9 minute read

4. La Reforma en Francia

sus manos para conseguir una retractación de los errores antitrinitarios que Servet sustentaba, y por los que ya había sido quemado en efigie por la Inquisición en Francia. Las leyes de la época hacían de la herejía un delito civil, y si bien es verdad que para la mentalidad moderna esto es un planteamiento inaceptable, no puede culparse únicamente a los reformadores por no haberse sabido librar inmediatamente de esa siniestra herencia. No hay que olvidar, sin embargo, que fueron precisamente los países protestantes los primeros en abolir por completo esas leyes, y es raro oìr hablar de ejecuciones religiosas en ellos a partir del último tercio del siglo XVII, adelantándose así en más de siglo y medio a las disposiciones de algunos países católicos.

La influencia de Calvino en Ginebra fue decisiva. La moral pública de la ciudad alcanzó un altísimo nivel gracias a la intensa enseñanza doctrinal realizada por pastores bien preparados, y a la estricta aplicación de las leyes civiles y religiosas. Calvino puso especial especial cuidado en su política educativa, fomentando la creación de escuelas y colegios mayores, buscando profesores en toda Europa para su Escuela de Teología, y abriendo las puertas a todos los eruditos y estudiantes que quisieron acudir. Más de 6.000 refugiados encontraron asilo en esta hospitalaria ciudad, y los principales dirigentes de la reforma en los países donde había persecución tuvieron a Ginebra como punto de cita. Esto explica que la segunda mitad del siglo XVI tenga un claro signo calvinista. Wittenberg pasó a un segundo plano tras la muerte de Lutero, pero Ginebra siguió irradiando luz muchos años después de la desaparición de Calvino. Holanda, Escocia, Hungría, Francia e incluso España e Inglaterra

Advertisement

orientaron su teología hacia el calvinismo, en los círculos no católicos, como es lógico. La iglesia de Ginebra y su organización fue tomada como modelo, y el ejemplo de vida sencilla y austera del gran reformador francés constituiría la base del importante movimiento puritano en Inglaterra y América, entre otros lugares. La producción literaria de Calvino es vastísima. La obra que le ha dado inmortal fama es la Institución de la Religión Cristiana, que desde su primera edición en 1536 fue objeto de varias ampliaciones y revisiones. La edición definitiva data de 1559 (en latín) y en 1560 el propio Calvino la tradujo al francés “para beneficio del pueblo”. La Institución, como familiarmente se la llama está dividida en ochenta capítulos, distribuidos en cuatro libros, y constituye la suma del sistema teológico calvinista. Escribió además Calvino en su Opera Omnia; comentarios a casi todos los libros de la Biblia, y por el número de tratados y ensayos, así como de cartas dirigidas a sus amigos y enemigos, merece el primer lugar como escritor entre los prolíficos escritores de la Reforma. Agotado y consumido por sus trabajos y responsabilidades, Calvino murió en Ginebra el 27 de mayo de 1564. Había llegado a la ciudad casi treinta años antes, encontrando una comunidad desorientada y debilitada por discordias internas. Tras sí dejaba a su muerte un potente grupo, bien organizado e instruido; y bajo la dirección de su sucesor, Teodoro de Beza, Ginebra continuaría siendo por muchos años el modelo de ciudad e iglesia reformada. Con toda propiedad puede afirmarse que Calvino es el forjador de un nuevo tipo de hombre, “el reformado”, cuya vida social tiene el sello característico de una teología apoyada fundamentalmente en la gracia de Cristo, la soberanía de Dios el Padre, y el poder irresistible del Espíritu Santo. Para los no iniciados la espiritualidad calvinista

parecerá siempre dura, poco sentimental, más preocupada de la gloria de Dios que del amor al prójimo; pero la realidad no es así. El tipo de hombre calvinista, como lo encontramos, por ejemplo, en muchos de los colonizadores de América del Norte, es un ser dominado por un gran sentido de responsabilidad frente a la ley de Dios, y por ello no puede jamás perder de vista el amor cristiano, que es el verdadero resumen de la Ley. Es cierto que la minuciosidad y gran severidad del calvinista le han hecho parecer con frecuencia como hipócrita y falso, pero, aunque así lo juzgara la mentalidad de nuestro siglo, la realidad es que nada hay en el mensaje de Calvino que pueda calificarse de retrógrado u oscurantista. Es preciso también, en otro orden de cosas, salir al paso de las precipitadas conclusiones de sociólogos alemanes como Max Weber y Ernst Troelchst cuando afirman que el calvinismo (y la Reforma en general) es padre del capitalismo. La verdad es que el espíritu mercantilista, el uso del interés en el préstamo (Calvino no permitía más del 5%) y el anhelo de una prosperidad material personal, son cosas muy anteriores a la Reforma y sin relación con ella. Calvino, eso sí, puede figurar como uno de los fundadores del método y la organización que tanto caracterizan a nuestra actual civilización, y eso en ninguna manera es negativo.

CAPITULO 4

LA REFORMA EN FRANCIA

Los orígenes del protestantismo francés tienen causas muy semejantes a las ya vistas en Alemania y Suiza, y por ello no es preciso describir la situación de la iglesia antes del gran despertar religioso que nos ocupa. Pero Francia se distingue, quizás, en que nos proporciona un ejemplo único de la relación entre Renacimiento y Reforma, a la vez que demuestra la diferencia entre ambos movimientos.

La figura de Lefèvre d’Etaples es clave para comprender la transición de unas inquietudes intelectuales a otras de tipo religioso y eclesiástico. Este gran humanista francés, profesor de filosofía y matemáticas, traductor y editor de casi todas las obras de Aristóteles, etc. se dedicó en 1507 a la teología, cuando ya contaba cincuenta años de edad, publicando una traducción al latín de las epístolas de San Pablo, con comentarios. En sus anotaciones Lefèvre adelantaba dos de las doctrinas que algunos años más tarde habían de conmover a Europa: la ausencia de méritos en las obras humanas, y el carácter extrabíblico de la doctrina escolástica de la transustanciación.

En la abadía de Saint Germain-des-Près, de la que era prior su amigo Guillermo Briçonnet, meditó Lefèvre acerca de la necesidad de reformar la iglesia, y sus esperanzas aumentaron cuando en 1516 Briçonnet fue nombrado obispo de Meaux. Como el nuevo obispo también deseaba esta reforma, creyó conveniente empezar por su diócesis, y

LA REFORMA EN FRANCIA Para ello se rodeó de un grupo de gente piadosa y erudita, entre los cuales, además de Lefèvre, estaban Guillermo Farel, Francisco Vatable, Gerardo Roussel, etc. Este grupo, llamado lógicamente “el grupo de Meaux” contaba con la decidida ayuda de Margarita de Angulema, la piadosa y culta hermana de Francisco I, y tenía el declarado propósito de “predicar a Cristo desde las fuentes.” Pero ni Lefèvre ni Briçonnet eran hombres para dirigir una reforma, debido al carácter tímido del uno y a las inclinaciones místicas del otro.

Los cambios que debían hacerse en la iglesia medieval exigían algo más que unas ligeras aplicaciones de humanismo y buenos deseos. El nombre y la postura de Martín Lutero se conocieron en Francia en 1518, y muy pronto comenzaron a llegar de Alemania y Suiza ideas más radicales que las expresadas por “el grupo de Meaux”. La excomunión de Lutero en 1520, y la declaración de la Facultad de Teología de París en contra de sus doctrinas, no dejaban lugar a dudas respecto a la postura oficial de la iglesia romana. Viendo Lefèvre y Briçonnet, por otro lado, la estricta vigilancia que el Parlamento de París ejercía sobre todo intento de difundir el luteranismo, decidieron contemporizar y suspender su programa de reforma.

Pero no todos los componentes del “grupo de Meaux” reaccionaron igual. Guillermo Farel, por ejemplo, abrazó muy

pronto las doctrinas reformadas y se dedicó a difundirlas con vehemencia. Lo mismo hicieron otros creyentes, y muy pronto arreció la oposición de las autoridades civiles y eclesiásticas, por lo que los principales dirigentes reformados tuvieron que huir a Estrasburgo, mientras que en París se quemaba públicamente la traducción de la Biblia hecha por Lefèvre.

Varios sucesos con un cierto matiz revolucionario, especialmente el célebre asunto de los placards (carteles contra la misa, el Papa, etc.) que aparecieron clavados hasta en la misma puerta del dormitorio del Rey, dieron lugar a una severa persecución en 1535, en la que murieron unos treinta y cinco luteranos en la hoguera. La política de Francisco I en cuestiones religiosas nunca fue clara, pero en general su reinado se caracteriza por una fuerte tendencia a la represión. Por el Edicto de Fontainebleau se autorizaron los juicios sumarísimos contra los sospechosos de herejía, a los que se negaba el recurso de apelación. La Sorbona redactó un documento con veiticinco artículos en los que se pretendía refutar la doctrina luterana, pero a pesar de todo ello la Reforma hacía rápidos progresos en el país. Las persecuciones afectaron incluso a grupos como los valdenses que durante siglos habían vivido pacíficamente en los valles de Provenza. En Meaux, donde lógicamente acabó por formarse una iglesia reformada, las autoridades actuaron con especial dureza. Todos los asistentes a un culto fueron detenidos, y catorce de ellos murieron en la hoguera en París.

En 1547 murió Francisco I y comenzó el reinado de Enrique II, tal vez el más sangriento de la historia de Francia. Pero antes de considerar este período digamos algo sobre el curso de la causa protestante. Desde 1536, año en que murió Lefèvre y

Calvino publicó su primera edición de la Institución, la reforma francesa perdió por completo el carácter místico y humanista de sus primeros tiempos, para convertirse en un movimiento bien organizado con un sistema teológico claro y atrayente. Este cambio se debe a la influencia que Calvino ejerció en sus compatriotas por medio de una abundante correspondencia y de numerosos tratados.

Es muy de señalar también la gran aceptación que la reforma tuvo en amplios sectores de la nobleza. A la ya mencionada Margarita de Angulema, hay que añadir otras distinguidas damas, entre ellas Renata de Ferrara, hija de Luis XII; Juana de Albret, esposa de Antonio de Borbón, rey titular de Navarra, etc. Muy pronto los nombres de Gaspar de Coligny, almirante de Francia, Luis de Condé, etc. se sumarían a la lista de nobles y príncipes protestantes. Cuando Enrique II ascendió al trono se desató una nueva ola de persecuciones contra los protestantes. Se creó un tribunal especial para tratar los casos de herejía, la célebre Chambre Ardente que, sin embargo, no fue del agrado del clero católico por entender que interfería en sus derechos para juzgar a los herejes. El Edicto de Chateaubriand (1551) codificó y amplió las medidas de represión, ofreciendo además a los denunciantes un tercio de los bienes de las personas condenadas.

A pesar de estas medidas, Enrique II comprendió que ni aun así conseguiría eliminar completamente el protestantismo. Fue entonces cuando, a instancias del Cardenal de Lorena y del Papa Pablo IV, propuso establecer en Francia una Inquisisción al estilo de la española. Pero el Parlamento francés, temeroso de una interferencia política por parte del Vaticano, se opuso firmemente. No obstante, en un nuevo

This article is from: