecía estar al borde del colapso físico y emocional. —Activen los cañones ventrales —ordenó Hux. —Activando —dijo Mitaka. El piloto prófugo volaba muy cerca del Destructor. Hux sabía que los sensores de los cañones evitarían cualquier disparo que pudiera poner en riesgo la estructura de la nave. El hábil piloto seguramente también lo sabía y probablemente contaba con ello, y por eso continuó volando tan cerca de la superficie del Destructor como le era posible. Ahora Hux contaba con que el piloto mantuviera la misma estrategia. Entre más tiempo se mantuviera cerca del Destructor, más fuerzas podrían ir tras él, y la probabilidad de que escapara una segunda vez se reducía. Una voz sonó detrás de él: inconfundible, controlada y claramente disgustada. —¿Es el piloto de la Resistencia? Hux se dirigió hacia Kylo Ren. Incapaz de ver detrás de la máscara metálica, incapaz de percibir los ojos o la boca, uno tenía que depender de los cambios sutiles en la voz y el tono para tratar de adivinar el estado de ánimo del hombre. Hux supo inmediatamente que aquel estado de ánimo igualaba, si no es que superaba, su propia consternación. —Sí, y le ayudaron. —Aunque Hux se resistía a admitirlo, no tenía elección—. Uno de los nuestros. Estamos comprobando los registros ahora para identificar quién fue. Aunque la máscara hacía difícil saber en dónde estaba centrada la atención de Ren, era evidente que no era en el general. —FN-2187. Hux estaba desconcertado. Kylo Ren había conseguido averiguar la identidad del soldado antes que el propio comando de la nave. Por otra parte, Ren tenía acceso a un conocimiento que no tenían los simples mortales como él. Habría preguntado más, pero la alta figura ya se había ido. La indiferencia de Ren resultaba más perturbadora de lo que hubiera sido un insulto. Hux volvió su atención hacia la consola del teniente. ebookelo.com - Página 44


—Cañones ventrales listos —informó el teniente. —Fuego —ordenó Hux.

Las detonaciones se sucedían mientras los sistemas de armas del Finalizer luchaban para aislar el caza TIE de los escombros entre los que se ocultaba. Poe fue cambiando constantemente su trayectoria de vuelo, sin hacer nada predecible, utilizando la destrucción que él y su compañero ya habían forjado para confundir a los pronosticadores, que eran una parte integral de los sistemas operativos de las grandes armas. Aunque más restos proporcionaban más cubierta, Poe sabía que no podía seguir maniobrando para siempre. En última instancia, el daño que él y Finn habían causado se reduciría a fragmentos y luego a polvo, por las armas del Destructor. Sin lugar para ocultarse, el caza TIE finalmente recibiría un disparo láser de gran alcance que marcaría el final del juego. Antes de que eso sucediera, tenían que escapar. Sin duda, cada tirador, cada operador de sistema de armas en el Destructor, estaba esperando que el caza robado preparara un salto a la velocidad luz. La atención se centraría en esas direcciones, lejos de la nave y hacia la gran oscuridad. Lo último que se puede esperar de alguien que se escapa de las proximidades del planeta Jakku sería ir al planeta en sí. Mientras llevaba el caza TIE hacia el mundo desértico debajo, una mano se extendió hacia adelante y lo tomó del hombro. —¡Espera, esto no está bien! ¿A dónde vas? —Detrás de ellos, un par de explosiones surgieron de las armas del Destructor Estelar. Le tomaría muy poco tiempo a las armas de la enorme nave alcanzar al caza que escapaba. Pero muy poco tiempo era todo lo que un piloto como Poe necesitaba. —Querrás decir, «¿a dónde vamos?». A Jakku, allá vamos. Como si la imagen cada vez más grande del planeta amarillo y café no fuera una señal bastante clara, pensó Poe. Pero pudo simpatizar con la confusión de Finn. Lo que hacían no tenían sentido. Y esa era la mejor manera de evitar la previsibilidad. Incluso si era un poco descabellado. —¿Qué? ¿Jakku? ¡No, no, no! ¡Poe, tenemos que salir de este sistema! El caza TIE se sacudía descontroladamente con las explosiones de los proyectiles que casi los alcanzaban y con los movimientos con que Poe intentaba confundir a los rastreadores automáticos. La voz de Finn se calmó, pero sólo ligeramente. —Oh, está bien, entiendo. Vamos a entrar en la atmósfera, dar una vuelta al planeta, y entrar a la velocidad de la luz por el otro lado, fuera del alcance del grandote, ¿verdad? ¡¿Verdad?! Dime que tengo razón, Poe. Poe no se molestó en negar con la cabeza, centrándose en los controles maravillosamente sensibles del caza. —Tengo que llegar a mi droide antes de que la Primera Orden lo haga. Finn abrió la boca con sorpresa. ebookelo.com - Página 45


—¿Tu droide? ¿Qué tiene que ver tu droide con este escape? —No se trata de escapar. Nada de esto se trata de escapar. —Casi me la creo. —Sintiéndose ligeramente aturdido, Finn se recargó en su asiento—. Debes querer mucho a ese droide. —Es una unidad BB. Único en su clase. Naranja y blanco. Absolutamente único e invaluable. Finn alzó la voz de nuevo. —¡No me importa de qué color es! ¡No me importa si es capaz de hacerse invisible! ¡Ningún droide puede ser tan importante! Poe gruñó: —Este lo es, amigo. —Está bien —Finn respondió—. Dices que es importante, te diré lo que es importante, «amigo»: ¡alejarnos de la Primera Orden y de sus agentes lo más rápido que podamos! Eso es importante. Al menos para mí. —Bajó la voz—. Te salvé la vida, Poe. Por lo menos, me debes la mía. Si volvemos a Jakku, moriremos. —Es un riesgo que tenemos que tomar. —El piloto se mantuvo inamovible—. No se trata de mi vida ni de la tuya. Lo siento, Finn, pero hay cosas mucho más importantes en juego, hay fuerzas en movimiento que debemos enfrentar. Por desgracia, al parecer estoy en el centro de todo eso. Es una responsabilidad que no puedo ignorar. Lamento que hayas quedado atrapado conmigo, pero no puedo hacer nada al respecto. —No me interesa lo importante que sea tu droide o en lo que estás involucrado. Para ti y para mí, Jakku es sinónimo de muerte. Poe no pudo disputar la lógica de Finn, por lo que prefirió ignorarla, del mismo modo que había ignorado el sentido común cuando en la aldea trató, inútilmente, de salvar la vida de San Lor Tekka. Por supuesto, se recordó, aquello no salió muy bien. Pero estaba siendo honesto. Él le hizo un juramento a la Resistencia y no tenía intención de romperlo ahora. No importaba lo mal que pintaran las cosas. Respiró hondo. A pesar de que significara romper el protocolo, Finn merecía saber la verdad. —Mi droide tiene un mapa que conduce a Luke Skywalker. Le tomó un momento a Finn, un largo momento, asimilar el impacto de la declaración. —¡Tienes que estar bromeando! Skywalk… ¡Nunca debí haberte rescatado! Mientras hablaba, una ráfaga del Destructor interceptó el último intento evasivo de Poe. La cabina del piloto se llenó de chispas y, a continuación, se produjo una erupción de humo. Los motores del caza ardieron en llamas, haciéndolo perder el control. Y como iban en dirección a la superficie de Jakku, la nave siguió ese camino… fuera de control. Finn dejó de buscar algo a qué dispararle porque sus instrumentos se apagaron por completo. Tosiendo y luchando por respirar, le gritó al piloto. ebookelo.com - Página 46


—¡Perdimos todos los sistemas de armas! ¡Mis controles se neutralizaron! ¿Tú? No hubo respuesta, salvo por las estridentes y continuas alarmas del caza. Finn intentó apartar a manotazos el humo cada vez más denso y se inclinó hacia adelante, hacia su nuevo amigo. Luego retrocedió, horrorizado. Poe no se movía. Tenía los ojos cerrados. La sangre corría por su rostro. —¡No, noooo! ¡Poe! No había respuesta alguna del piloto. Mirándolo en la cabina llena de humo, con los ojos llenos de lágrimas debido al aire contaminado, Finn no sabía si su compañero seguía vivo. La negrura del espacio había desaparecido. Lo único que se veía era la superficie cada vez más próxima de Jakku. Incluso, si Finn tomara de alguna manera el lugar de Poe, sabía que no sería capaz de aterrizar un caza, y mucho menos uno en esas condiciones. Sin embargo, pudo ubicar el control de expulsión de su asiento. Equipado con un control manual en caso de fallo total de los controles electrónicos, se veía claramente señalizado. Agarró el asa y la jaló tan fuerte como pudo. No requirió fuerza adicional ni más adrenalina. El asa se movió sin problemas y sin resistencia. Un momento después, sintió que su cuerpo salió disparado lejos del caza TIE. El universo giró violentamente a su alrededor y, por un breve momento, lo único que pudo ver fue el planeta amarillo, espacio negro y nubes blancas, alternadamente. Luego se desmayó.

En el puente de mando del Finalizer, el general Hux se alejó de la estación de Mitaka. Caminando de consola en consola, procedió a interrogar técnicos y oficiales de control de armas. La ansiedad que había acumulado y que había logrado mantener oculta se disipó notablemente cuando un técnico reportó: —Les dimos. La expresión de Hux no cambió, pero por dentro sintió un alivio considerable. Estudió la consola del técnico, su mirada cambiaba rápidamente entre las lecturas. Los detalles que llegaban parecían concluyentes, pero en aquel asunto no había espacio para un noventa y nueve por ciento de certeza; tampoco había lugar para la equivocación. —¿Fue destruido? La respuesta del técnico confirmó las sospechas del general. —Sólo lo deshabilitamos, al parecer. Hux se acercó más. —Podría estar engañándonos. —Si es así —informó el técnico—, se fue a los extremos. Los sensores indican piezas del caza desprendiéndose. Eso no lo puede realizar el operador del caza por sí mismo, debe ser el resultado de un gran daño en la nave. —Hizo una pausa y luego añadió—: Mantengo mi opinión original, señor. Nadie podría realizar ese descenso ebookelo.com - Página 47


voluntariamente. —Muy bien —contestó Hux—. Están inhabilitados, quizá fatalmente. Considerando su trayectoria, ¿cuál es el lugar más probable para su aterrizaje? Una vez más, el técnico analizó sus lecturas. —El caza podría estrellarse en algún lugar de las tierras baldías de Goazon. Dada la naturaleza de la topografía, es imposible predecir el ángulo exacto y la velocidad con la que se estrellará. Hux asintió pensativo. —Iban a regresar por el droide. Es la única explicación que tiene sentido. De lo contrario, habrían tratado de entrar a velocidad de la luz tan pronto como el piloto se cansara de molestarnos. —Se encogió de hombros ligeramente—. Ya no importa. O no importará una vez que esta lamentable interrupción haya terminado. Envíe una tropa al lugar del accidente y deles instrucciones de escanear no sólo los restos del avión, también los alrededores. Si no pueden encontrar los cuerpos, aspiren los escombros. No daré por muertos al piloto ni al traidor hasta que tenga una prueba biológica tangible. —Su tono de voz se oscureció ligeramente, pero fue suficiente para hacer que el técnico deseara que el oficial se marchara—. Los rastros biológicos son aceptables —murmuró Hux—, pero un par de cráneos sería mejor.

Finn sintió que había tardado más en liberarse del asiento encapsulado en el que había escapado que en caer desde el caza vulnerado hasta la superficie planetaria. Los seguros, tirantes y espuma que debían mantenerlo en una sola pieza parecían diseñados para evitar que pudiera levantarse. Tuvo que seguir una secuencia para que el asiento lo liberara: primero este control, luego este botón, luego deslice esto para liberar. Finalmente, logró liberarse de la maraña de seguridad. Tambaleándose, miró sus alrededores. Sus ánimos decayeron. Estaba vivo, pero no lo estaría por mucho tiempo, considerando el entorno en el que había aterrizado. El campo de dunas se extendía en todas direcciones hacia cada horizonte. De alguna manera, el cielo azul y la arena parecían más imponentes que la negrura del espacio. Las naves que habían sido su hogar estaban selladas; eran pequeños mundos de entornos controlados. Todo lo que necesitaba estaba disponible, a la mano. Alimentos, agua, esparcimiento, instalaciones para dormir. Todo estaba a unos pocos pasos de distancia. Era irónico que alguien acostumbrado a la inmensidad del espacio de repente sufriera de un ligero ataque de agorafobia. Al mirar hacia el cielo esperaba ver alguna nave saliendo de entre las nubes para aterrizar. Pero lo único que vio fue un par de aves autóctonas volando hacia el sur. Le parecieron demasiado grandes para ser herbívoras. Al menos no estaban volando en círculos sobre el lugar donde había aterrizado o sobre él. Aún. Algo más se manifestó sobre las dunas del este: humo. El viento había amainado, permitiéndole elevarse y formar una columna. De otra manera, la habría notado antes, ebookelo.com - Página 48


a pesar de su angustia. Alguien estaba haciendo una fogata en ese lugar o… Se dirigió hacia ella, luchando con los restos de su armadura. La lógica decía que nadie podía sobrevivir al accidente del caza, a menos que hubiera salido expulsado antes, como él. Pero la lógica también decía que era imposible escapar de la Primera Orden, y ya habían hecho eso. Eso no importaría si lo encontraban ahí, vagando entre las dunas. Una cosa era segura: sus excolegas no lo entenderían, por más que intentara explicárselos. Nadie desertaba de la Primera Orden y vivía para contarlo. Sus pies se hundían en la arena mientras avanzaba tambaleándose hacia el humo que se elevaba. —¡Poe! ¡Di algo si puedes oírme! ¡Poe! —No esperaba una respuesta, pero deseaba fervientemente recibirla. Las llamas y el humo envolvían los restos del caza TIE. Más resistente que otras de su clase, la nave de las fuerzas especiales sobrevivió al impacto, aunque no ilesa. Los escombros se dispersaron en un área amplia. Con cuidado de no cortarse con los trozos retorcidos de metal y de los materiales aún calientes, se abrió paso entre el calor y la neblina hasta que llegó a la cabina del piloto. Yacía aplastada y abierta al aire del desierto. Tratando de proteger sus ojos del humo, Finn se acercó más. Algo sobresalió de los restos: un brazo. Ignorando el calor y las llamas parecidas a lenguas, Finn se acercó hasta que lo tuvo a su alcance. Primero lo tomó con una mano, luego con las dos, jaló y… no había ningún brazo, ningún cuerpo: era la chamarra de Poe. Frustrado, Finn la arrojó a un lado y trató de entrar a la cabina en ruinas. El humo y el calor, cada vez más intensos, no le permitieron ver, mucho menos entrar a investigar. —¡Poe! Finn sintió que perdía el piso, pero no se había movido. El suelo sí. Mirando hacia abajo, vio cómo la arena comenzaba a deslizarse por debajo de él. Sus pies ya estaban medio cubiertos. Frente a él, los restos de la nave comenzaron a hundirse en el hueco sobre el que había ido a parar. Parecía que la arena trepaba por las alas de la nave para llegar a la cabina. Si no se alejaba de ahí, pronto acompañaría al caza TIE en su prematuro entierro. Finn comenzó a caminar frenéticamente en reversa, gritando a la embarcación que desaparecía ante sus ojos. —¡POE! Se hundiría hasta una profundidad que no se podía imaginar. Tal vez justo debajo de la superficie, pensó, mientras se apresuró a llegar a una posición estable. Tal vez mucho, mucho más profundo. Mientras más arena cubría al caza, más rápido se hundía, hasta que desapareció por completo. Junto con ella se fue la mayor parte de los escombros que el impacto esparció. No quedó nada. Nada que demostrara que… Una violenta explosión se produjo casi debajo de sus pies, empujándolo hacia atrás. La sustancial bola de fuego que se produjo se elevó al cielo y ardió por un instante con unos furiosos tonos negros y rojos y, finalmente, se disipó en la ebookelo.com - Página 49


atmósfera. Tras recuperar el equilibrio, Finn avanzó hacia delante. En lugar del TIE desaparecido había algunos fragmentos dispersos y arena fundida. Nada más. Ciertamente no había señales de otro ser humano. A diferencia del caza, en el caso de su compañero no habían quedado restos. Drenado de energía y abrumado, empezó a patear en la arena, como si la exposición de una capa inferior pudiera revelar algo, cualquier cosa, familiar o alentadora. Pero cada patada sólo revelaba más arena. Al recorrer con una mirada feroz sus alrededores, sólo vio las silenciosas dunas. Era como si nada hubiera tocado aquel lugar, empezando por la civilización. Escapó. Sobrevivió. Aterrizó intacto y aparentemente ileso. Y, a juzgar por lo que veía, estaba tan muerto como si nada de eso hubiera pasado. Respiró profundamente y luego le gritó al planeta vacío, sabiendo que no había nadie que lo escuchara: —¡NO… SÉ… QUÉ… HACER!

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V

PARECÍA IMPOSIBLE QUE EL DÍA pudiera ponerse más caluroso. Pero, tratándose de uno colmado de imposibles, Finn no se sorprendió de forma alguna cuando el calor se intensificó. Entrecerró los ojos por el resplandor y no vio nada más que arena. Arena segada por alguna salina ocasional, a la que seguía más arena. Nada más: arena a su izquierda, arena a su derecha, arena detrás… Una figura se acercó a él; sus nítidos contornos parecían provenir de un lejano espejismo. No era silenciosa; un chirrido irregular y cada vez más intenso la acompañaba, al tiempo que se hacía grande rápidamente. ¡Un vehículo! Algún tipo de embarcación allá fuera, en aquella maldita nada, ¡y venía directo hacia él! Tambaleándose, levantó los brazos y comenzó a gritar tan fuerte como su garganta reseca se lo permitió. —¡Hey! ¡Aquí! ¡Por aquí! ¡Hey! Para entonces, ya no le importaba quién se encontraba en el vehículo; ni siquiera si era conducido por seguidores de la Primera Orden. Que fuera cualquier cosa, cualquier persona, siempre y cuando pudieran compartirle un poco de agua. Era una lanzadera maltratada y de gran tamaño. La tripulaban varios sinvergüenzas de diferentes especies, y ninguna de ellas se destacaba por su compasión. Le gritaron y le hicieron gestos groseros, mientras pasaban junto a él sin bajar la velocidad, dejando a su paso sólo polvo seco y risas burlonas. —¡Gracias! —gritó Finn, añadiendo una reverencia burlona para enfatizar el sarcasmo—. ¡Oh, sí, amables compañeros de viaje, muchísimas gracias! ¡Muchas gracias! —continuó murmurando entre dientes, utilizando palabras y frases de media docena de planetas que le habrían valido una baja de rango si las hubiera empleado en presencia de un oficial. Claro que ya nunca tendría que preocuparse por algo así. Ya no era un soldado al servicio de la Primera Orden. En caso de que alguna vez volviera a encontrarse con los partidarios de esta, lo último de lo que tendría que preocuparse sería de la censura por usar malas palabras. ¿Dónde estaba? Aquel deambular entre las dunas no lo llevaba a ninguna parte. Necesitaba una meta, un destino. Alzó la mirada. Para encontrarlo, necesitaba una visión más amplia de su entorno. Hay tareas físicas más difíciles que subir una empinada duna de arena, pero son pocas las que son tan frustrantes. El escalador se desliza un paso hacia abajo por cada ebookelo.com - Página 51


dos que da hacia arriba, y esto suponiendo que no pierde el equilibrio y rueda todo el camino de vuelta al pie de la colina de arena. Decidido a llegar a la cima, Finn siguió luchando, hundiendo las piernas en la arena, hasta que por fin alcanzó la cima de la pequeña montaña. La primera visión a su entorno era tan desalentadora como lo temió: más arena, apilada en dunas ligeramente más pequeñas. Pero en la distancia, a su izquierda, ¿era eso…? ¿Podría ser…? ¡Sí! ¡Un asentamiento! No sabía de qué tipo, pero un asentamiento tendría agua, alimento y refugio del sol. Si era excepcionalmente suertudo, incluso podría ser el destino de la multitud cacofónica que insensiblemente lo había pasado de largo en el deslizador. No le molestaría encontrarse con algunos de esos jactanciosos viajeros de nuevo, después de haberse refrescado y recuperado fuerzas, por supuesto. Empezó a bajar con cuidado por el otro lado de la duna que había ascendido tan dolorosamente. Por lo menos ahora tenía un destino. Todavía no estaba dispuesto a permitirse alguna esperanza.

Las imágenes tridimensionales era insulsas: registros de entrenamiento e historial del soldado. No obstante, Hux revisó todo cuidadosamente. Al analizar el perfil psicológico, en busca de anomalías, había que prestar atención incluso a las pequeñas señales. Un fragmento de la correspondencia, una cita predilecta, incluso la postura de la persona en cuestión: cualquiera de ellas podría apuntar a una explicación al comportamiento incomprensible del soldado. No esperaba encontrar una imagen de FN-2187 con un cartel que dijera: «Me volveré loco, liberaré a un prisionero y robaré un caza TIE». Si en los registros del soldado existieran indicios de trastorno mental o de simpatía hacia la Resistencia, Hux sabía que serían sutiles y no tan evidentes. Pero hasta entonces, no había nada. Nada que sugiriera que FN-2187 podía rebelarse. Nada que indicara que fuera algo distinto a un representante de su especie, nada que lo hiciera diferente a sus compañeros. Nada que lo distinguiera como persona, como soldado, como una excepción. Por otra parte, reflexionó Hux, el hecho de que FN-2187 fuera una mente abrumadoramente ordinaria era más inquietante que si en su historia abundaran murmuraciones desleales o episodios psicóticos. Sugería que las fuerzas armadas podrían albergar a otros como él. No podían permitir que lo que había hecho el soldado se supiera. Los psicólogos ya estaban asesorando a quienes habían estado en contacto con él, ya fuera por la interacción cotidiana o durante su violenta huida. El incidente debía disimularse, ocultarse y enterrarse, ante el riesgo de que el germen infeccioso se propagara entre los soldados. Si había algo que una fuerza de combate competente no podía permitirse, Hux lo sabía, eran estallidos imprevistos de individualidad. La luz de los hologramas se reflejaba en la figura revestida de cromo que estaba de pie junto a él. ebookelo.com - Página 52


—No hay nada digno de mención —dijo Phasma—. FN-2187 fue asignado a mi división, recibió formación especializada adicional, fue evaluado y enviado al reacondicionamiento. Hux negó con la cabeza lentamente mientras continuaba examinando los registros. Si había algo que destacaba en el historial del soldado FN-2187, era su excepcional banalidad. —No hay signos previos de inconformidad; ni siquiera alguna insolencia frente a un superior. Es tan ordinario que parece incluso invisible. —Esta fue su primera falta. —Phasma mostraba un interés puramente profesional en el episodio y en el hombre—. Su único delito. Kylo Ren entró en la habitación y se acercó a ellos. —Encontrar la falla en sus métodos de entrenamiento no ayudará a recuperar al droide. A pesar de que su máscara ocultaba su expresión facial, la furia debajo de su actitud calmada era casi palpable. —Y, sin embargo, hay problemas más apremiantes —insistió Hux. Era evidente, tanto por el tono de voz, como por su lenguaje corporal, que no sentía ningún tipo de aprecio por el recién llegado. El sentimiento era recíproco; ninguno de los dos hizo un esfuerzo por ocultar su desprecio mutuo. —No para mí. «Típico de Ren», pensó Hux. «Egocéntrico, arrogante, indiferente a los intereses de los demás». —El Líder Supremo lo dijo expresamente: nuestra tarea es evitar que la Resistencia consiga el mapa que lleva a Skywalker, ya sea capturando al droide si tenemos la oportunidad, o destruyéndolo si es necesario. Ren consideró las palabras del general. —Una tarea bastante simple, o al menos eso pareciera. Encontrar a un droide. ¿Qué tan capaces son sus soldados, general? Hux apartó la vista del archivo holográfico del soldado. Respetaba a Ren y sus habilidades, pero no le temía. Uno no llega al rango de general en las fuerzas de la Primera Orden mostrando miedo. —No voy a permitir que ponga en duda mis métodos. —¿Qué métodos son esos, general? ¿Aquellos que permiten a un soldado común liberar a un prisionero importante, escoltarlo hasta un hangar en funcionamiento y ayudarlo en su lucha por la libertad? ¿Mediante qué métodos se imparte esa habilidad? Es evidente que, al menos, algunos de sus soldados son expertos en alta traición. Quizá el Líder Snoke debería considerar el uso de un ejército de clones. Hux se contuvo con gran dificultad. —Mis hombres reciben un entrenamiento excepcional. Están programados desde su nacimiento para ser leales a sus compañeros, a sus oficiales y a la Orden. Una sola anormalidad no le da el derecho de cuestionar los métodos que se han perfeccionado ebookelo.com - Página 53


a lo largo de… Ren interrumpió la apasionada defensa del general. —Mantener el mapa lejos de las manos de la Resistencia no debería ser un problema, entonces. ¿Cierto? —Otra vez ese mapa… que, por lo que sabemos, tal vez ni siquiera exista. La voz de Ren se oscureció de tal manera que Phasma dio un paso atrás. —No me interesan en absoluto sus insinuaciones, general. Le sugiero que guarde para sí esos pensamientos. Le sugiero que ni los piense. Hux se mantuvo firme. —Mi deber es luchar por la Primera Orden con cada ápice de información, cada fragmento de material y cada soldado útil a mi mando. Ese fue el juramento que tomé. Esa es la palabra que juré defender. —Su mirada no se desvió de la máscara—. Y, en ningún momento, se habló de ajustarse a los intereses secundarios de las personas, sin importar lo alto de su rango o lo eminentes que fueran. Cuidado, Ren, que tus intereses personales no interfieran con las órdenes directas del Líder Snoke. Si Kylo Ren se sintió ofendido por la audacia del general, no lo demostró. Como si nada hubiera pasado entre ellos, continuó: —¿Ya revisó con sus técnicos las imágenes de la zona donde el caza TIE robado fue forzado a descender? En esa región sólo hay un asentamiento importante: el Puesto de Niima. Si el droide sigue funcionando, instintivamente tratará de ocultarse ahí. Complacido por la oportunidad de cambiar el tema, así como de reportar algo positivo, Hux respondió con un tono más atento. —Coincido. De hecho, encontramos la armadura del traidor. Estaba abandonada junto a un rastro en medio del desierto. Aunque las huellas visibles se intercalan entre las dunas, forman un patrón consistente con dirección a Niima. —Sonrió levemente a Ren—. Un equipo de ataque ya está en camino. —Bien, me complace que usted esté a cargo de esto, general, de recuperar al droide, de preferencia, ileso. Antes de que Hux pudiera objetar una vez más, Ren dio la media vuelta y se marchó por donde había llegado. Si sintió las oleadas de odio que fluían del oficial hacia él, optó por no responder.

El sol de Jakku lo había quemado, deshidratado y atormentado, pero no lo había derrotado. Aún no. ¿Qué eran unas quemaduras para alguien que había desafiado a la Primera Orden, liberado a su prisionero y causado estragos en un Destructor Estelar? Eso fue lo que pensó Finn. Su cuerpo no estaba de acuerdo y gritaba su descontento por el reciente maltrato, y estaba amenazando con derrumbarse en cualquier momento, cuando finalmente llegó al Puesto de Niima. Viejas piezas de naves se alzaban a su alrededor; reliquias ebookelo.com - Página 54


de tiempos mejores, heraldos del pasado del viaje espacial. Los comerciantes y los mercaderes lo miraban y especulaban. Finn no llevaba nada de valor, excepto sus órganos y, a juzgar por su aspecto, no era probable que su interior estuviese en muy buenas condiciones. Algunos chatarreros lo señalaron y se burlaron. Otros, que habían sufrido también los embates de la arena, el polvo y el sol, murmuraron palabras de compasión. Esa fue toda la ayuda que el extraño recibió. El Puesto de Niima no consentía a los débiles. Una criatura achaparrada, gorda y fea bebía de un abrevadero comunitario. Mirándola boquiabierto, Finn se preguntó qué podría ofrecer aquella criatura para que alguien se preocupara por darle de beber. No se veía amable ni comestible. No le importó. Lo que le interesaba era el agua, y hacia ella corrió. Sumergió sus manos, llevó el sucio líquido a su boca y la mantuvo ahí para beberla. La sensación en sus labios fue increíble, pero al tragarla percibió un horrible sabor. Escupió, asqueado. Sin embargo, ahora su cuerpo debía anteponerse a su cerebro. Luchando contra el impulso de vomitar, bebió. El bulto antiestético de carne en cuatro patas —más tarde se enteraría de que se llamaba «happabore»— lo contempló con mirada de búho; pero, por lo demás, lo ignoró. Hasta donde Finn pudo imaginar, aquel cuadrúpedo bajito lo encontraba igualmente repugnante.

Cuando Rey se arrodilló junto a BB-8, el droide pitó con locura. —Tranquilo, tranquilo, ¡vaciarás tus celdas de energía! —Le dio unas palmaditas al metal curvado—. De nada, por no venderte. —Ella no vio ninguna razón para agregar que había estado muy, muy cerca de hacerlo—. Está bien, deja de agradecerme. Ahora, en cuanto a esta otra cuestión, vas a tener que calmarte y hablar despacio. —Un pitido más frenético hizo que ella respondiera irritada—. Esa no es información suficiente, BB-8. No puedo ayudarte si no me dices a quién estás esperando. El droide hizo una pausa. «¿Estará pensando?», se preguntó ella. O, como le había advertido, ¿estaba quedándose sin batería? Cuando el droide finalmente habló de nuevo, su exasperación era evidente. —¿Que si puedes confiar en mí? ¿Y tú qué crees? —Comenzó a levantarse, frustrada y bastante enojada—. Dímelo o no me lo digas. No tengo tiempo para juegos. El droide se acercó más y chocó suavemente contra Rey. Ella fingió ignorar sus súplicas antes de inclinarse una vez más. —Sí, sí, lo entiendo. Estás esperando a tu amo. ¿Quién? ¿Lo repites? —El droide repitió el nombre—. Poe. —Tímidamente se encogió de hombros—. El nombre no me dice nada. ¿Debería? Incapaz de expresar adecuadamente su frustración, BB-8 se conformó con girar varias veces sobre su eje. Cuando se detuvo, empezó a explicar. A pesar de su fingida ebookelo.com - Página 55


indiferencia, Rey se encontró escuchando atentamente al flujo ininterrumpido de pitidos y gritos cuidadosamente compuestos. —Sí, sé lo que fue la Rebelión y sí, he oído hablar de la Resistencia. —Su expresión se hizo más seria conforme el droide continuó—. La Primera Orden. Son horribles. Se rumora que uno de sus escuadrones de ataque destruyó un pueblo sagrado cerca de aquí, cerca de Kelvin Ravine. —La siguiente serie de pitidos de BB8 hizo que la máscara de indiferencia se le cayera del rostro. Se quedó mirando al droide esférico con incredulidad. —¿Tú estuviste ahí? Ella le habría preguntado más, de no haber sido por la interrupción. Reconoció a los dos que se aproximaban como matones de Plutt, quienes se detuvieron imponentes frente a ella: idénticas masas de carne móvil envueltas en ropa barata del desierto, incluso sus rostros estaban completamente cubiertos. Plutt no enviaría a alguien como aquellos dos para dar un educado mensaje. Con una mirada a BB-8, el más cercano a ella confirmó sus sospechas. —Plutt quiere droide. Nosotros tomamos droide. Mujer no interfiere. —El droide es mío —respondió ella—. No lo vendí. Plutt lo sabe. —Es correcto —estuvo de acuerdo el otro matón—. Plutt sabe. Usted no vendió. Así que él lo toma. —Su compañero ya estaba tirando un saco sobre BB-8. Cuando Rey se apresuró a detenerlo, el otro la tomó del brazo.

Finn no supo si el happabore se había hartado de compartir su espacio con el bípedo o simplemente hizo un gesto amigable al derribarlo. Tan indistinto fue el gesto que Finn no pudo decidir si fue un empujón deliberado o simplemente una caricia. Lo que sea que hubiera motivado a la criatura, Finn acabó en el suelo. Esta nueva perspectiva le dio una excelente vista de la confrontación que se había desatado en el mercado cercano. Frunció el ceño. La joven, que era acosada por dos individuos mucho más grandes, se defendía. Levantándose impulsivamente, Finn corrió a ayudarla. Sin embargo, cuanto más se acercó, menos preocupado se sintió. A pesar de la diferencia de tamaño entre la chica y sus agresores, parecía que ella no necesitaba ayuda. Una vuelta y un jalón, y de repente la bestia que había estado asiendo su brazo se encontró en el suelo. Cuando el otro se apresuró a ayudar a su compañero caído, se encontró en el lado equivocado, y recibió una provisión furiosa de patadas, puñetazos y golpes propiciados por el báculo que la chica manipulaba. Al poco tiempo, los dos rufianes acabaron boca abajo e inconscientes. Impresionado, pero todavía con ganas de ayudar, Finn retiró el saco medio cerrado del objeto que aparentemente era el motivo de la disputa. Lo que encontró fue lo que menos se imaginó. Desde lejos no habría sido capaz de distinguirlo pero, así de cerca, no había duda de la identidad de la esfera mecánica. ebookelo.com - Página 56


«El droide de Poe». Mientras la chica le hablaba para tranquilizarlo, el droide se sacudió, volteó y vio a Finn. A continuación se hizo a un lado con un movimiento violento y comenzó a pitar como si alguien le hubiera quitado su chip de racionalidad. Aquella perorata cibernética no impresionó a Finn ni la mitad de lo que lo perturbó la expresión en la cara de la chica. Ella debía sentirse agradecida por su intento de ofrecer ayuda. En cambio, sintió y vio cómo su hostilidad iba en aumento. —¿Hey, qué pasa? Sólo vine a ayudar. Aunque no creo que lo necesitaras —dijo, señalando al par de matones inconscientes—. Eso no quiere decir que yo no hubiera… Sin decir palabra alguna, Rey levantó el bacúlo que llevaba y se lanzó contra él. Finn apenas logró esquivarla y se echó a correr, tratando de huir a través del mercado, preguntándose qué había hecho para ponerla así y más que un poco desconcertado con el giro de los acontecimientos. Lo único que hizo fue tratar de ayudarla. Luego, el droide lo vio, dijo algo que molestó a la chica y, ahora, él estaba corriendo de nuevo. Avanzó chocando con puestos y derribando mercancías, provocando la ira de un comerciante tras otro. La huida finalmente llegó a su fin cuando, después de girar en varias esquinas y creerse a salvo, chocó de frente con el extremo del báculo, que lo mandó al suelo. En ese momento no se necesitaba de un gran golpe para derribarlo. Estaba completamente agotado luego de su travesía por el desierto. Tendido de espaldas, sin aliento y sin importarle mucho si se desmayaba, Finn la miró. Ella blandió el báculo sobre él, lista para golpearlo de nuevo si era necesario. —¿Cuál es la prisa, ladrón? El alivio de la inconsciencia tendría que esperar, así de sorprendido se sintió ante la inesperada acusación. —¿Qué…? —Antes de que pudiera continuar, BB-8 rodó rápidamente para llegar junto a él, extendió un brazo telescópico y le transmitió una descarga eléctrica de intensidad considerable, lo suficientemente potente como para que Finn se enderezara. —¡Ay! Hey, ¿qué…? ¡No hagas eso, mujer! —Miró a la chica. —Quédate sentado o tendré que golpearte de nuevo. ¡La chamarra! —Rey lo empujó con la punta del báculo—. ¡Este droide dice que la robaste! Realmente necesitado de alimento y de agua potable, Finn se vio obligado a conformarse con respirar profundamente. —Escucha, no quiero pelear contigo, ya he tenido un día bastante malo, así que te agradecería que no me acusaras de ser un… ¡Ay! —Finn miró al droide, que lo había electrocutado por segunda vez—. ¡Ya basta! —Está bien. —Rey no estaba impresionada ni dispuesta a otorgarle al viajero el beneficio de la duda—. Demuéstralo. Si no la robaste, ¿cómo la conseguiste? —Ella le hizo un gesto a BB-8—. Pertenece a su amo. ebookelo.com - Página 57


Finn se tomó un momento para procesar lo que estaba oyendo. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que todo embonaba perfectamente con lo que veía. La chica, el inquieto droide, la chamarra que llevaba puesta… Ellos merecían una explicación. Pensó en cómo podría suavizar la noticia, pero, al final, tomó una decisión difícil: decir la verdad. Miró fijamente al angustiado droide y luego a la inflexible chica. —Su amo está muerto. Por su reacción, era evidente que ni el droide ni la chica esperaban tan contundente ni tan definitiva respuesta. Cuando Rey bajó la punta de su báculo, Finn continuó. —Su nombre era Poe Dameron. —Se concentró en BB-8—. ¿Verdad? —Ni un pitido de réplica salió del droide, ahora silencioso—. Fue capturado por la Primera Orden. Yo lo ayudé a escapar. —Finn habló desapasionadamente, con voz plana—. Lo liberé de su celda. Juntos robamos un caza TIE, hicimos un poco de daño a la nave de la Orden. Finn señaló a BB-8. —No quiso huir fuera del sistema porque insistió en que tenía que venir a buscarte. —El droide emitió un pitido suave, casi lúgubre—. Recibimos un disparo y nos estrellamos. Yo logré salir de la nave. Sé que Poe no lo hizo porque encontré su chamarra dentro de la cabina. Traté de ayudarlo, pero no pude llegar a él. La arena podrida succionó la nave directamente hacia abajo. Me habría llevado con él si no hubiera escapado. Traté de ayudarlo. Lo siento… La única diferencia entre la tristeza de un ser orgánico y la de un droide radica en la falta de gesticulaciones por parte de este último. Triste y moviéndose lentamente, BB-8 rodó hacia un lado. Rey vio al pequeño droide marcharse, luego dirigió su atención hacia Finn. Su hostilidad había dado paso a una moderada admiración. —¿Escapaste de una nave de la Primera Orden y además robaste un caza TIE? Finn asintió vigorosamente. —Un caza de las Fuerzas Especiales. Poe era el piloto. Yo era el artillero. Ella lo miró con más atención. —Así que… ¿estás con la Resistencia? Dada la forma en que ella sostuvo el báculo y la intensidad con que lo miró con sus ojos marrones, fue bastante fácil saber qué contestar. Esta vez mintió. —Obviamente —le dijo, irguiéndose—. Estoy con la Resistencia, sí. Claro que sí. Estoy con la Resistencia. ¿Quién más ayudaría a un piloto de la Resistencia a escapar de la Primera Orden, sino otro miembro de la Resistencia? Me sorprende que lo preguntes. Ella se relajó, recargándose ligeramente en su báculo. —Casi todos los que visitan esta parte de Jakku son comerciantes y alborotadores. Nunca había conocido a un miembro de la Resistencia. Era difícil pavonearse ahí sentado, pero Finn lo consiguió. —Bueno, así es como nos vemos. Algunos de nosotros. Otros se ven diferentes. ebookelo.com - Página 58


Ahora que ya conociste a uno, ¿cuál es tu opinión? Rey frunció los labios. —Puede que seas bueno detrás de los cañones de un caza TIE, pero necesitas trabajar tus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo. Finn dejó caer los hombros. —Estoy fuera de práctica. —Aunque eso le pareció extraño, Rey lo pasó por alto y señaló con un gesto al droide triste—. BB-8 dice que está en una misión secreta. — El droide giró rápidamente sobre su eje y pitó en dirección a ella—. Dice que tiene que volver a la base más cercana de la Resistencia. Al menos esa parte sí la entendió Finn. —Sí. Al parecer trae consigo un mapa que conduce a Luke Skywalker, y todo el mundo está loco por tenerlo en sus manos. Una arruga apareció en el rostro de Rey, mientras meditaba acerca de esa explicación. Lo miró con recelo. —¿Luke Skywalker? Pensé que sólo era un mito.

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VI

FINN SE QUEDÓ MIRANDO BOQUIABIERTO a la chica. ¿Hablaba en serio? Era cierto que Jakku era un planeta perdido, pero aun así… —¿De verdad? —Fue todo lo que pudo decir. Podía haber agregado más, de no ser por la serie de emocionados pitidos que lo interrumpió. Rey volteó hacia el droide. —¿Qué pasa? —Miró hacia arriba, por encima de la consternada cara de Finn—. ¿Por allá? Siguiendo su mirada, Finn pudo distinguir a la distancia los voluminosos cuerpos de los matones que habían atacado a la chica y habían tratado de robarle al droide; pero no estaban solos, el sol resplandecía en el blanco brillante de la armadura de dos soldados de asalto. Uno de los bravucones apaleados señalaba en dirección a Finn. Él tomó la mano de Rey y comenzó a retroceder entre los puestos y las estructuras provisionales que conformaban el mercado. —¡Hey! —protestó Rey, pero dejó que Finn la guiara—. ¿Qué crees que estás haciendo? —¡BB-8, vamos! —gritó él. A diferencia de Rey, el droide no necesitó que lo apresuraran. Un momento después, un par de explosiones bláster destruyeron el lugar donde estaban parados. Una tercera hizo blanco en una unidad de limpieza, que inmediatamente comenzó a lanzar humo y vapores tóxicos. Sin soltar la mano de Rey, Finn continuó corriendo entre las frágiles estructuras, esquivando a los indignados propietarios y los montones de mercancías. Para entonces, Rey ya estaba forcejeando para soltarse. —¡Suéltame! —¡Tenemos que irnos! Yo sé cómo ellos… —Consciente de lo que dijo, se contuvo y comenzó de nuevo—: Es decir, como miembro de la Resistencia, estoy familiarizado con los procedimientos de los soldados de asalto. En la Resistencia tenemos que estar familiarizados con esas cosas. —Mientras corría, señaló atrás haciendo un gesto con la cabeza—. Esos dos preferirían recogernos en partes y pedazos humeantes; les ahorraría la molestia de hacer preguntas. —¡Eso no lo discuto! —Rey finalmente logró liberar los dedos de los de él—. ¡Yo sé correr, no necesito que me lleves de la mano! —Se derrapó para detenerse y señaló enérgicamente hacia su izquierda—. ¡No! ¡Por aquí! ebookelo.com - Página 60


Otro disparo casi los alcanza. Para ese momento, el pánico se apoderó de los comerciantes del mercado: unos corrían en todas direcciones mientras otros hacían todo lo posible para proteger sus vidas. Sus esfuerzos aminoraron la marcha de los soldados de asalto, pero no los detuvieron. Rey y sus compañeros se escondieron bajo un gran toldo, entre piezas de maquinaria, cajas de cacharros y otros restos metálicos. Ella miró disimuladamente a través de un resquicio del montón de chatarra detrás del cual se ocultó y, con voz agitada, le dijo a Finn: —¡Disparan contra ambos! ¿Por qué me disparan a mí? ¡Yo no hice nada! Finn sabía perfectamente por qué le disparaban y se sintió terriblemente mal con ella; pero no podía hacer nada, al menos no en ese momento. —Te vieron conmigo, estás marcada. Rey frunció los labios. —Te lo agradezco. ¿Marcada como qué? Él no respondió directamente. —Yo no soy el que anda por ahí amenazando a la gente con un palo. Sin salir de su escondite, Finn escudriñó ansiosamente los alrededores en busca de algo útil. —¿Nadie vende blásters por aquí? Había sido un soldado de asalto, así que se sentía desnudo sin un arma. Y, aunque había conocido de primera mano le efectividad del báculo de la chica, este no dejaba de ser una curiosidad local más que un arma propiamente dicha. Detrás de ellos, BB-8 empezó a temblar levemente. Tenía ambas antenas extendidas y ligeramente inclinadas hacia el este. Rey frunció el ceño. —¿Estás bien? Si bien el equipo sensorial de Finn era menos perceptivo que el del droide, no era menos sofisticado. El hombre y la máquina escucharon algo que había escapado al oído de la chica. Perpleja, miró alternativamente a uno y a otro. —¿Qué? ¿Qué está pasando? No oigo na… Finn la acalló con un gesto y siguió escuchando atentamente. Ella comenzó a objetar, pero finalmente decidió guardar silencio. Detrás de Finn, BB-8 se veía cada vez más agitado. Sin decir nada, giró y avanzó hasta la parte de atrás de la zona de almacenamiento. Finn reaccionó casi tan rápido como él: tomó a Rey de la mano y la jaló tras de sí. Como la vez anterior, ella intentó liberarse, pero él no la soltó. —¡Oye! ¡No otra vez! ¡Deja de jalarme de la mano! La explosión destruyó el área de almacenamiento, su contenido y el suelo por el que acababan de pasar los tres en su huida. Uno de los dos cazas TIE que BB-8 y Finn escucharon aproximarse descendió hacia el pueblo y descargó su armamento. El impacto lanzó al suelo a Rey, quien se levantó temerosa y escupiendo arena. El desierto estaba lleno de peligros y la búsqueda de objetos implicaba otros muy particulares, pero estaba acostumbrada a ellos. El encuentro ocasional con ladrones ebookelo.com - Página 61


era un riesgo laboral. También el enfrentamiento constante con las criaturas hostiles y hambrientas de los páramos. El hecho de que la Primera Orden enviara cazas TIE para localizar y eliminar a un solo guerrero de la Resistencia la hizo darse cuenta de que estaba completamente fuera de su elemento. Rey llegó a la conclusión de que ese chico debía ser más importante de lo que parecía. Y, a propósito, ¿dónde estaba? Rey lo encontró a unos pasos, inconsciente. Lo jaló de la chamarra y le dio la vuelta. El droide esférico, naranja con blanco, llegó a su lado un momento después. ¿Debía sacudirlo? ¿Utilizar su bioinyector de emergencia? Ella no era médico, sus conocimientos en ese ámbito se limitaban a lo que había aprendido a lo largo de su vida cuidando de sí misma. Una aplicación incorrecta, y Finn podría quedar peor de lo que estaba en ese momento. Por fortuna, no tuvo que tomar ninguna decisión. Finn volvió en sí, parpadeó mientras miraba a su alrededor y finalmente fijó su atención en ella. Tragó saliva y dijo con voz entrecortada: —¿Estás bien? Rey cayó en cuenta de que, en toda su corta vida, esa era la primera vez que alguien le hacía esa pregunta. —Sí —murmuró. Su atención pasaba alternadamente del cuerpo caído a su lado al cielo azul que de pronto se volvió letal—. Estoy bien, ¿y tú? Finn revisó su cuerpo mientras se sentaba. Las partes importantes parecían estar intactas y en su lugar. —Eso creo. Estuvo demasiado cerca. Ella se puso de pie y le tendió una mano. Él la miró, alzó la vista hasta su rostro y aceptó la ayuda que le ofreció. —Sígueme —dijo Rey, al tiempo que se daba la vuelta y se echaba a correr. Finn, agradecido, se dejó guiar. Alrededor de ellos, el Puesto de Niima era un caos absoluto. Las explosiones habían destrozado puestos y construcciones, y dispersado a comerciantes, chatarreros, trabajadores de mantenimiento y transeúntes que buscaban desesperadamente un lugar para resguardarse. Con el báculo ahora asegurado a la espalda, Rey condujo a sus compañeros a un claro erosionado por la arena que fungía como pista de aterrizaje. Finn miró hacia atrás y vio cómo el par de cazas TIE se ladeaban para darse la vuelta. No tenía la menor duda sobre lo que estaban buscando. —¿No hay algún refugio por aquí? Sin dejar de correr, Rey negó con la cabeza y gritó: —¡Ninguno lo suficientemente fuerte como para resistir las armas de los caza TIE! —¡Nunca lograremos dejarlos atrás! «Bien hecho», se dijo Finn. «Sigue diciendo lo evidente. Seguro que así te ebookelo.com - Página 62


ganarás su confianza». Rey señaló la nave cuatrimotor hacia la que se dirigían. —¡Tal vez sí, en ese quad-jumper! Finn negó con la cabeza. —Yo soy artillero, ¡necesitamos un piloto! —¡Tenemos uno! Él la miró boquiabierto. —¿Tú? —Si bien la juventud y la probable falta de experiencia de Rey le preocupaban, no se encontraba en posición de discutir. De cualquier forma, ¿qué era lo peor que podía pasar? ¿Que se estrellaran durante el despegue en lugar de que las naves de la Primera Orden los pulverizaran? Todavía estaban peligrosamente lejos del quad-jumper y terriblemente expuestos en la zona de aterrizaje. A su derecha, un poco más cerca, alcanzaron a ver otra nave. —¿Qué tal esa? ¡Está más cerca! Al menos podría servirnos de refugio. Rey apenas miró en dirección a la otra embarcación. —¡Esa es un montón de chatarra! Necesitamos algo rápido, no algo que apenas se levante del suelo, si acaso. Rey y Fin se agacharon al mismo tiempo. Los dos TIE sobrevolaron encima de ellos, pero en lugar de apuntar a las diminutas figuras, sus artilleros dirigieron ráfagas de energía contra la nave hacia la que corrían. El quad-jumper estalló, formando una bola de fuego, lanzando fragmentos en todas direcciones y chamuscando toda la zona de aterrizaje. Finn y Rey se llevaron las manos a la cara para protegerla del calor y de los escombros. Cuando las quitaron, todo lo que quedaba del quad-jumper era un montón de escombros humeantes. La reacción de Rey fue inmediata y práctica. —¡Okey, nos vamos en el montón de chatarra! Los dos cambiaron de dirección y corrieron hacia la otra nave. Aunque estaba parcialmente cubierta por lonas que la protegían de la arena, la rampa de carga estaba abierta. Finn se detuvo a ver la placa de identidad asegurada a la pared del compartimento hermético. —«Mi estafa» —leyó en voz alta—. ¿Qué demonios significa eso? Sin mirar atrás, Rey contestó: —Tal vez sea la embarcación privada de algún estafador. Esa podría ser una ventaja: ¡tal vez está construida para viajar más rápido que un skimmer descompuesto! —Si acaso —murmuró Finn, haciendo eco de su comentario anterior, mientras él y BB-8 la seguían. Rey golpeó un tablero montado en la pared incluso antes de que sus compañeros terminaran de subir. Para su gran alivio, este respondió: la rampa se levantó y la cerradura se selló. El diseño de la nave era simple y encontraron la cabina de inmediato. Rey lanzó su báculo a un lado, se acomodó en el asiento del piloto y, mientras echaba un vistazo a los controles, empezó a activar varios de ellos. Para su ebookelo.com - Página 63


sorpresa, la consola cobró vida al instante. Tocó una pantalla. —¡La posición del artillero está ahí abajo! Finn se dio la vuelta y se dirigió a la zona indicada. —¿Alguna vez has pilotado esta cosa o algo parecido? —¡He pilotado todo tipo de naves, pero nadie ha volado este cacharro en años! — gritó ella. —Entonces, ¿qué te hace pensar que levantará el vuelo? Su respuesta fue desalentadora: —¡Si lo prefieres, podemos salir y correr por la pista mientras nos acribillan! Finn no pudo rebatirla. Se deslizó hacia abajo y se aseguró en el asiento de artillero. Para su sorpresa, este se ladeó bajo su peso. Rápidamente tomó los controles. —¡Qué fácil! —Finn manipuló los controles y pronto pudo dominar los movimientos de la torreta—. Puedo hacerlo, puedo hacerlo. —Al menos, los controles de rastreo y descarga eran más simples y primitivos que los del caza TIE de las Fuerzas Especiales que había manejado. Rey llevó a cabo el procedimiento estándar de preparación para el vuelo, activó los instrumentos pertinentes y se reclinó en su asiento. Un sonido grave, parecido a un gemido, se escuchó en la parte trasera de la nave. Rey tomó el control que haría que todos los apresurados preparativos rindieran fruto, o al menos eso era lo que ella esperaba. Cuando lo activara, ocurriría una de tres cosas: la nave se elevaría, estallaría en mil pedazos o no sucedería nada en absoluto. Las probabilidades de éxito eran pocas, pero eran las únicas que tenían. Respiró profundo y activó el control. —Puedo hacerlo, puedo hacerlo… En la popa de la vieja nave, los motores por mucho tiempo inactivos cobraron vida con un resplandor. Totalmente encendida, remontó el vuelo en el cielo azul de Jakku, aunque no sin contratiempos. Las lonas que la envolvían hicieron que girara y se ladeara peligrosamente, y casi precipitan su caída. Lidiando con aquellos controles desconocidos, Rey logró nivelar la nave, justo a tiempo para estrellarse contra los arcos de la entrada a la ciudad, orgullo arquitectónico del Puesto de Niima. A continuación, la hinchada figura de Unkar Plutt surgió de una estructura colapsada, a tiempo para gritar: —¡Hey, eso es míííííío! Rey comprobó que aquella nave de nombre extraño era sorprendentemente sensible a los controles manuales y, con renovado optimismo, la hizo girar y aceleró, alejándose a toda velocidad de la pista. Los dos cazas TIE que habían estado disparando contra la ciudad de inmediato comenzaron la persecución. Rey se dirigió justo hacia arriba, aliviada de sentir la creciente energía de la nave conforme se alejaban de la superficie. Finn, quien seguía tratando de entender el sistema de artillería, la llamó, con la esperanza de que sus gritos o el receptor de audio de la torreta les permitieran un mínimo de comunicación durante el vuelo. ebookelo.com - Página 64


—¡Mantente abajo! ¡Es nuestra única esperanza! Si salimos de la atmósfera nos emboscarán y derribarán antes de que alcancemos la velocidad de la luz, suponiendo que esta cosa todavía pueda dar el salto. ¡Y activa los escudos, si es que aún funcionan! —El control de los escudos está del otro lado de la consola —respondió ella—. ¡No es tan fácil sin la ayuda de un copiloto! Abajo, Finn seguía peleando con la oscilante e hipersensible torreta. —¿Ah, sí? ¡Pues intenta sentarte en esta cosa! Rey comprendió que era imposible alcanzar todos los instrumentos necesarios mientras permaneciera en la posición del piloto, así que soltó momentáneamente los controles. Sabía que debía hacerlo manualmente: si activaba el piloto automático, la dirección de la nave sería identificada de inmediato por sus perseguidores, quienes la pondrían en la mira y la destruirían. Por otra parte, la trayectoria irregular que tomó cuando se inclinó hacia la derecha contribuiría a confundir a los pronosticadores electrónicos. No obstante, su intento de alcanzar los controles de los escudos en el lado del copiloto, mientras mantenía cierto control del vuelo, hizo que la nave se ladeara violentamente. —¡BB-8, agárrate! La advertencia llegó demasiado tarde para el droide. La nave dio un giro y BB-8 salió disparado hacia el techo, mientras pitaba alocadamente. Estirando los dedos logró activar los controles de los escudos, para lo cual tuvo que quitar varios mechones de pelo largo y áspero, color amarillo y café, que estaban atrapados en la consola. Aliviada, se acomodó de nuevo en el asiento del piloto y retomó los controles, con lo que la nave finalmente se estabilizó. —¡Estoy volando bajo! —gritó, recordando el consejo de Finn. Mantenía la nave cerca de la superficie y, en el último momento, la elevó; entre gritos, atravesaron la arena, recortando la cima de al menos dos dunas. Los cazas TIE intentaron copiar su maniobra, pero pasaron de largo a toda velocidad, incapaces de parar a tiempo. No obstante, lograron disparar. De no ser por los escudos recién activados, los tiros bien pudieron haberlos derribado. Los escudos de la nave robada, al igual que sus motores, resultaron inesperadamente poderosos. «Es más fuerte de lo que parece», pensó Rey, mientras se concentraba en acelerar y huir. El dueño original le había hecho modificaciones radicales que en muchos planetas podrían hacerlo acreedor a multas o, incluso, a la cárcel. Decidió darle las gracias encarecidamente a ese individuo, si tenía la oportunidad de conocerlo; es decir, si sobrevivía a la siguiente hora. Una explosión sacudió la nave, y ella apenas logró aferrarse a los controles para esquivar un monolito colosal de piedra arenisca que se acercaba. Tragó saliva y gritó tan fuerte como pudo. —Nos vendría bien algo de ofensiva, ¿sabes? De preferencia antes de que haya partes de nuestro cuerpo esparcidas por todo el desierto. ¿Podrías responder al fuego? ebookelo.com - Página 65


¡Agárrate, BB-8, agárrate! En el corredor cilíndrico, el droide pitaba como loco, rebotando contra las paredes y el techo, y moviéndose hacia todas partes, menos donde él quería estar. BB-8 pudo comprender las causas de la náusea, y si bien los de su clase no tenían ese padecimiento, sus giroscopios internos estaban trabajando a marchas forzadas. —¡Estoy en eso! —respondió Finn. Al poco rato, el sistema de armas finalmente cobró vida bajo sus manos. Hizo girar la torreta y empezó a disparar contra sus perseguidores. Sin embargo, el sistema de puntería era demasiado primitivo en comparación con lo que había manejado y estudiado, y sus disparos no dieron en el blanco. Otra explosión sacudió la nave. Finn supo que, de no ser por los escudos, ya serían escombros. Apretando los labios continuó disparando. Los perseguidores se acercaron, casi burlándose de los esfuerzos de su contrincante. —¡Tenemos que cubrirnos! —gritó sin dejar de disparar—. ¡Y rápido! —¡Estamos cerca! Aunque los conocimientos de Rey acerca de maniobras y combate en el espacio prácticamente se reducían a la teoría, tenía mucha experiencia en autodefensa en la reseca superficie de Jakku. Al menos cerca del Puesto de Niima estaba familiarizada con cada duna, cañón, cráter y superficie escarpada. Volando tan a ras del suelo como era posible, rozó dunas y rocas hasta que pasó tan cerca de una montaña que le rebanó un pedazo de la cresta. Los cazas TIE no estaban dispuestos a sacrificar distancia para ganar altitud y atacar desde arriba, así que se mantuvieron cerca. «Sólo un poco más», se dijo Rey, aferrándose a los controles. «Mantenlos a raya un poco más». Se dirigía a su lugar favorito para buscar maquinaria: el cementerio de naves. ¡A ver si se atrevían a perseguirla ahí! Ladeó la nave con un ángulo pronunciado, abriendo un surco en la arena. Un disparo de la torreta se atravesó por casualidad en la trayectoria de vuelo de uno de los cazas TIE y le dio en un lugar donde sus escudos estaban desactivados momentáneamente. Parte del caza se desprendió de inmediato, y la nave fue dejando un rastro de escombros mientras el piloto intentaba mantenerla en el aire. —¡Yujuuu! —Finn se permitió un grito de triunfo sin dejar los controles de la torreta. Luego, musitó para sí: «Maldición, eso fue suerte». —¡Buen tiro! —le gritó Rey desde arriba. Él aceptó en silencio el cumplido y no perdió el tiempo en explicar que el éxito se debía no tanto a su habilidad como artillero sino a los movimientos impredecibles que Rey le había impreso a la nave. Mientras ella seguía serpenteando entre naves abandonadas y otros residuos industriales, el caza TIE dañado se estrelló contra una montaña de metal y se desmoronó. De la nada aparecieron un par de chatarreros para apoderarse de los restos. Ninguno se tomó la molestia de revisar la cabina del piloto para ver si había sobrevivido al accidente. Perseguida por el otro caza, la nave siguió deslizándose sobre el colosal campo de ebookelo.com - Página 66


escombros. Cuando rozaba imponentes paredes de metal o secciones de estaciones caídas, la nave prestada soltaba chispas pero se mantenía en una pieza. Finn se tambaleaba violentamente en el asiento del artillero, tratando de no perder de vista al perseguidor restante y vigilando una superficie cubierta de desechos que veía acercarse peligrosamente desde donde estaba sentado. El siguiente estallido que percibió también estuvo demasiado cerca. El impacto hizo que la torreta girara sin control. Cuando se estabilizó, su ocupante descubrió, horrorizado, que se había quedado atascada mirando al frente. No podía girar en ninguna dirección. Al mismo tiempo, las alarmas empezaron a sonar por toda la nave, lo que indicó que también había sufrido daños en otras partes. —¡Las armas están atascadas apuntando hacia el frente! —gritó Finn—. No puedo moverlas, tienes que perder a nuestro perseguidor. Otra explosión sacudió la nave. Si seguían así, y a pesar de las modificaciones que tenía, los disparos del caza TIE iban a superar la capacidad de los escudos. Lo que habían tomado era un carguero, no una nave de guerra. Más adelante, estaban los restos de un Superdestructor Estelar derribado, una mole de un tamaño inconcebible tumbada sobre la arena. Rey manipuló los controles y condujo la nave hacia abajo por una enorme abertura, el centro de un propulsor en ruinas. Esperaba que esa maniobra desanimara a su perseguidor, pero se equivocó: el caza TIE entró detrás de ella. Finn miró boquiabierto por el visor traslúcido de la torreta y calculó la distancia que los separaba de las paredes metálicas que veía pasar a toda velocidad a ambos lados. «¿De verdad estamos haciendo esto?». Los costados de la nave siguieron sacando chispas, mientras Rey atravesaba pasajes cada vez más estrechos. Ningún otro miembro de la tripulación conocía los pasadizos mejor que ella. Y es que no los había aprendido en un diagrama, los había inspeccionado uno por uno a pie o con equipo para escalar. —Prepárate —gritó ella. Finn asintió enérgicamente. —¡Está bien, está bien! ¡Estoy listo! —Luego frunció el ceño—. ¿Listo para qué? «Tengo que calcular muy bien esto», se dijo Rey mientras se alistaba. Y si Finn no estaba listo, la maniobra que iba a intentar no serviría de nada. Si este era el caso, estaba segura, tan segura como de que Unkar Plutt le pagaba mal a sus chatarreros, de que serían derribados. Finn confiaba en sus habilidades; ahora ella tendría que confiar en las de él. Una luz constante apareció al final del corredor de servicio por el que volaban. Otro disparo del implacable TIE casi los hace estrellarse contra el techo. Rey logró corregir el rumbo en el último momento. No había tiempo para revisar los reportes y ver si alguna parte importante de la nave había sufrido daño. Todo lo que importaba era que seguían en el aire y que los controles seguían respondiendo a sus ebookelo.com - Página 67


movimientos. De repente estuvieron afuera, volando hacia la luz del sol. En el instante en que la nave emergió de las entrañas corroídas del viejo Superdestructor Estelar, ella apagó la nave, así como así, y la hizo girar por completo. Afortunadamente, como el soldado entrenado que era, Finn estaba acostumbrado a aquel tipo de giros violentos, y si bien una maniobra aérea tan brusca como aquella hubiera orillado a otros, menos experimentados, a vaciar el contenido del estómago, Finn conservó el suyo, y no sólo eso, también su buen juicio. Volando ahora directo hacia la inmensa reliquia, Finn volvió a tener en la mira al caza TIE sobreviviente y actuó en consecuencia. Ya sea por la súbita e inesperada reaparición del carguero en los instrumentos del caza o por la impresión de lo que le pareció una zambullida suicida, el disparo del piloto falló. El disparo de Finn, no. Rey apartó la nave de los restos del Superdestructor Estelar con una maniobra brusca, al tiempo que el caza TIE estallaba en llamas, perdía velocidad y altitud, y se estrellaba en el suelo, detrás de ellos. Llena de júbilo, Rey manipuló los controles y llevó la nave a toda velocidad hacia las nubes. Estas, al igual que la superficie ardiente de Jakku, pronto quedaron atrás y dieron paso a la fría pero reconfortante oscuridad del espacio. Como ya no había riesgo de que los rastrearan, Rey relegó temporalmente el control de la nave al piloto automático. Luego se soltó el arnés y salió apresuradamente de la cabina. En su camino pasó al lado de BB-8, que después de las acrobacias aéreas, por fin pudo estabilizarse. —¿Estás bien? —le preguntó Rey de pasada. Con varios pitidos cortos, el droide manifestó que lo estaba, así como que aquella experiencia no había sido nada placentera. Rey encontró en el salón a Finn, quien intentaba tranquilizar su respiración después de la descarga de adrenalina. En cuanto se acercó, él le dedicó una encantadora sonrisa. —¡A eso le llamo pilotar! —Gracias. —Ella se encogió de hombros—. He pilotado todo tipo de basura casi desde que aprendí a caminar. —Era su turno de sonreír—. Hablando de ello, ¡a eso yo le llamo disparar! Me preocupaba que no tuvieras tiempo para reaccionar. —Podrías haberme dicho lo que tenías en mente y ahorrarme el sobresalto. Ella sacudió la cabeza. —No tuve tiempo. Hice el giro casi en el momento en que se me ocurrió. Tuve que confiar en tu habilidad para reaccionar ante la maniobra. Finn asintió. —Lo bueno es que mis manos estaban pegadas a los controles para apuntar y disparar. Cuando apareció de repente en la mira, todo lo que tuve que hacer fue apretar los dedos. ebookelo.com - Página 68


—¡Le diste a la primera! Su sonrisa dio paso a una expresión de orgullo. —Fue un buen tiro, ¿verdad? —¡Fue perfecto! —le dijo Rey. Se quedaron en silencio durante un buen rato. Finalmente, él murmuró: —¿Por qué estamos…? —¿Mirándonos el uno al otro? No lo sé… Una serie de pitidos insistentes los libró de la necesidad de dar respuestas, probablemente incómodas. BB-8 llegó rodando a donde ellos estaban. Rey se arrodilló a un lado del agitado droide. —¡Oye, cálmate! Estás bien, todos estamos bien. Al menos por el momento. — Señaló a Finn con un gesto—. Todo va a salir bien. Él está con la Resistencia y va a llevarte a casa, los dos lo haremos. —Deslizó una mano por el costado redondeado del droide—. No voy a abandonarte ahora, después de rechazar lo que me ofreció Plutt. —Más pitidos, a los que ella respondió—: Sólo estaba bromeando, la cantidad no era importante. Lo que me gustó fue que pude negarle a ese hinchado desgraciado algo que ansiaba desesperadamente. Después de haber calmado al droide, dirigió su atención al otro ocupante de la sala. —No sé cómo te llamas. Sorprendido, se dio cuenta de que él estaba en las mismas. —FN-2… Finn. Me llamo Finn. ¿Y tú? —Me llamo Rey. —En esta ocasión, cuando sonrió, todo rastro de la endurecida chatarrera del desierto se desvaneció. Era una dulce sonrisa, pensó Finn. Repitió su nombre, disfrutando de la manera en que sus labios se abrían para pronunciar la única sílaba: «Rey». Él habría continuado hablando, pero esta vez fue la nave la que los interrumpió. En el lado opuesto del salón, un panel del piso se soltó, salió disparado hacia arriba y chocó contra el techo, para luego caer al suelo. Se escuchó el silbido de una fuga de vapor, el cual empezó a llenar el salón, amenazando con superar la capacidad de los depuradores atmosféricos. Rey reaccionó de inmediato. Haciendo caso omiso de la emisión que provenía de debajo de la cubierta, corrió a asomarse por la abertura de bordes desiguales. Finn fue tras ella. Sospechaba que aquel gas no era tóxico; de lo contrario, ya estarían tirados en el piso, inconscientes o muertos. De pie junto a ella, trató de ver entre la furiosa niebla hacia las profundidades de lo que fuera que hubiera explotado. Ella intentaba descubrir lo que había pasado, al tiempo que se protegía los ojos. —No sé, sólo espero que no sea el motivador. Todas las naves de esta época y de esta clase lo tenían. —Rey se sentó y metió ambas piernas en la abertura. Finn la miró fijamente. —¿Vas a bajar? ¿Sin siquiera saber cuál es el problema? ebookelo.com - Página 69


Se miraron a los ojos. —La única manera de saber cuál es el problema es bajar. A menos que tengas una mejor idea. Él negó con la cabeza. —Soy bueno para destruir cosas, no para componerlas. ¿Segura de que no hay algo que pueda hacer? Ella trató de sonreír, pero no pudo. —Mientras esté abajo, no toques nada cuya función no entiendas completamente. Y si oyes un montón de gritos y maldiciones, ponte listo. Finn reflexionó. —Si pasa eso, ¿te saco? Está vez Rey sí logró sonreír. —Sólo si hay gritos, pero no maldiciones. Al tiempo que lo decía, Rey se introdujo en la abertura. Su esbelta figura pronto desapareció entre el rugiente vapor.

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VII

LA GRAN EXTENSIÓN DE LA VENTANA de observación externa del Destructor Estelar Finalizer ofrecía una vista ininterrumpida de la inmensidad del espacio. Soles y nebulosas, misterios y enigmas, todos presentados ante el espectador. Era una vista destinada a estremecer e inspirar: esa era la razón por la que pusieron una ventana, cuando unos monitores habrían sido suficientes. Kylo Ren miraba a través de ella en silencio. Él fue entrenado para la contemplación, para la reflexión; podía meditar durante horas. Pero estaba perdiendo la paciencia. El teniente Mitaka se acercó por detrás; lo único que vio fue una figura negra, alta y con capa que contrastaba con el brillo de las estrellas. No quería presentar su reporte, pero era su responsabilidad y no tenía elección. No era la primera vez que tenía que dar malas noticias a un oficial superior, pero Kylo Ren era diferente; no por su rango, sino por algo más. En ese momento, Mitaka habría preferido estar en cualquier otro lugar de la galaxia, y menos a solas con Ren. La figura encapuchada no volteó a verlo; no tenía que hacerlo. Mitaka sabía que Ren había sentido su presencia con tanta claridad como si lo hubiera visto. Seguía al teniente con algo más que sus ojos. —¿Algo que informar, teniente? ¿O sólo ha venido a maravillarse con la vista? —¿Señor? Una mano enguantada se levantó hacia aquel paisaje de luz y energía, como queriendo tocarlo. —Mírela, teniente, toda esa belleza entre tanta agitación. En cierto modo, no somos más que un reflejo infinitamente pequeño del mismo conflicto. Es la tarea de la Primera Orden eliminar el desorden de nuestra propia existencia para que la civilización pueda regresar a la estabilidad que promueve el progreso. Una estabilidad que existió con el Imperio, que se redujo a la anarquía por culpa de la Rebelión, que fue heredada por la llamada República y que será restaurada por nosotros. Los historiadores del futuro considerarán este como el momento en que una mano fuerte le devolvió el orden a la civilización. Mitaka se abstuvo de mencionar que la República había desarrollado su propia legislación. Eso habría sido… descortés, y dudaba que Ren estuviera de humor para una discusión sobre política. En posición de firmes, presentó su informe. —Señor, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, no pudimos capturar al droide ebookelo.com - Página 71


BB-8 en Jakku. Ren, finalmente, volteó a verlo. Mitaka habría preferido que no lo hiciera; siempre le pareció perturbador tener que ver la máscara metálica enmarcada por la capucha. —¿Fue destruido? No me diga, teniente, que el droide fue destruido. Mitaka tragó saliva. —No, señor; al menos no, por lo que hemos podido determinar. Los informes de la superficie indican… Ren lo interrumpió. —¿No tenemos resultados del reconocimiento aéreo? —El equipo de recuperación incluía dos cazas TIE. Perdimos contacto con ambos. Suponemos que… suponemos que encontraron dificultades imprevistas. Ren rio. —Usted es tan ambiguo como un senador. Continúe. —Los informes de los soldados que se encuentran en tierra indican que el droide escapó en un carguero corelliano robado, modelo YT. Una nave vieja, pero en manos de un piloto competente, muy capaz. Con incertidumbre en su voz, algo poco común en él, Ren preguntó: —¿El droide robó un carguero? —No exactamente, señor. Como le decía, según informes preliminares, recibió ayuda. —Mitaka empezó a sudar—. No tenemos confirmación, pero al relacionar los reportes de algunos de nuestros soldados con la ubicación de la nave derribada momentos antes, pensamos que el soldado FN-2187 pudo haber… Ren tomó el sable de luz de su cinturón, lo activó y levantó la hoja rojiza. Mitaka cerró los ojos, esperando una muerte rápida. Un momento después, al sentir su cabeza todavía unida a su cuerpo, se atrevió a abrir los ojos una vez más. Ren estaba destrozando las consolas, las paredes, la cubierta, cortando y tasajeando, abriendo largos surcos de metal sangrante en el alma misma de la nave. Resultaba terrible contemplar su furia. Mitaka se esforzó por permanecer completamente inmóvil, por controlar su respiración, por hacerse tan invisible como le fuera posible para no convertirse en un receptor involuntario de la ira de Ren. Ya fuera por casualidad o porque Ren no lo quiso, no sufrió daño. Ren desactivó la espada de luz y miró al portador de las malas noticias. Habló con calma, como si su arranque de enojo destructivo no hubiera sido más que un breve interludio, una ilusión. —¿Algo más? Al menos la peor parte del informe ya había pasado, pensó Mitaka, y todavía estaba vivo. Se relajó un poco. —Los dos iban acompañados de una persona más, presuntamente de la localidad. Una chica. Una mano enguantada agarró del cuello al sorprendido teniente y lo jaló con ebookelo.com - Página 72


violencia. Mitaka estaba muy cerca del rostro metálico, más cerca de lo que había estado jamás. Mientras el oficial luchaba por respirar en medio de ese agarre implacable, la voz de Kylo Ren adquirió un timbre más grave y amenazador que cualquiera que el teniente hubiera oído. —¿Qué chica?

Arrodillado al lado de la abertura de la cubierta, Finn se asomó hacia las profundidades. El constante silbido del escape del vapor le impedía oír o ver algo. Le hubiera gustado apagar la alarma de emergencia, pero no quería alejarse de Rey mientras ella siguiera trabajando abajo. Tampoco se atrevía a pedirle al droide que lo hiciera, por temor a que este accionara el mecanismo equivocado. Aunque el modelo BB-8 podía almacenar gran cantidad de información, Finn dudaba que esta incluyera los planos de un viejo carguero. Además, aquella nave en particular había sufrido modificaciones considerables, algunas de las cuales podrían no ser hospitalarias con visitantes inesperados, como trampas cazabobos, por ejemplo. Finn se preguntó si Rey habría considerado aquella posibilidad al bajar a solucionar el problema. Si hacía un ajuste incorrecto, podría destruir la nave. O la nave, respondiendo a una programación desconocida, podría destruirlos. Esperaba que no hubieran escapado de las garras de la Primera Orden sólo para eliminarse a sí mismos. Una cabeza se asomó por la abertura, rodeada de vapor. El sudor corría por el rostro de Rey. —Es el motivador. ¡Pásame una llave Harris! —Señaló detrás de Finn—. Busca ahí. Él se dio la vuelta, abrió el contenedor que ella había señalado y comenzó a hurgar. Como soldado de asalto, estaba entrenado para hacer frente a determinadas situaciones de emergencia, entre otras, problemas de mecánica, como reparaciones básicas en deslizadores y otros vehículos de transporte terrestre; así que sabía lo que estaba buscando, sólo esperaba encontrarlo. —¿Qué tan grave es? —preguntó, mientras seguía buscando en el contenedor y maldecía en silencio al desconocido propietario de la nave. Quienquiera que fuese, no era un genio de la organización. El recipiente estaba lleno de herramientas y refacciones revueltas de la manera más desorganizada posible. —Si la idea es mantenernos con vida —respondió Rey desde abajo, mientras su voz hacía eco—, ¡muy grave! La nave se sacudió violentamente, recordándole a Finn su situación, que empeoraba cada vez más. —Mira, nos están buscando, ¡tenemos que salir de este sistema ahora! Entre más tiempo vayamos a velocidad subluz, más probabilidades hay de que sus escáneres nos encuentren. ¡Y no quiero tener que escapar de un Destructor! Rey no le hizo caso y miró al droide, que estaba a unos pasos. ebookelo.com - Página 73


—BB-8 dijo que la ubicación de la base de la Resistencia es información que sólo se puede compartir si es necesario hacerlo. Si voy a llevarlos ahí, ¡necesito saberla! Rey desapareció una vez más, dejando a Finn y al droide solos en la temblorosa sala, inundada por el ruido de las alarmas. Rey estaba ocupada, intentando hacer las reparaciones necesarias, por lo que Finn pensó que podía responder con evasivas, pero eso sólo pospondría el inevitable final, o podía ignorar la pregunta, pero el resultado sería el mismo. Podía mentir, inventar algo, cualquier cosa, mencionar el nombre de cualquier sistema, cualquier destino que pareciera creíble, cualquier cosa para escapar de aquel planeta y de la atención de la Orden. Cuando miró de reojo a un lado, notó que el droide lo estaba observando. Eso no funcionaría tampoco, porque BB-8 lo contradiría. La única respuesta que funcionaría sería la verdadera, y él no la tenía. Se acercó más al droide. —Escucha, tenemos que conocer la ubicación de la base de la Resistencia. Ya oíste a Rey, cree que puede llevarnos, pero tienes que decirnos dónde está. —El droide emitió una serie de rápidos bips, pero Finn, impaciente, lo acalló con un gesto. —Yo no hablo binario, pero creo que entendí lo esencial: me acusas de no estar con la Resistencia, ¿verdad? —El cuerpo del droide se inclinó ligeramente hacia adelante para asentir—. Okey, está bien, aquí entre nos: no, no lo estoy. Soy un soldado ordinario que se rebeló; con mis acciones he roto mi juramento. Ante los ojos de la Orden, eso es peor que luchar en la Resistencia. No sé nada de la Resistencia. Sólo he oído historias y rumores, y lo que dice la propaganda de la Orden. Pero sí sé distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Por eso hice lo que hice. Por eso estoy en este lío aquí y ahora. —Hizo una pausa para recobrar el aliento—. Todo lo que quiero, todo lo que estoy tratando de hacer, es alejarme de la Primera Orden. No me importa dónde termine, siempre que esté fuera de su alcance. Pero si tú nos dices dónde está tu base, yo te ayudaré a llegar ahí antes de hacer cualquier cosa en mi beneficio o por mi cuenta. —Miró directamente al fotorreceptor del droide—. ¿Hecho? BB-8 inclinó la cabeza hacia un lado, pero no dijo nada. A Finn no le dio vergüenza suplicar. —Por favor, droide. Finn sostuvo la mirada hasta que Rey apareció de nuevo. Se veía cansada. —Desarmador pilex, ¡date prisa! —Finn volvió al contenedor y comenzó a buscar de nuevo. Ella aprovechó para preguntar una vez más—: Entonces, no escuché, ¿dónde está su base?, ¿hacia dónde nos dirigimos? Buscando entre el montón de herramientas y cachivaches, Finn se concretó a decirle al droide: —Anda, BB-8, díselo. Pero el droide no dijo nada, no emitió ni un sonido ni un zumbido. Finn estaba al borde de la desesperación cuando el droide finalmente pronunció una breve secuencia de pitidos. Rey pareció sorprenderse. ebookelo.com - Página 74


—¿El Sistema Illenium? Finn encontró la herramienta solicitada y se la entregó a Rey. —Sí, el Sistema Illenium. —«¿Dónde diablos está el Sistema Illenium?», se preguntó—. Ese mismo. Vamos a arreglar este cacharro y vayamos para allá lo más rápido posible, ¿okey? —Estoy haciendo mi mejor esfuerzo aquí abajo. —Rey volvió a marcharse. Tan pronto desapareció de la vista, Finn volteó hacia BB-8 y le mostró un pulgar como muestra de gratitud. A manera de respuesta, el droide desplegó un soplete para imitar la seña de los humanos. Rey volvió al poco rato, aún no se veía relajada. —¡Cinta de doble cara, date prisa! Si logro arreglar esta nave puedo llevarlos a la terminal Ponemah, pero eso será lo más lejos a donde llegaré. Ponemah todavía es territorio neutral. Ahí podrán establecer contacto con otros representantes de la Resistencia. Por tercera vez, Finn se acercó a la caja de herramientas. —¿Qué hay de ti? ¿Qué vas a hacer? Si alguien, además de los dos pilotos de los cazas TIE, te vio con nosotros, habrá carteles con tu cara por todo el cuadrante. Si la Orden no te arresta para interrogarte, los cazarrecompensas recorrerán cada puerto para atraparte. Es mejor si te quedas con nosotros. —Miró de reojo a BB-8—. La Resistencia te protegerá. Ella negó con la cabeza. El vapor seguía surgiendo a su alrededor, aunque no tanto como antes. —¡Tengo que volver a Jakku! —Volver a Jak… ¿Por qué todo el mundo quiere volver a Jakku? ¡No hay nada ahí! Sólo arena, y basura, y rocas, y arena, y arenas movedizas, y arena… ¡No lo entiendo! —Levantó lo que parecía un sellador y se lo arrojó. —No, ¡ese! —señaló Rey, pero el lugar donde estaba parada se tambaleaba y su mano se movía de un lado a otro. Haciendo todo lo posible para seguir la indicación, Finn tomó otro instrumento—. ¡No! ¡El que estoy señalando! —¡Estoy haciendo mi mejor esfuerzo! Y tú no estás apuntando muy bien, ¿sabes? —Su exasperación era casi mayor que su miedo. —¡Ese! Si no conseguimos cerrar la fuga, el tanque de propulsión se desbordará e inundará la nave con gas venenoso. Finn intentó con otro dispositivo. —No. Otro. —No, ¡ese, a tu izquierda! ¡No! BB-8 se deslizó sigilosamente a un lado de Finn y señaló con la cabeza el sellador requerido. Esperanzado, Finn lo agarró. —¿Este? Finn se sorprendió cuando Rey, en lugar de berrear un nuevo «¡no!», respondió ebookelo.com - Página 75


con un rotundo «¡sí!». Se lo lanzó y vio cómo lo atrapaba con facilidad, y desaparecía una vez más. Finn dejó la caja de herramientas y regresó a la abertura de la cubierta. —Eres piloto. Puedes ir a cualquier parte. ¿Por qué volver? ¿Tienes familia ahí? ¿En Jakku? ¿Un novio, un lindo novio? A medida que el flujo de vapor iba cesando, las alarmas se apagaron. La reaparición de Rey coincidió con el regreso del relativo silencio a la sala. —¿Sabes por qué? Porque no es asunto tuyo, por eso. El repentino oscurecimiento de las luces puso fin a la incipiente discusión. Parpadearon, pero no se apagaron. Los tres ocupantes de la sala miraron a su alrededor. BB-8 emitió unos bips nerviosos. —Esto no me gusta nada —murmuró Finn. —A mí tampoco —agregó Rey mientras salía por la abertura. Juntos regresaron a la cabina del piloto. Esa vez, Finn se acomodó en el asiento del copiloto. La consola estaba desactivada. No hacía falta ser piloto para inferir que una consola inactiva no auguraba un buen viaje. —Es el motivador, ¿no es así?, el componente que te preocupaba tanto. —Rey no respondió. El ritmo cardiaco de Finn se aceleró—. ¿Es algo peor que el motivador? Concentrada en la consola, respondió sin apartar la vista de los instrumentos. —Eso lo arreglé; esto es otra cosa. —Sin hacerse muchas ilusiones, probó varios controles antes dejarse caer contra el respaldo del asiento, derrotada—. Alguien nos inmovilizó. Todos nuestros controles están neutralizados, incluso los de soporte de vida. Esa es la manera más fácil de hacernos cooperar. —¿Quién tomó el control de la nave? —Rey le dio un golpecito al escáner para recordarle que no funcionaba y se encogió de hombros, impotente. Como no veían nada a través de las ventanas frontales, Finn se levantó de su asiento y se dirigió a la cúpula de observación superior. —¿Ves algo? —preguntó Rey. —Sí. —No había necesidad de entrar en detalles. Ella lo vería pronto. Por extraño que pareciera, lo que vio le permitió relajarse. No tenía sentido estresarse cuando habían perdido toda esperanza. La otra nave era gigante, un enorme carguero. La puerta de la plataforma de carga estaba abierta y, comparada con el hangar que estaba por encima de ellos, su nave robada parecía tan pequeña como una cápsula de escape. Con sus instrumentos inutilizados, sus motores inactivos y sus sistemas de armas neutralizados, la nave paralizada se dirigió inexorablemente hacia la cavernosa abertura. De vuelta en la cabina, Finn se dejó caer en el asiento del copiloto y, con la mirada fija al frente, dijo: —Es la Primera Orden. Nos atraparon. ¡Se acabó, Rey! —Detrás de ellos, BB-8 emitió unos tonos quejumbrosos. Sin nada alentador que decir, Finn no respondió. No irían al Sistema Illenium. Ya no. Incluso la probabilidad de regresar a Jakku ebookelo.com - Página 76


era infinitesimal. Sus destinos se decidirían a bordo de la nave que los atraía. Se decidirían y se cumplirían. Si algo podía decirse de la Primera Orden era que era eficiente. Habían estado tan cerca. A pesar de lo que había hecho, a pesar de su propia rebelión, casi exitosa, todo había acabado, todo había sido un desperdicio. Poe Dameron estaba muerto. Pronto, él y aquella pobre chica correrían la misma suerte que el piloto de la Resistencia. En cuanto a BB-8, le extraerían a la fuerza el mapa o la información que llevara, le borrarían la memoria, le quitarían sus circuitos de inteligencia artificial y el resto lo reciclarían como chatarra. Finn gruñó débilmente. Eso era más de lo que él y Rey podían esperar. Todo lo que podía hacer ahora era disculparse con ella por haberla involucrado en aquel lío que había provocado. Podía decirle eso a las personas que decidirían su destino. Abogar por ella. Pero siendo un desertor de la Primera Orden, aunque sus palabras fueran elocuentes, no le darían a Rey más tiempo que el que se tardaría en pronunciarlas. Estaba deprimido y se dio por vencido. También sabía que, si tuviera otra oportunidad, haría lo mismo de nuevo. Lo único que lo distinguía de sus camaradas, que lo definía como individuo, era su firme sentido de lo que era correcto. Al menos podía quedarse con eso. —¿Qué hacemos? —Rey estaba sentada a su lado. Seguía probando los controles, pero sin éxito—. Debe haber algo. Finn todavía no podía mirarla. —Podemos morir. Ella se negó a resignarse. —¡Tiene que haber otras opciones, además de la muerte! Finn suspiró profundamente. —Por supuesto, podríamos escapar, si los motores estuvieran encendidos. Podríamos luchar, si los blásters funcionaran. Podríamos entrar al transportador de materia, si tal cosa existiera. —Negó con la cabeza tristemente—. No, estamos muertos. Ni siquiera tenemos armas de mano para frenar a una de cap… —Finn se detuvo abruptamente y volteó a verla. —Hace rato, cuando estabas trabajando allá abajo, ¿mencionaste algo acerca de sustancias químicas volátiles?, ¿que si se mezclaban, formaban gases venenosos? Ella lo miró con incertidumbre. —Sí, pero arreglé eso, ya no se mezclarán. La voz de Finn era firme; su mirada, segura. —¿Puedes desarreglarlo? Le tomó un momento a Rey darse cuenta de lo que estaba sugiriendo. Cuando lo entendió, su expresión se iluminó. Juntos salieron de la cabina y se dirigieron de nuevo hacia la sala, con BB-8 siguiéndolos de cerca. Las máscaras de emergencia que retiraron de las estaciones de almacenamiento estaban diseñadas para protegerlos contra la pérdida de la atmósfera. De ninguna ebookelo.com - Página 77


manera podían sustituir los trajes que se empleaban para excursiones extravehiculares. Pero para el plan que Finn tenía en mente servirían bien. Entre los dos lograron bajar al droide al área de servicio, debajo de la cubierta. Una vez que los tres estaban abajo, Finn puso en su lugar el panel del piso que había salido volando. Afortunadamente había quedado en una sola pieza y era poco probable que los intrusos lo descubrieran. Al menos, no de inmediato. Tendrían que conformarse con eso. Junto a él, Rey trabajaba para dar marcha atrás a su reparación. —¿Funcionará con los soldados de asalto? —preguntó, mientras usaba las herramientas que utilizó antes y que dejó ahí. —Los cascos estándar están diseñados para filtrar humo, no toxinas. Para hacer frente a estas, un soldado necesita alguno de los diferentes filtros que existen, dependiendo del contaminante específico. La identificación corre a cargo de uno o dos jefes de escuadrón. Después de haber traído esta nave a bordo de la suya, dudo que a alguien se le ocurra comprobar si hay contaminantes en el aire. No es como cuando hacen un ataque terrestre o cuando entran por la fuerza a una nave enemiga. Este es sólo un viejo carguero. Lo último en que pensaría un escuadrón enviado a tomar a la tripulación sería en algún tipo de defensa interna, mucho menos una tan inusual como un contragolpe con gas. Rey estaba realmente impresionada. —Ustedes los de la Resistencia sí que saben lo que hacen. Él sonrió incómodamente. —Ya sabes lo que dicen: conoce a tu enemigo. De repente, la iluminación interior de la nave volvió con toda su fuerza y, aunque estaban ocultos en el pasillo de servicio, pudieron oír el sonido apagado de la rampa de la nave abriéndose. —Aquí vienen —susurró Finn—. ¡Apúrate! —¡Me estoy apurando! —Sus dedos trabajaban con destreza en el sello que había aplicado. —¡En serio apúrate! —Puse este sello para mantenernos con vida, no para defendernos de un abordaje hostil —dijo entre dientes, sin dejar de trabajar—. Lo hice para que resistiera. ¡No esperes que lo quite en dos minutos! Tampoco estoy como «voy a tomármelo con cal…». —Chewie, estamos en casa —escucharon decir a un hombre. Luego, alguien quitó el panel del piso bajo el que estaban ocultos. Con las manos levantadas en señal de rendición y con la esperanza de que no les dispararan sin más trámite, se encontraron mirando a… alguien que no era un soldado de asalto. El hombre que les apuntaba con un bláster no llevaba casco; ni siquiera una visera protectora. No había nada que interfiriera con su expresión de enojo. El suyo era un rostro marcado por años de experiencia y cinismo, característico de alguien que había ebookelo.com - Página 78


puesto un pie en docenas de mundos. Tenía ojos color avellana y pelo gris despeinado; su mirada era la de alguien que había visto demasiadas cosas demasiado pronto y, que a menudo, se había visto obligado a tratar con idiotas. Pero a pesar de su edad, la mano que les apuntaba con el bláster no temblaba. Mirándolo, Finn sintió que conocía a ese tipo de persona, aunque no al individuo en particular. Su único temor era que fuera de los que disparaban primero e investigaban después. Por suerte, no fue así. —¿Dónde están los demás? —Si bien había grietas en el rostro del hombre, no las había en su voz—. ¿Dónde está su piloto? Con las manos todavía levantadas, Rey tragó saliva. ¿Quién era ese hosco intruso y dónde estaban los soldados de la Primera Orden? —Yo… yo soy el piloto. Unos imperturbables ojos la miraron con incredulidad. —¿Tú? Ella asintió. —Sólo somos nosotros. —Luego señaló a su izquierda con un movimiento de cabeza—. Nosotros y un droide. Una segunda figura apareció arriba, a un lado de su inquisidor. Era, asimismo, todo menos un soldado de asalto. También era mucho, mucho más grande que su compañero armado. Una serie de sonidos salieron de entre sus gruesos labios, algo a medio camino entre un gemido y una pregunta. —No, es la verdad —respondió Rey—, somos los únicos a bordo. Finn la miró boquiabierto. —Espera… ¿le entiendes a esa cosa? El hombre con el bláster respondió primero: —Y «esa cosa» puede entenderte, así que cuida tus palabras. —Sin dejar de apuntarlos con el arma, dio un paso atrás—. Salgan de ahí. Vamos, arriba. No intenten ninguna tontería. Los estamos vigilando. —Su atención se centró en Rey, y casi sonrió. Cuando lo hizo, hubo un atisbo de desenfado en su apariencia. Pero sólo un poco. Y no había nada de alegre en el hecho de que siguiera apuntándoles con el bláster. Mientras salía del corredor de servicio, Finn alzó la vista para mirar al compañero del hombre, y la siguió alzando más y más. Impaciente, su captor hizo un gesto con el cañón del bláster. —¿Dónde encontraron esta nave? —Justo aquí. —Rey no encontró ninguna razón para no decir la verdad—. Es decir, en la superficie. En el Puesto de Niima, para ser exactos. Dejando caer la mandíbula para indicar su incredulidad, el hombre la miró fijamente. —¿Jakku? ¿Ese basurero? —¡Gracias! —exclamó Finn—. ¡Basurero! —Al ver su dictamen original ebookelo.com - Página 79


confirmado, miró a Rey como diciéndole «te lo dije». Su captor apartó la vista por primera vez desde que habían salido del pasillo y se dirigió a su enorme compañero: —¡Te dije que debíamos revisar de nuevo el extremo occidental! Por suerte estábamos cerca cuando la nave se encendió y su dispositivo de rastreo se activó. — Se dirigió hacia Rey. Ella estaba tratando de encontrarle sentido a la pareja dispareja que tenía enfrente, pero no tuvo éxito—. ¿Quién la tenía? —continuó el hombre—. ¿Ducain? Una vez más pensó: no hay razón para mentir. —Lo robé a un distribuidor de chatarra llamado Unkar Plutt. Las cejas del hombre se estrecharon, arrugando aún más su avejentado rostro. —¿A quién? —Escucha… —Rey aprovechó la oportunidad para bajar y estirar los brazos—, no conozco todos los detalles a cabalidad, no estoy al tanto de la contabilidad privada de Plutt, pero dicen que él le robó la nave a los Chicos Irving y que estos se la robaron a Ducain. —¡Quien me la robó a mí! Además de ira, la voz de su captor se llenó de indignación. A Rey le sonó un poco forzada. Definitivamente este hombre no era, ni nunca había sido, un soldado de asalto ni nada por el estilo. Lo que había sido, tal vez, era alguien no muy diferente a ella. Un poco hombre de negocios, un poco estafador, un poco aventurero. Y ya que él era más viejo, era razonable suponer que tenía un poco más que ella de todas esas cosas. Rey no sabía cuáles eran sus intenciones, pero el hecho de que no supiera quién era Unkar Plutt definitivamente era un punto a su favor. Era poco probable que intentara venderlos a alguien a quien no conocía. Lo que aún estaba por verse era su relación con la Primera Orden. Al menos, hasta entonces, no parecía alguien demasiado interesado en la política. Sus especulaciones acerca de los posibles motivos de su captor se vieron interrumpidas cuando él dio un paso hacia ella. Finn se puso tenso, pero el hombre no levantó ni el bláster ni su mano libre. —Bueno, cuando lo veas de nuevo, ¡dile que Han Solo acaba de recuperar el Halcón Milenario para siempre! El hombre se dio la vuelta, enfundó su bláster y se dirigió hacia la cabina del piloto, junto con su monumental compañero. O estaba satisfecho con sus respuestas, pensó Rey, o le daba igual. Dado que al alejarse les dio la espalda, ni Finn ni Rey vieron el cambio en su expresión: el atisbo de una sonrisa que amenazaba con convertirse en una risa amplia y satisfecha, que distorsionaría su serio semblante. Pero eso era lo de menos. Lo que los había dejado pasmados no era su semblante, sino su nombre. Han Solo. Una leyenda de la Rebelión contra el Imperio. Comerciante, pirata, estafador y ebookelo.com - Página 80


luchador extraordinario. Era difícil creer que era real, pensó Finn. Han era historia que cobraba vida. Finn y Rey se miraron uno al otro. Ya nadie les apuntaba con un arma ni les restringía el tránsito. Los habían abandonado ahí, como si su presencia fuera menos que insignificante. —¿Y ahora qué? —Finn hizo un gesto en dirección al pasillo que conducía a la cabina—. Él… él nada más nos dejó aquí. —Podríamos esperar a que alguno de ellos regrese —sugirió Rey. Él asintió con la cabeza, lentamente. —Sí, podríamos hacer eso. Sólo sentarnos aquí y esperar. Sin decir otra palabra, los dos corrieron a la cabina.

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VIII

FINN Y REY ALCANZARON AL EXTRAÑO DÚO en el pasillo. Con la intención de confrontar a su captor, si es que lo era, pues no actuaba como tal, Finn intentó rebasar a aquella montaña bípeda y melenuda que le bloqueaba el paso; dicha montaña ignoró su débiles esfuerzos para abrirse camino. Rey logró colarse por el otro lado; apenas podía contener su emoción. —¿Este es el Halcón Milenario? Yo… yo no hice la relación cuando lo robamos… cuando lo abordamos. —No podía quitarle los ojos de encima al piloto. Después de todo, no todos los días se conoce a una leyenda viviente de la galaxia. De hecho, era la primera que conocía. Aunque para ser una leyenda, reflexionó, su aspecto era un poco más que desaliñado, casi tanto como el de su compañero. —Tú eres Han Solo —dijo ella, mirándolo de soslayo. Esta vez, en lugar de una mueca, Han sonrió ampliamente, con un gesto en parte divertido, en parte cómplice y tal vez un poco amargo. —Solía serlo —contestó. Finn también estaba emocionado: ahí, justo ante él, lo suficientemente cerca como para tocarlo, estaba una antigua celebridad. O mejor dicho, se corrigió, una celebridad rebelde. Dudaba que quien los había confrontado furiosamente con un bláster en mano recibiera de buena manera el epíteto «antiguo». Y la masa amenazante de pelo y gemidos que era su compañero… ¿Cómo se llamaba? Quiso recordar sus conocimientos de historia. Slew… algo, eso era. No, se corrigió de nuevo; ese nombre no encajaba con un… ¿Cuál era la especie? ¿Ookie? Una vez más se esforzó en acordarse. Chewbacca, Chewbacca el wookiee y Han Solo. El célebre Han Solo. O bien, un par de embaucadores consumados. Aunque, si no recordaba mal, lo de «embaucador consumado» iba a la par con «célebre Han Solo». Valía la pena seguir indagando, pensó. De todos modos, ni él ni Rey podían ir a ninguna otra parte. No en ese momento. —¿Han Solo? —preguntó vacilante—. ¿El general de la Rebelión? —No —intervino Rey, con un tono entre acusador y de admiración—, ¡el contrabandista! —¿Eh? —Si Finn ya estaba emocionado, ahora estaba completamente pasmado. Sin pensarlo, se dirigió a la masa peluda que estaba frente a él. —¿No fue un héroe de guerra en la lucha contra el antiguo Imperio? ebookelo.com - Página 82


Aunque el wookiee pronunció algo gutural e incomprensible, Finn creyó entender lo esencial. Algo así como: «Sí, supongo, un poco…». Por supuesto, puede que el gigante hubiera estado confirmando lo que Rey había dicho. Sin poder comprobar cuál de las dos identidades era la correcta, tuvo que quedarse con la duda. No se le ocurrió que ambas podían ser ciertas. Rey no podía dejar de contemplar su entorno, de ver la nave que había robado bajo una luz completamente nueva. ¡Con razón tenía tantas modificaciones! Con razón tenía una velocidad y maniobrabilidad poco comunes. —El Halcón Milenario. —La emoción se reflejaba en su voz—. Esta es la nave que atravesó el corredor de Kessel en catorce pársecs. —Doce pársecs —la corrigió Han. Entró en la cabina primero que los demás y revisó la consola. Algo se apoderó del legítimo dueño del Halcón Milenario. No era nostalgia; eso no iba con él, pero definitivamente hubo algo. Posiblemente el recuerdo de viejas amistades, de aventuras del pasado o de los destinos exóticos que alguna vez visitó. Lo más seguro era que pensara en las oportunidades financieras desperdiciadas. Siguió adelante y posó sus manos sobre la consola principal mientras recorría con la mirada los instrumentos, el monitor… ¿Qué diablos era eso? Se movió ligeramente a su derecha, oprimió un par de contactos y obtuvo unas lecturas nada agradables. —¡Oigan! ¡Algún idiota instaló un compresor en la línea de ignición! —Unkar Plutt lo hizo. —Rey vio que Finn la fulminaba con la mirada, y ella, avergonzada, apartó la vista—. Yo solía hurgar en todas las naves estacionadas en el puesto, principalmente por la noche. Ahí podía aprender algunas cosas. Era cuidadosa y, de todos modos, a nadie le importaba, ya que nunca tomé nada. —Su rostro se iluminó—. Eso facilitó mucho las cosas cuando robamos esta. Aunque no fue mi primera opción. Han asintió en un gesto de complicidad. —Sé a lo que te refieres: ¿qué imbécil pone un compresor en una línea de ignición? Ella asintió con la cabeza. —También pensé que era un error: pone mucha presión en el flujo de hipervelocidad. —… presión en el flujo de hipervelocidad —dijo Han al unísono, llegando a la misma conclusión al mismo tiempo. Por un instante mostró perplejidad y un poquito de curiosidad. ¿Quién era aquella chica que hablaba con tanta autoridad acerca del índice de flujo y de la presión de encendido? Su curiosidad no duró mucho. Tenía muchas otras cosas de mayor importancia en qué pensar. —Chewie, ponlos en una cápsula y envíalos de vuelta a Jakku… o a donde quieran ir. —¡Espera, no! —Rey se acercó a él. Una mirada severa la detuvo en seco, pero ebookelo.com - Página 83


no logró hacerla callar—. ¡Necesitamos tu ayuda! Han arrugó la frente. —Mi ayuda… Rey no se dejó intimidar, señaló a BB-8, quien los observaba en silencio. —Este droide tiene que llegar tan pronto como sea posible a la base más cercana de la Resistencia. ¡Tiene un mapa que conduce a la ubicación actual de Luke Skywalker! Una mirada extraña se apoderó del propietario del Halcón. En un instante, y como respuesta a la petición angustiada de Rey, pareció que toda aquella dureza se diluía. Se podría decir que había abandonado la nave, incluso el sistema de Jakku, y que estaba en otro lugar. Incapaz de soportar la incertidumbre, Finn habló: —¿Usted es el Han Solo que luchó con la Rebelión? Si es así, entonces usted lo conoció. —¿Que si lo conocí? —Su mirada pétrea se volvió brumosa, su fuerte voz se suavizó—. Sí, conocí a Luke. —Bueno —continuó Finn—, entonces, tal vez podría… Finn guardó silencio al escuchar un golpe seco y metálico, distante pero nítido, en el interior del Halcón. Han volvió de golpe al presente y miró con el ceño fruncido en dirección a la rampa de carga de la nave. —Lo que nos faltaba, no me digan que se escapó un rathtar. —Sin decir otra palabra, salió de la cabina y desanduvo el camino por el que había llegado. Todo el mundo lo siguió, con BB-8 a la retaguardia. Ni Rey ni el droide tenían la más mínima idea de lo que estaba pasando. Finn sabía, pero deseó no saberlo. A pesar de que nunca había visto a un rathtar, sabía un poco acerca de la especie. Pero «un poco» era más que suficiente. Tuvo que esforzarse para seguirle el paso al dueño del Halcón, que avanzaba con una velocidad sorprendente. Tal como su nave, pensó el soldado. —Espera, espera —le imploró al hombre mayor. Sin hacerle caso, Han salió del Halcón hacia una de las cubiertas de servicio del enorme carguero y se dirigió hacia el panel de control más cercano. —Espera, quiero estar seguro de que escuché bien: ¿que se escapó un qué? —Un rathtar —respondió Han secamente. —No. —Finn estaba negando con la cabeza—. No puede estar transportando rathtars. Han habló sin aminorar el paso. —Estoy transportando rathtars. Dentro y por encima de la consola se materializó una serie de imágenes del interior y del exterior del descomunal carguero. Una de estas últimas reveló la presencia de un transporte no militar. La elegante nave avanzaba a lo largo del casco, como un parásito buscando la manera más fácil de entrar en un huésped potencial. Finn no reconoció el diseño, así que centró su atención en Han. La expresión del piloto dejaba en claro que no estaba nada contento. ebookelo.com - Página 84


—La conoce —le dijo Finn; no era una pregunta—. Y a juzgar por la expresión de su cara, puedo decir que desearía no hacerlo. —Algo así —dijo Han—. Son los Guavianos Letales. Miró hacia el wookiee, que asintió con un gemido. Sí. Seguramente nos ubicaron en Nantoon. Uno pensaría que después de viajar a través del hiperespacio te podrías librar de la gente. Pero no de estos chicos. Eso no es bueno. Son persistentes. Y odio cuando pasa esto. —¿Qué cosa? Han ni siquiera lo miró. —Cuando alguien que quiere matarnos nos encuentra. —Por un acceso circular, Han y el wookiee salieron de la cabina del piloto hacia un pasillo. Una vez más, Finn y Rey se quedaron atrás. —¿Qué es un rathtar? —le preguntó Rey a Finn. Ahora estaban corriendo por un pasillo que, al igual que el enorme carguero, había conocido tiempos mejores. Unas manchas de pintura sustituían señalizaciones más apropiadas, y había todo tipo de cajas y aparatos apilados al azar en las esquinas y contra las paredes. Fue Han quien respondió primero. —¿Quieres la descripción científica? Son grandes, peligrosos y feos. —Okeeey —respondió ella—. ¿Por qué alguien querría algo grande, peligroso y feo? ¿Quién querría algo grande, peligroso y feo, y estaría dispuesto a pagar por tenerlo? «¿Dónde diablos está la vía de acceso?», se preguntó Han. Aquella chica sí que era preguntona. —La gente tiene pasatiempos raros —le explicó sin dejar de avanzar rápidamente —. Algunos son coleccionistas. Hay quienes coleccionan monedas de las diferentes galaxias, quienes coleccionan envases de licores antiguos y quienes gustan de acumular hologramas de artistas famosos. Parece que cuanto más dinero tienen, más grandes son las cosas que les gusta coleccionar. Hay a quienes les gusta coleccionar especímenes biológicos. Los que tienen dinero coleccionan especímenes con vida; los que no, se hacen científicos. —Han hizo un gesto y todos dieron vuelta en una esquina. Finn se acercó a Rey. —Conozco un ejemplo perfecto para explicar todo lo que necesitas saber sobre los rathtars. —Ella lo miró expectante—. ¿Has oído hablar de la masacre de Trillia? Ella meneó la cabeza. —No. —Qué bueno —dijo Finn. Y esa fue toda su explicación: una breve referencia a un incidente tan vil y depravado sólo para asegurarse de que ella no sabía nada. —Entonces —continuó Rey, dirigiéndose a Han, quien al menos parecía dispuesto a explicar un poco—, ¿le está llevando estos rathtars a un coleccionista? Él asintió con la cabeza. —Llevo tres para el Rey Prana. A los reyes no sólo les gusta coleccionar, les ebookelo.com - Página 85


gusta presumir sus colecciones. Parece que Prana está en competencia con el regente del Sistema Mol’leaj. El regente no tiene rathtars en su zoológico privado. Nadie más los tiene. —Y por una buena razón —murmuró Finn. —Así que conseguí este contrato para llevarle algunos a Prana. Tres. Fue un trabajo difícil. Estoy esperando un bono extra, y no estoy dispuesto a renunciar a todo sólo por los Guavianos Letales. —¡Tres! —Finn apenas podía creer lo que estaba oyendo—. ¿Cómo conseguiste subirlos a bordo? Han lo miró. —Podría decirte que Chewie y yo conseguimos su comida favorita, la atamos a un palo y los atrajimos hasta la plataforma de carga, pero te estaría mintiendo. Digamos que solíamos tener una tripulación más numerosa. Chewbacca asintió con un gruñido y siguió avanzando a grandes zancadas, aparentemente sin esfuerzo. Detrás de Finn, BB-8 emitió una pregunta a la que el wookiee respondió rápidamente. El droide y el wookiee entablaron una animada conversación que le provocó dolor de cabeza a Finn. Finn se preguntó por qué Han les habría ordenado detenerse a medio corredor, hasta que su guía activó un control oculto de pared y una escotilla se abrió en el suelo. Les indicó con un gesto que bajaran por ella. —Manténganse debajo de la cubierta hasta que yo lo diga. No vayan a estar paseando por la nave, es muy grande y podrían perderse, además de que hay zonas a las que ni yo querría ir. —Sonrió levemente—. Dentro del cargamento hay seres que estarían felices de verlos, pero ustedes no estarían tan contentos. Y que no se les ocurra tratar de tomar el Halcón. Rey señaló al droide. —¿Qué pasará con BB-8? —Se quedará conmigo. Si es tan importante para ustedes, será mi garantía de que no intentarán ninguna tontería. Todavía no sé si creer su historia. Finn sintió un escalofrío. Engañar a la chica había sido bastante fácil, pero este era Han Solo. Cualquier error, cualquier comentario equivocado y lo desenmascararían o, peor aún, lo echarían fuera… sin un traje atmosférico. Iba a tener que cuidar sus palabras más que nunca. Si Han se enterara de que había un soldado de asalto entre ellos… No, se corrigió Finn: un exsoldado de asalto. FN-2187 estaba muerto. Él era Finn, y ya no luchaba para la Primera Orden. Incluso, ¡el mejor piloto en la Resistencia podría declarar a su favor! Si tan sólo estuviera vivo… A mitad de la escalera de la escotilla, Rey se detuvo y miró hacia atrás. —¿Qué pasará ahora? La actitud de Han se suavizó un poco. —Cuando me deshaga de la pandilla, les daré a su droide y podrán irse. —Miró a ebookelo.com - Página 86


BB-8—. Estoy acostumbrado a tratar con droides. —Los rathtars… —Finn no pudo evitar la pregunta—, ¿dónde los guarda? A su espalda se escuchó un golpazo brutal que lo hizo dar un salto y correr a trompicones hacia la escotilla abierta. Detrás de una enorme puerta triplemente reforzada apareció una gran esfera naranja. Finn asumió que sólo era algún tipo de ojo, pero no por eso menos grande, peligroso y feo. Sentía que el corazón golpeaba su pecho. —Bueno, ahí está uno —dijo Han con aire despreocupado—. O parte de uno, mejor dicho. —Por segunda vez, algo enorme se estrelló contra la pared opuesta, y la cubierta se estremeció bajo sus pies—. No son muy listos esos rathtars. Uno pensaría que ya se habrían dado cuenta de que no pueden salir de sus compartimentos, pero han estado azotándose contra las paredes desde que Chewie y yo los subimos a bordo. Parece que no se cansan. —Tal vez sólo quieran comida —dijo Finn, un poco más calmado. Han lo miró fijamente. —¿Te ofreces como voluntario? Por un instante, Finn se preguntó si su guía estaría hablando en serio, pero entonces Han sonrió. —No te preocupes, no creo que un rathtar quiera comerte. No eres su presa natural. Te descuartizaría y pisotearía tus restos, sí, pero no te comería. Ahora bajen y guarden silencio. —¿Qué vas a hacer? —le preguntó Rey desde la apertura—. Nunca oí hablar de los Guavianos Letales, pero no parece algo que un hombre pueda manejar solo. — Señaló con un gesto a Chewbacca—. Ni siquiera un hombre y un wookieee. Han se encogió de hombros. —Lo mismo que hago siempre: hablar y hablar hasta salirme con la mía. —En ese momento, su imponente compañero emitió una serie de gemidos y gruñidos cortos y agudos. Han lo miró con el ceño fruncido—. ¡Eso es tan injusto! Vamos. — Chewbacca gimió de nuevo—. Por supuesto que sí… hasta ahora. —Los dos se fueron por el pasillo, desandando el camino, sin dejar de discutir—. Claro que sí — dijo Han cuando él y Chewbacca dieron vuelta en la esquina—. Siempre. Rey y Finn se quedaron solos en el acceso a la parte inferior de la cubierta. O casi solos, Finn recordó con inquietud, contando a la monstruosidad voraz que estaba al otro lado de la pared. Por fortuna, había renunciado a sus vanos intentos de liberarse. —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Finn. Parada en la escotilla, Rey miró hacia abajo. —Seguir sus instrucciones. Después de todo, es Han Solo. Debe saber lo que hace.

La mente de Han trabajaba a marchas forzadas mientras se dirigía en compañía de ebookelo.com - Página 87


Chewie a la plataforma de carga, lugar por el que seguramente habían entrado los Guavianos Letales. En un buque de guerra, o incluso en el Halcón, hubieran podido mantenerlos fuera con sólo activar unos controles. Sin embargo, el pesado carguero que ahora comandaba había sido equipado con instrumentos que permitían el libre acceso desde el exterior. Era una medida de seguridad diseñada e instalada para que, en caso de que alguna tripulación torpe se quedara fuera por accidente, siempre pudiera volver a entrar. Una medida útil que, en aquel momento, Han lamentó profundamente. Por otra parte, los guavianos no hubieran dudado en abrirse camino a fuerza de disparos si se les hubiera negado el acceso. Al menos así el gran carguero no sufrió daños. Todavía estaba por verse si Han y Chewie tendrían la misma suerte. «No hay problema», se repetía Han. «Has hecho esto cientos de veces, con tipos de todas clases, desde ayudantes hasta hutts. Sólo mantén la calma y maréalos con polvo espacial». Nunca llegaron a la plataforma de carga. De hecho, no tuvieron que buscar a la pandilla, la pandilla los encontró a ellos. Han y Chewie apenas se habían alejado de Rey y Finn cuando, un poco más adelante en el mismo pasillo, se abrió un portal circular que dio paso a seis figuras, todas humanoides: cinco miembros de un equipo de seguridad uniformado de rojo y con casco, y un hombre de traje. Han reconoció de inmediato a Bala-Tik: seguro de sí mismo, experimentado y, en aquel momento, a punto de estallar de ira mal disimulada. Han inclinó la cabeza levemente hacia su compañero y le susurró con mucha seguridad: —Tengo dominado esto. Déjamelo a mí. Chewbacca profirió algo que no podría pronunciarse entre wookies con buena educación. —Han Solo —dijo con voz entrecortada el líder de la banda—, eres hombre muerto. Han tuvo que admitir que no había sido un comienzo muy prometedor. Claro que no esperaba menos. El líder del grupo no era de los que pierde el tiempo con falsa caballerosidad. Han asintió y sonrió ampliamente. —¡Bala-Tik! Bienvenido a bordo. Siempre es bueno ver a un viejo socio. ¿Cuál es el problema? Su visitante no se mostraba tan contento. —El problema es que te prestamos cincuenta mil para este trabajo. Finn se asomó a través de la rejilla de escotilla y trató de oír lo que estaba ocurriendo en el pasillo. —¿Los ves? —le preguntó Rey nerviosamente. Él negó con la cabeza. —No. Están demasiado lejos. Oigo que están hablando, pero no entiendo lo que dicen. Por lo menos no están disparándose uno al otro… todavía. Rey comenzó a cavilar: «Si encontraron a Han y a Chewbacca tan rápido dentro ebookelo.com - Página 88


de una nave tan grande, seguramente tienen detectores de formas de vida, al menos de corto alcance; y si alguno de ellos empieza a preguntarse sobre la posible existencia de otros miembros de la tripulación, podrían encontrarnos». Miró a su alrededor. «Aquí estamos seguros porque estamos cerca de uno de los rathtars, pero si empiezan a analizar las lecturas, sabrán que no somos parte de la carga». Señaló con un gesto la cámara de servicio. —No voy a sentarme aquí a esperar a que me saquen como a un mithuk de una madriguera. El Halcón está en esa dirección. —Rey se puso en marcha. Finn vaciló. —Han dijo muy claramente que no se nos fuera a ocurrir tomar el Halcón. Ella lo miró. —Él está hablando con los Guavianos Letales. No sería raro que esa conversación tan cordial se convirtiera en un tiroteo salvaje. Si eso ocurre y Han está en el lado perdedor, me gustaría tener la oportunidad de evitar las consecuencias, como ser la comida de los rathtars. ¿Vienes? —Te sigo —respondió Finn con presteza. Juntos comenzaron a desplazarse rápidamente a lo largo de la cámara de servicio.

Han sonrió mientras ideaba una respuesta y anticipaba la reacción de Bala-Tik. —Claro, claro, cincuenta mil. Una modesta inversión por la que vas a obtener un jugoso beneficio. Todos mis negocios reditúan, ¿o no? —No —respondió secamente el líder de la pandilla guaviana. Han extendió las manos. —¡Por supuesto que sí! Nunca he perdido dinero en un solo negocio. —Claro que sí. —Bala-Tik era implacable. —Oye, quienquiera que haga negocios conmigo recibe su dinero de vuelta, incluso si pierdo. —No, no es así. —Implacable y frío, como sólo podía serlo el líder de los Guavianos Letales. Han respondió meneando exageradamente la cabeza. Luego miró al wookiee. —¿Puedes creer esto, Chewie? Fuera de la bondad de mi corazón y el respeto por todo lo que esta persona representa, le ofrezco la inversión del año, y todo lo que hace es burlarse de mí. —Volvió su atención hacia Bala-Tik quien permanecía en silencio—. Espero agradecimiento y todo lo que consigo son insultos. Yo no tenía ninguna necesidad de ir contigo. Podía haberle ofrecido este negocio a cualquiera y hubieran estado felices de poder participar en él. Pero no, te lo ofrecí a ti. ¿Y así me lo agradeces? —Han habló con un tono desafiante—. ¿Qué pasa, Bala-Tik? ¿No quieres tu parte de las ganancias? —Quiero mis cincuenta mil de vuelta —dijo el líder de la pandilla. Han volteó la mirada. ebookelo.com - Página 89


—¡Bueno, bueno! Si eso es lo que quieres. —Kanjiklub también quiere sus cincuenta mil de vuelta. Han lo miró boquiabierto. —¿Qué? —Kanjiklub —repitió Bala-Tik con calma—. También le pediste prestados cincuenta mil. Han se esforzó por mantener la calma, aunque no pudo evitar que su rostro palideciera un poco. —¡Eso es mentira! ¿Quién te dijo eso? —Kanjiklub —respondió Bala-Tik sin parpadear. Han se dio la vuelta con gesto de incredulidad; su voz estaba llena de indignación. —¡Oh, vamos! ¡No se puede confiar en esos pequeños monstruos! Luego de gatear por el corredor de servicio, Finn y Rey se ubicaron debajo y peligrosamente cerca de los intrusos. Al menos ahora podían ver y oír lo que estaba pasando, pensó Finn. —Tienen blásters —susurró ella. Finn asintió. —Muchos. Por encima de ellos, Han continuó el diálogo. —Vamos, Bala, ¿cuánto tiempo llevamos trabajando juntos? El líder de la pandilla no se iba a dejar engatusar por las palabras de Han. Sobre todo cuando había en juego grandes sumas de dinero prestado. —La pregunta es: ¿cuánto tiempo más seguiremos trabajando juntos? Creo que no mucho. A menos que nos devuelvas nuestro dinero. Ahora. —Los rathtars están aquí, a bordo de esta nave —replicó Han—. Sé que ha tomado más tiempo de lo prometido… —Mucho más —lo interrumpió Bala-Tik—. Muchísimo más. —… pero los tengo, y el rey Prana está dispuesto… no, está ansioso por pagar. Sólo ten un poco de paciencia. Tendrán su dinero de vuelta, más las ganancias prometidas. Bala-Tik se mostró cada vez más impaciente. —Eso es lo que dices. Y es lo que dijiste cuando pediste el dinero prestado. Eso es lo que has estado diciendo a través del comunicador desde hace tiempo. Luego no supimos más de ti. No respondiste ninguno de los mensajes. —Estaba ocupado —dijo Han, exasperado—, recolectando rathtars. —Eso es lo que dices. Al no tener noticias tuyas, no sabíamos qué estabas haciendo con nuestro dinero. Sospechamos lo peor. Han sonrió de nuevo. —Y ahora ya sabes la verdad. Tú estás aquí, yo estoy aquí y los rathtars para el rey Prana están aquí. ¿Crees que cazar rathtars es barato? Gasté ese dinero. Lo usé. Sólo déjame hacer la entrega y recuperarás tu inversión. Ven conmigo, si quieres. ebookelo.com - Página 90


El líder de la pandilla frunció el ceño. —¿Ir contigo? ¿Tratar de seguirte por el hiperespacio? ¿Para que puedas perdernos, llegar con el rey Prana por una ruta extraña, recoger todo el dinero y desaparecer de nuevo? Yo creo que no. Ya no confío en ti, Solo. —Les hizo una señal a sus hombres—. Ya no confiamos en ti. Así que danos nuestro dinero. Kanjiklub quiere su dinero también. Han estaba cada vez más frustrado. —Ya te lo dije: ¡no hice ningún trato con Kanjiklub! Bala-Tik se encogió de hombros con indiferencia. —Díselo a Kanjiklub. —Asintió con la cabeza, mirando hacia atrás de donde estaban Han y Chewbacca. Ambos voltearon hacia el camino por donde habían llegado. Al otro extremo del mismo corredor se abrió otro portal. Otro grupo de intrusos armados apareció, y el rostro de Han palideció un poco más. Aunque los recién llegados diferían mucho en apariencia de los guavianos, él los reconoció de inmediato por su armadura hecha de retazos y su equipo pesado. La cohorte de Kanjiklub. Su líder, de pelo largo, rostro serio y pésima reputación, buscado en, por lo menos, seis planetas, salió del grupo para confrontar a Han. Por segunda vez en un lapso demasiado corto, Han recibió a un huésped inoportuno con una amplia y falsa sonrisa. —¡Tasu Leech! ¡Me alegro de verte! Han sabía perfectamente que Tasu Leech nunca se rebajaría a hablar el idioma básico, por lo que no se sorprendió cuando el hombre respondió en otra lengua con la que Han, afortunadamente, estaba familiarizado. —Volviste a fallar, Solo. Llegó tu fin, y el de tu socio. —Leech levantó el arma y les apuntó. Chewbacca replicó algo, pero Han le dijo en voz baja: —¡Ahora no, Chewie! Eso no va a ayudar. —Han respiró hondo—. ¡Chicos! Todos van a obtener lo que les prometí. La mercancía está aquí, el comprador está a la espera. Sólo tengo que hacer la entrega. ¿Alguna vez les he fallado? Tasu Leech activó su arma con movimientos lentos y teatrales. —Dos veces. Han frunció el ceño: Leech decía la verdad, por supuesto, pero él no estaba dispuesto a admitirlo. —¿Dos veces? —Ese truco ya es viejo —gritó Bala-Tik desde el otro extremo del pasillo—. Lo has usado demasiadas veces. Tus excusas perdieron credibilidad hace muchos años. Demasiadas veces, demasiadas excusas. Ya todo el mundo las conoce. Puedo recitar en mi cabeza las excusas que vas a decir incluso antes de que las pronuncies. Estás cansado, Han Solo. Cansado y viejo, al igual que tus trucos. Ya no queda nadie en la ebookelo.com - Página 91


galaxia a quien puedas estafar. —Ya no existe lugar donde puedas ocultarte —añadió Leech para no quedarse atrás—. Por lo general, un viejo tonto y senil sabe cuándo retirarse, pero a veces simplemente necesita ser retirado. —Empezó a levantar su arma. —¡Espera! —Algo llamó la atención de Bala-Tik. Dio un par de pasos hacia delante, miró entre Han y Chewbacca. El pequeño objeto esférico se movió ligeramente a su derecha, tratando de ocultarse detrás del wookiee—. Esa unidad BB… Se dice que la Primera Orden está buscando una igual, acompañada por dos fugitivos. Han permaneció impasible. —Es la primera noticia que tengo. Debajo, tratando de ver mejor, Rey se colgó de una barra de transición; por desgracia, esta era vieja y débil y, bajo su peso, se rompió, se zafó de sus dedos y cayó al suelo haciendo un ruido metálico. Todos los que estaban arriba reaccionaron instantáneamente al sonido. El lugarteniente de Tasu Leech, un personaje desagradable llamado Razoo QinFee, dio un paso delante. —Registren la nave —ordenó Bala-Tik. Otro del grupo de los kanji encendió una lámpara y empezó a revisar el pasillo, dirigiendo la luz a cada grieta, cada panel transparente, cada abertura en paredes y suelo. Rey y Finn comenzaron a moverse rápido, alejándose del reflector por la cámara de servicio. —Podríamos morir aquí —dijo Rey. —Es posible —dijo Finn, siguiéndole el paso—. De hecho, dadas las circunstancias, yo diría incluso que es probable. —Muy bien —murmuró ella a su vez—. Trata de ser optimista. Finn hizo una mueca. —No tenemos armas, estamos dependiendo de la labia de un viejo contrabandista que puede o no haber sido un general de la Rebelión y estamos atrapados entre un montón de kanjiklubbers asesinos y de los Guavianos Letales. Disculpa si no me siento muy optimista. —¡Sigue avanzando! —le espetó—. Tal vez tengamos suerte. —Más nos vale —murmuró en respuesta—, porque es lo único que podría salvarnos. Si bien Bala-Tik había estado dispuesto a matar a Solo, ahora le interesaba obtener algunas respuestas. Ya no había prisa en acabar con el traficante y el wookie. Estaban atrapados en el pasillo y no podían ir a ninguna parte. —Coopera, Solo, y tal vez podamos resolver algo. Han se sintió agradecido por la oportunidad de ganar un poco más de tiempo. —¿Qué quieres saber, Bala? Como te dije, yo no sé nada sobre el interés de la ebookelo.com - Página 92


Orden en un modelo BB o en unos fugitivos sospechosos. —Bueno —respondió el líder de la banda—, no nos compliquemos. ¿De dónde sacaste al droide? —Es mío. Eso es todo. —Han miró fijamente a Bala-Tik. El líder de la banda no se dejó intimidar. Tampoco le hizo gracia el comentario de Han. —Me temo que esa no es una respuesta satisfactoria. —Sonrió amenazadoramente—. Como dijiste, Han, hace mucho que trabajamos juntos, y en todo ese tiempo nunca te he visto acompañado de droides de ningún tipo, ni mucho menos protegiéndolos, como a este. —¿Quién dice que lo estoy protegiendo? Bala-Tik lo señaló con un gesto. —Trata de ocultarse detrás de ti. Han miró atrás y le dio una patada al droide, pero no logró moverlo. —No me interesa dónde se ponga. Además, los droides se asustan fácilmente, Bala. El líder de la pandilla asintió con la cabeza. —En especial uno al que la Primera Orden pudiera estar buscando. Mientras Han y el líder de la banda discutían, Rey se detuvo tan abruptamente que Finn casi se estrella con ella. —¿Y ahora qué? —preguntó él—. Por favor, dime que tropezaste con un par de rifles de pulso. Ella miraba una sección de la pared. —Tal vez sea algo mejor. —Dio unos golpecitos a la cubierta que protegía una pequeña protuberancia en la pared—. Si esto es el panel de flujo de este corredor, creo que podría modificar manualmente la programación. Eso alteraría la secuencia de emergencia y cerraría todas las puertas blindadas de esta sección. ¡Podríamos atrapar a las dos pandillas! Finn lo pensó por un momento. —¿Quieres cerrar todas las puertas de esta sección? ¿No quedarían atrapados Han y Chewbacca también? Ella ya estaba emocionada. —Sí, pero quedarían separados de las pandillas. Ya pensaremos cómo sacarlos después de neutralizar a los guavianos y a los kanjis. Puedo hacerlo redirigiendo el flujo. No importa a qué nivel: todo lo que necesitamos es cerrar las puertas blindadas. Él asintió con entusiasmo. —Hagámoslo. No tenemos nada qué perder. Rey abrió el panel, dejando al descubierto los intrincados dispositivos de flujo, y se puso a trabajar. Habría sido mucho más sencillo con herramientas, pero el sistema estaba diseñado para programarse y reprogramarse de la manera más sencilla posible. Finn le echó una mano, siguiendo sus instrucciones. ebookelo.com - Página 93


Arriba de ellos, a Bala-Tik se le acababan las preguntas y la paciencia. —Ya basta. —¿Bantha? ¿Ahora quieres un bantha? —preguntó Han—. ¿Qué, tres rathtars no son suficientes para ti? —Vamos a llevarnos a ese droide —dijo Bala-Tik con firmeza—. Y tú vas a darnos nuestro dinero. —O tu cadáver. —Razoo Qin-Fee habló sin dejar de revisar cada esquina del pasillo con su iluminador—. Tú eliges, Solo. Los miembros de ambas pandillas se rieron. Han rio con ellos, pero nerviosamente. Incluso si lograba que Bala-Tik siguiera hablando, los kanjis eran oyentes notoriamente malos. Y a él ya no se le ocurría nada más qué decir. Fue entonces cuando las luces comenzaron a parpadear. Las risas se fueron apagando al tiempo que los kanjis y los guavianos contemplaban con incertidumbre la iluminación intermitente. El apagado y encendido cíclico de máquinas lejanas llenó el pasillo de chasquidos y crujidos, como si se tratara de los chillidos de miles de insectos mecánicos. Han abrió los ojos como platos. Al tiempo que Chewie gruñía a su lado, murmuró en voz baja: —Tengo un mal presentimiento sobre esto.

De repente, el corredor se volvió a iluminar con más intensidad que nunca. Debajo, Rey se apartó del panel de flujo que modificó. —Oh, oh. La mirada de Finn iba alternadamente de ella al panel y del panel a ella. —«Oh, oh», ¿qué? Ella se volteó; estaba pálida. —Oh, oh: redistribución de flujo equivocada. No cerré nada, abrí todo. Finn se inclinó hacia el panel abierto y observó los cables. —¿Puedes ponerlos otra vez como estaban? Ella negó rápidamente con la cabeza. —Bloqueé cualquier posibilidad de reprogramación para que, si había un panel en el pasillo, nadie pudiera dar marcha atrás y abrir las puertas. Sólo que ahora ninguna va a cerrarse… todas se van a abrir. Finn la miró fijamente. Sólo había un pensamiento en su mente, sólo una palabra en sus labios: —Rathtars.

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IX

—¡ES SUFICIENTE! —gruñó Bala-Tik, dirigiéndose a sus hombres—. ¡Cambio de planes! ¡Mátenlos y capturen al droide! Desenfundaron las armas. Han y Chewbacca miraron nerviosamente alrededor, pero no había ningún sitio para correr o esconderse en ese pasillo de paredes lisas. Han cerró los ojos. Entonces, apareció algo monstruoso detrás de los guavianos; era tan grande que apenas cabía en los corredores del carguero. Unos tentáculos se estiraron para atrapar a dos de la pandilla, que gritaron mientras les aplastaban el torso. Quienes aún podían hacerlo, se dieron la vuelta y, aullando, dispararon ráfagas en dirección de su atacante. Las que dieron en el blanco apenas inmutaron al rathtar. Sabiamente, BalaTik y los sobrevivientes se dispersaron. Han abrió un ojo y volteó. Esperaba que los fallidos disparos de los guavianos fueran sustituidos por ráfagas similares de los kanjiklub. Sin embargo, otro rathtar apareció detrás de ellos y, rugiendo de manera ensordecedora, se entretuvo destazando a los alienígenas. Chewbacca dejó escapar una serie de rugidos entrecortados. —¡No me digas! —gritó Han—. ¡Vamos! —Juntos corrieron por un pasillo lateral. Jamás lo habrían logrado bajo la vigilancia de las dos bandas, pero en aquel momento todas las armas y los ojos de los sobrevivientes estaban ocupados. Mientras algunos de los disparos mal dirigidos iban a dar a la cámara de servicio, abriendo agujeros en el metal y amenazando con imposibilitar el avance por el suelo sobrecalentado, Finn y Rey se arrastraron para salvar sus vidas. —¡Eso fue un error! —aulló Finn, tratando de ignorar el dolor en sus manos y rodillas. —¡Enorme! —admitió Rey. Por encima, Han casi choca con uno de los guavianos. Este iba huyendo y disparándole infructuosamente al monstruo y no vio a Han y a Chewie, aunque sí se encontró con el puño de Han. Tambaleándose, trató de levantar su arma para enfrentar la nueva amenaza, sólo para ser enviado volando por los fuertes brazos del wookiee hacia el rathtar. Un tentáculo atrapó al desafortunado miembro de la pandilla antes de que pudiera chocar con el suelo. —Otra dirección —dijo abruptamente Han. Chewie gruñó y BB-8 pitó frenéticamente. Llegaron inmediatamente a un acuerdo en tres idiomas diferentes y ebookelo.com - Página 95


tomaron un pasillo en el que, al menos por el momento, no había guavianos, kanjis ni rathtars. En otro lugar, Razoo Qin-Fee se cruzó con un par de guavianos que corrían en la dirección opuesta. La prisa con que iban lo hizo dudar y detenerse, lo que le permitió ver que un colega kanjiklub venía hacia él, justo antes de que un tentáculo surgiera de atrás de ese individuo, lo agarrara y se lo llevara. Considerando que los guavianos con los que se había cruzado tendrían más posibilidades de sobrevivir, Razoo se dio la vuelta y desanduvo el camino, lo que lo hizo encontrarse con dos miembros supervivientes de su propio grupo; después de una breve discusión, decidieron evitar ambos extremos del pasillo, así pues, tomaron otro pasillo… donde estaba el tercer rathtar, que asió al par que acababa de aconsejar a Razoo. Él le disparó a la criatura, otra vez sin mayores resultados, y echó a correr. «Esta es una nave enorme», pensó. Tenía que haber un lugar al que los rathtars fugitivos no pudieran llegar. Por otra parte, si estos se interponían entre él y su nave, corría el riesgo de no escapar con vida. Aquellos carnívoros actuarían en conjunto, como una manada, y los cazarían a él y a todos sus compañeros. Esa era una de las características de los rathtars: aunque parecían máquinas de comer con pequeños cerebros, realmente eran muy buenos para trabajar en equipo. Y rápidos. Resultaba difícil creer que unas bestias tan grandes se movieran tan rápido. No; moriría con seguridad, a menos que encontrara la manera de rodearlos y regresar a donde su nave estaba atracada. Razoo corrió, con miedo a lo que pudiera encontrar en la siguiente esquina o en el siguiente corredor; su único consuelo era pensar que aquel mentiroso y despreciable Han Solo sufriría el mismo fin, y en las fauces de su propia carga. Era un pequeño consuelo, pero en su actual y calamitosa situación, se aferró a él. Finn abrió con vacilación una escotilla y miró por el pasillo iluminado con luces intensas. Nada. Se volvió y miró hacia la otra dirección. Nada. No había kanjiklubs cuchicheando maliciosamente ni guavianos armados pero, sobre todo, no estaban los babeantes rathtars. Salió, le tendió una mano a Rey y exclamó: —¡El Halcón está por aquí! Ella vaciló. —¿Estás seguro? —¡No! Pero no podemos quedarnos aquí a esperar a los kanjiklubbers y a los guavianos, tenemos que intentar algo. Le alegró que Rey le siguiera el paso con tanta facilidad, pero no le sorprendió. Ganarse la vida como chatarrera en Jakku garantizaba una condición física al menos tan buena como la de un soldado de asalto. —Esos rathtars… —dijo ella—. ¿Qué aspecto tienen? Al doblar la esquina se detuvieron en seco al ver a los miembros sobrevivientes de las pandillas luchando con la criatura en cuestión. Era enorme y redonda, cubierta de esferas naranjas sensibles a la luz, y compuesta en su mayor parte por tentáculos y ebookelo.com - Página 96


dientes. Rey ahogó un grito llevándose una mano a la boca, fascinada y horrorizada a la vez por el espectáculo. —¡Ese aspecto! —Finn se estiró y la tomó del brazo, sin importarle si ella objetaba o no. Regresaron por donde habían llegado, dieron vuelta en otra esquina, sólo que esa vez no se detuvieron a tiempo. Un tentáculo rodeó a Finn por la cintura y, con una velocidad sorprendente para algo tan grande, el rathtar huyó llevándose con él al soldado, que no paraba de gritar. —¡FINN! La criatura era muy grande y rápida, pero Rey la persiguió de todos modos. Finn luchaba desesperadamente por liberarse, pero se dio cuenta de que bien podía estar luchando con un cable de acero. Ni golpes ni patadas producían el menor efecto en la criatura. Incluso trató de morderla, pero la carne dura y elástica resultó impenetrable. En ese momento habría dado lo que fuera por un bláster, a pesar de que los disparos de las armas pequeñas no habían sido de gran ayuda contra los monstruos. —¡Finn! Rey no sólo lo perdió de vista, sino que el rathtar se lo llevó tan lejos que ya ni siquiera escuchó sus gritos. Era un ejercicio inútil de todos modos; suponiendo que los alcanzara, el rathtar tenía tentáculos más que suficientes para atrapar a Rey sin soltar a Finn. Sin embargo, ella siguió corriendo, atenta por si encontraba algo que pudiera ser de utilidad. SALA DE CONTROL DE LA PLATAFORMA AUXILIAR

Ya había dejado atrás aquella puerta, cuando comprendió el pleno significado de esas palabras. Se detuvo, corrió de regreso y empujó con la palma abierta el panel de acceso. Por un terrible momento nada pasó, y tuvo miedo de que el sistema estuviera caído; entonces, la puerta se deslizó hacia un lado, dejándola entrar. Rey hizo caso omiso de los numerosos paneles de instrumentación, y se dirigió hacia un grupo de monitores: el sistema funcionaba en su totalidad. Se veía claramente la carga inmóvil, los locales de almacenamiento vacíos, el Halcón Milenario, las naves de los guavianos y de los kanjiklub, y a Finn, que era arrastrado por el rathtar a lo largo de un pasillo principal hacia una intersección vacía. Con una mano sobre el control apropiado, Rey se inclinó hacia el monitor, observando, esperando, deseando que respondiera más rápido que la puerta por la que había entrado a esa sala de control. «Espera», se dijo; sabía que si desperdiciaba aquella la oportunidad, tal vez no conseguiría otra, o por lo menos no otra en la que pudiera recuperar a Finn en una sola pieza. El rathtar redujo la velocidad y revisó los dos corredores transversales. «Con razón son tan peligrosos», pensó Rey sin apartar la vista del monitor. Cuando la criatura se aseguró de que no había riesgo, empezó a avanzar de nuevo, arrastrando al

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cada vez más debilitado Finn. La mano de Rey cayó sobre el control. Un indicador cambió de verde a rojo. En el monitor, una puerta blindada descendió a una velocidad satisfactoria. El rathtar reaccionó casi de inmediato… pero no lo suficiente como para evitar que la puerta de emergencia le amputara uno de sus tentáculos. Tal como Rey lo había planeado, era el tentáculo que sostenía a Finn. El rathtar profirió un horrible chillido de furia y dolor, pero Rey no prestó atención; estaba mirando a Finn quien, aturdido, se puso de pie y comenzó a forcejear para liberarse del miembro amputado. Estupefacto por su inesperado escape, finalmente logró soltarse en el momento en que Rey llegó. —No te atrapó —dijo innecesariamente—. ¡A mí sí! —Se dio la vuelta—. Pero había una puerta blindada, se cerró en el momento justo… —Qué suerte —agregó ella—. ¿Hacia dónde dijiste que estaba el Halcón? Por un momento la miró con incertidumbre; tenía la sensación de que había algo que no le estaba diciendo. Sin embargo, no había tiempo para preguntas. Finn apuntó con el dedo. —Por allá… espero. En otro pasillo, Bala-Tik estaba hablando con uno de los supervivientes de su pandilla. —Esa cosa se llevó a dos de mis hombres. —En ese instante apareció un tentáculo que envolvió a otro de sus socios—. Tres de mis hombres —se corrigió. Si no hacían algo pronto, pensó, ninguno de ellos saldría con vida de aquel maldito carguero. Mientras huía, disparando hacia atrás, se preguntó cómo se las habría arreglado Solo para lograr aquello. La captura de un rathtar era considerada casi imposible. Atrapar tres y subirlos a una nave vivos y en buenas condiciones iba más allá de lo creíble. Probablemente, pensó el desesperado Bala-Tik mientras hacía otro disparo ineficaz, Solo los había aturdido con su verborrea. El objeto de las maldiciones del guaviano se había resguardado junto con Chewbacca y BB-8 en el otro extremo del corredor principal de carga. Varios miembros de ambas pandillas habían ido tras ellos, demostrando una determinación inesperada frente al caos creado por los rathtars. Sus incesantes disparos habían impedido que humano, wookiee y droide cruzaran la atestada plataforma para llegar a la nave en forma de disco que los esperaba en el otro lado. «Estos chicos realmente quieren su dinero de vuelta», pensó Han mientras él y Chewbacca respondían al fuego con las armas que habían soltado los guavianos y kanjis masticados por los rathtar. Después de haber llegado tan lejos, no se iba a dar por vencido. Pasando sigilosamente por detrás del wookiee, señaló con un gesto al otro lado de la plataforma. ebookelo.com - Página 98


—Yo me encargo de la puerta. Cúbrenos. Chewbacca asintió con un gruñido y soltó una andanada feroz mientras Han, también disparando, se precipitó a través del espacio abierto hacia el Halcón. BB-8 iba con él; hábilmente se colocó de manera que el humano lo cubriera de los disparos de los intrusos. Una vez de vuelta en su nave, Han activó el portal mediante los controles de emergencia externos. Por primera vez en mucho tiempo sintió un poco de alivio, mientras la rampa bajaba sin problemas. Se volteó y gritó hacia el extremo del corredor. —¡Chewie, estamos dentro! ¡Vamos! El wookiee dejó escapar un bramido a manera de respuesta a la llamada de Han y de desafío a los enemigos restantes. Giró y corrió hacia la nave, pero un disparo de uno de los guavianos alcanzó la parte posterior de su hombro y el impacto lo derribó sobre la cubierta. Maldiciendo entre dientes, Han dejó a BB-8 atrás y se precipitó hacia donde estaba su copiloto herido, disparando mientras corría. De un tiro certero eliminó al guaviano que le había disparado a Chewbacca. —¡Levántate! ¡Chewie, levántate! —Han tuvo que dividir su atención entre el wookiee herido y los miembros de las pandillas que estaban tratando de salir del pasillo opuesto. Puso un brazo debajo del wookiee y empleó toda su fuerza. Era como tratar de levantar una montaña. Una montaña grande, pesada, peluda, maloliente y sangrante. Una que no pensaría en abandonar, tal como no abandonaría su nave o a él mismo. Si las pandillas hubieran salido ilesas, él y Chewbacca nunca hubieran podido regresar al Halcón. Habrían habido demasiadas armas, demasiados disparos que evitar. Pero el número y la capacidad de los intrusos se habían reducido drásticamente. El disparo que había alcanzado al wookiee realmente había sido tan fortuito como los demás. Con ayuda de Han, Chewie subió tambaleándose por la rampa. En ese momento, lo último que esperaban oír era una voz conocida y amigable. —¡Han! Rey y Finn habían logrado atravesar la cubierta para llegar al Halcón, esquivando los ya muy disminuidos disparos de los sobrevivientes de las pandillas y manteniéndose ocultos. Mientras Han y Chewie subían por la rampa, Han dio órdenes. —¡Tú cierra la escotilla detrás de nosotros! —le indicó a Rey, quien asintió con la cabeza—. ¡Tú cuida a Chewbacca! —le dijo a Finn. Liberándose de su carga, Han empujó al copiloto herido en dirección de Finn y corrió por la rampa. Finn casi cae bajo el peso del wookiee. Valientemente, hizo todo lo posible para mantenerlo de pie mientras ambos subían tambaleándose por la rampa. —¿Y cómo hago eso? —le preguntó el soldado al piloto en vano. Han no respondió. ebookelo.com - Página 99


Chewbacca, por su parte, gemía, gritaba y profería sugerencias. Y aunque no entendía ninguna, Finn se mostraba dispuesto y asentía a cada una de ellas. —Claro… Por supuesto… Lo haré… No hay problema —Finn hacía muecas cada vez que el wookiee tropezaba y empleaba hasta el último esfuerzo para no caer con él. «Si cae sobre mí», asumió con preocupación, «todo habrá terminado». Por fortuna, lograron llegar al compartimento médico. Finn ayudó a Chewbacca a acomodarse en el hueco acolchado que servía de cama y empezó a rebuscar en las cajas de equipo médico que formaban una línea en el suelo. Eso era algo que sabía hacer, y se sentía mucho menos desorientado que cuando había tratado de ayudar a Rey. Todo soldado de asalto aprendía a curar heridas de batalla. Con suerte, la lesión en el hombro del wookiee no presentaría ninguna peculiaridad. En la cabina, Han activó un control tras otro hasta que el Halcón empezó a funcionar de nuevo. Con cada indicador que se prendía en verde, el alma le volvía un poco al cuerpo. Se sobresaltó cuando Rey llegó a la cabina y, sin esperar invitación, se colocó en el asiento de Chewbacca. —Hey, ¿qué estás haciendo? —Señaló con un gesto la sala de estar—. Los pasajeros viajan allá. Los dedos de Rey se deslizaban sobre los controles de la consola. Sin voltearlo a ver, le dijo: —Unkar, el último tipo que tuvo tu nave, instaló también una bomba de combustible. Si no la preparamos, no iremos a ninguna parte. —Volteó y lo vio con mirada compasiva. —Odio a ese tipo —masculló Han—. Ni siquiera lo conozco y lo odio. —No te molestes —continuó Rey, mientras seguía activando la instrumentación en su lado de la cabina—, yo lo odiaré por ti. Pero tú necesitas un copiloto. Han frunció el ceño. —Ya tengo uno. Está allá atrás. —Alzando la voz, gritó hacia el salón—. ¿Verdad? ¿Tengo un copiloto? —Un grito de dolor respondió su pregunta. —Vamos, Chewie, ¡es sólo una herida superficial! —le dijo Finn al wookiee. Esta observación provocó más bramidos, considerablemente más estresados y que ya rayaban en la furia. —¡Muy bien! —gritó Han—. ¡Pórtate bien! —Las manos de Han volaron sobre los controles—. La bomba de combustible está preparada. Vigila la propulsión de tu lado: vamos a saltar a la velocidad de la luz. Rey sabía mucho sobre naves, sobre todo tipo de embarcaciones, pero nunca había sabido de una maniobra como la que Han acababa de proponer. —¿Desde el interior del hangar? ¿Es eso posible? Han estaba totalmente concentrado en la instrumentación. En aquel momento estaba en completa armonía con el Halcón. —Nunca me hago esa pregunta antes de hacer lo que me propongo. ebookelo.com - Página 100


El debate sobre la viabilidad de pasar del reposo hasta una velocidad mayor que la de la luz se vio interrumpido cuando algo enorme, hambriento y bilioso cayó en la parte superior de la nave. En la cabina se escuchó un golpeteo pesado que sugería que algo estaba avanzando hacia allá. Esa suposición quedó confirmada un momento después, cuando una boca gigante y radial cubrió casi por completo la vista de la cabina, haciendo gritar a Rey. Aquella boca llena de dientes pertenecía a una rathtar, que, al percibir la presencia de seres vivos dentro de la nave, empezó a masticar para llegar a ellos. Diseñada para resistir impactos meteóricos de alta velocidad, la cabina no sufrió ningún daño inmediato. Sin embargo, los rathtars son bestias persistentes, y la frustración sólo lo llevó a redoblar sus esfuerzos. Como todos los de su especie, sus piezas dentales eran excepcionalmente robustas. De cualquier manera, Han no tenía intención de esperar para ver si el material del que estaba hecha la cabina era más duro que la dentadura del rathtar. —Así no es como imaginé que sería este día —murmuró—. Enciende los escudos, en ángulo. Rey manipuló los controles. —Listo. —Lo miró—. Son unos escudos muy resistentes para un carguero corelliano. —Los corellianos los construyen como me gustan. —Bajo sus hábiles manos, los instrumentos seguían encendiéndose—. Por supuesto, he hecho unos pocos ajustes aquí y allá. Es posible que no lo creas, pero hay algunas personas por ahí a las que no les caigo bien. —No imagino por qué —murmuró Rey. Al ver que el Halcón se estaba encendiendo, cuatro pandilleros se arriesgaron a salir de su escondite para disparar contra la nave. Aunque sus tiros fueron rechazados por los escudos del Halcón, las detonaciones resonaron dentro. Hasta donde Han podía ver, todo estaba listo, no faltaba nada más que intentarlo. Gritó hacia la plataforma: —¡Sujétense allá atrás! ¡Nos vamos… de prisa! Después de dar la atención básica a la lesión de Chewbacca, Finn hurgó en las profundidades del botiquín que había encontrado, buscando algo más fuerte que un analgésico básico. —¡No hay problema! —respondió, consciente de que, a juzgar por los eventos dados durante el día, seguramente habría alguno. Resignado, siguió buscando algo para mitigar el sufrimiento de Chewbacca, mientras los escudos de la nave seguían recibiendo los disparos de las armas de los guavianos. —Vamos, nena —murmuró Han—, no me decepciones. —Jaló el control principal de hipervelocidad. Nada. —¿Qué? Rey se estiró hacia el lado de la consola de Han y activó un control que él no ebookelo.com - Página 101


había tocado. —Compresor —dijo sin más. Él le clavó la mirada pero sólo por un momento; mientras jalaba el control por segunda vez, le ofreció media sonrisa. Un estruendo descomunal y ensordecedor inundó el hangar del carguero cuando los motores del Halcón cobraron vida. Al decidirse a arremeter contra la nave, los sobrevivientes de las pandillas eligieron una mala ubicación, directamente detrás de los motores; cuando estos se encendieron, los guavianos desaparecieron, al igual que el pasillo que estaba detrás, las paredes que lo rodeaban y bastantes cosas más. En resumen, una cantidad respetable de metal, plasticene y aleación cerámica que formaban parte del enorme carguero se esfumaron en la estela de energía que dejó el Halcón en su partida. En cuanto al rathtar, se desbarató cuando lo atravesó el Halcón, dejando unas manchas delatoras. En otra parte de la nave, el apaleado y furioso Bala-Tik quedó atrapado, pero a salvo, detrás de las puertas blindadas que se cerraron como respuesta a los daños producidos por la huida poco ortodoxa del Halcón. Sin tiempo que perder en lamentar la pérdida de sus hombres y equipo, se dedicó a establecer contacto mediante el sistema de comunicaciones del carguero, que todavía funcionaba. Atrapada en la explosión provocada por el Halcón, su nave no estaba en condiciones de perseguirlo. Tampoco la de Kanjiklub. Pero era posible que otras sí. Si no había podido recuperar lo que Solo le debía, quedaba la posibilidad de obtener una recompensa a cambio de información. Cuando logró establecer comunicación, habló en el micrófono. —Mi nombre es Bala-Tik, soy un comerciante guaviano. Mi historia personal está disponible para quien quiera investigarla. Mi reputación es verificable. Le hago saber que el individuo Han Solo probablemente está en posesión del droide que busca la Primera Orden y que está, junto con un número desconocido de aliados, a bordo de la nave conocida como el Halcón Milenario, con destino desconocido. Reclamo cualquier recompensa que haya ofrecido la Primera Orden a cambio de información que conduzca a la recuperación de dicho droide. Cerró la comunicación. Ya había dicho todo lo que sabía y lo que reclamaba. No podía hacer nada más. Pero mientras no echara a andar su nave o consiguiera que alguien fuera a recogerlo a aquel gigantesco carguero, seguiría atrapado ahí. Acompañado de un número desconocido de rathtars, recordó nerviosamente al oír un estruendo y el sonido del metal desgarrándose.

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X

LA INFORMACIÓN LLEGABA ENCRIPTADA y codificada a la base de la Resistencia en D’Qar. Las transmisiones ordinarias se remitían directamente a los interesados. Las que eran para distribución general ni siquiera se codificaban. Pero cuando se enviaba algo especialmente importante y dirigido a una audiencia altamente restringida, llegaba a un solo lugar. A veces algo tan simple como la separación física brindaba la mejor seguridad. El teniente Brance vio cómo el indicador cobraba vida en su estación de trabajo. En apenas un segundo cambió de rojo a amarillo y, finalmente, a verde, conforme la transmisión se recibía, se decodificaba y se plasmaba en una copia física comprensible. Brance tomó el mensaje, le echó un vistazo y sus ojos se abrieron con sorpresa. Dejó su estación apresuradamente y bajó por un túnel hacia otro corredor, buscando a la destinataria del mensaje sin prestar atención a quienes se cruzaban en su camino. Estaba seguro de dónde la encontraría a esas horas del día. Los pasillos por los que corría estaban llenos de toda clase de aparatos, unos instalados cuidadosamente, otros no tanto, pero todos funcionando. A pesar de que abarrotaban el lugar, Brance sabía que no eran suficientes. Nunca había suficientes. Los matorrales que se habían abierto paso hasta los túneles sólo eran un aspecto del bosque que camuflaba la base. Aunque no eran seres pensantes, las plantas del lugar eran, a su manera, participantes activas de la Resistencia. Encontró a la general donde esperaba, conversando tranquilamente con el capitán Snap Wexley y con un droide. Leia Organa vestía un chaleco oscuro sobre un sencillo overol azul grisáceo, desprovisto de alguna indicación de rango. Llevaba las mangas arremangadas a la mitad del antebrazo. Sus botas eran del color del chaleco y tenían un cinturón de un material oscuro atado con una hebilla plateada. Aparte de una larga trenza, el cabello gris de la general Organa estaba peinado en forma de anillo alrededor de su cabeza. A pesar de su falta de uniforme, nadie podría confundir a la pequeña mujer con algo que no fuera: una princesa y una general. Los tres miraron al teniente Brance cuando llegó y le dio la copia a la general. Él sabía que si ella quisiera haber mantenido la información restringida le habría pedido a Wexley que se retirara desde el momento en que le entregó la copia. Brance le dio unos instantes para que revisara el contenido y dijo: —General, como puede ver en los detalles de esta reciente transmisión, la ebookelo.com - Página 103


comunidad de Jakku fue arrasada. Fueron soldados de asalto de la Primera Orden. — Brance miró a Wexley—. Lor San Tekka fue asesinado. Ella no respondió; siguió estudiando el comunicado. Había información adicional: hora del asalto, duración, número de participantes, descripción de las armas que utilizaron; todo lo relacionado con el funesto ataque. El equipo táctico se encargaría de analizar los detalles y descubrir información de utilidad. Pero lo que en verdad importaba no estaba ahí. —Si ellos encuentran a Luke primero, todo estará perdido —murmuró la general. Otro pensamiento la obligó a preguntar—: ¿Hay algo más, algo que no esté aquí? ¿Qué pasó con Poe Dameron? —Encontraron su X-wing destruido. El ángulo y la profundidad de las marcas de los disparos sugieren que fue atacado en tierra. Definitivamente fue la Primera Orden, los locales no tienen acceso a ese tipo de armas. —Su expresión se endureció—. No hay señales de que haya sobrevivido. Parece que lo perdimos. La expresión de Leia también se volvió más seria. Si seguían perdiendo combatientes como Dameron, la Resistencia no tendría oportunidad alguna contra la Primera Orden. Se obligó a seguir leyendo la segunda mitad del reporte. —No mencionan a BB-8. Brance asintió de nuevo. —No, general, no fue recuperado. Nuestra gente en Jakku dice que lo más probable es que haya sido destruido junto con el X-wing. Ella levantó la mirada. —Nunca subestime a un droide, teniente. —Miró a su derecha—. Mientras unos tienen una altísima especialización, como en habilidades lingüísticas, otros pueden hablar en lenguajes mecánicos simples pero poseer talentos ocultos. BB-8 es un ejemplo de ello. En ausencia de restos identificables, aún podemos tener esperanza. —Fijó su mirada en el teniente, una mirada que habría fulminado a otro menos fuerte —. ¿O es que quiere darse por vencido? —No, señora —respondió enérgicamente. La general Organa miró al droide que los acompañaba. Uno de sus brazos, de color rojo mate, contrastaba con el torso dorado y reluciente de la máquina bípeda. —C-3PO, ya escuchaste la información sobre Jakku; localiza a BB-8 inmediatamente… ya sabes qué hacer. Asintiendo ligeramente y haciendo ademanes con el brazo rojo, el droide de protocolo respondió sin dudarlo: —¡Sí, general! ¡Por supuesto! El sistema de rastreo. ¡Oh, cielos, esto es una calamidad!

En otra habitación, Korr Sella, la emisaria personal de Leia, esperaba la llegada de la general. La joven llevaba el cabello peinado en un chongo y su uniforme verde ebookelo.com - Página 104


oscuro contrastaba con el discreto atuendo de la general, tanto como la insignia que la identificaba como comandante. Como siempre, Leia no perdió el tiempo con charlas triviales. —Debes ir al Senado de inmediato. Diles que insisto en que deben actuar contra la Primera Orden. Mientras más tiempo tarden en discutir, más fuerte se hará. —Se inclinó hacia la joven—. Si no actúan pronto, la Orden será tan fuerte que el Senado será incapaz de hacer algo. No importa lo que ellos crean. Sella demostró comprensión. —Con todo respeto, ¿cree que los senadores me escucharán? —No lo sé. —Leia se mordió el labio—. Ha pasado tanto tiempo. Hubo una época en la que al menos estaban dispuestos a escuchar. Y, por supuesto, la conformación del Senado ha cambiado. Algunos de los que siempre estaban dispuestos a ponerme atención se han retirado. Otros tienen sus propios intereses. — Sonrió tristemente—. No todos los senadores creen que estoy loca. O tal vez sí. No me importa lo que piensen de mí, siempre y cuando actúen. La emisaria asintió: —Haré todo lo que pueda para que la Resistencia sea escuchada como merece. Pero ¿por qué no va usted personalmente, general? Una solicitud de esta naturaleza se lidia mejor en persona. La sonrisa de Leia se apagó. —Podría arreglármelas para llegar al Senado, sí; incluso, podría presentar mi alegato, pero nunca saldría viva del Sistema Hosnian. Tendría un terrible «accidente» o sería víctima de algún radical «demente». O algo que comiera me caería mal. O encontraría a alguien que no comulgue con mis ideas. —Se puso más seria—. Tengo plena confianza en ti, Sella. Sé que empleando tus numerosas habilidades lograrás transmitir nuestro mensaje. La emisaria le devolvió la sonrisa, agradecida por aquella expresión de confianza.

En una sala de conferencias que casi no se utilizaba, C-3PO se inclinó hacia las sombras y murmuró ansiosamente. —Nunca he necesitado tanto tu ayuda como ahora, R2. El droide bajito yacía en silencio en modo de mantenimiento con apenas un indicador parpadeando. —¿Cómo pude cometer un descuido tan terrible? —continuó el droide de protocolo—. Cuando mandamos a BB-8 a la misión, mi responsabilidad era realizar la última revisión, lo que hice de forma correcta y excelente, salvo que… —Si un droide pudiera romper en llanto, C-3PO lo habría hecho en ese instante—. ¡Olvidé activar el rastreador de largo alcance! Asumí que siempre estaría en presencia de ese piloto y que, por lo tanto, no sería necesario. Merezco que me borren la memoria. Oh, R2, ¿qué voy a hacer? Desearía que por fin despertaras; te necesito ahora. ebookelo.com - Página 105


El droide sólo emitía un bip ocasionalmente, que demostraba su estado de inactividad. —¿Qué me aconsejarías? Sin duda sugerirías enviar una señal de alerta a nuestros droides asociados, con la esperanza de que uno de ellos encontrara a BB-8 o su señal de identificación. —Sus dos brazos, uno rojo y otro dorado, se alzaron ligeramente con emoción—. ¡Vaya! ¡Eso es brillante! Eso es lo que haré. ¡R2, eres un genio! C-3PO se dio la vuelta y se apresuró a poner su plan en marcha, dejando atrás al callado droide.

La flota de Destructores Estelares se detuvo a poca distancia del planeta blanco. Espectacular y desolado, su temperatura iba de fría, en unas regiones, hasta un clima ártico permanente, en otras. El planeta había sido alterado: sus montañas, barrenadas; sus glaciares, perforados; sus valles, modificados hasta perder el aspecto que les había dado la erosión natural. Los que lo modificaron cambiaron su nombre. Base Starkiller. Excavada en una montaña cubierta de nieve estaba la estación principal de control. En el corazón de esta, una cámara que albergaba cientos de estaciones de trabajo y las sillas para sus ocupantes. En aquel momento sólo había tres figuras presentes. Una era Kylo Ren. La segunda, el general Hux, quien llevaba su máscara particular en su interior. Y, sentado en una plataforma elevada, en el centro de la cámara, estaba un holograma azulado del Líder Supremo Snoke. Alto y cadavérico, era humanoide pero nunca un humano. El capuchón de la túnica oscura que usaba caía sobre sus hombros, dejando al descubierto una pálida cara rosa, tan envejecida que era casi traslúcida. La nariz rota y mal reconstruida acentuaba la asimetría de su rostro, al igual que la posición de su ojo izquierdo, más bajo que el derecho, ambos de color azul cobalto, debajo de unas cejas ralas y grises. Antiguas heridas y cicatrices marcaban su barbilla y su frente, siendo esta última la más notoria. Sentado en las sombras, su figura alta y delgada se inclinó sobre ambos hombres. Aparte de la cara, sólo unos dedos largos y pálidos se asomaron por la túnica. —El droide estará pronto en manos de la Resistencia —afirmó Snoke con voz grave, tranquila, como la de alguien que tiene todo bajo control—. Eso los llevará con Skywalker y les dará un poderoso aliado a su causa. Si Skywalker regresa, nuevos jedi surgirán. Ren permaneció imperturbable, sin hablar ni dar señales de lo que estaba pensando. Hux inclinó su cabeza a manera de disculpa y dio un paso adelante. —Líder Supremo, asumo toda la responsabilidad por el… Snoke lo interrumpió. —Sus disculpas no son una estrategia, general. Estamos aquí y ahora. Lo que ebookelo.com - Página 106


suceda a continuación es lo que importa. Consciente de que se había salvado de un destino nada agradable, el oficial pelirrojo habló inmediatamente. —Tengo una propuesta: el arma. La tenemos, está lista. Creo que es tiempo de usarla. —¿Contra quién? —Contra la República. O lo que sus díscolos defensores llaman la República. La sede de su gobierno, el sistema entero. En el caos que seguirá, la Resistencia no tendrá otra opción más que investigar el ataque tan devastador. Usarán todos sus recursos para descubrir la fuente. Así que no tendrán otra opción más que buscar a fondo y, cuando lo hagan… —Se mostrarán —completó Snoke, complacido. —Y si no lo hacen, será porque los destruimos. —Sí —dijo Snoke con satisfacción—. Extremo. Audaz. Estoy de acuerdo, el tiempo para tales medidas ha llegado. Adelante. Supervise los preparativos necesarios. —Sí, Líder Supremo —respondió Hux, haciendo una reverencia. Luego se dio la vuelta y salió de la habitación dando largas zancadas, satisfecho consigo mismo. Snoke y Ren vieron a Hux marcharse en silencio. Cuando Snoke habló de nuevo, lo hizo con un tono de intimidad, de familiaridad, que contrastaba con la voz imponente que había utilizado con Hux. —Nunca había tenido un alumno tan prometedor… antes de ti. Ren se irguió. —Son sus enseñanza las que me fortalecen, Líder Supremo. Snoke objetó: —Es más que eso. Son tus orígenes. De lo que estás hecho. El lado oscuro… y la luz. Ni el mejor escultor podría crear una obra maestra con materiales corrientes. Necesita algo puro, algo fuerte, algo indestructible. Yo te tengo a ti. —Hizo una pausa, rememorando—. Kylo Ren, vi al Imperio Galáctico surgir y caer. El ingenuo parloteo acerca del triunfo de la verdad y de la justicia, del individualismo y el libre albedrío. Como si tales cosas fueran sólidas y reales, y no simples juicios subjetivos. Los historiadores están equivocados. Lo que hizo que el Imperio cayera no fue una mala estrategia ni la arrogancia. Tú sabes lo que fue. Ren asintió una vez. —Sentimentalismo. —Sí, una cosa tan simple. Un estúpido error de juicio. Una equivocación momentánea en una vida por lo demás ejemplar. Si Lord Vader no hubiera sucumbido a las emociones en el momento crucial, si el padre hubiera matado al hijo, el Imperio habría prevalecido. Y no existiría la amenaza del regreso de Skywalker. —Soy inmune a la luz —aseguró Ren con toda confianza—. Por la gracia de su entrenamiento, no seré seducido. ebookelo.com - Página 107


—Tu confianza es admirable, Kylo Ren, pero no dejes que te ciegue. Nadie conoce los límites de su poder hasta que lo ha probado al extremo, y tú no lo has hecho. Ese día aún está por llegar. Ha habido un despertar en la Fuerza. ¿Lo sentiste? Ren asintió. —Sí. —Los elementos se alinean, Kylo Ren. Sólo tú estás atrapado en los vientos de esta tormenta. Tus lazos no son sólo con Vader, también con el mismo Skywalker. Leia… —No hay de qué preocuparse. —A pesar de las palabras del Líder Supremo, la confianza de Ren permaneció inmutable—. Juntos destruiremos a la Resistencia… y al último jedi. —Tal vez —accedió Snoke—. Tenemos reportes de que el droide que buscamos está a bordo del Halcón Milenario, de nuevo en manos de tu padre: Han Solo. Ni siquiera tú, maestro de los Caballeros de Ren, has enfrentado una prueba así. Ren pensó detenidamente su respuesta. —No importa. Él no significa nada para mí. Mi lealtad está contigo. Nada se interpondrá en nuestro camino. Snoke asintió. —Veremos. Veremos. Aquella fue una indicación de que podía retirarse. Ren se dio la vuelta, inmerso en sus pensamientos, y siguió los pasos del general Hux hacia el exterior de la cámara. Cuando salió, una sonrisa grotesca torció el rostro de Snoke. Luego se desvaneció, junto con el resto del holograma del Líder Supremo.

«No sé qué hacer». Avanzando a trompicones por una llanura entre dos enormes dunas, el mareado piloto intentaba recordar quién era y por qué estaba deambulando por lo que parecía ser un desierto vacío. Le dolía la cabeza, y no sólo por el esfuerzo que hacía por recordar. Se llevó una mano a la frente e hizo una mueca cuando sintió un golpe del tamaño de un huevo de ponnelx. Se había pegado en la cabeza. Muy fuerte. Le parecía que eso debía significar algo. Pero ¿qué? Una confusión… No, eso no era. ¿Contusión? ¡Sí! Había sufrido una contusión. ¿Cómo había pasado? Como pasa con frecuencia con los golpes en el cráneo, el recuerdo de lo sucedido llegó como un torrente. Captura. Interrogatorio. Había robado una nave con… con… Miró a su alrededor y comenzó a gritar el nombre que recordó. —¡Finn! ¡Finn! Luego recordó que el soldado que lo había ayudado a escapar había salido expulsado del caza TIE mientras caían a la superficie de… Jakku. Eso era. Estaba en ebookelo.com - Página 108


Jakku. En cuanto al ausente Finn, no hubo respuesta a los desesperados gritos del piloto. Dependiendo del ángulo y la velocidad de la expulsión, su nuevo amigo pudo haber caído en cualquier parte. Su nombre. ¿Cuál era su nombre? Poe Dameron, y era un piloto de la Resistencia. Pero si era un piloto de la Resistencia, ¿dónde estaba su chamara de pilotaje? Probablemente colgando todavía en el caza TIE que había logrado aterrizar en una pieza. Comenzó a recordar el choque. Recordó haber recuperado la conciencia justo a tiempo para aterrizar más o menos intacto; recordó intentar salir de la cabina antes de que algo estallara, pero su chamarra se atoró y no lo dejó moverse; recordó que había forcejeado para quitársela y que finalmente había caído en la arena. Recordó todo esto entre la neblina provocada por la contusión. Estaba vivo en la superficie de Jakku. Vivo y solo. No había manera de saber si Finn había tenido la misma suerte. Pero, sobre todo, ¿dónde estaba BB-8? El droide podía cuidarse solo. Poe sabía que si lograba salir del planeta y ponerse en contacto con la Resistencia, podría recuperar al droide. Todo lo que necesitaba era una nave. Ya había robado una, ¿podría robar otra? Aunque primero, pensó, tenía que encontrar una. Y antes, tenía que encontrar agua. La mañana no le trajo ni una ni otra, sólo un sol implacable y un cielo sin nubes. Siguió caminando porque, dada su situación, cualquier dirección era una buena opción. Las planicies salinas que corrían entre las dunas no eran caminos en forma, pero eran un sendero, y era más fácil caminar por esa superficie firme que por la suave y cambiante arena que se elevaba a sus costados. «Mantente abajo», se dijo, «y puede que encuentres una depresión». Donde había depresiones podía haber humedad, y donde había humedad podía haber agua. No encontró depresiones ni humedad, pero alguien lo encontró a él. El chirrido del deslizador que se acercaba era inconfundible. Poe se dio la vuelta; la intensidad de la luz lo obligó a entrecerrar los ojos. Entre las dunas apareció un punto oscuro que se expandió rápidamente conforme se acercaba. El deslizador, aplanado en el frente y voluminoso en la popa, no tenía un diseño agradable, pero en ese momento a Poe le pareció que su forma era tan bella como la del caza más rápido de la Resistencia. Parado a la mitad de las planicies salinas, comenzó a saltar y a agitar los brazos. Primero pensó que el deslizador seguiría avanzando y lo arrollaría. Luego, el vehículo empezó a frenar y se ladeó hacia la derecha. En lugar de pasar de largo, se detuvo. Emitió un sonido descendente y bajó lentamente a la superficie. Una pequeña figura, de un poco más de la mitad de la altura de Poe, bajó de la cabina abierta. Era un blarina. Unos lentes oscuros reflejantes cruzaban su ancha cara sobre un hocico chato y amplio. Una sonrisa llena de dientes apareció en el rostro del conductor del deslizador mientras inspeccionaba al solitario humano. —Hace calor como para estar caminando solo en estas tierras, mi amigo. ebookelo.com - Página 109


Poe asintió con un gruñido. —No es por gusto, te lo aseguro. —Entonces ¿de dónde vienes? —preguntó el blarina. Su sonrisa se amplió, mostrando más dientes que los que tenía una boca humana—. ¿O es sólo que disfrutas del agradable sol de Jakku? —Estoy perdido. —Al menos, eso no era mentira—. Me golpeé en la cabeza y estoy perdido. El blarina emitió un suave siseo. —Sin duda. ¿Dónde está tu nave, amigo mío? Poe pensó rápido. —Igual que yo, perdida. —Me llamó Naka Iit. Soy una especie de chatarrero. —Volvió a ver de arriba abajo a Poe—. Y tal vez tengas algo que me pueda servir. Poe se tensó. No tenía armas, y en caso de una confrontación, no estaba en condiciones de ofrecer mucha resistencia física, ni siquiera contra un blarina que era de la mitad de su tamaño. La especie a la que pertenecía el dueño del deslizador no era fuerte, pero sí muy rápida. Y, al parecer, también era rápido con las palabras. Al menos, con las palabras todavía podía defenderse. —Se dice que los blarina son una raza muy hospitalaria. Naka Iit dejó de sonreír y frunció el ceño con sorpresa. —¿Eso has escuchado? Seguro hablaban de otros blarina. Definitivamente no es mi estilo. Poe extendió sus manos. —Perderías tu tiempo conmigo. No tengo nada que valga la pena. Naka levantó sus lentes de sol y miró fijamente al piloto con sus ojos dorados de pupilas verticales. —¿Y qué estás haciendo entonces en este páramo con «nada»? Poe sintió que se tambaleaba; tenía calor, sed, estaba exhausto, le dolía la cabeza y, aparte de ese irritante blarina, estaba solo en medio de la nada en un planeta perdido. Probablemente también se estaba volviendo loco por el calor. De otra manera no habría dicho lo que dijo a continuación: —Acabo de escapar de la Primera Orden. Robé uno de sus cazas TIE avanzados, lo usé para dispararle a uno de sus Destructores Estelares, y me estrellé en algún lugar cerca de aquí. Naka contempló al humano por un largo rato. Luego sus grandes ojos se entrecerraron, sus escamosas mejillas se plegaron, reflejando el sol, y rompió a reír. Con una mano de cinco dedos se limpió las lágrimas de risa del ángulo de los ojos. —¡Mojaré mis zinz, si no eres el mentiroso más descarado que he encontrado en mis veinte años como chatarrero en esta caja de arena! —Extendió un brazo cubierto con prendas ligeras—. Ven conmigo, amigo. Lo que sí dicen los blarina es que quien ayuda a los locos tiene buena fortuna. Mentiroso o loco, lo que seas, me entretendré ebookelo.com - Página 110


ayudándote. —Volvió a colocarse los lentes de sol y miró al cielo—. Los espíritus te han enviado para aliviar mi aburrimiento. Ven. —Si no te molesta —añadió Poe, abrumado por el sol mientras subía al destartalado deslizador de Naka—, me encantaría si pudieras regalarme un poco de agua para beber. Apretujado en el asiento del pasajero, diseñado para blarinas, y con las rodillas pegadas al pecho, Poe aceptó agradecido el recipiente de metal con popote que le ofreció Naka. —Necesito salir del planeta —dijo entre los deliciosos tragos—. Lo más rápido posible. —Claro que sí —respondió Naka con un tono tranquilizante—. Jakku no es lugar para un loco. —Miró a su izquierda—. No estamos lejos del Puesto de Niima, pero no te llevaré hasta allá. Su comercio está controlado en gran parte por un costal de grasa llamado Plutt. Hemos tenido nuestras desavenencias y preferiría no confrontarlo de nuevo. Sintiéndose mejor después de haber bebido algo, Poe sintió que lo menos que podía hacer era halagar las habilidades de su salvador. —Eres muy bueno con las palabras. —Igual que todos los blarina. —Naka pareció erguirse en su asiento—. Una vez gané el quinto lugar en una competencia de soliloquios en mi planeta natal. Es una de nuestras mejores habilidades. —¿Alguna otra? —preguntó Poe. La sonrisa de Naka regresó, sus afilados dientes brillaron con la luz del sol. —También somos famosos por ser buenos mentirosos. —Miró a su pasajero una vez más—. Te llevaré a Blowback Town. Ahí está un comerciante blarina llamado Ohn Gos que tiene el mal hábito de escuchar con empatía. Te lo voy a presentar. Después de eso, tendrás que valerte por ti mismo. Un ligero toque en los controles hizo que el deslizador acelerara ligeramente. Después de eso, Naka Iit permaneció en silencio. Poe se sumergió en sus pensamientos… hasta que un montón de arena explotó a su izquierda. Naka se inclinó para ver detrás de ellos, siseó con fuerza y pisó a fondo el acelerador de su deslizador. El movimiento lanzó a Poe contra el respaldo de su asiento y tuvo que luchar para enderezarse. —¿Qué sucede? Sin voltear a verlo, y ahora con expresión sombría, Naka señaló con un gesto. —Míralo tú mismo. Poe se inclinó a su derecha y se asomó hacia atrás. Un deslizador mucho más grande los perseguía. Un segundo disparo abrió un cráter en el costado de una duna. —El Clan Strus —dijo Naka en tono sombrío—, una colección variopinta de inútiles que no saben ser chatarreros, reparar, comerciar ni ninguna otra cosa. —El deslizador se estremeció por otro disparo que pasó cerca—. Así que le roban a ebookelo.com - Página 111


quienes sí saben. —No son muy buenos disparando —señaló Poe. Esta vez Naka lo volteó a ver. —Loco tonto. Si nos vuelan en pedazos no les quedará nada más que basura. No disparan para destruir, disparan para inutilizar. —Nos están alcanzando —le dijo Poe—. ¿No puedes ir más rápido? —¡Soy chatarrero, no piloto de cápsulas de carreras! Mi nave está hecha para cargar, no para correr. Poe pensó por unos instantes. —Déjame conducir —añadió, acercándose. —¿Qué? ¿Estás loco? —Naka golpeó las manos de Poe que se acercaban—. No. Espera… eres… ¿Por qué debería dejarte tomar control de mi único bien real? —Porque —comenzó a explicar Poe cuando otro disparo explotó en la planicie, casi exactamente debajo de ellos— soy el mejor piloto que jamás conocerás. Forcejearon por un momento hasta que finalmente Naka se dio por vencido. Después de todo, con el deslizador del Clan Strus acercándose, tenían pocas posibilidades de escapar. Tan pronto el humano y el blarina cambiaron de lugar, Poe giró la torpe pero resistente nave hacia la izquierda y comenzó a frenar. —¿Tan rápido te diste por vencido? —Las palabras de Naka estaban llenas de sarcasmo—. Pude haber hecho eso yo mismo. —Indícales con señas que nos rendimos. —Poe seguía revisando los controles del deslizador. Parecían muy normales. —¿Por qué no? ¿No es lo que estamos haciendo? —El chatarrero suspiró—. Tendré que pedirle un préstamo a Ohn. Odio tener que empezar desde cero. —Se levantó y comenzó a hacerle señas a la nave que los perseguía. No hubo más disparos. Poe vio por el espejo retrovisor el deslizador mayor acercándose a ellos y siguió frenando hasta que distinguió las caras y las variadas extremidades de los ladrones triunfantes. Cuando la nave más grande se acercó tanto como él quería que lo hiciera, elevó la nariz del deslizador de Naka y aceleró con todo el poder, con lo que salieron disparados hacia el cielo. El explosivo arranque provocó que media duna se elevara y cayera como una lluvia de arena sobre el deslizador de sus perseguidores, que se había detenido detrás de ellos. Los Strus, que no usaban gafas protectoras, quedaron con los ojos llenos de arena caliente. La tormenta penetró inmediatamente en todas las aberturas. Aunque el propulsor principal del deslizador de los Strus estaba protegido contra tales intrusiones, no todos sus sistemas y componentes lo estaban. Mientras el deslizador de Naka volaba sobre la cresta de una duna, un sonido de fricción les indicó que la nave de los Strus había quedado temporalmente inoperable por toda la arena que había recibido. El sonido, así como el amenazante deslizador que lo emitía, pronto quedaron atrás. ebookelo.com - Página 112


A su lado, Naka emitió alegremente un sonido entre siseo y carcajada. Aunque el gesto le fuera desconocido a Poe, la alegría del chatarrero era evidente. —¡Oh, alegría! ¡Oh, dulce felicidad! —Una mano se acercó al hombro de Poe para darle una palmada—. ¡Salvado por un demente! —exclamó el blarina—. Nuestro destino está en esa dirección. Y de repente me siento dispuesto a dejarte conducir. ¿En verdad eres un piloto de la Resistencia? —Sí. —Comparado con el caza TIE robado, el deslizador era fácil de operar. —Entonces sí estás loco. Poe lo miró y respondió: —En la Resistencia preferimos el término «valiente». —No hay mucha diferencia. —Recargándose en el asiento del pasajero, Naka Iit se limpió un diente con la garra de un dedo—. Te debo una, mi amigo demente. Aparte de haberte sacado del desierto, te debo una. Voy a interceder por ti con Ohn Gos. ¡De una manera u otra te sacaremos de Jakku! —Te lo agradezco —respondió Poe con alivio. —¡Agradecerme! ¿De qué vale la gratitud de un demente? —replicó Naka. Sin embargo, luego sonrió.

A pesar de que habían escapado, no todo era tranquilidad a bordo del Halcón Milenario. Después de adquirirlo, Unkar Plutt le había dado sólo el mínimo mantenimiento, con la intención de repararlo completamente hasta que encontrara un comprador. Por esa razón, algunos componentes que habían funcionado inmediatamente después del despegue en la superficie de Jakku ahora comenzaban a mostrar la falta de atención y el resto se comportaba de manera caprichosa. Por otra parte, las alarmas funcionaban a la perfección. Finn hacía su mejor esfuerzo por ignorarlas y seguir trabajando en la herida de Chewbacca. Eso se hacía más difícil por el hábito que adquirió el wookiee de agarrar a Finn del cuello, o de los hombros, y sacudirlo violentamente al sentir un espasmo de dolor en el hombro lastimado. En cada ocasión, Finn logró calmar a su paciente y continuar con sus cuidados. Sin embargo, el cuello comenzaba a dolerle. En la cabina, parecía que justo cuando Han y Rey lograban solucionar un problema, otro tomaba su lugar. El actual era grave hasta cierto grado. O mejor dicho, hasta ciertos grados. Rey señaló una lectura con números demasiado altos que seguían incrementando. —El anillo de contención de la marcha se está sobrecalentando. —Sí —gruñó Han—. ¿Sabes por qué? Rey vio la consola del copiloto una vez más y encontró lo necesario para contestar. —Inestabilidad del campo. —Sip. ebookelo.com - Página 113


Rey se dio cuenta de que Han no le explicaría más. Si esta era una especie de prueba para medir su capacidad… No, decidió. Lo que estaba pasando con el sistema de hiperpropulsión era demasiado peligroso para ser una prueba. Frunció el ceño al ver los controles. —Necesitamos recalcular y reajustar los parámetros. —¿Recalcular? —Han miró sus propios indicadores—. Sí, espera… reajustando. —Varios indicadores se pusieron de repente en rojo—. ¡Sobrecarga de energía! —¡Puedo arreglar eso! —Las manos de Rey volaron sobre los controles. —¡La inestabilidad del campo es crítica! ¡Si se dispara, no podremos estabilizarla! Rey trabajaba frenéticamente. —Tal vez haya un sistema de modulación de flujo automático, uno que no se haya activado aún. Si no se ha encendido con todo lo demás, hay que intentar transferirle poder auxiliar. —Auxiliar —gritó Han—. ¡Estoy en eso! Un momento después, un gruñido ensordecedor llegó de las cercanías de la sala. Han se levantó del asiento del piloto y fue en esa dirección. —Ya vuelvo. Toma el control. Sin tomar conciencia del increíble cumplido que le habían hecho, Rey asintió distraídamente sin dejar de manipular los controles. En la sala, Finn estaba terminando de vendar el hombro herido de Chewbacca. Para tratarse de alguien tan grande, pensó mientras esquivaba los movimientos de defensa del wookiee, Chewie era un paciente particularmente difícil. Cuando una mano enorme y peluda sujetó a Finn una vez más, BB-8 se alejó apresuradamente. Con la voz amortiguada por el peludo brazo, Finn intentó hacer que el wookiee entendiera la situación. —Chewie, tienes que soltarme, ¿entiendes? No puedo asegurar correctamente los vendajes si no me dejas ver lo que hago. O moverme. O respirar. El wookiee asintió comprensivo. —Bien, entonces, ayúdame. Suéltame. —Chewbacca negó con la cabeza. Molesto, ya más que adolorido, Finn gritó hacia la cabina—: ¡Necesito ayuda con esta gigante bola de pelos! Chewbacca volvió a rugir de dolor y Han Solo, con expresión sombría, abandonó lo que hacía para ir con ellos. —Si lastimas a Chewie, te las verás conmigo —gruñó. —¿Lastimarlo? —Finn seguía forcejeando con brazos peludos y vendas—. ¡Casi me mata seis veces! —Una enorme mano se estiró y lo tomó del cuello, a lo que Finn reaccionó con una sonrisa—. Lo cual está perfecto. En serio. Han dudó por un momento, vio a su copiloto herido y luego regresó a la cabina. Se dejó caer en su asiento y murmuró con tristeza al ver las lecturas. —Si el hiperpropulsor estalla, habrá restos de nosotros en tres sistemas diferentes. ebookelo.com - Página 114


Todas las alarmas se callaron abruptamente. Rey, satisfecha, se recargó en el respaldo de su asiento. Han la miró, confundido. —¿Qué hiciste? —Puenteé el flujo automático y recalibré manualmente. —Señaló con un gesto la consola—. El campo se estabilizó. La temperatura del anillo de contención está regresando a la normalidad. —Suspiró y miró a Han—. ¿Algo más? Él soltó una risita a manera de reconocimiento. —Sí. —Se levantó del asiento y volvió al corredor—. Sigue monitoreando los sistemas de la nave y avísame si hay algo que parezca que va a estallar en los siguientes dos minutos. De vuelta en el compartimento médico, Han se arrodilló junto a Chewbacca. El wookiee seguía quejándose pero con menos intensidad, gracias a que un analgésico que le había dado Finn estaba haciendo efecto. Con cuidado, Han revisó el vendaje, mientras tranquilizaba a su copiloto. —No —murmuró Han—, no digas eso, estuviste genial. Recibiste una bala perdida. —Han sonrió—. No puedes ver todo al mismo tiempo mientras vas huyendo. Kanjiklubbers, guavianos, rathtars… ¡rathtars! Mantenerlos a todos a raya al mismo tiempo que me cubrías e intentabas llegar a la nave… Me sorprende que lo hayamos logrado. —Se levantó—. Estarás bien. Se dio la vuelta para ver a Finn, que estaba con BB-8, intentando activar el ajedrez holográfico. Mirándolo, Han dudó. Era algo difícil para él pero tenía que decirlo. Y era en serio. —Buen trabajo con Chewie. Gracias. —De nada. —Mirando hacia la cama, Finn le habló al paciente—: Gracias por no romperme el cuello. —El wookiee contestó con un sonido gutural. Finn decidió interpretarlo como una disculpa. Al deslizar un dedo por un control, el ajedrez se encendió. Las piezas se estabilizaron y miraron a Finn. Luego, a falta de instrucciones, comenzaron a pelear entre ellas. Molesto por la falta de control, Finn intentó apagarlo, pero al parecer eso requería encontrar otro interruptor. Han trató de contener una sonrisa. «Qué sujeto tan curioso», pensó. «Puede lidiar con una herida de batalla pero no con un ajedrez común». Se encogió de hombros. Las habilidades que tuviera o no aquel sujeto no eran de su incumbencia, así que preguntó: —Conque fugitivos, ¿eh? Finn asintió y señaló a BB-8. —Es por el mapa que lleva. La Primera Orden quiere apoderarse de él y matará a quienquiera que intente impedírselo. Rey llegó justo cuando Finn consiguió apagar el ajedrez. —Los sistemas están estables. Me aseguré antes de dejarlos en piloto automático. —Señaló a Finn y al droide—: Están con la Resistencia. Y yo estaba con ellos. Así que ante los ojos de la Orden, yo estoy con la Resistencia. ebookelo.com - Página 115


¿Combatientes de la Resistencia? Han miró a Finn con respeto renovado y un poco de escepticismo. El joven había actuado bien durante la trifulca en el carguero, pero eso sólo demostraba que era un sobreviviente, no que era un luchador. Necesitaba más elementos para evaluarlo, pero ahora… Miró a BB-8. —Veamos qué tienes. Obediente, el droide giró hacia una posición apropiada. Un lente se encendió, llenando de repente la sala con un enorme y complejo mapa. Nebulosas, estrellas solitarias, manchas traslúcidas de materia oscura concentrada, sistemas solares enteros se mostraron frente a ellos. Incluso Chewbacca se enderezó para ver mejor. Finn estaba impresionado y Rey, asombrada; pero Han frunció el ceño. Se movió entre la representación tridimensional, rastreó las posiciones de sistemas y estrellas guía. Con un dedo marcó el contorno de un conocido grupo de nebulosas que, como todo lo demás en el mapa, estaba nítidamente detallado. Pero sólo estaba la mitad. Han volteó a ver a los demás. —El mapa es exacto pero está incompleto. Es sólo una pieza. Se nota en las divisiones y en lo que se muestra parcialmente. —Bajó el tono de su voz—. Desde que Luke desapareció, la gente lo empezó a buscar. Rey habló mientras asimilaba los detalles del maravilloso pero imperfecto mapa. —¿Por qué se fue? Han frunció los labios; estaba recordando. —Se encontraba entrenando a una nueva generación de jedi. No había nadie más que lo hiciera, así que él asumió la responsabilidad. Todo iba bien hasta que un muchacho, un aprendiz, se volvió en su contra y lo destruyó todo. Todo aquello por lo que Luke había trabajado se perdió. Luke se sintió responsable y se alejó. Finn preguntó con un tono respetuoso: —¿Usted sabe lo que pasó con él? ¿Alguien lo sabe? Han lo miró. —Hubo toda clase de rumores y de historias. Cuando las personas no conocen los hechos inventan lo que les gustaría creer o lo que otros quisieran escuchar. Quienes lo conocían mejor creen que se embarcó en una expedición personal, en búsqueda del primer templo jedi. Rey se mantuvo callada por un momento, absorbiendo todo en un desconcertado silencio. Y no pudo contenerse más. —¿Los jedi fueron reales? Han sonrió un poco más para sí mismo que para ella. —Yo solía preguntarme lo mismo. Creí que todo eso era un montón de patrañas. Algún poder mágico que mantiene unidos el bien y el mal, la luz y la oscuridad. — Hizo una pausa, su voz se apagó un poco—. Lo curioso es que es verdad. Los jedi, la Fuerza… es verdad. Todo. —Regresó a la realidad—. Tan real como lo que dijo Finn: ebookelo.com - Página 116


que la Primera Orden nos matará a todos por ese mapa. Una alarma se encendió, pero esta era diferente de las que la habían precedido. Chewbacca comenzó a levantarse, pero Han lo detuvo con un gesto. —No, tú descansa. —Miró a Finn—. No eches a perder el buen trabajo de nuestro amigo forzando lo que hizo. —Se dirigió de vuelta a la cabina—. Esta es nuestra parada.

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XI

SI HABÍA EN LA GALAXIA PLANETAS más hermosos que Takodana, Han no los conocía. Verde y templado, salpicado de franjas de nubes blancas y rodeado de pequeños mares y lagos que parecían las cuentas de un collar, Takodana apareció frente al Halcón Milenario cuando este salió del hiperespacio. La cabina estaba llena: Han en el asiento del piloto, Rey en el del copiloto, y Finn y BB-8 parados detrás. Dentro de Finn la emoción se mezcló con la incertidumbre al ver el desconocido planeta frente a él. —¿Qué hacemos aquí? —Querían que los ayudara y estoy haciéndolo —respondió Han—. Vamos a ver a una vieja amiga. —Se percató de que Rey se asomaba por las ventanas; parecía que estaba a punto de llorar. —Oye, ¿todo bien? —No sabía que había tanto verde en la galaxia —respondió extasiada. Han la contempló unos instantes más y luego hizo que el Halcón se zambullera en dirección a un sitio que conocía bien. La velocidad dispersaba las nubes a su alrededor, revelando lo que parecía ser un bosque interminable. Conforme la nave reducía la velocidad, los pasajeros pudieron contemplar más detalles: colinas, ríos y lagos que brillaban como pliegos de papel aluminio. Cuando la nave se preparaba para aterrizar, apareció frente a ellos un imponente castillo. Al verlo, Finn no pudo imaginar qué manos (o miembros equivalentes) lo habían erigido. La arquitectura no era por lo general una materia de interés para los soldados incipientes. En un costado del castillo sobresalía un gran lago de agua dulce. En el otro, algo que le interesó más: un área de aterrizaje llena de pequeñas fragatas no muy diferentes al Halcón Milenario y que, como el Halcón, parecían muy usadas pero al menos tenían un buen mantenimiento. Al bajar de la nave, Rey y BB-8 se maravillaron al contemplar el bosque, el lago y el castillo. Chewbacca, quien cojeaba un poco pero intentaba hacer caso omiso de sus heridas, ignoró el paisaje para inspeccionar la parte baja del Halcón. Han, que seguía a bordo, abrió un compartimento y comenzó a esculcar. Del revoltijo sacó varios blásters usados y los puso uno junto a otro. Seguía ocupado en eso cuando Finn se le acercó. —Solo, no acabo de entender qué estamos haciendo, le agradecería que me diera alguna pista. ebookelo.com - Página 118


Han volteó un poco y le preguntó en voz baja: —¿Me llamaste «Solo»? —Lo siento… Han. Señor Solo. Mire, no se lo pregunto a la ligera. Soy alguien importante en la Resistencia y, por lo tanto, un objetivo valioso. Sólo necesito saber que no hay conspiradores aquí, ¿entiende? O simpatizantes de la Primera Orden. Porque me están buscando, y no quiero sorpresas. —Sorpresas —repitió Han pensativo—. Sí, tienes razón. No importa adónde vayas, no importa con quién te encuentres, la galaxia está llena de sorpresas. —Su expresión se volvió seria—. Escucha, señor importante, tienes un problema más grave, mucho más preocupante que encontrarte con simpatizantes de la Primera Orden, y es este: las mujeres siempre descubren la verdad. —Le dio un bláster. Finn tomó el arma y la inspeccionó como un experto. Era una buena pieza de artillería—. Siempre —concluyó Han. Han se enderezó y se dirigió hacia la salida, dejando atrás al joven. Finn lo vio bajar de la nave; se sintió culpable, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Por lo menos en ese momento. Afuera, Han interrumpió la contemplación del paisaje. Rey apenas pudo contener su emoción al ver los alrededores. —No puedo creer que este lugar sea real. Ni siquiera huele real. Han asintió, señalando el bosque a su alrededor. —Es toda esta vegetación emanando oxígeno. Es un gran cambio cuando todo lo que has respirado es la atmósfera reciclada de una nave. —Le ofreció un bláster—. Puede que necesites esto. Rey miró el arma y luego a él. —He estado en situaciones difíciles. Puedo cuidarme. —Sé que puedes, por eso te la doy. —Le acercó más el arma—. Tómala. El bláster despertó su interés, tal como sucedía con cualquier artefacto nuevo y desconocido y, finalmente, lo aceptó, sopesándolo con cuidado. —Es pesado —comentó Rey. Han dudó por un momento. ¿Había cometido un error de juicio? —Sabes cómo dispararlo, ¿verdad? —El gatillo —contestó Rey—. Apuntas y jalas el gatillo. —Esta arma es un poco más complicada. Debes esforzarte más, pero da mejores resultado. Tienes mucho que aprender. ¿Tienes nombre? —Rey —contestó ella. Levantó el arma y apuntó a un objetivo imaginario, teniendo cuidado de mantener el cañón lejos de Han y de los otros. —Rey —repitió Han—. He estado pensando en reclutar más gente para la tripulación. Ella sonrió. —Según lo que nos dijiste, a tu tripulación anterior no le fue muy bien con tu último trabajo. ebookelo.com - Página 119


Han le restó importancia. —Necesitaba una tripulación más grande para un trabajo más grande, en una nave más grande. —Señaló a Chewbacca, que continuaba inspeccionando—. No necesito tanto para el Halcón. Tal vez uno más. Un segundo oficial. Alguien que ayude, alguien que nos pueda seguir el paso a Chewie y a mí, y que sea lo suficientemente inteligente para saber cuándo hacerse a un lado. Alguien que sepa apreciar el Halcón y sus capacidades ocultas. Ella lo miró ladeando la cabeza. —¿Me estás ofreciendo un empleo? Él le devolvió la mirada sin parpadear. —No hay paga de inmediato, y no seré amable contigo, y… Complacida, lo interrumpió: —Me estás ofreciendo un empleo. —Lo estoy considerando —la corrigió Han. —Bueno… si lo hicieras, me sentiría halagada, pero necesito estar en otro lugar. —Jakku —dijo Han. Parecía entenderla. Rey asintió. —Ya estuve lejos demasiado tiempo. Han puso una mano sobre su hombro. —Avísame si cambias de opinión. —Luego miró la nave—. ¡Chewie!, revísala lo mejor que puedas. Si tenemos suerte, podremos irnos pronto. —Su mirada regresó a la chica—. Sonríes demasiado, Rey. Ella asintió de buena gana. —Trataré de controlarme —respondió, luciendo una gran sonrisa.

Cuando Han comprobó que el Halcón podía despegar en cualquier momento si fuera necesario, se dirigieron al castillo. Chewbacca se quedó en la nave para hacer reparaciones menores y cuidar de su herida, y el resto pudo disfrutar del bosque y del encuentro ocasional con formas de vida autóctonas entre los árboles. Todas fueron pequeñas y pacíficas. Al acercarse a la impresionante y extraña estructura de forma trapezoidal, Finn intentó infructuosamente calcular su antigüedad. —¿Por qué estamos aquí? —preguntó, mientras subían unas escaleras de piedra. —Para poner a su droide en una nave segura. ¿Crees que fue pura suerte que Chewie y yo encontráramos el Halcón? Si nosotros lo localizamos con nuestros escáneres, los de la Primera Orden no deben estar lejos. —Han señaló los altísimos muros que se alzaban frente a ellos. De las almenas colgaban banderas de colores que representaban diferentes culturas. Algunos de los emblemas estaban más desgastados que otros—. La galaxia está llena de cantinas, pero ninguna como esta. La administra desde hace mil años una vieja contrabandista llamada Maz Kanata. Si quieren llevar a BB-8 con la Resistencia, Maz es la mejor opción. ebookelo.com - Página 120


Suave pero firmemente, Han le quitó el bláster de las manos a Rey y lo enfundó en el cinturón de ella. —Este no es un establecimiento al que puedas llegar con un arma en las manos. La primera impresión nunca se olvida. Lo más importante es ser discretos, pasar desapercibidos. Digamos que Maz es un gusto adquirido, así que déjenme hablar a mí, y hagan lo que hagan, no fijen la mirada. —¿En qué? —preguntaron Rey y Finn casi al unísono. —En nada —les advirtió Han. La entrada estaba abierta. Un corredor llevaba a un salón bastante grande donde una mezcolanza de humanos, humanoides y no humanos estaban envueltos en lo que a Finn le pareció una ronda perpetua de comer, beber, apostar, conspirar, negociar, discutir y, ocasionalmente, intentar sacarle el hígado o algún órgano equivalente al otro. Han iba abriendo el camino, unas veces empujando, otras pidiendo permiso y, algunas más, lisonjeando a los presentes, hasta que finalmente se detuvo. La figura que estaba frente a él, obstruyendo su paso, era pequeña, muy pequeña, y a juzgar por lo que alcanzaba a verse de su piel y carne, muy vieja. De repente, aquella humanoide se dio la vuelta, como si hubiera percibido algo sin necesidad de verlo. Su calva, que alcanzaba a verse bajo un sencillo gorro gris, era de color amarillo y café, avejentada y marchita. Unos lentes enormes que parecían goggles le cubrían ambos ojos. Su nariz era pequeña, diminuta, incluso, y la boca, fina y fruncida. Ella (pues Han les había dicho que era de género femenino) vestía prendas simples y cómodas: pantalones holgados de color marrón metidos en unas botas hechas a mano. Un chaleco de un material gris sobre una camisa azul verdosa con las mangas arremangadas debajo de los codos, que dejaban ver una piel casi dorada. Un broche de un material plateado sujetaba un cinturón de cuero del que colgaban varios artefactos. En contraste con la austeridad de la ropa, su colección de brazaletes y anillos resultaba casi ostentosa. Cuando vio a Han profirió un chillido que retumbó en los muros y contradijo su tamaño. —¡HAAAAAAAN SOLO! Toda actividad del salón cesó y todos, sin importar su especie o agudeza auditiva, miraron a los recién llegados. —Maz —saludó Han. Finn meneó la cabeza. —Pasar desapercibidos —murmuró—. Cómo no. —¿Sigues en el negocio? —preguntó Han. —¡Con trabajos! —le respondió al humano que la superaba por mucho en estatura—. Gracias a cierto gorrón que no me ha pagado lo que me debe desde hace veinte años. ¿Puedes creer que haya alguien tan horrible? —Me lo imagino —admitió Han. ebookelo.com - Página 121


Quienquiera que fuera, o lo que sea que fuera, Finn supo que era alguien que podía tratar a Han Solo al tú por tú, al menos en el uso del sarcasmo. Maz miró a Han con los ojos bien abiertos bajo los lentes. —¿Dónde está mi novio? —Chewie está reparando el Halcón —respondió Han. Maz asintió. —Es un wookiee muy dulce. Lo lamento —les dijo a Finn y a Rey de pronto. —¿Qué cosa? —preguntó Rey, nerviosa. —Que él los haya metido en este problema, sea cual sea —dijo Maz—. ¡Vengan! ¡Siéntense! Estoy ansiosa por saber qué necesitas de mí esta vez —se dirigió a Han. Los recién llegados siguieron a Maz fuera del salón principal. Dado que eran especímenes poco llamativos, sólo captaron algunas miradas ocasionales. Entre quienes los vieron salir estaban el dowutino Grummgar, una enorme masa de músculos, calvo y desaliñado, y una esbelta figura llamada Bazine Netal. A diferencia de su corpulento acompañante, Bazine era humana. Iba ataviada con un exquisito traje negro de manga larga, estampado con figuras grises y negras que creaban una ilusión óptica; su atuendo lo complementaba una prenda de cuero negro que le cubría la cabeza, el cuello y los hombros, y un cinturón que sostenía una cuchilla larga y letal. Asimismo, llevaba las uñas y los labios pintados de negro. A diferencia de quienes sólo miraban de reojo a los recién llegados, aquella pareja dispareja siguió con la mirada a Han y a sus acompañantes hasta que se perdieron de vista. Tan pronto desaparecieron junto con Maz Kanata, Netal se apartó de la multitud. El comunicador que usaba era capaz de mandar mensajes encriptados a través del intensificador de señales centrales para comunicaciones planetarias. Gracias a toda esa energía a su disposición, no le tomó mucho tiempo establecer una conexión de largo alcance. —Sí. Soy Bazine Netal. Los tengo.

Era un lugar muy privado. No había necesidad de marcarlo como tal. No había necesidad de señalizaciones, alarmas ni sistemas de protección. Todos en la nave sabían lo que era, a quién le pertenecía y lo que había dentro. Nadie pensaría en traspasar el santuario. Si lo hacían, encontrarían reproches, tal vez dolor y, muy probablemente, cosas peores. La iluminación era tenue, pero aunque hubiera habido más luz, no había mucho que ver. Un par de consolas con luces rojas parpadeando a los lados de la puerta. Una consola de proyecciones en el centro, con una sola silla. Por lo demás, la habitación tenía pocos muebles. El individuo que habitaba aquel lugar no necesitaba los accesorios preferidos por los seres sensitivos. Él estaba conforme consigo mismo y con quien era. ebookelo.com - Página 122


La alcoba en la que Kylo Ren hablaba arrodillado era más oscura que el resto de las cámaras. La mantenía así a propósito, porque le parecía que era coherente con su función. Hablaba con un tono distinto al que usaba al conversar con los demás. Aquí no había que dar órdenes ni mandar a subordinados patéticos. Aquel con quien hablaba entendería todo lo que Ren dijera, con la voz con la cual lo dijera. No necesitaba actuar de manera intimidante ni inspirar temor. Kylo Ren habló, y el destinatario de sus palabras escuchó en silencio. —Perdóname. Lo siento de nuevo. El llamado de la luz. El Líder Supremo lo siente también. Muéstrame de nuevo el poder de la oscuridad, y no dejaré que nada se interponga en nuestro camino. A solas en la habitación, Kylo Ren, de aspecto lúgubre, constitución ágil y semblante atormentado, miró a su silencioso confesor. —Muéstrame cómo y terminaré lo que empezaste, abuelo. Se levantó, temblando ligeramente, y se dirigió a otra parte de su habitación privada. No hubo respuesta de aquel con quien hablaba. No se mostró de acuerdo ni en desacuerdo. Sólo hubo silencio de parte del objeto al que Ren habló con fervor: una máscara fantasmagórica y desfigurada que había pertenecido a alguien más. A una figura de leyenda y de miedo. Pese a que estaba maltratado y deforme, el rostro que perteneció a Darth Vader dejaba una marca indeleble en quienes lo veían.

Si bien el apetito de Finn era voraz, acentuado por la dieta acostumbrada de los soldados de asalto, no era nada comparado con el de Rey. Él estaba sorprendido por la cantidad de alimento que la chica ingería. Parecía como si en toda su vida no hubiera probado la comida real. El origen de la misma no parecía importarle. Tomaba y comía todo lo que estuviera a su alcance sin preocuparse por su procedencia. Han también comió con gran apetito, pero manteniendo el decoro. Finn envidió la forma esférica de BB-8, a quien esa actividad orgánica tan desagradable le daba una excusa para meditar sobre la superioridad de la vida mecánica. —¡Un mapa para encontrar el primer templo jedi! —exclamó Maz maravillada, mientras trabajaba en la cocina—. ¡Para encontrar al mismísimo Skywalker! Nunca perdí la esperanza en él. —Me alegra que digas eso, porque tengo que pedirte un favor —dijo Han. Maz lo miró. —Necesitas un préstamo. Supe de los rathtars. El rey Prana no está feliz. —Se detuvo y miró a Rey—. ¿Qué te parece la comida? —Es deliciosa —respondió Rey con entusiasmo entre bocado y bocado. —Necesito que lleves a este droide con la Resistencia —pidió Han. —¿Yo? —preguntó Maz socarronamente. —… y lo del préstamo no estaría mal. ebookelo.com - Página 123


—Veo que estás en problemas —dijo Maz—. Te ayudaré a encontrar una ruta, a sortear a los escuadrones de cazadores de Snoke, pero yo no soy quien debe hacer ese viaje a la Resistencia, y lo sabes. —Leia no quiere verme —respondió Han, incómodo. —¡Y no la culpo! —exclamó Maz—. Pero esta lucha involucra mucho más aparte de ti y de esa buena mujer. Han, ve a casa. —¿Qué lucha? —preguntó Rey. —La única lucha: contra el lado oscuro. A través de los años he visto a la maldad tomar muchas formas. Los Sith, el Imperio, actualmente la Primera Orden. Su sombra se esparce por toda la galaxia. Debemos enfrentarlos. Luchar. Todos nosotros. Finn resopló. —Eso es una locura. Miren alrededor. Es imposible que no nos hayan reconocido aún. Apuesto que la Primera Orden ya viene en… —Dejó de hablar cuando Maz ajustó sus lentes e hizo que sus ojos parecieran más grandes de lo que ya eran—. ¿Qué? —preguntó indignado. Maz no respondió de inmediato, pero sus ojos se hicieron aun más grandes, increíblemente grandes. Se subió a la mesa y avanzó sobre ella hasta quedar justo frente a Finn. Él comenzó a sentirse nervioso, de una manera que no se había sentido desde que entraron al castillo. —Solo, ¿qué está haciendo? —preguntó. Han se encogió de hombros. —No tengo idea —respondió—, pero no creo que sea nada bueno. Maz habló: —He vivido más de mil años, hijo, lo suficiente como para ver los mismos ojos en distintas personas. —Reajustó sus lentes y, para alivio de Finn, los ojos de la pirata volvieron a la normalidad—. Tú tienes la mirada de un hombre que quiere escapar — dijo solemnemente. —Usted no sabe nada de mí —dijo Finn, frustrado—. De dónde vengo, lo que he visto. No conoce a la Primera Orden como yo. Nos asesinarán. Debemos irnos todos. Maz lo contempló y luego señaló hacia el salón principal. —Cabeza grande, camisa roja, arma brillante. Casco rojo intenso con orejeras. Se dirigen al Borde Exterior. Ofrecen transporte a cambio de trabajo. Anda. Finn se levantó nerviosamente de su asiento. Todo había pasado rápido. Demasiado rápido. Lo último que esperaba era que se cumpliera su deseo. De su cinturón tomó el bláster que le dio Han y se lo devolvió. —Fue un placer conocerlo. En verdad. Han no volteó a verlo. —Quédatela. Finn lo dudó por un momento, pero no había nada más qué decir. Las palabras inútiles sólo consumían la atmósfera. Se dio la vuelta y se alejó. Al verlo marcharse, Rey se sintió confundida y herida por el giro que habían ebookelo.com - Página 124


tomado los acontecimientos. Habían pasado por muchas cosas juntos, ella y ese extraño pero agradable joven, y su repentina e inexplicable partida la lastimó. Aunque los pensamientos se arremolinaban en su cabeza, Finn logró mantenerlos bajo control mientras se acercaba a la mesa que Maz le había señalado. No había humanos en el grupo, con la probable excepción del capitán del casco rojo, pero cuando llegó lo miraron sin prejuicios. Incluso el primero al mando, un gabdorino pesado, verrugoso y cojo, esperó amablemente a que explicara lo que quería. Luego de verse arrastrado hasta ese punto, Finn ya no dudó cuando habló con el capitán. —Me dijeron que buscan ayuda. Trabajaré a cambio de que me lleven a cualquier planeta civilizado del Borde Exterior. El primero al mando le respondió, pero Finn no entendió ni una palabra del lenguaje que habló el gabdorino. El capitán se quedó callado. —No tengo idea de qué dijiste, pero trato hecho —dijo Finn. Luego sonrió, esperando que aquel gesto no fuera considerado insuficiente u hostil. La negociación se vio interrumpida por la llegada de Rey y de BB-8, quien emitía ansiosamente unos suaves pitidos. Ella se sentía confundida y enojada al mismo tiempo. —¿Qué estás haciendo? Finn volvió a sonreírle al líder de la tripulación alienígena. —Deme un segundo. O su medida de tiempo equivalente. —Alejó a Rey de la mesa, dejando a los alienígenas murmurando entre ellos en lenguajes incomprensibles. —Escuchaste lo que dijo Maz —indicó Rey entre dientes—, eres parte de esta lucha. Los dos lo somos. —Ella buscó su mirada—. Debes sentir algo… —No soy quien crees que soy. No soy especial, en nada. Rey meneó la cabeza lentamente, sin comprender lo que estaba escuchando. —Finn, ¿de qué hablas? Te he observado, te he visto en acción, he… La voz de Finn se puso tensa y dijo por fin la verdad: —No soy un héroe. No soy de la Resistencia. Soy un soldado de asalto. Eso la dejó callada. Bien podría haberla golpeado en la cara con un bláster. —Como a todos los demás, me separaron de una familia a la que jamás conoceré —continuó Finn—. Fui criado y entrenado para hacer una sola cosa: matar a mi enemigo. —Sintió surgir en su interior algo que no debía estar ahí, algo que no había formado parte de su entrenamiento—. Pero durante mi primera batalla tomé una decisión: no iba a matar para ellos. Así que hui y me encontré contigo. Me preguntaste si estaba con la Resistencia y me miraste como nadie lo había hecho. De modo que dije lo primero que se me ocurrió que pudiera agradarte. Estaba avergonzado de lo que era. Pero me harté de la Primera Orden. Nunca volveré. —De pronto, descubrió que le era difícil tragar saliva y más aún hablar—. Rey, ven conmigo. Ella negó con la cabeza y dijo: ebookelo.com - Página 125


—No te vayas. —Cuídate —le rogó él—. Por favor. —Luego dio la vuelta y volvió con los alienígenas que lo esperaban. El capitán del casco rojo alzó la vista cuando llegó. Finn asintió, esperando que ese gesto fuera universal, como le habían dicho. —Cuando digan. —El primer oficial respondió en su lenguaje incomprensible y Finn asintió de nuevo—. Lo que digas. Los miembros de la tripulación se levantaron y se dirigieron a la puerta principal. Finn los siguió y Rey, angustiada, le dio la espalda, ignorando los bips de preocupación que emitió BB-8. A Finn le hubiera gustado decir algo más, pero se dio cuenta de que todo lo que dijera sería más que superfluo. Lo mejor era dejarlo así, pensó. Sin escenas, sin gritos. Se fue con los miembros de la tripulación, pero se detuvo en la salida para mirar hacia atrás. Ella seguía caminando en dirección contraria, sin mirarlo. Es lo mejor, pensó Finn, mientras la puerta se cerraba detrás de él. Eso fue lo que se dijo, pero no lo que sentía. Rey estaba tan conmocionada y desconcertada por la confesión de Finn que no reparó en la presencia de una pesada figura y unos secuaces que se abrían paso hacia ella entre la multitud. No supo que se acercaban hasta que una mano gruesa la sujetó. Un segundo después, BB-8 se dio cuenta de lo que pasaba y emitió unos alarmantes bips. —Hola, Rey. Ella reconoció la voz, incluso antes de ver el rostro. Unkar Plutt. Aquel semblante repulsivo era inconfundible. Después de mirar de reojo a sus enormes secuaces, dirigió su atención hacia él, sorprendida. —¿Cómo… cómo me encontraste? Unkar sonrió, cosa que no mejoraba su apariencia. —La nave que robaste, el Halcón Milenario. No se puede rastrear una nave mientras está en el hiperespacio, pero cuando emerge de él y, sobre todo, cuando aterriza, hay maneras de hacerlo. Costosas, pero en el caso de una propiedad tan valiosa, vale la pena el gasto. Definitivamente es el caso del Halcón. Al parecer el Imperio le instaló un dispositivo de rastreo. Tecnología vieja pero funcional. Mi presencia aquí lo corrobora. No fue difícil echar a andar los viejos rastreadores. Rey se preocupó al ver que nadie les prestaba atención. En un lugar donde nadie se metía con nadie, ella deseó que alguien se entrometiera. Forcejeó para liberarse de Plutt. —Te sugiero… amablemente… que me sueltes… ahora. A pesar de los esfuerzos de Rey, Unkar la acercaba a él más y más. Rey no pudo evitar pensar que su aliento combinaba perfectamente con su aspecto. —Y yo te sugiero, no tan amablemente, que vengas conmigo. De otra manera ebookelo.com - Página 126


empezaremos aquí, donde servirás de entretenimiento a esta basura galáctica. — Acercando su cara a la de ella tanto que casi la tocaba, bajó la voz—. A ti y a ese droide los haré pagar por lo que han hecho. A esa distancia él podía ver su rostro, pero no sus manos. Rey agarró su nuevo bláster y lo dejó caer sobre su nariz. Los matones se acercaron, pero su jefe los detuvo con un gesto. Rey gruñó suavemente. —Estoy pensando seriamente en hacerle otro agujero a tu cara. Él rio, incómodo, y con un solo movimiento tomó el bláster y se lo arrancó de las manos. Rey se quedó pasmada. Antes de que él lograra quitarle el arma, ella jaló el gatillo… estaba segura de que lo había hecho. Pero, por alguna razón, el arma no funcionó. Plutt meneó la cabeza, fingiendo compasión mientras sostenía en alto el bláster. —Primero tienes que quitarle el seguro. —Señaló con un dedo el interruptor prácticamente escondido—. Déjame mostrarte, sólo mueves este pequeño… El bláster desapareció de la mano de Plutt. Se lo habían arrebatado unos dedos mucho más grandes. Sorprendido, Plutt miró hacia atrás… y hacia arriba, y vio la cara engañosamente serena de un wookiee. —Urrrrrr… Algo no muy elocuente de parte de Chewie, pensó Rey, pero se dio a entender. Plutt no estaba impresionado. Notó el hombro vendado y le dio un golpe con la misma mano con la que le había quitado el bláster a Rey. —Medio wookiee no es motivo de preocupación. —Plutt retrocedió en posición de combate—. Sobre todo si uso todo mi cuerpo. —Comenzó a soltar golpes. Chewbacca sujetó el brazo que había intentado golpearlo, lo hizo girar y lo arrancó desde el hombro. Luego lanzó el miembro amputado al otro lado de la sala. Al mirarse, Plutt aulló de dolor mientras sus ayudantes emprendían la retirada. El brazo había caído sobre una mesa donde cruzaba apuestas un grupo de culisettos de cuatro brazos y largos hocicos. Molesto, uno de ellos tomó el miembro y lo arrojó a un lado, con lo que el juego siguió como si nada. Cerca, un pequeño droide bípedo GA-97, que había estado supervisando el juego, volteó con curiosidad buscando la procedencia del miembro extirpado. A pesar de que primero se enfocó en Rey, su atención cambió inmediatamente al robot esférico que estaba a su lado. El reconocimiento visual echó a andar una pequeña pero importante secuencia interna gracias a la cual el GA-97 despachó una señal comprimida que rebotó de un lado a otro, se codificó, se encriptó y viajó hacia el espacio exterior, donde pronto sería recogida, decodificada y desencriptada, para luego convertirse en el estímulo de un grito de alegría electrónico.

En muy raras ocasiones C-3PO tenía la necesidad de caminar a paso acelerado. Esta ebookelo.com - Página 127


era una de ellas, pero su programación ambulatoria lo restringió a una marcha que era menos que satisfactoria. Si tan sólo, pensó, pudiera moverse tan rápido como hablaba. A pesar de su limitación motriz, finalmente encontró a la general Organa, quien tenía una intensa plática con una especialista en tácticas. Ignorando el hecho de que era una discusión seria, el droide comenzó a hablar sin mayor preámbulo. —¡Princesa! Digo, ¡general! —Al escuchar el sonido familiar de la voz del droide de protocolo, Leia le indicó con un gesto a la técnico que se marchara—. Detesto presumir. Como sabe, durante mi última reconstrucción me instalaron un chip de humildad, aunque no puedo imaginar por qué alguien creyó que yo necesitaba tal accesorio; sin embargo, debo robarle un poco de su tiempo para celebrar mi desempeño. —¡C-3PO! —Leia no ocultó su molestia—. ¡No es momento para eso! —Creo que este momento es perfecto para esta clase de información, general — insistió orgullosamente el droide—. ¡Creo que he localizado con éxito a BB-8! De acuerdo con la información que recibí, está en el castillo de Maz Kanata, en Takodana. Leia suspiró por la sorpresa. —Maz… ¡sabía que podías hacerlo, C-3PO! ¡Buen trabajo! Te mereces un baño extra de aceite. —Leia se alejó murmurando para sí, seguida por la técnico—. Esto lo cambia todo. El portador de las buenas noticias se quedó solo, sin nadie con quién conversar. Como de costumbre, eso no lo inhibió. —¡Finalmente! El reconocimiento que merecía desde hace tanto. —Hizo una pausa, no para pensar, sino más bien para hacer una revisión interna. Luego habló de nuevo en voz alta—. Oh, cielos. ¡Creo que mi circuito de humildad podría estar fallando!

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XII

—¿PODRÍAS LLEVARLE EL DROIDE A LEIA? Todavía sentado a la mesa, Han apenas notó la conmoción al otro lado del atestado salón. Como Chewbacca y Rey no comentaron nada a su regreso, Han decidió no indagar. En ese momento estaba mucho más interesado en hablar con Maz y en conseguir que ella lo librara del problemático droide. —Sé lo importante que es para ella —finalizó. La respuesta de Maz resultó de todo menos útil. —Si es tan importante para ella, haz lo que te dije antes y llévaselo tú mismo. No importa si crees que ella quiere verte o no. Han, la primera vez que viniste a mí, tu decisión más importante, concerniente a tus vínculos más significativos, aún estaba por venir. —Meneó la cabeza—. Francamente, estoy sorprendida. Siempre fuiste bueno para prever el futuro. Creo que ahora es tu tiempo de mirar hacia atrás. Hacia las cosas y las personas que has dejado atrás. Tanta discusión y debate estaban cansando a Rey. Eso, junto con la confesión de Finn y el hecho de que los había abandonado, hizo que se preguntara, y no era la primera vez, qué estaba haciendo ahí. Se sentía perdida y sola. Igual, pensó, a cómo se había sentido en Jakku. «Sola»… «sola»… La palabra hizo eco en su mente, mientras permaneció ahí sentada. Bajo el peso de su soledad, la voz de Han parecía desvanecerse, al igual que la de Maz Kanata, hasta que no hubo nada a su alrededor más que un silencio tan profundo, como la hondura del espacio. Entonces, algo vino a llenarlo, algo sigiloso y difícil de identificar. Un sentimiento irreconocible, pero de alguna manera familiar. Rey se sintió atraída por él y se levantó. Inmersos en su plática, Han y Maz la ignoraron cuando se alejó de la mesa en dirección a un pasillo distante, pero BB-8 la siguió. Ahí había una antigua escalera de piedra que conducía hacia abajo. Al percibir la inquietud de Rey, BB-8 preguntó qué le pasaba. —No lo sé. Yo… tengo que ver. —Empezó a bajar la escalera y el droide la siguió, bajando trabajosamente los peldaños. La escalera terminaba en un pasillo subterráneo, oscuro y desierto. Rey se preguntó por qué estaría ahí. Y como ella misma no dio con la respuesta, siguió adelante. Aunque el pasillo no era largo, a ella le pareció así. Al final había una sola puerta. Casi parecía vibrar. BB-8 chirrió nerviosamente, pero ella lo ignoró. La puerta ebookelo.com - Página 129


tenía un cerrojo. Rey extendió la mano pero la retrajo cuando la puerta se abrió antes de que pudiera tocarla. La habitación estaba aún más oscura. Entre arcos de piedra y nichos vio cajas amontonadas en desorden y estantes llenos de bultos cubiertos de polvo. En el suelo estaba el busto de un humano barbudo, junto a un antiguo escudo confeccionado con un metal plateado desconocido. Gran parte de la colección estaba cubierta de lonas y telas. Las cosas parecían dispuestas sin ton ni son, sin orden de ningún tipo. Objetos de valor, sencillos cestos y manojos de plantas desconocidas estaban unos al lado de otros. Aunque sus propósitos y orígenes despertaban su curiosidad, los ignoró a todos. Siguió internándose en la habitación, en dirección a una mesa sobre la que descansaba una solitaria caja de madera. No había nada especialmente impresionante en ella, nada expresamente valioso o significativo. Sin embargo, de todas las cosas del recinto, Rey se sintió atraída sólo por la caja. A sus espaldas, el nervioso BB-8 no emitió ni un pitido. La caja no estaba cerrada con llave. La abrió. Una respiración lenta, pesada y mecánica llenó la habitación. Rey se giró y vio un impresionante vestíbulo cuya arquitectura recordaba a la del antiguo Imperio. Miró con más atención a la distancia y distinguió una sección de la famosa Ciudad de las Nubes. Dos figuras combatían a lo lejos. Alguien, en algún lugar, en algún momento, dijo su nombre. —¿Hola? —Envuelta en la irracionalidad del momento, llamó esperanzada, pero no recibió respuesta. Un niño apareció al final del pasillo. Ella caminó hacia él pero el mundo se puso al revés, lo que la hizo tropezar y caer sobre la pared, que se había convertido en el suelo. No era la cerámica adiamantada que acababa de ver sino pasto seco. Cerca de ahí, un sable de luz cayó al suelo. Una estocada fallida o una muestra de poder, ella no sabía cuál de las dos. Una mano apareció para levantarlo. El día se convirtió en noche, una noche de cielo ominoso y lleno de lluvia, frío y escalofriante hasta los huesos. Ella estaba de pie, estaba sentada, estaba mirando hacia arriba para ver a alguien, a un guerrero recibir toda la fuerza del sable de luz. Él gritó y cayó. Luego un campo de batalla a su alrededor. Rey puso una mano sobre su boca, se levantó y se giró. Se encontró frente a frente con siete figuras altas y encapuchadas, oscuras y amenazantes, todas armadas. Empapada y temblando, se tambaleó y cayó hacia atrás. Se giró y la luz del fuego la iluminó, fuego de un templo que se incendiaba a la distancia. Los siete desaparecieron. Un sonido la hizo girar y parpadeó sorprendida al ver una pequeña unidad R2 de color azul y plata. Una nueva figura apareció. Cayendo de rodillas, extendió hacia el droide un brazo artificial de metal, plástico y otros materiales con los que ella no estaba familiarizada. Cuando Rey parpadeó, ambos ebookelo.com - Página 130


desaparecieron. A su alrededor había ahora bosques nevados, estériles, sonidos de criaturas desconocidas del bosque y la convicción de que estaba perdiendo la cabeza. Una vez más se puso de pie, precedida por el vaho helado de su respiración. Hacia delante, no muy lejos, se escuchaban sonidos de batalla: los gritos de los heridos y el choque de las armas. A continuación, detrás de ella, otra voz. Aquella voz. —Quédate aquí. Volveré por ti. Ella se dio la vuelta y con los ojos vidriosos escudriñó desesperadamente los huecos oscuros entre los esbeltos árboles, tratando de penetrar en la oscuridad. —¿Dónde estás? —Comenzó a correr hacia la voz. —Volveré, cariño. Lo prometo. —¡Estoy aquí! ¡Aquí! ¿Dónde estás? No hubo respuesta. Empezó a correr de nuevo, pero la detuvo en seco una figura que apareció sin previo aviso de detrás de un árbol. Rey gritó y gritó de nuevo, y cayó hacia atrás, hacia atrás, cayendo de golpe en… Estaba en el pasillo subterráneo, sentada sobre la piedra antigua y fría, el corazón golpeteándole en el pecho como si acabara de correr desde su casa hasta el Puesto de Niima. —Ahí estás. La voz la hizo dar un salto. Pero sólo era Maz Kanata, de pie y sola en el pasillo, entre ella y la escalera. —¿Qué fue… eso? —balbuceó Rey, tratando de recuperar el aliento. Maz miró alternadamente a Rey y la puerta abierta. —Te llamó. Rey se levantó, tambaleante. Su mente todavía estaba alterada por aquella sucesión de pesadillas que se evaporaban rápidamente. BB-8 salió de la habitación y se colocó a su lado. —No… no debí entrar ahí. —Consciente de que podría haber invadido la privacidad de alguien, rápidamente se disculpó—. Lo lamento… —Escúchame. —Maz la observaba muy de cerca—. Sé que esto significa algo. Algo muy especial… —Tengo que volver. —Rey sacudió la cabeza, como si aquel simple movimiento pudiera, de alguna manera, borrar todo de su memoria. Maz se acercó. —Sí, Han me lo dijo. —Su voz ahora era suave, para nada el tono duro y sarcástico que había empleado hasta ese momento—. Lo que has estado esperando, a quien has estado esperando… puedo ver en tus ojos que lo has sabido todo el tiempo… Ellos no van a volver. Pero hay alguien que todavía podría. Con tu ayuda. Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Rey. Ya había tenido suficiente de todo aquello. Era demasiado. ebookelo.com - Página 131


—No —dijo simplemente. —Ese sable de luz perteneció a Luke. Y a su padre antes de él. El sable te buscó. La pertenencia que buscas no está detrás, está adelante. No soy una jedi pero conozco la Fuerza. Se mueve a través y alrededor de todo ser viviente. Cierra los ojos. Siéntela. La luz. Siempre ha estado ahí. Te guiará. El sable. Tómalo. Rey se limpió las lágrimas y dijo con firmeza: —Nunca volveré a tocar esa cosa. No quiero tener nada que ver con eso. Sin decir palabra, Rey se echó a correr hacia las escaleras. BB-8 aceleró y le siguió fácilmente el paso. Maz la vio marcharse y suspiró. Los conocimientos pueden enseñarse. Las habilidades pueden enseñarse. Incluso se podría enseñar algo de la Fuerza. Pero la paciencia debe aprenderse a solas.

La concentración masiva era realmente impresionante. Aquellos que estaban presentes nunca la olvidarían. Tal era el objetivo de aquellos eventos. Unos mil soldados de asalto y sus oficiales estaban en formación frente a una serie de cazas TIE y otras máquinas de guerra de menor envergadura. En torno a ellos se elevaban los edificios centrales de la Base Starkiller. Más altos incluso que los edificios eran los riscos nevados de la cordillera que los cercaba y que de forma simultánea ocultaba y protegía la parte central de la base del mundo que lo rodeaba. Regodeándose en el momento, el general Hux se situó a la cabeza de la asamblea, flanqueado por sus oficiales principales. Todos estaban alineados sobre una plataforma elevada, detrás de la cual había una enorme bandera carmesí y negro estampada con la insignia de la Primera Orden. Reforzada por amplificadores ingeniosamente ocultos, su voz retumbó en el patio de armas donde estaban reunidas las tropas. —¡Hoy es el final! ¡El final de un gobierno incapacitado por la corrupción! ¡El final de un régimen ilegítimo que tolera el desorden! En este preciso instante, en un sistema muy lejos de aquí, la Nueva República vive y jadea, tambaleándose, corrupta, ineficaz e incapaz de brindar apoyo alguno a la ciudadanía a la que pretende servir. Mientras tanto, miles de sistemas se marchitan y mueren sin ayuda, sin asistencia, sin esperanza. Ahogada en su propia decadencia, la Nueva República los ignora, sin saber que estos son sus últimos momentos. —Una mano bajó con un movimiento enérgico. —Esta máquina feroz que ustedes han construido, a la que han dedicado sus vidas y trabajo, y sobre la que nos encontramos ahora, llevará a su fin al inútil Senado y a sus indecisos miembros. A su preciada flota. Cuando este día termine, los cientos de sistemas restantes se inclinarán ante los dictados de la Primera Orden. ¡Y todos recordarán este como el último día de la última República! Hux dio media vuelta e hizo solemnemente una señal. Los miles de convocados ebookelo.com - Página 132


voltearon hacia el paisaje montañoso y nevado. Voltearon y esperaron. En lo profundo de la montaña, los ingenieros y los técnicos concluyeron el protocolo final de la nueva arma. Se realizó una última conexión. La plaza de armas estaba en silencio. Entonces, a una gran distancia, un brutal disparo de luz se elevó al cielo. A pesar de la lejanía del lugar del disparo, la luz era tan brillante que, aún con sus máscaras protectoras, varios soldados tuvieron que cubrirse los ojos. A la explosión siguió un violento rugido provocado por el desplazamiento de una enorme columna de la atmósfera. A pesar de la distancia, la onda de choque empujó a todos, y varios cayeron al suelo debido al terremoto que la siguió. Miles de criaturas voladoras se asustaron y remontaron el vuelo. Después de haber sido recogido por etapas por una inmensa variedad de colectores acoplados que estaban situados en el otro lado del planeta, un volumen tremendamente compacto de un tipo de energía oscura conocida como «quintaesencia» se había acumulado en el centro del planeta. Fijada en su lugar dentro de un núcleo de metal fundido y turbio por el potente campo magnético del planeta helado, amplificado por el campo de contención de la propia arma, creció hasta que no hubo nada con lo que pudiera comparársele, nada de origen natural, en aquel rincón de la galaxia. Clavado a una distancia predeterminada en el campo de contención había un inmenso cilindro hueco que ofrecía una vía de salida y garantizaba que, cuando se disparara el arma, la frágil superficie del planeta no sería desgarrada por los potentes terremotos. Para disparar el dispositivo, los ingenieros de armas abrieron una fisura en el campo de contención. A una velocidad increíble y acelerando exponencialmente, la quintaesencia concentrada escapó, transformándose en un estado conocido como «energía fantasma» y siguiendo la línea artificial de expulsión que se había previsto. Suponiendo que se había tenido en cuenta la rotación e inclinación del planeta, el disparo de energía fantasma concentrada viajaría siguiendo una trayectoria perfectamente recta y abriría una especie de gran desgarramiento en el hiperespacio hasta salir de la galaxia… o hasta encontrar en su trayectoria algo con la masa suficiente para interceptarlo.

Abrumada y agotada física y mentalmente, Rey por fin desaceleró hasta detenerse. Correr no solucionaba nada. Además, no tenía a dónde huir ni podía escapar de sí misma. Un chirrido electrónico familiar la hizo voltear. BB-8 desaceleró mientras se acercaba, pitando inquisitivamente. Ella estaba demasiado cansada como para responder a la preocupación del pequeño droide. —No —dijo ella haciendo un gesto—. Tienes que volver. —Más pitidos, pero ella sólo pudo menear la cabeza con aire cansado—. Pensé que era lo suficientemente fuerte. O lo suficientemente resistente. Pero no lo soy.

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Viajando más rápido que cualquier cosa jamás creada por medios artificiales, a través de un segmento desgarrado del espacio-tiempo, cuyas propiedades aún no se comprendían del todo, la bola brillante de energía concentrada alumbró el cielo nocturno sobre Ciudad República. La delegada de Leia, Korr Sella, estaba entre quienes miraban aquel fenómeno inexplicable que perturbaba el espacio, energizándolo e iluminándolo. Era como si un pequeño sol hubiera aparecido de la nada y se dirigiera directamente hacia el planeta donde estaba. El impacto tuvo la fuerza suficiente para penetrar en la corteza y el manto. Los científicos, estupefactos, asumieron que el planeta había sido golpeado por un asteroide. La realidad era peor, mucho peor. El orbe de la energía fantasma fue tan poderoso que, mientras se disipaba dentro del núcleo planetario, bloqueó el libre flujo de elíseo. Los gravitones, que normalmente se movían libremente y sin causar daño a través del planeta, fueron bloqueados repentinamente. Casi de inmediato, el flujo resultante de gravitones liberó suficiente calor para encender el núcleo… convirtiendo al planeta en algo que los astrofísicos llaman «mininova». La tremenda explosión de calor alcanzó rápidamente a los demás planetas del Sistema Hosnian, arrasando la vida y destruyendo asentamientos, instalaciones y puestos, así como cientos de naves de la flota de la República. La detonación dejó atrás una ardiente masa esférica. El hogar de la República se había convertido en un nuevo sistema binario, completamente desprovisto de vida.

Las alertas sonaron dentro de la base de la Resistencia como nunca antes. Todos los indicadores se encendieron, todas las sirenas se dispararon. La confusión reinó hasta que los sistemas de vigilancia y detección finalmente encontraron la explicación. Una explicación inconcebible. Desde su puesto, el teniente Brance miró a donde estaban Leia y C-3PO, incapaz de poner en palabras lo que sus instrumentos le estaban mostrando. —General, el comando de la República… todo el Sistema Hosnian… desapareció —dijo, mientras miraba con incredulidad sus lecturas. Un silencio de estupefacción inundó la cámara de control. Algunas catástrofes simplemente eran demasiado abrumadoras como para hablar de ellas tan pronto. Todos sabían que la tragedia no podía deberse a causas naturales: había sucedido demasiado rápido. Eso significaba que… —¿Cómo es posible? —Los instrumentos ópticos de C-3PO le permitían revisar una lectura tras otra sin tener que aproximarse físicamente a ellas—. No hay registros ni datos en relación con un arma de tal magnitud. —Miró a su derecha, repentinamente alarmado, al ver que Leia se tambaleaba—. General, ¿está bien? Leia se apoyó en una consola cercana. —Una gran perturbación… en la Fuerza. Muertes y desapariciones. Demasiada muerte, demasiadas desapariciones. —Se enderezó y, con expresión sombría, se ebookelo.com - Página 134


acercó al delgado y enjuto almirante Statura. A pesar de su larga experiencia en combate, el almirante estaba tan desconcertado como los demás. Lo que acababa de suceder era difícil de creer. —Almirante —dijo Leia—, debemos encontrar la localización de esta nueva arma. Tan pronto como sea posible y antes de que pueda ser utilizada de nuevo. Statura asintió lacónicamente. —Enviaré de inmediato una nave de reconocimiento. Leia aceptó con un gesto su respuesta. En ese momento, el capitán Wexley la llamó. —General, estamos listos. Leia supo que aquella sería una conferencia estratégica como ninguna otra, para hacer frente a una amenaza que superaba todo lo que la había antecedido. Dedicó un momento a recordar a su delegada, Sella, que había estado en la capital de la República cuando esta había sido destruida. Y otro momento para pensar en todos los que habían perecido, independientemente de sus creencias personales o políticas. Primero había sido Alderaan; ahora, el Sistema Hosnian. Nadie, pensó, debería ser testigo de la muerte de un planeta entero. Ella había presenciado la muerte de dos. No debía permitirse que sucediera otra vez.

La multitud de visitantes del antiguo castillo dirigió los ojos hacia el cielo. Había aparecido una luz, una nueva estrella lo suficientemente brillante para ser visible durante el día. Hubo mucha especulación acerca de su origen. Alguien sugirió que una estrella se había convertido en nova, pero no se sabía de enanas blancas en aquella sección del cielo. La aparición estelar era inexplicable, lo que produjo miedo e incertidumbre entre quienes miraban hacia arriba. Chewbacca sacó de una bolsa un ponipin y se lo entregó a Han. Este activó el pequeño dispositivo y lo apuntó hacia la luz en el cielo. De forma automática se conectó con los potentes instrumentos de navegación del Halcón Milenario y produjo una lectura en tiempo real del fragmento del espacio en cuestión. Detrás de los lentes del ponipin, informaciones y estadísticas se combinaron para generar una imagen de lo que ocurría en aquel rincón del cosmos. Antes de que Han dijera nada, sus temores se vieron confirmados por alguien detrás de él. —Era la República. La Primera Orden… ellos lo hicieron. —Finn miró hacia atrás de donde estaba Han y le preguntó preocupado—: ¿Dónde está Rey? Eso cambió inmediatamente el foco de atención de Han. —Pensé que estaba contigo. Una voz familiar, pero inusualmente contundente los interrumpió. Al voltear vieron a Maz acercándose. ebookelo.com - Página 135


—Ustedes tres vengan conmigo. Hay algo que deben ver. Maz había visitado poco antes el corredor subterráneo del castillo. No pensó que regresaría ahí pronto. Sin embargo, las circunstancias habían cambiado. Una puerta conocida se abrió para dejarla entrar junto con sus acompañantes. Estaba oscuro, lleno de tesoros, y sumida en las tinieblas, había una caja sobre una mesa. —Necesitarán esto. De la caja sacó un sable de luz. Finn lo miró con incertidumbre, pero pese a lo escaso de la luz, Han lo reconoció de inmediato. El sable de luz de Luke Skywalker. —¿De dónde sacaste eso? —quiso saber Han. —Larga historia. Muy buena… para otra ocasión. —Para sorpresa de todos, no le entregó el arma a Han ni a Chewbacca, sino a Finn—. Tu amiga corre grave peligro. Tómalo y encuentra a Rey. Finn miró fijamente el arma. Se ajustaba cómodamente a su mano. Más ligera que un bláster. ¿Era digno de tal regalo? Sólo el tiempo y las circunstancias lo decidirían. Un impacto potente y estruendoso sacudió el castillo, haciendo que del techo cayeran polvo y piedras. —Esas bestias —aseguró Maz—. Están aquí.

Para ser un droide tan pequeño, BB-8 era muy persistente. De rodillas junto a él, Rey seguía discutiendo. —No, no puedes. Tú tienes que volver. Tú eres importante. Mucho más que yo. Ellos te ayudarán a cumplir tu misión mejor de lo que yo podría hacerlo. Lo siento. Ella habría continuado de no ser por el rumor que ahogó sus palabras y los pitidos de miedo de BB-8. La flota de naves de la Primera Orden pasó sobre sus cabezas con dirección al castillo. El castillo donde todavía estaban sus amigos. Rey se echó a correr entre los árboles con dirección hacia él, y se detuvo en la parte superior de una ligera elevación. Con los ojos muy abiertos, deseó que sus amigos hubieran salido del complejo antes de que comenzara el ataque. Los cazas TIE reducían metódicamente las paredes y torres de piedra a polvo, mientras que otros acribillaban a los contrabandistas y comerciantes que corrían frenéticamente en busca de amparo. Su huida era inútil, ya que eran rápidamente interceptados por unos escuadrones de soldados de asalto que habían desembarcado cerca. Rey se dio la vuelta para correr en dirección contraria pero se detuvo al ver un transporte que aterrizaba a poca distancia. Sin la menor vacilación, la figura encapuchada de Kylo Ren emergió de la nave y avanzó dando zancadas para sumarse a la batalla. Aturdida, Rey sólo pudo seguirlo con la mirada. Ya había visto a aquel hombre en un sueño. En una pesadilla. A un lado de donde estaba, un árbol estalló en llamas, lanzando ramas astilladas ebookelo.com - Página 136


en todas direcciones. Uno de los escuadrones de soldados la había visto y abrió fuego. Rey se cubrió, desenfundó su bláster nuevo, apuntó y apretó el gatillo. Cuando el arma no disparó, Rey sufrió un ataque de pánico, pero de inmediato recordó que debía quitar el seguro. Una vez activada, el arma resultó ser tan precisa como funcional, derribó a dos de los soldados y le dio al resto una buena razón para abortar la persecución. Rey llamó a BB-8, quien llegó su lado en un instante, y se adentró de nuevo en el bosque, alejándose de la zona de combate. —Sigue adelante y mantente oculto —le dijo al droide—. Los mantendré alejados. —Un pitido quejumbroso suscitó una respuesta firme y valiente—: Yo también lo espero. Saliendo de detrás de las rocas y los árboles donde se habían resguardado de aquel disparo preciso y devastador que había derribado a dos de ellos, los soldados de asalto reanudaron la búsqueda, pero con más cautela que antes. Al ver a Ren avanzando entre los escombros, un soldado se apresuró a presentarle un reporte. —Señor, seguimos buscando a Solo, pero el droide fue visto dirigiéndose hacia el oeste con una chica. Ante esto, Ren no dijo nada, pero clavó la vista en la dirección indicada.

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XIII

A LA MITAD DEL EXÓTICO BOSQUE, Rey se sobresaltaba cada vez que escuchaba un sonido y miraba alarmada cada rama que movía el viento y cada hoja que caía. Sosteniendo firmemente el bláster, se abstuvo de disparar hacia el lugar donde percibió movimiento por temor a revelar su posición a sus perseguidores. Luego sintió que había algo justo delante; redujo su velocidad y levantó el bláster. Una figura salió de detrás de un árbol. Era la figura de la pesadilla, y blandía un sable de luz que no se parecía a ninguno de los que ella conocía por las historias que había leído. Su rayo era como una llama controlada de color rojo intenso y, cerca de la empuñadura, dos rayos cortos que se proyectaban hacia fuera, perpendiculares al eje principal. Rey disparó una y otra vez, pero el rayo del sable de luz desvió todas las descargas. «Es casi como un juego», pensó aterrorizada sin dejar de disparar. Él estaba jugando con ella. Finalmente, la figura se cansó de jugar. Levantó una mano, con la palma apuntando hacia ella. La mano de Rey se congeló en el arma, y comenzó a respirar trabajosamente. Trató de darse la vuelta, de correr, pero sus piernas se negaron a responder. Todo lo que pudo hacer fue quedarse ahí, entre los árboles, respirando lenta y superficialmente, mientras él se acercaba. Se detuvo a un metro de distancia y estudió su rostro desde detrás de la máscara. Cuando finalmente habló, parecía impresionado y sorprendido a la vez. —Tú me habrías matado. Sin saber nada de mí. Al comprobar que aún podía mover su boca y sus labios, ella respondió desafiante. —¿Por qué no iba a matarte? Sé sobre la Primera Orden. —Yo no diría eso. Pero no importa. La ignorancia de algo tan simple se remedia fácilmente. —Mientras hablaba, caminaba lentamente alrededor de su cuerpo paralizado. Ella trató de seguirlo con la mirada, pero no pudo girar la cabeza—. Asustada —murmuró él—. Sin embargo, yo debería ser el atemorizado. Tú disparaste primero. Tú hablas de la Orden como si fuéramos unos bárbaros. Y, sin embargo, fui yo quien se vio obligado a defenderse de ti. Tras rodearla, se acercó aún más, clavando la vista en la cara y los ojos de Rey. Entonces levantó el sable de luz rojo que sostenía… cerca de su piel, lo suficientemente cerca como para proyectar un resplandor rojo sobre ella. ebookelo.com - Página 138


—Algo. —Parecía desconcertado—. Hay algo… ¿quién eres?

Han y los otros se abrieron camino entre los escombros y, finalmente, llegaron a la salida. Se mantuvieron ocultos tras las paredes de piedra derrumbadas mientras revisaban el entorno. Maz se dirigió a Finn. —Vete. Encuentra a la chica y al droide. Finn volvió a mirar el camino que habían andado. —Perdí mi bláster. Necesito un arma. Con una fuerza sorprendente para alguien de su tamaño, Maz lo tomó de la muñeca con la que sostenía el sable de luz y lo levantó. —¡Tienes una! Él miró a Maz y luego el sable. ¿De verdad esperaba que él usara esa vieja arma ceremonial? Sabía de blásters y rifles de pulso, pero nunca había tenido un sable de luz en su vida. Tampoco conocía a nadie que lo hubiera tenido. Pero si Maz Kanata confiaba en él… Finn activó el dispositivo, admirando el rayo letal. El resplandor representó un excelente blanco para los soldados de asalto, que abrieron fuego contra ellos. Han y Chewbacca se cubrieron y respondieron a lo disparos. Nadie se percató de los soldados que llegaron por detrás, excepto Finn. Se abalanzó hacia ellos y tomó por sorpresa a un soldado con la hoja resplandeciente del sable de luz, luego a otro. Un tercero llegó a él con un arma de combate cuerpo a cuerpo y los dos empezaron a luchar. A pesar de que no tenía entrenamiento con el sable de luz, Finn era atlético y valiente. Sumado a esas características, el sable hizo de él un formidable combatiente.

Ren apagó el sable de luz y lo colgó de su cinturón sin dejar de contemplar a su inmóvil cautiva. Se acercó lentamente y tocó su cara, pero la presión que ejercía no era física. Rey se negó a mirarlo a los ojos y apartó la vista, forcejeando dolorosamente y casi sin atreverse a respirar. Si tan sólo pudiera liberar una mano, una pierna; pero ninguna parte de su cuerpo respondía a sus órdenes. Sorprendido por lo que había encontrado, Ren bajó la mano. Eximida de la intrusión mental, Rey dio grandes bocanadas de aire. Ren frunció el ceño; su renuencia a creer lo que había hallado se reflejó en sus comentarios. —Entonces, ¿es verdad? ¿No eres nadie especial? ¿Eres una simple chatarrera de Jakku? «¿Cómo sabe eso?», se preguntó Rey, mirándolo fijamente a los ojos. Ella no había pensado en eso. Había tratado de mantener la mente en blanco, su memoria bloqueada y, aún así, él había encontrado un camino. La tocó de nuevo. Esta vez el dolor que le provocó el esfuerzo de evitarlo hizo que unas lágrimas corrieran por su rostro. Él estaba dentro de su mente y sus pensamientos, y no había nada, ¡nada! que ebookelo.com - Página 139


pudiera hacer para mantenerlo fuera, para resistirse. Pero ella seguía intentando, intentando… —Hmm… —murmuró él en voz baja—. Conociste al traidor que estaba bajo mis órdenes. Un pequeño inconveniente que ya ha recibido más atención de la que merece. Lo encuentras más que tolerable. —Ren se echó ligeramente hacia atrás, perplejo—. Incluso has comenzado a estimarlo. Una debilidad; eso son tales distracciones. De pronto, puso su cara tan cerca de la de ella que casi se tocaban. —¡Lo viste! ¡El mapa! Está en tu mente ahora mismo… Ella apenas podía pasar saliva mientras se esforzaba por alejarse de él, por sacarlo de su mente. Quería gritar, pero él no se lo permitió.

El soldado que peleaba con Finn era grande, fuerte y ágil. Finn sabía que la lucha habría terminado hacía mucho si no fuera por el respeto que el soldado de asalto le guardaba al sable de luz. Eso no le impidió derribar finalmente a Finn y levantar su arma para dar el golpe final. Sin embargo, el soldado cayó súbitamente de espaldas, antes de que pudiera atacarlo. Finn se dio la vuelta, aliviado, y vio a Han correr hacia él, bláster en mano, seguido por Chewbacca. El hombre se agachó y, con fuerza inesperada, ayudó a Finn a ponerse de pie. —¿Estás bien, señor importante? Finn no pudo contener una sonrisa. —Estoy bien, sí, gracias. Fueron interrumpidos por la aparición repentina de una docena soldados de asalto que actuaban de manera coordinada y les apuntaban desde lo alto de un montón de escombros no muy lejano. Han empezó a levantar su arma, pero vaciló. Estaban fritos. —¡Suelten las armas! —ordenó el líder—. ¡Ahora! Rodeados de blásters, no tuvieron más remedio que obedecer. Un soldado caminó directamente hacia el sable de luz y lo recogió. Los pensamientos se arremolinaban en la cabeza de Han. Un segundo escuadrón apareció detrás de ellos. —¿Cómo vamos a salir de esta? Son demasiados —le dijo en voz baja a Chewbacca. Como no hubo respuesta alguna, agregó—: ¿Alguna idea? —El wookiee gimió una respuesta sucinta, a la que Han respondió con una mueca—. Qué gracioso. —Manos sobre la cabeza. Vamos. —El soldado hizo un gesto en dirección a un transporte estacionado—. Si intentan algo, les volaremos las piernas. No intentaron nada. Han sabía que hay momentos para correr riesgos y momentos para esperar una oportunidad. Lo que no esperaba era que esta aparecería tan pronto. Nunca se había alegrado tanto de ver a un escuadrón de X-wings. ebookelo.com - Página 140


Acompañadas por otras naves de ataque, las conocidas siluetas pasaron volando bajo y rápido, rugiendo sobre el lago y el bosque, mientras volaban en pedazos las naves de la Primera Orden, cuyos pilotos, creyéndose a salvo, habían aterrizado en las proximidades del castillo destruido. Chewbacca, perplejo, ladró con sorpresa ante la inesperada aparición de naves no pertenecientes a la República. —¡Es la Resistencia! —gritó Han, súbitamente esperanzado. Un X-wing en particular, marcado de negro, se abalanzó peligrosamente hacia abajo y atacó al nivel de las copas de los árboles. Disparando una y otra vez, destruyó cazas TIE estacionados, grupos de soldados y vehículos de apoyo. Quienquiera que estuviera pilotando la nave era capaz de disparar repetidamente sin desperdiciar una sola ráfaga de energía. Los prisioneros corrieron para resguardarse cuando otra explosión dispersó a sus captores, que intentaban defenderse sólo con armas de mano. Los tres se levantaron cuando el polvo se asentó lo suficiente para permitirles ver, y Han y Chewbacca recuperaron sus armas. Finn se inclinó para agarrar el bláster de un soldado, pero vaciló. Le llevó un momento encontrar el sable de luz que había caído. Dirigiendo la mirada hacia el cielo, siguió al X-wing teñido de negro que trazó un apretado arco mientras se preparaba para atacar de nuevo. —¡Ese es un piloto increíble! —comentó. —Sí —gritó Han, haciéndole señas al joven—. ¿Pero qué te parece si aprecias las maniobras desde un lugar seguro, antes de que te den un tiro?

Ren suspendió su sondeo al escuchar el sonido de las explosiones cercanas, pero no apartó su mano de la cara de Rey cuando volteó hacia el castillo en ruinas. Ella seguía de pie frente a él, incapaz de moverse, mirando impasiblemente a la distancia. Un puñado de soldados de asalto apareció entre los árboles y, respirando con dificultad, se acercaron a él. —Señor… —El líder tomó una bocanada de aire; su alarma y consternación eran evidentes—, ¡naves de la Resistencia! Ren reflexionó. Aunque técnicamente no estaba a cargo de las decisiones del campo de batalla, ningún oficial se atrevería a rechazar alguna decisión suya. —Retire a nuestras tropas. Tenemos lo que necesitamos. El líder del escuadrón saludó, se demoró un momento para mirar con fascinación cómo con un gesto de Ren la joven, inmóvil ante él, se derrumbaba, y luego se apresuró a transmitir la orden, no quería que notaran su interés en algo que no era de su incumbencia. No tenía ningún deseo de correr la misma suerte que la mujer.

El X-wing negro cayó en picada para destruir otro caza TIE que seguía en tierra. Los soldados de asalto que corrían para abordar sus transportes eran blancos fáciles para ebookelo.com - Página 141


los sobrevivientes del castillo. A dos de los que huían de los furiosos defensores los eliminó Finn, utilizando el bláster que había recogido. Mientras buscaba más rezagados, observó una figura singular que caminaba por la orilla del bosque. Ya casi apartaba la vista cuando notó e identificó la carga que un oficial vestido con capa llevaba hacia una nave de diseño atípico. El alma se le cayó al piso. —¡¡¡REY!!! Ignorando los disparos de las tropas en retirada y las explosiones que levantaban la tierra a su alrededor, Finn corrió hacia la nave de transporte, sólo para ver con impotencia cómo despegaba y se elevaba hacia las nubes. Irracionalmente, corrió tras la mancha oscura que se elevaba más y más, hasta que se redujo a un punto y finalmente desapareció. —¡No, no, no, no…! ¡Rey, Rey! Otras naves de la Primera Orden volaron en formación tras el transporte, formando una barrera impenetrable contra quienes quisieran perseguirlo. Utilizando dispositivos oculares mucho más sensibles que los de cualquier ser humano, BB-8 siguió al grupo de naves hasta que salieron de su campo de visión, en los confines del espacio. El droide hizo una pausa por un momento, reflexionando. Finn vio a Han y redujo la velocidad conforme se acercaba a él. Sin aliento y con lágrimas rodando por sus mejillas, le dijo: —¡Se la llevó! —Tomó una bocanada de aire—. ¡Se la llevó! ¿Lo viste? ¡Se llevó a Rey! Han empujó a Finn a un lado sin mirarlo. —¡Quítate de mi camino! Desconcertado, Finn se detuvo finalmente, con los ojos fijos en la espalda de Han. Estaba tan sorprendido que no supo cómo reaccionar. Luego vio a Maz, quien hablaba con BB-8 a poca distancia. —Sí, es verdad, ahora tienen a Rey —dijo Maz—. Pero no debemos perder la esperanza. —Miró al droide, que pitó tristemente—. Ve, comparte lo que tienes con tu gente. Te necesitan. Finn se acercó a ella y juntos vieron al droide alejarse. —Parece que este lugar necesita una buena limpieza, ¿eh? —dijo Maz. A continuación, la diminuta contrabandista lo miró a los ojos y sonrió satisfecha—. Oh, guau… Ahora veo algo más. —¿Qué cosa? —preguntó Finn. —Veo los ojos de un guerrero.

Han esperó a que el transporte de la Resistencia aterrizara por completo antes de acercarse al acceso principal. Con la atención fija en la entrada, sólo miró hacia abajo para hacerle un gesto a la redonda figura de BB-8, que se había colocado a su lado. ebookelo.com - Página 142


La presencia del droide confirmaba sus sospechas. Se sorprendería si su pronóstico de quién saldría primero del transporte fuera errado. De hecho, deseó estar equivocado. Pero no lo estuvo. Marido y mujer se encontraron frente a frente, mirándose por primera vez en años. En medio del humo y las ascuas arremolinadas por el viento, ninguno dijo nada. De atrás del símbolo en la puerta, C-3PO salió al campo quemado para confrontar al droide que permanecía inmóvil junto Han. —¡BB-8! Ven acá. Estoy aquí para ayudarte a traducir lo que… La atribulada conciencia de C-3PO tardó unos instantes en reconocer el rostro del hombre que acompañaba al droide esférico. Fue necesario un procesamiento visual adicional para que el droide de protocolo relacionara aquel rostro cambiado por el tiempo y la experiencia con las imágenes que guardaba en su memoria. —¡Oh! ¡Han Solo! ¡Soy yo, C-3PO! Es probable que no me reconozcas por el brazo rojo. —Volteó hacia la mujer que estaba en el umbral de transporte y continuó con entusiasmo—. ¡Mire quién es! ¡Han Solo! ¿No es…? Disculpe, princesa… es decir, general. Lo lamento. Ven, BB-8, debemos determinar un procedimiento para recuperar la información. Los dos droides se alejaron. Chewbacca buscó una distracción y comenzó a analizar la configuración de una arboleda cercana que de alguna manera había sobrevivido a la reciente conflagración. Han rompió finalmente el incómodo silencio y le dijo a Leia: —Te cambiaste el peinado. Ella miró la ropa de Han. —La misma chamarra. —No. Nueva chamarra. Incapaz de soportar un momento más, Chewie cedió a la emoción, dio un paso al frente y envolvió a Leia en un cálido abrazo que la hizo desaparecer momentáneamente dentro de una masa de pelos. Luego la soltó, gimió unas pocas palabras que contenían mucha más emoción de la que un extraño no familiarizado con el lenguaje wookiee podría percibir y abordó el transporte. Solos de nuevo, marido y mujer se abrazaron también. Han murmuró sobre su hombro: —Lo vi. Estuvo aquí. Al oír esto, ella cerró los ojos. Y los dos dejaron que el silencio los envolviera.

El terreno de D’Qar era verde y frondoso, con árboles que opacaban a los de otros planetas por su tamaño y belleza. Con cuidado de no dañar a uno solo de aquellos inmensos especímenes, el escuadrón de la Resistencia descendió entre ellos. Montículos cubiertos de hierba camuflaban hangares y otras estructuras. Los técnicos de la Resistencia estaban por ebookelo.com - Página 143


todas partes, reparando naves dañadas, tendiendo cables, limpiando y renovando. La base era un hervidero de actividad prácticamente oculto desde arriba. Un equipo de restauración estaba trabajando duro en el Halcón Milenario, un patito feo entre los Xwings y las embarcaciones de apoyo más pulidas. Finn echó a correr cuando vio a cierto individuo en la cabina de un X-wing que acababa de aterrizar. Pese a que iba rápido, no fue rival para BB-8, que avanzó a máxima velocidad y casi lo derriba en su prisa por llegar al caza con la insignia negra. La cubierta ya estaba levantada; el piloto se había quitado el casco y charlaba con uno de los técnicos mientras descendía de la cabina. Poe Dameron. Con razón, pensó Finn, él y los demás se habían maravillado ante la habilidad del piloto durante el contraataque en el castillo de Maz. Aquel era, indiscutiblemente, el mejor piloto de la Resistencia. Su presencia, sin embargo, era un desafío para el sentido común. Finn se limitó a mirarlo sin poder creer lo que estaba viendo. El piloto estaba de rodillas junto a BB-8, charlando y asintiendo a lo que el droide le decía. Tardó unos instantes en mirar hacia arriba y a su derecha. Cuando reconoció a Finn, su rostro expresó tanta sorpresa como el del exsoldado de asalto. Sonriendo, se levantó e hizo un gesto a Finn, quien continuaba avanzando hacia él. Por un momento sólo se miraron, azorados de encontrarse uno al otro con vida. Finn sacudió la cabeza, incrédulo. —Poe —dijo—. Poe Dameron. El mejor piloto en la Resistencia. Puedo dar fe de ello porque pude verlo en acción. Diablos, ¡yo estuve en la acción con él! —¡Finn! —gritó el otro hombre con una sonrisa—. El soldado más valiente de la… bueno, exsoldado. —Se abrazaron y luego dieron un paso atrás—. ¡Estás vivo! —La observación de Finn reflejaba una emoción sincera. —Tú también —dijo Poe, añadiendo lo obvio. Finn lo estudió atentamente. —Te ves de una sola pieza. No puedo creerlo. Pensé que estabas muerto, atrapado en aquel caza TIE que robamos. Yo activé la eyección. Cuando finalmente encontré los restos de la nave, te busqué. Saqué tu chamarra antes de que la arena se tragara todo lo demás. ¿Qué te pasó? —No estaba muerto, perdí la conciencia momentáneamente —explicó el piloto—. La recobré a tiempo para ver que habías salido. Logré contrarrestar la caída en picada el tiempo suficiente para aterrizar. El impacto me lanzó lejos. Me desperté en la noche; no estabas tú ni la nave ni nada. Me puse a buscar, pero en la dirección equivocada. Me recogió un comerciante ambulante. —Poe sonrió—. Algún día te contaré todo. —Un pitido quejumbroso lo hizo voltear y mirar hacia abajo—. BB-8 dice que lo salvaste. Finn miró al droide. —No fui sólo yo. —Una sonrisa se dibujó lentamente en su rostro y sus ojos ebookelo.com - Página 144


brillaron—. Algún día te contaré todo. —De cualquier manera, completaste mi misión. —Poe señaló con un ademán su entorno—. BB-8 está aquí, donde se supone que debía llegar. Y por si eso fuera poco, salvaste mi chamarra. Finn empezó a quitársela. —Oh, lo siento… ten. Poe sonrió de nuevo. —No, no, es broma. Quédatela, te queda bien. —Levantó un brazo—. Tengo una nueva. Me queda bien. —Su voz se volvió sombría—. Eres un buen hombre, Finn. La Resistencia necesita la ayuda de más personas como tú. —Poe… necesito tu ayuda. El piloto se encogió de hombros. —Lo que sea. —Tengo que hablar con la general Organa —le dijo Finn—. ¿Puedes ayudarme con eso?

El centro de mando de la base estaba enterrado en la vegetación nativa y era vigilado por guardias en múltiples niveles. Gracias a que todos reconocían a Poe, no tuvo dificultades para internarse cada vez más en el complejo ni para llevar a su amigo con él. Cuando llegaron a la sala de conferencias, encontraron a Leia conversando seriamente con varios oficiales de alto nivel de la Resistencia. Gracias a su entrenamiento, Finn reconoció entre ellos a los prominentes almirantes Statura y Ackbar. Todos voltearon cuando los dos jóvenes entraron. Sin vacilar, Poe se dirigió directamente a Leia. —General Organa, siento interrumpir, pero… —Señaló con un gesto a su acompañante—, él es Finn y necesita hablar con usted. Disculpándose, se apartó de los oficiales y le dijo directamente a Finn. —Y yo necesito hablar con él. —Leia tomó la mano de Finn. Tenía unos ojos oscuros que habían visto demasiado, pensó Finn mientras la miraba. —Eso que hiciste fue increíblemente valiente. Renunciar a la Primera Orden es algo casi inaudito. Haber hecho eso y luego a agravar el riesgo salvando la vida de este hombre, demuestra que eres… Era evidente que había sido plenamente informada sobre las hazañas de Finn. Pero nada de eso importaba ahora. De todos modos, se había hecho inmune a los elogios que no creía merecer. Lo importante era que cada momento que pasaba se había convertido en algo precioso para él. De otra manera, nunca se hubiera atrevido a interrumpir a alguien como la general Organa. —Gracias, señora, pero estoy aquí para hablar de una amiga mía que fue ebookelo.com - Página 145


convertida en prisionera durante el enfrentamiento en Takodana. Ella asintió con la cabeza. —Han me habló de la chica. Lo siento. Ese comentario sobresaltó a Finn, pero antes de que pudiera decir más, Poe lo interrumpió. Él haría casi cualquier cosa para ayudar a Finn, pero las necesidades de la Resistencia se sobreponían a las preocupaciones personales de cada uno de sus miembros. —Finn está familiarizado con el arma que destruyó el Sistema Hosnian, trabajó en el planeta donde se encuentra la base. La emoción de Leia era evidente. —¿Trabajaste en el arma? —No —precisó Finn—. Soy soldado, no ingeniero ni físico. Pero recibí entrenamiento técnico y ahí se nos habló sobre el propósito de la base. No puedo decirle cómo funciona el arma; la ciencia está más allá de mi comprensión. Pero sí sé dónde está y, sobre todo, sé desde dónde se controla. —No había razón para mantenerla oculta de la gente que la custodiaría —señaló Poe con alegría tranquila—. Los soldados de asalto nunca desertan. —Necesitamos desesperadamente saber todo lo que puedas decirnos —le dijo Leia a Finn—. Ni siquiera sabíamos que existía tal arma hasta que el Sistema Hosnian fue aniquilado. —Se encuentra en el planeta donde está la base principal de la Primera Orden — le dijo Finn—. Estoy seguro de que es a donde se llevaron a mi amiga. Tengo que ir ahí, pronto. —Voy a tratar de ayudarte —respondió ella—. Tienes mi palabra. Estoy segura de que entiendes que debido a lo que pasó con el Sistema Hosnian, la Resistencia tiene en este momento otras prioridades. Pero si llegan a coincidir… —Leia hizo una pausa, y Finn tuvo la impresión de que la urgencia por encontrar a alguien era algo que ella entendía perfectamente bien—. Entonces, haremos nuestro mejor esfuerzo por encontrar a tu amiga —concluyó. Luego señaló al grupo cercano de oficiales—. En este momento necesito que le digas al almirante Ackbar todo lo que sabes. Todo lo que puedas recordar acerca de la base de la Primera Orden, hasta el más mínimo y aparentemente banal detalle. —Hizo otra pausa, perdida en sus pensamientos—. La chica —preguntó con voz más firme—. ¿Qué me puedes decir sobre ella que pudiera ayudarnos a localizarla? ¿Cómo se llama? Finn se esforzó por contener sus emociones. —Rey. Una voz fuerte, no humana, retumbó detrás de Finn. Volteó y se encontró mirando los separados ojos del almirante Ackbar. —Venga conmigo, joven. Me gustaría escuchar todo lo que pueda decir, y yo, por mi parte, tengo una gran cantidad de preguntas que hacerle.

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Sentado en la cama del escáner de la unidad médica, Chewbacca esperaba tranquilo mientras la doctora Kalonia trabajaba en el hombro lesionado del wookiee. De cabello oscuro y ojos amables, ella era mucho más hábil que Finn, y el dispositivo que empleaba no producía dolor ni siquiera cuando estaba en funcionamiento. A medida que el malestar disminuía, Chewie le gruñía con aprecio a la doctora. —No hay de qué. El wookiee revisó su herida. Al ver que casi todas las marcas habían desaparecido, gimió aliviado. —Eso suena muy aterrador —comentó Kalonia sin dejar de trabajar. Otra serie de gruñidos suaves—. Sí, en verdad eres muy valiente.

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XIV

LA BÚSQUEDA LE TOMÓ A BB-8 un poco de tiempo, pero finalmente halló lo que deseaba encontrar, o más bien, a quien buscaba. O tal vez ambas cosas, ya que un droide inteligente cumplía los requisitos para considerarse tanto un qué como un quién. Rodó a través del oscuro y polvoriento almacén hacia la unidad R2 y emitió un saludo; era una secuencia de transmisión demasiado rápida y complicada como para que algún humano pudiera seguirla. No importaba. No hubo respuesta por parte de la unidad R2 inmóvil. BB-8 intentó de nuevo, utilizando un lenguaje droide diferente. Al ver que eso también fallaba, se desplazó y dio a la unidad mecánica un empujón contundente. Como todo lo demás, eso tampoco generó una respuesta. Observando la fallida interacción, C-3PO salió de las sombras. —Estás perdiendo el tiempo, me temo. Es muy improbable que R2 tenga el resto del mapa en su copia de seguridad. —Cuando BB-8 preguntó al droide de protocolo, C-3PO respondió sin dudarlo. —Ha estado bloqueado en el modo de bajo consumo autoimpuesto. Simplemente no ha sido el mismo desde que el amo Luke se fue. Una voz diferente, la de un ser humano en esta ocasión, lo llamó. —¡BB-8! En respuesta, el droide esférico se acercó de mala gana al oficial que los había interrumpido. —¡La general te necesita! Pitando una despedida cortés a C-3PO y una reflexión final al silencioso R2-D2, BB-8 siguió al oficial fuera del área de almacenamiento. Detrás de ellos, C-3PO se inclinó sobre su viejo amigo. —Oh, inténtalo y anímate, R2. Esta forzada inmovilidad no es buena para ti. Tus circuitos cognitivos se atrofiarán por falta de uso. Su insistencia no fue más eficaz que el autoritario interrogatorio de BB-8. La unidad R2 permaneció como estaba: en silencio, inmóvil e indiferente.

En la sala principal de conferencias, C-3PO trabajaba a un costado de BB-8, mientras Han y otros oficiales miraban. Cumpliendo las órdenes del droide de protocolo, BB-8 abrió un puerto bloqueado y sellado. ebookelo.com - Página 148


—Ah, gracias. Eso es. C-3PO sacó de él un pequeño dispositivo. Se volteó y lo insertó en la ranura correspondiente en la mesa de proyección multilateral que estaba en el centro de la habitación. Al instante, un mapa tridimensional llenó el espacio por encima del aparato, con estrellas, nebulosas y otros fenómenos estelares. Leia estudió la proyección atentamente. Pero aunque sus ojos analizaron cuidadosamente aquel cosmos compactado, no pudo encontrar lo que buscaba. Su insatisfacción era evidente. A pesar de que estaba igual de decepcionado, C-3PO no estaba programado para demostrarlo. En cambio, se limitó a expresar un lamento racional. —General, aunque ya he completado un análisis preliminar, le comunicaré mi conclusión cuando haya terminado la comparación entre la información de este mapa y la que se encuentra en nuestra base de datos. Listo. He terminado. Por desgracia, tengo que concluir que este mapa contiene datos insuficientes para acoplarlo a algún sistema de nuestros registros. Han habló desde un rincón. —Te lo dije. Leia no le hizo caso. —¡Qué tonta fui al pensar que encontraríamos a Luke y lo traeríamos de vuelta! Han se acercó a ella. —Leia… Ella le gruñó. —No hagas eso. Eso lo detuvo en seco. —¿Hacer qué? Ella respondió con voz plana. —Ser amable conmigo. —Se dio la vuelta y salió dando zancadas. Han la siguió, desconcertado. Aunque la alcanzó con facilidad, ella no se detuvo ni lo miró. —Oye, estoy aquí para ayudar —le dijo. Ella continuó caminando con la mirada fija al frente. —¿Y cuándo fuiste de ayuda? Y no digas «la Estrella de la Muerte». Frustrado, se paró delante de ella para bloquear su camino. Cuando volvió a hablar, su tono se suavizó hasta parecer que estaba suplicando… tanto como Han Solo era capaz de suplicar. —¿Puedes detenerte y escucharme un minuto, por favor? Su cambio de tono la apaciguó más que cualquier otra cosa. Lo miró con impaciencia. —Estoy escuchando, Han. —Yo no tenía intención de venir aquí —explicó—. Sé que cada vez que me miras lo recuerdas a él, así que me mantuve lejos. ebookelo.com - Página 149


Ella lo miró fijamente, meneando lentamente la cabeza. —¿Eso es lo que piensas? ¿Que no quiero que me lo recuerden? ¿Que quiero olvidarlo? Lo quiero de vuelta. ¿Qué podía decir a eso? ¿Qué posible respuesta podría dar a la negación deliberada de la razón? —Se ha ido, Leia. Él siempre se sintió atraído por el lado oscuro. No hay nada que hubiéramos podido hacer para detenerlo, sin importar cuánto nos esforzáramos. —Le fue difícil decir las últimas palabras—: Había mucho de Vader en él. —Es por eso que quise que entrenara con Luke —dijo Leia—. Sólo no debí mandarlo lejos. Fue entonces cuando lo perdí. Cuando los perdí a ambos. Han bajó la cabeza. —Los dos tuvimos que lidiar con esto a nuestra manera. —Se encogió de hombros—. Yo volví a lo único en lo que alguna vez fui bueno. —Ambos lo hicimos —admitió Leia. Él la miró fijamente a los ojos. —Hemos perdido a nuestro hijo para siempre. Leia se mordió el labio inferior, negándose a aceptarlo. —No. Fue Snoke. Han retrocedió un poco. —¿Snoke? Ella asintió. —Sabía que la Fuerza sería intensa en nuestro hijo, que había nacido con igual potencial para el bien y para el mal. —¿Lo supiste desde el principio? ¿Por qué no me lo dijiste? Ella suspiró. —Por muchas razones. Tenía la esperanza de estar equivocada, de que no fuera cierto. Pensé que podía influir en él y alejarlo del lado oscuro sin tener que involucrarte. —Apareció una pequeña sonrisa—. Tú tenías… tienes cualidades maravillosas, Han, pero la paciencia y la comprensión no están entre ellas. Tenía miedo de que tus reacciones sólo lo condujeran más hacia el lado oscuro. Pensé que podía protegerlo a él de la influencia de Snoke y a ti de lo que estaba sucediendo. — Su voz se apagó—. Está claro que estaba equivocada. Quizá si te hubiera involucrado, todo sería diferente; nunca lo sabremos. Han no podía creer lo que escuchaba. —Así que Snoke estaba vigilando a nuestro hijo. —Siempre —dijo ella—. Desde las sombras, desde el principio, incluso antes de que yo me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, él estaba manipulándolo todo, atrayendo a nuestro hijo hacia el lado oscuro. Pero nada es imposible, Han. Ni siquiera ahora, después de tanto tiempo. Tengo la sensación de que si alguien puede salvarlo, ese eres tú. Han quiso reír burlonamente. Si lo hiciera, sabía que Leia nunca le dirigiría la ebookelo.com - Página 150


palabra de nuevo. —¿Yo? No. Si Luke no pudo hacerlo, con todas sus habilidades y entrenamiento, ¿cómo podría hacerlo yo? Ella asintió lentamente. —Luke es un jedi, pero tú eres su padre. Todavía hay luz en él. Lo sé.

El complejo aparato de restricción mantenía a Rey en posición vertical contra una plataforma inclinada dentro de la celda. Se despertó lentamente. Desorientada, al principio pensó que estaba sola. Su confusión era comprensible, ya que la otra persona en la zona de detención no se movía, no hacía sonido alguno, y a veces apenas parecía que respiraba. Aunque sorprendida por la presencia inquietante y silenciosa, Rey se tomó un momento para observar su entorno. No podían ser más diferentes que los anteriores. Lo último que recordaba era la confrontación en el bosque de Takodana, los sonidos de la batalla y haber despachado al droide BB-8. Eso y luego el sondeo mental. El dolor. Sus intentos de rechazarlo, y la facilidad con la que sus defensas mentales habían sido derribadas. Todavía sentía un dolor persistente en la parte posterior de los ojos. El bosque se había ido, igual que el castillo de Maz. Sin un punto de referencia, su única opción fue preguntar. —¿Dónde estoy? —¿La ubicación física importa tanto? —La voz de Kylo Ren denotó una dulzura inesperada. No precisamente compasiva, pero sí menos hostil que aquella con que se había confrontado en el bosque—. Eres mi invitada. Con una facilidad que era más aterradora que cualquier acercamiento físico, Ren hizo un ademán en su dirección. Se escucharon un par de clicks, y los grilletes dejaron libres sus brazos. Ella trató de disimular su impresión mientras se frotaba las muñecas. Lo último que quería era que él pensara que podía intimidarla más de lo que ya lo estaba. Miró alrededor de la habitación y confirmó que estaban solos. —¿Dónde están los otros, los que estaban peleando conmigo? Resopló con desdén. —¿Te refieres a los traidores, asesinos y ladrones que llamas «amigos»? Escucha con atención: podría decirte que todos murieron, que recibieron una muerte justa en batalla. Pero prefiero ser honesto contigo desde el principio. Te sentirás aliviada al saber que ignoro por completo su localización y estado actual. Rey lo miró fijamente. Aunque de momento estaba calmado, ella no podía dejar de pensar que una palabra equivocada, una respuesta insatisfactoria podían hacerlo explotar. «Ten mucho cuidado con esta persona», se dijo. Él la miró como si hubiera hablado en voz alta. Debido a su incapacidad para ocultarle sus emociones, bien podría haber dicho en voz alta lo que pensaba. ebookelo.com - Página 151


—Todavía quieres matarme —murmuró. Su verdadero yo salió a flote y la hizo responder sin tacto alguno, a pesar del peligro. —Eso es lo que pasa cuando eres cazado por una criatura con máscara. Ella tuvo un momento para ponderar su posible reacción y temerla. Pero él no hizo lo que esperaba. En cambio, extendió la mano, desabrochó su máscara y se la quitó. Rey se limitó a mirarlo en silencio. La cara delgada que la miraba no tenía ningún rasgo notable. Parecía casi sensible. De no ser por la intensidad de su mirada, Ren podría haber pasado por alguien que ella hubiera conocido en las polvorientas calles del Puesto de Niima. Pero estaba… esa mirada. La mirada y algo que ardía detrás de ella. —¿Es verdad? —preguntó él finalmente—. ¿Eres una simple chatarrera? —Ella no respondió y él, tal vez al sentir su vergüenza, cambió de tema—. Háblame del droide. Rey tragó saliva. —Es una unidad de BB con lector de selenium y vindicador hyperscan térmico, sistema de propulsión giroscópica autocorrectora, dispositivo óptico ajustado a… —Estoy familiarizado con las especificaciones técnicas del droide. No quiero adquirir uno: lo que quiero se encuentra en su memoria. Lleva una sección de un mapa de navegación transgaláctica. Tenemos el resto, que recuperamos de los archivos del Imperio. Necesitamos la última parte. De alguna manera, tú convenciste al droide para que te lo mostrara. A ti. A una simple y solitaria chatarrera. ¿Cómo es posible? Ella miró hacia otro lado. ¿Cómo sabía eso? ¿Por los mismos medios que había usado para averiguar todo lo demás? —Sé que has visto el mapa —repitió—. Es lo que necesito. Por el momento es todo lo que necesito. —Al ver que ella se mantenía en silencio, casi suspiró—. Puedo tomar lo que quiera. Los músculos de Rey se tensaron. —Entonces no necesitas que te diga nada. —Cierto. —Ren se levantó, resignado—. Yo hubiera preferido evitar esto. A pesar de lo que tal vez creas, no me proporciona ningún placer. Lo haré con toda la delicadeza que pueda, pero voy a tomar lo que necesito. Rey sabía que tratar de resistirse físicamente no sólo sería inútil, sino que probablemente sería algo tan desagradable que prefería no imaginarlo, así que permaneció inmóvil y en silencio, con los brazos a los costados, mientras la mano de él se elevó hacia su cara. Él la tocó otra vez, como lo había hecho en el bosque de Takodana. Y titubeó. ¿Qué había sido eso? Había algo allí. Algo inesperado. Mientras ella se esforzaba por resistirse al sondeo, él empujaba dentro de ella, apartando sus torpes intentos de mantenerlo fuera. Mientras investigaba en su mente, ebookelo.com - Página 152


habló en voz baja. —Has estado muy sola —murmuró, mientras buscaba lo que necesitaba—. Has tenido miedo de irte. —Una leve sonrisa cruzó su rostro—. Por la noche, desesperada por dormir, imaginas un océano. Puedo verlo… Puedo ver la isla. Las lágrimas corrían por el rostro de Rey debido al esfuerzo que hacía para resistirse. Cada vez más desesperada, trató de golpearlo. Pero tal como había pasado en Takodana, su cuerpo se negó a responder. —Y Han Solo —continuó Ren despiadadamente—. Sientes como si fuera el padre que nunca tuviste. Esa idea es un callejón sin salida. Olvídala. Puedo decirte por experiencia que te habría decepcionado. Toda la rabia y el terror acumulados en su interior salieron cuando se encontró con su mirada. —Sal de mi cabeza. Esto sólo provocó que se acercara más, aumentando su sentimiento de impotencia. —Rey… has visto el mapa. Está ahí. Y yo voy a tomarlo. No tengas miedo. Ella no supo de dónde salió la fuerza para desafiarlo, pero su voz pareció más firme. —No te voy a dar nada. Ren no pareció preocuparse. —Ya veremos. Estrechó su foco de atención y clavó la mirada en los ojos de ella. Ella la sostuvo sin mirar hacia otro lado. Debió apartarla. Hubiera sido lo más razonable, lo más sensato. En lugar de ello, lo miró sin hacer ni una mueca, sin parpadear. «Ah», pensó Ren. «Ahí hay algo, algo interesante». No era la imagen del mapa, eso tardaría un poco más. Pero sí era algo digno de investigar. Dirigió su percepción hacia eso, tratando de identificarlo, de analizarlo, de… La barrera que encontró lo detuvo en seco. Y entonces fue él, Kylo Ren, quien parpadeó. No tenía sentido. Empujó duro con su mente, pero la sonda no llegó a ninguna parte. Una expresión de asombro sustituyó la de miedo cuando Rey se descubrió dentro de la mente de él. Aturdida, se sintió inexorablemente atraída hacia… hacia… —Tú… —Se oyó decir claramente—. ¡Tienes miedo de no ser nunca tan fuerte como… Darth Vader! Ren apartó bruscamente la mano de su mejilla, como si de pronto su piel estuviera ardiendo al rojo vivo. Confundido y conmocionado se echó hacia atrás, tambaleándose. Rey lo siguió con la mirada. Sus ojos eran los mismos, pero algo había cambiado, algo detrás de ellos, en su mirada y en su postura. Ren se dirigió a la salida y, en el último momento, hizo un ademán enérgico en su dirección. Los grilletes que la habían tenido sujeta volvieron a cerrarse, asegurándola una vez más a la plataforma inclinada. Ren se puso la máscara y se fue. ebookelo.com - Página 153


Aturdido, llegó al pasillo y descubrió que estaba jadeando. Eso en sí mismo era inquietante. No sabía qué había sucedido en la celda y, por lo tanto, no sabía qué hacer. Pero no tuvo más tiempo para seguir desconcertado. Un soldado de asalto apareció y se dirigió a donde estaba. Ren se enderezó y se recompuso. El soldado se detuvo. Su evidente incomodidad al tener que hablar con Ren fortaleció el ánimo de su superior. —¡Señor! El Líder Supremo ha solicitado su presencia. Ren asintió y se dirigió al lugar del encuentro, acompañado por el soldado. Este último no prestó atención cuando el personaje alto a quien escoltaba volteaba a ver por encima de su hombro. En la celda de detención, Rey se recargó en la plataforma. El hecho de que pudiera relajarse era significativo. Algo de gran importancia acababa de ocurrir. Cómo y por qué, no lo sabía. Pese a su situación actual, se sintió reanimada, aunque el porqué seguía siendo un misterio. Pero una cosa estaba clara. Iba a tener bastante tiempo para meditarlo.

En la sala de conferencias principal de la base de D’Qar, una sesión estratégica había congregado a los líderes de la Resistencia. Leia, Poe, C-3PO, Han y varios oficiales importantes, incluyendo a Statura y Ackbar, estaban reunidos alrededor del mapa tridimensional de un planeta congelado y aislado que hasta ahora no había merecido ni la visita de una nave de comercio menor. Finn estaba presente también, ya que había sido su información sobre el planeta en cuestión la que motivó la reunión. —Los datos obtenidos por el vuelo de reconocimiento del capitán Snap Wexley confirman todo lo que nos ha dicho Finn —anunció Poe al grupo. Wexley habló. —Han construido un nuevo tipo de arma hiperespacial dentro del propio planeta. Algo que puede disparar a través de distancias interestelares en el equivalente al tiempo real. —Su expresión mostró su incredulidad—. He recibido cierta formación técnica, pero ni siquiera puedo imaginar cómo eso es posible. Esta vez Finn respondió. —Yo tampoco, pero quienes fuimos asignados a la base escuchamos rumores de que no opera en lo que llamaríamos el hiperespacio normal. Dispara a través de un agujero en el continuo que él mismo hace. Todos lo llamaban «subhiperespacio». Así es como puede atravesar en un instante una distancia como la que existe entre la base y el Sistema Hosnian. La cantidad de energía necesaria para hacer eso es… —Su voz se fue apagando—. Bueno, hemos visto la cantidad de energía que ocupa. Todo lo que sé es que implica una gran cantidad de ceros después del número primario. Wexley asintió lentamente. —No sabemos cómo describir adecuadamente un arma de esta escala. Nuestra gente ha propuesto algunas ideas en relación con el rápido calentamiento y posterior ebookelo.com - Página 154


implosión de un núcleo planetario, pero el mecanismo necesario para inducirlo hasta ahora está más allá de su comprensión. Uno de los oficiales de mayor antigüedad gesticuló bruscamente y con una expresión de horror en su rostro dijo: —¡Es otra Estrella de la Muerte! La expresión de Poe se tensó. —Ojalá ese fuera el caso, mayor Ematt. Pero si juntamos el análisis de todo lo que Finn nos dijo con la información que hemos podido reunir, esto es a lo que nos estamos enfrentando. —Hizo un ademán sobre unos controles que tenía a la mano. Una imagen de la Estrella de la Muerte apareció junto a la del planeta congelado. —Esta era la Estrella de la Muerte —señaló el piloto. Activó otro control y la imagen se redujo a casi nada, hasta ser una pequeña esfera al lado del planeta frío—. Esta es la Base Starkiller, según los datos de Finn. Leia se quedó mirando la odiosa imagen. Si no fuera por el hecho de que había decenas de millones de muertes de por medio, la comparación hubiera sido risible. Una vez más la inundaron los recuerdos de la destrucción de Alderaan y una vez más tuvo que apartarlos de su mente. —¿Cómo pueden proveer de energía a un arma de tal magnitud? —preguntó. Poe y Ackbar voltearon a ver a Finn, quien, inseguro, vaciló. No era científico ni ingeniero, ni siquiera técnico. Sí, había oído varias conversaciones relacionadas con el tema, pero teniendo en cuenta lo que estaba en juego y que la información que tenía la había obtenido de oídas, se mostró renuente a compartirla. Leia percibió su vacilación y quiso animarlo. —Finn, por favor, di lo que sabes. Él la miró. —No puedo corroborar la autenticidad de lo que he escuchado y de lo que me han dicho. —Sea lo que sea, es más de lo que sabemos —aseguró ella—. Dinos y deja que nuestros técnicos juzguen tus palabras. Finn respiró hondo e hizo un gesto en dirección a la imagen de la base. —Como ya saben, me asignaron allí. En el desempeño de mis funciones, me enviaron a múltiples lugares de todo el planeta. Uno de ellos está en el lado opuesto de donde se descarga el arma. Statura, incrédulo, lo interrumpió. —¿El sistema del arma se encuentra en ambos lados del planeta? Finn miró al almirante. —No sólo está situado en ambos lados, el sistema se extiende a través del núcleo del planeta. Todos los reunidos alrededor de la consola de proyección murmuraron con incredulidad. —Hasta donde tengo entendido —continuó Finn—, enormes cantidades de ebookelo.com - Página 155


recolectores especiales usan el poder de un sol para atraer y enviar energía oscura a una unidad de almacenamiento en el núcleo del planeta, donde se mantiene y acumula hasta que el arma está lista para disparar. —Imposible —insistió Ackbar—. Aunque sabemos que en el universo hay más energía oscura que cualquier otra cosa y que está en todas partes a nuestro alrededor, es tan difusa que apenas puede detectarse, ya no digamos concentrarse. Finn insistió, a pesar de la incomodidad que sentía al contradecir a alguien del rango y experiencia de Ackbar. —Puede concentrarse y se está haciendo —respondió con firmeza. Statura, al menos, parecía dispuesto a creer. —Si el aspecto técnico pudiera resolverse —observó—, se tendría acceso a una fuente de energía prácticamente infinita. Finn asintió. —El general Hux nos dijo que es el arma más poderosa jamás construida. Dijo que puede atravesar media galaxia. —Nuevos murmullos de incredulidad recibieron esta última afirmación—. Y en tiempo real, porque no viaja por la galaxia sino a través de ella. —Finn negó con la cabeza, que empezaba a dolerle por el esfuerzo de tratar de explicar algo que había oído pero que no entendía. Pero Han Solo sí entendió. Entendió lo que debía hacerse. —Bueno, es increíble y es grande. ¿Cómo la hacemos estallar? —La atención de la sala se centró en él. Su expresión era la de un hombre que sabe de lo que habla—. No me importa lo grande que sea; siempre hay una forma de hacerlo. Una vez que hubo llegado al meollo de la cuestión, esperó sugerencias. Nadie dijo nada. —Tenemos que esperar hasta que los técnicos hayan realizado un análisis detallado —dijo Wexley—. Entonces, una vez que lo tengan… Leia lo interrumpió. Han sonrió, pero no tanto como para que lo viera. Ella era buena interrumpiendo a la gente; él lo sabía. —No tenemos tiempo para esperar análisis ni hipótesis científicas. Han tiene razón. Tenemos que actuar y tenemos que hacerlo ya. —Él la miró con sorpresa pero también ocultó esa reacción. —Este momento es el que cuenta —continuó—. Todo por lo que hemos luchado está en juego. No podemos esperar las teorías. Necesitamos algo, cualquier cosa, para poder contraatacar. —Se enderezó—. Tenemos que destruir esa arma antes de que sea utilizada de nuevo. No le sorprendió que fuera Statura, el oficial de mayor antigüedad y con formación científica, quien finalmente hiciera una propuesta. —No puedo demostrarlo, pero para contener esta cantidad de energía hasta el momento en que se libera, o se dispara, tiene que haber algún tipo de campo de contención nuevo y avanzado. —Señaló con un gesto a Finn—. Es lo que sugiere la información que nos ha dado nuestro amigo. La pregunta es: ¿qué tipo de campo…? ebookelo.com - Página 156


—He oído que se trata del propio campo magnético del planeta —dijo Finn—. Y algo más. —Sí, sí. —Statura estaba sumido en sus pensamientos—. Un campo magnético planetario, por fuerte que sea, no sería capaz de contener la cantidad de energía que hemos visto desplegarse. Y como usted mismo dice, Finn, hay más cosas involucradas. Se me ocurre una especie de campo oscilante. Si las oscilaciones fueran lo suficientemente rápidas, se requeriría mucha menos energía para contenerla que si se mantuviera estática. —Yo no sé de eso. —Finn se inclinó hacia el mapa holográfico y amplió una sección de la superficie planetaria para mostrar la enorme estructura hexagonal—. Pero aquí es donde se encuentra el sistema de control del campo de contención y oscilación. Statura estaba muy satisfecho. —¡Excelente, señor Finn! —La mirada del almirante recorrió el círculo que formaban sus colegas—. Sin embargo, aunque es una propuesta interesante, la inhabilitación de este sistema no necesariamente conllevaría la destrucción del arma; sólo la inutilizaría temporalmente hasta que el sistema fuera reconstruido. —Es probable que sólo tengamos una oportunidad —intervino Poe—. Lo que dijo el almirante Ackbar acerca de mantener el secreto sólo funcionará mientras su ubicación fuera desconocida. Una vez que la Primera Orden se dé cuenta de que sabemos dónde está, usará todo lo que esté a su alcance para defenderla: naves, estaciones móviles y detectores de largo alcance. Tal vez nunca podamos acercarnos a ella de nuevo. Leia asintió con la cabeza. —Entonces nuestro primer ataque debe ser exitoso. —Miró a Statura—. ¿Qué recomienda usted, almirante? —Asumiendo que mi improvisada suposición sea razonablemente correcta, el arma estaría en su momento más vulnerable cuando esté, por así decirlo, totalmente cargada. —Una vez más miró a los otros—. Si el oscilador del campo contenedor fuera destruido en ese momento, la energía acumulada se liberaría no como una línea de fuego, sino en todo el núcleo planetario que la contiene. Si eso no provocara la destrucción completa de la base, por lo menos dañaría de forma permanente el arma. Con su barba y cabello blancos que le daban el aspecto de un profeta, el mayor Ematt habló. —Tal vez incluso todo el planeta en el que se encuentra establecido. Un oficial le entregó a Leia una nota. Ella la leyó con atención mientras el debate continuaba a su alrededor. —Nada de esto es posible —comentó Ackbar, apesadumbrado—. Si bien es posible que el planeta en cuestión no esté altamente protegido, cuando nuestras fuerzas salgan de su escondite y se dirijan hacia allá, la Primera Orden se dará cuenta de que conocemos la ubicación del arma. Van a movilizar todos sus recursos en la ebookelo.com - Página 157


zona para protegerla. Su flota es demasiado grande como para abrirnos camino a través de ella. Además, a pesar de lo que Poe piensa, yo apostaría a que ya deben tener al menos un escudo planetario elemental. Es evidente que tienen acceso a la energía necesaria para sustentar esa defensa. —Miró a Finn, cuya respuesta no fue alentadora. —Sí, el escudo existe. —La situación no puede ser peor —murmuró C-3PO. Leia alzó la mano con que sostenía la nota para llamar la atención. —De acuerdo con esto, no tenemos tiempo para estudiar la situación ni aunque quisiéramos hacerlo. Nuestro equipo ha detectado una enorme cantidad de energía oscura dirigiéndose al planeta que Finn nos ayudó a identificar. Esto sólo puede significar una cosa. —Hizo una pausa para dar énfasis—. Que están cargando el arma de nuevo. Creo que todos podemos imaginar cuál será su próximo objetivo. C-3PO bajó su cabeza dorada. —Me equivoqué: sí puede ser peor. Al ver las expresiones abatidas de los que lo rodeaban, Poe extendió un brazo para señalar la estructura de control de contención. —Puede que eleven sus escudos, pero si encontramos la manera de atravesarlos, atacaremos ese oscilador con todo lo que tenemos. Han sonrió ampliamente. —Me agrada este chico. Ackbar no se mostró optimista. —Cualquier plan es irrelevante mientras sus escudos estén funcionando. Un sistema de defensa planetaria apropiada, como el que este planeta seguramente posee, no tiene «manera de atravesarlo». Han no se desalentaba fácilmente. —Entonces, primero desactivamos los escudos. —Se dirigió hacia Finn—. Chico, tú trabajaste ahí, ¿qué nos dices? Los ojos de Finn se abrieron más y más conforme recordaba. —Yo puedo hacerlo. Puedo apagar sus escudos. Yo… —asentía vigorosamente, tanto para sí mismo como para los demás—. Yo sé dónde se encuentran los controles. —Su entusiasmo inicial se apagó de repente—. Pero tengo que estar ahí, en el planeta, y tener acceso a ese lugar. —Yo te llevaré. Leia volteó a ver a Han y vio algo que había estado ausente de su vida desde hacía mucho, mucho tiempo: la osadía de Solo. —Han, ¿cómo? Él puso una gran sonrisa. Ella se dio cuenta de que también extrañaba eso. —Si te lo dijera, no te gustaría. Entusiasmado, Poe asumió el liderazgo. —Muy bien, desactivaremos sus escudos, destruiremos los controles de ebookelo.com - Página 158


oscilación de contención y destruiremos su enorme arma. Aunque pueda disparar a través de la galaxia y sea demasiado grande como para que podamos destruirla, podemos hacer que se vuele a sí misma en pedazos. Suena bien. ¡Hagámoslo!

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XV

EN LA ENORME Y OSCURA cámara de sesiones de la Base Starkiller, se encontraban únicamente dos figuras: una alta e insegura, la otra imponente e imperiosa. A pesar de su aislamiento, parecía que de alguna manera llenaban la habitación. La voz del Líder Supremo Snoke reflejaba al mismo tiempo curiosidad y decepción: —¿Esa chatarrera, esa chica se te resistió? —Sí, una simple chatarrera. Una chatarrera del insignificante Jakku. Carente de formación pero hábil con la Fuerza. Más hábil de lo que cree. —Ren se había quitado su máscara y respondió con su seguridad habitual. Nadie más habría notado alguna diferencia, pero Snoke sí. El Líder Supremo habló con voz plana: —Sientes compasión por ella. —No, nunca. ¿Compasión? ¿Por un enemigo de la Orden? —Percibo el problema —afirmó Snoke—. No es su fuerza lo que te está haciendo fallar. Es tu propia debilidad. La reprimenda dolió, pero Ren no mostró su reacción. —¿Dónde está el droide? La voz tranquila y empalagosa del general Hux resonó en la cámara de sesiones antes de que Ren pudiera responder. —Ren consideró que ya no tenía importancia. El joven palideció y volteó a ver la llegada del oficial, que mostraba cada vez más seguridad. —Creyó que nos bastaría con la chica, que podría obtener de ella todo lo necesario. Como resultado, es probable que el droide ya esté en manos del enemigo, aunque no podemos asegurarlo. Aunque era evidente que Snoke estaba enojado, su voz no mostró variación. —¿Hemos localizado la base principal de la Resistencia? Hux se mostraba satisfecho de ser el portador de las buenas noticias: —Seguimos su nave de reconocimiento hasta el Sistema Illenium. Estamos coordinándonos con nuestra propia nave de reconocimiento en el área para identificar la ubicación exacta de su base. Snoke replicó con frialdad: —No la necesitamos. Preparen el arma. Destruyan el sistema. ebookelo.com - Página 160


Pese a su talante sereno, Hux se sorprendió. —¿El sistema? Líder Supremo, de acuerdo con los galográficos más recientes, hay al menos dos o tres mundos habitados en Illenium. Considerando la reciente aniquilación de los planetas de Hosnia, ¿no sería mejor destruir su base y tomar posesión del resto del sistema? Tendremos la ubicación de la base en cuestión de horas y… Snoke lo interrumpió. —No podemos esperar, ni aunque sean unas horas. Horas en que podría despegar una nave con información que les permitiera encontrar a Skywalker. No necesitarían más que eso. Cuanto más tiempo les demos, mayor es la posibilidad de que lo localicen y lo convenzan de volver para desafiar nuestro poder. Tan pronto como el arma esté cargada, quiero que todo el sistema Illenium sea destruido. Atreviéndose a contradecirlo, Ren dio un paso al frente. —No, Líder Supremo, yo puedo obtener el mapa de la chica. No necesitamos nada más. Sólo necesito su guía. —Y tú me prometiste que cuando fuera el momento de destruir a la Resistencia no me fallarías. —La amenazadora figura de Snoke se inclinó hacia Ren—. Quién sabe si ya se hicieron copias del mapa y se enviaron fuera del sistema, a bases menores de la Resistencia. Pero los que saben de su importancia seguramente están reunidos en la base principal. Destruyamos eso, destruyámoslos a ellos, y al menos nos sentiremos un poco más confiados de que las pistas que llevan a Skywalker han sido eliminadas. E incluso, si ya se han hecho y enviado copias, la aniquilación de sus líderes hará que los sobrevivientes lo piensen dos veces antes de resistirse a nosotros. —Volvió a recargarse en su asiento—. Esa sola razón justifica que arrasemos con el sistema, incluso si no hubiera garantía de que eso destruyera el maldito mapa. —Se dirigió hacia Hux—. General, prepare el arma. Con la misma eficiencia que ha demostrado hasta ahora. —¡Sí, Líder Supremo! Animado por el elogio, Hux se dio la vuelta y salió rápidamente de la sala. Entonces, Snoke fijó sus ojos en su otro interlocutor. —Kylo Ren, parece que necesitas una lección. Te mostraré el lado oscuro. Tráeme a la chica.

Un poco apartados de la impetuosa actividad que llenaba la base de la Resistencia, una pareja poco común hacía una última revisión a un viejo pero engañosamente rápido carguero. Chewbacca y Finn trabajaban a marchas forzadas para cumplir con las órdenes de Han. —Chewie, revisa el intensificador horizontal. El gruñido que obtuvo por respuesta suscitó otra respuesta igualmente brusca por parte del dueño del Halcón Milenario. ebookelo.com - Página 161


—No me importa lo que digan las lecturas: nada sustituye la inspección visual. Ya lo sabes. Finn, cuidado con esos dentons; son explosivos. Finn se quedó quieto y miró boquiabierto el objeto que tenía en la mano. —¿En serio? —preguntó asustado—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? —No quería ponerte nervioso —respondió Han—. Cuando hayas terminado de cargarlos, ve con aquellos técnicos y trata de sacarles un regulador térmico de repuesto. La voz que escuchó Han a continuación siempre lograba hacerlo detenerse, sin importar lo que estuviera haciendo. —Sin importar cuánto peleáramos —dijo Leia—, nunca me gustó verte partir. Han sonrió. —Por eso me fui, para que me extrañaras. Por primera vez en mucho tiempo, Leia rio sin reservas. Fue una risa contagiosa, feliz y poco frecuente en aquellos días. —Bueno, pues, gracias. Han tomó una actitud reflexiva. —No todo fue malo, ¿o sí? Sé que discutíamos bastante. —Sonrió con cariño—. Tal vez porque ambos somos tímidos y reservados. Si tan sólo hubieras hecho lo que te decía… —Y si tú hubieras hecho lo que pedía… —replicó ella, aún sonriendo. Han rio entre dientes. —Hubo buenos momentos. —Bastante buenos —asintió ella. —Algunas cosas no cambian nunca. —Sí. —Leia bajó la mirada, recordando, y luego lo miró a los ojos una vez más —. Todavía me vuelves loca. —¿Loca de una manera buena o loca de «al borde de la locura»? —Un poco de ambas —admitió. Han puso las manos sobre los hombros de ella, y treinta años desaparecieron en un instante. —Leia, hay algo que he querido decirte desde hace mucho tiempo. Luchando por contener las lágrimas, ella le puso un dedo sobre los labios. —Dímelo cuando vuelvas. Han comenzó a objetar, pero se contuvo. Habían tenido muchas peleas a lo largo de los años. Esta vez era probable que no volviera; lo último que quería era irse en medio de una disputa. Prefirió abrazarla, lo que era mucho mejor que pelear o incluso hablar. Se quedaron así por un momento, abrazándose con fuerza. —Si ves a nuestro hijo —susurró Leia—, tráelo a casa. Han asintió sin decir nada. En treinta años por lo menos había aprendido cuándo guardar silencio.

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¿Qué había ocurrido? Rey yacía inmovilizada sobre la plataforma inclinada, con los grilletes puestos. Reflexionaba acerca de su encuentro con Kylo Ren. Al principio, había sentido el mismo dolor y miedo que tuvo en el bosque de Takodana. Estos se habían intensificado conforme él iba más profundo y ella intentaba resistirse. Después… logró resistirse. Más que eso, fue como si su resistencia ahora lo hubiera comenzado a sondear. Por un instante, ella había estado en su mente. Podía recordar claramente su desconcierto, luego su preocupación y, finalmente, su retirada. Ren se había apartado de ella y había salido de su mente con una rapidez que reflejaba… no miedo, más bien otra cosa. Aprensión, determinó. Lo que ella había hecho lo desconcertó por completo. Seguramente él se había retirado no sólo para evaluar lo sucedido, sino para decidir qué hacer con ella, lo que significaba que volvería. Ella haría lo que fuera para escapar. Y fue lo que hizo. Si podía expulsarlo de su mente y entrar en la de él, ¿qué más podría hacer? ¿Qué sería capaz de hacer con alguien más? ¿Con alguien menos hábil, no entrenado en el manejo de la Fuerza? ¿Con el guardia que vigilaba su celda, por ejemplo? —¡Tú! El guardia, despreocupado y aburrido, volteó hacia ella. Rey lo estudió detenidamente. Cuando el guardia iba a hablar, ella se dirigió a él con claridad y firmeza, y no sólo con su voz. —Vas a abrir estos grilletes. Dejarás esta celda con la puerta abierta y te retirarás a tu habitación. El guardia se quedó mirándola en silencio. No parecía intimidado en lo más mínimo. Rey se retorció ligeramente en la plataforma; su confianza vacilaba. Luego repitió lo que dijo con toda la autoridad que pudo reunir. —Vas a abrir estos grilletes. Dejarás esta celda con la puerta abierta y te retirarás a tu habitación. Y no hablarás de esto con nadie. El guardia alzó el pesado rifle blanco y negro que sostenía y se acercó a ella. Rey lo miró aproximarse; el corazón le latía con fuerza. ¿Iba a matarla, a liberarla o a burlarse? Se detuvo frente a ella y la miró a los ojos. Cuando volvió a hablar, su voz se había alterado notablemente. Era mucho menos beligerante y parecía… ausente. —Voy a abrir estos grilletes. Dejaré esta celda con la puerta abierta. Me retiraré a mi habitación y no hablaré de esto con nadie. El guardia manipuló metódicamente los grilletes y la liberó. Permaneció frente a ella por un instante; luego se dio la vuelta y, sin decir palabra, se encaminó a la salida. Acostada en la plataforma, todavía impresionada, Rey no supo qué hacer. Había recuperado la libertad. No, se corrigió: se había liberado de aquella celda. Eso todavía no podía considerarse libertad, pero era un buen comienzo. Cuando el guardia cruzó el umbral, Rey dijo apresuradamente: —Y soltarás tu arma. ebookelo.com - Página 163


—Soltaré mi arma —respondió el guardia con la misma voz monótona. Puso el rifle en el suelo, giró a su izquierda tan pronto llegó al corredor y se marchó en silencio. Rey se quedó un buen rato mirando la puerta abierta. Cuando se convenció de que aquello no era una broma y de que el guardia no estaba esperándola afuera de la celda, recogió el arma y salió.

Finn estaba pensando en lo relajante que normalmente era viajar a través del hiperespacio. No había peleas y raramente surgía alguna sorpresa. Los viajes hiperespaciales daban tiempo para reflexionar, para conversar con los compañeros, para revisar y preparar el equipo. Pero no esta vez. No en el curso de aquel salto. Cansado de estar solo con sus pensamientos, dejó la sala y fue a la cabina, donde encontró a Han y a Chewbacca en sus respectivos asientos, monitoreando el viaje. —No te lo había preguntado —le dijo al piloto—, ¿cómo vamos a entrar? Han se lo explicó sin apartar la mirada de la consola. —Sus defensas están pensadas para contrarrestar un gran ataque, no para rechazar la incursión de una solitaria nave. Una operación así sería un suicidio. Finn asintió mientras lo analizaba. —Bien, gracias por animarme. Digamos que tu valoración tan optimista es incorrecta y que están preparados para detectar y destruir esta nave. ¿Cómo evitaremos eso? —Ningún sistema de defensa planetario puede mantenerse de manera ininterrumpida. Necesitaría mucha energía. Además, no es necesario. Todos los escudos planetarios se reinician regularmente. No están todo el tiempo encendidos, se activan y desactivan cada determinado tiempo. Todo aquello que viaje a una velocidad menor a la de la luz no puede atravesarlos. Teóricamente, una nave puede atravesar el escudo cuando está apagado. Medio segundo después, el escudo se activará de nuevo y… bueno, eso no es nada conveniente para quienes estén a bordo de la nave. —Bien, entiendo eso —dijo Finn—, lo que me lleva de nuevo a la primera pregunta: ¿cómo entraremos sin ser cortados a la mitad por un escudo que se prende y se apaga? —Fácil. —Por la manera en que Han lo dijo, parecía la cosa más sencilla de la galaxia—. No iremos a una velocidad menor a la de la luz. Sin saber si había escuchado bien, Finn se le quedó viendo con la boca abierta. —¿Vamos a entrar a la atmósfera a la velocidad de la luz? ¡Nadie ha hecho eso antes! Al menos, nunca he escuchado de nadie que lo hiciera. No hacía falta ser conocedor del lenguaje wookiee para entender el sentido de los comentarios de Chewbacca. Han sonrió afablemente. ebookelo.com - Página 164


—Estamos llegando al sistema. Si yo fuera tú, me sentaría. Chewie, prepárate. Con los ojos desorbitados, Finn buscó un asiento donde asegurarse; en aquel momento le hubiera gustado tener a la mano un montón de almohadas grandes y acolchonadas. Chewbacca gimió indicando que estaba preparado. Han se concentró en las lecturas que tenía al frente. El wookiee alzó una mano sobre su consola. —Y… —Han siguió con atención las fracciones decrecientes—. ¡Ahora! Las manos del humano y del wookie volaban en la consola principal, complementando lo mejor que podían la información sobre la aproximación y el aterrizaje que habían programado previamente en el Halcón. Como era de esperarse, fueron necesarios varios ajustes de último minuto para lograr que la nave hiciera algo que se oponía a su constitución y para lo que nunca había sido diseñada. Y así, como si nada, se encontraron dentro de los escudos. Para ese momento ya iban a velocidad subluz y seguían disminuyendo su velocidad a un ritmo increíble. Volaban por encima de un terreno cubierto de nieve hacia un bosque no tan alto pero sí más denso que el de D’Qar. Chewbacca gruñó lo suficientemente fuerte para que Finn lo escuchara con claridad por encima del estruendo de las alarmas. —¡La estoy elevando! —gritó Han, mientras peleaba con los recalcitrantes controles. Si bien los árboles estaban más próximos unos a otros que los que formaban un dosel sobre la base de la Resistencia, su diámetro era mucho menor. El Halcón pasó arrasándolos, mientras ambos, piloto y copiloto, luchaban por alzar la nave. Un momento después logró apartarse de la superficie y se elevó hacia el cielo… lo que era de igual forma indeseable. —¡Si subimos más nos verán! —gritó Han. Por supuesto, si las proximidades de la base de la Primera Orden eran monitoreadas por satélites de exploración en tierra, serían vistos de cualquier manera. Su única esperanza era que los instrumentos de las naves de reconocimiento estuvieran dirigidos hacia el espacio y no hacia la superficie. Descendieron de nuevo, con Han y Chewbacca batallando por mantener el control de la nave mientras la nivelaban. Casi lo logran. De nuevo entre los árboles, Han apagó el impulso de subluz mientras Chewie trataba de mantener el Halcón funcionando. Continuaron desacelerando. En última instancia, fue el bosque lo que redujo su velocidad, con cientos de árboles que se quebraban y volaban en todas direcciones. La nave siguió avanzando. Afortunadamente, la blancura que atravesaban estaba compuesta por nieve relativamente fresca, no hielo. Finalmente se detuvo, medio enterrada. En la superficie, todo volvió a quedar frío y quieto.

Ren luchaba por controlarse. Buena parte de su educación se había concentrado en aprender a vivir y seguir adelante sin sentir ningún tipo de emoción. En aquel ebookelo.com - Página 165


momento necesitaba cada gota de ese entrenamiento para mantenerse en calma. Ya había sido bastante malo que la chica lo expulsara mientras la sondeaba; lo que ella había aprendido al respecto, era peor. Por el momento no se sentía poderoso; se sentía humillado. Ren se dio cuenta de que un oficial esperaba pacientemente a que lo atendiera. Le indicó que se acercara. —No hemos encontrado a la chica aún, señor. Ya se dio aviso a toda la base y todos los soldados están alerta. —Sí. —La voz de Ren parecía indiferente, como si sus pensamientos estuvieran en otro lado. Miró al oficial—. ¿Y el soldado que estaba de guardia? —Aún está siendo interrogado, señor. No recuerda nada de lo que pasó. Estaba en su puesto y, de repente, sin saber cómo, se encontró con que estaba en su cuarto, quitándose el uniforme. Las primeras evaluaciones indican que está diciendo la verdad. —El oficial vaciló—. Si desea utilizar métodos más fuertes puedo… —No… no. Siga interrogándolo. Sólo… interrogándolo. Tal vez recuerde algo. —Su voz adquirió un tono oscuro—. La chica… está aquí, en algún lado. No tiene a dónde ir. Cuando la encuentren, tráiganla… —Su voz se desvaneció, al igual que su atención. El oficial esperaba que le hiciera más preguntas, que le diera instrucciones adicionales o que lo despachara bruscamente. Pero Kylo Ren sólo dirigió los ojos a la distancia, contemplando algo que el oficial no podía ver, y no dijo más.

No se apreciaba movimiento en el bosque. Unos cuantos copos de nieve cayeron sin hacer ruido. En medio de los árboles, al final de una zona de desastre muy aislada y muy lineal, se alzaba un montículo artificial cubierto de blanco. En su interior se escuchó un gemido profundo, reverberante y descontento. —¿Ah, sí? —La voz que respondió era cortante y definitivamente no era la de un wookiee—. ¡Intenta hacerlo tú! Debajo de la nieve y dentro del montículo, que no era otro que el Halcón Milenario, se produjo un estallido de chispas en el pasillo que llevaba a la cabina. Una vez que expresó su opinión sobre el más reciente vuelo del capitán de la nave, Chewbacca se levantó de su asiento y fue a solucionar el problema, dejando a Finn en la cabina con un melancólico Han. —Esto debió salir mejor. —Han estaba estudiando las lecturas que aún funcionaban. Meneó la cabeza, inclinándose hacia adelante para examinar una lectura en particular—. No debió ser tan brusco. Por poco termina en algo peor. Al ver que Han no se sentía satisfecho con su aterrizaje, Finn trató de animarlo. —Oye, acabas de lograr algo inaudito haciendo lo imposible. No había un antecedente que seguir. Yo no soy piloto, pero he estado cerca de varios, y nunca había oído de nadie que intentara siquiera lo que acabas de hacer. Estuviste genial. — Hizo un gesto señalando su entorno: la cabina intacta, el cielo visible a través de la ebookelo.com - Página 166


parte de la ventana que no estaba cubierta de nieve, a sí mismo—. Estamos en tierra, vivos y en una pieza. No lo entiendo. ¿Qué más se puede pedir? La expresión de Han no cambió. Mientras se levantaba para ir a ayudarle a Chewie, dijo: —Hubo un tiempo en el que no habría sido tan brusco. Sin saber cómo responder a eso, Finn tomó una sabia decisión: no decir nada.

El centro de comando de D’Qar estaba prácticamente en silencio. Los oficiales hablaban en murmullos, si acaso, mientras todos esperaban la orden. Cuando llegara —nadie decía «si llegaba»—, la charla se reanudaría con normalidad; pero, mientras tanto, nadie se atrevía a decir lo que pensaba, lo que temía. La confirmación llegaría por medio de una serie de mensajes encriptados y enviados a través del hiperespacio. Necesariamente vendría condensada, así como reducida a una fórmula matemática, para aminorar las posibilidades de que fuera interceptada. Mientras más tiempo pasaba, la esperanza inicial empezaba a flaquear. Finalmente, el almirante Statura rompió la tensión; levantó la vista de su consola y le sonrió a Leia. —El Halcón ha aterrizado, señora. Leia se acercó y analizó las lecturas. Lo que decían no era mucho, pero sí suficiente. —Ojalá tuviéramos más información. Ojalá supiéramos… —Leia se contuvo. El Halcón había penetrado los escudos planetarios de la Primera Orden y había aterrizado a salvo, pero nada de eso serviría si lo descubrían. Leia sabía que no habría más comunicaciones hasta que la misión se completara—. Dime que conseguirán apagar los escudos. Statura habló con firmeza: —Conseguirán apagar los escudos. —Eso fue convincente por un margen muy estrecho —dijo ella. Él sonrió de nuevo. —Así es como estamos trabajando, señora, con márgenes muy estrechos. Ella asintió y se dirigió a un controlador. —Envíen a los X-wings. —¡Sí, general! Tras el contacto con el Halcón Milenario, el controlador mostró verdadero entusiasmo. El operador sentado junto a él transmitió la orden formal. —Todos los pilotos preparados para el despegue. —Equipo azul, adelante; equipo rojo, adelante —añadió el controlador. Como ya estaban a la espera de la orden, la primera docena de cazas despegó en un instante. Los droides calcularon y recalcularon los patrones de aproximación a la base de la Primera Orden, reduciendo las opciones a aquellas que tenían más ebookelo.com - Página 167


probabilidades de éxito. Por su parte, los pilotos hacían su mejor esfuerzo para contenerse y conservar su energía para el ataque. En la delantera iba un X-wing marcado con un llamativo patrón negro. Poe estaba atento a los instrumentos, mientras BB-8 atendía los asuntos para los que los droides eran idóneos. Detrás de ellos, la superficie de D’Qar se perdió rápidamente en la distancia. —Todos los equipos, este es Líder Negro —dijo Poe a través de los comunicadores—; coordenadas de acercamiento, confirmadas. Activó varios controles, y el sistema de propulsión al hiperespacio del X-wing se preparó para distorsionar el espacio-tiempo. —¡Prepárense para el salto a la velocidad de la luz, a mi señal! Cuando comprobó que todo estaba listo, dio la señal. Como llamas apagándose una tras otra, los cazas fueron desapareciendo de la realidad presente en un rayo de luz.

Tenía que verlo por sí mismo. Mientras caminaba por el pasillo, en cuyas paredes se alternaban roca ígnea y las consolas y paneles de metal e hilo sintético, las emociones de Ren hervían. Su estado mental contradecía todo su entrenamiento, pero no podía evitarlo. Había reaccionado mal a lo que había pasado antes, y eso se había reflejado en el juicio del Supremo Líder. Para empeorar las cosas, ese adulador de Hux apareció en el momento más incómodo. Apretó los dientes, molesto consigo mismo. Que su mente pudiera albergar celos por un tipo insignificante como Hux era muestra de su debilidad actual. No era más que una pérdida de energía física y concentración mental. Y Hux… no era digno de tanta atención. La chica, por otro lado… Al entrar en la celda, la encontró, como era de esperarse, desierta. En el centro, la plataforma inclinada estaba vacía, los grilletes curvos estaban abiertos y parecían burlarse bajo de la tenue luz roja que iluminaba la celda. Incapaz de contenerse por más tiempo, Ren sacó su sable de luz, lo encendió con un movimiento del pulgar y lo blandió salvajemente, reduciendo el recinto a escombros. Al escuchar los gritos de furia, un par de soldados que pasaban por el extremo del pasillo de acceso cambiaron de rumbo para investigar; al ver lo que sucedía dentro de la celda, así como los despojos al rojo vivo que salían volando de ella, regresaron rápidamente por donde habían venido.

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XVI

GRACIAS A LA NIEVE y al espeso bosque que los rodeaba, el droide patrulla no los vio, y el distorsionador de calor que Chewbacca llevaba en un morral les sirvió para encubrir sus marcas térmicas. De cuando en cuando, Finn utilizaba el recurso más primitivo pero también efectivo de borrar con una rama las huellas que dejaban a medida que avanzaban. Siempre que podían, caminaban sobre superficies rocosas para minimizar la evidencia de su paso. Colgado a la espalda del wookiee iba un morral lleno de dentons avanzados, cuyo potencial explosivo superaba por mucho su tamaño. Finn aceleró el paso para alcanzar a Han y señaló. —Hay un túnel de desagüe en la cresta de aquella montaña, podemos entrar por ahí. Han volteó a verlo. —¿Estás seguro de que no hay barreras? Podemos traspasar cosas sencillas, pero… Finn negó con la cabeza. —No. Una barrera contravendría el propósito del túnel. Han frunció el ceño. —Nos contaste que trabajabas aquí, pero nunca nos dijiste tu especialidad. Finn desvió la mirada al contestar. —Mantenimiento. Han lo miró boquiabierto. —¿Mantenimiento? Entonces ¿cómo es que sabes desactivar los escudos? — Apuntó a la mochila de Chewie—. Tenemos suficiente material para hacer el trabajo, pero debemos saber dónde instalarlo. Sólo tenemos una oportunidad para hacerlo bien. Si no vamos desactivar los escudos, bien podríamos recoger nuestras cosas y solicitar la ciudadanía a la Primera Orden. —Bajó la voz—. Además de que todos en el Sistema D’Qar morirían. —No sé cómo desactivar los escudos, Han —admitió Finn—. Vine aquí a buscar a Rey. Frustrado, Han volteó lentamente. —¿Algo más que hayas pasado por alto?, ¿algo que hayas olvidado decirnos? — Cerca, Chewbacca comentó con un gruñido—. ¡La gente cuenta con nosotros! ¡La galaxia entera cuenta con nosotros! ebookelo.com - Página 169


—Solo —replicó Finn—. ¡Lo resolveremos! Llegamos hasta aquí, ¿no es así? —¿Ah, sí? ¿Y cómo? Finn sonrió de modo alentador. —¡Usaremos la Fuerza! Han puso los ojos en blanco. —Y dale con la Fuerza, siempre la Fuerza. —Volvió a mirar a Finn—. No hay tiempo para que te lo explique, muchacho, pero así no es como funciona la Fuerza. — Miró hacia arriba y alrededor—. ¿Dónde está el droide patrulla? Chewbacca soltó un gruñido. —Oh, ¿en serio? ¿Tú tienes frío?

Unos bordes rojos flanqueaban la rejilla de ventilación que se extendía a lo largo del pasillo por el que iba corriendo Rey, agarrando firmemente el bláster de su antiguo guardia. Para recuperar el aliento, se metió en una alcoba que debía ocultarla, al menos en teoría, de cualquiera que pasara por el pasillo. Aunque había logrado salir de su celda, no tenía un destino en mente. Pero una breve revisión de su entorno le proporcionó uno. Había un largo pasillo flanqueado de un lado por una pared de piedra y metal. Posiblemente era una barrera exterior que no ofrecía esperanza alguna de salida, pero del otro lado del pasillo… En el otro extremo había una puerta que llevaba a un hangar abierto. Aunque no podía ver mucho, líneas de cazas TIE estacionados sugerían la posibilidad de escape. Lo único que se interponía en su camino era la estrecha pasarela sin barandilla que cruzaba un amplio atrio… y del otro lado, un grupo de soldados conversando despreocupadamente. Ninguno miraba hacia su dirección. Rey avanzó manteniéndose cerca de la pared y pronto llegó al final del corredor, cerca de la pasarela. Al mirar hacia los lados y hacia abajo vio lo que parecía un pozo sin fondo; sus costados estaban formados por paneles prefabricados, iluminados suavemente con cientos de luces que se extendían interminablemente hacia abajo, hasta que no eran suficientes para alumbrar las oscuras profundidades. Cruzar la pasarela sin alertar a los guardias del hangar que estaban del otro lado era, en apariencia, un problema insuperable. La pasarela era plana y estaba al descubierto, no ofrecía ningún refugio para quien tratara de cruzarla. Rey no podía regresar. Aquella podía ser su única oportunidad para salir del planeta y, pese a lo que había hecho antes, dudaba que Kylo Ren le permitiera manipularlo o manipular a cualquier otro una vez más. Las circunstancias decidieron por ella. El eco de unas botas acercándose la hizo voltear y mirar el pasillo por donde había llegado. Un grupo de soldados caminaba por el corredor en su dirección. Hubiera sido imposible que no la vieran en aquel rincón poco profundo. ebookelo.com - Página 170


Rey salió de su escondite y corrió hacia la pasarela, pero en vez de caminar por ella y, desde luego, llamar la atención de los soldados, se deslizó sobre el borde, y justo a tiempo: el veloz escuadrón que venía por el corredor alcanzó la pasarela en el momento en que ella se dejó caer. Sosteniéndose con los dedos, apenas escondida, pensó que lo que estaba haciendo no era distinto de trepar por las paredes interiores de las naves en ruinas de Jakku. La única diferencia era que allá hacía mucho calor y que ahí los transeúntes estaban dispuestos a dispararte. Si se resbalaba, o por alguna otra razón no lograba sostenerse, todos sus problemas quedarían resueltos… para siempre. ¿Cuántos soldados había en ese pelotón?, se preguntó mientras los escuchaba pasar sobre ella. ¿Cuánto más se tardarían en cruzar? Colgada ahí, esperando, tuvo tiempo para examinar su entorno inmediato. Lo que vio le sugirió otra forma de salir, una que no implicaba una misión suicida, como abrirse camino a disparos por el hangar. Rey avanzó de costado, pasando una mano sobre la otra y buscando metódicamente puntos de apoyo, hasta llegar a una escotilla de servicio empotrada en la pared del atrio. La abrió silenciosamente y sin la necesidad de ingresar un código. Aunque seguía sobre un abismo de profundidades incalculables, el mecanismo interno de la base a la que había conseguido entrar a través de la escotilla ofrecía mejores asideros. Si tenía suerte y no perdía el sentido de la orientación, y tampoco su agarre, sería capaz de cruzar hasta el área de servicio que pasaba por debajo del hangar, evadiendo a los guardias de arriba. Ahí tendría que encontrar una manera de acceder a la cubierta sin llamar la atención. Suponiendo que pudiera hacerlo, podría tratar de robar una nave. «Un problema a la vez», se dijo. Primero tenía que cruzar. En cierto momento se encontró con un pequeño droide de servicio que iba hacia ella. Contuvo el aliento, pero el droide la ignoró, atento sólo a sus tareas programadas. «Qué bueno», pensó aliviada mientras reanudaba su camino, «que no todos los droides tengan una capacidad cerebral como la de BB-8».

El soldado que esperaba a que la puerta se abriera pensó que vería un compartimento de carga vacío. En lugar de eso se encontró cara a cara con dos humanos y un wookiee, ninguno de los cuales estaba dispuesto a dialogar con él. Al darse cuenta, el soldado reaccionó rápidamente e intentó tomar su arma. Con gran habilidad, adquirida a través de años de experiencia, Han disparó y lo derribó. Chewbacca arrastró el cuerpo hacia donde no lo vieran, y Han y Finn se asomaron cautelosamente en la primera esquina del pasillo. —Entre menos tiempo estemos aquí —dijo Han rápidamente—, más suerte tendremos. De hecho, entre menos tiempo nos detengamos en cualquier lugar, mayor ebookelo.com - Página 171


suerte tendremos. —Sí, lo sé. —Finn revisó el pasillo que estaba fuera del compartimiento de carga y señaló hacia la derecha con un gesto—. Tengo una idea sobre eso. —Luego comenzó a caminar y Han y Chewbacca lo siguieron. Con Finn a la cabeza lograron adentrarse considerablemente en la base. Al ver una figura que se dirigía hacia ellos, los ojos de Finn se abrieron de par en par. La brillante armadura del oficial y la capa de flecos negros y rojos que colgaba de su hombro izquierdo eran muy, muy distintivas. —Aquí viene nuestra llave —susurró Finn. Han miró a la figura que se aproximaba y luego a Finn. —¿Se conocen? Finn parecía tenso. —Sí, nos conocemos. Han supo interpretar el tono de voz y asintió de manera comprensiva. —Una vieja amistad, ¿eh? —Algo así. —La expresión de Finn se mantuvo inmutable—. Por desgracia, la necesitamos viva. —Empezó a buscar a tientas algo en su bláster—. No estoy familiarizado con este modelo, ¿puede ajustarse para aturdir? Han sonrió. —Por allá tenemos algo que siempre está listo para aturdir. Lejos, en el corredor, apareció un escuadrón que hizo que los tres intrusos se pusieran nerviosos, pero los soldados no siguieron a la oficial que estaba acercándose, sino que marcharon por un pasillo diferente. Inmersa en sus pensamientos, la oficial no vio la montaña de pelo que se abalanzó sobre ella hasta que fue demasiado tarde. Rodeándola con sus enormes brazos, Chewbacca la arrastró hacia el estrecho corredor donde sus compañeros esperaban. Mientras forcejeaba por liberarse de aquel abrazo de hierro, se encontró de repente con un bláster apuntándole directamente al rostro. Finn tuvo que contenerse para no jalar el dedo que descansaba en el gatillo del arma. —Capitán Phasma, ¿me recuerda? —Finn movió el arma ligeramente—. Aquí está mi bláster, ¿aún quiere inspeccionarlo? Phasma respondió con dignidad. —Sí, te recuerdo, FN-2187. Finn meneó la cabeza bruscamente. —Ya no me llamo así. Mi nombre es Finn. Un nombre real para una persona real. Y ahora yo soy el que manda. Han, que estaba detrás del exsoldado, dijo: —Sólo estamos de visita. Finn está dándonos un rápido recorrido y ha sido realmente divertido, pero aún no hemos podido ver la sala de control del escudo planetario. —Usó una sonrisa amplia y satisfecha—. Nos encantaría ver la sala de ebookelo.com - Página 172


control del escudo planetario. —Ahora —añadió Finn amenazadoramente. Phasma resopló burlonamente. —¿Por qué habría de mostrarles el lugar? Detrás de ella, Chewbacca dejó escapar un amenazante gruñido y apretó con más fuerza. Ella ahogó un grito. —Porque si no lo haces —dijo Han—, de todos modos lo encontraremos. Pero no lo sabrás, porque estarás muerta. —Señaló con un movimiento de cabeza a su copiloto—. A Chewie no le agradan las personas que amenazan a sus amigos. Ella logró menear ligeramente la cabeza. —Ni siquiera un wookiee podría aplastar una armadura de la Primera Orden. Como respuesta, Chewbacca apretó todavía más. El casco de la oficial emitió un leve pero perceptible resuello. —Bueno —comentó Han con aire despreocupado—, sólo hay una forma de averiguarlo. —O —añadió Finn, acercándole el cañón del arma un poco más—, puedo simplemente dispararte. Tuve un buen entrenamiento. Sé exactamente dónde dar un disparo mortal. Especialmente a esta distancia. —¿Qué buscan aquí? —replicó ella—. ¿Forman parte de la Resistencia? ¿Independientes? —Tal vez contestemos tus preguntas… —dijo Finn—, en otra ocasión. —Dando un paso hacia atrás, hizo un gesto con el arma, mientras Chewie la desarmaba—. Ahora, tú serás nuestra guía. Andando. Lograron evitar a los pocos técnicos y soldados que encontraron, ocultándose en huecos o pequeños pasadizos. Había un guardia vigilando el cuarto al que debían entrar. Finn salió de su escondite y caminó hacia el hombre, sonriendo y saludándolo. —¡Hey, hola! ¿A qué hora termina tu turno, amigo? —Todavía falta… —El soldado que cuidaba la puerta contempló al recién llegado —. ¿Por qué no llevas puesto el uniforme? Es más, ¿qué haces en este sector? — Comenzó a elevar su arma—. Pon tus manos donde… Un solo golpe de la enorme mano derecha del wookiee dejó al soldado en el suelo, inconsciente. Han hizo un gesto con su arma y le habló en voz baja a Phasma, que estaba delante de él. —¿Qué fue lo que dijiste sobre las armaduras de la Primera Orden y los wookiees? La capitana no respondió. La sala de control del escudo no era grande. Si todo funcionaba de forma normal, no hacía falta que hubiera técnicos presentes, los instrumentos se monitoreaban por sí mismos. Si surgiera algún problema que no pudieran corregir ellos mismos, enviarían una notificación al Mando Central. Si la dificultad no pudiera ser resuelta desde ahí, enviarían a uno o dos técnicos a tratar el problema en persona. Un escudo planetario ebookelo.com - Página 173


era algo bastante sencillo, casi nunca había problemas con el sistema. Uno de estos problemas estaba a punto de ser provocado artificialmente. Phasma se sentó frente a la consola principal e hizo una pausa. Lo que estaba sucediendo no tenía sentido. Aun así, con los hombros y el pecho punzándole por la sujeción del wookiee, no pensaba ofrecer resistencia: resultaría inútil. Los tontos que le apuntaban con sus armas pronto encontrarían su inevitable destino. Sintió un fuerte empujón en uno de los costados de su casco. —Hazlo —le ordenó Finn. Chewbacca añadió unos cuantos gruñidos para dar énfasis. De mala gana, Phasma manipuló los controles. Varios indicadores cobraron vida, acompañados por la correspondiente sucesión de sonidos. Un indicador lo suficientemente brillante para que todos lo leyeran, decía: INICIA LA DESACTIVACIÓN DE ESCUDOS

Finn se inclinó hacia Han y le dijo en voz baja, preocupado: —Solo, si esto funciona y si recuerdo bien lo que nos dijeron sobre el sistema de escudos, no tenemos mucho tiempo para encontrar a Rey. —No te preocupes, chico —replicó Han, sin alejar ni un milímetro su arma de Phasma—, no nos iremos de aquí sin ella. La capitana de los soldados de asalto se recargó en su respaldo. —No puedo hacer esto sola. Se requieren dos códigos de seguridad para acceder al sistema y apagarlo por completo. —He hecho tratos con mentirosos y ladrones durante toda mi vida. Sé cuando alguien dice la verdad y también cuando no. —Han presionó la punta del bláster contra el casco de Phasma y agregó en voz baja—: ¿Qué tan bien escucharías con un solo oído? Más indicadores cobraron vida. Cuando Phasma terminó, apareció un segundo mensaje: ESCUDOS DESACTIVADOS

—No pueden ser tan tontos y creer que esto será fácil —dijo Phasma—. Mis tropas tomarán este bloque y los matarán a todos. Lo que sea que estén planeando, no funcionará. —No estoy de acuerdo —replicó Finn sin dudarlo—. Me dijeron que escapar de las filas era imposible y, sin embargo, aquí estoy. Me dijeron que el entrenamiento impedía que alguien se volviera en contra de la Orden y, sin embargo, aquí estoy. Me dijeron que moriría en Jakku, pero sigo aquí. Al igual que usted. —Miró a Han—. ¿Qué hacemos con ella? Han pensó por un momento. —¿Hay alguna rampa de basura? ¿Un compactador? Tengo una idea bastante ebookelo.com - Página 174


precisa de cómo pueden funcionar. Finn lo miró, confundido, y Han se encogió de hombros. —Sólo digamos que tengo experiencia de primera mano. Finn asintió. —Sí, hay una.

La alerta que apareció en la consola del Mando Central era nueva para el técnico de monitoreo. Aunque, hasta donde sabía, no se había activado nunca, conocía perfectamente su significado. Luego de verificar rápidamente que no era una falla del sistema o un simulacro, se sintió seguro para reportar a los oficiales que estaban presentes la activación de la alerta. —Los escudos planetarios principales han sido desactivados en su totalidad. El oficial que estaba conversando con Hux frunció el ceño. —General, ¿usted autorizó esto? Yo no lo hice ni tampoco mis subordinados. Hux volvió a mirar la alerta. —No, en lo absoluto. —Le gritó al técnico—. ¿Cuál es la causa? ¿Externa, tal vez? —No se muestra aquí, señor —replicó el técnico. Hux frunció el ceño. —Envíe un equipo de técnicos a la sala de control del escudo. Puede ser algo tan simple como un problema de transmisión o… —¿O qué, señor? —inquirió el oficial. El general no respondió.

En otro centro de control y comando, en otro planeta, en otro sistema, hubo una explosión de entusiasmo, seguida de una apresurada respuesta. —General —gritó el técnico al mando—, ¡los escudos están desactivados! —Oh. —C-3PO miró la consola—. ¡Realmente lo están! —Usted tenía razón —le dijo Leia a Statura—. ¡Dé la indicación para que entren! —Comuníquele a Poe que tiene plena autorización para atacar —le indicó Ackbar a un oficial que trabajaba en otra consola—: Todas las naves disponibles, sin dudarlo. Él sabe que probablemente no habrá una segunda oportunidad. —Líder Negro —dijo el oficial al comunicador que enviaría la orden por medio de un grupo de relés idénticos—, adquieran velocidad subluz. Ataquen, ataquen. A discreción.

Era la orden que Poe había estado esperando. Aunque no estaba seguro de que la recibiría, había repasado el plan de ataque docenas de veces en su mente. La coordinación sería fundamental. Después de seguir una ruta en forma de arco hacia la ebookelo.com - Página 175


sede de la Base Starkiller, tanto para engañar a los sensores de largo alcance como para retrasar la llegada y la salida de la velocidad de la luz, ahora podían rectificarla y encaminarse directamente al objetivo. —Enterado, base. Mientras manipulaba los controles necesarios para alterar el curso al tiempo que volaban a la velocidad de la luz, Poe se dirigió al resto del equipo. —Escuadrón rojo, escuadrón azul, síganme. Poe oprimió un botón para transmitir la ruta rectificada a la computadora de vuelo de todas las naves del escuadrón. Los X-wings se ajustaron rápidamente como si fueran uno. —Entendido, Líder Negro —respondió Wexley, mientras su nave cambiaba de dirección.

En el Mando Central de la Base Starkiller se percibía una preocupación creciente. Hux permanecía de pie sin moverse; consideraba que caminar de un lado a otro era una pérdida de energía. —El grupo de técnicos —murmuró—, ¿no ha llegado aún a la sala de control? —Acaban de llegar, señor —replicó el oficial que monitoreaba la situación. Se quedó en silencio, escuchando, y entonces su expresión se tornó extraña. Miró a Hux —. Señor, el técnico reporta que la puerta ha sido sellada. Hux hizo una mueca. —¿Sellada? ¿Cómo que sellada? ¿Por quién? —No lo sabe, señor. —El oficial siguió escuchando—. Sellada con calor, a lo largo de todo el marco. Posiblemente con un bláster. ¿Les enviamos una cortadora? Hux negó con la cabeza. —Dígale que derriben la puerta. —¿Señor? —El comentario del oficial indicaba que no estaba seguro de haber escuchado correctamente. —¡Que derriben la maldita puerta! —gritó Hux—. ¡Dígales que entren ahí! —¡Sí, señor! La orden fue transmitida. Momentos después se recibió una comunicación del equipo técnico. El oficial tragó saliva, vacilante. —¿Qué? —gruñó Hux. —Señor, el equipo reporta que el sistema de control de escudos tiene… ciertos daños. —¿Qué daños? —preguntó Hux cada vez más enojado. Una larga pausa. El oficial experimentó un intenso deseo de estar en cualquier lado menos donde estaba. —Está destruido, general. El líder del equipo técnico reporta que la capacidad de operación del centro de control se ha reducido al menos en noventa por ciento, por ebookelo.com - Página 176


daños infligidos con bláster. Hux no había alcanzado su rango ni su posición aplazando la solución de situaciones problemáticas. —Puenteen el centro de control del escudo. Dirijan todos los controles hacia acá. —Sí, señor. —Los dedos del oficial volaban sobre la consola—. Tomará un momento, señor. Hux prácticamente se arrancó la piel de las manos durante la espera. —¿Escudos? —No, todavía —respondió el oficial sin dejar de trabajar—; seguimos en eso. —¿Por qué no? —Hay que bloquear todas las posibles directivas restantes generadas en el centro de control para que no puedan invalidar nuestros esfuerzos aquí, señor. —Apresúrense. En nombre de la Orden, dense prisa. —Sí, señor. Estará en un segundo, señor. Hux sabía que no había nada más qué hacer. Sus arengas sólo distraerían al oficial y a los técnicos que trabajaban en el centro de mando. Apenas podía soportar el silencio mientras trabajaban. Temía que fuera engañoso.

Dos cazas TIE y un transportador de tropas aterrizaron sobre la superficie nevada, a un lado del abollado y medio enterrado Halcón Milenario. Era evidente que la nave no había aterrizado con mucha delicadeza. Un pelotón estaba concluyendo su cautelosa inspección del interior. Nunca se sabe cuándo un carguero aparentemente inofensivo podría estar manipulado para explotar en la cara de un visitante no invitado. Finalmente, un suboficial habló por medio de su comunicador. —La nave está vacía. No hay nadie a bordo. No se encontraron trampas antipersona. Sorprendido por la repentina aparición de una figura alta con capa, el soldado se hizo a un lado y se puso en posición de firmes. —¡Señor! Kylo Ren lo ignoró. Pasó frente a él dando grandes zancadas mientras revisaba cada rincón de la maltrecha nave, buscando… no estaba seguro qué. Algo que pudiera darle información. Algo reconocible, tal vez. No había nada en la cabina, pero aún así se demoró unos instantes en ella. Se sentó en el asiento del piloto. Había algo… Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el atronador rugido de un escuadrón de X-wings que cayó del cielo y se dirigió a la abultada construcción hexagonal que alojaba el sistema de control del campo de contención y oscilación. Kylo Ren se levantó del asiento y corrió fuera, justo a tiempo para ver cómo los cazas de la Resistencia empezaban a bombardear la enorme estructura. ebookelo.com - Página 177


Dentro del Mando Central, los oficiales miraban con horror cómo los disparos alcanzaban una y otra vez la estructura hexagonal. ¿No se daban cuenta los atacantes del peligro que corrían? Hux, que miraba con el rostro sombrío el asalto aéreo en el monitor central y a través de las ventanas panorámicas, pensó que probablemente sí lo sabían, pero no les importaba. Se volteó y le gritó a un oficial de nivel medio. —Envíe a todos los escuadrones. Que destruyan todas las naves atacantes, no me importa el costo. Cuando esto termine, no quiero ver a ningún X-wing en el cielo. —Sí, general —respondió el oficial. —Y disparen los misiles rastreadores. El oficial vaciló. —En una pelea atmosférica, señor, a los misiles rastreadores les será difícil distinguir entre nuestros cazas y los de nuestros enemigos. Hux no se inmutó. —No es momento de preocuparse por el daño colateral. —Su voz era de acero—. Dé la orden. —Sí, señor.

—¡Casi en el radio de alcance! Poe se lanzó en picada con su X-wing, sabiendo que aquella misión no podía fallar. La Resistencia dependía de él y de su equipo. De un modo u otro debían anular el arma de la Primera Orden; no sólo dañarla o inhabilitarla temporalmente, sino destruirla por completo. Los sistemas de armas automáticas, rastreadores y controladores eran útiles y eficaces, pero en un combate como aquel, donde se jugaba el todo por el todo, el triunfo dependía de las naves, de sus pilotos y de la habilidad de estos. —Disparen justo en el centro del blanco tantas veces como sea posible y hagan todas las rondas que puedan. ¡Acabemos con él! Poe atacó con toda la fuerza de su armamento. Al mismo tiempo, vio que la nave de Snap emitía descargas similares de fuego destructivo. Nien Nunb, veterano de la Alianza Rebelde, también estaba ahí, utilizando toda la potencia de sus armas. Cuando terminaran con el edificio que albergaba el oscilador, se prometió Poe en silencio, no quedaría nada más que una mancha en el paisaje invernal.

No fue necesario utilizar telescopios en la sala de control para ver lo que estaba sucediendo en otra parte muy importante de la base. De la parte superior del distante oscilador surgían enormes explosiones. La ubicación y contundencia del ataque se vio confirmada por ruidosas alarmas y luces estroboscópicas. Un remolino de actividad envolvió la base cuando todo el personal se movilizó ebookelo.com - Página 178


para responder al asalto aéreo. Pilotos vestidos de negro corrieron hacia sus cazas TIE, mientras, a la distancia, los X-wings de la Resistencia se abatían trazando un estrecho arco para realizar otra ronda de ataque. En medio de la confusión, un oficial gritó por el comunicador. —Aborden sus naves. ¡Aborden sus naves, ahora! ¡Todos los pilotos y copilotos, despeguen ya!

Los tres intrusos caminaban por un corredor de paredes metálicas grises iluminadas desde su interior, pero unas puertas de seguridad les cortaron el paso. Era una inoportuna medida de seguridad implementada a causa de la batalla que se libraba por encima del centro de control de contención, pero Finn la había anticipado. Mientras Chewie sacaba los pequeños pero poderosos explosivos que llevaba en su morral, Finn les explicó lo que podría suceder a partir de ese momento. —Utilizaremos los explosivos para derrumbar la puerta. —Señaló con un gesto —. Las celdas de detención están al final de ese corredor. Entraré y abriré fuego, pero a veces está muy vigilado, dependiendo de quién sea el prisionero. Voy a necesitar que me cubran. Han lo miró fijamente. —¿Estás seguro de esto? —No —respondió Finn—. Pero todo esto fue mi idea, así que debo hacerme responsable. Encontraré a Rey. —Lo dijo con tanta seguridad que Han empezó a creer que el exsoldado podría lograr su objetivo—. Hay que cruzar un puente. Los soldados estarán pisándonos los talones, así que debemos plantar explosivos y detonarlos cuando hayamos cruzado. Eso no bastará para perderlos, pero tendrán que rodear por otro camino y eso nos dará tiempo. Hay un túnel de acceso que nos llevará al hangar principal… creo. —Su expresión se endureció—. Sólo espero que siga viva. Un movimiento captó la atención de Han. Entrecerró los ojos y de repente sonrió, señalando algo. —Algo me dice que sí lo está. Ahí estaba ella, trepando por una pared directamente hacia ellos. Finn se quedó boquiabierto, incapaz de creer lo que veía. Chewbacca gimió con alivio, al no tener que lidiar con la explosión de los detonadores en aquellos cuartos tan pequeños. Rey se tomó el tiempo exacto para apuntarles con el rifle que llevaba, reconocer al trío y bajar el arma. Su asombro no fue menor al de ellos. Corrió hacia Finn y se lanzó a sus brazos. Se abrazaron fuerte y largamente. Finalmente se separaron y se miraron a los ojos. —¿Estás bien? —preguntó Finn, aliviado—. ¿Qué sucedió? —Su voz adquirió un tono sombrío—. ¿Te lastimó? —Estoy bien —dijo ella—. ¿Qué hacen ustedes aquí? Finn sonrió levemente. ebookelo.com - Página 179


—Volvimos por ti. Ella buscó las palabras para responder a eso, algo digno de aquellos sentimientos y del riesgo que habían corrido, pero no las encontró. Sin embargo, Chewie sí tuvo algo que añadir. Lo que sea que el wookiee dijo hizo que los ojos de Rey se llenaran de lágrimas. Como nunca se había encontrado en una situación como aquella, Finn no estaba seguro de cómo actuar. Conociendo la fortaleza interna de Rey, se preguntó qué habría dicho Chewbacca para desencadenar tal reacción. —¿Qué fue lo que dijo? Ella resopló y se limpió la cara. —Que fue tu idea. Finn no había encontrado las palabras correctas para responder antes, pero la reacción de ella, combinada con la manera en que lo miró, lo redujo a un estado de afasia temporal. Aquella reunión le pareció a Han muy dulce y encantadora, pero no podía olvidar que estaban atascados en un planeta hostil, en una base de la Primera Orden y rodeados de soldados de asalto dispuestos a dispararles en cuanto los vieran. —Luego haremos una fiesta —dijo finalmente—, yo llevo el pastel, pero ahora, larguémonos de aquí.

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XVII

UNA MULTITUD DE CAZAS TIE alzó el vuelo desde su base para enfrentar a los escuadrones de X-wings. Lo que había sido una secuencia de ataque perfectamente planificada se convirtió en un caos de pequeñas trifulcas luego de que cada X-wing se vio obligado a romper la formación para encarar a sus agresores. Y ese cielo sobre la Base Starkiller, en el que sólo habían resonado los motores invasores, ahora era un ciclón de ráfagas de energía y explosiones. Poe atacó a un caza TIE con toda la fuerza del sistema de armas de su nave y casi choca con otro durante la maniobra. —¡Cúbranse unos a otros! Son muchos, pero eso también significa que tenemos más blancos. ¡No dejen que estos matones los asusten! —Azul Tres —gritó Snap—, ¡tienes uno en la retaguardia! ¡Elévate y déjanoslo ver! —¡Entendido! —respondió la piloto del Azul Tres. Jess Pava jaló los controles y elevó bruscamente su nave, dejando expuesto a su perseguidor. Poe le disparó inmediatamente, reduciéndolo a un montón de fragmentos en llamas. —¡Te debo una! —gritó, mientras llevaba su nave de vuelta a la lucha. —Sí, ¡me debes otra ronda de ataque! ¡Todos los equipos, traten de mantenerse cerca! ¡Síganme! A pesar del acoso de los cazas TIE, que parecían arremolinarse en torno a ellos, un grupo de X-wings logró volar lo suficientemente bajo como para llevar a cabo otro ataque en la estructura de contención. Los disparos provocaron explosiones de llamas y humo, pero a medida que las naves se alejaban, Poe vio que el edificio seguía intacto. Más que intacto: parecía que no había sufrido daño alguno. —¡No le hemos hecho ni un rasguño! —gritó. Sabía que el micrófono de la cabina transmitiría sus comentarios al resto de los escuadrones—. ¿De qué está hecha esa cosa? Un indicador de la consola comenzó a exigir su atención. Poe volteó a ver el monitor en cuestión, y sus ojos se abrieron de par en par. Misiles rastreadores. Cientos de ellos ascendiendo desde las baterías de lanzamiento ocultas bajo el suelo y la nieve. Ascendiendo hacia él y hacia sus compañeros pilotos, dándoles poco espacio para maniobrar… o escapar. —¡Tenemos mucha compañía! —Fue todo lo que tuvo tiempo de gritar antes de verse forzado a realizar una acción evasiva. Poe logró mantenerse en una pieza ebookelo.com - Página 181


mientras destruía todo lo que encontraba por delante y huía de los rastreadores que lo seguían por detrás. Otros miembros de los escuadrones de ataque no fueron tan afortunados. Uno tras otro, los X-wings se encontraron acorralados por varios rastreadores. Uno tras otro fueron destruidos junto con algunos desafortunados cazas TIE que se encontraba en el espacio cercano. Todos aquellos en el centro de comando de la Resistencia en D’Qar, quienes seguían la batalla gracias a las transmisiones de dos droides de reconocimiento que aún operaban sobre la superficie del planeta, sólo intercambiaban miradas de consternación. —No estábamos preparados para algo como esto —murmuró el almirante Statura —. Nuestros pilotos serán aniquilados.

Una puerta de acceso exterior se abrió y cuatro figuras salieron corriendo a la nieve. Lo que ocurría en el cielo llamó inmediatamente su atención, haciéndolos detenerse poco a poco. Ninguno de ellos era experto en combate aéreo, pero no hacía falta. Al ver el gran número de cazas TIE y el torrente interminable de rastreadores, les fue fácil predecir el resultado de la batalla. Ni un optimista empedernido hubiera podido negar lo inevitable. Han se volvió hacia Finn con expresión solemne, pero su voz era la misma de siempre: la de alguien que está listo para cualquier cosa. Señaló con un gesto a Chewbacca. —Mi amigo, aquí presente, tiene un morral lleno de explosivos que no usamos dentro. Sería una pena que tuviera que llevar todos de vuelta al Halcón. —El wookiee asintió con un gruñido—. ¿Cuál es el mejor lugar para ponerlos? —El oscilador es el único objetivo razonable —le dijo Finn—, pero no hay manera de entrar. —Hay una manera. Todos voltearon a ver a Rey. Fue Chewie quien planteó la pregunta que tenía que hacerse. —He visto el interior de este tipo de paredes —dijo Rey, mientras desde el cielo seguía lloviendo destrucción—. Los mecanismos y los instrumentos son los mismos que en los Destructores Estelares en los que busqué chatarra durante años. Llévame a una estación de cruce convencional, puedo hacer que entremos. Han asintió y le sonrió. —Haz que entremos. Si lo logras, nosotros haremos el resto. Luego de una breve búsqueda llegaron a una zona de estacionamiento llena de vehículos. Del variado surtido eligieron un deslizador de nieve. Gracias al entrenamiento de Finn y al conocimiento de máquinas de Rey, se las arreglaron para echarlo a andar. Han y Chewie se dirigieron a la estructura más cercana, y Finn y Rey ebookelo.com - Página 182


subieron al deslizador de nieve. Un soldado que monitoreaba la zona los vio justo en el momento en que salían a toda marcha. Su único disparo falló por un amplio margen, pero rápidamente informó lo sucedido. —Deslizador robado de Precinto Veintiocho. La respuesta reflejaba incredulidad. —¿Robado? —Sí, señor. Salida no autorizada. Una pausa y luego: —Lo estamos rastreando. Enviando unidad de apoyo inmediatamente. El deslizador pasó a toda velocidad sobre un montón de nieve mientras Rey luchaba por mantener el control del vehículo, desconocido para ella. En su carrera rumbo al centro de contención iban dispersando a las diversas criaturas que encontraban a su paso. El hexágono se alzaba amenazador delante de ellos. Algunos disparos de X-wings alcanzaban ocasionalmente el techo y los costados. Finn notó que el número de explosiones había disminuido notablemente. Y el cielo seguía oscureciéndose conforme la cortina de energía oscura, cada vez más opaca, bloqueaba la luz solar en su paso hacia los recolectores colocados al otro lado del planeta y llenaba la unidad de contención situada en el núcleo planetario. —¡La nieve es muy fría! —exclamó Rey, mientras maniobraba con el deslizador entre un grupo de largos árboles—. ¡Es todo lo contrario de Jakku! —Y eso que no has vivido aquí —le dijo Finn—. Sólo hay dos estaciones: ¡invierno y crudo invierno! De repente escucharon una explosión y el deslizador se tambaleó. ¡Un disparo los alcanzó! Con gran habilidad, Rey manipuló los controles y logró mantener la velocidad. Un segundo disparo casi los alcanza. Al voltear hacia atrás vieron un segundo deslizador persiguiéndolos y acercándose cada vez más. Finn se dio cuenta de que, si se aproximaba más, podía derribarlos con su siguiente disparo. Tenían que hacer algo y rápido. Rey era experta conduciendo, y él era experto en… —¡Cámbiame el lugar! —gritó. Hicieron el difícil cambio sólo porque tenían que hacerlo. Rey seguía al mando del vehículo, pero ahora Finn estaba en posibilidad de disparar con mayor precisión. Hizo varias descargas mientras Rey se escabullía entre los árboles. «Maldito conductor, sabe lo que está haciendo», pensó Finn con admiración. Incluso era posible que fuera un excompañero de escuadrón. Trató de no pensar en eso mientras apuntaba y disparaba otra ráfaga. Esta vez su disparo acertó, lanzando al soldado por los aires. Finn no sabía si lo había matado o no, pero el deslizador del perseguidor se estrelló contra los árboles y se incendió. —¡Le di! —Cuando volteó hacia delante, lo que ocurría en el cielo volvió a ebookelo.com - Página 183


acaparar su atención; pero en esta ocasión no era lo que sucedía en el cielo que estaba encima del hexágono, sino más lejos, en el horizonte. Unos rayos de luz púrpura, oscura e intensa, fluían hacia allá, una cortina de energía atraída hacia los colectores del arma. Finn se inclinó hacia Rey. —¡Están cargando el arma! ¡Se nos acaba el tiempo! —¡Llegaremos! —gritó Rey, pero sabía que sus probabilidades de evitar la destrucción de la base de la Resistencia, y de todo el sistema D’Qar, eran muy pocas.

Han y Chewie esperaron ocultos hasta que vieron a tres soldados de asalto acercarse a una amplia escotilla de servicio. Era más pequeña que los portales que habían visto hasta el momento, y Han esperaba que por esa razón estuviera menos vigilada. Al abrirse la puerta, Chewbacca inmediatamente aniquiló al soldado de en medio con su ballesta. Sorprendidos, los soldados sobrevivientes respondieron al fuego, pero Han los eliminó con su infalible puntería. Las alarmas empezaron a sonar y se escuchaban incluso por encima del estrépito de la contienda aérea. Otro soldado que estaba en el corredor se echó a un lado y rápidamente activó su comunicador. —¡Enemigo localizado y confrontado en la plataforma seis del oscilador! Tres soldados caídos; ¡envíen refuerzos!

Rey estacionó el deslizador junto a una pequeña estructura negra. A Finn no le pareció que esta fuera importante, pero pensó que, al igual que el gatillo de una pistola, algo que en sí mismo parece poco importante puede ser, en realidad, indispensable. Rey abrió un panel de mantenimiento, revisó brevemente el interior y se puso a trabajar. Sus entumidos dedos fueron desensamblando las piezas una por una. —He hecho esto toda mi vida. No había pensado en ello hasta ahora. Era simplemente algo que hacía todos los días para sobrevivir. Una rutina; como respirar. Para demostrarse a sí misma que estaba más que familiarizada con los componentes en cuestión, cerró los ojos y siguió desmontando el interior de la caja. Cuando los abrió de nuevo, se sintió satisfecha al ver que no había pasado por alto ni una sola conexión. —Buena maquinaria —comentó con aire ausente—. Yo habría obtenido al menos tres porciones por esto. —¿Qué? —Absorto en el espectáculo del combate aéreo, en las enormes corrientes de energía oscura que fluían hacia los colectores de energía y en el cielo cada vez más oscuro, Finn no había estado siguiendo las reminiscencias de Rey. —No importa —dijo Rey sin dejar de trabajar—. Sólo estaba pensando cómo una pieza pequeña puede ser tan importante; como por ejemplo, esta —dijo al tiempo que arrancaba con la mano izquierda un pequeño tramo de fibra de flujo de colores ebookelo.com - Página 184


brillantes.

Ya dentro del complejo, Han, que cada vez estaba más nervioso, suspiró aliviado cuando la escotilla de servicio que estaban vigilando se abrió para mostrar un pasillo desierto. No había rastro del soldado que había reportado su presencia. Al verse superado en número, aquel individuo tuvo la sensatez de ocultarse para esperar los refuerzos solicitados. Los dos intrusos corrieron hacia el pasillo, y Chewbacca emitió un gruñido nervioso. —Sí —coincidió Han—, ni que lo digas. Un reconocimiento rápido de los alrededores confirmó que nadie, ni orgánico ni droide, estaba al acecho. Han se alegró, pero sabía que el entorno no permanecería en paz por mucho tiempo. Él y Chewie se repartieron los explosivos del morral. —Vamos a colocarlos alternadamente en todas las columnas de apoyo que encontremos —sugirió Han. Chewie objetó con una serie de gruñidos enfáticos, y Han reconsideró su idea. —Tienes razón, tu idea es mejor. —Señaló la más cercana de las enormes estructuras de apoyo del edificio—. No tenemos las municiones necesarias para derribar más de una. Sólo espero que hayamos traído suficientes para eso. —Señaló una con un gesto—. Vamos a poner todo lo que tenemos en esa columna. Tú encárgate de la parte superior; yo iré abajo. Nos encontraremos de nuevo aquí. Sin querer, sus ojos se encontraron y sostuvieron la mirada. Hombre y wookie se dieron cuenta de que podría ser la última vez. No dijeron nada más. No hacía falta. Cuando había trabajo que hacer, no perdían el tiempo en charlas superficiales. Así había sido a lo largo de los años. Cada uno conocía su trabajo, y lo hacía. Eso no evitó que Han hiciera una pausa para mirar hacia atrás. Cuando lo hizo, descubrió a Chewbacca mirando en su dirección. «Misma ética, diferentes especies, mismo pensamiento», reflexionó Han. Señaló con un ademán firme. —¡Ve, antes de que las cosas se compliquen más! Chewie obedeció y no volvió a mirar atrás. Han lo miró por un buen rato. Luego él también se dio la vuelta y corrió. Tenía muchas cosas en la mente, pero cuando uno está colocando explosivos, lo mejor es concentrarse en la tarea. Todo lo demás tendría que esperar hasta que terminaran. Revisó la instalación de un dispositivo y bajó al siguiente nivel.

Mientras Han se enfocaba en colocar las cargas explosivas, Kylo Ren estaba concentrado en localizar a los intrusos, aún desconocidos. Se acercó a la entrada principal del hexágono e ignoró al escuadrón que se puso en posición de firmes al verlo llegar. Sin esperar una orden, uno de los soldados activó los controles para abrir ebookelo.com - Página 185


el portal principal. Obedeciendo un ademán de Ren, él y sus compañeros siguieron a su líder al interior. La presencia del escuadrón se vio empequeñecida ante el imponente interior del complejo. Alrededor de ellos, los instrumentos y los componentes emitían un zumbido monótono, prueba de que la masa creciente de la energía oscura que se acumulaba en el centro del planeta seguiría en su lugar hasta que llegara la hora de liberarla. Ren se detuvo y revisó lentamente su entorno. A pesar de que los soldados sabían lo que estaba haciendo, no dejaron de maravillarse. Tras un largo análisis, Ren señaló hacia los niveles superiores. —Están aquí. Encuéntrenlos. Por allá arriba. El escuadrón se dirigió de inmediato al lugar que les había indicado. Cuando se perdieron de vista, Ren volteó lentamente… y se dirigió hacia abajo. El equipo ascendió con las armas en alto, siguiendo el procedimiento de búsqueda prescrito y cubriéndose unos a otros a medida que avanzaban. Revisaban los rincones de poca visibilidad con especial atención y precaución. Desde las sombras, Chewbacca los vio pasar, admirando la precisión con la que avanzaban. Tan pronto los perdió de vista, salió a colocar otra carga. Abajo, Han había terminado de colocar una carga y se disponía a subir un poco para poner otra, pero un sonido lo hizo dudar. La estructura estaba llena de sonidos difíciles de identificar, pero aquel era diferente. Para no arriesgarse, se ocultó detrás de un ancho soporte vertical. Si el sonido no se repetía… Una mirada a lo largo del borde de su refugio reveló su origen, y su expresión sufrió un notable cambio. La figura que se había detenido a mirar por encima de una barandilla hacia las profundidades de la estructura le resultaba familiar. «Aquí», se dijo Ren, cada vez con mayor certeza. «Él está aquí». Alzó la mirada y se fijó en una de las muchas columnas de apoyo. Avanzó lentamente hacia ella, preparado para lo que pudiera suceder. Nada. No había nadie detrás de la columna. Desde su escondite en un estrecho compartimento empotrado en la pared, Han vio cómo la figura con capa pasaba dando zancadas. Mientras miraba, sus labios se movían formando una sola palabra. O tal vez se trataba de un nombre. Ren se dirigió a una pasarela que se extendía hacia un amplio espacio abierto. Se detuvo momentáneamente y miró alrededor, vacilante, dudoso y siguió adelante. El sonido de su botas —el sonido que había alertado momentos antes a Han— se perdía en la distancia. Han salió de su escondite y miró el camino por donde había llegado. Si se marchaba en ese momento y lograba controlar sus pensamientos y emociones mientras caminaba de regreso, había una buena posibilidad de que pudiera salir del edificio. Si era realmente afortunado, sería capaz de salir sin llamar la atención de los ebookelo.com - Página 186


soldados que estaban buscándolo, o de alguien más. Afuera, si todo había salido según el improvisado plan, Finn y Rey estarían esperándolo con el vehículo. Sería una oportunidad para regresar al Halcón antes de que todo el planeta se fuera al infierno. Una oportunidad para una reunión más, en otro mundo. Un rostro apareció frente a él con sus rasgos marchitos, pero aún suaves; la voz que surgía de entre aquellos labios tan conocidos era firme, pero siempre afectuosa. Formaba palabras que persistían en sus pensamientos. Formaba una última petición. Una petición a la que no renunciaría, a la que jamás renunciaría. Han tomó una decisión. En lugar de huir, avanzó. En lugar de buscar su seguridad, aceptó el reto. No había ninguna posibilidad de elección real, se dijo mientras avanzaba hacia el borde de la pasarela. Y gritó. —¡Ben! Su voz hizo eco en la enorme cámara y en el vacío que se abría hacia abajo. En el otro extremo, una figura alta se giró y volvió sobre sus últimos pasos. —Han Solo. —Kylo Ren miró fijamente al hombre mayor—. Desde hace mucho tiempo esperaba este día. —Quítate esa máscara. —El tono de Han era una mezcla de autoridad y empatía —. No la necesitas aquí, conmigo. —¿Qué crees que verás si me la quito? Han avanzó unos pasos. —El rostro de mi hijo. —Tu hijo ya no existe. Era débil e ingenuo, como su padre. —La respuesta de Ren estaba henchida de aflicción e ira—. Así que lo destruí. Pero no cuesta nada cumplir una petición tan sencilla. Ren alzó los brazos y se quitó lentamente la máscara. Fue la primera vez que Han vio el rostro adulto de su hijo, y se estremeció. Ambos hombres estaban tan concentrados uno en el otro, tan inmersos en su encuentro, que no notaron unas nuevas presencias en una pasarela superior. Finn y Rey habían entrado a buscar a Han y a Chewbacca, y ahora se encontraban mirando desde lo alto aquella confrontación. —Eso es lo que Snoke quiere que creas —dijo Han. No estaba suplicando… simplemente declaraba un hecho—. Pero no es verdad. Mi hijo sigue vivo. Lo estoy mirando en este momento. La confrontación había atraído a otro espectador: en el nivel superior, Chewie se acercó para ver y escuchar. Los ojos de Ren se encendieron. —¡No! El Líder Supremo es sabio. Él sabe quién soy y quién puedo llegar a ser. Y sabe lo que tú eres, Han Solo. No eres un general ni un héroe. Apenas un ladrón de poca monta y un contrabandista. Una leve sonrisa se formó en el rostro de Han. —Bueno, en eso tiene razón. ebookelo.com - Página 187


Un tercer grupo se sumó a los espectadores, atraído también por los sonidos del altercado. Embelesados por la confrontación, el escuadrón de soldados miraba con tanta atención como Rey, Finn y Chewbacca. Temerosos de tomar alguna iniciativa que más tarde pudieran recriminarles, esperaban una orden de Ren. Han subió a la pasarela y caminó hacia su hijo. Ni su andar ni su voz reflejaban inseguridad. —Snoke te está utilizando por tu poder, está manipulando tus habilidades. Cuando haya conseguido todo lo que quiere de ti, te destruirá. Te desechará. Tú sabes que es verdad. Si tienes tan sólo la mitad de las habilidades y de la capacidad de percepción que sé que posees, sabrás que estoy diciendo la verdad. Porque a diferencia de él, yo no tengo nada que ganar con ello. Ren vaciló. —Es demasiado tarde —dijo. —No, no lo es. —Han ya estaba a la mitad de la pasarela y avanzaba, sonriendo —. Nunca es demasiado tarde para la verdad. Ven conmigo. Vuelve a casa. —Sin el más mínimo rastro de malicia o de engaño, lanzó una puñalada—. Tu madre te extraña. El joven sintió una rara sensación en las mejillas, algo que había olvidado hacía mucho. Humedad. Lágrimas. —Me están desgarrando. Quiero… quiero liberarme de este dolor. Han dio otro paso y se detuvo, esperando. Había que tomar una decisión, pero esta vez no tenía que tomarla él. —Sé lo que tengo que hacer, pero no sé si tengo la fuerza para hacerlo. —Ren avanzó hacia Han—. ¿Me ayudarás? —Sí —dijo Han—. Lo que sea. Ren se detuvo a un metro de su padre, desenfundó su sable de luz, lo contempló por un momento y se lo tendió a Han. Por un instante, que pareció durar una eternidad, nada ocurrió. Finalmente, Han sonrió y extendió una mano para tomar el arma. Entonces, cuando el flujo de energía oscura ocultó por completo la luz exterior, Ren encendió el sable de luz y el terrible rayo rojo se proyectó al frente, perforando el pecho de Han. —Gracias —murmuró Ren, con una voz tan oscura como la negrura que se cernía sobre ellos. Desde lo alto, Finn y Rey ahogaron un grito. —Solo. Solo. —Finn rodeó con un brazo a la chica que estaba a su lado—. Rey. —No —susurró ella—. No, no, no… Con un aire de aceptación, aunque sin terminar de creer lo que acababa de ocurrir, Han miró el rostro de la criatura que había sido su hijo. No había nada que ver ahí. Sólo oscuridad con la forma de una cara extraña, irreflexiva, carente de sentimientos. Sus rodillas se doblaron, y el rayo descendió con él conforme caía. Ren lo apagó. Han se aferró por un instante a la orilla de la pasarela. Un torrente de recuerdos pasó por ebookelo.com - Página 188


su mente: los planetas y el tiempo, amigos y enemigos, triunfos y fracasos. Las palabras que deseó haber dicho y las que lamentó haber pronunciado. Todo había desaparecido; todo se había perdido en un instante, como aquella a quien nunca más podría abrazar. Entonces cayó y desapareció en las profundidades. En otro planeta muy lejano, una mujer sintió un estremecimiento en la Fuerza que la atravesó como un cuchillo. Se dejó caer en un asiento, cabizbaja y comenzó a llorar. Trastornado por sus propias acciones, Kylo Ren cayó de rodillas. Una parte de él había creído que aquel acto lo haría sentir más fuerte, pero se sentía debilitado. No oyó el rugido del wookiee enfurecido, pero sí sintió el pinchazo del proyectil de su ballesta, que lo alcanzó en un costado y lo derribó sobre la pasarela. Como el grupo de soldados podía responder al fuego enemigo sin necesidad de una orden directa, dispararon contra Chewie. El wookiee retrocedió hacia un pasillo sin dejar de disparar y oprimió el interruptor del detonador remoto mientras corría. Primero estalló una carga, luego dos, luego cuatro y finalmente el resto. Las enormes explosiones concertadas sacudieron el interior del hexágono. Las pasarelas se colapsaban y caían hacia el fondo del cilindro interior. Las paredes temblaban y se derrumbaban conforme las columnas principales y subsidiarias se quebraban. En medio del caos y la confusión creciente, Kylo Ren luchaba por levantarse. Mientras lo hacía, miró hacia arriba y sus ojos se cruzaron con los de Finn y Rey, que lo miraban desde lo alto. La impresión que se llevó al reconocerlos lo ayudó a recuperar el equilibrio. Cuando logró levantarse, avanzó con determinación sobre la pasarela, que seguía en pie, y se dirigió hacia arriba. Siguiendo el ejemplo de su líder, los soldados que no iban tras Chewbacca comenzaron a dispararle a las dos figuras que estaban en el nivel inferior. Rey, enloquecida y desconsolada, respondió al fuego. Se habría quedado allí, disparando salvajemente, si Finn no se la hubiera llevado, prácticamente cargándola.

Muy por encima, y envuelto en la sombra producida por la cortina descendente de energía oscura, Poe Dameron vio algo: una explosión en el techo del centro de contención. Por su intensidad y configuración supo que no era el resultado de un disparo de uno de sus X-wings, sino de una explosión en el interior. Voló alrededor del complejo y descubrió que, por primera vez, podía ver el interior de aquella estructura, aparentemente inexpugnable. Era una abertura. Una abertura pequeña. Una oportunidad, tal vez. Considerando la situación en que se encontraba el combate, probablemente una última. —Todas las unidades, aquí Líder Negro. La integridad estructural del objetivo ha sido vulnerada. Repito: la integridad estructural ha sido vulnerada. Hay una apertura. ¡Es nuestra oportunidad! ¡Denle con todo lo que tienen! ebookelo.com - Página 189


Siguiendo al caza negro y haciendo caso omiso tanto de los cazas TIE como de los rastreadores que los perseguían, los X-wings abandonaron el combate defensivo y se zambulleron como una unidad hacia el hexágono. Algunos disparos fallaron y detonaron en los costados del edificio, que siguieron intactos. Pero los otros, la mayoría, dieron en el blanco. Mientras Poe y sus compañeros volvían a elevarse, una serie de detonaciones sacudieron el edificio. Poco a poco, casi en cámara lenta, las paredes empezaron a derrumbarse sobre sí mismas. Y lo más significativo: del suelo empezaron a surgir llamas, provenientes de cámaras subterráneas ocultas. Poe lanzó un grito triunfal y aceleró rumbo al cielo, hacia la capa exterior de la atmósfera. Seguro en su posición detrás de la cabina, BB-8 emitió un flujo constante de sonidos excitados. —¡Todos los equipos, buen trabajo! —dijo Poe a sus compañeros pilotos—. ¡General, el objetivo ha sido destruido! La cálida voz de Leia llenó sus oídos, pero el mensaje que recibió no fue el que esperaba. —¡Bien! Ahora, retírense de inmediato. El planeta podría ser inestable. Salgan de ahí ya. Aunque las comunicaciones funcionaban correctamente, el mensaje tardó en llegar a su destinatario. Poe no dudó en replicar. —¡Si nos retiramos, dejaríamos a nuestros amigos atrás! Leia ya había anticipado la respuesta de Poe y estaba lista con la suya. —Poe, aparte de los que estamos aquí, ustedes son los únicos miembros de la Resistencia capaces de combatir. Si se quedan a buscarlos, los perderemos a todos. —General, con el debido respeto —dijo con voz firme—, no dejaremos a nuestros amigos atrás. Equipos, ¿quién está conmigo? Poe esperaba que las respuestas tardaran en llegar, pero se equivocó. Snap fue quien habló. —Todos estamos contigo, Poe. Ya lo sabes. —Un grito de apoyo llegó de la nave pilotada por el sullustano Nien Nunb, seguido por los otros. —¡Entonces, hagamos una buena obra y encontrémoslos!

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XVIII

TODO ERA PÁNICO EN la Base Starkiller, en los pasillos y recintos, en las oficinas administrativas y en las áreas de control. Los técnicos, desesperados, veían cómo los monitores se ponían en rojo uno tras otro conforme los sistemas más importantes dejaban de funcionar. —Hay sobrecalentamiento en las celdas de orden inferior —declaró un técnico en el centro de comando—. El equipo de emergencia no puede acceder al sitio. El sistema no funciona. —Cuando se dirigió a Hux, tenía una mirada que este no había visto en ninguno de sus técnicos—. El oscilador está fallando. La contención se está perdiendo. —El oscilador recibió disparos —informó otro oficial que luchaba por disimular el miedo—. Evaluando los daños. Intentando mantener la energía. Hux observaba todo en silencio mientras retrocedía lentamente. Sabía que no había nada que pudiera hacer. Los equipos de técnicos estabilizarían el oscilador del campo de contención. De lo contrario, no habría adónde huir.

—Vamos. —Finn redujo finalmente la velocidad en su búsqueda de un camino a través de la nieve, las sombras y el bosque cada vez más oscuro. ¿Hacia dónde corrían? Lo cierto era que tanto él como Rey se habían quedado sin aliento. Cuando él la miró, supo que pensaban lo mismo. En cualquier caso, fue bueno que se detuvieran. Incluso bajo aquella oscuridad artificial, a la sombra de la cortina descendente de energía oscura, el bosque se sentía… limpio. Por lo menos así fue hasta que una singular figura apareció y pronunció una sola palabra: —Alto. Los tres se miraron: Finn y Rey, y Kylo Ren, a unos diez metros de distancia. Mientras Ren desenfundaba su sable de luz, Rey sacó su bláster, dio un paso adelante y le apuntó. Antes de que pudiera disparar, Ren levantó una mano y la paralizó. Rey forcejeó para liberarse, enardecida por la ira, pero no pudo disparar. Él también se movía con dificultad debido a la herida infligida por la ballesta de Chewbacca y al enfrentar las habilidades recién descubiertas de Rey. Apretó los dientes y, con un movimiento enérgico, lanzó un brazo hacia un lado, arrancándole a Rey el bláster de las manos. ebookelo.com - Página 191


Respiró hondo y con un nuevo ademán lanzó por los aires a la propia Rey, quien chocó contra un árbol y cayó deslizándose al suelo, aturdida y lastimada. —¡Rey!… ¡Rey! Finn corrió hacia ella pero el sonido que hizo el sable de luz de Ren al encenderse lo hizo voltear. En la oscuridad, el zumbido y el resplandor rojo del arma resultaban fascinantes. Sin nada más de qué echar mano, y con el bláster de Rey fuera de su alcance, Finn recurrió a la única defensa que tenía a su disposición: el sable de luz de Skywalker. Lo desenfundó y lo activó. Por alguna razón, Ren se contuvo al verlo. Se quedó mirándolo un momento antes de reaccionar. —Esa arma… es mía. Finn casi gruñó su respuesta. —Ven por ella. Ren se irguió. Su figura resultaba imponente en medio de la nieve. Sin desperdiciar siquiera una mueca, le dijo: —Te mataré por ella. Luego corrió hacia Finn. A pesar del miedo, Finn levantó el sable para defenderse. Ren se abalanzó sobre él blandiendo su arma, pero Finn logró desviar cada uno de sus golpes. Fragmentos luminosos salían volando en todas direcciones, iluminando la nieve y la vegetación circundante. Ren retrocedió un poco y observó a aquel oponente que mostraba una determinación inesperada. Luego reanudó su ataque con mayor violencia que antes. Finn lo bloqueó una y otra vez. En cierto momento dejó que el rayo de Ren se deslizara sobre el suyo para luego desviarlo hacia un lado sin que le hiciera daño. Contraatacó, pero sin éxito. Mientras más se prolongaba la contienda, más se fortalecía Ren. Era como si disfrutara el desafío, como si se energizara con él. Por lo menos, eso parecía, hasta que Finn desvió un ataque de Ren, hizo un giro e, inesperadamente, lo hirió en un brazo con el sable. El desafío era cada vez más grande. Ren dio un paso atrás y reconsideró a su oponente. Cuando volvió a acortar la distancia entre ambos, lo hizo con un propósito que había estado ausente. Había esperado una ejecución, pero se encontró con un duelo. Ahora había sido tocado. Ya era hora de terminar con aquella contienda. Ren atacó implacable, impulsado por algo que Finn no podía percibir y mucho menos contrarrestar. Aun así, el exsoldado se defendió hasta que Ren acertó un golpe que hirió a Finn en el pecho y lanzó por los aires su sable de luz, que cayó en la nieve, a unos seis metros de distancia. Todo había terminado. Ren apagó su arma y extendió un brazo hacia el sable que yacía en la nieve. Este se sacudió y luego comenzó a vibrar, respondiendo al llamado de la Fuerza. Ren estiró más el brazo, esforzándose, gesticulando enérgicamente. Finalmente, el sable de luz se elevó, voló hacia su mano extendida… y la pasó de largo. ebookelo.com - Página 192


Desconcertado, Ren volteó y vio cómo el arma iba a dar a la mano de la chica, quien estaba de pie junto a un árbol. Rey parecía igualmente sorprendida de que su control sobre el dispositivo hubiera superado el de Ren. Ella miró el arma que descansaba en su palma. —Eres tú —murmuró Ren. Sus palabras la inquietaron: no era la primera vez que le parecía que él sabía más sobre ella que ella misma. Pero no tenía tiempo ni ganas de reflexionar sobre su comentario; estaba demasiado furiosa. Sosteniendo la empuñadura con ambas manos, encendió el sable de luz y atacó. Ren encendió el suyo y respondió al ataque. Aunque esperaba encontrar debilidad, sólo halló fortaleza. El manejo del arma por parte de Rey era, en el mejor de los casos, elemental; pero estaba respaldado por una furia que para Ren resultó desconocida e inesperada. Cuando las hojas de sus sables chocaron, la descarga de energía resultante iluminó una sección entera de bosque.

Dentro de la base reinaba el caos. Los edificios no sólo se derrumbaban, sino que se hundían en una serie de enormes sumideros que empezaban a abrirse en la tierra como resultado del colapso del campo de contención. Al observar el cataclismo por una ventana del centro de mando, un joven técnico corrió hacia la seguridad ilusoria del interior del edificio. Un oficial superior lo detuvo. —Teniente, ¡vuelva a su estación! Consciente de que en aquella situación el rango ya no significaba nada, el técnico se detuvo sólo el tiempo suficiente para responder. —¡No sobreviviremos aquí! ¡Incluso Hux se fue! Empujó al aturdido oficial, quien ya no intentó detenerlo. En la oscura y cavernosa sala de conferencias, Hux se puso delante de la imagen de Snoke. Por más que lo intentaba, cada vez era más difícil aparentar que ejercía algún tipo de control. —Líder Supremo, el oscilador ha sido destruido. El planeta está colapsando. — Bajó la vista—. No hay nada que se pueda hacer. Snoke estaba furioso, pero sabía que no había nada que pudiera hacer. Tantos planes desarrollados minuciosamente, tantos propósitos sin cumplir… —Abandone la Base Starkiller de inmediato y preséntese conmigo junto con Kylo Ren. —Luego añadió con gravedad—: Parece que él tenía razón con respecto a la chica.

Para alguien que observara a la distancia parecería como si en las profundidades del bosque estuviera produciéndose una serie de pequeñas explosiones. Los sables de luz ebookelo.com - Página 193


chocaban una y otra vez. Aunque Ren era más grande y más fuerte que Rey, aquella lucha no tenía nada que ver con el tamaño físico. Lo que a ella le faltaba en masa lo compensaba con ferocidad. En cierto momento, Rey lo obligó a replegarse, pero Ren recuperó la confianza y contrarrestó el ataque. En un instante predominaba uno y al siguiente el otro; si él tomaba ventaja, de inmediato la enfurecida Rey retomaba el control. Se escuchó un terrible estrépito, como el suspiro de un continente, y una enorme sección del bosque simplemente se hundió detrás de Rey, dejándola combatiendo en el borde de un abismo tan profundo que su fondo se perdía bajo una nube de polvo. Ren levantó su sable de luz listo para atacar. —Podría matarte ahora mismo. Pero hay otra manera. Jadeando, Rey miró con asco a aquel hombre que tanto la rebasaba en estatura. —Eres un monstruo. —No. Necesitas un maestro. —Ren parecía al mismo tiempo suplicante e insistente—. ¡Yo puedo mostrarte el camino de la Fuerza! Rey negó lentamente con la cabeza. —¿La Fuerza? —¿De eso se trataba aquello? En lugar de hacer algún movimiento de defensa, Rey cerró los ojos. Ren titubeó, confundido por aquel acto. Pasó un largo rato, durante el cual Ren percibió un cambio en el entorno, un cambio en ella. Luego, Rey abrió los ojos y lo atacó con saña, de una manera de la que no se sabía capaz, blandiendo una y otra vez su arma, y obligando a Ren a retroceder. La energía luminosa producida por el choque de los sables se intensificó en aquel frenesí de golpes. Finalmente, Ren cayó al suelo. Se levantó de inmediato, pero no lo suficientemente rápido para esquivar del todo otro golpe del arma de Rey. Si bien logró bloquearlo, la fuerza del ataque recayó en la empuñadura de su sable de luz, que salió volando hacia la nieve. Desarmado, levantó una mano y se valió de la Fuerza para protegerse de los ataques incesantes de Rey, hasta que la furia de Rey logró doblegar las pocas defensas que le quedaban. Un golpe del sable le dio de refilón en la cabeza y el pecho, y provocó que cayera de nuevo, con una quemadura que le atravesaba el rostro. Debilitado, extendió la mano hacia su sable de luz, tratando de atraerlo. «Un golpe descendente», pensó Rey. «Un solo golpe rápido, y estaría muerto». Las luces de aterrizaje de una nave aparecieron en la distancia, acercándose sobre los árboles. Tenía que tomar una decisión ahora. «Mátalo», dijo una voz dentro de su cabeza. Una voz imprecisa, vaga, cruda. La emoción de la venganza pura. «Muy fácil», se dijo. «Muy rápido». Pero rechazó aquello: el lado oscuro. El planeta se estremeció bajo sus pies y el suelo comenzó a fragmentarse. Rey se alejó de Ren y corrió de vuelta a donde yacía Finn, gravemente herido. Una enorme zanja se abrió entre ella y el general Hux, que había llegado acompañado por un grupo de soldados. Había rastreado a Ren hasta aquel lugar utilizando un diminuto ebookelo.com - Página 194


sensor de ubicación colocado en el cinturón de este. Hux habría capturado a Rey y a Finn si no fuera por la orden emitida por el Líder Supremo. Eso tenía prioridad sobre todo lo demás. Simplemente ya no quedaba tiempo. «Los dos renegados morirán aquí de todos modos», pensó Hux siguiendo a los soldados que subían a Ren a un transporte. Tan pronto como lo abordó, la nave despegó y se alejó apresuradamente del planeta moribundo. Abajo, Rey se hincó a un lado de Finn, quien permanecía inconsciente. Lo hizo rodar e hizo una mueca ante la herida que Ren le infligió con su sable de luz. La llaga se había cauterizado al instante. Por la falta de luz, no podía estimar la profundidad de la herida ni saber si había alcanzado algún órgano vital. Rey abrazó el cuerpo inerte y se puso a llorar. «Hay peores maneras de morir», se dijo, mientras el suelo temblaba y los árboles se derrumbaban a su alrededor. No, se corrigió amargamente. Sólo había una forma de morir. Estaba convencida de ello. El resplandor que los envolvió a ella y a Finn no provenía del núcleo planetario. Era demasiado brillante, demasiado concentrado. Rey levantó una mano para protegerse los ojos y escudriñó la luz que se acercaba. Al cabo de un instante comprobó que se trataba de las luces de reconocimiento de una nave. Una nave que identificó. En el área donde se abrió un abismo durante la confrontación de Rey con Kylo Ren surgió el Halcón Milenario. Tomando en cuenta las condiciones del terreno y lo inestable de la superficie, el piloto hizo un aterrizaje asombrosamente eficaz. Rey se habría arrojado a los brazos de Chewie, si este no se hubiera agachado inmediatamente a recoger el cuerpo inerte de Finn. De haber tenido la oportunidad, habría permanecido en el compartimento médico, donde el wookiee había dejado a Finn. Pero a pesar de sus múltiples modificaciones, el Halcón seguía volando mejor cuando alguien ocupaba el asiento del copiloto. Al cabo de unos instantes se encontraron fuera de la atmósfera del planeta en implosión. El salto a velocidad de la luz pudo hacerse sin problemas y, por lo mismo, no alcanzaron a contemplar el cataclismo final. Lo cual estuvo bien. Un momento después de su partida, el sistema de la Base Starkiller se convirtió en un binario.

Poe convocó a sus equipos después de ver al Halcón alejándose de la Base Starkiller y ahora esperaba en D’Qar a que la nave aterrizara. El Halcón se acomodó en un lugar vacío entre los X-wings sobrevivientes de la Resistencia. Incluso antes de que la rampa de acceso llegara al suelo, Chewbacca salió de la nave cargando en brazos a Finn, que todavía respiraba. El personal médico y otros oficiales los escoltaron al interior del complejo. Rey, exhausta, salió detrás del wookiee, y la multitud reunida la vitoreó. Leia ebookelo.com - Página 195


Organa la esperaba delante de todos, acompañada por un par de droides. Rey reconoció de inmediato a BB-8 y se preguntó quién sería el reluciente droide dorado de protocolo que estaba a su lado. Instintivamente, Rey se dirigió hacia Leia. En aquel momento no era la general Organa. Leia tomó el rostro de Rey en sus manos. Aunque su corazón estaba destrozado por la muerte de Han y de muchos otros valientes pilotos, Leia estaba agradecida por la salvación de la Resistencia. A pesar de la presencia de la multitud, las dos mujeres se abrazaron sin vergüenza ni vacilación. Luego, con lágrimas en los ojos, entraron al complejo. Las horas pasaron sin que recibieran noticias del centro médico. Cuando la doctora Kalonia finalmente salió de la sección de cuidados intensivos, Rey casi se desmaya al ver la sonrisa en su rostro. Las palabras que le dijo corroboraron su esperanza. —Tu amigo va a estar bien. —Gracias. —Fue todo lo que Rey acertó a decir. Kalonia la miró. —No trato muchas heridas de sable de luz. Es un arma antigua. La gente hoy en día prefiere luchar con rifles y blásters, desde la distancia. —Ella se encogió de hombros—. Supongo que no importa. La muerte es la muerte, no importa el medio por el que se provoque. —Su sonrisa volvió—. Pero no para tu amigo. No esta vez.

Situada en una parte relativamente apartada del remolino de actividad de la base de la Resistencia, la sala de conferencias era el lugar perfecto para una reunión estratégica. Leia estaba ahí, así como Poe, C-3PO, BB-8 y un selecto grupo de oficiales. También había varios equipos y dispositivos que se consideraron pertinentes, pero que al final no se utilizaron. Poe habló primero. Nunca se inhibía en la presencia de los altos rangos. —Kylo Ren dijo que el segmento en poder de BB-8 es la última pieza del mapa que muestra el camino a la ubicación de Skywalker. Así que, ¿dónde está el resto? —La Primera Orden lo tiene. —Rey volteó a verlo—. Lo extrajeron de los archivos imperiales. Poe la miró fijamente. —¿El Imperio? El almirante Statura asintió con la cabeza. —Eso tiene sentido. Es lógico pensar que el Imperio realizó una búsqueda de los primeros templos jedi. Y también que, al destruir todos los santuarios jedi, haya reunido una gran cantidad de información periférica. Todos estaban tan inmersos en la discusión y en las posibles consecuencias, que nadie se dio cuenta de que una luz se había encendido en la parte superior de una pequeña unidad R2 arrumbada entre las máquinas almacenadas en el recinto. Tampoco vieron que su cabeza semiesférica había volteado hacia donde estaban. ebookelo.com - Página 196


—La Resistencia todavía está en guerra con la Primera Orden —señaló Leia—. Una guerra que no terminará hasta que una de las dos partes haya sido destruida. Si no encontramos a Luke, la próxima vez no tendremos ni una oportunidad. El silencio subsecuente fue interrumpido por una serie de pitidos y silbidos de un tipo que los apesadumbrados asistentes no habían oído en bastante tiempo. En el caso de esos pitidos y silbidos específicos, en años. Nadie estaba más sorprendido que C-3PO cuando R2-D2 avanzó para sumarse a la asamblea. —¡R2! ¿Qué…? ¿Cómo dices? No te he visto así de funcional desde… —C-3PO fue interrumpido por una ráfaga de pitidos que ahogó por completo sus palabras—. ¡Más despacio! ¡Me estás provocando una sobrecarga de datos! —C-3PO se llevó una mano a la cabeza. Si ese gesto indicaba un dolor real o si era simplemente una concesión para los humanos presentes, sólo el droide lo sabía. Leia se acercó, emocionada. Entre todos los seres orgánicos presentes, ella era la que tenía una relación más personal con el pequeño droide. —¿Qué está diciendo? —preguntó. El droide de protocolo explicó: —Si la información que usted busca estaba en los archivos imperiales, él cree que puede haberla catalogado. Está escaneándola ahora. Rey se quedó mirando al diminuto droide. —¿R2 tiene el resto del mapa? —Sin duda está sugiriendo esa posibilidad —respondió C-3PO—. Nunca lo había escuchado pitar con tanta energía. R2-D2 emitió un silbido largo y sostenido y proyectó la imagen tridimensional de una enorme carta de navegación. Nadie en la habitación pudo dejar de notar que le faltaba una sección sustancial. En respuesta a la imagen flotante, BB-8 comenzó a pitar con entusiasmo. —Sí, amigo, espera —le dijo Poe—. Yo lo tengo. El piloto se acercó al droide esférico mientras sacaba de un compartimento sellado de su uniforme, el antiguo y diminuto dispositivo de almacenamiento de datos que Lor San Tekka le entregó en un principio. Poe lo insertó en un receptáculo de BB-8 y dio un paso atrás. Por un instante no pasó nada. Luego, en el costado curvo del droide se encendió una lente que proyectó una extensa área del firmamento. BB-8 redujo su tamaño para que sus proporciones coincidieran con las del mapa de R2 y ajustó ligeramente su posición. Los dos fragmentos dispares se fusionaron perfectamente para formar una carta completa. —¡Por todas las estrellas! —exclamó C-3PO, no menos asombrado que sus contrapartes orgánicas—. ¡Ahí está! Lo que causó que Leia se tambaleara ligeramente no tenía nada que ver con la Fuerza y sí con una profunda emoción. ebookelo.com - Página 197


—Luke… —El mapa. —Los ojos de Rey recorrieron maravillados aquella representación luminosa de una gran parte de la galaxia—. ¡Es el mapa completo! —¡R2! —El tono de voz de C-3PO fue como el de un pariente orgulloso felicitando a un miembro de su familia—. ¡R2, lo lograste! Los vítores y abrazos espontáneos llenaron la sala con tanta alegría que nadie prestaba atención al rango o a la especie de aquellos a quienes abrazaba. Rey y Poe no fueron la excepción, aunque al fuerte y emocionado abrazo que se dieron le siguió de un momento incomodidad. —Oh, hola —murmuró el piloto—. Soy Poe. Ella asintió lentamente mientras miraba su rostro y comprobaba que le agradaba. —Reconozco tu nombre. Así que tú eres Poe. Poe Dameron, el piloto de X-wing. Yo soy Rey. —Lo sé. —Él le devolvió la sonrisa, un poco más relajado—. Mucho gusto. En medio de los gritos y aplausos espontáneos, pocos notaron que el droide de protocolo se había inclinado hacia la unidad astromecánica, que ahora se encontraba en silencio. —Mi querido amigo, cómo te he extrañado.

Dentro de la cápsula de cuidados intensivos, en el centro médico, Finn permanecía en un coma inducido, todavía debatiéndose entre la vida y la muerte. El pronóstico de la doctora Kalonia había sido favorable, incluso optimista; pero nada era seguro hasta que Finn se recuperara por completo. Y pensándolo detenidamente, la frase «estará bien» podía significar cosas completamente diferentes para el médico y para el paciente. Sentada a su lado y profundamente preocupada, Rey miró la hora. Debía irse. Inclinándose hacia él tanto como la cápsula se lo permitía, ella le dio un suave beso en la mejilla y le habló con determinación: —Volveremos a vernos. Estoy segura de eso. Gracias, amigo mío.

Pulcro y visiblemente renovado, luego de su largo periodo de inactividad, R2-D2 subió por la rampa de carga del Halcón Milenario. Cerca de ahí, Chewbacca hacía las revisiones de último minuto de los sistemas externos de la nave. Normalmente era un trabajo para dos personas, pero él insistió en hacerlas por su cuenta. Leia estaba al pie de la rampa, indecisa e intranquila, jugueteando con los parches de la chamarra que llevaba Rey. «Qué tontería», se dijo, sin dejar de hacerlo. Algo indigno de su estatus y posición. Pero se sentía tan bien hacerlo, tan natural. —Estoy orgullosa de lo que vas a hacer —le dijo a la chica. Rey respondió con toda seriedad. ebookelo.com - Página 198


—Pero también siente miedo. Mandarme lejos… le trae recuerdos. Leia se irguió. —No tendrás el mismo destino de nuestro hijo. —Sé que estamos haciendo lo correcto. Así es como debe ser. Así es como tiene que ser. Leia sonrió gentilmente, de modo tranquilizador. —Yo también lo sé. Que la Fuerza te acompañe. Leia se quedó mirando hasta que Rey entró en la nave y la rampa se cerró detrás de ella. Luego se alejó con Poe, BB-8 y C-3PO a una distancia segura. En la cabina, Rey se dirigió hacia el asiento del copiloto, pero una figura enorme y peluda le bloqueó el camino. —Chewie, el Halcón vuela mejor con dos personas en los controles, lo sabes. Ya me he sentado en ese asiento. Puedo hacerlo de nuevo. El wookie profirió una serie de gruñidos. Luego se dio la vuelta y se sentó… en el asiento del copiloto. Rey sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. —¿Hablas en serio? Chewie gruñó y, para asegurarse de que ella entendiera, señaló con un gesto hacia su izquierda, hacia el lugar del piloto. Rey se acomodó en el asiento. Sabía que podía salir avante. Si Chewbacca sentía que podía hacerlo, ¿quién era ella para disentir? Al verla vacilar, el wookie extendió un brazo y le revolvió el cabello. Rey sonrió e hizo el ademán de darle un manotazo para apartarlo. Chewbacca no se imaginaba lo mucho que este inocente gesto significaba para ella. Detrás de ellos, R2-D2 pitó alegremente. Rey miró al frente e hizo una última exploración de la consola, asegurándose de saber dónde estaba todo. Por experiencia, sabía que el Halcón era una nave dócil. Tenía la intención de hacer lo correcto por ella. Extendió la mano y dejó que sus dedos jugaran sobre los controles. A su lado, Chewie hizo lo mismo mientras gruñía con aprobación. El Halcón Milenario levantó el vuelo.

El planeta era en su mayor parte océano, salpicado de altísimas islas de roca negra: cráteres de volcanes cuyas laderas habían sido erosionadas mucho tiempo atrás. La vegetación cubría los flancos pétreos y descendía en ondas color esmeralda hacia el mar azul. Por encima de las tranquilas aguas, criaturas voladoras planeaban con amplias alas de color blanco translúcido. Un gran alboroto se suscitó entre las aves cuando algo más grande y sonoro que cualquiera de ellas descendió a la superficie. El Halcón viró hacia una de las islas más grandes y redujo la velocidad. Una zona amplia y plana al pie de la montaña central de la isla les ofreció un ebookelo.com - Página 199


lugar apenas suficiente para aterrizar sin tocar el agua. El Halcón permaneció ahí unos instantes. Poco a poco, la curiosidad hizo que la fauna del lugar comenzara a asomarse desde el bosque que envolvía la montaña, atraída por aquella extraña llegada. La rampa descendió y la tripulación salió de la nave. El wookiee y el droide miraron cómo Rey, con su viejo bastón asegurado a la espalda, comenzó a trepar la pendiente empinada y tupida que tenían delante. Ocasionalmente se detenía para recuperar el aliento y mirar hacia atrás. Cada una de esas veces, Chewbacca la saludaba. De haber estado equipado para hacerlo, R2-D2 habría hecho lo mismo. Rey subió por una escalera tan antigua que los peldaños de piedra estaban desgastados como consecuencia de las miles de pisadas. El ascenso era arduo, el ambiente estaba cargado de humedad y Rey se sentía agotada, pero en ningún momento se le ocurrió detenerse. Finalmente llegó a un pequeño claro donde encontró varias modestas estructuras de piedra. La escena era insoportablemente primitiva. Al interior de las estructuras no había movimiento alguno, salvo por el de algún animal que corría para ocultarse. Rey se detuvo abruptamente. Sentía… algo. Se volteó súbitamente. A poca distancia de ella, en la orilla del bosque, estaba una figura vestida con capa y capucha. No importó que estuviera de espaldas. Rey supo al instante de quién se trataba. Sin embargo, todo lo que pudo hacer fue quedarse mirándolo. Ya sea motivado por la mirada de Rey o por algo desconocido, la figura finalmente volteó hacia ella y se quitó la capucha. Luke Skywalker. Su cabello y barba eran blancos, y su expresión reflejaba angustia. No dijo nada, ni ella tampoco. En ese momento, Rey recordó algo. Rebuscó en su bolsa y sacó el sable de luz de Luke. Dio varios pasos al frente y se lo tendió. Era un ofrecimiento. Una súplica. La única esperanza de la galaxia. Rey se preguntó qué pasaría a continuación.

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ALAN DEAN FOSTER (Nueva York, EE. UU., 18 de noviembre de 1946). Prolífico escritor, tanto de ficción como de no ficción, aunque destaca por su trabajo en el primer campo. Ha cultivado varios géneros narrativos como la ciencia ficción, la fantasía, el terror, la novela policiaca, el Oeste, la novela histórica y la novela realista. Sus obras se han traducido a más de 50 idiomas, entre ellos el español. Es además autor de numerosos artículos sobre cine, ciencia y submarinismo y conocido por su labor en la novelización de guiones de cine, como su trabajo en la saga Alien o Star Trek. Fue el primer escritor en «dedicarse» a Star Wars, escribiendo la novelización de Una nueva esperanza como «negro» para George Lucas y El ojo de la mente, la primera novela original sobre Star Wars con la que creó el Universo expandido. Pasados una años volvió a Star Wars con la novela La llegada de la tormenta, ambientada ya en las precuelas. Su novela Cyber War ganó el premio Southwest Book de ficción en 1990 y fue su primer trabajo en este campo. Vive con su mujer en Prescott, Arizona.

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Índice de contenido Epígrafe Capítulo I Capítulo II Capítulo III Capítulo IV Capítulo V Capítulo VI Capítulo VII Capítulo VIII Capítulo IX Capítulo X Capítulo XI Capítulo XII Capítulo XIII Capítulo XIV Capítulo XV Capítulo XVI Capítulo XVII Capítulo XVIII Fotografías Autor

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