NOTA DE TAPA
Trabajar la inspiración Liniers, historietista y artista multifacético. Cuál es su método de trabajo y cómo busca un lenguaje propio.
Por CRISTIAN H. SAVIO
E
n la pequeña terraza, entre macetas varias, la pared muestra una obra suya que cualquiera que haya visto el video “Lloro de felicidad”, de Lisandro Aristimuño, reconoce enseguida. Es cierto: ni Aristimuño es un músico con mucha rotación en TV ni los videoclips están muy de moda últimamente. Pero siempre está YouTube, y allí aparece Liniers, con barba tupida y sus anteojos infaltables, que además actúa. Son días de ocupación variada para este artista al que el mundo de la historieta le empezó a quedar chico, así que violó el límite de la viñeta para exponer sus pinturas, ilustrar tapas de discos (como “La lengua popular”, de Andrés Calamaro) y hasta animarse, guitarra en mano, a subir al escenario a tocar y cantar junto a Kevin Johansen. “En la foto salgo buenísimo. Es para mostrarles a mis
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hijas cuando sean grandes: ¡cuánto rock and roll tenía papá!”, bromea. Hace poco tiempo, Ricardo Liniers Siri (36) entendió que su casa no podía seguir siendo su taller, sobre todo con dos hijas pequeñas. Así que ubicó a unas cuadras este departamento que parece un jardín de infantes o un stand de arte, o todo eso junto. En pleno centro de Buenos Aires, una explosión de colores y personajes pintados hasta en el piso, y los libros de La Editorial Común, el nuevo emprendimiento con el que editó los volúmenes 6 y 7 de “Macanudo” y aspira a dar un lugar a un género que lo fascina: la novela gráfica de autor. “Acá vengo a pintar. La historieta la dibujo en casa, con el mate de la mañana. Y los viernes trato de hacer la tira para todo el fin de semana, para poder disfrutar con mi familia”, cuenta. Liniers comenzó a publicar “Bonjour” en 1999, semanalmente, en el suplemento No! de Página/12, y en 2002 su colega Mai-
tena lo introdujo a La Nación, donde comenzó a ganar popularidad con personajes tan extraños como Macanudo, El Misterioso Hombre de Negro, Alfil la Bola Troglodita o Martincito y Olga. ¿Cuándo descubrió que le gustaba esto?
A los 2 años me di cuenta de que me gustaba dibujar, como a todo el mundo. A los 10 me gustaba dibujar historietas, y a los 20 quería ser dibujante profesional. Lo bueno es tener en cada uno de esos momentos alguien al lado que te ayude. ¿Quiénes fueron en su caso?
Al principio mis viejos que, como todos, cuando tenés un hijo demasiado estimulado no hay mejor manera de relajarlo que ponerle un lápiz en la mano, darle una hoja y decirle: “Dibujá un rato, nene”. Pero en mi cabeza no entraba que alguien pudiera trabajar de historietista. Así que empecé a hacer carreras que no tenían nada que ver con lo que yo quería hacer, como Derecho. Con un padre abogado, yo pensaba: “Por
INSPIRACIÓN: Liniers en su taller, y una historieta donde representa su forma de hallar ideas.
ahí tengo un gen del derecho que en algún momento se prende”. Pero después de siete meses no se prendió. Se ve que no lo tenía. Así que probé con Publicidad. Un mundo de creativos.
Es raro llamarte “creativo”, ¿no? No me gustó el ambiente de competencia, mismo dentro de las agencias. Y encima empecé en esa época a hacer Taller de Historieta y el ambiente era más comunitario, “comunistoide”, te diría. Nadie entra al mundo de la publicidad sin pensar, en algún lugar de su cabeza, “Yo quiero ganar guita”. Y nadie entra al mundo de la historieta diciéndose: “Con ésta me lleno de plata”. Ser historietista es un suicidio financiero. Salvo que tengas la suerte milagrosa que tuve yo de poder vivir de esto. ¿Le parece que fue suerte?
El factor suerte está. Y cuando llegan esos momentos, tenés que haber hecho los deberes para aprovechar esa oportunidad. Cuando empecé en Página/12 —dibujaba FOTO: GUSTAVO BOSCO
unas viñetitas en Radar—, en un momento el editor me dijo: “Estamos pensando una nueva historieta”. Y le tiré 60 tiras, no le di dos chistes solamente. Le habrá gustado la mitad, y tenía solucionado medio año de laburo. En La Nación, el golpe de suerte fue que Maitena estaba justo de buen humor y me llevó y me hizo entrar.
pero también te pueden llevar a canonizarte y transformarte en una estética de moda. Yo tuve la suerte de hacer Taller con Pablo Sapia, que te decía: “¿Vos querés ir por ahí? Bueno, dibujá mucho”. O sea, el truco es trabajar. No adaptarse a un lenguaje preestablecido, sino trabajar mucho para que eso se transforme en tu lenguaje.
¿Qué le aportó la educación artística?
Usted se representa como conejo. ¿Qué hay suyo en el resto de los personajes?
Cuando sos chico tenés libertad pura sin miedo al error. Después, el método de enseñanza occidental es por el error: lo que hacés mal se castiga y lo que hacés bien se premia. En el arte no funciona así. A veces hay que hacer cosas mal para llegar a algo bueno, no hay un único camino. La universidad y la academia te dan herramientas,
“A veces hay que hacer las cosas mal para llegar a algo bueno. No hay un único camino”.
El conejo solo no alcanza. Es como la parte más anecdótica, el menos “yo” de todos. Es sólo algo pavo que me pasó, y estoy dispuesto a compartir con la gente. En cambio en otros personajes pongo cosas más complejas disfrazadas. Cuando empecé con Pan Chueco no sabía bien qué era, y ahora es Dios. Y como el verdadero no me responde, le hago preguntas al personaje. ¿Dónde busca la inspiración?
En realidad, cuando no aparece la inspiración, lo que empieza a haber es oficio. Uno encuentra maneras de forzar la idea, de encontrarle la vuelta. Hay días en los que se te ocurren diez cosas perfectas y decís: “Soy un genio”. Y hay días en que no se te ocurre ni una. Hay que tratar de que la inspiración te agarre trabajando. Por eso estoy traba■ jando todo el día. 28 DE JULIO, 2010
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