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Leonel Ospina Restrepo

El Jardinero de la Parranda: “Aún no me olvidas, Medellín…”

Por Juan Guillermo Sanmartín

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Leonel Ospina es considerado uno de los más grandes y más importantes punteros de música parrandera en Antioquia. Su corazón resuena junto a las cuerdas de su requinto; su voz vibra y hace vibrar con toda la energía de un antioqueño… “un berraco papá” Sus manos arrugadas y su voz quebrantada pero con historia, expresan el mensaje de un pasado que no volverá; del tiempo que se fue y el olvido que lo permeó, olvido que sabe muy bien quién es Leonel; olvido que se ha convertido en su entrañable amigo. Ya no es “el olvido que seremos”: Don Leonel, ¡ya somos olvido!

Oriundo del municipio de Amagá, al suroeste de Antioquia. Nació en cuna de proletarios y humildes campesinos en el año 1939; hijo de Alfonso Ospina y Sixta Restrepo, “padre con mano dura y madre con corazón grande”. Muy verraco el hombre; sus familiares, y muchos menos sus padres, no tuvieron un acercamiento previo con la música. Si bien cada padre quiere que su hijo sea el reflejo de su rostro, como cual mancha en la piel, Leonel eligió la música por decisión propia y llegó a Medellín en 1950, añitos después de aquella época aciaga del líder de “no soy un hombre, soy un pueblo”; vísperas en las que por fin llegarían a un acuerdo que unificara las diferencias de rojos y azules en un Frente Nacional; vísperas dictatoriales; vísperas que en su oráculo vería manchas de sangre en un futuro no muy lejano para Colombia.

Alto, fornido, galán y conquistador, Leonel era todo un casanova de la época y pupilo de Don Juan de Sevilla. Su voz gruesa y la seriedad al expresarse eran arma de doble filo. Por un costado tenía la capacidad de atraer a las damas más refinadas y quitarles el prestigio, como también era provocador de disgustos por palabras mal dichas y mal entendidas, que podrían ser la leña al fuego para encender una pelea.

Su vida se puede analizar desde tres puntos. El primero fue la dura decisión que tuvo que tomar en busca del sueño inequívoco de ser un juglar. El segundo, el éxito llegaría a su vida y con él llegaría también el hedonismo y la lujuria, cartas sobre la mesa para un músico de su envergadura. El tercero, el olvido llegaría a su vida; se dilatarían sus sueños, la familia, pero nunca lo que más quiso, la música.

La llegada a Medellín.

José Joaquín Restrepo es un personaje allegado a la vida de Don Leonel, fue seguidor de su música cuando aún reposaba en el horno, lista para salir al mercado. Ahora tiene criterios para hablar de Leonel Ospina. El señor José, con esa mirada al cielo en búsqueda de la explicación de su vejez, me contaba que Medellín era la ciudad predilecta para los músicos emergentes entre los años 50´s y 90´s. Eso se debía, según José a tres aspectos: “En Medellín se encontraban las más grandes disqueras y casas grabadoras de la época ‘pelado’; nada más mire a Fuentes y su disquera. Recuerde también que tenían muy buen sustento de trabajo por las presentaciones en los grandes salones de baile como el del Hotel Nutibara, y para agregarle la frutica al postre, en la ciudad de la Eterna Primavera también se apoyaba mucho a los artistas desde la radio; es más, salían en vivo y en directo”.

“No fue hasta los años 70´s cuando apareció la figura del productor musical, muy seguramente por el énfasis comercial. En Medellín había 7 disqueras importantísimas en el Siglo XX y que se desempeñaron desde el año 1939, en las cuales se destacaban Discos Fuentes, Sonolux, Odina, Silver y la Industria Fonográfica Victoria. Esta última era donde se solía grabar la música de Leonel”.

Palabras compartidas por Diego Gallego, conocido por el seudónimo de Galé, llamado así por la sonoridad del nombre y la facilidad de pronunciación. Empezó con música salsa en los 80´s, años en que solía llevar desde su casa al oriente de la ciudad hasta la sede de Discos Fuentes, dos maderos a cuestas. No eran una cruz, eran dos congas con las cuales tenía que cargar como un nazareno por la falta de dinero.

Gustavo Escobar Vélez, un paisa obsesionado por la música vieja y enamorado de la historia que hoy lo entristece, nos contó que la Disquera Victoria llegó de la Sultana del Valle, Cali, en el año 1964 a la Capital de la Montaña. Otoniel Cardona fue su director y Miguel Ángel Puertas su asesor comercial, la figura más cercana al productor. “Oiga, esta disquera fue grande”. Don Gustavo estaba en lo cierto. Allí se grababan los géneros populares como la parranda, el despecho, la música de antaño, entre otros, e incluso la historia pasó por allí. Pasó el ecuatoriano Olimpo Cárdenas, el colombiano Leonel Ospina y el Dueto de Antaño, corazón de la música antioqueña. Desde su nombre sabían que iban a quedar inmortalizados. Pareciera que esa canción del Dueto que dice “se cerraron para siempre sus ventanas”, fue una profecía. La piratería musical terminaría por finiquitar la casa disquera y cerrar para siempre sus ventanas, otra víctima fue la histórica Discos Fuentes.

Se podrá cerrar puertas y ventanas; se podrá marchar la gente, unos vivos otros muertos; se podrá caer a trozos la fachada, pero nunca la historia tan grande que estos lugares albergan.

Leonel, un juglar para Antioquia.

Si la Costa tenían al del “Grito vagabundo”, Antioquia tenían al de “María Teresa tiene…”. Con este símil comparan a estos dos grandes artistas que alegraron y se inmortalizaron en la música decembrina. Leonel no tenía los grandes compositores que llegó a tener Guillermo Buitrago, como Andrés Paz Barros, Crescencio Salcedo o el mismísimo Rafael Escalona, quien quedó inmortalizado en el Testamento que grabó Buitrago. El Jilguero de la Sierra grabó más de 130 canciones conocidas, en las cuales se destacan álbumes como Vísperas de Año Nuevo y La Piña Madura; éxitos del talante de Ron de Vinola, Grito Vagabundo o Dame tu Mujer José. Buitrago murió a los 29 años, justo cuando preparaba maletas para Cuba; así se menciona en el Libro Vallenato, Cultura y Sentimiento, del periodista Marcos Vega Seña, publicado en el año 2005. Leonel no grabó tantos discos como Guillermo, pero de haberlo hecho, su acogida hubiera podido ser mayor y la Costa entera estuviera bailando a ritmo de parranda antioqueña, esa parranda picante que refleja la malicia y el doble sentido paisa. Así que en el año 1960, Don Leonel ya tocaba el cielo con las manos y besaba las estrellas como quien enamorado. Radicado en México, se casó y tuvo una hija, Olga Lucía, a quien le dedicó una canción. Don Leonel Ospina le hizo honor al género que interpretaba: la parranda, que acompañada con alcohol y vicio- Esto a la postre, se encargaría de alejar de sí a lo más amado, su esposa e hija. Las mismas de las cuales Don Leonel responde esquivamente “No sé qué hay de mi familia”. Es el olvido que más le duele. Es un olvido con sabor amargo; es un olvido que punza fuertemente a su corazón y se expresa con indiferencia; es tal vez resignación o tal vez dolor.

El olvido toca a la puerta.

“Tengo amores con Fabiola, con Teresa y con Raquel. Tengo amores con Lucía con Lucrecia...Ay yo soy el Jardinero (…)”

En medio de sus noches de hedonismo y placer, Don Leonel sufrió un golpe que lo dejó con problemas mentales. Sin duda, era un digno competente del Quijote, no por ser un honorable caballero como él, sino por su poca noción de la realidad. Ahora sus palabras no tienen lógica y a duras penas se acuerda de las letras de sus canciones. Mantiene consigo una libreta de apuntes, en la cual plasma sus particulares pensamientos para que no se le olviden. Lo más llamativo, todavía, tiene esa gran habilidad para interpretar la guitarra y el requinto, “Todavía me llaman a grabar; uno ha sido muy importante”.

Don Leonel ahora camina con paciencia, en compañía de un tabaco Habano, por las calles del centro de Medellín. Vive, en una casa cerca al centro solo con sus recuerdos. Recibe regalías por derechos de autor por parte de la Asociación Colombiana de Intérpretes y Productores Fonográficos, a la cual está vinculado desde el año 2004, gracias a la puja de familiares y amigos para la subscripción. A menudo suele frecuentar el Café Málaga y los billares Universo ubicados también en el centro de la capital antioqueña. Lugares donde se habla del pasado, de lo que fue y de lo que era; lugares que al entrar te topas con un murmullo abrumante proveniente de los visitantes, lugares de octogenarios, llenos de cuadros e historias por doquier. No eran unos lugares extraños para mí, era yo el extraño.

Al buscar a Don Leonel Ospina en los sitios que frecuenta, me encontré con dos personajes muy particulares. Dos vendedores del centro de Medellín. Me decían con avivada voz “Espere a Leonel que ya viene, lo distingue por su enorme tabaco”. Don Gildardo Espinosa es un matemático frustrado. Cuando hablas con él es inevitable que te pregunte la edad y te saque los meses y los días casi de inmediato. Dice Gildardo que es bueno para acertarle a los chances. El otro era don Jaime Cardona, un ventero humilde que con amabilidad conversaba y estaba en estado “mosca” para avistar a Leonel apenas pasara. Estas dos historias en pie tenían algo especial, como cual guerreros y luchadores de la vida dura en su máxima expresión; estos cabalgantes de las luchas con sus voces despaciosas y sus cuerpos cansados para ganarle unos minuticos a la vida, me regalaron un ánimo para vivir y una enseñanza para la vida, bastaba únicamente con ver esas sonrisas plenas, esas almas limpias y esos espíritus llenos de vitalidad que le falta a muchos jóvenes. Seguramente Don Gildardo y Don Jaime morirán sin tener vacaciones; solo tendrán el lujo de descansar al final de la batalla de la vida

Al verlo, se suscitaron en mí las dos historias de su vida. Tanto el éxito como el olvido se divisaban a leguas en Leonel Ospina Restrepo. Sus recuerdos y su presente aún se mantienen en el éxito de los años 60´s, pero su presencia está en el olvido.

Con sus cigarrillos en la camisa, con su maleta deshilachada y su mirada fija, expresaba esa dicotomía de la vida.

El hombre accedió a mis preguntas, expresando mi admiración que, como muchas personas, le tengo. Dice que se encuentra en un buen estado de salud aunque otros no lo consideren así. Durante toda la charla, entre tintos e historias, don Leonel se sorprendía al saber que un contemporáneo como yo lo conocía; me contaba que su presencia agradaba a muchos bebedores de la zona. Le dan dinero sólo para que se siente con ellos; “sabrá si le molestará mucho a Leonel”. Con un ego argumentado en éxito y canciones, dice que la música lo necesitaba y que Medellín aún no lo olvida.

Al hablar con los frecuentadores, unos veteranos de la “Guerra de Vietnam”, llegábamos a la conclusión de que ahora los medios de comunicación han abandonado la música tradicional. Ya no la ponen; si dan un especial, es mucho. Pero la música parrandera, al igual que Leonel, sigue allí en medio de las fiestas decembrinas, los bailes navideños y las fiestas de cumpleaños. Son pocos mis contemporáneos que conocen a Leonel, Su olvido es crónica de la muerte anunciada de muchos artistas. De algo estoy seguro, Medellín aún no lo olvida

Alonso Galdini, el Magaldi colombiano.

Hacia principios de la década de los treinta del siglo XX, proveniente de Heliconia, Antioquia, se instala en las lomas de lo que hoy es Manrique, la familia de Alonso Galdini, conocido en los medios del tango en Medellín como el Magaldi colombiano. Nos comenta el señor Galdini que su padre, de fuerte raigambre campesina, no fue capaz de renunciar a la agricultura y apenas recién llegado, se hizo a unas hectáreas por el sector de La Salle y ahí empezó a sembrar yuca, plátano, en fin, a ejercer su condición campesina.

Era tiplero –dice Galdini-, le gustaba sonar y pasillos; “…papá, también trabajaba albañilería…, había mucha pobreza en esa época y yo le dije a mi papá: ‘...papá yo quiero una guitarrita...’ y él: ‘...yo se la voy a conseguir...’ y se fue para una prendería y compró una guitarra, yo no sé si fueron diez pesos o diez centavos lo que le valieron…”1 tendría siete u ocho años nos sigue comentado el Magaldi colombiano. sSe iba para donde un señor, don Jesús, que vivía cerca de su casa y de él recibía lecciones del guitarra; entonces,

Entrevista ya “…con la guitarrita me daba por cantarle a todos esos borrachos por ahí; estaba muy niño y me daban plata…” Se metió a cantar en las tiendas de Villa Guadalupe y La Salle y con eso pagó “el estudio en la Academia Antioquia del Maestro Israel Zapata…”

Cuando le preguntamos por ese Manrique donde creció, nos dijo que este sector de la ciudad “ha sido tanguero toda la vida; en ese entonces, por todas partes se escuchaba el tango; cada cacique, cada lugar, era puro tango y el tango era un furor por allá… Triste domingo, en muchas partes y se me brotaban los ojos y me caía un lagrimón y Triste domingo y en esa época, hasta que me lo aprendí…” Desde muy niño, nos dice, venía apegado a las melodías de Agustín Magaldi.

Hacia finales de los años cuarenta, el joven Alonso Galdini conoce a uno de los integrantes del Dueto Riobamba y con él alterna entre concursos de radio Córdoba y presentaciones en bazares y casas de familia. Nos dice que “aquí había un padre, en Villa de Guadalupe que le gustaba mucho el tango y él tenía un teatro parroquial… Y me presenté a cantar allí…” Para ese entonces, las casas disqueras estaban posicionadas en la ciudad de Medellín y Galdini se presentó a LYRA que, para entonces, estaba unida a Sonolux. Pasó la prueba y grabó su tango, madre. Así recibió el bautizo de Ramón Carrasquilla (del Dueto de Antaño) quien decide que su nombre artístico debe ser Alonso Galdini.

Estamos más o menos en el año 1950 y aquí se presenta la oportunidad del personaje que nos ocupa de decidir el rumbo de su vida con la música. Resulta que su Tango madre2 pegó; se estaba oyendo por toda la ciudad. De otro lado, se había hecho amigo del Dueto de Antaño y estos tenían restaurante en el barrio La América y allá lo llevaban a cantar. Para entonces, don Alonso Galdini trabajaba como obrero en Tejicol y uno de sus compañeros de labor le dijo “hombre usted se murió trabajando aquí y esa música

2 ...Han pasado los años; pienso en mi viejita, que un día me dejó. Tu mano bendita puso entre mis manos. El recuerdo de tu corazón, hoy lleno de angustia, vagó por la vida recordando que… tus besos dejaron dentro de mi mente un vivo recuerdo, madre de mi amor… Madre, cuánto te hice sufrir, cuántas noches no dormiste cuando del barrio me alejé; madre, sobre mi pecho palpitan los terribles sufrimientos que tu pasaste por mí; madre, cómo extraño tu partida; lloro como un pobre niño y siento en mí un gran dolor… Qué hago yo en la vida; vago como errante, implorándote en un mundo ingrato… (Letra y música de Alonso Galdini) suya oyéndose en todas partes; esto está lleno de discos suyos ahí; y no pues, yo lo he escuchado ya y cuando sea, váyase; cuando quiera, pero no se ponga a tragar algodón, a tragar polvo aquí...” Y dicho y hecho. Al ruedo con la música, dándose el lujo de alternar, por allá a principios de los años cincuenta, con Alba del Castillo en algunos estaderos de la ciudad y, años más tarde, con Hugo del Carril y Agustín Irusta en el Teatro Manrique; “me sobraba trabajo –nos comenta-. Yo decía: ...lo que me gano aquí en una presentación me lo gano en Tejicol trabajando toda una semana…”

A mediados de los años cincuenta “se agotó toda la música de Magaldi aquí, porque hubo un gobierno [Rojas Pinilla] que prohibió todos los artículos extranjeros… entonces ellos aprovecharon y oyeron ese tango y dijeron: ‘...¡uy! que, esa voz es muy parecida como a la voz de Agustín [Magaldi] hombre...’, entonces me hicieron un contrato ahí en Sonolux para grabar La samba, Mañana es domingo y otras vainas más… Triste domingo, Disfrazado, Dios te salve m’hijo, Conmigo… y bueno y ya de último me pusieron El Magaldi colombiano, o El Magaldi antioqueño…”

Posicionado como cantante en los escenarios del espectáculo de la ciudad y entre las disqueras, Alonso Galdini recorrió el departamento de Antioquia y el país alternando, con cantantes como Pepe Aguirre y Hugo del Carril y con grupos de la talla de Los Yumbos. Como parte activa del medio de artistas de la ciudad, hizo parte del comité de recepción a Margarita Cueto, invitada a la ciudad en calidad de turista hacia principios de los años sesenta.

Hacía los años ochenta, del siglo pasado, Alonso Galdini cantaba en el Patio del Tango. Una noche llegaron allí unos estudiantes de la Universidad de Antioquia. Entre ellos estaba Miguel Magaldi, sobrino de Agustín Magaldi que estaba haciendo su especialidad en Medicina en Medellín y quería conocer al Magaldi colombiano. En fin, empatizaron y en 1990 don Alonso Galdini voló a Buenos Aires (Argentina). Estuvo un mes como invitado de la familia de Agustín Magaldi. Nos dice que lo “hospedaron junto al Obelisco, en el Nueve de Mayo, por ahí queda cerca La Casa Rosada Me pusieron chofer… Me llevaban a todos los barrios donde vivió Magaldi: Las Flores, El Caballito…” La invitación por un mes se extendió a tres años, pues resulta que don Alonso Galdini, curtido en trotar por pueblos y ciudades colombianas, de tarima en tarima, se dio la oportunidad de hacerlo en tierras gauchas y logró allí acceso a muchas tarimas.

De regreso a Colombia, reinstalado en sus rutinas de artista, siguió viviendo en el sector de La Salle, en Manrique, en una casa construida en ese lote que su padre compró a finales de los años cuarenta, para proteger su condición campesina en una ciudad que, como Medellín, cabalgaba a buen ritmo sobre sus procesos de industrialización y urbanización.

Hoy, rondando los ochenta años de edad, es un hombre sin pensión que vive de los derechos que le paga Sayco Acimpro: “Ellos me liquidan a mí… para ir pasando ahí le llega a uno una platica cada tres meses y entonces tiene uno médico, tiene clínica; hombre pues, para mí eso es una gran cosa… A mí me han hecho como cinco operaciones… Eso es una ayuda tremenda, vea a Albita del Castillo en Bogotá, que le tocó recoger limosna para enterrarla…”

Esta breve semblanza de Alonso Galdini, el Magaldi colombiano, es con el afán de mostrar los tipos de ruta que han seguido muchos de nuestros artistas. Esto a su vez, ilustra lo que, históricamente han sido las políticas gubernamentales en lo concerniente a la promoción y sostenimiento del talento artístico nacional. Ahora bien, nos expone esta semblanza de Alonso Galdini a una agradable realidad: para su hacer y ser artista cada osado descubre que abrir oportunidades, por sí, es camino confiable para el reconocimiento.

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