Introducción
P
ara mi, crear historias es mi pasatiempo, mi pasión y mi trabajo. Desde que tengo uso de razón, me recuerdo con una libreta en la mano, escribiendo canciones, poemas o pensamientos. Si hay algo que me podría definir, es la palabra. Por eso estudié comunicación, por eso me dedico a escribir. Al ser mamá, me di cuenta que las historias pasan a otro plano más allá que el entretenimiento. Al ser mamá, descubrí los cuentos. Me sabía las historias clásicas de Blancanieves, la Cenicienta, y demás princesas, también algunos cuentos de los hermanos Grimm, pero no me fascinaba el tema. Sinceramente, me gustaba más la tele y el cine. Hasta que abrí el primer cuento que le regalaron a mi hija cuando cumplió su primer año de edad: La Suerte de Ozu. Ahí todo cambió. Desde los primeros pobladores, la tradición oral es parte importante de la percepción del mundo, de ahí viene la importancia ancestral de los cuentos. Son estas historias que nos enseñan el deber ser, los valores y quehaceres de la comunidad. El cuento, las historias narradas bajo la luz del fuego de medianoche por los abuelos sabios, son la guía para entender el funcionamiento del mundo. A miles de años de distancia, los cuentos siguen teniendo el mismo potencial de enseñar. Una tarde, mi querida amiga Lila y yo (junto con nuestras hijas que exploraban libros en una librería. Siempre la amorosa compañía de nuestras hijas alrededor de nuestra creación) nos sentamos para expresar la necesidad de un taller para madres y padres donde exploráramos la narración interna, que nos reconociéramos como protagonistas de nuestra propia historia y que se la pudiéramos compartir a nuestros hijos. Un taller donde a partir de la narración de un cuento propio, pudiéramos entrar en contacto con las personas que más nos interesan, nuestra familia. Así surgió el taller Contemos un Cuento.
Se fue gestando el proyecto, primero en talleres cortos y ahora en un taller de ocho sesiones, más la lectura en voz alta de nuestra creación colectiva. Fueron seis mamás que nos dieron toda su confianza y se subieron al barco de nuestra propia Odisea. Cada sesión era una experiencia nueva, cada historia que nos compartían las mamás asistentes al taller era un abrazo al corazón del grupo. Reímos mucho, lloramos un tanto, nos escuchamos totalmente y nos redescubrimos en nuestra propia historia de vida. Así es el poder de la palabra. Los cuentos son una puerta a la mente y al corazón. Este cuento que creamos entre seis mujeres maravillosas, Lila y yo es un regalo para nuestros hijos. Es un mensaje, que por el simple hecho de haberse creado, es parte del Universo. Un trozo de amor para este mundo. Espero que al leerlo se llenen de emoción como nosotras lo hicimos al crearlo. No me cansaré de decir que todos somos héroes de nuestra propia historia, este taller me dio la oportunidad de conocer a seis mujeres guerreras, amorosas, divertidas, creativas y sabias. Muchas gracias por ser parte de este proyecto: Lucrecia, Fernanda, Carla, Patty, Marysol, Ely. También agradezco a mi hermana de creación Lila por seguir encontrando en nuestras historias, una fascinación a ese mundo que sabemos que existe.
Diana Medina ________________ Tallerista de Contemos un Cuento Directora de lo que sea Autora de papásdf
mi cuento del cuento
D
e toda la vida he sido creativa, esta en mi naturaleza tal y como esta en la de todas las mujeres, crecí en una familia en la que mi abuela y mi madrina se encargaron de cuidarme y criarme desde bebé, pues mis padres trabajaban de tiempo completo, en medio de muchos espacios de soledad, y conforme me hice niña, me inventé un mundo propio, en donde los lobos me hablaban y no les tenía miedo, en donde las arañas de los rincones me contaban historias y mi mejor amiga era alguien que sólo yo podía ver, en ese mundo aprendí a contar historias, mismas que me acompañaban todo el tiempo, mi madre en sus espacios también me contaba historias y esos momentos en los que después de sus jornadas laborales sólo estábamos ella y yo, y luego ella, mi hermano y yo, se convirtieron en los mejores recuerdos de mi infancia, la hora del cuento era el espacio en el que mi mamá era sólo mía, el momento en el que todo su cansancio, se desvanecía para contarme un cuento. Luego más grande, ya en la adolescencia entre a la escuela de actuación, contar historias y que me las contarán siempre había sido mi más grande delicia, y contarlas ahora con todo mi cuerpo, me mostraba una hermosa aventura que me emocionaba muchísimo. Y así pase varios años, entre obras de teatro, telones, directores, dramaturgos, actores y actrices. Un día ocurrió que recibí la noticia de ser madre, un ser habitaba mi cuerpo, mi vientre, un embarazo lleno de hermosos aprendizajes, lleno de historias y cuentos, un diario dedicado a mi hija, con historias que sólo ella y sus hij@s leerán. Desde que nació mi pequeña hija le contaba historias, de como conocí a su papá, de como nació, de como ha ido creciendo, de sus palabritas. Una tarde lluviosa, quedamos una amiga y yo de vernos con nuestras hijas en la librería Rosario Castellanos (Condesa México D.F.), pues nos inquietaba mucho que hubiesen tantos espacios para bebés o niños de 5 años en adelante, pero para la edad de nuestras hijas había poquito que hacer, sobre todo respecto a la lectura y los cuentos, fue entonces que en medio de libros, cuentos, alfombras de colores, y risas, comenzamos a imaginar un taller donde mamás con hijos vinieran a explorar la
lectura y el arte de contar cuentos, sobre todo por que era algo que mi chula amiga Diana y yo necesitábamos, y de la propia necesidad de encontrar un lugar propicio para imaginar y contar historias a nuestras hijas, nació la creación de un taller para contar cuentos. Hoy ya es una realidad, llena de asombro pude ser testigo de las hermosas historias que todas las madres tenemos para nuestros hijos y que cuando nos juntamos, las historias que contamos se enriquecen de las experiencias de las otras, confirmo que los cuentos son los recuerdos más hermosos de mi infancia, los que me sostuvieron y los que ahora me sostienen para criar creativamente a mi hermosa niña de casi 5 años. Gracias mamás por abrirme la puerta a conocer un poco de su mundo, un mundo en el que dejamos de tener miedo, en donde los seres fantásticos aparecen y cuentan historias, en donde lo más bello y divertido de ustedes surge para acompañarnos y contar cuentos de la vida a la vida de nuestras niñas y niños. Que la vida de niñas y niños siga llena de cuentos, que nuestros hijos descubran todo lo que vive dentro de nosotras como un jardín del cual son partícipes y viajeros, los cuentos me tienen hoy aquí sana y salva, los cuentos fueron mis mejores compañeros, los cuentos me devolvían a mi madre, los cuentos son mis mejores amigos y amigas, por eso hoy los cuentos son el mejor regalo que puedo ofrecer a las madres para acompañar sus procesos, los de sus hijos y compartirlos.
Lila Guerrero ________________ Tallerista de Contemos un cuento. Gestora de Comunidad Crianza Co-Madres.
¿Qué es esto?
abía una vez un niño
que se llamaba Joel. Tenía ocho años y vivía en un país llamado Canadá. Joel tenía dos hermanos mayores, muy mayores que él. A uno de sus hermanos le gustaba estar en la computadora todo el día y salir con sus amigos a varias fiestas, al otro le gustaba leer y meditar. El papá de Joel se dedicaba a las labores de la casa: le gustaba cocinar, ir al súper, y ver todo para que la casa estuviera limpia y armoniosa.
La mamá de Joel era una señora muy importante que arreglaba cosas muy importantes con señores muy importantes de todo el mundo. Eso sabía Joel que hacía su mamá, pero para él, su mamá era quien le ayudaba a hacer su tarea y con quien platicaba todas las noches hasta quedarse dormido. Un día normal para Joel era salir en
patineta para ir a la escuela, regresar en patineta con sus amigos y pasar gran parte de la tarde jugando con todos sus juguetes a diferentes historias que creaba según el día. A veces eran piratas, otras veces vaqueros y otras tantas cazadores de tesoros. Joel y sus amigos se la pasaban creando historias e imaginando otros mundos.
Entre sus amigos se encontraba Lucy, una niña de ocho años que se llevaba igual que todos los niños: pisaba charcos, jugaba con renacuajos y lagartijas, las muñecas definitivamente no le gustaban y era la que lideraba las aventuras por crear. Era su buena amiga Lucy la que guiaba a la pandilla. Esos eran los días de Joel, hasta que una noche todo cambió.
Esa noche la mamá de Joel llegó a cenar como de costumbre y a la mitad de la plática tradicional, dijo: “Me ofrecieron un trabajo diplomático en la India, así que nos iremos a vivir para allá”. Después de eso, todo fue silencio para Joel. Podía ver a su papá felicitando a su mamá, uno de sus hermanos, chateando por el teléfono y el otro corriendo por todos los libros de meditación hindú que tenía en su cuarto. Joel podía ver todo esto, pero no escuchaba nada más que su corazón que latía cada vez más fuerte. Todo estaba a punto de cambiar.
Pasaron dos semanas, el papá de Joel ya tenía todo listo en cajas para el gran viaje a una nueva casa. Sólo faltaban los juguetes de Joel. Su papá le dijo que los tenía que regalar porque no se los podía llevar. Nuestro amigo Joel vio todos sus juguetes y jugó con ellos una última vez. Tomó una caja de cartón y la decoró como si fuera a ser su próxima obra de arte, no estaba de más, ahí guardaría el tesoro más grande que tenía: sus juguetes. Uno por uno los fue guardando en la caja, recordando cada momento de alegría que le dieron, en cada recuerdo estaban sus amigos y Lucy, jugando juntos hasta el atardecer. Ahí se dio cuenta que sus amigos también se quedarían.
Todo ya estaba en la caja, incluso los recuerdos de sus amigos. Todo listo para quedarse. De pronto vio su patineta -¿también se tendría que quedar?Se preguntó. No, su patineta se iría con él. Sería su compañera en el camino. Mientras Joel cenaba y escuchaba a sus papás haciendo planes de escuelas en la India, veía en un rincón su caja decorada que tenía sus juguetes y recuerdos de días normales que ya no habría. La veía ahí, en el rincón, en el piso, diferente de las demás pero con el mismo destino: ser olvidada.
Algo en Joel retumbó en su pecho y sin pensarlo interrumpió la plática que se sostenía en la mesa: “Papá, mamá: no quiero cambiar de escuela, ni de casa, ni de país. Yo me quiero quedar aquí. Entiendo que no se puede. Mañana regalaré mis juguetes.” Los papás de Joel se quedaron en un silencio largo hasta que lo abrazaron. Le contaron que sería una nueva aventura, que podría explorar otras culturas y que haría amigos muy rápido. Joel no quería una nueva aventura, ni explorar y tener nuevos amigos, eso los tres lo sabían, pero había un avión que tomar.
Llegaron a la India. Joel no daba crédito de lo que veía por la ventana del taxi. Gente por todos lados, animales en la calle, olores fuertes que en su vida había olido. Cerró los ojos para pensar en otra cosa, recordó el rostro de sus amigos compartiendo el último juego de despedida, recordó la risa de felicidad de Lucy cuando le dio su caja de juguetes, los dos sabían la importancia de ese tesoro.
Sintió alegría. Sonó un claxón. Joel abrió los ojos y regresó a India, a la gente, a las calles, a los animales, a los olores, a los colores y al calor. Todo era diferente. Pasarían días sin que Joel saliera de su cuarto, tratando de encontrar un espacio familiar en este mundo tan diferente para él.
Un día Joel vio por la ventana y el brillo del sol le llamó la atención, era algo que nuenca había visto en el cielo frío y nublado de Canadá. En su ventana se reflejaba un dorado que le cegaba los ojos y lo llamaba a salir para sentir su calor y para verlo resplandecer.
Joel tomó su patineta y salió. Se sentía animado, el sol le daba energía para explorar. Sin pensarlo, puso la patineta en el piso y trató de andar. No pudo, era fisicamente imposible andar en patineta porque había tanta gente en la calle que no podían moverse las ruedas. A lo lejos encontró un espacio, caminó entre empujones y se decidió a intetarlo otra vez, pero no podía, la calle no era lisa como estaba acostumbrado. Las llantas se atoraron con las rocas y la patineta salió volando por el resto de la calle. Joel fue tras ella. Al tratar de alcanzarla, chocó con un tronco áspero y grueso.
Cuando alzó la mirada, era un elefante enorme que lo veía directamente a los ojos. Se quedaron viendo un largo rato. Joel sintió que lo que había a su alrededor ya no importaba. Lo único era la mirada de aquel elefante. El animal se fue caminando y desapareció entre la multitud, Joel recogió su patineta y regresó a casa sin entender qué había pasado.
Se encerró en su cuarto nuevamente, estaba decidido a no salir. Era imposible sentirse bien en aquel lugar. Se acostó en su cama para leer un cuento, cuando de repente escucho un canto mágico. Era la voz de una niña en un idioma extraño. Fue inevitable asomarse a la ventana, vio a una niña de su edad cantando en el patio junto a su casa. El canto era algo maravilloso, así que bajó para escucharla más de cerca. La ventana de la cocina no era suficientemente cerca, salió al patio y se escondió debajo de la barda para que la niña no lo viera. Ahí estaba, escuchando esa voz que le hacía imaginar bosques encantados, escuchaba mientras imaginaba, cerró los ojos para imaginar mejor, hasta que la voz dejó de cantar.
Joel abrió los ojos como si el encantamiento hubiera terminado y se encontró con una niña de ojos grandes y vestida como hindú, justo enfrente de él. -Hola- le dijo la niña con una sonrisa. Joel no sabía que contestar, estaba muy apenado. -Soy Sari- siguió la niña -Yo Joel- dijo él sin quitarse la pena -Ven, vamos a jugar- dijo Sari. Y empezaron a jugar. Jugaron toda la tarde, Sari le contó que su papá también era diplomático, que era hindú y que le gustaba jugar con marionetas. Joel conoció las marionetas hindús y le encantaron, jugó a que era un majara y que tenía muchos caballos, después pasearon por las ruinas de los templos hindús.
Sari y Joel jugaron a que eran cazarecompensas en una aventura por Asia. Después Sari le presentó a los hipnotizadores de serpientes, Joel vio cómo las serpientes salían de su canasto al sonido de la flauta. De pronto los colores en las calles se volvieron más brillantes, los olores más interesantes y la gente más conocida. De pronto, por un momento, entendió donde estaba y se sintió bien. Sari y Joel regresaron a su casa, en el camino cayó una fuerte lluvia de monsón. Joel no había visto llover tanto, se mojaron completamente y el camino no terminaba. Joel ya quería llegar a su casa. En la puerta, se despidieron y quedaron en verse al siguiente día para seguir jugando.
Joel entró a su casa, estaba ansioso de contarle a su papá la aventura que había tenído y como era hora de la cena, estaría su mamá como de costumbre y le contaría sobre Sari, mientras su mamá le ponía la pijama seca y calientita para cenar y domir. Esta listo para platicarles el gran suceso. Abrió la puerta de su casa y no había nadie. Buscó en la cocina y no estaba su papá, buscó en la sala y sus hermanos tampoco estaban, buscó en la mesa del comedor y lo que econtró fue un plato con sopa y un recado que decía: “Joel, mamá sigue en el trabajo, tus hermanos están viendo cosas de la escuela y yo fui a arreglar asuntos de la casa, te pido que cenes y te portes bien. Besos, papá.” ...
Joel cenó solo, se secó y se puso su pijama solo, se fue a dormir solo. En soledad y tristeza durmió.
Entre sueños soñó con Lucy, con Sari, con los colores, con marionetas, con todo lo que había visto en el día. Soñó con su familia a lo lejos y de repente todo desapareció. Entre la oscuridad de su sueño, apareció el elefante, se quedaron viendo, pero ahora Joel se acercaba y le acariciaba la trompa. El elefante soltó un gruñido, y vio de nuevo a Joel. Él entre sueños dijo: “sí, ya se, esto pasará”.
Joel se despertó ante ese sueño tan extraño, salió de la cama en busca de un vaso con agua, de pronto escucho ruidos que venían del cuarto de su mamá se asomó y encontró a su mamá viendo un álbum de fotos de cuando vivían en Canadá. Su mamá estaba llorando. Su mamá trató de ocultar las lágrimas y rápidamente cerró el álbum de fotos. Joel sabía lo que sentía su mamá, lo sabía perfectamente. Joel la abrazo. Su mamá lloró más. Joel cerró los ojos y con una voz que venía desde el fondo de su corazón le dijo: “Tranquila mami, esto también pasará”.
Despertó emociones, sentimientos y sensaciones increíbles, las cuales con la ayuda de la imaginación, nuestros niños, los niños de LoQueSea y los niños internos de algunos adultos, se encargaron de plasmar en papel, que para nosotros ahora son obras de arte. ¡Disfrútenlas!
Samuel
valentina
lucrecia
carla
camila
majo
ely
marĂa
“Todo tiene un sacrificio tomando en cuenta los valores de esfuerzo, unión amor.. y hay que estar preparados para cualquier cambio en nuestras vidas”. Patricia Contreras
“Estoy feliz de haber participado de este taller, pues a través de la narración de cuentos, descubrí una valiosa herramienta de comunicación que me sirve de puente para entrar a su mundo desde el mío”.
Carla Herrera
“Contemos un Cuento es un taller que te conecta con todas esas historias que queremos contar pero no sabemos cómo, explora lo más profundo de nuestro interior para poder transmitir un poco de nuestra alma y experiencias vividas a nuestros hijos de una manera fácil y entendible. Este cuento lo guardaremos junto a nuestros corazones”.
LUCRECIA FERNÁNDEZ
LILA&MARÍA
“Fue increíble descubrirnos tejedoras de historias y capaces de, a través de ellas, darle contención a nuestros hijos y a nosotras mismas. ”. fernanda rojas
“No hay forma de explicar lo que despertó en mí tener la oportunidad de vivir todo el proceso al lado de grandes mujeres, y lo mejor de la mano de mi hija. Hacer algo con ella, para ella y que al final obtenga una sonrisa sincera, no tiene comparación”
ely alanis