Especial NAUFRAGIO
Willy Stöwer, Titanic, grabado. 1912
TEXTOS SELECCIONADAS EN LA MUESTRA DE CRAC! MAGAZINE
crac! literatura
Agosto 2014 -Edición digital gratuita - © Todas los derechos de las obras literarias y fotográficas son exclusivas de sus autores. www.cracmagazine.com.ar
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El pasado 23 de agosto, se llevó a cabo un evento en conjunto, por primera vez, entre CRAC! PHOTO y CRAC! LITERATURA, en el Sofía Café Concert, ubicado en el pasaje La Piedad, un histórico pasaje porteño ubicado frente a la iglesia La Piedad, en la calle Bartolomé Mitre.
Los participantes enviaron sus piezas de creación literaria en torno a la temática elegida por ellos mismos en el grupo de Literatura, a raíz de una votación salió el tema Naufragio.
La lectura de los seleccionados se realizó en vivo en el Sofía Café Concert. Compartimos en esta entrega los textos seleccionados para que todos puedan disfrutar de las exquisitas obras literarias.
El ganador, Leandro Surce, con su relato Querer nomás.
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índice de escritores Juan Pablo Goñi Capurro..........................................5 Sergio F. S. Sixtos........................................................6 Hugo López Penelas...................................................7 María Eugenia Maldonado Cabanillas....................8 Priscila Elizabeth González Cantepri......................9 Juan Pablo Corsi........................................................10 Luz Azul......................................................................12 Carlos Bonadeo..........................................................14 Daniel Frini.................................................................15 Leandro Martinez......................................................16 Maria Paula Putrueli..................................................17 Hugo Donato..............................................................18 Natalia Galeano..........................................................19 Carina Zanchetta.......................................................20 Diego García Canto...................................................21 Fede Medina...............................................................22 Ivo Didier....................................................................23 Leandro Surce.............................................................24 Sandra Simone...........................................................26 Nicolás Martín Rodríguez........................................27
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FLOTANDO Detenido el metrónomo mis pasos se confunden y la rutina se convierte en acertijo. La noche es un cuento de Poe y la mañana una resaca digna de Bukowski. Un lápiz labial, un soquete, un archivo de fotos, tres libros de cocina, restos a los que me aferro desesperado mientras sueño con que alguien grite “¡Tierra a la vista!”
Como un náufrago, sin tu sombra a mi lado no se donde tengo el Norte.
Juan Pablo Goñi Capurro
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Añoranza Sabía que moriría, su cuerpo se hundió en el fondo del mar y el ahogado comenzó a extrañar el sol, las mujeres y el vino estival.
Sergio F. S. Sixtos
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Bodegón de Sueños… En el bodegón, de los goces reprimidos, Donde duermen algunos ebrios complacidos, Habita el espejismo falaz y estrepitoso, Es un río que cavita la esperanza… Alguien levanta la osamenta Abandonado a su fastidio, otea el horizonte De las mesas, en donde el alma del alcohol Se despereza, en un amanecer no amanecido… Que fue del beso ó el abrazo, ¡¡ NAUFRAGARON ¡!! , En el ambiguo mar del desatino… Alguien grita desde adentro, Despierta poeta aun es tiempo, De encontrarte y encontrarla, Surcar su pubis, la tersa geografía De sus formas, y el perfume que transforma El ocre de tus sueños, en el rojo sonoro De su boca…
Hugo López Penelas
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Del largo camino hacia mí misma Naufragio: ¿total? Otro despertar… con mis temblorosas manos trato de apartar las lianas viscosas que se entretejieron, en todos y cada uno de mis sentidos. La resaca voraz, el hangover, la “tornamacha”, me tenia sumergida en la fosa abisal de mi ya, “cuasi normal” estado, del “day after” si; del puto día siguiente. Los excesos epicúreos de anteriores, cometidos con la saña habitual de mis autoinfligidos castigos orgiásticos. Cobraban un duro peaje para retomar mi “¿normalidad?”. Quizás no pudiera después de los infernales naufragios, llegar otra vez hacia la salvadora playa que me permita, descansar al sol, bañarme con agua dulce y comer frutas exóticas, hasta el atardecer donde volvía a caer en alguna taberna mugrienta, para volver a saciar mis ansias, de liberar absolutamente todos mis pecados capitales.
María Eugenia Maldonado Cabanillas
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¡Eco! Canal de astros, destellos Danza entre esplendor La que te otorga el hábitat, Canal de sol dorado lejano regresa al iris Musical vital del alma mecer, Agonizando en la barca Un baúl azul, será, Y tus fascinantes huidas Con un suelo firme, Declamaras el propósito ¡Afecto!
Priscila Elizabeth González Cantepri
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El Melancolía Soy archivero mayor en el Instituto de Historia Nacional. Categoría III por supuesto. Un sueldo acorde a un hombre sin expectativas más que preservar documentos de gente muerta hace siglos. Por mí pasan desde ejecuciones sumarias, tratados olvidados, infidelidades “ilustres”, y sobre todo archivos destinados a preguntarnos por qué terminamos como estamos. Un día, revisando el área del segundo subsuelo –donde están los archivos más intrascendentes de la historia nacional, encontré, traspapelada una carta de nuestro Libertador y gran Almirante Don Inocencio Carranza. Está fechada en marzo de 1856 un día antes dela batalla que liberó al país y me impactó tanto que me la robé (con guantes puestos) para memorizarla. Durante tres días la leí y releí, con el solo efecto de marcarla en mi mente. No era un tratado de guerra cualquiera, ni la declaración prohibida entre el Marqués de Aguirrelargo y su criado Miguelito. La historia esta vez, no dejaba fechas, ni documentos: dejaba poesía. Una confesión de amor y de vida: un eterno naufragar. La batalla fue una victoria absoluta. A pesar de ello, ni bien entro en combate, el “Melancolía voló por los aires de un cañonazo tal, que del gran Inocencio quedó sólo el catalejo que está en el segundo piso. Dicen que lo último que dijo es “venceremos” pero el revisionismo histórico de la nueva administración del museo sacó un libro donde aclara que las últimas palabras fueron: “¡A la mierda! ¡Estamos jodidos!”. Cosas de historiadores que no van al caso. Yo soy archivista. Pero lo que quedó impregnado en mi mente es el hecho de considerar a la vida como un eterno naufragio. Una sensación constante de la búsqueda desesperada de la salvación, convertida en rutina. Uno vive así sin darse cuenta. Y que la vida, paradójicamente, pregona sobrevivientes. Don Inocencio tiene su monumento ¡por supuesto! Montado
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a caballo – aunque era Almirante- mira el horizonte con sus mostachos erguidos y sus ojos de mármol. A sus pies descansan sus glorias navales y sus barcos, con excepción del “Melancolía” por ser políticamente incorrecto. Sostiene su catalejo al revés, como queriendo darle un correctivo al destino. ¿Y qué hay de mí? ¿Cómo remediar este error de la accidentalidad del mundo? Con carta en mano, la deposité en el anaquel correspondiente, llené la ficha y me fui. Al cabo de un rato volví con diez litros de nafta y prendí fuego el Archivo Nacional. ¿Criminal? ¿Irresponsable? No…un héroe. Como los del “melancolía”. Ahora espero a mi abogado. Si tengo suerte, quizás lo que ellos vean como demencia, para mi será la tranquilidad del deber cumplido.
Juan Pablo Corsi
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Escritos... improvisación pura Vago por el abismo dentro de mí. Me hundo cada vez más profundo, no quiero salir, necesito estar allí, quiero estar allí, en medio de la inmensidad del azul del océano voy cayendo, suavemente, como acariciada por cada molécula de agua que me lleva hacia abajo, me acompaña. Y sigo, ya no respiro, mi corazón ha dejado de latir, solo veo el azul que me rodea, veo la nada misma azulada. No me siento ajena, soy luzazul, soy etérea y potente. El océano, mi casa, mi océano infinito que se esconde en mi alma. Sus aguas hoy están calmas para dejarme sumergirme en él.
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Cuando llegue al fondo, se agitará y se elevará en altas olas revolviendo todo, se abatirá sobre todos, comerá y vomitará, explotará en su espuma blanca, se elevará, se retirará de las costas mojadas, y yo ahí en el fondo, viendo su bravura recostada en mi almohada de algas, relajada... Su tempestad es mi calma.
Nombre: Maria de la luz Rubio Seudonimo: Luz Azul
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Inconclusi贸n El viento reviste las velas desnudando las costas de mi ciudad; no cede rigor la marea que es sabia, es bramante y es austral.
Nuestra flor crece en puertos negados, entre ofrendas y sacrificios; territorio sagazmente extraviado de runas claras y secretos r铆os.
Pero hoy (y solamente hoy) arrugo con pasi贸n mi bandera; tal vez ma帽ana seamos dignos de aquella flor, pero ya jamas de la primavera...
Carlos Bonadeo
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La caracola El mar estaba tranquilo, el sol de marzo apenas tibio, la arena limpia y solitaria y soplaba un suave viento del este. Vi la caracola ―una strombus gigas— desde unos treinta metros. Era hermosa y una buena decoración para nuestra casita de verano. La levanté y, como hago desde niño, la llevé a mi oído para escuchar el mar. Me llegó la cadencia de olas antiguas y lejanas. Pero esta vez había algo más: un murmullo apagado que sólo logré descifrar cuando tapé mi otro oído. Una voz humana ―¡Sollievo!¡Aiuti! —decía. Y agregaba palabras que no pude entender. La llevé y se la mostré a mi esposa, que se sonrió descreída; pero luego abrió grande sus ojos, atónita. ―¡Sollievo!¡Aiuti! —oía, con más claridad en la casa silenciosa; pero aún sin entender el resto. Y allá está, en una repisa de nuestra casita. Mensaje de algún italiano náufrago desde hace quién sabe cuántos años, esperando un rescate que nunca llegará porque no entendemos qué dice, además de pedir socorro y ayuda. ―¡Sollievo!¡Aiuti! A veces, cuando la noche es silenciosa, lo escuchamos desde nuestra cama con cierto fastidio que alguna vez fue impotencia. Hemos pensado en deshacernos de la caracola.
Daniel Frini
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Naufragio Ya casi todos habían muerto, y los que aun quedaban vivos largaban suspiros espantados de salitre y piel caliente. Y yo tan vida viéndolos partir uno a uno saltando desde el borde y caer como gigantes al mar. Los cadáveres se amontonan por todos los rincones, algunos sentados comodamente con la cabeza apoyada en respaldos de porcelana, otros aun de pie. Me asomo al sol y el salitre esquiva mi humanidad y los dos pensamos en la conveniencia de llegar a algún lugar cierto, en horario, tiempo y forma, y buenos día Hugo, tome asiento, el doctor ya lo hace pasar. Me propongo estúpidamente ver a los ojos a cada uno de esos muertos que me rodeaban, les puse nombre, les hice una vida, nueva, todos en condiciones de arrojar la primera piedra. Ahí estaban junto a mí, Mabel, casada, dos hijos, viaje a Praga para ver a la tía Clara, Horacio, cuarentitantos años, panadero, las cenizas de papá en Italia. Así con todos. El barco se movía de un lado al otro en un vaivén de movimientos bruscos, precedidos de una calma inevitable. Todo eso hacía que estuviéramos cada vez más juntos. Y fue entonces que la presunción del espanto afloro de lo anónimo y se mostró ante mí. Busqué la salida más fácil y aun más cobarde. Me levanté de mi asiento y corrí hasta el fondo del barco. Toque el timbre, baje corriendo y miré alrededor. Llegué al cruce de dos calles y mire el cartel. Avenida Forest y Elcano. Tal cual lo había supuesto minutos antes, me encontraba totalmente perdido. Una vez más.
Leandro Martínez
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Naufragio Cuando nos conocimos, aún sin sabernos incompletos, nos hicimos uno. Él tenía las pestañas en las que mis ojos ansiaban reposar, yo tenía la piel suave y sedosa, en la cual su torso fuerte y terso encontraba un puerto donde encallar. En imperfectos sesenta segundos nos vimos, nos reímos, nos conocimos, nos amamos, unimos nuestras carnes y almas en un beso, que aún hoy, al despertar siento que sigue ahí inmóvil, intacto, en mis labios, como si hubiéramos hecho un pacto silencioso: yo me quedé con sus labios, él se quedó con mi ser. De estrellas fugaces nos abusamos en deseos, a ninguna margarita le creímos él no te quiere. Hoy, él no está, se fue tal como llegó, sin pedir permiso, y aún sus manos se hacen presentes en cada cuadro que alguna vez colgamos, sigo viendo su barba desprolija en el espejo, él no está y cada vez está más. Estoy por tomar un baño, he preparado cuidadosamente el agua a temperatura elevada, echando sales y aceites burbujeantes, llenando de esencias mi última esperanza… sumergirme en la espuma, ser íntima amiga de una esponja fuerte y cruel que retire cada caricia, cada beso, cada tacto que perteneció a él y se posó en mi piel, necesito que todas las emociones y sensaciones suyas que flotan en mí, puedan hoy naufragar en el corriente de agua hirviendo y al envolverme en la toalla que me espera, sentir que al menos de mi cuerpo él ya no es dueño.
María Paula Putrueli.
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Negrura Al cabo de generaciones navegando, naciendo, reproduciéndonos y muriendo en aquella embarcación, llegamos a destino. La Sociedad de la Tierra Plana tenía razón. En el camino cruzamos cíclicamente paisajes replicados, y en cada uno de ellos decíamos "estas con las trampas de un mundo que no desea ser descubierto". Cuando vimos el vacío delante nuestro y entendimos dónde estábamos, gritamos y celebramos fuerte, pero tan fuerte, que la angustia de un fin trágico y en cámara lenta su fundió con la jovialidad de entregar nuestra vida y la de tantos ancestros a una misión noble e impopular. El fin del mundo y la excelencia anónima nos espera...
oZ Nombre y apellido: Hugo Donato. Seudónimo: oZ.
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Paisaje Sólo me encontré ahí, caminando sin sentido un día por ese pavimento malogrado. Y entre divagues y pensamientos, entre olores y ruidos incesantes empecé a detestar sus casas, sus flores, sus putrefactas calles: descompuestas, agujereadas, llenas de fluido purulento corriendo por sus destrozados cordones… Detesté estar con la brújula al revés, perdida para siempre entre el tumulto de gente y entre el tumulto de lucecitas rojas, blancas, amarillas… Me vi a la deriva en medio de trenes a destiempo, entre rostros gesticulantes, entre automóviles de locura… Hasta que la lluvia empezó a cubrir el bullicio. Gota a gota el agua cubrió a los perros abandonados a su suerte, a las detestables casas de ladrillo con sus bonitas flores, a los autos y sus motores, a las sonrisas paranoides hasta dejarme con el agua al cuello. Fue entonces que supe cómo podía volver a casa. El fluir liviano y fresco del agua, sin estar contaminada por los vicios del paisaje me devolvió, en un mecanismo inverso al de la catástrofe, al calor del hogar…
Natalia Galeano
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NAUFRAGIO Han querido llegar, pero me he escondido entre los barrotes de hierro negro que se encuentran protegiendo a las turbinas, en las inmediaciones de un mar absurdo. Golpean, mientras un corazón sombrío, que es el mío se distrae en la terquedad de los ruidos. La maquinaria naviera tiene sesgos de perfección. Cada movimiento ha sido calculado por expertos ingenieros. Y yo, entregada a las fanfarrias de la imaginación quiero ser poeta. Más intensos son los pasos que se escuchan, mientras las olas han encontrado burlarse de los diez millones de remaches, con los que han soldado los ánimos y las láminas de acero del casco. Hace tiempo intentan constreñirme a las parasitarias oficinas de la compañía. Orgullo familiar que se detenta como una bandera honorífica por la travesía inusitada de trasladar a seres de lujo desde un lado hacia el otro del Atlántico. Y en silencio, el océano bravío va contando las hazañas de los hombres, alejados de las costas y de la tierra firme. Están a bordo de una superestructura henchida de soberbia y hastío. Duermen, comen, juegan, hablan. No hay gracia. No hay poesía. Aquí cerca de las calderas encendidas, intento escribir versos, el agua quiere abrazar mis pies desnudos…
Carina Zanchetta
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Profundidades de arena Lo que había era arena. Pero una arena distinta. Una arena que había perdido aquello que la volvía dichosa. Lo que no había era una isla. Porque o no había una isla o era descomunal. Tampoco había encendedor. Hubo un instante, debido a mi descuido, en que el encendedor naufragaba, casi indiferente, hacia las profundidades de arena. El bote desapareció tan rápido que no pude rescatar ninguna otra cosa; ni la caña, ni la billetera, ni alimento, ni abrigo, ni Alejandro. Sólo un encendedor barato. No me quejo. Según se mire era preferible el encendedor a Alejandro. Alejandro era incapaz de hacer un fuego. El encendedor todas las noches encendía el que yo preparaba. Según cientos de relatos los náufragos son seres que desesperan por avizorar barcos, veleros, gente. Mi condición de náufrago era diferente. El río un poco más allá es mar pero acá es mugre. Berisso a la costa se acerca desperdigado. Y yo decidí quedarme aquí, en este insignificante punto en los confines de Berisso, hasta el último de mis días. Viva donde viva el culpable, cuando la culpa es grande, no es otra cosa que un náufrago. El morir de Alejandro me pertenecía.
Al cuarto día un miserable milagro depositó su cuerpo en la playa. Verlo pudrirse me irritaba. Con un dolor infinito lo empecé a comer.
Diego García Canto
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REFLEJO Callaron su mente y sintieron el reflejo lunar lucharon por entender por qué. Harta batalla interna hasta que pudieran ver. Su única esperanza: el amor y lo tenían al lado, adentro, por doquier. Él quiso hablar pero las palabras no le salían. Ella lo abraza, recoge su alma y una vez más soñarían sobre un trozo de su antigua balsa pero no saben cuánto más estarían. En un momento saltan de la mano los pies al aire, luego flotan. Y un delfín saluda mirándolos sacude su alma y el corazón moja la marea sube con el naranja del cielo y el último rayo entre nubes brota. ¿Y si al fin se vieron en reflejo muy solos y acompañados a la vez? ¿Si no pensaran tanto a veces podrían conectarse con su ser? Una gaviota sobrevuela la escena y los lleva de nuevo a nacer
Federico Medina
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Única Porque su silencio huele a melancolía las sombras salen a mi encuentro floreciendo en cada nota del tiempo los pesares que naufragan en mi alma. Porque en ella fulguran los astros y cabalgan intrépidas lunas la prefiero dulce y letal entre su arma y mi herida. Porque aun careciendo de recetas tiene el don de curar y enfermar a las errabundas almas tristes que buscan consuelo en su voz. Porque abunda en misterios seduce a los espíritus inquietos por eso yo la elijo siempre entre su puño y mi letra. Porque nunca acaba, sino abandona hoy la vuelvo a esperar al pie de su barco aquél que parte y me lleva lejos... Nombre: Ivo Santacruz Ascurra Seudónimo: Ivo Didier
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Querer nomás Relato ganador.
“...ved el pez, cómo juega libre de inquietudes dentro de la red aún abierta” Arthur Schopenhauer, Metafísica de la muerte
Tienen los peces, los peces de pecera (no los de agua dulce o salada sino los de agua de la canilla), como una cara de asombro gastado. Boquiabiertos se lanzan al encuentro de su alimento (que boya en la superficie; que cae del cielo cual maná). Boquiabiertos lo esperan aleteando inquietos (cuando sólo nadan). Estos peces pescados tienen los ojos perdidos en la lejanía. Esta lejanía progresa detrás del cristal. Se compone de manchas, de formas difusas, de no sé qués. El pez de pecera (sea ésta esférica o rectangular) se pregunta qué tan profundas serán esas otras aguas. Para él su pecera (su casa) flota en una especie de lago exánime… dicen que, a pesar de pasársela dando volteretas, los peces poseen un formidable sentido de la orientación (fruto quizás de su memoria oceánica). El pez de pecera luce bastante bien: suele representar a su especie con coloridos colores. Lucen bien, es verdad, pero no habría que deducir de ello el que gocen de buena salud. Está comprobado que los peces de pecera son mucho más melancólicos, pero a su vez mucho más curiosos, que los peces-peces. Sin embargo, como no saben muy bien ni qué añorar ni qué anhelar, nuestros peces (así de inteligentes son) directamente lo añoran y lo anhelan todo. Se limitan a querer nomás. Es así como quieren cualquier cosa, inclusa la nada misma. Este puro querer los mantiene con vida (esto es sumamente admirable). Todo pez de pecera lo sabe: naufragar es su destino. Pero no se conforma con su acotada parcela de agua: busca en vano las costas espumosas de su escurridiza tierra. Y si sueña, sueña con derramarse.
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El silencio de las sirenas (el lastre del saber) Ser capitán de un buque mercante no es para cualquiera. Es un trabajo que demanda mucha
soledad. No se está solo en relación a las personas; mal que mal se goza (o padece) ese tipo de compañía. El capitán está solo con el timón, con esa máquina de destinos. Mientras montaba las gélidas aguas del Mar del Norte, el capitán Iuri Medvedev, se encontraba pues, solo con su timón. No le pesaban sus hombres, tampoco la carga: le pesaban las manos. La noche se encendía. El mar se agitaba como una fiera convulsa. Los ojos de Medvedev, gordos, cerúleos, no veían más que espectros de la pétrea silueta del puerto de Edimburgo: cuando parte, un capitán sólo piensa en llegar; cuando llega, meramente en partir. Cientos de veces nuestro capitán había realizado el mismo recorrido. Pocos saben, pero Medvedev era uno de ellos, que también en el mar pueden surcarse senderos (como en los caminos de bosque). La certeza profunda de que con el correr del tiempo, pese a tamaña inclemencia, llegaría a su destino, colmó su corazón. Las manos gobernaban el timón con ligereza. La idea de que todo pudiera reducirse a una mera cuestión de tiempo atravesó su mente como uno de los rayos que empezaban a rasgar la noche, sorprendiendo, con su eléctrico fulgor, contornos difusos en el horizonte. De repente el deseo de torcer fatalmente el rumbo de la embarcación se tradujo en una suerte de temblor. Cerrando los ojos, Medvedev buscó (dentro o fuera) el consejo de las sirenas. No halló más que su silencio. Fue una suerte para la tripulación salvarse así de un naufragio casi casi cantado.
Leandro Surce
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El capitán Naufraga mi alma en viento abundante en mares profundos cubiertos de sal y vuelo aguerrida a través de todo realizando al fin mi sueño total.
A pesar de todos los ríos vencidos el profundo océano quedó sin nadar pues me trasladé una y mil veces sin llegar jamás al puerto real.
El mensaje claro siempre lo he tenido sin embargo nunca había conseguido lo fundamental: el barco ideal.
Ese barco asoma su alma incansable y a pesar de todo no lo pude hallar sin embargo ahora ya lo he encontrado es la isla perdida que he de comandar.
Sandra Simone
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Mirar en la niebla Oigo a lo lejos su voz perdida, remota aflora en mis pensamientos. Trato de recordar aquellas palabras que Elena pronunciaba con afán, pero su brillante voz, que recorría inmensidades como rayos de sol, no podía atravesar la ventana de mi mente, ensombrecida por la cortina de mis miedos. Sí... miedos provocados por viejas heridas que intentaba sanar el tiempo sin remedio, hasta ese momento en el cual decidí cambiar. Observo confundido mis alrededores, dubitativo de repente, del por qué aquel mundo hundido en una niebla espesa que se podía palpar como algodón de azúcar al tacto, se diluía a cada segundo en un súbito torrente que se dispersaba por el suelo. Por un momento pensé que había perdido de vista el horizonte, y que el viento a favor que empujaba mi barco no era más que otra vil mentira lucubrada por mi insania. “Me gustás”. Pronunció ella con un hilo de voz tan dulce como sincero que me devolvió a la realidad. Esas palabras que proliferaban en un sin fin de emociones, tan simples y sin embargo tan abruptas, perforaban la armadura de mi pecho con elegante esgrimir. “¿Acaso había escuchado eso o era un engaño de mi mente?” Pensé errante. Sacudí mentalmente mis pensamientos... “Claro que no, esto es real, despierta!”. Desde afuera un espectador hubiera visto sólo a dos tórtolos aferrándose en un cruce de miradas media avergonzadas, como esas de los primeros amores de la juventud, ingenuas. Me acerqué a ella midiendo cada paso, traspasando esa delgada línea entre lo conocido y lo íntimo, inconsciente de que lo que seguía a continuación podía cambiar drásticamente mi vida. Le sonreí tímidamente y la miré con intensidad a los ojos. Lo que pronuncié a continuación quedó plasmado en el muro del destino, pues lo recordaba vívidamente mientras observaba a mis nietos con los ojos de aquel amor correr vigorosamente por el jardín. Zheyron. Nicolás Martín Rodríguez - zheyron@hotmail.com.ar
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