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La quinta del chancho ~
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Rivadero, Darío Carlos José La quinta del Chancho / Darío Carlos José Rivadero. – 1a ed . – Santa Fe: el autor, 2016. 40 p. ; 21x15 cm. isbn 978-987-33-9752-3
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título. cdd a863
Colección Grillo • Narrativa
Diseño: corteza ediciones | cortezaediciones@hotmail.com Fuente: Alegreya y Alegreya sans de Juan Pablo del Peral SIL Open Font License, 1.1
isbn 978-987-33-9752-3
L a quinta del chancho de Darío Rivadero publicado por Corteza ediciones se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-Sin Derivar 4.0 Internacional. Esto significa que no sé puede hacer un uso comercial de la obra original ni la generación de obras derivadas.
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La quinta del chancho ~
DarĂo Rivadero
Corteza ediciones
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Cinco a uno
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El Chaqui está apoyado en un paraíso, en una calle de su barrio, San Agustín, en la esquina de la casa de la Romi. Tiene una ramita en la boca y la mueve de un lado para el otro. El Cefo, que está a su lado, espera algo. Por fin habla. —Dale, máquina, entramos, entramos. —Recatate, recatate, no toque pito y quedate en el molde –le dice el Chaqui. —Hacelo de goma, dale, hacelo de goma. El Cefo tiene los ojos vidriosos y colorados. La remera grande por fuera de la bermuda le tapa el revólver que tiene en la cintura. Lleva puestas unas ojotas verdes y amarillas. Se agarra el arma por sobre la ropa y vuelve a apurar al Chaqui. —Dale, vamos y lo ponemos, lo ponemos. —Dale vos si querés, yo me voy. —¿Adónde? —A la mierda. —Dale, Gamuza, quemale la gamba a él y cagala a trompadas a ella. El Cefo quiere pararlo al Chaqui, que se quiere ir, y lo agarra de la remera. Con un pié tumba el porrón de cerveza que estaba a la sombra. —Mirá lo que me haces hacer, pajero. —¡Largá!, y no hagas boludeces que te van a guardar como a mí. El Chaqui se suelta y empieza caminar hacia la parada del 15. Solo sabe que recién sale y no quiere volver por culpa de la Romi, que encima ya se la cogió medio barrio. Son las cuatro de la tarde y está todo muerto. «Ya están todos durmiendo la mona, en pedo». El sol pega sobre la tierra vidriosa y refleja como si fuese arena. Se sienta en el banco de la garita y pasan dos en bicicleta con cara de
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querer robarle. Son dos pendejos que no tienen más de doce años. Primero pasan y lo miran, después dan la vuelta y se cruzan para la vereda del Chaqui. Uno va sentado en el caño, el otro pedalea y maneja. El Chaqui los mira fijo a los ojos y los pibitos se las toman, como si supieran quién es. Por Teniente Loza viene el 15 vacío. Paga el boleto y se tira en un asiento doble de adelante. Abre la ventanilla y deja que el viento caliente le pegue en la cara. No sube nadie más hasta Blas Parera. Ahí lo abordan dos viejas con bolsas repletas de verduras. “¿Le ayudo, doña?”, dice el Chaqui y manotea una bolsa. La vieja de pañuelo se resiste un poco hasta que por fin sede, más por miedo a que la putee que al robo. Dos cuadras más adelante ríe por el toro negro al que le cuelgan los huevos. Es un animal enorme subido a una base sobre un portón. No sabe que es eso, “si un aserradero, un taller, o que mierda”. Después pasa por los moteles y un travesti teñido de rubio está parado en el frente, justo en la entrada. «Mirá el puto, debe necesitar plata urgente para estar un domingo así parado acá». Antes de llegar a la escuela Juan de Garay esta la cárcel de Las Flores. «De acá salí hace dos días», piensa mientras se le revuelven las tripas. El bondi dobla por Castelli. Sube un vendedor de tarjetas y se baja cuando toma Facundo sin vender nada. El colectivo transpira el humo del gasoil. Al Chaqui le gusta el olor ese. El colectivo sube para el centro. Al Chaqui no le gusta el centro. En un semáforo, dos pendejas chetitas esperan para tomar un colectivo que no venga del lado de la negrada. El Chaqui estira la lengua y la pasa por el vidrio mientras las chetitas ponen cara de asco. La saliva corre por el vidrio hasta el marco y el Chaqui se caga de risa de las caras que ponen las chetitas. Facundo Zuviría «tiene asfalto nuevo», piensa el Chaqui, «ja, por fin». Por lo menos para él, que recién lo ve, es nuevo. El centro está desierto y caliente como el barrio de mierda en el que vive. Tampoco hay un alma. Decide ir a verlo al Mono, que vive en Santa Rosa de Lima. Se baja en la plaza del soldado y salta arriba del 4 que justo paró detrás del 15. Le pide
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al chofer que lo lleve porque va cerca. El tipo lo mira por el retrovisor, no marca el boleto y asiente moviendo la cabeza. Se baja en Saavedra y General López. Camina hasta el murallón del Mitre. Baja hacia el norte una cuadra por bulevar Zavalla y agarra Moreno derecho para el oeste. En Roque Saenz Peña empieza el curvón de la circunvalación. Las putas, antes levantaban en la vía, ahora dan la cara para la avenida. Dobla en la curva pronunciada. Por ahí tiene que bajar hasta Mendoza, hasta el hospital de Niños, de ahí doblar al oeste y cruzar la vía. Así va a llegar al barrio del Mono, donde el Mono es rey. Si él dice que es amigo del Mono no lo toca nadie. Antes de llegar a calle Corrientes una pibita, que está parada delante de una puerta, en una casa pintada de verde, lo chista. Una vez. Dos veces. El Chaqui la mira. Está en ojotas y tiene puesto un shorcito corto. Arriba lleva una remera con tres botones desprendidos. Se junta las tetas con las manos y se las muestra al Chaqui que cruza la calle. La pibita sigue agarrándose las tetas y le dice: “¿te gustan?”. El Chaqui mira a la morochita. Se saca la gorra y la cabacea preguntándole. Ella dice: “veinte la chupada y cuarenta el polvo”. A él le parece linda y le dice, “dale”; entonces la pibita corre la puerta desvencijada y lo hace pasar. Adentro, hay una mesa; alrededor, sentados, hay un tipo, una mujer gorda y tres o cuatro pibitos. “Mis hermanitos”, dice la morochita. “Que no molesten”, le dice a la mujer mayor que enseguida sube el volumen de una cumbia de Los palmeras. El tipo parece no haberse dado cuenta que el Chaqui pasó por el pasillo oscuro, enceguecido todavía por el sol, siguiendo a la chica. Entran a la pieza después de correr una cortina pesada y roñosa. “Sacate la ropa”, le dice, “ya vengo”, y agarra la palangana para buscar agua. Empieza a distinguir las cosas. Se sienta en la cama y piensa que tiene poca ropa para sacarse. El colchón tiene resortes que le pinchan el culo. Se levanta de un salto y se sienta en una silla plástica que está al lado. La pibita viene con la palangana llena. Él la mira como ella se saca, de una sola vez, todo junto, shorcito y bombacha. “Pará”, le dice, “qué
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otra cosa hacés”. “¿Qué querés hacer?”, le pregunta la pibita. El Chaqui duda un poco en decirle. La piba se pone de costado y se agarra con una mano el culo: “este no, y no doy besos de lengua”. “¿Por qué no das besos de lengua?”. “Por que son para mi novio”, le dice la pibita. “¿Y si te pago?”. “Te dije que no, sacate la ropa porque se te va el tiempo”. El Chaqui se saca la bermuda. El sexo le cuelga flácido. La piba lo mira y le pregunta: “¿sos puto, vos?”. El Chaqui se sienta en la silla. “Es que hace mucho…”, balbucea y él tampoco sabe porque lo tiene así. Ella lo llama y él camina hacia ella. Le agarra el miembro con una mano. Se lo lava con jabón y después le pasa una toallita para que lo seque. Después se pone en cuclillas sobre la palangana y hace lo suyo. El Chaqui sigue absurdamente parado al lado de la cama. La piba se ríe. “¿Querés coger o no?”. “Si”. “Sacate la remera, entonces”. “Si te doy veinte más te beso”, afirma. “Yo no beso; y sacate la remera que te quedan diez minutos”. El Chaqui se saca la remera. La pibita le mira los tatuajes. Tiene, entre muchos, justo sobre su pecho, del lado derecho, un corazón rojinegro. “Vamos Colón”, dice la pibita. “Me soltaron hace dos días y todavía no pude ir a verlo”, dice el Chaqui con súbita alegría. “Viste que el viernes ganamos”. “Lo escuche por la radio, con Porta. Para mí es de Colón el chavón ese”. “¿Qué va a ser…?”, dice la pibita. “¿Qué no?, viste como grita los goles”. “¿Será?”. “Para mí que sí”. “Yo tengo uno acá”, dice ella y se levanta el pelo para mostrarle la nuca. “Está lindo”, dice él mirando el puñado de estrellitas color sabalero. “Yo fui el otro día. Las cogimos a las gallinas putas. Cinco a uno”, dice ella. “No sabes como lo grité yo. Allá adentro los pibes son todos de Colón. El próximo partido voy de una. Hace tres años que no lo veo al negro”. Ella lo mira de nuevo. “Por treinta más te beso”, le dice sonriendo. “¿Y tu novio?”, pregunta él. “Es un cornudo”, dice ella y se ríen los dos juntos. Él le da la plata y cogen como si el mundo se acabara, con violencia, con rabia. La cama rechina y se corre contra la pared. Los ladrillos, asentados con barro, comienzan a desgranarse en el furioso roce de la cabecera de caño contra el revoque. Él resopla y termina; ella contrae
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sus músculos. Retoma un poco la respiración y parece que va a salirse pero ella lo retiene. Los forros todavía están en la silla de plástico, en una caja, cerrados. Ella empieza a besarlo y el Chaqui se deja como si fuese un nenito. Le pasa la lengua por los labios y se los muerde despacio. Él hunde la lengua con desesperación en la boca de ella. Ahora se invierten y ella queda arriba. El calor vuelve a bajarle a la entrepierna mientras ella le susurra en el oído que le dé todo. Está vez ella también llega. “Que acabada, hijo de puta, me mataste”. Los dos quedan mirando el techo hecho con chapas de cartón. Él se estira y saca del bolsillo de la bermuda una bolsita que tiene dos porros y un encendedor. Toma uno y lo prende. Le da una seca y se lo pasa. Ella retiene el humo y lo suelta despacio. Él le mira las tetas pesadas pero caídas. “Con el corpiño parecían más paradas”, le dice. “Dale de mamar vos al pendejo y que te queden paradas”, le retruca ella. “¿Tenés un pibe?”. “Dos. El chiquito está en la cuna, el otro era uno de los que estaba en la cocina con mis viejos”. Él piensa que ella le había dicho que eran sus hermanos. “Y, ¿cuántos años tenés?”. “Dieciséis, ¿vos?”. “Veintiuno”. Un llanto lejano llega hasta la cama. Ella se levanta y comienza a vestirse. Él deja el porro en el borde de la silla plástica y agarra la bermuda. Hay un ruido que proviene de la cocina y se escucha carraspear al hombre. La pibita grita: “ya voy”; entonces, agarra la plata, separa treinta pesos y se los devuelve casi sin prestarle atención. El Chaqui se queda mirándola. Después ella se da vueltas, corre la cortina y sale de la pieza.
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Darío Rivadero Tostado, 1967
Nació en Tostado el 26 de enero de 1967. Es hijo de María y Abel. Hermano de Liliana y Sergio. Actualmente vive en barrio Guadalupe Oeste con Sonia. Es padre de Patricia y Rocío y abuelo de Victoria. Viene del palo audiovisual. Hincha de Colón, proclive a las juntadas con amigos y viajero consuetudinario.
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Ăndice y pulgar
Cinco a uno | 7 La cosa es asĂ | 12 Mariposas de la noche| 19 La quinta del chancho | 31
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L a quinta del chancho de DarĂo R ivadero se diagramĂł en Corteza ediciones Santo TomĂŠ | A rgentina diciembre
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